SUMARIO: I. Introducción – II. El don de la palabra de Dios: 1. Cristo, presente en la palabra; 2. El Espíritu Santo, exegeta de la palabra; 3. La iglesia, criatura y servidora de la palabra – III. La palabra de Dios en la celebración litúrgica: 1. La palabra de Dios en la liturgia; 2. Palabra de Dios y sacramento; 3. Palabra de Dios y sacrificio – IV. Las celebraciones de la palabra: 1. Un acontecimiento litúrgico; 2. La dinámica celebrativa; 3. Diferentes celebraciones de la palabra: a) Celebraciones de la palabra propiamente dichas, b) Celebraciones rituales de la palabra, c) Celebraciones de la palabra en la liturgia de las horas, d) Otras celebraciones de la palabra de Dios.
I. Introducción
Nos referimos a las celebraciones sagradas de la palabra de Dios, anteriormente llamadas vigilias bíblicas y paraliturgias, tal como nos las presenta la constitución litúrgica Sacrosanctum concilium 35,4, cuyo desarrollo ritual encontramos en la instrucción litúrgica ínter Oecumenici 37-39, en correspondencia con la llamada liturgia de la palabra, en la eucaristía. De todos modos, estas celebraciones sagradas de la palabra de Dios han sido referidas especialmente a las celebraciones de la palabra de Dios sin sacerdote (Ordo Lectionum Missae, 2ª. ed., 1981, 62. En adelante, OLM). Cuando nos adentramos en el estudio teológico y pastoral de las celebraciones de la palabra, intentamos reflexionar sobre la celebración de la palabra de Dios desde el sentido de la presencia de esta palabra en la celebración; o, con otras palabras, queremos tratar principalmente no del sacramento de la palabra, sino de la palabra en el sacramento. La terminología palabra de Dios o palabra de Yavé aparece ya en el Antiguo y en el Nuevo Testamento (1Sa 3:7; 1Ts 2:13). El quicio de nuestro estudio sobre las celebraciones de la palabra, en cuanto acto celebrativo autónomo y específico, está en la relación entre la palabra y el rito litúrgico, y el contexto responde a las relaciones generales entre biblia y liturgia (Sacrosanctum concilium 24.33.35.51.52; Dei Verbum 21. En adelante, SC y DV).
La Sagrada Escritura ha sido revelada y redactada para ser proclamada, celebrada y rezada. Propiamente hablando, la biblia no es un libro de estudio, sino un libro de celebración, pues nació en la celebración y es en ella donde mejor manifiesta su plenitud de significado. La Escritura Sagrada es invitación a la Lectio divina, dado su constitutivo de mesa de la palabra. En esta perspectiva, el cristiano, en su íntima coherencia, es un oyente de la palabra, más que un lector; es un celebrante de la palabra, más que un visionario. La presencia de la palabra de Dios en las diferentes celebraciones litúrgicas es un dato histórico y un acontecimiento teológico. En cierto sentido, toda la liturgia es celebración de la palabra de Dios. Por este motivo, la reforma litúrgica del concilio Vat. II ha realizado la sistematización más profunda de las lecturas bíblicas que se conoce en la historia de la liturgia romana, como aparece, por ejemplo, en el OLM (I.a ed., 1969, y 2.a ed., 1981).
Estamos hablando de las celebraciones de la palabra, y nos preguntamos: ¿Cómo se entiende esta memoria litúrgica de la biblia? La celebración cristiana es, en principio, una presencialización festiva y religiosa del acontecimiento histórico de nuestra salvación, conocido como historia salutis o misterio pascual de Jesucristo. En consecuencia, la celebración litúrgica presupone, además del acontecimiento histórico salvífico, una asamblea convocada por la palabra: proclamada y unos signos celebrativos de tipo sacramental. Celebrar la palabra, por tanto, tiene un contenido denso e implica la liberación de la fuerza salvífica que está en la palabra de Dios. En la celebración, la palabra es siempre algo inédito, pues su contenido se explicita en el acontecimiento de su celebración. En este sentido, en las celebraciones de la palabra nos interesa su don salvífico en el momento de su realización en nosotros, que es tambié el momento de su principal eficacia
Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia