CAUTIVA BELLA, LA

Es objeto de una de las leyes más significativas de Israel: «Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos y Yahvé, tu Dios, los entregue en tu mano y cautives cautivos y veas entre los cautivos una mujer de hermoso aspecto y la desees y la tomes por esposa, la introducirás dentro de tu casa y se rapará la cabeza y se cortará las uñas; y se quitará el vestido de cautiva y habitará en casa y llorará a su padre y a su madre por un mes; y después de esto entrarás en ella y la poseerás y será para ti esposa. Y si resulta que después no la quieres la dejarás marchar en libertad, pero no la venderás por dinero, ni la convertirás en esclava, pues la has humillado [¿desflorado?]» (Dt 21,10-14). En el fondo de esa ley está la costumbre inmemorial de conquistar a saco una ciudad, conforme al derecho de guerra que permite matar a los varones, violar a las mujeres, quemar los bienes inmuebles y tomar como botí­n los bienes muebles. Pues bien, sobre esa norma general viene a elevarse esta ley concreta, que se aplica allí­ donde un guerrero ya no quiere simplemente saciar su deseo con una vencida, sino tomarla como esposa, comportándose con ella de un modo distinto al de la pura descarga sexual (violación) o el puro instinto de dominio (esclavitud). En ese caso, el guerrero debe retrasar su apetito, aprendiendo a comportarse con ella de una manera más humana. Tiene que dejar que llore por un mes a su familia, como se llora por los muertos. Sólo después que él se ha contenido y ella ha llorado pueden casarse. Por eso suele decirse que ésta es una ley humanitaria, pues el varón debe situarse por encima del puro derecho de muerte y violación que posee en caso de guerra.

(1) Rasgos de la ley de la bella cautiva. Así­ podemos destacar algunos rasgos del texto, (a) Es normal que la cautiva sea virgen, que no haya conocido antes varón, aunque el texto no lo diga, pues legisla sobre el deseo del varón, que quiere poseer de forma duradera a una mujer, no para violarla de inmediato (y luego asesinarla) como era normal en guerra, sino para entrar en ella siempre, dentro de su casa. No está en juego la descendencia (el guerrero puede tener otras mujeres legí­timas, madres de hijos que mantengan su memoria), sino el placer del hombre con la mujer cautiva, (b) Esta es una ley de retraso del deseo de un varón guerrero que debe esperar, respetando por un tiempo a la mujer, para tenerla luego siempre. Sólo así­ el rapto inmediato (propio de la guerra) se convierte en posesión permanente, para bien del propio marido, que confí­a en la colaboración comprensiva de la mujer: que acepte el rapto y renazca a una vida diferente tras la guerra, (c) Esta es una ley de renacimiento femenino. El varón no ha de hacer nada, simplemente rapta y espera que su nueva mujer madure, para así­ domesticarla (hacerla de su domus, casa) y tenerla luego a gusto. Lc hace cambiar sus vestidos, corta sus cabellos y sus uñas y deja que llore por un mes. Se supone que al cabo de ese tiempo, ella ha debido asumir su situación: ha muerto al viejo mundo de sus padres, se ha vuelto distinta.

(2) El ritual de renacimiento convierte a la mujer raptada en propiedad especial del marido, que no la puede vender ni esclavizar al modo usual, como se hace con mujeres que no han pasado el rito (que son esclavas, no esposas). Este guerrero respetuoso la ha convertido en propiedad de su deseo y no puede ya emplearla para otros fines. Así­ continuamos diciendo que ésta es una ley humanizadora, ley que especializa a la cautiva como esposa del soldado y no como su esclava. Esta ley nos lleva al lí­mite del derecho militar, a la frontera de una guerra casi humanizada donde la mujer conquistada puede volverse esposa libre (pero sin posibilidad de rechazar aquello que le proponen). Es una ley que trata con cierto respeto a la raptada (dándole un tiempo para renacer, una dignidad para vivir); pero, en sentido estricto, ella sigue siendo una ley de violencia, una justificación de la conducta abusiva de varones, a quienes el mismo derecho de Dios (eso es el Deuteronomio) hace capaces de conquistar y tomar mujeres, según su deseo.

(3) Nadie ha preguntado a la mujer si quiere; nadie le ha dicho si prefiere morir o ser raptada. Una vez que ha sido vencida y tomada (como una ciudad), ella carece de patria y familia, de protección y seguridad. No es sujeto ni persona, sino objeto al servicio del deseo y quizá de la memoria (descendencia) de unos varones que siguen creyéndose llamados por Dios para cumplir una tarea especial sobre el mundo. Ciertamente, la ley dice que el esposo no podrá venderla como esclava, sino que tiene que dejarla en libertad en el caso de que un dí­a ya no la desee, sino que prefiera repudiarla (quizá para no seguirla manteniendo). En ese caso, ella consigue la libertad. Pero, ¿qué podrá hacer con esa libertad? No puede volver a la casa del padre (que fue destruida). Sólo le queda morir o volverse prostituta.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra