CARISMATICOS

(Ejercedores de los Carismas).

La Renovación Carismática es un reavivamiento de la experiencia de Pentecostés, con el ejercicio de los distintos carismas y la vivencia de los frutos del Espí­ritu.

Nació bí­blicamente, en cierta forma, de las tres listas de carismas y ministerios que da San Pablo en 1 Cor. 12. Fue iniciada, en nuestro siglo, por un grupo de «Pentecostales», y es de un dinamismo explosivo, que ha invadido prácticamente todas la denominaciones cristianas, incluí­da la Iglesia Católica. es la «explosión del Espí­ritu» de los últimos tiempos del Joel y Pedro: (Hec 2:17-21, Joe 2:28-32).

En retiros carismáticos y en seminarios del Espí­ritu, se trata de revivir la experiencia de Pentecostés. ¡y se revive! Seglares o religiosos comienzan a hablar en lenguas y a profetizar y hay sanaciones de enfermedades y liberaciones del alcohol, de las drogas, de los celos. y el ama de casa, que antes sólo se ocupaba de sus novelas, ahora quiere ir de retiro en retiro para sentir de nuevo el «descanso en el Espí­ritu» y dar testimonio del Senor. y el joven que antes andaba sin rumbo, entre gangas y drogas, ahora se dedica a llevar la palabra de Dios a donde pude y donde puede y a tratar de ser una persona útil a la sociedad, formándose en la escuela para una profesión o trabajo. y el mecánico se da cuenta que también es Iglesia, con el don de sanaciones o profecí­a, y ahora se dedica a imponer las manos sobre los enfermos ¡que se curan!, o a ser testigo de las maravillas del Senor de retiro en retiro. y entran muchas ganas de comprender, y vivir, la Biblia. y en la Renovación Carismática Católica, se comienza a asistir con más devoción y amor a la Santa Misa, y a rezar el rosario con más sentido, y a confesarse con frecuencia.y no sólo se practican los carismas de 1 Cor. 12, de sanaciones, milagros, lenguas. sino que se vive con conciencia los frutos del Espí­ritu de Gal 5:22, y por supuesto, donde hay amor y gozo y paz y bondad y benignidad y paciencia, ahí­ pasan cosas grandiosas y maravillosas. hay cambios de vida, y arrepentimientos, y los tibios se ponen a servir, y los calientes se incendian de amor y servicio.

La Virgen Marí­a es la «Primera Carismática» del Nuevo Testamento, porque fue la primera sobre la que descendió el Espí­ritu, en Mt. 1 y Lc. 1, y se llenó de Jesús, ¡y ésta es la esencia de la renovación carismática!. y llena de Jesús hizo dos cosas: La primera se fue aprisa a «servir», a ayudar a su prima Isabel; y la segunda, cantó las glorias de Dios en el Magnificat: (en Luc 1:46-56). ¡y estas son las dos caracterí­sticas del carismático: Servicio y alabanza al Senor.

Toda esta potencialidad grandiosa, tiene también sus problemas de posibles desviaciones y hasta herejí­as. y el problema más grande en la Iglesia Católica es que algunos sacerdotes se desentienden de los carismáticos, o hasta los rechazan. Por eso, en sus varios discursos a la Renovación, el Papa Juan Pablo II en lo primero que ha insistido, ha sido en que los sacerdotes tienen la obligación de atender a los carismáticos en sus parroquias: «Podéis decir», dijo el Santo Padre, «que el Papa lo hace también». En su último discurso a la Renovación Carismática Católica, enfatizó el hecho que tiene que ser una, como la Iglesia misma, «Jerárquica, Carismática, Sacramental, Mariana, y de Servicio». y puso la Renovación bajo la protección de la Virgen Marí­a, a quien nombró su «Patrona». Ver «Pentecostés».

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

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Movimientos que se fundamentan en el principio doctrinal de que Dios ha regalado una nueva época a la Iglesia y ya no es suficiente la tradición jerárquica de la sociedad cristiana. Se tiene la intuición entre los promotores de estos movimientos de que ha llegado el momento histórico de una renovación por medio del Espí­ritu Santo. Por lo tanto la Iglesia jerárquica debe queda supeditada a la acción del Espí­ritu y no viceversa.

Los grupos que se configuran en cada movimiento se denominan, o se autodenominan, con el adjetivo de «carismáticos», de proyectados «hacia los demás». Prefieren una espiritualidad pentecostalista, más que ética o dogmática. Sospecha que el tiempo del cristocentrismo debe ser superado con el pneumacentrismo, volviendo al proselitismo carismático de los primeros tiempos evangélicos.

Son de muchos tipos, grupos y formas como se manifiestan. Unos son más originales y otros más repetitivos. En general aparecen con facilidad y se disuelven con fugacidad. Algunos son más estables y consistentes.

A veces se les ha llamado también grupos pentecostales. Pero el pentecostalismo tiene más estilo y ascendencia metodista y anglicana. Busca más la ostentación de los dones espectaculares. (lenguas, sanación, misión, discernimiento, adivinación, etc.)

El movimiento carismático ahonda más las dimensiones «gratisdatas» y eclesiales. Nació como hecho social en Kansas, en Améreca del Norte, con afanes de renovación evangélica. Tuvo carga ecuménica desde el principio y por eso arraigó más en los ámbitos católicos.

Los más moderados y eclesiales de esos grupos carismáticos han mantenido mayor afición a la tradición y más fiel dependencia de la Jerarquí­a oficial católica, incluso mereciendo el apoyo de las autoridades de la Iglesia, del Papa Juan Pablo II y de muchos Obispos, aunque no se puede ocultar o ignorar la reticencia o abierta desconfianza de otras Jerarquí­as locales o más generales.

También han existido grupos carismáticos propensos a actitudes de ruptura y marginación eclesial, considerando desviadas a la Iglesia oficial. Incluso han pretendido enfrentar los carismas jerárquicos a los carismas mí­sticos. Llegan incluso a proclamar un nuevo Pentecostés y la refundación de una Iglesia históricamente ya superada.

Entre los grupos de estilo «carismático» se han movido en los últimos tiempos la llamada «Comunidad de San Egidio», fundada por Andrea Riccardi, en Roma; los movimientos neocatecumenales de Kiko Argüello; los encuentros marianos focolaristas de Clara Lubich; las asociaciones católicas surgidas del pentecostalismo metodista y anglicano; y algunos más, cuyo común denominador ha sido la movilidad y la conciencia de originalidad.

Simpatizan todos ellos con la idea proclamada por Juan Pablo II en 1993 en Puerto Rico sobre la necesidad eclesial de una nueva hora y la necesidad de una nueva evangelización. Y en ocasiones se expresan con arrogancia y con menosprecio de los otros modos de ser cristianos o de concebir la Iglesia. Se inclinan a un proselitismo de grupo cerrado con dirigentes autócratas; incluso se autocomplacen en sus éxitos y miran con reticencia a los de pensamiento diferente.

Tienen por lo general fuerte carga afectiva en sus expresiones piadosas y una intensa fantasí­a en las explicaciones doctrinales, siempre distantes de las explicaciones racionales de la teologí­a clásica y metódica. Al menos sus planteamientos teológicos se mueven con excesiva afición a los carismas y menos interés por los misterios y por los cultos ecuménicos y católicos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. carismas, renovación carismática)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(carismas, amor, guerra, profetas, autoridad, sanador). Fundándose en las observaciones de Pablo (1 Cor 12-14), hace ya tiempo, M. Weber (1864-1920) estudió el sentido de la autoridad carismática, en unos trabajos que han sido muy influyentes en el campo de la Iglesia y de la vida polí­tica.

(1) Carisma e institución. Conforme a las distinciones de M. Weber, suele distinguirse el carisma y la institución, no sólo en la Iglesia cristiana, sino en el conjunto de la sociedad, (a) La autoridad carismática es propia de aquellos que inician un movimiento, descubriendo y poniendo en marcha nuevas posibilidades de actuación. Los carismáticos crean (imaginan, instituyen) unas lí­neas de vida que antes no existí­an: no se imponen por ley, ni triunfan por razonamiento o votaciones, sino por su misma fuerza interna. Ellos son autoridad primera: no defienden lo que existe para organizado mejor, sino que introducen otros modelos de existencia, en un plano polí­tico o social, religioso o estético, (b) La autoridad burocrática o institucional surge en el momento en que el carisma se enfrí­a, de manera que resultan necesarias unas normas o leyes que sean capaces de mantener el orden, utilizando unos principios jurí­dicos, en la lí­nea del talión*. La autoridad carismática es necesaria para recrear la sociedad. Ella se sitúa más allá de los poderes establecidos, de manera que puede y debe vincularse con Dios (o con el Espí­ritu Santo), entendido como fuente de la vida. Pero ella no puede resolver todos los problemas y, además, puede volverse irracional, convirtiéndose en violenta. En el conjunto de la Biblia hay una dialéctica constante entre los carismas (vinculados a la lí­nea profética) y las instituciones (expresadas sobre todo por el sacerdocio). No todo lo carismático es bueno: puede haber pretendidos carismáticos que se vuelven intolerantes y violentos. No todo lo institucional es negativo: es necesario regular los carismas, para bien de la comunidad. Desde ahí­, a modo de ejemplo, y prescindiendo aquí­ de la profecí­a* clásica, queremos destacar tres movimientos carismáticos importantes en la Biblia.

(2) Antiguo Testamento: carismáticos guerreros y profetas. La mayor parte de los movimientos carismáticos tienden a ser pací­ficos, en lí­nea de intimismo espiritual. Pero siempre han existido grupos carismáticos violentos que han interpretado la presencia de la ruah* o espí­ritu de Dios como exigencia de compromiso militante al servicio de la obra de Dios. En esta lí­nea se mueven los guerreros sagrados del comienzo de la historia de Israel (federación* de tribus), militares profesionales que acuden al combate impulsados por un tipo de éxtasis guerrero. Podemos citar ejemplos en casi todas las religiones antiguas: el buen guerrero ha sido un santo en el sentido radical de la palabra, un hombre poseí­do por la fuerza de Dios. Pero también algunas religiones modernas (ciertas formas de hinduismo e islamismo, incluso algunos movimientos cristianos) han desarrollado un tipo de mí­stica guerrera del Espí­ritu. Dentro de la Biblia, los guerreros carismáticos más significativos son los jueces*, sobre los que viene el Espí­ritu de Dios, excitándoles con fuerza y capacitándoles para derrotar a los enemigos y liberar a los amigos del pueblo (cf. Je 2,11-19; 3,10; 11,29; 13,25; etc.). El Espí­ritu no se expresa como poder tranquilo de experiencia interna, ni en el trance individual, sino como fuerza guerrera, que anima a los soldados, haciéndoles luchar y vencer (o morir) por la causa de Dios, en guerra santa. Dios mismo se apodera del combatiente israelita, infundiéndole su Espí­ritu y haciéndole sacramento de salvación para el pueblo. Eso significa que la guerra no se ha racionalizado todaví­a, ni el ejército se ha vuelto un tipo de institución burocrática, sino que los guerreros son hombres «sobrenaturales», lo mismo que los nabis o profetas* extáticos. Tanto el guerrero como el profeta extático son instrumentos de Dios, al servicio de la totalidad del pueblo. El profeta ofrece el testimonio de la presencia de Yahvé como poder de transformación religiosa. El guerrero es un testigo viviente de la fuerza protectora de Dios que libera a su pueblo de los enemigos del entorno. La guerra pone al hombre en situación de trance: lo saca de sí­, lo llena de entusiasmo sacral, lo lleva hasta el extremo de entregar la vida por la causa de Dios. Es normal que, en el principio de su historia, Israel haya considerado a sus guerreros como hombres privilegiados del Espí­ritu, en unión con sus profetas extáticos.

(3) Jesús. Exorcistas y profetas carismáticos. Jesús ha sido un carismático, pero no al servicio de la guerra, sino de la transformación o conversión de los hombres, al servicio del Reino. Ciertamente, Jesús sabe discutir con los rabinos sobre temas de institución sacral, pero no actúa desde un poder que le concede la Ley de Dios, ni la estructura legal de su pueblo, sino desde un contacto directo con Dios, que se expresa en sus milagros y, de un modo especial, en sus exorcismos*, entendidos como batalla* contra lo diabólico. Ciertamente, Jesús no está aislado, pues habí­a en su mismo tiempo y espacio israelita profetas y sanadores carismáticos, entre los que se suele citar a Honi y Janina ben Dosa, que curaban con la ayuda de su Dios (Yahvé). Habí­a también en su entorno pagano curan deros, santones y hechiceros, como Apolonio de Tiana, a quien algunos han relacionado con Jesús, aunque sea posterior y sus milagros tengan un sentido muy distinto. Jesús puede situarse entre otros profetas y sanadores, pero tuvo algo especial, que la comunidad cristiana supo captar y vincular después, en la Pascua. Jesús fue carismático al servicio de los más pobres, presentándose, al mismo tiempo, al menos en sentido tendencial, como mesí­as* de Dios. Así­ fue condenado a muerte, porque su carisma resultaba peligroso, no porque le llevaba a matar a los demás (como hací­an los jueces* antiguos), sino a dar vida, de un modo distinto al del sistema.

(4) Iglesia cristiana, comunidad carismática. Jesús suscitó un movimiento carismático muy fuerte. En el cí­rculo de sus seguidores, especialmente en Galilea, hubo exorcistas y sanadores, que siguieron realizando su tarea y expandiendo la memoria y esperanza de su Reino, como suponen los mandatos misioneros (Mc 6,6b-13 par). Ellos constituyen un elemento esencial de la nueva institución cristiana, aunque la Iglesia organizada haya dado primací­a a otros rasgos sacrales y sociales. También la iglesia de Jerusalén fue carismática, como indica Hch 2, cuando presenta el surgimiento de la comunidad desde la experiencia del Espí­ritu, que se expresa de un modo especial en el don de lenguas, que Lucas interpreta de forma misionera: «Y fueron todos llenos del Espí­ritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espí­ritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judí­os, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo… y se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oí­a hablar en su propia lengua y decí­an: ¿No son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oí­mos nosotros hablar cada uno en nuestra propia lengua? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia y Egipto… cretenses y árabes, les oí­mos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (cf. Hch 2,4-11). Hay en el fondo de ese pasaje el recuerdo de unas comunidades en las que diversos creyentes eran capaces de hablar «lenguas sagradas», en experiencia extáti ca. Como sabemos (carismas*, amor*), Pablo ha puesto el don de lenguas al servicio del amor y de la comunión de los creyentes (1 Cor 12-14). Lucas lo pone aquí­ al servicio de la apertura misionera: el verdadero carisma del Espí­ritu es aquel que permite que todos los hombres, de todas las razas y lenguas, puedan comunicarse, en lo que hoy llamarí­amos una experiencia de globalización intercultural liberadora.

Cf. F. ALBERONI, Movimiento e Institución, Nacional, Madrid 1981; L. BOFF, Iglesia: carisma y poder, Sal Terrae, Santander 1982; J. D. G. DUNN, Jesús y el Espí­ritu, Sec. Trinitario, Salamanca 1981; H. HEITMANN y H. MÜHLEN (eds.), Experiencia y teologí­a del Espí­ritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1978; L. LEUBA, Institución y acontecimiento, Sí­gueme, Salamanca 1969; X. PIKAZA y N. SILANES (eds.), Los carismas en la Iglesia. Presencia del Espí­ritu Santo en la historia, Sec. Trinitario, Salamanca 1999; M. WEBER, Economí­a y sociedad, FCE, México 1944.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra