CARISMAS FUNDACIONALES

En el origen de las instituciones eclesiales

En el origen de toda institución eclesial, especialmente de vida espiritual, apostólica y consagrada, se encuentra siempre una gracia especial de Dios, que llamamos «carisma fundacional». Ordinariamente este calificativo se aplica a las personas, como son las figuras de los fundadores.

La expresión, «carisma fundacional», aplicada a la vida consagrada, se usó por primera vez en el magisterio en tiempos de Pablo VI (e.g. ET 11). Posteriormente se ha usado con regularidad, indicando que se trata de «una experiencia del Espí­ritu, transmitida a los propios discí­pulos para ser vivida por ellos, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente» (MR 11). Se habla de discernimiento del carisma (para garantizar su existencia), de la herencia de su espí­ritu, aplicación, fidelidad, continuidad y renovación.

Aplicación personal y comunitaria

El carisma fundacional tiene una aplicación personal (a la persona del fundador) y también comunitaria (a la institución fundada) y eclesial (como bien de toda la Iglesia). Aunque el carisma se comunica a la persona, siempre para el bien de toda la institución y de toda la Iglesia, se puede decir que se transmite en cuanto a su espí­ritu, pero hay algo que parece estrictamente personal e instranferible. En este sentido se puede hablar de algo permanente (el «carisma» en sus orí­genes), que es punto obligado de referencia, y de la aplicación posterior de su espí­ritu, debido a gracias posteriores que deberán estar siempre en armoní­a con el carisma fundacional. La aplicación de los carismas fundacionales (es decir, de su espí­ritu) es siempre perfectible.

Una herencia que afecta a todos los niveles

La impronta que los carismas fundacionales han dejado en personas e instituciones, aparece en la vida personal, comunitaria, apostólica, litúrgica, organizativa. Se puede apreciar en los documentos, costumbres, constituciones o reglas, actas de reuniones y capí­tulos, etc. También aparece en las caracterí­sticas o matices con que se pone en práctica la «vida apostólica» en todas sus lí­neas (seguimiento, comunión, misión). Según las modalidades vocacionales, esas caracterí­sticas pueden ser de mayor inserción en lo «secular» (laicado), de consagración radical (vida consagrada), de representación de Cristo Buen Pastor (sacerdocio ministerial).

Las caracterí­sticas de los carismas fundacionales matizan la vida de oración, el camino de perfección, la puesta en práctica de los consejos evangélicos, el estilo de vida de convivencia familiar, las peculiaridades de la acción apostólica (enfermos, pobres, jóvenes, educación, campos caritativos, misión «ad gentes», etc.). Son, pues, carismas que afectan los ámbitos de la contemplación, del seguimiento evangélico o perfección, de la vida comunitaria, de la acción y animación en la comunidad eclesial, etc. Su dinámica trinitaria se concreta en la unión con la voluntad del Padre, la sintoní­a de intimidad con Cristo y la fidelidad a las luces y mociones del Espí­ritu Santo (cfr. VC 36).

Fidelidad y renovación

Los carismas hay que estudiarlos y redescubrirlos continuamente, teniendo en cuenta las coordinadas de tiempo y de espacio en que nacieron, la evolución armónica posterior, la aplicación vivencial a cada persona y comunidad. Habrá que distinguir tiempos y culturas, psicologí­a y sociologí­a, gracias permanentes y gracias nuevas del mismo Espí­ritu que inició y que continúa asistiendo la marcha de las instituciones. El proceso de inserción misionera en las diversas culturas (inculturación) necesita una fidelidad constructiva y creativa respecto a las gracias anteriores.

El carisma funcional se va convirtiendo en una historia o herencia de gracia, que pide fidelidad dinámica y creativa, siempre en armoní­a con los inicios y con la actuación eclesial de cada época. Como todo carisma, el carisma fundacional es un don que forma parte del misterio de la Iglesia, para edificarla en comunión con otros carismas y en sentido de misión universal, hacia «la plenitud en Cristo» (Ef 4,12-13), viviendo «la verdad en el amor» y, de este modo, «crecer en todo hacia aquel que es la Cabeza, Cristo» (Ef 4,15).

Referencias Carismas, figuras misioneras, modelos apostólicos, renovación eclesial.

Lectura de documentos PC 2; VC 5, 9, 36-37, 46, 48, 52, 62, 64, 79-83, 93-94.

Bibliografí­a AA.VV., L’ésprit des Fondateurs et notre renouveaux religieux (Ottawa 1976); F. CIARDI, Los fundadores hombres del Espí­ritu (Madrid, Paulinas, 1983); EFREN DE LA M. DE DIOS, Carisma personal y carisma institucional. Contrastes Revista Española de Espiritualidad 31 (1972) 7-25; F. JUBERIAS, La paternidad de los fundadores Vida Religiosa 32 (1972) 317-327; J.M. LOZANO, El fundador y su familia religiosa. Inspiración y carisma (Madrid 1978); I. MORIONES, Il carisma dei fondatori (Roma 1974); S.M. GONZALEZ SILVA, Nuovi criteri di lettura nei santi fondatori (secoli XVIII-XIX) Claretianum 2 (1986) 97-124; A. ROMANO, I fondatori, profezia della storia (Milano 1989); A. ROMERO, Carisma, en Diccionario Teológico de la Vida Consagrada (Madrid, Pub. Claretianas, 1989) 142-158; M. RUIZ JURADO, Vida consagrada y carisma de los fundadores, en Vaticano II. Balance y perspectivas (Salamanca, Sí­gueme, 1989) 801-815; J.M.R. TILLARD, Le dynamisme des fondations Vocation 295 (1981) 18-33.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización