CARISMA

griego járisma, regalo, don generoso, gratuito. En el N. T., don especial concedido especí­ficamente a un cristiano por el Espí­ritu Santo, para bien del que lo recibe y de la comunidad. Estos dones son diversos, 1 Co 12, 4, los carismas son diferentes, Rm 12, 6. Aquí­ se pone el sí­mil del cuerpo humano, para explicar la diversidad de carismas, que es uno solo pero con diferentes miembros y cada uno tiene una función, 1 Co 12, 12-30.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

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Gracia que se otorga para bien de los demás. Etimológicamente significa don o regalo (jaris, en griego). Teológica y ascéticamente se ha ido imponiendo en la terminologí­a eclesial el sentido de «regalo divino dado a un seguidor de Jesús en orden de la salvación.

En el Nuevo Testamento aparece el término 156 veces en forma simple y otras 98 en composición con otros prefijos o sufijos. Tal frecuencia expresa la conciencia clara de los evangelistas de que el cristiano vive del don divino de la salvación, no sólo para sí­, sino para la humanidad entera. En consecuencia hay que descubrir los dones como «carismas», no como «regalos personales».

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DicEc
 
La palabra carisma y su función dieron lugar a un enfrentamiento de posturas en el segundo perí­odo de sesiones del Vaticano II. El cardenal E. Ruffini objetó contra el énfasis puesto en el carisma en la Constitución sobre la Iglesia. Mantuvo una postura, denominada «dispensacionalista», según la cual el carisma, aunque difundido en la Iglesia primitiva, cesó tras los primeros siglos para quedar reservado a casos y personas excepcionales. La concepción opuesta era la manifestada por el cardenal L. J. Suenens en un discurso notable pronunciado el 22 de octubre de 1963. Su concepción de que el carisma pertenecí­a a la naturaleza de la Iglesia era reflejo de importantes escritos de la década de 1950; esta concepción acabó imponiéndose en el concilio. La enseñanza del concilio reclama una cuidadosa relectura de los datos del Nuevo Testamento.

La palabra «carisma» (en griego charisma, plural charismata) deriva de la palabra griega charis, que significa «gracia». Su significación exacta se desprende en cada caso del contexto. En Pablo puede significar el don fundamental de la redención y la vida eterna (por ejemplo, Rom 5,15-16) o dones particulares como los concedidos al pueblo de Israel (Rom 11,29). El uso paulino especí­fico es en plural y se refiere principalmente a los dones conferidos dentro del cuerpo o comunidad. En lPe 4,10-11 los distintos dones se dividen en dos grupos: dones de palabra y dones de servicio. Ambos deben usarse en beneficio de los demás y para gloria de Dios. Está supuesta además la idea de que cada persona ha recibido un don, presuposición que aparece también en Pablo (cf ICor 7,7; 12,7.11). Pablo se muestra extremadamente positivo respecto de los carismas, a pesar de la confusión y desorden que estos ocasionan en Corinto (lCor 12-14): «Aspirad a los dones espirituales» (pneumatika, ICor 14,1).

Hay cuatro listas de carismas en el Nuevo Testamento. La Iglesia de Corinto estaba particularmente favorecida por ellos (lCor 1,4-7; cf lCor 12,4-11; lCor 12,27-30). Antes de visitar Roma (Rom 1,10-13; 15,24. 32), Pablo habí­a oí­do hablar de los dones carismáticos de esta Iglesia, o esperaba encontrarlos en ella (Rom 12,4-8). Finalmente, hay también una lista en Ef 4,11-13. El contexto de estos carismas es el «cuerpo», que es enriquecido por su diversidad. Su finalidad es el «beneficio» (pros to sumpheron, ICor 12,7; cf 14,12), es decir, la edificación de la comunidad. No hay ninguna razón para pensar que el Nuevo Testamento presente en ninguna parte una lista exhaustiva de los carismas; Pablo habla de los carismas que existen de hecho en Corinto y de los que espera encontrar en Roma. Tampoco se establece un orden de valoración entre los carismas, aunque se hacen algunas indicaciones sobre su importancia relativa: los apóstoles y los profetas aparecen en primer lugar; la profecí­a está por encima del don de lenguas, que viene después (cf 1Cor 12,10.28 con 14,1-5). No siempre está claro en las listas del Nuevo Testamento dónde está hablando el autor de un oficio eclesial con su don correspondiente y dónde se trata de una mera referencia al don. El amor no se enumera entre los dones; es «un camino más excelente», en el cual los carismas encuentran su sentido (lCor 12,31—13,10). Como muestra la experiencia de la Iglesia en Corinto, la posesión de carisma no garantiza la santidad personal. Los portadores de carisma (pneumatikoi, lCor 3,1-3; 14,37) y la comunidad carismática en su conjunto dan allí­ amplias pruebas de su condición pecadora y frágil. Por otro lado, en la época de Mateo (ca. 85) a algunos portadores de poderosos carismas se les advierte que su conducta personal puede colocarlos fuera del reino escatológico (Mt 7,21-23). En Marcos la presencia de carisma se asocia a la fe (pisteusasin, 16,17). El don se da a los que creen y ha de usarse en la fe; las personas indignas moralmente pueden también ejercer dones auténticos. Aunque san Pablo habla de un carisma de discernimiento (lCor 12,10, diakriseis pneumatón), pronto encontramos, por ejemplo en la >Didaché, un discernimiento de los dones, en particular la profecí­a, basado en gran medida en la conducta de sus detentadores.

Los carismas aparecen también en el perí­odo posterior al Nuevo Testamento. La Didaché establece normas para los apóstoles y los profetas. El único carisma mencionado por >Ignacio de Antioquí­a es el de una profecí­a pronunciada por él mismo. Los habitantes de Esmirna recuerdan a Policarpo como un maestro apostólico y profético. Varios escritores antiguos hablan del «espí­ritu profético» refiriéndose al Espí­ritu Santo, que inspiró tanto a los profetas del Antiguo como a los del Nuevo Testamento. La primera parte, perdida, de la >Tradición apostólica, del siglo III, era un tratado sobre los carismas. La idea de un carisma de oficio (Amtscharisma) aparece de modo incipiente en esta obra, pero serán Cipriano, Firmiliano y otros quienes la desarrollen. Ireneo conocí­a carismas al modo de los que aparecen en el Nuevo Testamento, especialmente los de profecí­a y curación Usa las palabras charisma, charis y dórea para designar todo don de la gracia divina, incluido el mismo Espí­ritu Santo. Insiste en el ví­nculo vital existente entre el Espí­ritu Santo y la Iglesia. Los charismata del Espí­ritu están situados en la Iglesia y sólo se encuentran en su seno. Orí­genes encontraba sólo vestigios (ichné) de los carismas del Nuevo Testamento.

Pero poco a poco los carismas fueron declinando: el montanismo hizo a la Iglesia precavida ante los fenómenos extraordinarios; el episcopado se hizo más fuerte y asumió la mayorí­a de las iniciativas de la vida de la Iglesia. En tiempos de Agustí­n los carismas tení­an poco relieve. En una obra temprana observaba que el Espí­ritu Santo ya no se hací­a visible en el momento de la >imposición de manos; interpretaba además el don de lenguas como el gran número de lenguas habladas de hecho en la Iglesia, extendida a lo largo y ancho del mundo. Pero en sus obras posteriores dice que ha oí­do hablar de numerosas curaciones en su región.

En la Edad media podemos considerar a santo Tomás de Aquino como una figura representativa. En De veritate, q.27 (1258-1259) distingue la gratia gratum faciens (la gracia que hace santo o gracia santificante) de la gratia gratis datum (la gracia dada libremente, es decir, para los demás). Dentro de esta última coloca los carismas. Trata de ellos en diferentes obras, tratando de poner en relación las enseñanzas de la Escritura con la Iglesia primitiva y con la Iglesia que él conocí­a; inevitablemente en este último caso su experiencia y, por consiguiente, su comprensión son limitadas, aunque no deja de haber en él profundas intuiciones y perspicaces observaciones.

La eclesiologí­a institucional del perí­odo de la Reforma y de la pos-Reforma deja poco espacio a la reflexión sobre el carisma; se insiste principalmente en la autoridad y en la visibilidad de la Iglesia. El carisma pertenece más a la hagiografí­a que a la eclesiologí­a. En el siglo XX, R. Sohm (1841-1917) consideró la Iglesia como un cuerpo puramente espiritual y carismático, y rechazó el derecho canónico como una renuncia al primitivo ideal del cristianismo. M. Weber (1864-1920) estudió el carisma primariamente desde el punto de vista sociológico, pero aplicó sus hallazgos también a la religión. La autoridad puede ser de tres tipos: tradicional, basada en el pasado; racional, basada en la necesidad de administración; carismática, basada en la inspiración de un lí­der. A medida que avanza el siglo, el carisma y la institución se consideran cada vez más en oposición. En la enseñanza de Pí­o XII hay dos referencias importantes al carisma: en la encí­clica Mystici corporis (1943) y con ocasión de la canonización de Pí­o X, señala la tentación de ver en la Iglesia dos órdenes de actividad, la jerárquica y la carismática (a menudo llamada profética); ambos están previstos y ordenados por Cristo y ambos están igualmente configurados por el Espí­ritu Santo
En el Vaticano II se hacen algunas referencias generales al carisma: el Espí­ritu Santo instruye y dirige a la Iglesia a través de una diversidad de dones, tanto jerárquicos como carismáticos (LG 4; cf LG 7). El tema se aborda principalmente en LG 12: el Espí­ritu Santo santifica a la Iglesia aparte de los sacramentos, los ministerios y las virtudes, porque «también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, «distribuyendo a cada uno según quiere» (1 Cor 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno… se le otorga la manifestación del Espí­ritu para común utilidad» (1Cor 12,7)». El texto sigue hablando de los dones que son extraordinarios o más simples y más ampliamente difundidos, y añade: «El juicio de su autenticidad (de los carismas) y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espí­ritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf ITes 5,12.19-21)». Se llaman gracias «especiales» por el modo en que son dadas: directamente por el Espí­ritu Santo, y por su finalidad, que es el servicio de la Iglesiay del mundo. Mientras que los carismas en el Nuevo Testamento pueden describirse como «dones libres del Espí­ritu encaminados a la edificación de la Iglesia, el cuerpo de Cristo», en los documentos del concilio, de manera más amplia, el carisma puede describirse como «una capacidad libremente otorgada y una disposición para cierto tipo de servicios que contribuyen a la renovación y edificación de la Iglesia».

Hay otros dos textos sobre el carisma referidos particularmente a los laicos: «Examinando (los sacerdotes) si los espí­ritus son de Dios, descubran con sentido de fe, reconozcan con gozo y fomenten con diligencia los multiformes carismas de los laicos, tanto los humildes como los más altos» (PO 9). «Es la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de ejercitarlos para bien de la humanidad y edificación de la Iglesia en el seno de la propia Iglesia y en medio del mundo» (AA 3; cf AG 28). Los clérigos no han de considerar los carismas de los laicos como una amenaza, sino como un don para la Iglesia, que han de fomentar y servir.

En la revisión del Código de Derecho canónico estos textos están sorprendentemente ausentes de la lista de derechos y deberes de los fieles laicos (cc. 208-231), especialmente a la luz del documento de Juan Pablo II Sacrae disciplinae leges, que, al introducir el Código, afirma que este establece un orden para el ejercicio fructí­fero del amor, la gracia y los carismas. El carisma figura en los borradores de la ley hasta 1982, fecha en que es suprimido; se consideraque AA 3 está bien, pero no es jurí­dico, con lo cual el tema del carisma se queda en la Introducción del Código.
Desde el Vaticano II ha habido una literatura abundantí­sima sobre el carisma. Parte de esta literatura procede de la >renovación carismática y refleja el redescubrimiento en la vida de la Iglesia de los carismas enumerados en el Nuevo Testamento. Las >Iglesias pentecostales tienen una vasta experiencia de los carismas y han reflexionado mucho sobre su uso adecuado e inadecuado. Pero la discusión se ha centrado principalmente en la tensión existente entre carisma e institución u oficio. Esta tensión se encuentra ya en el Nuevo Testamento. En el primer libro del Nuevo Testamento (ca. 50) Pablo exhorta a los tesalonicenses a discernir entre los dones, pero también los anima a no ahogar el Espí­ritu ni rechazar la profecí­a (1Tes 5,19-21). Por otro lado, como alguien que tiene autoridad en la Iglesia de Corinto, establece criterios para el discernimiento y ordena el uso de los carismas en esta Iglesia (1Cor 14).

A principios del siglo XX R. Sohm concibió la Iglesia como primariamente carismática. Consideró los elementos institucionales, y especialmente el derecho, como profanos y antievangélicos, como una prueba de hecho de la corrupción del catolicismo (>Protocatolicismo). Aunque las posturas de Sohm rara vez se encuentran en nuestros dí­as en todo su rigor, el problema planteado por él permanece subyacente en las eclesiologí­as que expresan claramente su preferencia por el modelo de Iglesia de Corinto frente a otros modelos, particularmente el de las epí­stolas pastorales.

Algunos autores, en su afán de salvaguardar y promover el papel del carisma, no dicen lo suficiente acerca del papel de la institución. Pero de hecho es mucho más común el defecto contrario: no se le concede al carisma su papel propio y pleno en la Iglesia, especialmente en el ámbito local. En algunas de las >teologí­as de la liberación y, en general, en las Iglesias, tanto las protestantes como la católica, existe la conciencia de este problema. Se plantean problemas tanto prácticos como teológicos. Hay en la práctica gran necesidad de conversión por parte de los pastores para poder aceptar y fomentar los dones carismáticos de los laicos (PO 9; AA 3) y reconocer su ministerio en la Iglesia. Incluso cuando los pastores tienen una visión clara de la cuestión existe el peligro de la clericalización de su actitud. Los laicos tampoco están libres de una mentalidad clerical cuando acuden a los pastores para que inicien, dirijan o aprueben su labor en áreas en las que ellos tienen la vocación, la competencia y los carismas adecuados. Es probable que la mayorí­a de los que no ponen un especial empeño en evitar la clericalización estén infectados de ella.

El problema teórico estriba en la relación entre carisma e institución. La solución reside en la afirmación vigorosa de que tanto la institución como el carisma proceden del mismo Espí­ritu Santo. De hecho, si no existe tensión entre el carisma y la institución, es que probablemente, o se ha suprimido el carisma, o no se concede a las instituciones de la Iglesia la oportunidad de desempeñar su función, procedente también del Espí­ritu. La Iglesia como institución tiene que ser naturalmente conservadora; en cuanto tal necesita del carisma y de la actividad del Espí­ritu Santo para vivificarla (AG 4). Por otro lado, los pastores tienen que discernir los carismas (LG 12; PO 9; AA 3). Pero, a su vez, los pastores necesitan del carisma para desempeñar su propia función. El carisma, conocido antes como «la gracia de oficio», es la garantí­a última de que la autoridad y la institución desempeñan una función salutí­fera en la Iglesia. La autoridad, por ejemplo, se da verdaderamente en la Iglesia, pero sólo el carisma asegura que esta se ejerce en general en el amor. Por último, hay que subrayar que la oposición inicial entre la autoridad de la Iglesia y un presunto carisma no significa que el carisma no sea auténtico, o que no sea obra del Espí­ritu Santo. La historia tiene muchas lecciones que darnos en esta materia: la Iglesia católica ignoró durante décadas el movimiento ecuménico; muchos santos y figuras heroicas del pasado pasaron su vida en la penumbra, o fueron activamente perseguidos, como san Juan de la Cruz, santa Juana de Arco, Newmann y algunos destacados teólogos de la década de 1950. El discernimiento mismo es un carisma, pero puede usarse mal. El único criterio definitivo es el proporcionado por las palabras del Señor: «Por sus obras los conoceréis» (Mt 7,20). Es posible que durante un perí­odo el poseedor de un carisma sea incomprendido y tenga que sufrir pacientemente. La tensión entre carisma e institución nunca se resolverá, sino que se mantendrá creativamente movida por el Espí­ritu, que es de quien proceden estos dos dones de la Iglesia.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

Carisma, en sentido estricto, es un don, una gracia que Dios da a una persona concreta, para que ésta lo ponga al servicio de la comunidad (Rom 12,6; 1 Cor 1,7; 1 Tim 4,14). Dios lo concede en atención a la comunidad y no por los méritos de la persona que lo recibe. En la primitiva Iglesia habí­a abundancia de carismas: apóstoles, profetas, evangelistas, doctores, pastores, taumaturgos, diaconí­a, glosolalia, don de interpretación, etc. (Rom 12,6-8; 1 Cor 12,28-30; Ef 4,11), todos ellos para edificación del cuerpo de Cristo y como servicio a la caridad fraterna (1 Cor 12,4-30). Esto lo anunció ya el profeta Joel (JI 3,1) y lo vio realizado San Marcos (Mc 16, 17). Todos los carismas provienen del mismo Espí­ritu (1 Cor 12,11), que los reparte como quiere; por encima de todos ellos está la caridad (1 Cor 13).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Se entiende por carisma un don espiritual concedido por Dios a un creyente, el cual, viviendo una experiencia religiosa de especial intensidad, es capaz de condicionar de manera extraordinaria la vida espiritual de un grupo o de una época histórica.

Este ((don» se presenta como una novedad y guarda relación con la misma raí­z de charis (gracia).

De aquí­ nace su triple caracterí­stica: -don que procede de la gracia de Dios» – don con carácter de utilidad pública, – don que se remonta al Espí­ritu.

– Don que procede de la gracia.- El «don» es una manifestación de la acci6n del Espí­ritu en la Iglesia. La gracia en su aspecto divinizante presenta un carácter eminentente histórico-dialogal: el hombre es libre a pesar del pecado original (originado) y de la concupiscencia. Por eso acoge libremente o rechaza la gracia que se le ofrece.

– Don con carácter de utilidad pública.- El hombre transformado por la gracia puede hacer el bien (Gál 6,9), «hacer obras buenas» (Mt 5,16: 1 Tim 6,18; Tit 3,8-14), «vencer el mal con el bien» (Rom 12,21). A este bien corresponde un «deber ser» que no suprime, sino que presupone la libertad, y llama a una decisión determinada en su contenido.

– Don que se remonta al Espí­ritu. La vida en el Espí­ritu es una vida en la fe; es una experiencia real y una certeza concreta, porque es la experiencia de una presencia. Sin embargo, todos los carismas » desde los relativamente externos (el don de las lenguas o de curación: 1 Cor 12,28: 14,12) hasta los «dones superiores» (1 Cor 12,31) de fe, de esperanza y de caridad, están al ser vicio del evangelio, del que dan testimonio.

A. A. Tozzi

Bibl.: J Alonso, Los carisl71as en la Iglesia ~, su evolución, Madrid 1978; L. Sartori, Carismas y ministerios, en DTI, 11, 9-24; A, VanhoYe. Carisma, en NDTB, 282-287.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Actualidad del tema. II. Sentido del término: 1. Del griego al castellano; 2. Sentido general 3. Sentido especí­fico; 4. Aspectos principales; 5. Listas de carismas. III. Realidad de los carismas: 1. En el AT; 2. En la Iglesia primitiva. IV. Problemas: 1. Peligros; 2. Carisma y autoridad; 3. Carismas y ministerios; 4. Estructura de la Iglesia.

I. ACTUALIDAD DEL TEMA. Por diversas razones se ha puesto de actualidad el tema de los carismas. En el concilio Vaticano II hubo discusiones bastante vivas en este sentido. Se oponí­an dos conceptos: el carisma como don extraordinario, milagroso, concedido por Dios de forma excepcional, y el carisma como don de gracia capaz de formas muy variadas y difundido abundantemente en la vida de la Iglesia. Prevaleció el segundo concepto (LG 12 ).Antes del concilio, e incluso después, algunos teólogos propugnaron la idea de una estructura carismática de la Iglesia, oponiéndola más o menos claramente a la estructura jerárquica. Por otra parte, un movimiento de renovación espiritual, convencido de que habí­a vuelto a encontrar los carismas más especí­ficos de la Iglesia primitiva, tomó el nombre de «renovación carismática», mientras que las diversas congregaciones religiosas consideran que deben su origen y su especificidad a un carisma particular. El uso de la palabra se extendió además al mundo polí­tico, que utiliza en varí­as ocasiones las expresiones «lí­der carismático» y «autoridad carismática».

El punto de partida de todo esto se encuentra en el NT. Pero no hay que confundir el punto de partida con la evolución posterior. La teologí­a bí­blica no puede pretender el estudio en toda su amplitud de la cuestión de los carismas. Su tarea se limita a la aportación del NT en este campo. Hay que distinguir los problemas del lenguaje: si en el NT la palabra griega járisma posee ya un sentido técnico y a qué clase de dones se aplica, y los problemas de la realidad: qué relaciones se pueden discernir en el NT entre carismas y ministerios, entre carismas y autoridad en la Iglesia, y en qué sentido se puede atribuir a la Iglesia una estructura carismática.

II. SENTIDO DEL TERMINO. No resulta fácil definir el sentido preciso de carisma, ya que este término goza de una situación compleja.

1. DEL GRIEGO AL CASTELLANO. La palabra járisma en griego es de formación tardí­a. En los escritos profanos no aparece antes de Cristo. Aparece pocas veces en los escritos judeo-helenistas. En el AT griego sólo es posible encontrarla en dos variantes del Sirácida (Sir 7:33 Sinaiticus; Sir 38:30 Vaticanus).Filón la utiliza tres veces (Legum Alleg. 3,78). Por el contrario, en el NT es relativamente frecuente: se utiliza 17 veces, de ellas 16 en las cartas paulinas y una en 1Pe 4:10.

El sentido general de járisma no era oscuro para los griegos, ya que esta palabra está formada de una raí­z muy conocida y un sufijo corriente. Se trata de un sustantivo derivado del verbo jarí­zomai, que significa mostrarse amable y generoso, regalar algo. El sufijo -ma indica el producto de la acción. Así­ pues, járisma significa «don generoso», «regalo». Un papiro antiguo utiliza este término para designar los regalos ofrecidos a los marineros. Existe un parentesco entre járisma y el nombre griego de la gracia», járis.

«Carisma» en nuestra lengua es la transcripción de la palabra griega. Pero hay que observar que la situación semántica es distinta, por el hecho de que en español «carisma» es una palabra extraña, trasplantada aisladamente a nuestro idioma. En griego járisma no tení­a necesariamente un sentido técnico, mientras que en castellano «carisma» se usa solamente como término técnico. El parentesco significativo entre járisma y járis no aparece ni mucho menos en nuestras palabras «carisma» y «gracia».

2. SENTIDO GENERAL. En varios pasajes del NT jarisma tiene su sentido general de «don generoso» y no puede traducirse por «carisma» sin provocar un equí­voco. En Rom 5:15-16, por ejemplo, el término designa el don divino de la redención por medio de Cristo, don que Pablo contrapone al pecado de Adán: «El delito de Adán no puede compararse con el don de gracia… El delito de uno solo no puede compararse con el don de gracia, pues por un solo delito vino la condenación, y por el don de gracia, a pesar de muchos delitos, vino la absolución». En Rom 6:23 este mismo término se aplica a una realidad todaví­a más amplia: «El don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro». En Rom 11:29 el plural indica una gran diversidad de favores divinos: «los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables». En 2Co 1:11 Pablo utiliza járisma para aludir a un favor divino determinado, es decir, la liberación de un peligro de muerte. En tres pasajes de 1 Cor, el doble plural jarí­smata iamátón, «dones de curación» (1Co 12:9.2$.30) sirve para designar las curaciones debidas a un don especial de Dios. En todos estos casos no se puede hablar de un sentido técnico para la palabra griega. Sólo hay que indicar que en el NT járisma no sirve nunca para designar un regalo hecho por un hombre, sino que se aplica solamente a los dones de Dios.

3. SENTIDO ESPECIFICO. En algunos textos, pocos pero importantes (Rom 12:6; ICor 12,4.31; 1Pe 4:10), es posible discernir una tendencia a darle a járisma un sentido especí­fico. Estos textos han dado origen al sentido técnico de carisma. Pero este sentido técnico no está aún claramente definido en él NT.

El rasgo principal del sentido especí­fico es la diversidad de esos carismas: «Hay diversidad de dones» (lCor 12,4); «tenemos carismas diferentes» (Rom 12:6). Esta diversidad debe entenderse en el sentido de que no todos tienen tal o cual carisma (cf 1Co 12:29-30). Así­ pues, los carismas no forman parte de las gracias fundamentales, necesarias a todo cristiano. Son dones particulares, distribuidos según el beneplácito de Dios para el bien de cada. uno y la utilidad de todos.

De aquí­ se sigue la distinción entre carismas y virtudes, en particular entre carismas y caridad. Si tomamos járisma en su sentido más general, podemos y debemos decir que la caridad es un járisma, es decir, un don de Dios; más aún, el don más bello de Dios. Pero si tomamos járisma en el sentido especí­fico de don especial, atribuido a tal cristiano y no a tal otro, entonces no podemos aplicar este término a la caridad. La caridad no es un carisma particular; la necesitan todos. Algunos autores siembran la confusión al no establecer esta distinción elemental.

4. ASPECTOS PRINCIPALES. Los dos textos más explí­citos sobre los carismas (lCor 12; Rom 12) utilizan la comparación del cuerpo humano para explicar el sentido de la diversidad de los carismas. «Porque el cuerpo no es un miembro, sino muchos» (1Cor 12 14). Entre los miembros del cuerpo, la diversidad es normal, incluso necesaria. No se opone a la unidad del cuerpo, sino que, por el contrario, hace posible la unidad por medio de la complementariedad mutua. «Y si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estarí­a el cuerpo? Hay muchos miembros, pero un solo cuerpo» (lCor 12,19s). Todos los cristianos son los miembros diversos del único cuerpo de Cristo.

Pablo en Rom 12:6 y Pedro en 1Pe 4:10 manifiestan una relación estrecha entre carismas y gracia de Dios. Los carismas son una expresión de la «multiforme gracia divina». Se sugiere, por tanto, una distinción entre los carismas, que pertenecen al orden de la gracia, y los talentos humanos, que pertenecen al orden de la naturaleza.

Afirmado con claridad el origen divino de los carismas, no se expresa siempre, sin embargo, del mismo modo. El pasaje de ICor 12,4-11 subraya fuertemente la relación entre carismas y Espí­ritu Santo: «Todo esto lo lleva a cabo el único y mismo Espí­ritu, repartiendo a cada uno sus dones como quiere» (lCor 12,11). Los demás textos, sin embargo, no hacen mención del Espí­ritu Santo. En 1Co 12:28 el que se menciona es Dios; y de forma parecida en 1Pe 4:10 y 2Ti 1:6.

A menudo los teólogos definen los carismas o «gratiae gratis datae» como dones destinados a la utilidad de los demás. La frase de 1Co 12:7, en la que se basan, no expresa este detalle, sino que habla solamente de utilidad; y otros pasajes del mismo discurso muestran que según Pablo es posible que un carisma no sirva a la utilidad de los demás, sino sólo a la de la misma persona. Tal es el caso del hablar en lenguas: «El que habla en lenguas extrañas se aprovecha a sí­ mismo» (lCor 14,4). No obstante, hay que reconocer que la mayor parte de los textos insiste en el deber de poner los propios carismas al servicio de los demás. De esta manera serán también plenamente útiles a la propia persona, que se servirá de ellos para crecer en la caridad.

No hay ningún texto que exprese una contraposición entre carisma e institución. Lejos de poner por una parte los carismas y por otra las posiciones oficiales, Pablo declara en la misma frase que Dios ha establecido una jerarquí­a de posiciones en la Iglesia y otros dones no jerárquicos (1Co 12:28). El ví­nculo que establecen las cartas pastorales entre un rito de imposición de manos y la concesión de un carisma de ministerio no puede extrañarnos, ya que se sitúa en la misma lí­nea que el ví­nculo entre el /bautismo y el don del /Espí­ritu Santo.

5. LISTAS DE CARISMAS. Algunos textos presentan una lista de carismas. Pera nunca se trata de una enumeración sistemática. La lista de 1Co 12:8 no se introduce como una lista de carismas, sino como una serie de formas diversas de «manifestación del Espí­ritu» (1Co 12:7). La frase de 1Co 12:28 comienza con una enumeración de posiciones fijadas por Dios en la Iglesia, y luego relaciona con ellas otros dones. En Rom 12:6s Pablo pasa de una lista de carismas a una serie de exhortaciones que valen para todos. En 1Pe 4:10s Pedro se contenta con indicar dos grandes categorí­as, una para el hablar y la otra para el actuar, sin entrar en detalles sobre las numerosas formas que pueden tomar los carismas. Así­ pues, no es posible determinar a partir del NT una lista precisa y completa de los carismas.

Entre los carismas enumerados encontramos dones sensacionales (hablar en lenguas, hacer milagros), dones ordinarios (enseñanza, servicio), ministerios jerárquicos (lCor 12 28; cf Efe 4:11) y actividades diversas (beneficencia, exhortación). Los dones sensacionales, mencionados en las listas de 1 Cor 12, provocan algunas advertencias, especialmente el hablar en lenguas. La lista de Rom 12 no alude ya al hablar en lenguas ni a los milagros; la de 1Pe 4:10s es aún más discreta. Se nota, por tanto, una tendencia progresiva a insistir más en los dones menos vistosos, que son de utilidad constante para la vida de la comunidad cristiana.

III. REALIDAD DE LOS CARISMAS. Para tratar de forma más completa la cuestión de los carismas, es necesario prolongar la investigación más allá de los pocos textos bí­blicos que utilizan la palabra járisma.

1. EN EL AT. En muchos pasajes del AT aparecen dones especiales de Dios, análogos a los carismas. /Moisés, profeta sin igual ( Deu 34:10ss), libertador de su pueblo y mediador de la ley, puede muy bien ser considerado como un gran carismático. Su carisma de jefe fue comunicado parcialmente a los 70 ancianos que habrí­an de ayudarle a «llevar el peso del pueblo» (Núm 11:16-25), es decir, a gobernar y a administrar justicia. En tiempos de los /Jueces Dios suscitó para Israel otros jefes carismáticos, de los que se dice que «el espí­ritu del Señor estaba sobre ellos»: así­ Otoniel (Jue 3:10), Gedeón (Jue 6:34), Jefté (Jue 11:29), Sansón (Jue 13:25; Jue 14:6; etc.). El otro carisma de Moisés, el carisma profético, se manifestó a menudo de forma impresionante en la historia de Israel; en algunos casos iba acompañado del don de hacer milagros (historia de /Elí­as y de Eliseo: 1Re 17; 2Re 2). Pero se puede hablar también de carismas para dones menos extraordinarios; por ejemplo en el caso de Besalel, encargado de fabricar la tienda de la reunión y todos los objetos destinados al culto divino (Exo 31:2-6; Exo 35:31-35). A veces aparece cierta tensión entre carismas e instituciones, especialmente en el caso de los profetas, que critican duramente a los dirigentes, a los sacerdotes, el culto. Pero no se trata de oposición sistemática. En efecto, los carismas pueden estar ligados a un rito: imposición de las manos (Deu 34:9) o unción (1San1 16,13).

2. EN LA IGLESIA PRIMITIVA. El carisma atestiguado con mayor frecuencia entre los profetas es el profético, es decir, el don de la inspiración. El dí­a de pentecostés Pedro proclama el cumplimiento de la predicción de Joel, en la que Dios anunciaba: «Derramaré mi espí­ritu sobre todos los hombres, vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán» (JI 3,1; Heb 2:17). Los Hechos de los Apóstoles mencionan numerosos casos de inspiración profética, a veces colectiva (Heb 19:6), pero ordinariamente individual. Hay profetas cristianos en Jerusalén (Heb 11:27) y en Antioquí­a (Heb 13:1). La palabra de Dios se hace sentir por medio de ellos bajo la forma de predicción (Heb 11:28; Heb 21:10s) o de comunicación de la voluntad de Dios (Heb 13:2). El don de profecí­a se manifiesta también entre las mujeres (Heb 21:9; cf Luc 2:36; Exo 15:20; Jue 4:4; 2Re 22:14). Las cartas paulinas demuestran igualmente la importancia del don de la profecí­a en las primeras comunidades cristianas. Ya en 1Ts 5:20 Pablo alude a él, y luego lo coloca regularmente en sus listas (1Co 12:10.28; Rom 12:6; Efe 4:11). También las mujeres pueden tener inspiraciones proféticas (1Co 11:5). Pablo destaca fuertemente el valor del don de profecí­a para la edificación de la Iglesia (1Cor 14). En las asambleas cristianas, lo prefiere al hablar en lenguas.

El hablar en lenguas o glosolalia es presentado de forma distinta por Pablo y por Lucas. En Heb 2:4-11 Lucas indica que se trataba de reconocer lenguas extrañas. Lucas no establece una clara diferencia entre «hablar en lenguas» y «profetizar» (Heb 19:6). Pablo, por el contrario, los distingue con claridad (1Cor 14): el «hablar en lenguas» consiste en pronunciar palabras nuevas, que no pertenecen a ninguna lengua conocida. El que las escucha no comprende su sentido concreto (Heb 14:2.16), como tampoco el que las dice (Heb 14:14). Solamente es clara la intención general: se trata de alabar a Dios, de darle gracias, de orar (Heb 14:13-16). Es posible comparar la glosolalia con la música, medio de expresión que utiliza los sonidos sin llegar a hacer un discurso racional.

El don de los milagros se manifiesta en muchas ocasiones. Lucas refiere que «los apóstoles hací­an muchos milagros y prodigios en el pueblo (Heb 5:12), y cuenta detalladamente varios milagros realizados por Pedro (Heb 3:6ss; Heb 9:32-42) y por Pablo (Heb 14:8ss; Heb 20:9ss). En sus cartas el mismo Pablo habla de los milagros que acompañaban a su predicación (2Co 12:12; Rom 15:19) y de los que Dios obraba en las comunidades cristianas (Gál 3:5; .1Co 12:9s).

Como es natural, no se subrayan los dones menos vistosos. Entre éstos hay que citar la «firmeza» y el coraje con que proclamaban la palabra de Dios (Heb 4:33), fruto de la oración y de la intervención del Espí­ritu Santo. El don de «asistir a los necesitados» (1Co 12:28) puede reconocerse en la vida de Tabita (Heb 9:36-39) y de muchas mujeres cristianas; el «don de gobernar» (1Co 12:28), en la solicitud de muchos dirigentes de la Iglesia (1Ts 5:12; 1Co 15:15s); el «servicio» (Rom 12:7; 1Pe 4:11) tiene muchas formas posibles. La Iglesia primitiva se caracteriza por su abundante floración de carismas.

IV. PROBLEMAS. Como cualquier forma viva, los carismas tienen ante todo un aspecto positivo, pero pueden también crear problemas. Tienen que encontrar su puesto justo en la vida espiritual del individuo y de la comunidad.

1. PELIGROS. Los carismas vistosos suscitan fácilmente un entusiasmo desmesurado, que puede llevar a graves ilusiones. Un texto sumamente severo de Mateo pone en guardia contra estas ilusiones: es posible hacer milagros y otras cosas extraordinarias y olvidar al mismo tiempo los aspectos esenciales de la vida cristiana (Mat 7:22-23). Pablo se sitúa en esta misma perspectiva cuando observa que sin la caridad carecen totalmente de utilidad los carismas más impresionantes (1Co 13:1-3). Una insistencia excesiva en los carismas puede crear serios malestares en la comunidad provocando complejos de inferioridad (1Co 12:15s) por una parte y actitudes de soberbia (1Co 12:21) por otra, poniendo así­ en peligro la unión de todos. En las asambleas cristianas, la sobreabundancia de las manifestaciones carismáticas puede provocar una atmósfera nociva de rivalidad, desorden y confusión.

2. CARISMAS Y AUTORIDAD. En 1Cor 14 interviene Pablo con autoridad para imponer reglas concretas sobre el uso de los carismas en las reuniones de la comunidad cristiana. Limita de forma muy estricta el uso de la glosolalia; si en la asamblea no hay nadie que sea capaz de interpretar el discurso misterioso del que habla en lenguas, Pablo no admite ese discurso; si hay un intérprete, permite que dos o todo lo más tres se expresen en lenguas (1Co 14:27s). Estas limitaciones no manifiestan un desprecio de la glosolalia en sí­ misma -Pablo la considera como un don de Dios muy útil para la oración personal (1Co 14:18)-, sino que se fijan desde el punto de vista de la utilidad comunitaria. Se dan preceptos análogos para el uso del don de profecí­a (1Co 14:29ss). También en los otros pasajes, Pablo (Ron,1Co 12:3) y Pedro (1Pe 4:10s) dan instrucciones a propósito de los carismas. De aquí­ resulta evidente que los carismas individuales no pueden ser un motivo para sustraerse de la obediencia a los dirigentes de la Iglesia. Pablo usa un lenguaje muy severo a este propósito (1Co 14:37s).

3. CARISMAS Y MINISTERIOS. Las relaciones entre carismas y ministerios se muestran complejas. No todo carisma guarda relación con un ministerio determinado. La glosolalia, por ejemplo, no está ligada a ningún ministerio, según 1Cor 14. Pero las cartas pastorales afirman un ví­nculo entre el carisma pastoral y un rito de ordenación (1Tim 4;14; 2Ti 1:6). Junto a los carismas pastorales hay otros carismas, no ligados a ministerios ordenados, pero utilí­simos a la vida y a la expansión de la Iglesia.

4. ESTRUCTURA DE LA IGLESIA. La oposición que algunos afirman entre una Iglesia institucional de cuño judeo-cristiano y una Iglesia carismática de cuño paulino no tiene fundamento válido en los textos del NT. Al contrario, se observa una conexión estrecha entre los dos aspectos. El mismo Pablo insiste siempre en la inserción necesaria de los carismas en el cuerpo eclesial, y su forma de hablar con autoridad a los carismáticos demuestra claramente que él no considera los carismas como dones que den derecho a un ministerio autónomo en la Iglesia. El conjunto de los textos del NT nos lleva más bien a afirmar en la fe la existencia de una estructura carismático-institucional de la Iglesia, cuyo fundamento y modelo se encuentra en la institución de los doce, escogidos por Jesús (Mar 3:13ss) y llenos del Espí­ritu Santo (Heb 2:4) para formar la Iglesia de Dios.

La Iglesia no es una gran máquina administrativa, sino un organismo vivo, «cuerpo de Cristo» (1Co 12:27; Rom 12:5; Efe 4:12), animado por el Espí­ritu Santo (1Co 12:3s; Rom 5:5; Efe 2:21s). Para realizar correctamente cualquier tarea de responsabilidad en la Iglesia no basta la habilidad humana, sino que se necesita la docilidad personal al Espí­ritu Santo. Esta docilidad lleva consigo una actitud positiva respecto a las diversas manifestaciones del Espí­ritu. La jerarquí­a de la Iglesia no pretende tener el monopolio de los dones del Espí­ritu, sino que reconoce con gozo que todos los fieles reciben dones de gracia, cuya diversidad es un gran bien para la Iglesia y para el mundo (LG 12).

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A. Vanhoye

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Puesto que el término «carisma» procede del vocabulario del NT, es necesario comenzar su estudio con el examen de los textos neotestamentarios que lo contienen para poder exponer luego la problemática teológica de los carismas.

1. Járisma es un sustantivo griego derivado del verbo jarí­zesthai, que tiene el sentido de «mostrarse agradable», «hacer un favor». El sufijo -ma indica el efecto de la acción (p.ej., ktí­sma, «criatura»; efecto de ktí­zefn, «crear’. Así­ pues, el sentido de járisma es «don generoso», «regalo». Este término no aparece en el griego clásico y se presenta pocas veces en los papiros griegos; se encuentra en dos variantes del Sirácida (Si 7,33 Sinaiticus; 38,30 Vaticanus) y en dos pasajes de Filón, con el sentido de «don». Es más frecuente en el NT: dieciséis veces en las cartas paulinas (Rom, seis veces; ICor, siete veces; una vez en 2Cor, ITim y 2Tim) y una vez en 1 Pe 4,10.

2. El primer problema sobre este término se refiere a un posible sentido técnico de járisma en estos textos. Se observa cierta especialización: el término aparece siempre en un contexto teológico; nunca designa un don hecho por un hombre a otro, sino siempre un don divino. En varias ocasiones járisma aparece relacionado con járis (la gracia de Dios): Rom 5,15-16; 12,6; ICor 1,4-7; 1Pe 4,10. Pero en este terreno járisma conserva muchas veces su sentido general y no puede traducirse por «carisma»-palabra castellana con sentido técnico-, sino más bien como «don generoso». Así­ en Rom 5,15-16, en donde califica a la redención; en Rom 6,23, donde se aplica a la vida eterna, «don generoso de Dios». En 2Cor 1,11 járisma se refiere a un favor de Dios ocasional, la liberación de un peligro de muerte, obtenida gracias a las oraciones de la comunidad. Así­ pues, su sentido no corresponde a lo que nosotros entendemos por «carisma».

Sin embargo, en otros textos la palabra se aplica a una realidad más especí­fica, es decir, a ciertos dones de gracia que no forman parte de las gracias fundamentales, necesarias para todos, sino que se distribuyen según el beneplácito de Dios. «Pero tenemos carismas (jarí­smata) diferentes» (Rom 12,6); «Cada uno tiene de Dios su propio don (járisma): unos de una manera y otros de otra» (1 Cor 7,7). Pedro habla a este propósito de poner al servicio de los demás los dones (carí­smata) que haya recibido» (1Pe 4,10).

Algunos textos presentan una lista de estos «dones», sin pretender nunca que esta lista sea completa. En 1Cor 12,8-10, Pablo habla al principio de algunos dones más bien modestos («hablar con sabidurí­a», «hablar con conocimiento profundo’; pasa luego a dones más impresionantes («poder de curar a los enfermos», «don de hacer milagros») y acaba con los dones sensacionales de la «profecí­a» y de «hablar lenguas extrañas», que causaban cierta confusión en las reuniones de la comunidad (cf 14,26). La distribución de todos estos dones se le atribuye al «único y mismo Espí­ritu» (12,11). En un párrafo posterior, (12,28) Pablo no habla ya del Espí­ritu, sino que se lo atribuye todo a Dios y presenta una lista distinta, que comienza con una jerarquí­a de puestos («Y así­ Dios ha puesto en la Iglesia en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en tercero, a los maestros’ y continúa con diversos dones («poder de hacer milagros», «don de curar, de asistir a los necesitados, de gobernar, de hablar lenguas extrañas’. En otra lista (Rom 12,6-8), Pablo omite cualquier alusión al hablar en lenguas, a las curaciones y a los milagros; pone al principio la profecí­a y luego menciona solamente las actividades ordinarias, útiles a la vida eclesial: el servicio o el ministerio, la enseñanza, la exhortación, las actividades caritativas, la presidencia, la misericordia. Más esquemático, Pedro indica sólo dos grandes categorí­as: la del servicio y la de la palabra (lPe 4,10). Dos textos de las cartas pastorales hablan de járisma a propósito del ministerio pastoral y precisan que se trata de un don recibido por medio de una imposición de manos (1Tim 4,14; 2Tim 1,6).

Las divergencias que se observan entre estos textos muestran que el término járisma no tení­a todaví­a en el NT el sentido técnico que se le da a «carisma» en la teologí­a posterior. Mas aún: el Patristic Greek Lexicon, de G.W.H. Lampe, nos manifiesta que tampoco se habí­a especializado este término en la patrologí­a griega; en efecto, sus aplicaciones son muy variadas: se designa como járisma al Espirí­tu Santo, al bautismo, a la eucaristí­a, al sacerdocio, al perdón de los pecados, a la castidad y, naturalmente, a la profecí­a y a los milagros.

3. No obstante, sigue siendo posible buscar en algunos textos del NT el fundamento del concepto teológico de «carisma». La verdad es que en la teologí­a latina este concepto se elaboró a partir de ciertos textos y no de la palabra járisma, por la sencilla razón de que la Biblia latina no contení­a esta palabra, excepto en un solo pasaje poco significativo:, «Aemulamini charismata meliora» (ICor 12, 31). En los demás pasajes la Vulgata no traduce járisma de manera uniforme, sino con tres términos diversos: «gratia» (once veces), «donum» (tres veces), donatio (dos veces). Así­ pues, la teologí­a latina medieval no usaba el término «carisma», sino que, inspirándose sobre todo en 1Cor. 12,4-1 1, hablaba de «gracias» particulares. Se hací­a una distinción entre la «gratia gratum faciens», que santificando al alma la hace grata a Dios, y las «gratiae gratis datae»; dones sobrenaturales que no tienen de suyo ese efecto interior (SANTO TOMíS, S.Th. I-II, q. 111, a. 1). Tomás de Aquino ve en I Cor 12,8-10, no sin forzar un poco las cosas, una lista completa y sistemática de estas «gratiae gratis datae» (I-II, q. 111, a. 4). Trata ampliamente de ellas en la IIII, q. 171-178, donde distingue los dones que se refieren al saber (profecí­a, fe, sabidurí­a, discernimiento de espí­ritus, ciencia), al hablar (don de lenguas, y «gratia sermonis») y al obrar (don de hacer milagros).

Para definir el objetivo de las gracias «gratis datae», santo Tomás se refiere a la afirmación de ICor 12,7: «A cada cual se le da la manifestación del Espí­ritu para la utilidad» ; completándola, sin embargo, en el sentido de la utilidad de los demás: «ad utilitatem, scilicet, aliorum» : La gracia gratis dada es una gracia «mediante la cual un hombre ayuda a otro a volver a Dios» (I-II, q. 111,a. 1, responden; a. 4 responden). Esta opinión se ha hecho tradicional y los traductores la introducen en el texto de ICor 12,7, donde hablan de utilidad común. Pero Pablo no escribió «común», y la forma con que luego se expresa a propósito de la glosolalia demuestra que la utilidad de ciertos dones puede muy bien no ser muy común, sino sólo personal: «El que habla en lenguas extrañas se aprovecha a sí­ mismo…; si yo fuera a veros y os hablara en lenguas extrañas, ¿qué os aprovecharí­a?» (ICor 14,4-6). Pablo manifiesta un gran aprecio por el don de la glosolalia (14,5.18), pero no la considera de utilidad común; por eso no admite su manifestación en las asambleas cristianas, a no ser que haya un intérprete que pueda revelar su sentido (14,27-28). Para ser fieles a la enseñanza paulina hay que renunciar, por tanto, a la precisión restrictiva que limita a la utilidad de los demás la importancia de las gracias gratis dadas o de los carismas. En efecto, son frecuentes los carismas útiles a la oración personal o al progreso personal en la virtud.

Dicho esto, hay que reconocer que el mayor número de dones enumerados por Pablo tienen una utilidad común, y que Pedro invita a cada uno de los fieles a poner al servicio de los demás el don de gracia que haya recibido (1Pe 4,10): Por otra parte, es posible que una gracia gratis dada no sea para nada útil al que la ha recibido, sino sólo a otras personas. Pero esto no corresponde a la intención divina; sucede por culpa del individuo. En el evangelio de Mateo se recogen algunas palabras muy severas de Jesús dirigidas a algunos grandes «carismáticos» que realizaron muchos prodigios y hasta echaron demonios, pero que no fueron personalmente dóciles a Dios; serán rechazados por el Señor como «agentes de injusticias» (Mt 7,21-23). Pablo adopta una perspectiva análoga cuando observa que sin la caridad los carismas más impresionantes no tienen la más mí­nima utilidad para quien los ejerce (1 Cor 13,1-3). Por sí­ sola, una actividad carismática no garantiza, ni mucho menos, una relación auténtica con Cristo y con Dios.

4. En los tiempos modernos, el término járisma ha entrado en el vocabulario teológico de la Iglesia latina. El concilio Vaticano II lo ha empleado catorce veces en sus textos oficiales. Por otra parte, la cuestión de los dones carismáticos ha adquirido una nueva actualidad con la aparición de los movimientos pentecostales y carismáticos. El movimiento pentecostal, caracterizado ante todo por fenómenos de glosolalia, comenzó en una Iglesia metodista de Kansas el 1 de enero de 1901 y se extendió luego por los Estados Unidos y por Europa (paí­ses escandinavos, Gran Bretaña, Alemania). Sus excesos provocaron una fuerte oposición (cf Die Berliner Erkldrung de 1909), que no consiguió acabar con él. El movimiento se extendió a la Iglesia católica después del concilio, a partir de 1967; la primera manifestación carismática católica tuvo lugar en los Estados Unidos, en Pittsburgh. Su propagación fue muy rápida. En 1975 un congreso internacional reunió en Roma a 10.000 participantes de más de 60 paí­ses.

5. Durante el concilio hubo un debate muy vivo que opuso dos conceptos de carisma: el carisma como don extraordinario, milagroso, concedido por Dios de forma excepcional, y el carisma como don de gracia ordinario, concedido por Dios para la edificación de la comunidad eclesial. El cardenal Ruffini defendí­a el primer concepto, considerado como «tradicional», mientras que el cardenal Suenens sostení­a el segundo (cf Acta Synodalia Vaticani II, Vaticano 1972, vols. 2-3, 175-178). Al final prevaleció la posición de Suenens, y el concilio adoptó un texto sobre los carismas en el párrafo que trata del oficio «profético» del pueblo de Dios (LG 12). Los carismas se definen allí­ como «gracias especiales» que el Espí­ritu Santo «distribuye entre los fieles de cualquier condición» y «con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia».

El concilio señala además que los carismas pueden ser muy llamativos o bien más sencillos y comunes (`Quae charismata, sive clarissima, sive etiam simpliciora et latius diffusa’). Con esta precisión, el concilio se niega a restringir el concepto de carisma a los dones extraordinarios y milagrosos, aplicándolo también a dones más modestos y menos raros, como los que se enumeran en Rom 12,6-8. En su discurso, el cardenal Suenens habí­a hablado de «personas dotadas por el Espí­ritu Santo con diversos carismas en el campo de la catequesis, de la evangelización, de la acción apostólica de varias maneras, en las obras sociales y en la actividad caritativa». Podrí­an añadirse otros ejemplos.

6. Inspirándose en la distinción teológica entre «gratia gratum faciens»y «gratiae gratis datae», el concilio presenta los carismas como dones funcionales que capacitan a los fieles de cualquier condición para desempeñar varios cargos y realizar diversas obras para el bien de la Iglesia (LG 12). Estas expresiones aluden a la relación entre carismas y ministerios, que es una cuestión discutida. A finales del siglo XIX, A. Harnack proponí­a la distición de dos especies de ministerios en la Iglesia primitiva, los carismáticos y los administrativos (Die Lehre der zw61f Apostel, Leipzig 1884, 96ss; Das Wesen des Christentums, Leipzig 1900, 129). El daba la preferencia a los ministerios carismáticos. Otros autores, más radicales, afirmaron que la Iglesia al principio era sólo carismática, perdiendo luego su naturaleza auténtica y convirtiéndose en una institución jurí­dica. La discusión continúa. En su artí­culo Amt und Gemeinde, E. Kásemann afirma que Pablo «opuso su doctrina de los carismas a la idea de oficio institucionalmente garantizado» (en Exegetische Versuche und Besinnungen, vol. I, Gottinga, 1960, 126). Insipirándose en este artí­culo, H. Küng describe a la comunidad de Corinto como un claro ejemplo de «organización carismática», expresión de la «constitución paulina de la Iglesia» («Concilium» 4 [1965] 45-65; Estructuras de la Iglesia,. Barcelona 1965, 158-167, 213-223).

En realidad, esta tesis es inconsistente. Lo demuestra la actitud misma de Pablo cuando se dirige a los carismáticos de Corinto. En efecto, el apóstol no admite la expansión libre de los carismas individuales, sino que impone a los inspirados de Corinto ciertas reglas concretas y estrictas (1Cor 14,27-29). Lejos de expresar un contraste entre inspiración e institución, Pablo declara en la misma frase que Dios ha establecido una jerarquí­a de puestos y una multiplicidad de dones (1Cor 12,28). Por eso el artí­culo járisma en el TWNT concluye acertadamente que «la famosa distinción entre los carismáticos y las autoridades de la Iglesia no tiene punto de apoyo» (vol. IX, 396), y en el DBS, Cothenet observa que «oponer carisma y jerarquí­a significa salirse de las categorí­as paulinas» (DBS VIII, 1302).

Cabe, ciertamente, la posibilidad de distinguir en las realidades eclesiales aspectos institucionales y aspectos carismáticos, pero no es posible separar por completo estos diversos aspectos, ni mucho menos pretender que son incompatibles. La Iglesia es cuerpo de Cristo y, en cuanto tal, es templo del Espí­ritu Santo. El aspecto institucional del cuerpo, «trabado y unido por medio de todos sus ligamentos, según la actividad propia de cada miembro» (Ef 4,16; cf 2,20-21), es la condición concreta de la auténtica comunión «en el Espí­ritu» (Ef 2,22). Por tanto, la Iglesia tiene una estructura carismático-institucional formada por medio de los sacramentos, en los que la institución y la gracia están estrechamente unidas en virtud del misterio de la encarnación.

Los carismas de los fieles laicos tienen su fuente en el bautismo y en la confirmación, aunque no son efectos necesarios de estos sacramentos, sino que dependen de la libre iniciativa del Espí­ritu, que se recibe por medio de ellos. Los carismas pastorales tienen su fuente en la ordenación presbiteral o episcopal, como atestiguan dos pasajes de las cartas pastorales (1Tim 4,14; 2Tim 1 6). Cuando el concilio declara que el Espí­ritu instruye y dirige a la Iglesia con diversos dones jerárquicos y carismáticos (LG 4), conviene evitar el error de una interpretación que separe las dos categorí­as; en efecto, los dones jerárquicos van generalmente acompañados de diversos dones carismáticos, que hacen a los pastores «aptos y prontos para asumir», de forma espiritualmente personalizada, sus responsabilidades eclesiales. Los fieles laicos reciben otros carismas, que los hacen aptos y prontos para otros servicios en la Iglesia y en el mundo.

El concilio ha evitado, naturalmente, decir que un carisma determinado dé derecho a un ministerio correspondiente. La adopción de una tesis semejante, básica para el concepto de «estructura carismática», engendrarí­a la más completa confusión en el cuerpo de la Iglesia, dejando el campo abierto a todos los ambiciosos e iluminados, a costa de los fieles auténticos. Pues bien, como dice Pablo, «Dios es Dios de paz y no de confusión» (1Cor 14,33). Dicho esto, la praxis de la Iglesia, estimulada por el concilio, consiste en acoger «con gratitud y consuelo» los diversos carismas (LG 12) y en tenerlos muy en cuenta para la admisión en la ordenación y la atribución de los ministerios.

7. La enseñanza y la praxis de san Pablo demuestran que el hecho de haber recibido algún carisma no dispensa, ni mucho menos, del deber de someterse a los pastores de la Iglesia. El auténtico carismático no se encierra obstinadamente en la convicción subjetiva de su propia inspiración, sino que se mantiene abierto a las otras manifestaciones del designio de Dios respecto a él. En particular, acoge como gracia la expresión de la voluntad del Señor que le viene a través de la autoridad de la Iglesia (cf 1 Cor 14,37). A propósito de los carismas «extraordinarios», el concilio declara que «el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espí­ritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf 1Tes 5,12 y 19-2I)» (LG 12).

Una aplicación relativamente frecuente de esta norma se refiere al carisma de los visionarios que se dicen favorecidos con revelaciones especiales. Otra se refiere también al carisma de los fundadores o fundadoras de nuevos institutos de vida consagrada.

Un rasgo particular de este último género de carisma, lógicamente no atestiguado en el NT, es su influencia, extendida a numerosas personas a través de largos perí­odos de tiempo. Efectivamente, la orientación espiritual y apostólica adquirida por el fundador se comunica a los miembros del instituto fundado. Para la renovación de la vida religiosa, el concilio ha dado como norma «un retorno constante a… la primigenia inspiración de los institutos» y la fidelidad «al espí­ritu y propósito propios de los fundadores» (PC 2). A estas diversas espiritualidades el concilio aplica las expresiones paulinas que contienen el término járisma y sirven de fundamento a la teologí­a de los carismas (Rom 12,5-8 y 1 Cor 12,4, citados en PC 8). El concepto de carisma pasa así­ de un sentido individual (cf 1Cor 12,7-10: «a uno…, a otro…, a otro…» a un sentido comunitario y adquiere la posibilidad de una duración indefinida, ligada a una institución. Fiel a la enseñanza del concilio, el nuevo derecho canónico, promulgado en 1983, aplica de forma semejante a los institutos de vida consagrada la expresión de Rom 12,6 sobre la diversidad de carismas y exige de los miembros de cada instituto la fidelidad al espí­ritu del fundador (CIC, cáns. 577-578). De esta forma se ha logrado alcanzar un acuerdo fundamental entre las normas jurí­dicas y la inspiración carismática, lo cual corresponde a la estructura carismático-institucional de la Iglesia.

Sin embargo, el hecho de que se haya llegado a un acuerdo fundamental no significa que hayan desaparecido los problemas concretos, a veces muy agudos. Es inevitable que se manifieste a menudo en la Iglesia una cierta tensión entre los aspectos institucionales, más o menos rí­gidos, y los impulsos carismáticos, más o menos auténticos. Se trata, sin embargo, de una tensión necesaria para la vida de la Iglesia. La solución de los problemas requiere un atento discernimiento y un esfuerzo sincero de mutua acogida, en la docilidad a la revelación de Cristo y al dinamismo del Espí­ritu.

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A. Yanhoye

LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teologí­a Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental

Sumario: 1. Actualidad del tema. II. Sentido del término: 1. Del griego al castellano; 2. Sentido general; 3.
Sentido especí­fico; 4. Aspectos principales; 5. Listas de carismas. III. Realidad de los carismas: 1. En el
AT; 2. En la Iglesia primitiva. IV. Problemas: 1. Peligros; 2. Caris-ma y autoridad; 3. Carismas y
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ministerios; 4. Estructura de la Iglesia.
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1. ACTUALIDAD DEL TEMA.
Por diversas razones se ha puesto de actualidad el tema de los caris-mas. En el concilio Vaticano II hubo discusiones bastante vivas en este sentido. Se oponí­an dos conceptos: el carisma como don extraordinario, milagroso, concedido por Dios de forma excepcional, y el carisma como don de gracia capaz de formas muy variadas y difundido abundantemente en la vida de la Iglesia. Prevaleció el segundo concepto (LG 12). Antes del concilio, e incluso después, algunos teólogos propugnaron la idea de una estructura carismática de la Iglesia, oponiéndola más o menos claramente a la estructura jerárquica. Por otra parte, un movimiento de renovación espiritual, convencido de que habí­a vuelto a encontrar los carismas más especí­ficos de la Iglesia primitiva, tomó el nombre de †œrenovación carismática†™, mientras que las diversas congregaciones religiosas consideran que deben su origen y su especificidad a un carisma particular. El uso de la palabra se extendió además al mundo polí­tico, que utiliza en varias ocasiones las expresiones †œlí­der carismático†™ y †œautoridad carismática†™.
El punto de partida de todo esto se encuentra en el NT. Pero no hay que confundir el punto de partida con la evolución posterior. La teologí­a bí­blica no puede pretender el estudio en toda su amplitud de la cuestión de los carismas. Su tarea se limita a la aportación del NT en este campo.
Hay que distinguir los problemas del lenguaje: si en el NT la palabra griega jdrisma posee ya un sentido técnico y a qué clase de dones se aplica, y los problemas de la realidad: qué relaciones se pueden discernir en el NT entre carismas y ministerios, entre carismas y autoridad en la Iglesia, y en qué sentido se puede atribuir a la Iglesia una estructura carismática.
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II. SENTIDO DEL TERMINO.
No resulta fácil definir el sentido preciso de carisma, ya que este término goza de una situación compleja.
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1. Del griego al castellano.
La palabra jdrisma en griego es de formación tardí­a. En los escritos profanos no aparece antes de Cristo. Aparece pocas veces en los escritos judeo-helenistas. En el AT griego sólo es posible encontrarla en dos variantes del Sirácida (Si 7,33 Sinai-ticus; 38,30 Vaticanus). Filón la utiliza tres veces (Legum AIIeg. 3,78). Por el contrario, en el NT es relativamente frecuente: se utiliza 17 veces, de ellas 16 en las cartas paulinas y una en 1 Pe4,1O.
El sentido general de cárisma no era oscuro para los griegos, ya que esta palabra está formada de una raí­z muy conocida y un sufijo corriente. Se trata de un sustantivo derivado del verbo jarí­zomal, que significa mostrarse amable y generoso, regalar algo. El sufijo -ma indica el producto de la acción. Así­ pues,cárisma significa †œdon generoso, †œregalo†. Un papiro antiguo utiliza este término para designarlos regalos ofrecidos a los marineros. Existe un parentesco entre járisma y el nombre griego de la †œgracia†™, járis.
†œCarisma†™ en nuestra lengua es la transcripción de la palabra griega. Pero hay que observar que la situación semántica es distinta, por el hecho de que en español †œcarisma† es una palabra extraña, trasplantada aisladamente a nuestro idioma. En griego cárisma no tení­a necesariamente un sentido técnico, mientras que en castellano †œcarisma† se usa solamente como término técnico. El parentesco significativo entre cárisma yjáris no aparece ni mucho menos en nuestras palabras †œcarisma† y †œgracia†.
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2. Sentido general.
En varios pasajes del NT Cárisma tiene su sentido general de †œdon generoso† y no puede traducirse por †œcarisma† sin provocar un equí­voco. En Rom 5,15-16, por ejemplo, el término designa el don divino de la redención por medio de Cristo, don que Pablo contrapone al pecado de Adán: †œEl delito de Adán.no puede compararse con el don de gracia… El delito de uno solo no puede compararse con el don de gracia, pues por un solo delito vino la condenación, y por el don de gracia, a pesar de muchos delitos, vino la absolución†. En Rom 6,23 este mismo término se aplica a una realidad todaví­a más amplia: †œEl don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro†. En Rom 11,29 el plural indica una gran diversidad de favores divinos: †œlos dones y el llamamiento de Dios son irrevocables†. En 2Co 1,11 Pablo utiliza, cárisma para aludir a un favor divino determinado, es decir, la liberación de un peligro de muerte. En tres pasajes de 1 Cor, el doble plural jarí­smata iamá-ton, †œdones de curación† (1Co 12,9; ICo 12,28; ICo 12,30 sirve para designar las curaciones debidas a un don especial de Dios. En todos estos casos no se puede hablar de un sentido técnico para la palabra griega. Sólo hay que indicar que en el NT cárisma no sirve nunca para designar un regalo hecho por un hombre, sino que se aplica solamente a los dones de Dios.
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3. Sentido especí­fico.
En algunos textos, pocos pero importantes (Rm 12,6; ICo 12,4; ICo 12,31; IP 4,10), es posible discernir una tendencia a darle ?cárisma un sentido especí­fico. Estos textos han dado origen al sentido técnico de carisma. Pero este sentido técnico no está aún claramente definido en el NT.
El rasgo principal del sentido especí­fico es la diversidad de esos ca-rismas: †œHay diversidad de dones† ICo 12,4); †œtenemos carismas diferentes† (Rm 12,6). Esta diversidad debe entenderse en el sentido de que no todos tienen tal o cual carisma (1Co 12,29-30). Así­ pues, los carismas no forman parte de las gracias fundamentales, necesarias a todo cristiano. Son dones particulares, distribuidos según el beneplácito de Dios para el bien de cada uno y la utilidad de todos.
De aquí­ se sigue la distinción entre carismas y virtudes, en particular entre carismas y caridad. Si tomamos cárisma en su sentido más general, podemos y debemos decir que la caridad es un cárisma, es decir, un don de Dios; más aún, el don más bello de Dios. Pero si tomamos cárisma en el sentido especí­fico de don especial, atribuido a tal cristiano y no a tal otro, entonces no podemos aplicar este término a la caridad. La caridad no es un carisma particular; la necesitan todos. Algunos autores siembran la confusión al no establecer esta distinción elemental.
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4. Aspectos principales.
Los dos textos más explí­citos sobre los carismas (1Co 12; Rm 12) utilizan la comparación del cuerpo humano para explicar el sentido de la diversidad de los carismas. †œPorque el cuerpo no es un miembro, sino muchos† (1Co 12,14). Entre los miembros del cuerpo, la diversidad es normal, incluso necesaria. No se opone a la unidad del cuerpo, sino que, por el contrario, hace posible la unidad por medio de la complementariedad mutua. †œY si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estarí­a el cuerpo? Hay muchos miembros, pero un solo cuerpo† (1Co 12,19s). Todos los cristianos son los miembros diversos del único cuerpo de Cristo.
Pablo en Rom 12,6 y Pedro en 1 Pe 4,10 manifiestan una relación estrecha entre carismas y gracia de Dios. Los carismas son una expresión de la †œmultiforme gracia divina†. Se sugiere, por tanto, una distinción entre los carismas, que pertenecen al orden de la gracia, y los talentos humanos, que pertenecen al orden de la naturaleza.
Afirmado con claridad el origen divino de los carismas, no se expresa siempre, sin embargo, del mismo modo. El pasaje de 1 Co 12,4-11 subraya fuertemente la relación entre carismas y Espí­ritu Santo: †œTodo esto lo lleva a cabo el único y mismo Espí­ritu, repartiendo a cada uno sus dones como quiere† (1Co 12,11 ). Los demás textos, sin embargo, no hacen mención del Espí­ritu Santo. En iCo 12,28 el que se menciona es Dios; y de forma parecida en 1 P 4,1 Oy2Tim 1,6.
A menudo los teólogos definen los carismas o †œgratiae gratis datae† como dones destinados a la utilidad de los demás. La frase de iCo 12,7, en la que se basan, no expresa este detalle, sino que habla solamente de utilidad; y otros pasajes del mismo discurso muestran que según Pablo es posible que un carisma no sirva a la utilidad de los demás, sino sólo a la de la misma persona. Tal es el caso del hablar en lenguas: †œEl que habla en lenguas extrañas se aprovecha a sí­ mismo† (1Co 14,4). No obstante, hay que reconocer que la mayor parte de los textos insiste en el deber de poner los propios carismas al servicio de los demás. De esta manera serán también plenamente útiles a la propia persona, que se servirá de ellos para crecer en la caridad.
No hay ningún texto que exprese una contraposición entre carisma e institución. Lejos de poner por una parte los carismas y por otra las posiciones oficiales, Pablo declara en la misma frase que Dios ha establecido una jerarquí­a de posiciones en la Iglesia y otros dones no jerárquicos (1Co 12,28). El ví­nculo que establecen las cartas pastorales entre un rito de imposición de manos y la concesión de un carisma de ministerio no puede extrañarnos, ya que se sitúa en la misma lí­nea que el ví­nculo entre el / bautismo y el don del / Espí­ritu Santo.
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5. Listas de carismas.
Algunos textos presentan una lista de carismas. Pero nunca se trata de una enumeración sistemática. La lista de iCo 12,8 no se introduce como una lista de carismas, sino como una serie de formas diversas de †œmanifestación del Espí­ritu† (12,7). La frase de iCo 12,28 comienza con una enumeración de posiciones fijadas por Dios en la Iglesia, y luego relaciona con ellas otros dones. En Rom 12,6s Pablo pasa de una lista de carismas a una serie de exhortaciones que valen para todos. En 1P 4,lOs Pedro se contenta con indicar dos grandes categorí­as, una para el hablar y la otra para el actuar, sin entrar en detalles sobre las numerosas formas que pueden tomar los carismas. Así­ pues, no es posible determinar a partir del NT una lista precisa y completa de los carismas.
Entre los carismas enumerados encontramos dones sensacionales (hablar en lenguas, hacer milagros), dones ordinarios (enseñanza, servicio), ministerios jerárquicos (1Co 12,28; Ef 4,11) y actividades diversas (beneficencia, exhortación). Los dones sensacionales, mencionados en las listas de 1 Co 12, provocan algunas advertencias, especialmente el hablar en lenguas. La lista de Rom 12 no alude ya al hablar en lenguas ni a los milagros; la de 1 P 4,1 Os es aún más discreta. Se nota, por tanto, una tendencia progresiva a insistir más en los dones menos vistosos, que son de utilidad constante para la vida de la comunidad cristiana.
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III. REALIDAD DE LOS CARISMAS.
Para tratar de forma más completa la cuestión de los carismas, es necesario prolongar la investigación más allá de los pocos textos bí­blicos que utilizan la palabra já-risma.
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1. En ELAT.
En muchos pasajes del NT aparecen dones especiales de Dios, análogos a los carismas. / Moisés, profeta sin igual (Dt 34, lOss), libertador de su pueblo y mediador de la ley, puede muy bien ser considerado como un gran carismá-tico. Su carisma de jefe fue comunicado parcialmente a los 70 ancianos que habrí­an de ayudarle a †œllevar el peso del pueblo† (Nm 11,16-25), es decir, a gobernar y a administrar justicia. En tiempos de los / Jueces Dios suscitó para Israel otros jefes caris-máticos, de los que se dice que †œel espí­ritu del Señor estaba sobre ellos†: así­ Otoniel (Jc 3,10), Gedeón (6,34), Jefté (11,29), Sansón (13,25; 14,6; etc.). El otro carisma de Moisés, el carisma profético, se manifestó a menudo de forma impresionante en la historia de Israel; en algunos casos iba acompañado del don de hacer milagros (historia del Elias y de Eh-seo: IR 17; 2R 2). Pero se puede hablar también de carismas para dones menos extraordinarios; por ejemplo, en el caso de Besalel, encargado de fabricar la tienda de la reunión y todos los objetos destinados al culto divino (Ex 31,2-6; Ex 35,31-35). A veces aparece cierta tensión entre carismas e instituciones, especialmente en el caso de los profetas, que critican duramente a los dirigentes, a los sacerdotes, el culto. Pero no se trata de oposición sistemática. En efecto, los cansinas pueden estar ligados a un rito: imposición de las manos (Dt34,9) o unción (IS 16,13).
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2. En la Iglesia primitiva.
El carisma atestiguado con mayor frecuencia entre los profetas es el profé-tico, es decir, el don de la inspiración. El dí­a de pentecostés Pedro proclama el cumplimiento de la predicción de Joel, en la que Dios anunciaba: †œDerramaré mi espí­ritu sobre todos los hombres, vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán† JI 3,1; Hch 2,17). Los Hechos de los Apóstoles mencionan numerosos casos de inspiración profética, a veces colectiva (Hch 19,6), pero ordinariamente individual. Hay profetas cristianos en Je-rusalén (11,27) y en Antioquí­a (13,1). La palabra de Dios se hace sentir por medio de ellos bajo la forma de predicción (11,28; 21,lOs)o de comunicación de la voluntad de Dios (13,2). El don de profecí­a se manifiesta también entre las mujeres (21,9; Lc 2,36; Ex 15,20; Jc 4,4; 2R 22,14). Las cartas paulinas demuestran igualmente la importancia del don de la profecí­a en las primeras comunidades cristianas. Ya en lTh 5,20 Pablo alude a él, y luego lo coloca regularmente en sus listas (1Co 12,10; ICo 12,28; Rm 12,6; Ef 4,11). También las mujeres pueden tener inspiraciones pro-féticas (1Co 11,5). Pablo destaca fuertemente el valor del don de profecí­a para la edificación de la Iglesia (1Co 14). En las asambleas cristianas, lo prefiere al hablar en lenguas.
El hablar en lenguas o glosolalia es presentado de forma distinta por Pablo y por Lucas. En Ac 2,4-1 1 Lucas indica que se trataba de reconocer lenguas extrañas. Lucas no establece una clara diferencia entre †œhablar en lenguas† y †œprofetizar† (Hch 19,6). Pablo, por el contrario, los distingue con claridad (1Co 14):
el †œhablar en lenguas† consiste en pronunciar palabras nuevas, que no pertenecen a ninguna lengua conocida. El que las escucha no comprende su sentido concreto (14,2.16), como tampoco el que las dice (14,14). Solamente es clara la intención general: se trata de alabar a Dios, de darle gracias, de orar (14,13- 16). Es posible comparar la glosolalia con la música, medio de expresión que utiliza los sonidos sin llegar a hacer un discurso racional.
El don de los milagros se manifiesta en muchas ocasiones. Lucas refiere que †œlos apóstoles hací­an muchos milagros y prodigios en el pueblo (Hch 5,12), y cuenta detalladamente varios milagros realizados por Pedro (Ac 3,6ss; 9,32-42) y por Pablo (14,8ss; 20,9ss). En sus cartas el mismo Pablo habla de los milagros que acompañaban a su predicación (2Co 12,12; Rm 15,19) y de los que Dios obraba en las comunidades cristianas (Ga 3,5 iCo 12,9s).
Como es natural, no se subrayan los dones menos vistosos. Entre éstos hay que citar la †œfirmeza† y el coraje con que proclamaban la palabra de Dios (Hch 4,33), fruto de la oración y de la intervención del Espí­ritu Santo. El don de †œasistir a los necesitados†™ (1Co 12,28) puede reconocerse en la vida de Tabita Hch 9,36-39) y de muchas mujeres cristianas; el †œdon de gobernar† (1Co 12,28), en la solicitud de muchos dirigentes de la Iglesia (1 Ts 5,12 1 Co 15,1 5s); el †œservicio (Rm 12,7; IP 4,11) tiene muchas formas posibles. La Iglesia primitiva se caracteriza por su abundante floración de carismas.
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IV. PROBLEMAS.
Como cualquier forma viva, los carismas tienen ante todo un aspecto positivo, pero pueden también crear problemas. Tienen que encontrar su puesto justo en la vida espiritual del individuo y de la comunidad.
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1. Peligros.
Los carismas vistosos suscitan fácilmente un entusiasmo desmesurado, que puede llevar a graves ilusiones. Un texto sumamente severo de Mateo pone en guardia contra estas ilusiones: es posible hacer milagros y otras cosas extraordinarias y olvidar al mismo tiempo los aspectos esenciales de la vida cristiana (Mt 7,22-23). Pablo se sitúa en esta misma perspectiva cuando observa que sin la caridad carecen totalmente de utilidad los carismas más impresionantes (1Co 13,1-3). Una insistencia excesiva en los carismas puede crear serios malestares en la comunidad, provocando complejos de inferioridad (1 Cor 12,15s) por una parte y actitudes de soberbia (12,21) por otra, poniendo así­ en peligro la unión de todos. En las asambleas cristianas, la sobreabundancia de las manifestaciones carismáticas puede provocar una atmósfera nociva de rivalidad, desorden y confusión.
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2. Carismas y autoridad.
En iCo 14 interviene Pablo con autoridad para imponer reglas concretas sobre el uso de los carismas en las reuniones de la comunidad cristiana. Limita de forma muy estricta el uso de la glosolalia; si en la asamblea no hay nadie que sea capaz de interpretar el discurso misterioso del que habla en lenguas, Pablo no admite ese discurso; si hay un intérprete, permite que dos o todo lo más tres se expresen en lenguas (14,27s). Estas limitaciones no manifiestan un desprecio de la glosolalia en sí­ misma -Pablo la considera como un don de Dios muy útil para la oración personal (14,18)-, sino que se fijan desde el punto de vista de la utilidad comunitaria. Se dan preceptos análogos para el uso del don de profecí­a (14,29ss). También en los otros pasajes, Pablo (Rm 12,3) y Pedro (1P 4,lOs) dan instrucciones a propósito de los carismas. De aquí­ resulta evidente que los carismas individuales no pueden ser un motivo para sustraerse de la obediencia a los dirigentes de la Iglesia. Pablo usa un lenguaje muy severo a este propósito (1 Co 1 4,37s).
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3. Carismas y ministerios.
Las relaciones entre carismas y ministerios se muestran complejas. No todo carisma guarda relación con un ministerio determinado. La glosolalia, por ejemplo, no está ligada a ningún ministerio, según iCo 14. Pero las cartas pastorales afirman un ví­nculo entre el carisma pastoral y un rito dé ordenación (lTim 4,14; 2Tm 1,6). Junto a los carismas pastorales hay otros carismas, no ligados a ministerios ordenados, pero útilí­simos a la vida y a la expansión de la Iglesia.
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4. Estructura de la Iglesia.
La oposición que algunos afirman entre una Iglesia institucional de cuño judeo-cristiano y una Iglesia carismática de cuño paulino no tiene fundamento válido en los textos del NT. Al contrario, se observa una conexión estrecha entre los dos aspectos. El mismo Pablo insiste siempre en la inserción necesaria de los caris-mas en el cuerpo eclesial, y su forma de hablar con autoridad a los caris-máticos demuestra claramente que él no considera los carismas como dones que den derecho a un ministerio autónomo en la Iglesia. El conjunto de los textos del NT nos lleva más bien a afirmar en la fe la existencia de una estructura carismático-institucio-nal de la Iglesia, cuyo fundamento y modelo se encuentra en la institución de los doce, escogidos por Jesús (Mc 3,l3ss)y llenos del Espí­ritu Santo (Hch 2,4) para formar la Iglesia de Dios.
La Iglesia no es una gran máquina administrativa, sino un organismo vivo, †œcuerpo de Cristo† (1Co 12,27; Rm 12,5; Ef 4,12), animado por el Espí­ritu Santo (1Co 12,3s; Rm 5,5 Ep2,21s). Para realizar correctamente cualquier tarea de responsabilidad en la Iglesia no basta la habilidad humana, sino que se necesita la docilidad personal al Espí­ritu Santo. Esta docilidad lleva consigo una actitud positiva respecto a las diversas manifestaciones del Espí­ritu. La jerarquí­a de la Iglesia no pretende tener el monopolio de los dones del Espí­ritu, sino que reconoce con gozo que todos los fieles reciben dones de gracia, cuya diversidad es un gran bien para la Iglesia y para el mundo (LG 12).
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A. Vanhoye
502

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

(chárisma)

Nombre en -ma, que indica el resultado de la acción, chárisma se deriva del verbo griego charizomai «complacer, conceder un favor» (de la raí­z charis, «don gracioso, favor»). De formación tardí­a, charisma, muy raro en los Setenta, aparece dos veces en Filón de Alejandrí­a, en el sentido de «don benéfico de Dios».

Los ejemplos más elocuentes se encuentran en 1 Corintios y en Romanos, donde vemos funcionar la relación charis I charisma: teniendo dones diferentes según la gracia que se nos ha dado (Rom 12,6). La gracia (charis), lo que Dios comunica de su vida y de su acción, se concreta en diversos dones (charí­s-mata), como son la profecí­a, la enseñanza, el servicio, la fe…, repartidos en la comunidad.

Entre estos dones, los corintios mostraban su preferencia por los fenómenos propiamente espirituales que les fascinaban: la profecí­a y el hablar en lenguas (1 Cor 12,1). Pablo evita la expresión «hechos espirituales» (pneumátika) y prefiere utilizar el término «carisma», mucho más amplio, afirmando con energí­a que cada uno de los carismas diferentes se debe a la actividad de un mismo y único Espí­ritu (1 Cor 12,4-11). Los carismas son clasificados por Pablo en Rom 12,6-8 y 1 Cor 12,28-30. Se muestran complementarios: todo cristiano es portador de un carisma y no hay un a priori de superioridad del uno sobre los otros. Sin embargo, ¿no podrán destacarse los dones más humildes, como signos de Cristo que se humilló haciéndose servidor (12,24s)? Sea de ello lo que sea, el reconocimiento de cada uno por los demás como amado de Cristo es lo que funda el amor (agapé), ese ví­nculo de amor en Cristo que une a los miembros de la comunidad: Aspirad a los carismas más valiosos. Pero aún, os voy a mostrar un camino que los supera a todos (12,31).

Después de Pablo, parece ser que los carismas se organizaron en la Iglesia-institución y uno de ellos se presenta como «don particular» que se hace a los encargados del buen funcionamiento de la comunidad, acompañado de la imposición de manos del presbiterio (1 Tim 4,14; 2 Tim 1,6).

Así­ pues, la sociologí­a moderna corre el riesgo de caer en un extraña aberración, cuando establece un oposición entre el «hombre carismático», profeta y lí­der de un movimiento religioso, y la institución presentada como forma degradada y etiquetada del entusiasmo original. Porque el carisma paulino se presta poco a entusiastas (1 Cor 14); no es ni mucho menos privilegio de uno solo, sino el don diferente dado a cada uno para el bien de todos. Tampoco se opone a la institución, ya que los mismos responsables son portadores de un carisma que es, ante todo, un servicio a la comunidad.

R. D.

AA. VV., Vocabulario de las epí­stolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La palabra carisma es un calco del griego kharisma, que significa «don gratuito» y se relaciona con la misma raí­z que kharis, «gracia». En el NT no tiene siempre la palabra un sentido técnico. Puede designar todos los dones de Dios, que son sin arrepentimiento (Rom 11,29), particularmente ese «don de gracia» que nos viene por Cristo (Rom 5,15s) y que florece en vida eterna (Rom 6, 23). En Cristo, en efecto, Dios nos ha «colmado de gracia)) (Ef 1,6: kharito-ó) y nos «otorgará toda suerte de dones» (Rom 8,32: knarizó). Pero el primero de estos dones es el Espí­ritu Santo mismo, que se derrama en nuestros corazones y pone en ellos la caridad (Rom 5,5; cf. 8,15). El uso técnico de la palabra kharisma se entiende esencialmente en la perspectiva de esta presencia del Espí­ritu, que se manifiesta por todas suertes de «dones gratuitos». El uso de estos dones plantea problemas que se examinan sobre todo en las epí­stolas paulinas.

1. LA EXPERIENCIA DE LOS DONES DEL ESPíRITU. Ya en el AT, la presencia del *Espí­ritu de Dios se manifestaba en los hombres a los que inspiraba, por *dones extraordinarios, que iban de la clarividencia profética (1Re 22, 28) a los arrobamientos (Ez 3,12) y a los raptos misteriosos (1Re 18,12). En un orden más general, Isaí­as relacionaba también con el Espí­ritu los dones prometidos al Mesí­as (Is 11,2), y Ezequiel, el cambio de los corazones humanos (Ez 36,26s), mientras que Joel anunciaba la universalidad de su efusión sobre los hombres (J1 3,1s). Hay que tener presentes estas *promesas escatológicas para comprender la experiencia de los dones del Espí­ritu en la Iglesia primitiva, que es, en efecto, la realización de las mismas.

1. En los Hechos de los apóstoles se manifiesta el Espí­ritu el dí­a de *pentecostés cuando publican los apóstoles en todas las *lenguas las maravillas de Dios (Act 2,4.8-11), conforme a las Escrituras (2,15-21). Es la señal de que Cristo, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espí­ritu prometido y lo ha derramado sobre los hombres (Act 2,33). En lo sucesivo la presencia del Espí­ritu se muestra de diferentes maneras: por la repetición de los signos de pentecostés (Act 4, 31. 10,44ss), particularmente después del bautismo y de la imposición de las manos (Act 8,17s; 19,6); por la acción de los *profetas (11,27s; 15, 32. 21,10s), de los doctores (13,1s), de filos anunciadores del Evangelio (6,8ss); por los *milagros (6,8; 8, 5ss) y las visiones (7,55). Estos carismas particulares son otorgados en primer lugar a los apóstoles, pero también se encuentran entre las gen-tes de su contorno, a veces en conexión con el ejercicio de ciertas funciones oficiales (Esteban, Felipe, Bernabé), siempre destinados al bien de la comunidad, que crece bajo el influjo del Espí­ritu Santo.

2. En las iglesias paulinas, los mismos dones del Espí­ritu Santo forman parte de la experiencia corriente. La predicación del Apóstol va acompañada de Espí­ritu y de obras de *poder, es decir, de milagros (lTes 1,5; iCor 2,4); él mismo habla en lenguas (ICor 14,18) y tiene visiones (2Cor 12,1-4). Las comunidades reconocen que se les ha dado el Espí­ritu, en ,las maravillas que realiza en su seno (Gál 3,2-5), en los dones más diversos que les otorga (ICor 1,7). Pablo, desde el comienzo de su apostolado, tiene en alta estima estos dones del Espí­ritu; únicamente se preocupa de discernir cuáles son auténticos: «No apaguéis al Espí­ritu, no despreciéis las profecí­as. Probadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos hasta de la apariencia de mal» (ITes 5,19-22). Estos consejos se ampliarán más cuando se enfrente Pablo con ele problema pastoral planteado por los carismas.

II. EL PROBLEMA DE LOS CARISMAS EN LA IGLESIA. El problema se planteó en la comunidad de Corinto debido a la práctica intemperante de «hablar en *lenguas» (ICor 12-14). Este entusiasmo religioso, que se traduce por discursos «en diversas lenguas» (cf. Act 2,4), no carece de ambigüedad. La embriaguez causada por el Espí­ritu se expone a ser confundida por los espectadores con la embriaguez del vino (Act 2,13), y has-ta con la extravagancia de la locura (iCor 14,23). Semejante en apariencia a los transportes entusiastas que practican los paganos en ciertos cultos orgiásticos, puede incluso arrastrar a inconsecuencias a los fieles que no distinguen la influencia del Espí­ritu divino de sus falsificaciones (1Cor 12,1ss). Pero Pablo, al zanjar esta cuestión práctica, eleva el de-bate y propone una doctrina muy general.

1. Unidad y diversidad de los carismas. Los dones del Espí­ritu son de lo más diversos, como son diversos los *ministerios en la Iglesia y las operaciones de los hombres. Lo que constituye su *unidad profunda es el venir del único Espí­ritu, como los ministerios vienen del único *Señor, y las operaciones del único *Dios (iCor 12,4ss). Los hombres son, cada uno según su carisma, los administradores de una *gracia divina única y multiforme ()Ye 4,10). La comparación del cuerpo humano sirve para entender más fácilmente la referencia de todos los dones di-vinos al mismo fin: son dados con miras al bien común (iCor 12,7); todos juntos concurren a la utilidad de la *Iglesia, *cuerpo de Cristo, así­ como todos los miembros concurren al bien del cuerpo humano, cada uno según su función (12,12-27). La distribución de los dones es a la vez asunto del Espí­ritu (12,11) y asunto de Cristo, que da la gracia divina como bien le parece (Ef 4,7-10). Pero en el uso de estos dones cada cual debe pensar ante todo en el bien común.

2. Clasificación de los carismas. Pablo no se preocupó de darnos una clasificación razonada de los carismas, aun cuando los enumera repetidas veces (iCor 12,8ss28ss; Rom 12,6ss; Ef 4,11; cf. iPe 4,11). Pero es posible reconocer los diferentes campos de aplicación en que hallan lugar los dones del Espí­ritu. En primer lugar ciertos carismas son relativos a las funciones del ministerio (cf. Ef 4,12): los de los *apóstoles, de los *profetas, de los doctores, de los evangelistas, de los pastores (ICor 12,28; Ef 4,11). Otros conciernen a las diversas actividades útiles a la comunidad: servicio, enseñanza, exhortación, obras de misericordia (Rom 12,7s), palabra de sabidurí­a o de ciencia, fe eminente, don de curar o de obrar milagros, hablar en lenguas, discernimiento de los espí­ritus (lCor 12,8ss)…

Estas operaciones carismáticas, que manifiestan la presencia activa del Espí­ritu, no constituyen evidente-mente funciones eclesiásticas particulares, y se las puede hallar en los titulares de otras funciones: así­ Pablo, el Apóstol, habla en lenguas y obra milagros. La *profecí­a se menciona unas veces como una actividad abierta a todos (1Cor 14,29ss. 39ss) y otras se la presenta como una función (iCor 12,28; Ef 4,11). Las *vocaciones particulares de los cristianos están igualmente fundadas en los carismas : uno es llamado al celibato, otro recibe otro don (ICor 7,7). Finalmente, la práctica de la *caridad, esta primera virtud cristiana, es también un don del Espí­ritu Santo (iCor 12,31-14,1). Como se ve, los carismas no son cosa excepcional, aun cuando algunos de ellos sean dones fuera de serie, como el poder de hacer milagros. Toda la vida de los cristianos y todo el funcionamiento de las instituciones de Iglesia depende enteramente de ellos. De esta forma gobierna el Espí­ritu de Dios al nuevo pueblo, sobre el que se ha derramado en abundancia, dando a los unos poder y gracia para desempeñar sus funciones, a los otros poder y gracia para responder a su vocación propia y para ser útiles a la comunidad, a fin de que se edifique el cuerpo de Cristo (Ef 4,12).

3. Reglas de uso. Si es necesario no «apagar el Espí­ritu», hay, sin embargo, que comprobar la autenticidad de los carismas (lTes 5,19s). Este discernimiento, que es también fruto de la gracia (iCor 14,10), es esencial. Pablo y Juan sientan sobre este punto una primera regla que da un criterio absoluto: los verdaderos dones del Espí­ritu se reconocen en que uno confiesa que *Jesús es el Señor (ICor 12,3), que Jesucristo, venido en la carne, es de Dios (iJn 4,1ss). Esta regla permite eliminar a todo falso profeta que esté animado del espí­ritu del *anticristo (lJn 4,3; cf. iCor 12,3). Además, el uso de los carismas debe subordinarse al bien común; así­ debe respetar su jerarquí­a. Las funciones eclesiásticas se clasifican según cierto orden de importancia, en cabeza del cual se hallan los apóstoles (lCor 12,28; Ef 4,11). Las actividades a que pueden aspirar todos los fieles deben ser también aprecia-das, no según su carácter espectacular, sino según su utilidad efectiva. Todos deben buscar primero la caridad, luego los otros *dones espirituales. Entre éstos, la *profecí­a viene en primer lugar (lCor 14,1). Pablo se detiene largamente a mostrar su superioridad sobre el hablar en lenguas, porque, en tanto el entusiasmo religioso se manifiesta en forma ininteligible, la comunidad no es *edificada por ello; ahora bien, la edificación de todos es lo esencial (lCor 14,2-25). Incluso los carismas auténticos deben someterse a reglas prácticas para que reine el buen orden en las asambleas religiosas (lCor 14,33). Así­ Pablo da a la comunidad de Corinto consignas gtle se han de observar estrictamente (lCor 14,26-38).

4. Los carismas y la autoridad eclesiástica. Esta intervención del Apóstol en un terreno en que se manifiesta la actividad del Espí­ritu, muestra que en todo estado de cosas los carismas están sometidos a la autoridad eclesiástica. Mientras están en vida los *apóstoles, su poder en esta materia viene del hecho. de que el apostolado es el primero de los carismas. Pero, después de ellos, también sus delegados participan de la misma *autoridad, como lo muestran las consignas recogidas en las epí­stolas pastorales (particularmente ITim 1,18-4,16). Es que estos mismos delegados han recibido un don particular del Espí­ritu por la *imposición de las manos (lTim 4,14; 2Tim 1,6). Si no pueden poseer el carisma de los apóstoles, no por eso carecen de un carisma de gobierno, que les confiere el derecho de prescribir y de enseñar (lTim 4,11) y que nadie debe despreciar (lTim 4,12). Así­ en la Iglesia todo está so-metido a una jerarquí­a de gobierno, la cual también es de orden carismático.

-> Apóstol – Amor – Autoridad – Don – Iglesia – Espí­ritu de Dios – Gracia – Lengua – Milagro – Profetas.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas