CANTO DE LAS CRIATURAS

(LXX Dn 3,52-90) (-> Daniel, creación, belleza). Hacia finales del II a.C., un autor de lengua griega ha introducido en el texto hebreo y arameo de Daniel, editado ya en griego en la traducción llamada de los LXX, una serie de pasajes de tipo edificante, como este canto de las creaturas, compuesto sobre modelos precedentes, como se advierte al compararlo con Sal 148; Tob 8,5; Sal 11,4 y Hab 2,20.

(1) El canto de los mártires. Es muy significativo el lugar donde se sitúa. El Gran Rey exige que le adoren todos los pueblos de la tierra, en gesto idolátrico. Tres jóvenes, que actúan como representantes del judaismo, desobedecen la orden, siendo arrojados al horno de fuego. Así­ contaba la tradición más antigua de la BH (Dn 3,1-23). Sobre esa base introducen los LXX una plegaria penitencial (3,26-45) y otra laudatoria, que ahora evocamos (Dn 3,52-90). Se trata de la alabanza de unos mártires que cantan la grandeza de Dios mientras el fuego del gran horno amenaza con quemarles. Los verdugos del exterior carecen de ojos para ver: sólo descubren y adoran al í­dolo del rey que es expresión de poder y dinero (la estatua de oro de Dn 3,1-6). Los mártires, en cambio, tienen ojos limpios: desde el fondo del fuego donde arden van mirando, van cantando. De esa forma descubren las diversas realidades de la tierra (creación), para gozarlas con amor transfigurado y situarlas de nuevo ante el misterio de Dios. Los í­dolos oprimen: no dejan que el hombre se abra y contemple admirado lo que existe. El ansia de poder cierra los ojos del alma, impidiendo que ella mire y cante en libertad gozosa el gran misterio del cosmos. Sólo el que adora a Dios puede mirar de verdad: descubre y dice lo que existe en liturgia de gozo que nos sitúa de nuevo ante el gran canto del cosmos que es Gn 1. Desde el homo donde están amenazados, los mártires contemplan con los ojos bien abiertos la grandeza de las cosas. No son prisioneros de la cárcel de Platón donde sólo emergen sombras. No son cautivos de ningún pecado propio. En libertad han decidido vivir; libremente pueden descubrir y descubren la presencia transformante de Dios en cada una de las cosas. De esta forma identifican arte y oración. Orar no es para ellos hacer ni decir nada especial, sino mirar bien y transformar con la mirada lo que están contemplando.

(2) Canto cósmico. Ahora podemos recordar algunos versos del canto «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, celebradlo y ensalzadlo por los siglos. Angeles del Señor, bendecid al Señor, celebradlo… Cielos, bendecid al Señor, celebradlo… Aguas que estáis sobre el cielo, bendecid al Señor, celebradlo… Todas las Fuerzas del Señor, bendecid al Señor, celebradlo… Sol y Luna, bendecid al Señor, celebradlo… Astros del cielo, bendecid al Señor, celebradlo…» (Dn 3,59-62). Desde el horno en que esperan la muerte, los tres jóvenes se saben vinculados a las creaturas: las traen a la mente, las van mirando y con ellas, por ellas, bendicen a Dios. La descripción de los diversos tipos de realidades ofrece una geografí­a original sagrada: Arriba (Dn 3,57-59) están los ángeles y el cielo. En medio (Dn 3,60-61) las aguas superiores y las dynameis (poderes fundantes) del cosmos. Abajo (Dn 3,62-63), el sol, luna y estrellas, los astros que guí­an el orden del mundo. Más abajo se encuentra el mundo entero de los hombres y animales, unidos todos en un mismo canto de alabanza. Es evidente que el orante se sabe vinculado a esos espacios en experiencia contemplativa de participación cósmica: no está encerrado en un mundo de angustia, no está oprimido, aplastado entre las cuatro paredes de su cárcel (horno de fuego). Dios le ha hecho liturgo de una vida superior y él canta desde el lugar más alejado y peligroso de todo lo que existe (un horno de fuego, una cárcel de muerte). Este canto ha inspirado muchas composiciones cristianas, entre las que podemos destacar la de san Francisco: Cántico de las criaturas. Cf. M. CIMOSA, La preghiera nella Bibbia Greca, Turí­n 1992; C. A. Moore, Daniel, Esther and Jeremiah. The Additions, Doubleday, Nueva York 1977; «Daniel, Additions to», ABD II, 18-28; G. W. E. NICKELSBURG, «The Prayer of Azariazh and the Song of the three Young Men», en M. E. STONE (ed.), Jewisli Writings of the Second Temple Period, CRINT 2/2, Filadelfia 1984, 149-152.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra