“Cantar de los cantares” (šı̂r haššı̂rı̂m 1.1) es un superlativo que indica el mejor de los cantares. Asma Asmatōn (LXX) y Canticum Canticorum (
I. Canonicidad
La Misná (Yadaim 3.5) parece indicar que Cantares no fue aceptado sin discusión. Después de considerar un veredicto afirmativo por el rabí Judá y una opinión negativa del rabí José, el rabí Akiba afirma la canonicidad de Cantares en términos superlativos: “El mundo entero no vale lo que vale el día en que le fue entregado a Israel el Cantar de los Cantares; todos los Escritos son sagrados, y el Cantar de los Cantares es el lugar santísimo”. El negar con tanta firmeza la posibilidad de cualquier objeción podría fácilmente servir de prueba de que realmente la hay.
Es indudable que la resistencia a canonizar Cantares estriba en su carácter erótico. La mencionada resistencia fue neutralizada por la tradicional paternidad salomónica y por las interpretaciones alegóricas rabínicas y cristianas que elevaron los poemas a un nivel muy por encima del sensual.
II. Paternidad y fecha
La atribución tradicional a Salomón se basa en las referencias que se hacen a él (1.5; 3.7, 9, 11; 8.11), especialmente el versículo que sirve de título (1.1.). La frase lišlômôh probablemente indica paternidad, pero también puede significar “para Salomón”. La capacidad de Salomón como escritor de canciones se atestigua en 1 R. 4.32 (cf. Sal. 72 y 127,
La presencia de lo que parecen ser préstamos del persa (pardēs, “paraíso” 4.13) o del gr. (˒appiryôn de foreion, trad. “carroza” en
III. Cualidades literarias
Los discursos intensamente personales de Cantares adoptan dos formas principales: el diálogo (p. ej. 1.9ss), y el soliloquio (p. ej. 2.8–3.5). Resulta difícil reconocer a los participantes de la conversación, salvo los dos amantes. Se mencionan hijas (doncellas) de Jerusalén (1.5; 2.7; 3.5, etc.), y se han atribuido a ellas algunas breves respuestas (1.8; 5.9; 6.1, etc.). Declaraciones diversas se han atribuido a habitantes de Jerusalén (3.6–11) y a Sulem (8.5). En la poesía lírica altamente metafórica es posible que los participantes centrales estén reconstruyendo las respuestas de otros (p. ej. la sulamita parece estar citando a sus hermanos en 8.8–9).
El poder de su poesía radica en la intensidad del amor y de la devoción que se expresa, y especialmente en las ricas imágenes que saturan las descripciones de los amantes y su amor. Si estas descripciones resultan demasiado íntimas en sus detalles para el gusto occidental, debe tenerse en cuenta que son producto de una época y un lugar remotos. Si algunas de las comparaciones suenan menos que lisonjeras (p. ej. “dientes como manadas de ovejas trasquiladas”, “cuello como la torre de David, 4.2ss), A. Bentzen oportunamente nos recuerda que “los orientales fijan la vista en un solo punto sobresaliente, lo cual en nuestras concepciones quizá no sea característico” (
IV. Teorías de interpretación
Las interpretaciones de Cantares han sido numerosísimas, y muy pocos eruditos concuerdan en cuanto se refiere a su origen, su significado, y su propósito. Los poemas líricos vivamente detallados y eróticos, la virtual ausencia de temas claramente religiosos, y la vaguedad de su trama hacen de ella un desafío a la intelectualidad, y una tentación para la ingenuidad imaginativa. Resulta indispensable para el estudio de las variadas interpretaciones el ensayo de H. H. Rowley, “The Interpretation of the Song of Songs” en The Servant of the Lord, 1952.
El problema de cómo aceptar en el canon una colección de poemas de amor tuvo su solución para los rabinos y los Padres de la iglesia en el método alegórico de interpretación. Se descubren indicios de este método en la Misná y en el Talmud, mientras que el tárgum de Cantares ve en la historia de amor una clara figura del trato bondadoso de Dios para con Israel a través de su historia. Una vez iniciado el camino de interpretación alegórica, los rabinos rivalizaban entre ellos en sus esfuerzos por ampliarla y darle nuevos enfoques. Se multiplicaron las supuestas alusiones a la historia de Israel, que se justificaban vinculándolas a partes sumamente improbables de los Cantares. Los Padres de la iglesia y muchos intérpretes posteriores bautizaron los Cantares en la persona de Cristo, pues supuestamente encontraron en ellas una alegoría del amor de Cristo para con la iglesia, o para con el creyente. Diversos escritores de la época medieval siguieron el ejemplo de Ambrosio, que creyó descubrir que la virgen María estaba prefigurada en la *sulamita. Los intérpretes cristianos no se han quedado a la zaga de los rabinos en su interpretación imaginativa de los detalles. La explicación alegórica ha predominado en el pensamiento protestante hasta épocas recientes, e incluye entre sus defensores figuras de la talla de Hengstenberg y Keil.
Íntimamente relacionado está el método tipológico, que conserva el sentido literal del poema a la vez que discierne un significado superior y más espiritual. Evitando los excesos de la interpretación detallada, característica del método alegórico, la tipología recalca los temas principales del amor y la devoción, y encuentra en la historia de Cantares una ilustración de la relación de amor entre Cristo y aquellos que creen en él. Este enfoque se ha justificado con analogías extraídas de poemas de amor árabes que podrían tener significados esotéricos, tomando en cuenta la forma en que Cristo utilizó la historia de Jonás (Mt. 12.40), o la de la serpiente en el desierto (Jn. 3.14), y por analogías bíblicas del desposorio espiritual, p. ej. Os. 1–3; Je. 2.2; 3.1ss; Ez. 16.6ss; 23; Ef. 5.22ss. No son pocos los conservadores modernos que han adoptado la interpretación tipológica, p. ej. J. H. Raven (Old Testament Introduction, 1910), M. F. Unger (Introductory Guide to the Old Testament², 1956).
Aunque judíos y cristianos han obtenido beneficios devocionales en los enfoques alegóricos o tipológicos de Cantares, la base exegética de estos enfoques es dudosa. Tanto la abundancia de detalles como la ausencia de indicios en cuanto a un significado espiritual más profundo dentro del propio libro hablan a las claras de la imposibilidad de encontrar elementos alegóricos o tipológicos en Cantares.
La interpretación dramática de los Cantares, sugerida tanto por Orígenes como por Milton, fue elaborada en el siglo XIX en dos formas predominantes. F. Delitzsch encontraba dos protagonistas principales, Salomón y la muchacha sulamita. Llevándola de su hogar aldeano a Jerusalén, Salomón llegó a amarla como su esposa, con un afecto que se elevó por encima de la atracción física. H. Ewald formuló una interpretación basada en tres protagonistas principales: Salomón, la sulamita, y el pastor que la amaba, a quien ella permanece fiel a pesar de los desesperados esfuerzos del rey por ganarla. Mientras que el enfoque de Ewald (conocido como hipótesis del pastor), que fue aceptado por S. R. Driver y pulido por otros entendidos, evita algunas de las dificultades del enfoque de Delitzsch, ya que explica por qué se presenta al amante como un pastor (1.7–8), y por qué el poema termina en un ambiente pastoril en el N, sin embargo adolece de otras dificultades, p. ej. la ausencia de instrucciones dramáticas, las complejidades comprendidas en los diálogos cuando Salomón describe la hermosura de la sulamita, mientras que ella responde como si se tratara del pastor. Las interpretaciones dramáticas tropiezan con otra dificultad: la escasez de indicios de la existencia de literatura dramática entre los semitas, especialmente en el caso de los hebreos.
El estudio efectuado por J. G. Wetzstein de las costumbres matrimoniales sirias sugirió a K. Budde la idea de interpretar Cantares como una colección de cantos nupciales semejantes a aquellos que se utilizaban en las fiestas de casamiento de una semana de duración en las que el novio y la novia son coronados como rey y reina. Los que critican este enfoque han señalado el peligro de utilizar costumbres sirias modernas para ilustrar antiguas prácticas palestinas. Además, en ninguna parte del Cantar se la llama “reina” a la sulamita.
La opinión de T. J. Meek de que Cantares proviene de los ritos litúrgicos del culto de *Tamuz (cf. Ez. 8.14) ha tenido una aceptación muy amplia, pero es improbable que un elemento litúrgico pagano con notas de inmoralidad fuese incorporado en el canon sin una cuidadosa revisión en función de la fe de Israel, y Cantares no revela señal alguna de un procedimiento de esa naturaleza.
Leroy Waterman, que en un principio sostuvo la teoría de Meek (JBL 44, 1925), últimamente ha vuelto a una base histórica para el Cantar. Esta base histórica la encuentra en el relato acerca de Abisag, la joven *sunamita que le fue dada a David (1 R. 1.3), que supuestamente rehusó las propuestas de Salomón, para quedarse con su pastor amante. Esta interpretación depende de la relación conjetural entre *sulamita y sunamita.
Un número creciente de comentaristas ha interpretado Cantares como una colección de poemas de amor no necesariamente relacionados con festividades nupciales ni de ninguna otra índole específica. Los intentos de asignar las diversas secciones a autores distintos (p. ej. W. O. E. Oesterley dividió la obra en 28 poemas distintos y rechazó enfáticamente la idea de su unidad; Song of Songs, 1936, pp. 6b) han sido resistidos por varios entendidos, especialmente H. H. Rowley: “Las repeticiones que aparecen dejan la impresión de que hubo una sola mano …” (op. cit., pp. 212).
V. Propósito
Si Cantares no es una alegoría o tipo que transmite un mensaje espiritual, ¿con qué derecho ocupa un lugar en el canon bíblico? Sirve como de lección objetiva, un māšāl (* Proverbio) extenso, que ilustra las ricas maravillas del amor humano. En la medida en que las enseñanzas bíblicas acerca del amor físico han sido liberadas del asceticismo subcristiano, la hermosura y la pureza del amor conyugal se han ido apreciando más cabalmente. Cantares, aunque expresado en lenguaje demasiado audaz para el gusto occidental, ofrece sin embargo un saludable equilibrio entre los extremos del exceso o la perversión sexual y la negación ascética de la virtud esencial del amor físico. Según E. J. Young, existe un propósito más alto todavía: “No solamente habla de la pureza del amor humano, sino que por su sola inclusión en el canon Cantares nos recuerda que hay un amor más puro que el nuestro” (IOT, 1949, pp. 327).
Bibliografía. L. Alonso Schökel, El cantar de los cantares, 1969; R. Tournay, El cantar de los cantares, 1970; G. de Saint-Thierry, Comentario al Cantar de los cantares, 1979; J. C. Dillow, Cantar de los cantares, 1981; A. Canclini, Amada mía … amado mío, 1975; W. Nee, El cantar de los cantares, 1974; H. Cazelles, Introducción crítica al Antiguo Testamento, 1981; E.J. Young, Una introducción al Antiguo Testamento, 1977.
W. Baumgartner, en
D.A.H.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico