BIEN Y MAL.

«Vio Dios cuanto habí­a hecho, y era muy bueno» (Gén 1,31). Sin embargo, para acelerar la venida del reino escatológico nos invita Cristo a pedir en el padrenuestro: «Lí­branos del mal» (Mt 6,13). La oposición de estas dos fórmulas plantea al creyente de nuestros dí­as, para el que ‘la Biblia misma ofrece elementos de solución: ¿de dónde viene el mal en este mundo creado bueno?, ¿cuán-do y cómo se le vencerá?

1. EL BIEN Y EL MAL EN EL MUNDO.

1. Para el que las ve o las experimenta, ciertas cosas son subjetivamente buenas o malas. La palabra hebrea tób (traducida indistintamente por las palabras griegas kalos y agathos, bello y bueno [cf. Lc 6, 27-35]) designa primitivamente a las personas o a los objetos que provocan sensaciones agradables o la euforia de todo el ser: una buena comida (Jue 19,6-9; lRe 21,7; Rut 3,7), una muchacha hermosa (Est 1,11), personas benéficas (Gén 40,14), en una palabra, todo lo que procura la felicidad o facilita la *vida en el orden fí­sico o psicológico (cf. Dt 30,15); por el contrario, todo lo que conduce a la *enfermedad, al *sufrimiento en todas sus formas y sobre todo a la *muerte, es malo (hebr. ra’; gr. poneros y kakos).

2. ¿Se puede también hablar de una bondad objetiva de las criaturas en el sentido en que la entendí­an los griegos? Estos imaginaban para cada cosa un arquetipo. a imitar o a realizar; proponí­an al hombre un ideal, el kalos kagathos que, poseyendo en sí­ mismo todas las cualidades mora-les, estéticas y sociales, ha llegado a su pleno desarrollo, es agradable y útil a la república. En esta óptica particular, ¿cómo concebir el mal? ¿Cómo imperfección, pura negatividad, ausencia de bien, o, por el contrario, como una realidad que tiene su existencia propia y deriva del principio malo que desempeñaba tan gran papel en el pensamiento iranio? Cuando ‘la Biblia atribuye bondad real a las cosas, no lo entiende así­. Diciendo: «Vio Dios que era bueno» (Gén 1,4…) muestra que esta bondad no se mide en función de un bien abstracto, sino en relación con el Dios creador, único que da a las cosas su bondad.

3. La bondad del hombre constituye un caso particular. En efecto, de-pende en parte de él mismo. Ya en la *creación, le situó Dios ante «el árbol del *conocimiento del bien y del mal», dejándole la posibilidad de obedecer y de gozar del árbol de la vida, o de desobedecer y de ser arrastrado a ‘la muerte (Gén 2,9.17), *prueba decisiva de la .*libertad, que se repite para cada hon:.re. Si rechaza el mal y hace el bien (Is 7,15; Am 5,14; cf. Is 1,16s), observando la *ley de Dios y conformándose con su *voluntad (cf. Dt 6,18; 12,28; Miq 6,8), será bueno y le agradará (Gén 6,8); si no, será malo y le desagradará (Gén 38,7). Su elección de-terminará su calificación moral y, consiguientemente, su destino.

4. Ahora bien, desde los orí­genes, el *hombre, seducido por el maligno (cf. *Satán), escogió el mal. Buscó su bien en las criaturas «buenas para comer y seductoras a la vista» (Gén 3,6), pero fuera de la *voluntad de Dios, lo cual es la esencia misma del *pecado. En ello no halló sino los frutos amargos del sufrimiento y de ‘la muerte Gén 3,16-19). A consecuencia de su pecado se introdujo; pues, el mal en ‘el mundo y luego proliferó. Cuando Dios mira a los hijos de Adán los halla tan malos que se arrepiente de haberlos hecho (Gén 6,Sss): no hay ni uno que haga el bien aquí­ en la tierra (Sal 14,1%; Rom 3,10ss). Y el hombre hace la misma experiencia: se siente frustrado en sus deseos insaciables (Ecl 5,9ss; 6,7), impedido de gozar plenamente de los bienes de la tierra (Ecl 5,14; 11,2-6), incapaz hasta de «hacer el bien sin jamás pecar» (Ecl 7,20), pues el mal sale de su propio *corazón (Gén 6,5; Sal 28,3; Jer 7, 24; Mt 15,19s). Viciando el orden de las cosas, llama al bien mal y al mal bien (Is 5,20; Rom 1,28.32). Final-mente, hastiado y decepcionado, se hace cargo de que «todo es vanidad» (Ecl 1,2); experimenta duramente que «el mundo entero está en poder del maligno» (1Jn 5,19; cf. In 7,7). El mal, en efecto, no es una mera ausencia de bien, sino una fuerza positiva que esclaviza al hombre y corrompe el universo (Gén 3,17s). Dios no lo creó, pero ahora que ha aparecido, se opone a él. Comienza una *guerra incesante, que durará tanto tiempo como la historia: para salvar al hombre, Dios todopoderoso deberá triunfar del mal y del maligno (Ez 38-39; Ap 12,7-17).

II. Sí“LO Dios ES BUENO. La bondad de *Dios es una revelación capital del AT. Habiendo conocido el mal en su paroxismo durante la servidumbre de Egipto, Israel descubre el bien en Yahveh su *libertador. Dios lo arranca a la muerte (Ex 3, 7s; 18,9), luego lo conduce a la *tierra prometida, aquel «buen paí­s» (Dt 8,7-10), «en el que fluyen *le-che y miel)) y «en el que Yahveh tiene constantemente rlos ojos», y don-de Israel hallará la felicidad (cf. Dt 4,40) si se mantiene fiel a la *alianza (Dt 8,11-19; 11,8-12.18-28).

2. Dios pone una condición a sus dones. Israel, como Adán en el paraí­so, se ve situado frente a una elección que determinará su destino. Dios pone ante él la *bendición y la *maldición (Dt 11,26ss), puesto que el bien fí­sico y el bien moral están igualmente ligados con Dios: si Israel «olvidara a Yahveh», cesara de amarle, no observara ya sus mandamientos y rompiera la alianza, serí­a inmediatamente privado de estos bienes terrenales (Dt 11,17) y enviado en servidumbre, mientras que su tierra se convertirí­a en un *desierto (Dt 30,15-20; 2Re 17,7-23; Os 2,4-14). A lo,,largo de su historia experimenta Israel la verdad de esta doctrina fundamental de la alianza : como en el drama del paraí­so, la experiencia de la desgracia sigue a la del* pecado.

3. La felicidad de los impí­os y la desgracia de los justos. Pero en este punto capital parece fallar la doctrina: ¿no parece Dios favorecer a los *impí­os y dejar a los buenos en la desgracia? Los *justos sufren, el *servidor de Yahveh. es perseguido, los *profetas son entregados a muerte (cf. Jer 12,1s; 15,15-18; Is 53; Sal 22; Job 23-24). Dolorosa y misteriosa experiencia del *sufrimiento cuyo sentido no aparece inmediata-mente. Sin embargo, por ella aprenden poco a poco los *pobres de Yahveh a despegarse de los «bienes de este mundo», efí­meros e inestables (Sof 3,11ss; cf. Mt 6,19ss; Lc 12, 33s), para hallar su *fuerza, su *vida y su bien en Dios, único que les queda cuando todo se ha perdido, y al que se adhieren con una *fe y una *esperanza heroicas (Sal 22,20; 42,6; 73,25; Jer 20,11). Ciertameñte están todaví­a sometidos al mal, pero tienen consigo a su salvador, que triunfará en el dí­a de la salvación; entonces recibirán esos bienes que ha prometido Dios a sus fieles (Sal 22,27; Jer 31,10-14). En toda ver-dad, Dios «solo es bueno)) (Mc 10, 18 p).

III. Dios TRIUNFA DEL MAL. 1. De la ley al llamamiento de la gracia. Al revelarse como salvador anunciaba Dios ya su futura *victoria sobre el mal. Pero todaví­a debí­a afirmar-se ésta en forma definitiva, haciendo al hombre bueno y sustrayéndolo al poder del maligno (1Jn 5,18s), «prí­ncipe de este *mundo» (Lc 4,6; Jn 12,31; 14,30). Es cierto que Dios habí­a dado ya la *ley, que era buena y estaba destinada a la vida (Rom 7,12ss); si practicaba el hombre los mandamientos, harí­a el bien y obtendrí­a la vida eterna (Mt 19,16s). Pero esta ley era por sí­ misma ineficaz, en tanto no cambiara el *corazón del hombre, prisionero del pecado. Querer el bien está al alcance del hombre, pero no realizarlo : no hace el bien que quiere, sino el mal que no quiere (Rom 7,18ss). La concupiscencia le arrastra como contra su voluntad, y la ley, hecha para su bien, redunda finalmente en su mal (Rom 7,7.12s; Gál 3,19). Esta lucha interior lo ha-ce infinitamente desgraciado; ¿quién, pues, lo libertará? (Rom 7,14-24). 2. Sólo «Jesucristo Nuestro Señor» (Rom 7,25) puede atacar al mal en la raí­z, triunfando de él en el corazón mismo del hombre (cf. Ez 36,26s). Es el nuevo *Adán (Rom 5,12-21), sin pecado (Jn 8,46), sobre el que Satán no tiene ningún poder. Se hizo obediente hasta la muerte de *cruz (,Flp 2,8), dio su vida a fin de que sus ovejas hallen pasto (Jn 10,9-18). Se hizo «*maldición por nosotros a fin de que por la fe recibiéramos el Espí­ritu prometido» (Gál 3,13s).

3. Los bienes otorgados. Así­, renunciando Cristo a la vida y a los bienes terrenales (Heb 12,2) y enviándonos el Espí­ritu Santo, nos procuró las «buenas cosas» que debemos pedir al Padre (Mt 7,11; cf. Lc 11,13). No se trata ya de los bienes materiales, como los que estaban prometidos en otro tiempo a los hebreos; son los «*frutos del Espí­ritu» en nosotros (Gál 5,22-25). Ahora ya el hombre, transformado por la *gracia, puede «hacer el bien» (Gál 6,9s); «hacer buenas *obras» (Mt 5,16; lTim 6,18s; Tit 3,8.14), «vencer el mal por el bien» (Rom 12,21). Para hacerse capaz de estos nuevos bienes, debe pasar por el desasimiento, «vender sus bienes» y *seguir a Cristo Mt 19,21), «negarse a sí­ mismo y llevar su cruz con él» (Mt 10,38s; 16,24ss).

4. La victoria del bien sobre el mal. Escogiendo el cristiano vivir así­ con Cristo para obedecer a los impulsos del Espí­ritu Santo, se desolidariza de la opción de Adán. Así­ el mal moral queda verdaderamente vencido en él. Desde luego, sus consecuencias fí­sicas y psicológicas permanecen mientras dura el mundo presente, pero el cristiano se glorí­a en sus tribulaciones, adquiriendo con ellas la *paciencia (Rom 5,4), estimando que «los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la *gloria futura que se ha de revelar» (8,18-25). Así­ desde ahora está por la fe y la esperanza en ‘posesión de las *riquezas incorruptibles (Lc 12, 33s) que se otorgan por *mediación de Cristo «sumo sacerdote de los bienes venideros» (Heb 9,11; 10,1). Es sólo un comienzo, pues creer no es *ver; pero la fe garantiza los bienes esperados (Heb 11,1), los de la *patria mejor (Heb 11,16), los del mundo nuevo que Dios creará para sus elegidos (Ap 21,1ss).

–> Bienaventuranza – Bendición – Calamidad – Castigos – Prueba – Gozo – Enfermedad – Muerte – Retribución Riquezas – Sufrimiento – Vida.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas