BIBLIA

griego biblion, libro. Con esta palabra se designa la colección de libros, considerados inspirados por Dios, 2 Tm 3, 16. También llamados Escrituras, Dn 9, 2; Mt 21, 42; 22, 29; 26, 54; Mc 12, 24; 14, 49; Lc 24, 27/ 32/45; Jn 5, 39; Hch 13, 27; 17, 2 y 11; 18, 24 y 28; Rm 1, 2; 15, 4; 16, 26; 1 Co 15, 3-4; 2 P 3, 16. O Escritura, como se lee en Mc 12, 10; Lc 4, 21; Jn 2, 22; 7, 38 y 42; 10, 35; 13, 18; 17, 12; 19, 24/28/36/37; 20, 9; Hch 1, 16; 8, 32 y 35; Rm 1, 17; 2, 24; 3, 4 y 10; 4, 3/17/23; 8, 36; 9, 12/17/33; 10, 11 y 15; 11, 2/8/26; 12, 19; 14, 11; 15, 3/9/21; 1 Co 1, 19 y 31; 2, 9; 3, 19; 10, 7; 15, 45; 2 Co 8, 15; Ga 3, 8/10/13/22; 4, 27; 1 Tm 5, 18; St 2, 8 y 23; 4, 5; 1 P 2, 6; 2 P 1, 20; Judas 1, 4. La B. es el libro sagrado de los judí­os y cristianos. Pero, las Escrituras del judaí­smo y del cristianismo se diferencian en varios aspectos, como el orden y número de los libros, pues unos admiten algunos escritos como de inspiración divina y otros los consideran apócrifos o pseudoepí­grafos. La Escritura judí­a comprende únicamente los libros del Antiguo Testamento. La cristiana, además, incluye el Nuevo Testamento, con divergencias entre la Iglesia católica y las demás iglesias cristianas.

El ® canon judí­o o palestino estableció veinticuatro libros escritos originalmente en hebreo; los dos libros de Samuel reunidos en uno solo, lo mismo que los dos de los Reyes, y Los Doce profetas, que al dividirlos dan un total de treinta y nueve libros. La Biblia, como libro de Israel, se comenzó a formar, como se lee en 2 R 22 y en 2 Cro 34, en tiempos de Josí­as, rey de Judá, 640 a 609 a. C., quien acometió una reforma religiosa y ordenó reconstruir el Templo, labor durante la cual Jilquí­as, sumo sacerdote, halló el libro de la Ley o libro de la Alianza, esto es, el Deuteronomio en su parte legislativa, código de la Alianza, Dt 5, 2; 28, 69; esta ley fue leí­da ante todo el pueblo y sobre ella se fundamenta la reforma, 2 R 23.

La Biblia hebrea se divide en tres partes: Torá, la Ley, Pentateuco, que se sitúa como escritura sagrada hacia finales del cautiverio en Babilonia, pues al regreso de la esclavitud, Esdras lee el libro de la ley al pueblo, Ne 8 ; Nevií­m, los Profetas, divididos en anteriores y posteriores, que quedó como escritura sagrada ca. año 200 a. C.; y Ketuvim, o los Hagiógrafos. Tomando la primera letra de cada parte se formó la palabra Tanak, como también se conoce la Escritura hebrea, cuya lista definitiva de libros se dio ca. fin del siglo I d. C. La Biblia de los Setenta, o Septuaginta, versión hecha para los judí­os de la Diáspora, se compone de los escritos en hebreo traducidos al griego más las adiciones a los libros de ® Ester y ® Daniel y los libros ® deuterocanónicos, es decir, del segundo canon, considerados de inspiración divina por el Concilio de Trento, en 1546, según la versión latina de la Biblia, efectuada por San Jerónimo, es decir, la ® Vulgata. Este canon griego, es el canon católico y el de la Iglesia ortodoxa griega, que es rechazado y las adiciones y escritos deuterocanónicos tenidos por apócrifos por las iglesias protestantes, que sólo admiten como inspirados por Dios los de la Biblia hebrea; así­ lo estableció Martí­n Lutero en la traducción que hizo de las Escrituras al idioma alemán, durante la Reforma, y terminada en 1534.

En cuanto al ® Nuevo Testamento tanto la Iglesia católica como las demás iglesias cristianas admiten los veintisiete libros que lo componen, escritos en koiné, esto es, en griego común de la época. Igualmente están de acuerdo en cuanto a los apócrifos del N. T., más de cien libros en el estilo literario de los canónicos, por lo que se encuentran evangelios, epí­stolas, hechos, apocalipsis.

Las biblias cristianas se dividen en Antiguo y Nuevo Testamento de acuerdo con la visión paulina de las dos alianzas, en la alegorí­a de las dos muje res, la esclava y la libre, Agar y Sara, Ga 4, 21; la Antigua Alianza, que Yahvéh estableció con el pueblo de Israel, que corresponde al A. T. La Nueva, según el oráculo Jr 31, 31-34, sellada por medio de Jesucristo, el Mesí­as, Hb 8, 7; 9, 15; 12, 24, corresponde al N. T.

En el aspecto literario de la Biblia en ella no encontramos unidad, puesto que se trata de diferentes escritos que corresponden a diferentes épocas y autores, así­ como a distintos géneros literarios. En las Escrituras hay narraciones e historia, como el Génesis, el Deuteronomio, Reyes, Crónicas, Esdras, Nehemí­as; poesí­a, lí­rica, como el Cantar de los cantares; poesí­a elegí­aca, como las Lamentaciones de Jeremí­as por Jerusalén; la lamentación, qînah, de Isaí­as por Babilonia, Is 13; 47; cantos de adoración, como los Salmos; poesí­a sapiencial, como los libros de Job, Proverbios, Eclesiastés o Qohélet, Sabidurí­a, Eclesiástico o Sirácida; códigos legales, como los libros del Exodo, Leví­tico, Números, Deuteronomio o segunda ley; escritos proféticos, que a su vez incluyen narraciones, poesí­a, oraciones y oratoria, como Isaí­as, Jeremí­as; escritos apocalí­pticos, o revelaciones, visiones y sueños, cargados de imágenes y simbolismos, como los libro de Daniel y del Apocalipsis de San Juan; epí­stolas, cartas, como las de Pablo, Pedro, Juan. Igualmente, en un mismo libro de la Biblia, podemos encontrar todos estos géneros. ® ®siones.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

La colección de libros reconocidos y usados por la iglesia cristiana como el registro inspirado de la revelación de Dios de sí­ mismo y de su voluntad para la humanidad.

I. Nombres. La palabra †œBiblia† viene del gr. biblia, plural de biblion, diminutivo de biblos (libro), de byblos (papiro). En tiempos antiguos se usaba el papiro para hacer el papel del que se fabricaban los libros. Las palabras biblion y biblia se usan en el AT (LXX) y en los Apócrifos para las Escrituras (Dan 9:2; 1Ma 1:56; 1Ma 3:48; 1Ma 12:9). Alrededor del siglo V de la era cristiana, los Padres de la iglesia griega aplicaron el término biblia a la totalidad de las Escrituras cristianas. Más tarde la palabra pasó a la iglesia occidental y, aunque en realidad es un sustantivo plural neutro, llegó a usarse en el lat. como femenino singular. Así­, †œLos Libros† se convirtieron por consenso común en †œEl Libro†.

En el NT se refiere generalmente al AT como las Escrituras (Mat 21:42; Mat 22:29; Luk 24:32; Joh 5:39; Act 18:24). Otros términos que se usan son Escritura (Act 8:32; Gal 3:22), las sagradas Escrituras (Rom 1:2; 2Ti 3:15) y escritos sagrados (2Ti 3:15 RSV, inglés).

El término plural biblia enfatiza el hecho de que la Biblia es una colección de libros. El uso de la palabra en singular pone énfasis en la unidad de los libros. El hecho de que ningún adjetivo calificativo se coloque antes del término apunta a la singularidad de este libro.

Los nombres Antiguo Testamento y Nuevo Testamento se han usado desde fines del siglo II de la era cristiana para distinguir a las Escrituras judí­as y cristianas. El AT está compuesto por libros producidos por escritores bajo el pacto de Dios con Israel; el NT contiene escritos de los apóstoles (miembros del pueblo del nuevo pacto de Dios). El término Novum Testamentum se encuentra por primera vez en Tertuliano (190-220 d. de J.C.). †œTestamento† se usa en el NT para traducir la palabra gr. diatheke (lat. testamentum) que en el uso clásico significaba †œuna voluntad† pero en la Septuaginta y en el NT se usaba para traducir la palabra heb. berith (un pacto).

I Idiomas. La mayor parte del AT fue escrita en heb., el idioma hablado por los israelitas en Canaán antes de la cautividad babilónica. Después del regreso del exilio, los hebreos le dieron entrada al arameo, un dialecto relacionado que se hablaba por lo general en todo el sudoeste de Asia. Unas cuantas partes del AT están escritas en arameo (Ezr 4:8—Ezr 6:18; Ezr 7:12-26; Jer 10:11; Dan 2:4—Dan 7:28). El texto heb. antiguo consistí­a solamente de consonantes, ya que el alfabeto heb. no tení­a vocales escritas. Los signos vocales fueron inventados por los eruditos judí­os masoréticos en el siglo VI de la era cristiana y más tarde.

Excepto por unas cuantas palabras y frases, el NT fue compuesto en gr., el idioma de la conversación común en el mundo helení­stico. Los papiros encontrados en Egipto han arrojado mucha luz sobre el significado de muchas palabras del NT.

III. Extensión y divisiones. La Biblia protestante en uso general en el dí­a de hoy contiene 66 libros, 39 en el AT y 27 en el NT. Los 39 libros del AT son los mismos reconocidos por los judí­os palestinos en tiempos del NT y por los judí­os en el dí­a de hoy. Los judí­os de habla gr. de este perí­odo, sin embargo, reconocieron como Escritura un número mayor de libros. El AT gr. (LXX) que pasó de ellos a la iglesia cristiana primitiva contení­a, además de los 39 libros del canon heb., varios otros, de los cuales siete —Tobí­as, Judit, Sabidurí­a, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 de Macabeos, además de las dos adiciones así­ llamadas a Ester y Daniel— son considerados como canónicos por la Iglesia Católica Romana, resultando en un canon del AT de 46 libros.

Los libros en la Biblia hebrea están colocados en tres grupos: la Ley, los Profetas y los Escritos. La Ley comprende el Pentateuco. Los Profetas consisten de ocho libros: los Profetas Anteriores (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y los Profetas Posteriores (Isaí­as, Jeremí­as, Ezequiel y los Profetas Menores). Los Escritos son los libros restantes: Salmos, Proverbios, Job, Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras—Nehemí­as y Crónicas. En total tradicionalmente se reconocen 24, pero éstos corresponden a los 39 de los protestantes, ya que en este último se reconocen los Profetas Menores como 12 libros, y Samuel, Reyes, Crónicas y Esdras—Nehemí­as, como dos cada uno.

Todas las ramas de la iglesia cristiana están de acuerdo en el canon del NT. La agrupación de los libros es natural:
( 1 ) los cuatro Evangelios,
( 2 ) Hechos, el único libro histórico,
( 3 ) las Epí­stolas (de Pablo y luego las Generales) y
( 4 ) Apocalipsis.

IV. Texto. El texto de la Escritura ha llegado a nosotros en un admirable estado de preservación. Hasta el invento de la imprenta a mediados del siglo XV, todas las copias de las Escrituras fueron hechas a mano. Los antiguos escribas judí­os copiaron el AT con sumo cuidado. Los Rollos del Mar Muerto, algunos de los siglos II y III a. de J.C., contienen tanto libros enteros o fragmentos de todos los del AT, excepto uno (Ester); y dan testimonio de un texto admirablemente semejante al texto heb. dejado por los masoretas (desde el año 500 d. de J.C. en adelante).

La evidencia de la confiabilidad del texto del NT es concluyente e incluye cerca de 4.500 mss. gr., los cuales datan desde el año 125 d. de J.C. hasta la invención de la imprenta. Varias versiones, p. ej., la Antigua Latina y Siriaca, se remontan cerca del año 150 d. de J.C.. Existe infinidad de citas de las Escrituras en los escritos de los Padres de la iglesia, principiando con los fines del primer siglo. Entre los mss. más antiguos del NT gr. que han llegado a nosotros están: el fragmento del Evangelio de Juan de John Rylands (c. 125); el Papyrus Bodmer II, un ms. del Evangelio de Juan que data de c. 200; el Chester Beatty Papyri, que consiste de tres códices que contienen los Evangelios y Hechos, la mayorí­a de las Cartas de Pablo y Apocalipsis, que datan desde c. 200; y los códices Vaticano y Sinaí­tico, ambos escritos en c. 350.

V. Capí­tulos y versí­culos. La Biblia originalmente no tení­a capí­tulos o vv. Por razón de conveniencia para referencia, los judí­os de los tiempos pretalmúdicos dividieron el AT en secciones, como nuestros capí­tulos y vv. La división de capí­tulos que usamos hoy la hizo Stephen Langton, arzobispo de Canterbury, quien murió en 1228. La división del NT en sus vv. actuales la encontramos por primera vez en una edición del NT gr. publicado en 1551 por un impresor de Parí­s, Robert Stephens, quien en 1555 también sacó una edición de la Vulgata que fue la primera edición de la Biblia entera que apareció con nuestros capí­tulos y vv. actuales. La primera Biblia en inglés que se dividió en esa forma fue la edición de Ginebra de 1560.

VI. Traducciones. El AT fue traducido al gr. (la LXX) entre los años 250 y 150 a. de J.C., y poco después del principio de la era cristiana aparecieron otras traducciones en gr. Al menos partes del AT fueron traducidas al sirí­aco a principios del primer siglo de la era cristiana y una traducción cóptica apareció probablemente en el siglo III. El NT fue traducido al lat. y sirí­aco en c. 150 y una cóptica en c. 200. La Biblia, completa o en partes, está ahora disponible en más de 1.100 diferentes idiomas y dialectos.

VII. Mensaje. Aunque la Biblia consiste de muchos libros diferentes escritos durante un largo perí­odo de tiempo y por una gran variedad de escritores, la mayorí­a de los cuales no se conocí­an unos a otros, tiene una unidad orgánica que solamente puede explicarse asumiendo, como el libro mismo lo reclama, que sus escritores fueron inspirados por el Espí­ritu Santo para dar el mensaje de Dios al hombre. El tema de este mensaje es el mismo en ambos Testamentos, la redención del hombre. El AT nos habla del origen del pecado del hombre y de la preparación que Dios hizo para la solución de este problema a través de su propio Hijo, el Mesí­as. El NT describe el cumplimiento del plan redentor de Dios: los cuatro Evangelios nos hablan sobre la venida del Mesí­as; Hechos describe el origen y crecimiento de la iglesia, el pueblo redimido de Dios; las Epí­stolas dan el significado y la implicación de la encarnación; y el libro de Apocalipsis muestra cómo algún dí­a toda la historia será consumada en Cristo.

Ver NUEVO TESTAMENTO; Ver ANTIGUO TESTAMENTO; Ver TEXTOS Y VERSIONES.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Los Libros).

– Es el conjunto de libros inspirados por Dios: (2Ti 3:16), por el Espí­ritu Santo: (2Pe 1:21).

– La palabra Biblia en griego significan «los libros», en plural, significando la variedad de ellos. En latí­n significa «el libro», poniendo de relieve su universalidad de tema que es la redención humana por Jesucristo.

– Toda es Palabra de Dios: (Luc 11:28, Heb 4:12), de Cristo: (Col 3:16). Así­ es que si deseas escuchar a Dios, lee la Biblia, ¡es palabra de Dios!: – Es el Testamento de Dios. No es el testamento de un tí­o rico, que te deja una fortuna, sino de Dios, de tu papá. La tenemos que leer con tanto interés como leerí­amos el testamento de un tí­o rico que ha muerto y nos deja una fortuna, y con el amor del testamento del padre fallecido que nos deja su última voluntad, lo que desea que hagamos.

Son Dos Partes: 1- El Antiguo Testamento. Escrito en hebreo: (lengua de los judí­os). Son 46 libros. Las Biblias protestantes sólo tienen 39 libros. No tienen los libros históricos de Judith, Tobí­as y los dos Macabeos, ni los libros sapienciales de Sabidurí­a y Eclesiástico, ni el libro profético de Baruc.

2- El Nuevo Testamento. 27 libros en todas las Biblias. Escritos en griego. Hay otros libros, llamados apócrifos, que se escribieron en la época de la Biblia, que tratan de temas bí­blicos, y que se atribuyen a los mismos autores de la Biblia, pero que no pertenecen a la Biblia. De etre ellos hay más de 50 del tiempo del A. T. y más de 30 de tiempos del N. T. Ver «Apócrifos».

Sabemos los libros que pertenecen a la Biblia porque así­ nos lo ensena la Iglesia que lo decidió en le siglo V, en el Concilio de Roma, bajo el Papa Dámaso. Esta misma lista es la que ya habí­a dado el Concilio de Hipona del 393, y los concilios tercero y cuarto de Cartago, en los que tomó parte San Agustí­n. Y es la misma lista que nos han dado los Concilios de Trento y Vaticano I.

Cristo no nos dio una lista de los libros que componen la Biblia, ni mandó a sus discí­pulos a escribir o leer la Biblia. Lo que fundó Cristo fue su Iglesia, a la que le dio poder de infalibilidad, en Mat 16:19 y 18:18 y la mandó a que predicara el Evangelio. Una de las formas de extender el Evangelio es a través de la Biblia que nos da la Iglesia de Cristo, de tal forma que San Agustí­n dice: «No creerí­a en la Biblia si no me dijera la Iglesia que habí­a que creer en ella.» ¡Y San Agustí­n siempre se proclamó a sí­ mismo como católico!: Realmente, quien no crea en la Iglesia, en los Concilio y en el Papa, con los poderes de Mat 16:19 y 18:18, no tiene una base recional para saber qué libros componen la Biblia. De hecho, el Nuevo Testamento que adoptó el Concilio de Roma, bajo el Papa Dámaso, es el que aceptaron Lutero, Calvino y todos los protestantes, aunque algunos no lo saben. y la Iglesia es también la única que tiene autoridad, dada por Cristo, para la correcta interpretación de cada verso de la Biblia, porque «ninguna profecí­a de la Biblia es objeto de interpretación privada»: (2Pe 1:20). De hecho, todas las herejí­as que han surgido, han sido por interpretar la Biblia en forma distinta a como ensena la Iglesia.

– La Biblia es el libro mejor documentado: Por ejemplo, de la Ilí­ada, o de las obras de Platón o Aristóteles quedan sólo docenas de manuscritos. Sin embargo de la Biblia se conservan unos 6,000 manuscritos en los idiomas originales: (hebreo y griego), y unos 40,000 manuscritos en versiones antiquí­simas: (copto, latí­n, armenio, arameo.).

– Se ha traducido a más de 1,100 idiomas y dialectos, y se han publicado billones de ejemplares. Así­ es que, con San Jerónimo, le invito a que entre en esta maravillosa ciudad de joyas que es la Biblia, pero que se deje acompanar y guiar de quien sabe y tiene autoridad, que el la Iglesia. Ver «Manuscritos», «Escrituras».

Esquema de la Biblia en Siete Perí­odos: 1.- Creación, hasta Babe: (Génesis 1 a 11). Los comienzos del mundo, del matrimonio, del pecado, del castigo, de la redención: (2Pe 3:15). El Arca de Noé, tipo de la Iglesia y el Papa: (Mat 24:37-39). Babel, el antitipo de Pentecostés.

2.- Comienzo del «Pueblo de Dios» con una familia, los Patriarcas.

(Génesis 11 a 50). Anos 2,0000 a 1,500 B. C.

Abraham: (el Padre), Isaac: (el Hijo), Jacob: (transformado por el Espí­ritu). Los 12 hijos de Jacob: (tipo de la Iglesia). José: (tipo del cristiano). En total, 66 familiares fueron a Egipto. Job también es de esta época de los patriarcas.

3.-«El Pueblo de Dios», los Jueces: (Exodo a Jueces). Anos 1,500 a 1,000 B. C.

– La familia de 66 se ha convertido en un Pueblo de 600,000 en Egipto.

– Moisés los libera de la esclavitud.

– La Pascua y el Mar Rojo.

– El desierto con el Maná, tipo de la Eucaristí­a. Mara, la roca de Horeb.

– El Monte Sinaí­. Los mandamientos y las normas para el culto. El Arca.

– El paso a Israel con Josué.

– Cada vez que el pueblo peca, es castigado. Y cuando se arrepiente, Dios lo libera por un «Juez». Doce jueces. Gedeón, Sansón, Otoniel, Débora.

4.- El Reino Unido, los Reyes, libros sapienciales: (Ruth, Samuel, Reyes, Cronicas, Sapienciales). Anos 1,100 a 586 B. C.

– Samuel. El último Juez establece la monarquí­a con Saú: (1 Sam.).

– Saul, el primer Rey: (1 Samuel).

– David, ungido por Samuel. Goliat. Perseguido por Saúl, su pecado y arrepentimiento: (1 Sam. y 2 Sam.).

– Aparecen los Salmos.

– Salomón construye el Templo, peca y es castigado con la división del reino: (1 Reyes, 1 Crónicas).

– Escribe cuatro libros: Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabidurí­a.

– Ruth es de esta época, la no-judí­a, bisabuela de David.

5.- El Reino Dividido. Los Profetas: (2 Rev., 2 Cro., Profetas) Anos 931 a 586 B. C.

– En 931 muere Salomón, y el Reino se divide. Si durante el Reino Unido surgieron los Libros Poéticos, cuando el Reino se divide surgen los Profetas, amonestando a los pecadores.

1- El Reino del Sur, Judá. Las tribus de Judá y Benjamí­n, con capital en Jerusalén. Serán los Judí­os, «Judá».

– Veinte reyes de la misma familia.

– Siete profetas: Isaí­as, Jeremí­as, Baruc, Joel, Sofoní­as, Habacuc.

– En 586, vencidos por los Caldeos y desterrados a Babilonia.

2- El Reino del Norte, Israel. Las otras diez tribus con capital en Samaria. 19 Reyes de 5 familias.

– Cuatro Profetas: Elí­as, Eliseo, Amós, Oseas. En 722, vencidos por los asirios, desterrados a Ní­nive.

6. Destierro Babí­lónico y Retorno (2 Reyes, 2 Cronicas, Profetas, Esdras, Nehemí­as, Macabeos, Esther, Tobí­as, Judith. Ano 586 B. C. hasta Cristo).

– Destierro por 70 años del Pueblo del Sur, de Judá. Profetas Ezequiel y Daniel.

– Retorno: Libros de Esdras, Nehemí­as, Esther, Tobí­as, Judit y Macabeos. Profetas: Ageo, Zacarí­as y Malaquí­as.

7. Cristianismo: Desde Jesucristo hasta hoy: (Otros 2,000 años). Surgen los Apóstoles y Evangelizadores. Todo el Nuevo Testamento.

RESUMEN DEL «PUEBLO DE DIOS»: – Una «Familia». 2,000 a 1,500 B. C. Los Patriarcas: Abraham, su hijo, nieto y 12 biznietos: (un total de 66).

– Un «Pueblo». Anos 1,500 a 1,000 B. C. Los «Jueces». Ya eran un pueblo de medio millón. Desde Moisés a los Jueces.

– Un «Reino». De 1,000 a 500 B. C. Unido: Saul, David, Salomón. Dividido: Sur: (Judá), Norte: (Israel).

– Un «Resto». De 500 B. C. hasta Cristo, que regresa a Israel.

– Cristianismo: El Reino de Dios en la tierra, La Iglesia de Cristo. Dios dentro de cada cristiano: RESUMEN DE TODOS LOS LIBROS DE LA BIBLIA
Visión Genera: 73 libros.

1- Antiguo Testamento: 46 libros.

– Históricos: 21. Formación, desarrollo y caí­da del Pueblo de Dios, de la nación judí­a.

– Sapienciales: (Poéticos).

7. Literatura de la época de oro de la nación.

– Proféticos.

18. Literatura de los dí­as oscuros de la nación.

2- Nuevo Testamento 27 libros.

– Evangelios: 4. JESUCRISTO, el Salvador esperado y profetizado en el Antiguo Testamento.

– Hechos.

1. Su reino se extiende a todas naciones conocidas ¡en 32 años!: – Epí­stolas: 21. Sus ensenanzas y vida aplicadas a la Iglesia primitiva.

– Apocalipsis. Profecí­as de su dominio universal, eterno y total.

ANTIGUO TESTAMENTO
(46 libros).

Es la historia de la nación judí­a. Todos los libros hablan de CRISTO
(Luc 24:44, Jua 1:45, Jua 5:39). Anuncian, profetizan y preparan el camino para la venida del Mesí­as: (en griego, «Cristo»). Su venida es la tramazón que liga libros tan diversos.

I- Históricos: 21. Formación, desarrollo y caí­da del Pueblo de Dios, de la nación judí­a.

II- Sapienciales: (Poéticos).

7. Literatura de la época de oro de la nación.

III- Proféticos.

18. Literatura de los dí­as oscuros de la nación.

I- Libros Históricos: (21).

Pentateuco: Significa «cinco libros», los cinco primeros libros de la Biblia, de Moisés, llamados también «La Ley».

1. Génesis: «Comienzos». Presenta a Jesucristo, nuestro Dios y Creador.

1- Caps. 1-11: Describen el comienzo del mundo, del hombre y mujer, del matrimonio. Comienzo del pecado, castigos y premios, con Adán y Eva, Caí­n y Abel, Noé y el Diluvio. y la primera promesa de Redención: (Jua 3:15).

2- Caps. 12-50: Comienzo del Pueblo de Dios, con la familia: Abraham, su hijo Isaac, nieto Jacob, y 12 biznietos, especialmente José.

Versos a recordar.

1.27,Jua 2:24, Jua 3:15, Jua 17:1.

2. Exodo: «Salida». Presenta a Cristo, nuestro libertador, nuestro cordero pascual.

– La familia de Abraham se ha convertido en un pueblo de 3 millones.

– Presenta la esclavitud de este Pueblo de Dios por los Egipcios, su liberación por Moisés, con los prodigios de las 10 plagas, el cordero pascual, el maná en el desierto. Dios da su Ley y sus regulaciones para construir el tabernáculo, con las vestimentas que deben usar los sacerdotes.

Versos a recordar:Jua 3:14, Jua 12:12, Jua 16:16, Jua 20:1-7, Jua 29:38.

3. Leví­tico: «Relativo a los Levitas». Presenta a Cristo, nuestro sacrificio por los pecados. Es el libro de la santidad, palabra que aparece 150 veces.

– Contiene las reglas y regulaciones para los sacerdotes levitas, para los sacrificios, las ocho fiestas judí­as.

– Porque después de liberado, lo primero que tiene que hacer el Pueblo de Dios es adorar y alabar al Senor.

A recordar.

19:3, 19:18, Cap. 26.

4. Números: Presenta a Cristo «levantado» por nosotros: (Num 21:8, Jua 3:14). El siervo crucificado para salvarnos.

– En Leví­tico el Pueblo adora al Senor que lo salvó, aquí­, en Números, se pone a servir. Para eso se hacen dos censos, se numeran los 3 millones y se dividen en tribus, con servicios especí­ficos.

– Describe 40 años de jornadas por el desierto, sus murmuraciones con los castigos de Dios y la protección del Senor. Aparece la historia de Balaam y la estrella de Belén: (Jua 24:17).

A recordar:Jua 6:22-26, Jua 21:8, Jua 24:17.

En resumen: En Génesis, el hombre está arruinado.

En Exodo, el hombre está redimido.

En Leví­tico, el hombre ofrece culto.

En Números, el hombre sirve.

5. Deuteronomio: «Segunda Ley». Presenta a Cristo, nuestra obediencia.

– Es el libro de la obedicencia, palabra que se repito más de 100 veces.

– El más citado por Jesús: En las tres tentaciones, el primer mandamiento, en el Sermón de la Montaña. El Nuevo Testamento lo cita más de 80 veces.

– Son tres discursos de Moisés: El primero, mirando hacia atrás: (1-4); el segundo, mirando hacia arriba: (5-26); el tercero mirando adelante: (27-33).

En ellos se evidencian las bendiciones de la obediencia y las maldiciones de la desobediencia. Repite la Ley de Dios: (5), declara el «Shema», la oración más querida de los judí­os: (Jua 6:4-9).

A recordar: Cap. 5,Jua 6:4-9, cap. 28,Jua 32:39.

6. Josué: Cristo nuestro capitán. Contiene la ocupación y distribución de la «Tierra Prometida», el paso del Jordán, la caí­da de Jericó, victorias sobre los Cananeos, el sol que se detiene. y la distribución de la tierra a las tribus. A recordar.

1:7-9, 6:20,10:13, 23:14: 7. Jueces. Presenta a Cristo, nuestro juez y libertador. Al principio, en la tierra prometida, no habí­a rey ni gobierno. El pueblo pecaba, Dios lo castigaba. y cuando se arrepentí­a, Dios lo liberaba enviando «jueces», salvadores, que los liberaban de los pueblos opresores. Durante 350 años hubo doce jueces: Otoniel, Débora, Gedeón, Sansón.

(6:1, 15, 13:1, 19).

8. Ruth: Cristo nuestro pariente redentor. Presenta la fidelidad de Ruth, no judí­a, que llegó a ser la bisabuela de David. La fidelidad es el principio de nuestra redención.

9- 1 Samue: Presenta a Cristo nuestro rey. Describe la historia de Samuel, el establecimento de la monarquí­a, bajo Saúl, con el fracaso de Saúl; y la introducción de David, que mata al gigante Goliat: (17), y entabla una amistad muy grande con Jonatán: (18). Saúl envidia a David y lo quiere matar. David huye y en la cueva pudiera haber matado a Saúl, pero lo respetó: (24, 26) A recordar: 3:10, 10:1, 15:10, 17:45.

10- 2 Samue: Cristo es Rey Eterno. Cuenta la historia de David como rey, y establece el Pacto de David, de un reinado eterno: (7:8-17).

11- 1 Reyes: Presenta a Cristo que mora en nuestro templo. Cantiene la historia de Salomón y la construcción del Templo. La división del reino a la muerte deSalomón, en el Reino del Sur: (Judá), y Reino del Norte: (Israel). Con la división vino la decadencia, y aparece el Profeta Elí­as, durante el reino de Acab y su perversa esposa Jezabel, idólatra de Baal.

A recordar: 8:11, 18, 19:21-23.

12- 2 Reyes: Presenta a Cristo nuestro Profeta. La historia de Elí­as arrebatado en las nubes, y la de Eliseo, durante la decadencia de los dos reinos divididos: El de Judá, conquistado y llevado cautivo a Babilonia; y el de Israel, llevado cautivo a Asiria. A recordar.

1:10, 5: (Namán), 19: (Isaí­as), 20 a 22: (Ezequí­as, Manasés, y Josí­as).

13- 1 Crónicas: Llamado también «Paralipómenos», que significa «cosas omitidas» en los libros de Samuel y los Reyes. Cuenta el reino de David, desde el punto de vista religioso, y presenta a Cristo nuestro Sacerdote Eterno, del Arca de la Alianza.

Los nueve primeros capí­tulos son genealogí­as, todo nombres, desde Adán hasta la cautividad de Babilonia. A recordar: El Arca: (16), Canto de David: (16), 21:1.

14- 2 Crónicas. Presenta el Reino de Salomón y los Reyes de Judá: (el reino del Sur), desde un punto de vista religioso. Cristo es el Rey de Reyes y el Senor de Senores.

Son importantes los avivamientos de Josafat: (20), Ezequí­as: (29-31), y Josí­as: (35), y la historia de Manasés, que se parece a la del Hijo Pródigo.

15. Esdras: Es la historia del retorno de unos cuantos judí­os: («el resto») a Jerusalén, la restauración de la Ley y los Ritos, y la reconstrucción del templo. Presenta a Cristo, nuestro Restaurador. Al llegar a Jerusalén construye el en templo antes que sus casas. ¡Y lo primero, el altar!: (1:2, 3:2, 11).

16. Nehemí­as. La historia de la reconstrucción de las murallas de Jerusalén y la restauración de la autoridad civil. Jesucristo es nuestra ciudadela y nuestra muralla de defensa.

El capí­tulo 9 es precioso.

17. Tobí­as: Relata la vida familiar de Tobí­as y Sara, judí­os llevados cautivos a Ní­nive, y la del padre, Tobit. Tanto los éxitos como las desgracias los unen más al Senor. Dificilmente se encuentra una historia más bella y emotiva en la literatura bí­blica y universal, por el ambiente humano y espiritual que en ella se respira. ¡Y Rafael!: Jesucristo es el alma del matrimonio, para que el hogar se convierta en un pedazo de cielo en la tierra. El gran problema es que en muchos hogares quien vive en el corazón de los esposos es Satanás, y por eso tantos hogares son un infierno. Ver oraciones de Tobit y Sara: (3 y 13).

18. Judith. Representa a las dos bestias de Apocalipsis 13, y la salvación de ellas. Judith es una judí­a hermosa, prudente, piadosa y decidida. Ella salva su ciudad y su pueblo del ejército de Nabucodonosor, que querí­a que se le adorara como Dios. Lo salvó con su fe y valentí­a, seduciendo al general del ejército, la segunda bestia, emborrachándolo, y cortándole la cabeza, que exhibió públicamente.

Presenta a Cristo, nuestro Salvador, que elige en cada caso a quien quiere, para proteger a su pueblo.

Oración: (9:11); por primera vez en la Biblia, el «Cántico Nuevo», el Cántico del cordero de Apocalipsis 7: (Rev 16:2-15).

19. Esther. Otra mujer judí­a que llegó a ser reina de Persia, y evitó que la nación judí­a fuera exterminada. Presenta a Cristo, nuestro abogado, siempre usando un intermediario.

Oración de Mardoqueo y Esther: (13 y 14); penitencias: (4, 15), fiesta de Purim: (9).

20- 1 Macabeos: («Martillo»). Relata la historia de la rebelión de los judí­os, acaudillada por la familia de los Macabeos, contra los gentiles que arrasaron su tierra, y sobre todo, su templo. Comenzó el año 312 B. C. contra Antí­oco IV, el personaje bí­blico más tí­pico del Anticristo, que murió por la depresión que le produjo su derrota por los Macabeos. ¡Cristo es nuestro Caudillo! Antí­oco: Cap. 1; muere, cp. 6.

La «Fiesta de las Luces», que todaví­a se celebra alrededor de las Navidades, comenzó al quedar Israel libre de los gentiles: (Rev 4:55-58, Rev 13:41). A recordar:Rev 2:61, Rev 3:18, Rev 4:36, Rev 12:15.

21- 2 Macabeos. No es continuación de la historia, sino la misma historia narrada desde un punto de vista más religioso. Es un libro precioso, que puede calificarse como «el libro del poder de Dios» en la Biblia, que salva usando personas humildes o ángeles, de los que se relatan seis apariciones.

– Los martirios de Eleazar: (6) y de la madre con sus siete hijos, son unas de las páginas más bellas, emotivas y valientes de toda la Biblia.

– Al Anticristo Antí­oco se le dedican cinco capí­tulos: (3-7), y su muerte en el 9.

– El valor de las oraciones por los difuntos en 12:44-46, es una base para comprender el Purgatorio.

– Cristo es nuestro defensor ¡y nuestro todo en todos! Fiesta de las Luces, 10-6. A recordar: Caps. 6 y 7, 12:44-46.

II- Libros sapienciales o poéticos. Son siete, escritos en las épocas brillantes de la nación, y describen experiencias humanas de la gente de Dios en las diferentes condiciones de la vida. Cuatro de ellos son de Salomón. Las biblias Protestantes no tienen los libros de la Sabidurí­a de Salomón ni el de Ben Sirac: 1- Job: El libro más antiguo de la Biblia. Trata del problema zpor qué el sufrimiento? Concluye, en el caso de Job, que era para purificarlo, a pesar de que era un hombre justo. Dios permitió a Satanás que dejara a Job en la ruina, matara a sus hijos y le diera lepra. Cuando Job reconoció que hablaba lo que no sabí­a, Dios le dejó que lo vieran sus ojos, ¡porque se arrepintió e hizo penitencia!: (42:1-6). Y Dios le devolvió la salud, doble número de hijos y bienes. En el Nuevo Testamento dirí­amos «el cielo eterno». Presenta a Cristo, nuestro Redentor.

Tiene citas preciosas.

1:21, 2:10, 2:17-272Cr 7:1, 2Cr 7:17, 2Cr 10:1, ,2Cr 13:15, 2Cr 19:23-27, Cap. 28, Caps. 38-41,2Cr 42:1-6.

2- Salmos: Son 150, y era el libro de himnos del pueblo judí­o, para cantarlos o recitarlos en público o en privado. Sus temas son: El Mesí­as, Yahweh, la Ley, La Creación, el pasado y futuro de Israel. Alabanzas, acción de gracias, arrepentimiento. Ejercicios para renovar el corazón en momentos de éxitos, de fracasos, de dolor, de gozo, de perplejidad. Presenta al Mesí­as: (a Cristo) nuestro todo en todos.

(Salmo 22, 23, 51).

3- Proverbios: (de Salomón). Dichos sapienciales de la vida, enfatizando lo bueno, lo malo, y el temor de Dios. En los salmos, el cristiano está de rodillas. En los proverbios, está andando.

Consejos a los jóvenes: del 1 al 10.

Para todos: del 11 al 20.

Para gobernantes: 21 a 30. 31: La mujer fuerte de la Biblia.

4- Eclesiastés: (de Salomón, el Cohelet de 1:1). Repite y repite: «Todo es vanidad de vanidades» sin Dios, todo es «apacentarse de viento», nada nos puede hacer feliz en la tierra, solo Cristo es nuestra razón de vivir. Recordar 12:13.

5- Cantar de los Cantares: (de Salomón).

Después de la «vanidad de vanidades», la Biblia nos presenta «El Cantar de los Cantares». Cuando se vive en Cristo, la vanidad de vanidaes se convierte en el cantar e los cantares, en la tierra! ¡el más bello de todos los cantares!, las bodas de unión de Cristo con su Iglesia, de tu alma y la mí­a con el Senor. Tu alma y la mí­a representadas por la novia y la esposa, Cristo representado por el novio y el esposo. Es un poema bello al amor humano verdadero, de novios y de casados.

6- Sabidurí­a: (de Salomón).

Es uno de los libros más preciosos de la Biblia. Presenta la «Sabidurí­a», el novio del Cantar de los Cantares. a Cristo, que es «el resplandor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad»: (7:24), es mucho más que las riquezas, y los cetros y los tronos, y las piedras preciosas, y la salud y hermosura, «todos los bienes me vinieron junto a ella»: (7:8-11). Todo el mundo es, comparado con Cristo, como un grano de arena comparado con la playa: (11:23).

La segunda parte, Caps.10 a 14, presenta una historia del Pueblo de Dios y los horrores de la idolatrí­a.

7- Eclesiástico: (o Libro de Ben Sirach).

Es como Proverbios pero más largo y ampliado. Siguiendo los salmos 112 y 128, nos dice que todo en la vida debe estar basado en el temor de Dios, que es el principio de la sabidurí­a, la plenitud y la corona de la sabidurí­a. el temor del Senor es la raí­z de al sabidurí­a, y sus ramas la larga vida: (Cap. 1).

El amor de Dios es el «acelerador» en la vida, el temor de Dios es el «freno». un carro no puede andar sin acelerador, pero tampoco sin freno.

Presenta los deberes para con Dios, los deberes familiares, para con el prójimo. se fustigan los vicios, se alaban algunas virtudes, se contraponen la conducta del sabio y el necio, y se dan consejos a los gobernantes.

Cap. 30: Corrección de los hijos.

Cap. 38: ¿Qué hacer si estás enfermo?: Cap. 44-50: Una historia de Israel. A recordar.

1:14,20,22,25; 2:1; 614.

III- Libros Proféticos: (18).

Es la literatura de los dí­as oscuros de la nación judí­a. Los profetas fueron personas mandadas por Dios en los tiempos de apostasí­a. Hablaban de parte de Dios a los individuos y a la nación, atacando los males, suscitando el bien, y recordando la venida del Mesí­as Salvador, del que hacen más de 300 profecí­as, que se cumplieron a la letra en Jesucristo.

Los mensajes de los profetas tienen al menos un carácter doble: Se aplican a las condiciones locales, y se aplican a nuestros dí­as, a tu vida y a la mí­a.

Número de Libros.

– Cuatro Profetas Mayores: Isaí­as, Jeremí­as, Ezequiel y Daniel. a los que se unen el Libro de las Lamentaciones de Jeremí­as, y el Libro de Baruc, redactor y secretario de Jeremí­as. Las Biblias Protestantes no tienen el libro de Baruc.

– Doce Profetas Menores, llamados así­, no porque sus mensajes sean menores, sino porque la extensión de los libros es más pequena.

A qué pueblos iban dirigidos.

– A Edón: Libro de Abdí­as: – A Ní­nive: Libros de Jonás y de Nahum: – Al Reino del Norte: (Israel).

Libros de Amós y Oseas. Elí­as y Eliseo en los libros 1 de Reyes y 2 de Reyes.

– Al Reino del Sur: (Judá).

Isaí­as, Miqueas, Jeremí­as, Sofoní­as, Baruc, Habacuc, Joel.

– En Babilonia: Ezequiel y Daniel.

– Después del exilio de Babilonia: Ageo, Zacarí­as y Malaquí­as.

1- Isaí­as: (740 a. C.).

Significa «Salvación del Senor», y éste fue su tema central. Hay que esperar la Salvación del Mesí­as. Del que predice su nacimiento virgina: (7:14, 9:6), su deidad: (9:6-7), su ministerio: (9:1-2, 42:7, 61:1:2) y su muerte redentora en el cap. 53, uno de los capitulos más bellos y orientadores de la Biblia. Por esto se le llama el Prí­ncipe de los Profetas, o el profeta por antonomasia.

Hizo también importantes profecí­as sobre Jerusalén, a la que llama por más de treinta nombres, y acerca de otras naciones; de hecho, todas las naciones caen bajo las profecí­as de Isaí­as.

Presenta con elocuencia grandiosa la «gloria del Senor»: (40), «la Nueva Jerusalén).

(60,66), y el reino mesiánico eterno de paz: (2,11,65).

A recordar: El capí­tulo primero sintetiza toda su obra, 7:17, capí­tulo 53, 2,11,65.

2- Jeremí­as: (626 a. C.).

El Profeta de la Nueva Alianza: (31:31-33). El «Profeta llorón», que fue perseguido por sus compatriotas, porque recriminó a los falsos profetas, predijo la destrucción del Templo, la ruina de Jerusalén, de Judá y de las naciones, y mencionó por primera vez los setenta años de cautiverio en Babilonia: (25:1-14).

Presenta a Cristo como la «fuente de aguas vivas»: (2:13), «el gran médico»: (8:22), el «buen pastor»: (31:10, 23:4), el «renuevo justo»: (23:5), el «redentor»: (23:6).

Sus palabras de destrucción están mezcladas con profecí­as de restauración, a partir de un «resto». Los capí­tulos 31 y 33 son de oro: La Nueva Alianza: (31:31-33).Ver la «vasija del alfarero»: (18), 6:16, 6:23-24, 17:5-8).

3- Lamentaciones: (de Jeremí­as). Cinco poemas lamentando la destrucción de Jerusalén; y por encima de las nubes de gemir del Profeta por los pecados de su pueblo, brilla el sol de Dios, conviértenos a ti, oh Yahweh, y nos convertiremos»: (5:21).

4- Baruc: (600 a.C.).

Secretario de Jeremí­as, escribió su libro en Babilonia. Habla de los castigos de Dios, de su «ira y su cólera» varias veces: el horror que predice en 2:2 es sólo comparable a lo que ocurrió en Lam 4:10. Pero habla maravillosamente de la «gran misericordia» de Dios y su salvación: (Lam 2:27-35).

5- Ezequie: (600 a. C.).

El Profeta de la Iglesia de Cristo. El profeta de las «visiones». Su visión sobre la gloria de Dios del capí­tulo primero, y sobre los torrentes del agua del capí­tulo 47, son preciosas.

Profetizó desde Babilonia, donde fue desterrado en la segunda deportación, y su misión fue instruir a los israelitas sobre la justicia de Dios al permitir su cautividad, y que eventualmente la nación serí­a restaurada a partir de un «resto» de fieles: (Lam 6:8).

El capí­tulo 34 es precioso. Habla de los malos pastores, de que Yahweh es el buen pastor, y que nombró a David como «pastor único». ¡lo mismo que Jesús! Es el Buen Pastor en Juan 10, pero nombró a Pedro el pastor único de sus corderos y ovejas en Jua 21:15-17.

Las promesas de «restauración» de 36:24-30 y la visión de los «huesos secos» del capí­tulo 37, son de lo más bello y práctico de la Biblia.

6- Danie: (695 a. C.).

El «Profeta de las últimos tiempos». Profetizó desde Babilonia, donde fue desterrado en la primera deportación. Su libro es indispensable para comprender las profecí­as del Nuevo Testamento sobre la apostasí­a de la Iglesia, la abominable desolación, la gran tribulación, la segunda venida de Cristo, la resurrección y los juicios finales.

La «abominable desolación» que cita Jesús en Mat 24:15, comprende cuatro acontecimientos: Destrucción del santuario, abolición del sacrificio perpetuo, ruina de la ciudad eterna, y del jefe del ejército: (Mat 8:11-17, Mat 9:26-27, Mat 11:31, Mat 12:11).

– La primera parte es la historia de Danie: (caps. 1-6). Nos muestra el «sueno de la estatua»: (2), el canto de los tres jóvenes en el horno ardiente: (3), el festí­n de Baltasar, y Daniel en la cueva de los leones: (6).

– La segundo parte, caps. 7 a 14, nos da la visión de las cuatro bestias: (7 y 8), la visión de «las 70 semanas»: (9), con el triunfo final del pueblo elegido y el asiento del reino mesiánico eterno: (12).

7- Oseas: (740 a. C.).

El primer profeta menor, es el «profeta de las prostitutas», el libro del amor de Dios en el AT.

Lo cuenta con su vida. Su esposa Gomer, se prostituyó y terminó siendo una esclava. í“seas la compró y la llevó a su hogar, no como una sierva sino como la Senora. Cada vez que tu y yo pecamos nos prostituimos contra Dios y nos hacemos esclavos de Satanás, , y Cristo nos compra con su Sangre y nos trae a la casa de Dios, no como esclavos, sino como Hijos de Dios.

Predicó en el Reino del Norte: (Israel), mientras Isaí­as lo hací­a en el Reino del Sur: (Judá). Predicó el amor grande y fiel de Dios hacia su pueblo, y presenta a Israel como una esposa prostituí­da, a la que hay que desechar, pero que será finalmente purificada y restaurada por el amor inquebrantable de Dios.

Dios tiembla sólo con pensar que nos puede perder a ti y a mí­: (11).

Si es verdad que es el profeta de la prostituta Israel, también es verdad que es, esencialmente, el «profeta del amor de Dios».

8- Joe: (800 o 400 a. C.).

Es el «profeta de Pentecostés», que lo predice en 3:28-32. Ahí­ habla también del «dí­a grande y terrible de Yahweh: (y en el cap. 2), y del «resto» fiel.

Habla de la terrible «plaga de langostas» que asolará la tierra en los últimos tiempo: Esta «plaga» son los falsos profetas de Mat 24:5, Mat 24:11, Mat 24:24. será contrarestada por la efusión de Pentecostés, para lo que predica la penitencia y el arrepentimiento.

Todo terminará con el Armagedon del cap. 3 en el Valle de Josafat, el juicio final, y la seguridad y prosperidad del pueblo de Dios.

9- Amós: (700 a. C.).

El «profeta pastor», de la «justicia social» que es inseparable de la verdadera piedad: (Mat 5:14-27)-: Con Oseas son los dos profetas del Norte: (Israel). Denucina el pecado e idolatrí­a de israel, anuncia castigos terribles, de terremotos y plagas como las de Egipto. Predica el verdadero arrepentimiento, y predice la salvación final de Israel. Yo haré retornar a los cautivos de mi pueblo, Israel.»: (Mat 9:14). Muestra cómo los sufrimientos son carinos de Dios para que le oigan y se conviertan: (Mat 4:6-18).

10- Abdí­as: (840 A. C.).

El libro más corto de la Biblia, y el profético más antiguo. El primero que habla del «dí­a de Yaheh» al anunciar la ruina del pueblo de Edón: (descendiente deEsaú), enemigo acérrimo de Israe: (descendiente de Jacob). «No te goces de los hijos de Judá, el dí­a de su perdición. pues aunque te subas tanto como el águila, y pongas tu nido en las estrellas, yo te derribaré, oráculo de Yahweh»: (12 y 4).

11- Jonás: (760 a. C.).

El libro del perdón de Dios. El profeta mejor conocido por la historia de la ballena, que lo tragó por tres dí­as, sí­mbolo de la muerte y resurrección de Cristo.

Predicó el arrepentimiento a Ní­nive, capital del Imperio Asirio. Los ninivitas hicieron penitencia, se vistieron de saco y se cubrieron de ceniza. ¡y Dios los perdonó!: 12- Nahum: (660 a. C.).

El libro de la ira de Dios. Los ninivitas escucharon a Jonás, hicieron penitencia y Dios los perdonó. pero cien años más tarde, pecaron de nuevo, ahora no escucharon a Nahum, y el Dios de los ejércitos los castigó terriblemente, con la destrucción total de Ní­nive. Es tremendo cómo pinta a Yahweh, «Dios celoso y vengador, y pronto a la ira, inflexible para sus adversarios»: (Mat 1:2). pero «es bueno Yahweh como protección en el dí­a de la angustia, y conoce a los que a El se acogen»: (Mat 1:7).

13- Miqueas: (735 a. C.).

El profeta de Belén, porque profetizó que el Mesí­as nacerí­a en Belén: (Mat 5:2). Fue contemporáneo de Isaí­as, que era de la capital, de Jerusalén, mientras que Miqueas era de un pueblecito.

Fustigó la codicia y falsos profetas de Judá e Israel, predijo su destrucción, y la restauración, a partir de un «resto» fiel, «y de sus espadas harán azadas, y de sus lanzas, hoces. No alzará espada gente contra gente, ni se adiestrarán para la guerra.»: (Mat 4:3).

14- Habacuc: (607 a. C.).

El profeta de la fe. Su sentencia: «El justo vive de la fe» de 2:4 fue citada en Rom 1:17, Gal 3:11, Jeb. 10:38. Su «Canto a Dios» del capí­tulo 3 es uno de los más bellos de la Biblia, junto con el del Sinaí­.

Dios le revela algo tremendo: Que va a suscitar un pueblo feroz para que castigue a las nociones, este pueblo caldeo es el prototipo del anticristo: (Cap. 1). Y Habacuc está más preocupado de que se recupere el honor a Dios que de que se Israel se libre del castigo. por cierto, la descripción de los caldeos se parece un poco al pueblo comunista.

15- Sofoní­as: (630 a. C.).

El profetal del «gran dí­a de Yahweh». Profetizó la caí­da de Jerusalén, junto antes de la cautividad babilónica, y esta caí­da es como un tipo del horrible «dí­a de Yahweh»: (1:14), que será seguido de las bendiciones del reino del Mesí­as. Exhorta a la penitencia, y dice que Dios se goza cuando un pecador hace penitencia, y salta, y baila, ¡Dios bailando!: (3:17). En el «Hijo Pródigo», el Senor hasta organiza El mismo la fiesta cuando un pecador se arrepiente: ( Luc 15:22-23).

16- Ageo: (520 a. C.).

El primer profeta después del destierro de Babilonia, y exhorta al «resto» llegado a «edificar el templo», la casa de Dios, «n

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Las Sagradas Escrituras. A los libros del AT los judí­os le llamaban en hebreo Ha-Sefarim (Los Libros). Así­ aparece utilizado en Dan 9:2 (†œyo Daniel miré atentamente en los libros†). Al traducir al griego la expresión, se decí­a †œBiblia†. El uso más antiguo de ese nombre que se conoce se hace en la Carta de Aristeas (v. 316), un libro apócrifo de mediados del siglo II a.C. ( †¢Apócrifos y pseudoepigráficos del AT, Libros), donde se lee: †œY yo, personalmente, he sabido del poeta trágico Teodectes que, cuando iba a introducir en una obra suya alguno de los textos del Libro, se quedó ciego†.

En la introducción del traductor del libro apócrifo Eclesiástico (vv. 24-26) se usa la palabra †œBiblia†, en griego (†œ… sino que también la misma Ley, los Profetas, y los otros libros…†). La palabra pasó al castellano desde el latí­n clásico, en el cual se decí­a †œBiblia†, refiriéndose a los libros del AT y el NT. En 1Ma 12:9 se usa la denominación de †œlibros santos†, o Sagradas Escrituras (†œNosotros, aunque no tenemos necesidad de esto por tener como consolación los libros santos que están en nuestras manos…†). En 2 Mac. se le llama †œel libro sagrado† (†œAdemás, mandó a Esdrí­as que leyera el libro sagrado†).
én en la Carta a Aristeas se utiliza el término †œEscritura† (v. 155 †œPor eso insiste también a través de la Escritura…†). Este último uso fue el adoptado por los judí­os helenizados. De ellos copiaron los escritores del NT. Así­, Mat 21:42 (†œJesús les dijo: ¿Nunca leí­steis en las Escrituras …?†), Mar 12:10 (†œ¿Ni aun esta escritura habéis leí­do …?†), Luc 4:21 (†œHoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros†), Rom 1:2 (†œ… que él habí­a prometido antes por su profetas en las santas Escrituras…†), 2Ti 3:15 (†œ… que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras†), etcétera.
uso de la palabra †œEscritura† tení­a especial significación para los judí­os, porque por lo general se contraponí­a a las opiniones rabí­nicas y a las tradiciones orales que circulaban entre el pueblo. Así­, decir: †œEstá escrito† implicaba que lo que se decí­a a continuación tení­a †¢autoridad final. En efecto, la B. tiene esa autoridad para todo lo que se relacione con la fe y la práctica del creyente, y predomina su texto por encima de cualquier tradición, costumbre o mandamiento que provenga de otra fuente. También en materia histórica es infalible. Componen la B. los libros reconocidos como inspirados por Dios, lo que se llama el †¢Canon.
palabra hebrea berit en el AT, cuando fue traducida al griego se interpretó como diatheke (pacto). Traducida al latí­n, se poní­a testamentum, con el sentido de †œun documento escrito formal†. Este uso se popularizó. En la Epí­stola a los Hebreos se utiliza indistintamente el término diatheke para señalar a una disposición de los bienes que se hace antes de morir (†œPorque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador† [Heb 9:16]) o para indicar un †œpacto† (mejor testamento, †œmejor pacto† [Heb 7:22; Heb 8:6]). Los traductores al castellano utilizan a veces el término †œtestamento† como sinónimo de pacto, considerándolo como la voluntad definitiva de Dios. Las referencias neotestamentarias al †œantiguo pacto† (2Co 3:14) y al †œnuevo pacto† (Mat 26:28; Mar 14:24; 2Co 3:6) dieron origen al uso †œAntiguo Testamento† y †œNuevo Testamento† para referirse a las dos partes de que se compone la B.
se hablaba de tres divisiones del AT: la ley, los profetas y los salmos. Así­, leemos en Luc 24:44 (†œEra necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí­ en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos†) . En Mat 5:17 (†œNo penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas†). Y en Luc 16:29 (†œA Moisés y a los profetas tienen, óiganlos†). La B. hebrea contaba veinticuatro libros. Hoy contamos treinta y nueve porque los profetas menores se tomaban como un solo libro. Además, porque los libros de Samuel, Reyes y Crónicas figuraban como uno sólo. Esdras y Nehemí­as estaban juntos. Para ver la forma tradicional como se organizaban los libros de la B. refiérase a †¢Canon.
B. que utilizan los cristianos evangélicos tiene treinta y nueve libros en el AT y veintisiete en el NT. Los católicos romanos, así­ como los griegos ortodoxos, incluyen en la B. varios libros, llamados apócrifos o deuterocanónicos. Pero los cristianos evangélicos prefieren seguir el consejo de Jerónimo, que aunque los recomienda como de lectura provechosa, los excluye. Algunas iglesias en el Oriente Medio todaví­a no aceptan como canónicos algunos libros del NT, como 2 Pedro, 2 y 3 Juan o el Apocalipsis. La división de los libros de la B. en capí­tulos la realizó el cardenal Hugo, en el año 1250 d.C., buscando más comodidad para su manejo. La división por versí­culos la realizó Robert Estienne (†œStephanus†), un calvinista, en el año 1551. †¢Canon. †¢Testamento.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, MANU LIBR ARQU

ver, APí“CRIFOS, MANUSCRITOS, VERSIONES DE LA BIBLIA (I), VERSIONES DE LA BIBLIA (II), QUMRíN

vet, Es el nombre con el cual se designan desde muy antiguo las Sagradas Escrituras de la Iglesia Cristiana. Una exposición de su contenido y un estudio profundo de su texto y mensaje ocuparí­an mucho espacio, y precisamente todos los artí­culos de este diccionario iluminan un poco el texto de ese Libro por excelencia que es la Palabra de Dios. (a) Nombre. Biblia viene del griego a través del latí­n, y significa «Los Libros». La designación bí­blica es de «la/s Escritura/s» y, en un lugar, «Las Santas Escrituras» (Ro. 1:2). La ausencia de adjetivo delante de la palabra Biblia revela que los que lo empleaban consideraban que estos escritos: (A) Formaban por sí­ mismos un conjunto concreto y determinado y (B) que eran superiores a todas las otras obras literarias. Estos escritos sin par son, pues, los libros por excelencia. La etimologí­a del nombre Escritura, en singular como en plural, permite hacer la misma constatación, hecho tanto más notable cuanto que aparece frecuentemente en el NT con el sentido implí­cito del término griego Biblia (Mt. 21:42; Hch. 8:32). Por otra parte, el plural neutro de este último término tiene un sentido colectivo, marcando el importante hecho de que la Biblia no es meramente un libro, sino una gran cantidad de libros. Al mismo tiempo, el empleo en singular del término «Escritura» destaca el hecho de que la diversidad de redactores recubre una maravillosa unidad que revela una conducción inteligente, que no dejó de operar durante los más de mil años de su redacción. Se cree que el primero en usar este término fue Juan Crisóstomo (347-407 d.C.). No se halla ese tí­tulo en la Biblia misma, donde dichos escritos se llaman simplemente la Escritura o las Escrituras (Hch. 8:32; 2 Ti. 3:16). Sólo el Antiguo Testamento es aceptado por los judí­os, quienes no incluí­an en su Canon los Libros Apócrifos (véase APí“CRIFOS) que figuran en las versiones católicas, y lo dividí­an en tres secciones: la «Ley», o sea el Pentateuco; los «Profetas», en que poní­an algunos de los libros históricos, los profetas mayores (menos Daniel y Lamentaciones) y los doce profetas menores; y los «Escritos», donde colocaban todos los demás. Se atribuye a Esdras haber dado su forma final al Canon judí­o, con un total de 39 libros. Los 27 del Nuevo Testamento fueron escritos por los apóstoles o por autores í­ntimamente asociados con ellos. Los nombres «Antiguo Testamento» y «Nuevo Testamento» se usan desde el final del siglo II, con el fin de distinguir entre las Escrituras cristianas y las judí­as. La mayor parte del Antiguo Testamento fue escrito en hebreo, pero algunas porciones pequeñas están en arameo (Esd. 4:8-7:18; 7:12-26; Jer. 10:11; Dn. 2:4-7:28). El Nuevo Testamento, con excepción de unas pocas palabras y oraciones que se escribieron en arameo, fue escrito en el griego común del mundo helénico. La Biblia protestante contiene 66 libros, 39 en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento católico-romano contiene 46 libros y adiciones a los libros de Ester y Daniel. Los protestantes aceptan solamente como canónicos los 39 libros del Antiguo Testamento de los judí­os. Los libros adicionales se conocen entre los protestantes como «apócrifos». Formaban parte de la versión griega del Antiguo Testamento conocida como la Septuaginta o LXX, o también de los Setenta. (b) Conservación y transmisión de texto. A pesar de que fue escrita a través de un perí­odo de más de mil años, la Biblia ha llegado hasta nosotros en un admirable estado de preservación. El descubrimiento reciente de los rollos del mar Muerto, algunos de los cuales datan del segundo y tercer siglos a.C., corroboró la sorprendente exactitud del texto hebreo que poseemos hoy. En cuanto a la exactitud del Nuevo Testamento, existen 4.500 manuscritos griegos que datan desde 125 d.C. hasta la invención de la imprenta, versiones que se remontan en antigüedad al 150 d.C., y citas de porciones del Antiguo y del Nuevo Testamento de los Padres de la Iglesia desde las postrimerí­as del primer siglo. Las divisiones por capí­tulos y versí­culos es relativamente moderna: se inició en el siglo XI, según se cree, por el erudito Lanfranco, y fue completada en su forma actual por R. Estienne, en 1551. De todos los libros que la Humanidad ha conocido, ninguno ha ejercido tanta influencia como la Biblia. El primer libro editado en la imprenta fue la Biblia, marcando así­ el paso a la Era Moderna. Autores famosos han tomado de ella tema para realizar sus creaciones. Obras de teatro, grandes músicos y literatos, programas de cine y televisión tienen por tema la Biblia o en ella encuentran inspiración. Complejos movimientos filosóficos se basan en la Biblia, libro inmortal que ha enjugado las lágrimas del triste e iluminado la risa del alegre. Ella ha dado el material para las grandes catedrales de la Edad Media y ha sido la base de innumerables empresas misioneras alrededor del mundo. Completa o en parte, ha sido traducida a más de mil idiomas, y provee la base doctrinal a centenares de iglesias en culturas y situaciones muy diversas. (c) Traducciones de la Biblia. Las traducciones de la Biblia comenzaron a aparecer desde muy temprano. La Septuaginta data del año 250 al 150 a.C.; el Nuevo Testamento fue traducido al latí­n y sirí­aco hacia el año 150 de nuestra Era. La antiquí­sima versión al latí­n llamada «Vetus Latina» es anterior a S. Jerónimo y fue hecha cuando ya muchos no entendí­an el griego, que se habí­a convertido en la lengua culta del imperio. Los estudiosos datan esta versión hacia los últimos años del siglo II o principios del III de nuestra Era. De esta versión se conservan algunos ejemplares o códices incompletos en diversas universidades, bibliotecas y museos. «La Vulgata». En el siglo IV el obispo de Roma, Dámaso, pidió a su consejero Jerónimo que hiciese una versión completa de la Biblia al latí­n vulgar. Jerónimo se marchó a Palestina, y allí­, usando fragmentos latinos, hizo una traducción desde el hebreo y el griego, lenguas que conocí­a por haberlas estudiado a propósito; sin embargo, su revisión tiene muchos errores, aunque sea un verdadero monumento de erudición. La Iglesia Católica Romana hizo de la Vulgata el texto oficial y normativo para su uso, en el Concilio de Trento. Doctrina que aún no ha cambiado de manera oficial. «La Biblia alemana». Uno de los grandes acontecimientos en la historia de la traducción de la Biblia es la aparición de la versión alemana de Lutero. Todos los crí­ticos están de acuerdo en afirmar que la influencia de esta traducción en el pueblo alemán, en sus costumbres y en su cultura es de importancia trascendental. Al traducir la Biblia al alemán, Lutero se convirtió en el padre del idioma alemán moderno, como también del movimiento que ha llevado a un estudio profundo de la Iglesia primitiva y a una purificación de la vida, liturgias, costumbres y disciplina de las iglesias cristianas. «Versiones castellanas». Alfonso X, rey de Castilla y León, interesado en las Escrituras, mandó que se tradujera la «Vulgata Latina» al castellano. La obra salió a la luz en 1280 y algunos la consideran la primera versión completa en idioma moderno. También podemos hablar de una Biblia judí­a que habí­a sido hecha en cuatro versiones diferentes en el siglo XIV, siguiendo el canon judí­o; fue hecha para judí­os y por judí­os. En 1430 el judí­o español Moisés Arrajel tradujo el Antiguo Testamento, y en 1490 Juan López tradujo el Nuevo Testamento. En 1530 apareció la «Vita Cristi», que es una versión de los evangelios. Casi todos los manuscritos conservados en la Biblioteca de El Escorial revelan que las versiones a «lengua romance» fueron numerosas, si bien parciales, y que salieron de las plumas de estudiosos que trabajaban con o para las comunidades hispano-judí­as, casi siempre. Pero en la época de los Reyes Católicos esta actividad desaparece casi totalmente ante las prohibiciones de las ediciones castellanas, por miedo a doctrinas no aprobadas. Cuando llega la Reforma, España cierra sus puertas a toda idea que pueda parecer provenir de ella. Así­ vemos a un arzobispo de Toledo en la cárcel, condenado por ideas luteranas, y los reformadores españoles, que los habí­a, tienen que escapar y los que permanecen son ví­ctimas de la Inquisición. La literatura de nuestro Siglo de Oro produjo las llamadas «Biblias del exilio», que si bien no figuran en las antologí­as oficiales, han sido, según el mismo don Marcelino Menéndez y Pelayo reconoce, de exquisito valor literario y, alguna, de «lo mejor de la prosa castellana». En 1534, Juan de Valdés, reformador español, tradujo los salmos, los evangelios y las epí­stolas. En 1543, Francisco de Enzinas, también reformador, tradujo el Nuevo Testamento basado en la edición crí­tica del texto griego de Erasmo de Rotterdam. En 1553, un judí­o (Yom Tob Atias) publicó en Ferrara (Italia) una versión castellana del Antiguo Testamento para los judí­os españoles expatriados. En 1557, Juan Pérez revisó el Nuevo Testamento de Enzinas y añadió una traducción suya de los salmos. En 1569, Casiodoro de Reina, evangélico español exiliado en Basilea, por primera vez en la historia sacó a la luz una versión castellana directamente del hebreo y del griego, con ayuda de las versiones latina y las parciales españolas. Cipriano de Valera la revisó y la publicó de nuevo en 1602. Esta obra ha sido revisada varias veces para adaptarla a las transformaciones del idioma, usándose en la actualidad las revisiones de 1909, 1960, 1977, 1995, RVR y 1998. La Biblia se ha traducido a unas mil lenguas y dialectos. Las Sociedades Bí­blicas Unidas, en colaboración con instituciones católico romanas, están preparando una versión «interconfesional» de las Escrituras Cristianas. Este proyecto ha encontrado mucha polémica porque se tiene la intención de incluir en él los libros apócrifos llamados por algunos deuterocanónicos. (Véase APí“CRIFOS). Las Iglesias Protestantes reconocen que estos libros contienen enseñanzas morales y religiosas y en algún caso pueden tener un valor altamente importante para la devoción personal, como otros libros antiguos y modernos salidos de la pluma de hombres religiosos, pero no los admiten como libros canónicos y por tanto no les dan la misma autoridad en materia de doctrina, moral o disciplina. Es importante hacer notar aquí­ que muchos doctores católicos de antes de la Reforma tampoco les dan la misma importancia a estos libros deuterocanónicos como a los demás libros que la Iglesia de Roma hoy admite dentro de su lista canónica. Las versiones católico romanas (Scio, Torres Amat, etc.) son traducciones de la versión latina llamada Vulgata. La llamada «Biblia de Jerusalén», que es una traducción de una versión francesa, y la Biblia Nácar-Colunga, son los mejores esfuerzos por parte católica para poner en castellano la Palabra de Dios. Los jesuitas españoles Juan Mateos y Luis Alonso Schôkel han publicado últimamente una nueva traducción de la Biblia basada en los métodos más actuales de las ciencias bí­blicas. La traducción es bastante ágil, pero se separa bastante de los idiomas originales en algunos pasajes para poder ser «la Biblia de la nueva sensibilidad religiosa», como dicen sus traductores en la presentación. En 1977 se publicó una nueva revisión de la antigua versión Reina-Valera, con acentuación de nombres propios según el hebreo, aclaración de las figuras en los libros poéticos, con referencia al original y cuidadosamente cotejada con los textos originales hebreo y griego, lo cual la hace la más fiel y a la vez la más actual de las traducciones existentes en nuestra lengua. En este importante trabajo intervinieron eruditos en lingüí­stica y traducción bí­blica de las distintas iglesias protestantes de España y de Hispanoamérica. El trabajo de revisión ha sido muy apreciado por su fidelidad a las lenguas originales y por la claridad que introduce en algunos pasajes de la Biblia clásica de lengua castellana. Esta revisión lleva el nombre de REVISIí“N ’77. (Véanse MANUSCRITOS, VERSIONES (de la Biblia), QUMRíN).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(v. Antiguo Testamento, Escritura, evangelios, historia de salvación, inspiración, Nuevo Testamento, Palabra de Dios, revelación)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

->Escrituras

La Biblia es un libro aparte, con unas caracterí­sticas propias, con una naturaleza especí­fica diversa a los demás libros. Porque, a diferencia de los demás, tiene un doble origen, humano y divino. Es un libro humano, hecho por hombres, para los hombres, en el estilo de los hombres. Es, además y sobre todo, un libro divino, hecho por Dios para transmitir a los hombres, por medio de los mismos hombres, un mensaje de salvación. A esta extraña colaboración de Dios y del hombre se le da el nombre de inspiración: Dios ha inspirado la Biblia, es decir, Dios es el autor principal de la misma.

La Biblia debe ser para el hombre normativa de su conducta, tanto en sus relaciones con Dios como en sus relaciones sociales con los demás. Ha sido transmitida fielmente de generación en generación; se prueba históricamente que la Biblia, que nosotros leemos en nuestra propia lengua, es sustancialmente la misma que escribieron los hagiógrafos. La Biblia, por ser un libro humano, está sometida a unas técnicas hermenéuticas, que le son común a los demás libros, pero, por ser un libro divino, tiene unos criterios propios de interpretación.

La Biblia está integrada por una colección de 73 libros, de los que 46 pertenecen al A. T. y 27 al N. T. Los primeros encierran la Antigua Alianza y fueron escritos antes de la venida de Jesucristo; los segundos, la Nueva, y fueron compuestos en el siglo 1 de Jesucristo. Unos y otros lo fueron en una de las tres lenguas, que, por lo mismo, se denominan lenguas bí­blicas: arameo, hebreo, griego. La Biblia recibe diversos nombres:

Sagradas —›Escrituras (Mt 21,42; Mc 12,10; Lc 4,21; Jn 5,39; Rm 1,2; Sant 28): sagrada, santa o divina, por razón de su autor, de su contenido y de su finalidad; Escritura, por ser la escritura por excelencia, por ser palabra de Dios.

Biblia (Neh 8,8; ls 34,16; Dan 9,2; 1 Mac 12,9): plural griego (libros), que tomó forma femenina singular en latí­n y en las lenguas modernas; responde al hebreo sefer (libro) y se designa así­ por ser «el libro» por excelencia.

Antiguo y Nuevo Testamento (Jer 11, 1-8; 31,31-33; Mc 26,28); se encuentra en los Santos Padres a partir de la segunda mitad del siglo II. Tertuliano generalizó la denominación entre los latinos. >Canon; inspiración; hermenéutica; escrituras.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Plural griego de biblion, libro; significa «los libros» o, mejor dicho, el Libro por excelencia, tal como ha sido aceptado canónicamente por judí­os (Biblia hebrea) y cristianos (Antiguo Testamento hebreo, con los deuterocanónicos griegos de los LXX, más el Nuevo Testamento) y de algún modo por musulmanes (Corán). Sólo las religiones monoteí­stas o proféticas (judaismo, cristianismo, islam), que ponen de relieve la personalidad de Dios, que se revela o manifiesta a través de las palabras y gestos (acciones) de unos profetas especiales, concebidos como mediadores o reveladores dentro de la historia, suelen tener una Biblia estrictamente dicha, es decir, un libro de la revelación de Dios a través de esos profetas. Ciertamente, judí­os, cristianos y musulmanes pueden aceptar de algún modo un tipo de «Biblia cósmica» (Dios habla por el mundo) y sobre todo una «Biblia interior» (Dios habla por el corazón). Pero ellos aceptan y veneran de un modo especial un Libro o libros puestos por escrito en los que Dios ha fijado su Palabra. Esto nos permite distinguir y vincular tres biblias y tres revelaciones.

(1) Hay una revelación y una Biblia cósmica, pues Dios habla por la naturaleza, como han destacado las religiones paganas. En ese sentido, todos seguimos siendo de alguna forma paganos: vemos a Dios y oí­mos su voz en el hermano sol, en la hermana luna, en la madre tierra y en la hermana muer te. El primer libro de Dios es el mundo del que formamos parte. En esa lí­nea se sitúan aquellos que ponen de relieve la presencia o manifestación de Dios en los fenómenos básicos del cosmos, especialmente en los procesos de la naturaleza (vida y muerte, cielo y tierra, plantas y animales, hombres y mujeres…). Estos tienden a ser politeí­stas o panteí­stas; no tienen una Biblia especial, pues su libro es el mundo y los diversos mitos de sus dioses, que suelen transmitirse de forma oral, aunque a veces toman forma escrita, como libros sagrados (el Popol Vuh entre los mayas, el Libro de los muertos en Egipto, los Vedas en la India, etc.).

(2) Hay una revelación y Biblia del corazón. Las religiones mí­sticas, más propias del lejano Oriente (hinduismo, budismo, taoí­smo), acentúan la presencia de Dios en el interior humano. Según ellas, más que en el mundo, lo divino se despliega y manifiesta en el mismo proceso de interiorización, en la experiencia de liberación mental, en la hondura o vací­o (= plenitud) de la mente que se siente unida al Absoluto. Estas religiones tienden a ser panteí­stas. Pueden tener un tipo de libros sagrados, más o menos importantes (las Upanishadas de la India, el Tao de China, la Tripitaka del budismo), pero estrictamente hablando su Biblia es la vida interior de cada hombre o mujer, que descubre lo divino dentro de sí­, a través de un tipo de yoga o meditación trascendental. Los panteí­stas suponen de algún modo que todo es Dios, de manera que no suelen tener una Biblia especial, pues Dios se manifiesta en cada una de las cosas: en la naturaleza exterior, en la vida de los hombres, en la cultura. En esa lí­nea se podrí­an citar las palabras de san Pablo en 2 Cor 3-4, cuando afirma que la Escritura o Carta de Dios está escrita en nuestros propios corazones. Sin esta Biblia interior, sin esta Palabra de Dios que resuena en nuestro interior, no se puede hablar de revelación de Dios.

(3) Hay, finalmente, una Biblia histórica, más propia de las religiones proféticas, que defienden la existencia de hombres especiales (Moisés, Jesús, Mahoma) por medio de los cuales Dios se ha manifestado o encarnado de un modo especial, tal como lo expresan los libros sagrados. Las religiones proféticas pueden afirmar en un nivel la existencia de una teofaní­a y Biblia cósmica, diciendo que Dios se manifestará por los grandes fenómenos y procesos de la naturaleza. Ellas admiten también la Biblia interior del corazón, por la que Dios habla directamente a cada hombre. Pero eso no les basta. Ellas añaden que existe una teofaní­a histórica, que ha quedado fijada en unos libros sagrados, en los que se recoge la palabra o experiencia de unos profetas, que aparecen como transmisores de la Palabra de Dios. En esa lí­nea podemos afirmar que, para los judí­os, musulmanes y cristianos, la teofaní­a y profecí­a se acaban identificando y las dos se concretizan por fin en las Escrituras. «De muchas maneras puede revelarse y se ha revelado Dios en otro tiempo, pero básicamente lo ha hecho a través de los profetas…» (cf. Heb 1,1).

Cf. F. COMTE, Los libros sagrados, Alianza, Madrid 1995; J. TREBOLLE, La Biblia judí­a y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia, Trotta, Madrid 1998.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

1. La Biblia, biblioteca. La palabra Biblia se deriva del vocablo griego biblia, plural de biblion (librito), diminutivo de biblos (libro).

Así­ pues, Biblia significa libritos, libros pequeños. En efecto, incluso los libros más largos de la Biblia (por ejemplo, Isaí­as, que tiene 66 capí­tulos) no pueden compararse ni mucho menos con las novelas más breves de la literatura del s. xx.

La Biblia es una verdadera biblioteca; comprende hasta 73 libros, enumerados ya en los catálogos más antiguos. Ya el concilio de Hipona del año 393 tiene el siguiente texto: (((Nos pareció bien que), fuera de las Escrituras canónicas, no se lea nada en la Iglesia bajo el nombre de sagradas Escrituras. Las Escrituras canónicas, por tanto, son:
Génesis, Exodo, Leví­tico, Números, Deuteronomio, Jesús Nave, Jueces, Rut cuatro Libros de los Reyes, dos libros de los Paralipómenos, Job, el Salterio daví­dico, cinco libros de Salomón, doce libros de los Profetas, Isaí­as, Jeremí­a.~, Daniel, Ezequiel, Tobí­as, Judit, Ester, dos libros de Esdras, dos libros de los Macabeos. Del Nuevo Testamento:
cuatro libros de los Evangelios, un libro de los Hechos de los Apóstoles, trece cartas del apóstol Pablo, una de él mismo a los Hebreos, dos de Pedro, tres de Juan, una de Santiago, una de Judas, el Apocalipsis de Juan. Consúltese a la Iglesia del otro lado de los mares para la confirmación de este canon».

Nótese cómo el término Escritura, que los cristianos creventes de hoy suelen designar como sagrada Escritura, es de origen bí­blico.

Pablo escribe: ((y sabemos que cuanto fue escrito en el pasado, lo fue para enseñanza nuestra, a fin de que, a través de la perseverancia y el consuelo que proporcionan las Escrituras, tengamos esperanza» (Rom 15,4). Pero la Biblia es también un bosque lleno de dificultades y de senderos que corren el riesgo de no llevar a ningún sitio: un callejón sin salida.

La multiplicidad de los géneros literarios, la distancia cultural respecto a nuestros modos de hablar, a nuestros usos y costumbres, a nuestras imágenes y nuestros sí­mbolos, corren el peligro de crear un bloque, si no sabemos captar la identidad de estos libros como obras de literatura, más acá de su profundidad umí­stica».

De manera que es posible hablar de un doble reconocimiento de esta biblioteca-bosque: obras de hombres l obra de Dios; y consiguientemente sé puede atestiguar una doble fidelidad.

2. Palabra de Dios escrita para nosotros.- Constatemos ante todo qué es lo que la Biblia dice de sí­ misma.

Sobre todo el s. VII a.C. es rico en indicaciones (por lo que se refiere a la Ley) sobre la literatura deuteronomista Y sobre el profetismo contemporáneo, éspecialmente Jeremí­as. El texto de 2 Re 22,8-23,24 ofrece una excelente descripción de la fe de Israel en el libro de la lev. Se narra el episodio del hallazgo (fe un ((libro de la lev» durante los trabajos de restauración del templo bajo el rey Josí­as (622 a.C.). Las afirmaciones iluminadoras qu e hay que subrayar son las siguientes: las palabras del libro son palabras de Yahveh: la lectura se hace repetidas veces en público y en privado: este acercamiento al libro promueve (o al menos está en el origen de) una reforma religiosa durante la cual se eliminan los cultos legí­timos, se celebra la Pascua y – se renueva la alianza.

El c. 36 de Jeremí­as nos atestigua la fe de Israel en el libro profético. En el perí­odo posterior al destierro, perí­odo de la restauración, y en tiempos va muy cercanos al Nuevo Testamento, tenemos una comunidad que se constituye en torno a los libros sagrados, En Neh 8,22-4 Esdras lleva el libro de la ley y lo proclama ante el pueblo.

Es importante destacar, no sólo el con texto penitencial y la renovación religiosa que nos atestigua esta relato, sino también el culto a los libros bí­blicos veterotestamentarios, reconocidos como Palabra de Dios en torno a la cual se reúne el pueblo en incipientes liturgias sinagogales, configurándose así­ como comunidad de fe. Más tarde, en 1 Mac 3,48 y en 12,9-10, tenemos otros dos testimonios interesantes.

El libro es realmente para Israel sacramento revelador y eficaz respecto al misterio de la historia.

En los escritos del Nuevo Testamento vemos confirmada y profesada esta misma fe de los libros veterotestamentarios y en estos libros como palabra J de Dios; se trata de un éschaton que ha pasado y que es nuestro futuro: «la verdad en poder de nuestro Seftor Jesucristo», (2 Pe 1,16): y precisamente porque unos guí­an a la salvación por medio de la fe en Jesucristo» (1 Tim 3,15), las Escrituras son consideradas en su origen como penumático-divinas, en su verdad salví­fica y en su eficacia eclesial, sobre todo en tres textos clásicos: 2 Tim 3,14-16: 1 Pe 1,10-12; 2 Pe

3. La lista de los libros de Dios.- La reflexión sobre la lista de los libros de Dios o Canon puso siempre de manifiesto las múltiples relaciones que existen entre la Escritura y la Iglesia, hasta el punto de que la una es momento constitutivo de la otra.

Podemos proponer sintéticamente una serie de afirmaciones que nos presentan de forma sistemática la reflexión sobre el canon (lista de los libros inspirados por Dios):
– La Iglesia ha tenido siempre con ciencia de que posee unos libros normativos para la fe: lo atestiguan los Padres de los cuatro primeros siglos. – El número de estos libros está fijado en unas listas concretas y ha quedado definitivamente cerrado -(cf. los últimos concilios ecuménicos).

– El criterio para especificar cuáles son estos libros ha sido constantemente la Tradición y la Iglesia. Adviértase cómo al principio los criterios para el reconocimiento y el uso de la Escritura, como libros normativos, por los pocos elementos de que disponemos, parecen haber sido su ortodoxia y – su origen apostólico.

– La Iglesia ha reconocido siempre, contra cualquier intento de jerarquización y de diferenciación, que eran igualmente normativos todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Precisamente los deuterocanónicos son un caso particular de la confirmación de este reconocimiento del mismo valor de todos los libros de ambos Testamentos.

– Los problemas que se plantearon en los concilios ecuménicos (concilio de Florencia: DS 1334ss: concilio de Trento: DS 1501; concilio Vaticano I: DS 3006) se refirieron siempre tan sólo a la extensión de la sagrada Escritura (la lista de los libros), a su naturaleza y a su papel en la economí­a de la revelación divina (inspiración-función de la Biblia).

4. Verdad y eficacia de la Biblia.- En el pasado se- habló de la inerrancia en la Biblia, sin darse cuenta de que se utilizaba una expresión negativa (la Biblia no tiene errores) para indicar una caracterí­stica eminentemente positiva: la Biblia es verdadera, tiene su propia verdad radical y – profunda.

Esta Palabra de Dios dirigida a los hombres por medio de unos autores «inspirados» por Dios (y que por tanto tiene a Dios como verdadero autor) contiene la misma verdad que la revelación divina, es decir, su contenido es el misterio de la salvación realizado en Jesús, el Señor; y esta verdad se califica a través de un desarrollo progresivo de la revelación a través de milenios de historia, de la que los libros bí­blicos son un testimonio fiel Y atento. Desde este punto de vista se ha podido captar una serie de caracterí­sticas de la verdad de la Biblia: de estilo semí­tico, para el que conocer significa experimentar, encontrarse, amar; una verdad marcadamente religiosa; una verdad que el hombre va descubriendo con esfuerzo y gracias a su compromiso personal y a su colaboración con el provecto de Dios; una verdad que, como Ya hemos dicho, va progresando, intentando expresar lo inexpresable.

Como palabras inspiradas por el Espí­ritu Santo, los libros bí­blicos tienen una fuerza particular: la eficacia misma de la Palabra de Dios que suscita la fe en Jesús, Cristo y Señor, y ayuda a interpretar la historia y la vida – personal a la luz de la dialéctica de la Pascua.

Las palabras bí­blicas, como norma para toda la vida de la Iglesia, guí­an y animan a los ministros en el anuncio y a todo el pueblo de Dios en la oración, en el testimonio y en el servicio a todos los hermanos.

(Para la interpretación de la Biblia, /» Hermenéutica bí­blica).

L. Pacomio

Bibl.: L. Pacomio, Sagrada Escritura, en DTI, 1, 213-148; A. Robert – A. Feiullet, Introducción a la Biblia. 2 vols.. Herder, Barcelona 1967; P. Grelot, La Biblia, Palabra de Dios, Herder, Barcelona 1968; Col. «Introducción al estudio de la Biblia». Verbo Divino, Estella.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Las Santas Escrituras, la Palabra inspirada de Jehová, es el libro que ha sido reconocido como el más grande de todos los tiempos debido a su antigüedad, su difusión universal, el número de idiomas a los que se ha traducido, su gran valor literario y su importancia trascendental para toda la humanidad. Es independiente de todos los otros libros, no imita a ninguno. Se mantiene por sus propios méritos, dando crédito de esta forma a su único Autor. Se distingue por haber sobrevivido a controversias más violentas que ningún otro libro, pues ha sido objeto del odio de muchos enemigos.

Nombre. La palabra †œBiblia† se deriva, a través del latí­n, de la voz griega bi·blí­Â·a, que significa †œlibritos†. Esta palabra, a su vez, proviene de bi·blos, término que hace referencia a la parte interior de la planta del papiro, de la que se hací­a un papel primitivo. Los griegos llamaron †œBiblos† a la ciudad fenicia de Gebal, famosa por su fabricación de papel de papiro. (Véase Jos 13:5, nota.) Con el tiempo, bi·blí­Â·a llegó a significar un conjunto de escritos, rollos o libros, y, por fin, la colección de pequeños libros que compone la Biblia. Jerónimo llamó a esta colección Bibliotheca Divina.
Jesús y los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas se refirieron a la colección de escritos sagrados como †œEscrituras† o †œlas santas Escrituras†, †œlos santos escritos†. (Mt 21:42; Mr 14:49; Lu 24:32; Jn 5:39; Hch 18:24; Ro 1:2; 15:4; 2Ti 3:15, 16.) Esta colección es la expresión escrita de un Dios que se comunica con sus criaturas, la Palabra de Dios, como lo ponen de relieve las siguientes frases bí­blicas: †œexpresión de la boca de Jehovᆝ (Dt 8:3), †œdichos de Jehovᆝ (Jos 24:27), †œmandamientos de Jehovᆝ (Esd 7:11), †œley de Jehovᆝ, †œrecordatorio de Jehovᆝ, †œórdenes de Jehovᆝ (Sl 19:7, 8), †œpalabra de Jehovᆝ (Isa 38:4; 1Te 4:15) y †˜expresión de Jehovᆙ (Mt 4:4). En repetidas ocasiones se dice que estos escritos son las †œsagradas declaraciones formales de Dios†. (Ro 3:2; Hch 7:38; Heb 5:12; 1Pe 4:11.)

Divisiones. El canon bí­blico lo componen 66 libros, desde Génesis hasta Revelación. La selección de estos libros en particular y la exclusión de muchos otros es una prueba de que el Autor divino, además de inspirar su escritura, también cuidó la composición y conservación del catálogo sagrado. (Véanse APí“CRIFOS, LIBROS; CANON.) Treinta y nueve de los sesenta y seis libros que componen la Biblia, es decir, las tres cuartas partes, forman las Escrituras Hebreas, que en un principio se escribieron en dicho idioma, a excepción de pequeñas porciones escritas en arameo. (Esd 4:8–6:18; 7:12-26; Jer 10:11; Da 2:4b–7:28.) Los judí­os combinaban varios de estos libros, de modo que solo ascendí­an a un total de 22 ó 24, aunque estos abarcaban exactamente la misma información que los 39 actuales. Asimismo, parece ser que tení­an la costumbre de hacer tres subdivisiones de las Escrituras Hebreas: †˜la ley de Moisés, los Profetas y los Salmos†™. (Lu 24:44; véase ESCRITURAS HEBREAS.) A la última parte de la Biblia se la conoce como las Escrituras Griegas Cristianas, así­ designada porque los 27 libros que la componen se escribieron en griego. La escritura, selección y ordenamiento de estos libros dentro del canon bí­blico también demuestra la supervisión de Jehová de principio a fin. (Véase ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS.)
La subdivisión de la Biblia en capí­tulos y versí­culos (la Versión Valera tiene 1.189 capí­tulos y 31.102 versí­culos) no la efectuaron los escritores originales, sino que fue un recurso muy útil añadido siglos más tarde. En primer lugar, los masoretas dividieron las Escrituras Hebreas en versí­culos y después, en el siglo XIII E.C., se añadieron las divisiones de los capí­tulos. Por fin, en 1553 se publicó la edición de la Biblia francesa de Robert Estienne, la primera Biblia completa con la actual división de capí­tulos y versí­culos.
Los 66 libros de la Biblia forman una sola obra, un todo completo. Al igual que las divisiones en capí­tulos y versí­culos solo son ayudas convenientes para el estudio de la Biblia y no atentan contra la unidad del conjunto, lo mismo ocurre al dividir la Biblia según los idiomas en que nos llegaron los manuscritos. Por consiguiente, tenemos las Escrituras Hebreas y las Escrituras Griegas, a las que se ha añadido el calificativo †œCristianas† para distinguirlas de la Versión de los Setenta, la traducción al griego de la sección hebrea de las Escrituras.

†œAntiguo Testamento† y †œNuevo Testamento†. En la actualidad es frecuente llamar †œAntiguo Testamento† a las Escrituras redactadas en hebreo y arameo. Este nombre se basa en la lectura de 2 Corintios 3:14 que ofrecen la Vulgata latina y muchas versiones españolas. No obstante, en este texto la traducción †œantiguo testamento† es errónea. La palabra griega di·a·the·kes significa †œpacto† tanto en este versí­culo como en los otros 32 lugares en los que aparece en el texto griego. Por eso, varias traducciones modernas lo vierten correctamente †œantiguo pacto† (BAS, NVI, Val, VP) o †œantigua alianza† (BR, CJ, FF, NC). Pablo no se refiere a la totalidad de las Escrituras Hebreoarameas ni tampoco da a entender que los escritos cristianos inspirados compongan un †œnuevo testamento (o pacto)†. El apóstol habla del antiguo pacto de la Ley registrado por Moisés en el Pentateuco, que solo es una parte de las Escrituras precristianas. Por esta razón dice en el siguiente versí­culo: †œCuando se lee a Moisés†.
De modo que no hay ninguna razón válida para llamar †œAntiguo Testamento† a las Escrituras Hebreoarameas ni †œNuevo Testamento† a las Escrituras Griegas Cristianas. Jesucristo mismo llamó a la colección de escritos sagrados †œlas Escrituras† (Mt 21:42; Mr 14:49; Jn 5:39), y el apóstol Pablo la llamó †œlas santas Escrituras†, †œlas Escrituras† y †œlos santos escritos†. (Ro 1:2; 15:4; 2Ti 3:15.)

Autor. La tabla adjunta muestra que el único Autor de la Biblia, Jehová, se valió de unos cuarenta secretarios humanos o escribas para registrar Su Palabra inspirada. †œToda Escritura es inspirada de Dios†, es decir, las Escrituras Griegas Cristianas junto con †œlas demás Escrituras†. (2Ti 3:16; 2Pe 3:15, 16.) Esta expresión, †œinspirada de Dios†, traduce la voz griega the·ó·pneu·stos, que significa †œinsuflada por Dios†. Al †˜respirar†™ sobre hombres fieles, Dios hizo que su espí­ritu o fuerza activa actuase sobre ellos, dirigiendo así­ la escritura de su Palabra, de modo que la †œprofecí­a no fue traí­da en ningún tiempo por la voluntad del hombre, sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espí­ritu santo†. (2Pe 1:21; Jn 20:21, 22; véase INSPIRACIí“N.)
Este espí­ritu santo invisible de Dios es su †œdedo† simbólico. Por eso, cuando los hombres vieron a Moisés ejecutar obras sobrenaturales, exclamaron: †œÂ¡Es el dedo de Dios!†. (Ex 8:18, 19; compárese con las palabras de Jesús de Mt 12:22, 28; Lu 11:20.) En una demostración similar de poder divino, el †œdedo de Dios† dio comienzo a la escritura de la Biblia grabando los Diez Mandamientos en tablas de piedra. (Ex 31:18; Dt 9:10.) Luego, serí­a sencillo para Dios usar a hombres como escribas, aun cuando algunos de ellos fueran †œiletrados y del vulgo† (Hch 4:13) o al margen de su ocupación, bien fueran pastores, labradores, fabricantes de tiendas, pescadores, recaudadores de impuestos, médicos, sacerdotes, profetas o reyes. La fuerza activa de Jehová puso las ideas en la mente del escritor y, en algunos casos, le permitió expresar la idea divina en sus propias palabras, por lo que en toda la obra se conjuga el estilo y la personalidad del escritor con una sobresaliente unidad de tema y propósito. De este modo la Biblia refleja la mente y la voluntad de Jehová, y es muy superior en riqueza y trascendencia a los escritos de cualquier hombre. El Dios Todopoderoso se preocupó de que su Palabra de verdad se escribiera en un lenguaje de fácil comprensión y que pudiera traducirse a casi cualquier idioma.
Ningún otro libro ha tardado tanto tiempo en completarse como la Biblia. Moisés empezó a escribirla en el año 1513 a. E.C. A partir de entonces, se siguieron añadiendo escritos sagrados a las Escrituras inspiradas hasta poco después de 443 a. E.C., cuando Nehemí­as y Malaquí­as redactaron sus libros. Luego hubo un intervalo de unos quinientos años, hasta que el apóstol Mateo escribió su relato histórico. Aproximadamente sesenta años más tarde, Juan, el último de los apóstoles, aportó su evangelio y tres cartas para completar el canon bí­blico. Por lo tanto, se tardó un total de unos mil seiscientos diez años en escribir toda la Biblia. La totalidad de sus escritores fueron hebreos, parte del pueblo del que se dice que tuvo †œencomendadas las sagradas declaraciones formales de Dios†. (Ro 3:2.)
La Biblia no es una colección inconexa de fragmentos heterogéneos de la literatura judí­a y cristiana. Más bien, es un libro en el que se percibe organización, de gran uniformidad y muy interrelacionado, que en realidad refleja el orden sistemático de su Autor, el Creador mismo. Los tratos de Dios con Israel, formalizados por un código completo de leyes, así­ como por regulaciones que regí­an hasta pequeños detalles de la vida en el campamento —cosas que más tarde tuvieron su paralelo en el reino daví­dico y también en la congregación cristiana del primer siglo—, reflejan y magnifican este aspecto de la Biblia relativo a la organización.

Contenido. Este Libro de los Libros revela el pasado, explica el presente y predice el futuro, algo que solo es capaz de hacer Aquel que conoce el fin desde el principio. (Isa 46:10.) La Biblia comienza con el relato de la creación del cielo y la Tierra en un tiempo pasado indeterminado y después ofrece una rápida descripción de los sucesos que prepararon la Tierra para la habitación humana. Luego se revela el origen del hombre con una explicación totalmente cientí­fica: la vida proviene únicamente de un Dador de vida; hechos todos ellos que solo podí­a explicar el Creador, ahora en el papel de Autor de la Biblia. (Gé 1:26-28; 2:7.) En el relato que da cuenta de por qué los hombres mueren se introduce el tema central de toda la Biblia: la vindicación de la soberaní­a de Jehová y el cumplimiento definitivo de su propósito para la Tierra mediante el Reino dirigido por Cristo, la Descendencia prometida; este tema estaba contenido en la primera profecí­a concerniente a †˜la descendencia de la mujer†™. (Gé 3:15.) Pasaron más de dos mil años antes de que Dios volviese a hacer mención de esta promesa relativa a una †œdescendencia† cuando le dijo a Abrahán: †œMediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra†. (Gé 22:18.) Más de ochocientos años después, se le confirmó la promesa a un descendiente de Abrahán, el rey David, y con el transcurso del tiempo los profetas de Jehová mantuvieron viva la llama de esta esperanza. (2Sa 7:12, 16; Isa 9:6, 7.) Transcurridos más de mil años desde los dí­as de David y cuatro mil desde que se dio la profecí­a original de Edén, apareció la Descendencia prometida, Jesucristo, el heredero legal al †œtrono de David su padre†. (Lu 1:31-33; Gál 3:16.) Magullado en la muerte por la descendencia terrestre de la †œserpiente†, este †œHijo del Altí­simo† proporcionó el precio del rescate que se debí­a pagar por el derecho a la vida que habí­a perdido la descendencia de Adán por causa de este, y así­ suministró el único medio por el que la humanidad puede obtener vida eterna. Después fue levantado al cielo, donde tendrí­a que esperar el tiempo señalado para arrojar a †œla serpiente original, el que es llamado Diablo y Satanás†, abajo a la Tierra, antes de su destrucción eterna final. En consecuencia, el gran tema anunciado en Génesis, que se va desarrollando y concretando a través de la Biblia, alcanza una gloriosa culminación en los últimos capí­tulos de Revelación al aclararse el grandioso propósito de Jehová por medio de su Reino. (Rev 11:15; 12:1-12, 17; 19:11-16; 20:1-3, 7-10; 21:1-5; 22:3-5.)
El Reino dirigido por Cristo, la Descendencia prometida, es el medio que se usará para vindicar el nombre de Jehová. Siendo este el tema central de la Biblia, en ella se engrandece el nombre personal de Dios mucho más que en cualquier otro libro; el nombre aparece 6.973 veces en la sección de las Escrituras Hebreas de la Traducción del Nuevo Mundo, esto sin contar la forma abreviada †œJah† y las numerosas ocasiones que forma parte de otros nombres, como por ejemplo Jehosúa, que significa †œJehová Es Salvación†. (Véase JEHOVí [Importancia del Nombre].) No conocerí­amos el nombre del Creador ni la gran cuestión relacionada con ese nombre que hizo surgir la rebelión edénica, si todo ello no se revelase en la Biblia. Tampoco conocerí­amos el propósito de Dios en relación con la santificación y vindicación de ese nombre ante toda la creación.
En esta biblioteca de 66 libritos, el tema del Reino y el nombre de Jehová están entretejidos con información sobre otras muchas cuestiones. Las referencias que en ella se hacen a otras materias, como agricultura, arquitectura, astronomí­a, quí­mica, comercio, ingenierí­a, etnologí­a, gobierno, higiene, música, poesí­a, filologí­a y estrategia militar, son meramente tangenciales al desarrollo del tema bí­blico, no tratados sobre tales disciplinas. No obstante, su contenido es un verdadero tesoro para los arqueólogos y paleógrafos.
Ningún otro libro puede compararse a la Biblia en lo que respecta a su exactitud como obra histórica y a su penetración en el pasado remoto. No obstante, tiene mucho más valor desde un punto de vista profético, de predicción del futuro, que tan solo el Rey de la Eternidad puede revelar con exactitud. Las profecí­as de largo alcance de la Biblia recogen la marcha de las potencias mundiales en el transcurso de los siglos e incluso el surgimiento y desaparición final de instituciones de la actualidad.
La Palabra de verdad de Dios es un libro práctico que libera a los hombres de la ignorancia, las supersticiones, las filosofí­as y las tradiciones humanas absurdas. (Jn 8:32.) †œLa palabra de Dios es viva, y ejerce poder.† (Heb 4:12.) Sin ella no conocerí­amos a Jehová ni sabrí­amos de los maravillosos beneficios que resultan del sacrificio de rescate de Cristo, ni tampoco entenderí­amos los requisitos que tenemos que cumplir a fin de conseguir vida eterna en el justo Reino de Dios o bajo su gobierno.
La Biblia es también un libro muy práctico en otros campos, pues da consejo apropiado a los cristianos acerca de cómo deben vivir en la actualidad, llevar a cabo su ministerio y sobrevivir al fin de este sistema de cosas que va tras los placeres y se opone a Dios. A los cristianos se les dice que †œcesen de amoldarse a este sistema de cosas† rehaciendo su mente y no siguiendo la lí­nea de pensamiento de las personas mundanas, lo que puede lograrse si se tiene la misma actitud mental de humildad †œque también hubo en Cristo Jesús†, despojándose de la vieja personalidad y vistiéndose de la nueva. (Ro 12:2; Flp 2:5-8; Ef 4:23, 24; Col 3:5-10.) Esto significa desplegar los frutos del espí­ritu de Dios: †œAmor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad, autodominio†, de los que se ocupa extensamente la Biblia. (Gál 5:22, 23; Col 3:12-14.)

Autenticidad. Se ha acometido contra la veracidad de la Biblia desde muchas posiciones, pero ninguno de estos ataques ha logrado socavar ni debilitar su autenticidad en lo más mí­nimo.

Historia bí­blica. Sir Isaac Newton afirmó en una ocasión: †œEncuentro más señas de autenticidad en la Biblia que en cualquier otra historia profana†. (Two Apologies, de R. Watson, Londres, 1820, pág. 57.) Su integridad a la verdad queda demostrada en cualquier aspecto que se someta a prueba. Su historia es exacta y confiable. Por ejemplo, no se puede negar lo que explica sobre la caí­da de Babilonia ante los medos y los persas (Jer 51:11, 12, 28; Da 5:28) ni lo que dice sobre, por ejemplo, el gobernante babilonio Nabucodonosor (Jer 27:20; Da 1:1); el rey egipcio Sisaq (1Re 14:25; 2Cr 12:2); los gobernantes asirios Tiglat-piléser III y Senaquerib (2Re 15:29; 16:7; 18:13); los emperadores romanos Augusto, Tiberio y Claudio (Lu 2:1; 3:1; Hch 18:2), o los gobernadores romanos Pilato, Félix y Festo (Hch 4:27; 23:26; 24:27), así­ como tampoco es posible contradecir lo que dice sobre el templo de írtemis de Efeso y el Areópago de Atenas (Hch 19:35; 17:19-34). Lo que la Biblia declara sobre estos o cualesquiera otros lugares, personajes o acontecimientos es históricamente exacto en todo detalle. (Véase ARQUEOLOGíA.)

Razas y lenguajes. Lo que la Biblia explica sobre las razas y lenguajes de la humanidad también es verí­dico. Todos los pueblos, sin importar su estatura, cultura, color o idioma, pertenecen a una misma familia humana. No puede probarse que sea falsa la división triple de la familia humana en las razas jafética, camí­tica y semí­tica, todas descendientes de Adán y Noé. (Gé 9:18, 19; Hch 17:26.) Sir Henry Rawlinson dice: †œSi tuviéramos que guiarnos por la mera intersección de las sendas lingüí­sticas, e independientemente de cualquier referencia al registro de las Escrituras, aún tendrí­amos que fijar en las llanuras de Sinar el foco del que irradiaron las diferentes lí­neas†. (The Historical Evidences of the Truth of the Scripture Records, de G. Rawlinson, 1862, pág. 287; Gé 11:2-9.)

Enseñanza práctica. Las enseñanzas, doctrinas y ejemplos de la Biblia son sumamente prácticos para el hombre moderno. Los principios justos y las elevadas normas morales de este libro lo distinguen de todos los demás. La Biblia no solo da respuesta a cuestiones importantes, sino que también contiene muchas directrices prácticas que, si se siguieran, contribuirí­an de modo importante a elevar la salud fí­sica y mental de la población de la Tierra. Suministra principios sobre lo propio y lo impropio con relación a tratos comerciales (Mt 7:12; Le 19:35, 36; Pr 20:10; 22:22, 23), laboriosidad (Ef 4:28; Col 3:23; 1Te 4:11, 12; 2Te 3:10-12), conducta moral limpia (Gál 5:19-23; 1Te 4:3-8; Ex 20:14-17; Le 20:10-16), compañí­as edificantes (1Co 15:33; Heb 10:24, 25; Pr 5:3-11; 13:20) y buenas relaciones familiares (Ef 5:21-33; 6:1-4; Col 3:18-21; Dt 6:4-9; Pr 13:24). En cierta ocasión, el famoso educador William Lyon Phelps dijo: †œCreo que el conocimiento de la Biblia sin una carrera universitaria es más valioso que una carrera universitaria sin el conocimiento de la Biblia†. (The New Dictionary of Thoughts, pág. 46.) Con respecto a la Biblia, John Quincy Adams escribió: †œDe todos los libros del mundo, es el que más contribuye a hacer a los hombres buenos, sabios y felices†. (Letters of John Quincy Adams to His Son, 1849, pág. 9.)

Exactitud cientí­fica. La Biblia tampoco se queda atrás en lo que respecta a exactitud cientí­fica. Ya sea cuando relata el orden progresivo de preparación de la Tierra para la habitación humana (Gé 1:1-31), cuando dice que la Tierra es esférica y que cuelga sobre †œnada† (Job 26:7; Isa 40:22), al clasificar a la liebre como rumiante (Le 11:6) o al señalar que †œel alma de la carne está en la sangre† (Le 17:11-14), la Biblia siempre resulta cientí­ficamente exacta.

Culturas y costumbres. La Biblia tampoco se equivoca en lo que tiene que ver con culturas y costumbres. En cuestiones polí­ticas, siempre utiliza el tí­tulo debido cuando habla de un determinado gobernante. Por ejemplo, dice que Herodes Agripa y Lisanias eran gobernantes de distrito (tetrarcas); Herodes Agripa (II), rey, y Galión, procónsul. (Lu 3:1; Hch 25:13; 18:12.) En tiempos romanos eran corrientes las marchas triunfales de los ejércitos victoriosos junto con sus cautivos. (2Co 2:14.) En la Biblia se hace referencia a la hospitalidad que se mostraba a los extraños, al estilo de vida oriental, al modo de comprar terrenos, a procedimientos legales relativos a contratos y a la costumbre de los hebreos y otros pueblos de circuncidarse; en todos estos detalles la Biblia es exacta. (Gé 18:1-8; 23:7-18; 17:10-14; Jer 9:25, 26.)

Franqueza. Los escritores de la Biblia demostraron una franqueza que no se observa en otros escritores de la antigüedad. Desde el mismo principio, Moisés informó con toda sinceridad de sus pecados, así­ como de los pecados y errores de su pueblo, y lo mismo hicieron los otros escritores hebreos. (Ex 14:11, 12; 32:1-6; Nú 14:1-9; 20:9-12; 27:12-14; Dt 4:21.) Tampoco se encubrieron los pecados de personajes destacados, como David y Salomón, sino que se informaron abiertamente. (2Sa 11:2-27; 1Re 11:1-13.) Jonás habló de su propia desobediencia. (Jon 1:1-3; 4:1.) Otros profetas mostraron asimismo esta misma franqueza. Los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas tuvieron el mismo interés por la información verí­dica que sus predecesores de las Escrituras Hebreas. Pablo habla de su anterior derrotero de vida pecaminoso. También se hace referencia a la debilidad de Marcos al abandonar la obra misional y se ponen al descubierto los errores que cometió el apóstol Pedro. (Hch 22:19, 20; 15:37-39; Gá 2:11-14.) Esta información franca y abierta permite confiar en la aseveración de la Biblia de que es honrada y veraz.

Integridad. Los hechos dan testimonio de la integridad de la Biblia. La narrativa bí­blica está entretejida de forma inseparable con la historia de la época. Relata los sucesos con honradez, veracidad y de la manera más sencilla. La candorosa sinceridad y fidelidad de sus escritores, su celo ardiente por la verdad y su gran esfuerzo por reproducir los detalles con exactitud es lo que esperarí­amos de la Palabra de verdad de Dios. (Jn 17:17.)

Profecí­a. Si hay un solo factor que pruebe por sí­ mismo que la Biblia es la Palabra inspirada de Jehová, ese es la profecí­a. Hay un sinnúmero de profecí­as de largo alcance en la Biblia que ya se han cumplido. Algunas de ellas se incluyen en el libro †œToda Escritura es inspirada de Dios y provechosa†, págs. 343-346.

Conservación. En la actualidad no se sabe de la existencia de ninguno de los escritos originales de la Biblia. Sin embargo, Jehová se preocupó de que se hicieran copias de esos escritos originales con el fin de reemplazarlos. Después del exilio babilonio, se produjo una demanda cada vez mayor de copias de las Escrituras debido al crecimiento de muchas comunidades judí­as fuera de Palestina. Unos especialistas, copistas profesionales, satisficieron esa demanda y trabajaron con gran esmero en aras de la exactitud de sus copias manuscritas. Esdras fue uno de estos hombres, un †œcopista hábil en la ley de Moisés, que Jehová el Dios de Israel habí­a dado†. (Esd 7:6.)
Por cientos de años se siguieron haciendo copias manuscritas de las Escrituras Hebreas y, más tarde, de las Escrituras Griegas Cristianas. También se hicieron traducciones de estos Santos Escritos a otros idiomas. Puede decirse que el primer libro de importancia que se tradujo a otro idioma fue las Escrituras Hebreas. En la actualidad se cuentan por miles los manuscritos y versiones de la Biblia. (Véanse MANUSCRITOS DE LA BIBLIA; VERSIONES.)
La primera Biblia impresa, la Biblia de Gutenberg, salió de la prensa en el año 1456. Hoy la distribución de la Biblia (completa o en parte) ha superado los dos mil millones de ejemplares en más de mil ochocientos idiomas. No obstante, esto no se ha conseguido sin una fuerte oposición procedente de muchos sectores. En realidad, la Biblia ha tenido más enemigos que ningún otro libro. Varios papas y concilios hasta prohibieron su lectura bajo pena de excomunión. Miles de personas perdieron la vida por su amor a la Biblia y miles de ejemplares de este precioso libro fueron pasto de las llamas. Una de las ví­ctimas de la lucha de la Biblia por sobrevivir fue el traductor William Tyndale, quien en una ocasión, mientras discutí­a con un clérigo, le aseguró: †œSi Dios me hace merced de larga vida, haré que el muchacho que guí­a el arado sepa más de la Escritura que vos†. (Actes and Monuments, de John Foxe, Londres, 1563, pág. 514.)
En vista de esta violenta oposición, el honor y el agradecimiento por la supervivencia de la Biblia deben ir a Jehová, el Conservador de su Palabra. Este hecho confiere mayor significado a la cita que hace el apóstol Pedro del profeta Isaí­as: †œToda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre†. (1Pe 1:24, 25; Isa 40:6-8.) Por lo tanto, en este siglo XX, hacemos bien †œen prestarle atención como a una lámpara que resplandece en un lugar oscuro†. (2Pe 1:19; Sl 119:105.) El hombre cuyo †œdeleite está en la ley de Jehová, y dí­a y noche lee en su ley en voz baja†, y que luego pone en práctica las cosas que lee, es el que prospera y es feliz. (Sl 1:1, 2; Jos 1:8.) Las leyes, los recordatorios, las órdenes, los mandamientos y las decisiones judiciales de Jehová contenidos en la Biblia son para él †˜más dulces que la miel†™, y la sabidurí­a que se deriva de ellos, más deseable †œque el oro, sí­, que mucho oro refinado†, pues significa su misma vida. (Sl 19:7-10; Pr 3:13, 16-18; véase CANON.)

[Tabla en la página 353]

TABLA CRONOLí“GICA DE LOS LIBROS DE LA BIBLIA
(El orden en el que se escribieron los libros de la Biblia y el lugar que ocupa cada uno con relación a los demás son aproximados; algunas de las fechas y los lugares son inseguros. Abreviaturas: a. significa †œantes†; d., †œdespués†, y c., †œcerca†.)

Escrituras Hebreas (a. E.C.)

Libro Escritor Fecha en que Tiempo Lugar donde
se terminó que abarca se escribió
Génesis Moisés 1513 †œEn el Desierto
principio†
a 1657
Exodo Moisés 1512 1657-1512 Desierto
Leví­tico Moisés 1512 Un mes (1512) Desierto
Job Moisés c. 1473 Más de ciento Desierto
cuarenta años
entre 1657 y
1473
Números Moisés 1473 1512-1473 Desierto
y llanuras
de Moab
Deuteronomio Moisés 1473 Dos meses Llanuras
(1473) de Moab
Josué Josué c. 1450 1473–c. 1450 Canaán
Jueces Samuel c. 1100 c. 1450– Israel
c. 1120
Rut Samuel c. 1090 Once años de Israel
la gobernación
de los jueces
1 Samuel Samuel, c. 1078 c. 1180-1078 Israel
Gad,
Natán
2 Samuel Gad, c. 1040 1077–c. 1040 Israel
Natán
El Cantar de Salomón c. 1020 Jerusalén
los Cantares
Eclesiastés Salomón a. 1000 Jerusalén
Jonás Jonás c. 844
Joel Joel c. 820 (?) JudáAmós Amós c. 804 JudáOseas Oseas d. 745 a. 804–d. 745 Samaria
(Distrito)
Isaí­as Isaí­as d. 732 c. 778–d. 732 Jerusalén
Miqueas Miqueas a. 717 c. 777-717 JudáProverbios Salomón, c. 717 Jerusalén
Agur,
Lemuel
Sofoní­as Sofoní­as a. 648 JudáNahúm Nahúm a. 632 JudáHabacuc Habacuc c. 628 (?) JudáLamentaciones Jeremí­as 607 Cerca de
Jerusalén
Abdí­as Abdí­as c. 607
Ezequiel Ezequiel c. 591 613–c. 591 Babilonia
1 y 2 Reyes Jeremí­as 580 c. 1040-580 Judá y Egipto
Jeremí­as Jeremí­as 580 647-580 Judá y Egipto
Daniel Daniel c. 536 618–c. 536 Babilonia
Ageo Ageo 520 Ciento doce Jerusalén
dí­as (520)
Zacarí­as Zacarí­as 518 520-518 Jerusalén
Ester Mardoqueo c. 475 493–c. 475 Susa, Elam
1 y 2 Esdras c. 460 Después de Jerusalén (?)
Crónicas 1 Crónicas
9:44, 1077-537
Esdras Esdras c. 460 537–c. 467 Jerusalén
Salmos David y c. 460
otros
Nehemí­as Nehemí­as d. 443 456–d. 443 Jerusalén
Malaquí­as Malaquí­as d. 443 Jerusalén

[Tabla en la página 354]

Escrituras Griegas Cristianas (E.C.)

Libro Escritor Fecha en que Tiempo Lugar donde
se terminó que abarca se escribió
Mateo Mateo c. 41 2 a. E.C.– Palestina
33 E.C.
1 Tesalonicenses
Pablo c. 50 Corinto
2 Tesalonicenses
Pablo c. 51 Corinto
Gálatas Pablo c. 50-52 Corinto o
Antioquí­a
de Siria
1 Corintios Pablo c. 55 Efeso
2 Corintios Pablo c. 55 Macedonia
Romanos Pablo c. 56 Corinto
Lucas Lucas c. 56-58 3 a. E.C.– Cesarea
33 E.C.
Efesios Pablo c. 60-61 Roma
Colosenses Pablo c. 60-61 Roma
Filemón Pablo c. 60-61 Roma
Filipenses Pablo c. 60-61 Roma
Hebreos Pablo c. 61 Roma
Hechos Lucas c. 61 33 c.-61 E.C. Roma
Santiago Santiago a. 62 Jerusalén
Marcos Marcos c. 60-65 29-33 E.C. Roma
1 Timoteo Pablo c. 61-64 Macedonia
Tito Pablo c. 61-64 Macedonia (?)
1 Pedro Pedro c. 62-64 Babilonia
2 Pedro Pedro c. 64 Babilonia (?)
2 Timoteo Pablo c. 65 Roma
Judas Judas c. 65 Palestina (?)
Revelación Juan c. 96 Patmos
Juan Juan c. 98 Después del Efeso o sus
prólogo, proximidades
29-33 E.C.
1 Juan Juan c. 98 Efeso o sus
proximidades
2 Juan Juan c. 98 Efeso o sus
proximidades
3 Juan Juan c. 98 Efeso o sus
proximidades

Fuente: Diccionario de la Biblia

A) Crí­tica bí­blica.

B) Cronologí­a bí­blica.

C) Geografí­a bí­blica.

D) Historia bí­blica.

A) CRíTICA BíBLICA
La Biblia contiene el mensaje de Dios a la humanidad, pero este mensaje adopta la forma de toda una literatura que, si bien inspirada por Dios, está no obstante compuesta a la ordinaria manera humana. Se escribió hace dos o tres mil años, por personas y para personas que viví­an en condiciones históricas, sociales, polí­ticas, económicas, culturales y religiosas muy distintas de las nuestras. Si bien los autores poseí­an sus propios recursos personales de fantasí­a y de inteligencia, su lenguaje, psicologí­a, punto de vista e intención, sin embargo estaban también sujetos a las ideas y corrientes de pensamiento, como también a las formas y modos literarios de composición de su época. La sociedad a que pertenecí­an estaba en constante evolución, profundamente influida por la cultura y la mentalidad de las diferentes sociedades con que estaban en contacto: esto aparece más y más claramente a medida que vamos conociendo mejor sus literaturas, gracias a los descubrimientos arqueológicos.

Añádase a esto que los textos bí­blicos originales se perdieron hace ya mucho tiempo, y actualmente sólo nos quedan copias, algunas hechas sólo unos pocos siglos después del original y otras hasta veinte siglos posteriores a él; estas copias han estado además expuestas a todos los azares que acompañaron la transmisión de cualquier otro documento antiguo. Todo esto debe tomarse en consideración antes de poder comprender debidamente el mensaje divino de la B., formulado y transmitido en forma tan humana. Tal es el objetivo de la crí­tica bí­blica.

1. Crí­tica textual. Este es el primer paso: se trata de restablecer, en cuanto sea posible, el texto original. Las diferentes copias que se conservan contienen numerosas variantes, debidas a inevitables errores de los escribas (adiciones, omisiones, permutaciones de letras por razón de la antigua escritura hebrea y aramea, haplografí­a, dittografí­a, homoiotéleuton, homoiarcton) y a alteraciones tendenciosas (para armonizar textos paralelos, facilitar lecturas difí­ciles, corregir lo que parecí­a haberse corrompido o lo que no estaba de acuerdo con los puntos de vista doctrinales, u otros, del copista; y por la misma razón se producen también omisiones). Hay que evaluar las diferentes lecciones; hay que compararlas con variantes contenidas en traducciones tempranas basadas con frecuencia en textos más antiguos y a veces mejores, que se han perdido, o halladas en citas de antiguos escritores judí­os o cristianos de los primeros tiempos. Así­ es como tratamos de obtener una edición crí­tica standard del texto original de la Escritura.

Las mejores ediciones completas actualmente asequibles son: del AT, R. KITTEL, Biblia Hebraica (Leipzig 1905-6, Stuttgart «1962); de los LXX, H.B. Swete (Cambridge 18871894), y A. Rahlfs (Stuttgart 1935, ‘1962); y del NT, E.F. Westcott-F.J.A. Hort (Cambridge 1881), Ed Nestle (Stuttgart 1898, 211963), H.J. Vogels (Düsseldorf 1920, 41955), y A. Merk (Roma 1933, 81957).

Estas ediciones deben mejorarse a la luz de los descubrimientos e investigaciones recientes. Los rollos del mar Muerto (-> Qumrán) hallados entre 1947 y 1956, han proporcionado gran número de manuscritos hebreos, en su mayorí­a muy fragmentarios, de todos los libros de la B. hebrea, excepto Ester, que datan desde fines del s. iti a.C. al 68 d.C.; por tanto algunos de ellos son diez siglos más antiguos que los manuscritos conocidos hasta ahora. En general corresponden al texto masorético normal de la edición de Kittel, pero presentan algunas lecciones divergentes en conformidad con los LXX o con el Pentateuco samaritano, o con los dos, mostrando así­ el valor de ambos. Los rollos han proporcionado también fragmentos del texto hebreo del Eclesiástico, fragmentos hebreos y arameos de Tobí­as, unos pocos textos fragmentarios griegos y quizá algunos otros textos no publicados todaví­a. La mayor parte del Eclesiástico hebreo y otros fragmentos de manuscritos bí­blicos se habí­an descubierto en la guenizá de una sinagoga de El Cairo (1896-98); estos textos todaví­a no han sido publicados todos ni estudiados debidamente. Todo este material debe tomarse en consideración para preparar una edición crí­tica cada vez más completa del AT. Pero una edición perfecta no será posible en tanto no se hayan editado también crí­ticamente los LXX, todas las antiguas versiones y traducciones, y las obras de autores como Filón, Josefo y los escritores cristianos primitivos. Aquí­ mencionaremos las dos grandes ediciones crí­ticas de los LXX en curso de publicación: A.E. Brooke-N. McLean-H.St.J. Thacqueray (Cambridge 1906ss), y la de la Academia de Gotinga (Stuttgart 1926ss), la segunda de las cuales tiene un aparato crí­tico más extenso; como también las ediciones crí­ticas de la Vetus Latina (Friburgo de Br., 1949ss) y de la Vulgata (Roma 1926ss).

2. Crí­tica literaria. El objetivo de esta crí­tica es el de formarse la debida idea acerca de la composición literaria de los diferentes libros de la B. Una lectura atenta de la mayorí­a de ellos revelará no pocas discrepancias: desigualdades en la estructura, conexiones o transiciones defectuosas entre frases y perí­copas, diferencias de vocabulario, lengua y estilo, diferencias en ideas y situaciones religiosas, cultuales, éticas, jurí­dicas o culturales, discrepancias históricas y cronológicas, duplicados, textos paralelos, y hasta francas contradicciones. Tales libros debieron ser compuestos a base de diferentes textos que anteriormente existí­an por separado. Con la ayuda de la abundante literatura que hoy conocemos del próximo Oriente antiguo, los investigadores han tratado de averiguar los distintos componentes que integran cada libro sagrado (p. ej., fuentes escritas o tradiciones orales), así­ como delimitar la parte que se ha de atribuir a los autores, compiladores y editores para determinar así­ el carácter, el objetivo y el perí­odo de los escritores y de los diferentes estratos del material, y, finalmente, identificar y analizar las formas o géneros literarios de éste.

Por lo que se refiere al AT, hay que distinguir ciertos tipos elementales de otros más cuidados de poesí­a: cantos primitivos, y literatura sapiencial, profética y sacerdotal; y también cabe descubrir allí­ diferentes especies de leyes, así­ como diversas clases de narración: mito, leyenda (ambos en un determinado sentido), epopeya, fábula, narraciones etiológicas, cuentos literarios, midrasí­m, cuentos populares, relatos históricos.

En cuanto al NT, los investigadores distinguen: logia, o dichos sapienciales, escatológicos y apocalí­pticos; prescripciones legales y disciplinarias; dichos en primera persona; parábolas, alegorí­as y narraciones (apotegmas, ejemplos, narraciones de milagros); prosa rí­tmica (himnos, bendiciones, doxologí­as, acciones de gracias); pasajes autobiográficos; fórmulas epistolares, retóricas, etc.

El estudio de las formas literarias ha hecho grandes progresos desde la introducción de la crí­tica formal o del método de la historia de las –> formas. Este pone todo su empeño en identificar la naturaleza, intención, aplicación y significación de las unidades literarias fundamentales, en descubrir su «puesto en la vida» del pueblo antes de su fijación escrita. Usado primeramente por H. Gunkel (p. ej., en el «comentario al Génesis», 1901), luego fue aplicado por investigadores del AT, como H. Gressmann, J. Hempel, A. Alt y G. von Rad para descubrir las leyes de la formación del AT; y pronto quedó complementado con el método histórico de la tradición (M. Noth), que trata de penetrar en la historia preliteraria de dichas unidades fundamentales, para estudiar exactamente su nacimiento, sentido y fin en la fase de la tradición meramente oral. La gran importancia de la tradición oral ha sido subrayada también por estudiosos escandinavos (I. Engnell, G. Widengren, H. Riesenfeld).

Martin Dibelius, en el curso de su trabajo sobre las ideas de J. Weiss (expresadas en su artí­culo Literaturgeschichte des NT en «RGG» 1912), titulado Die Formgeschichte des Evangeliums (1919), introdujo la «crí­tica formal» en el estudio de los Evangelios (véase crí­tica de los -> Evangelios). Pronto le siguió Rudolf Bultmann (Die Geschichte der synoptischen Tradition, 1921). Dibelius fue también el primero en extender el método al resto del NT. Se apropiaron el método M. Albertz, K.L. Schmidt, G. Bertram y otros. El movimiento habí­a sido siempre asunto preferentemente alemán, y sus métodos y especialmente sus resultados con relación a los Evangelios fueron recibidos con gran reserva, p. e., en la escuela más conservadora de los exegetas ingleses; véase, sin embargo, V. Taylor (The formation of the Gospel Tradition, 1933) y C.E.D. Moule (The Birth of the NT, 1962). El método estudia sobre todo el puesto de los diversos sermones y formas litúrgicas en la vida de la comunidad primitiva (-> cristianismo primitivo); se propone conocer cómo se entendieron e interpretaron allí­ y entonces las palabras y acciones de Cristo, y a la vez mostrar cómo y en qué medida este material fue transformado de cara al fin de la composición de los Evangelios. Acerca de la aplicación de la crí­tica formal al estudio de las epí­stolas de Pablo podemos remitir a B. Rigaux.

3. La crí­tica literaria, incluida su evolución hacia la crí­tica formal y la historia de la tradición, requiere el complemento de la crí­tica histórica. Esta investiga el medio histórico en que aparecen las formas literarias, que a su vez sólo puede conocerse mediante un fino análisis de las mismas. Pero con relación a la B. la crí­tica histórica va mucho más lejos, su meta es examinar con exactitud la esencia, el significado, la intención y el ámbito de validez de la historia bí­blica, tal como ésta se presenta en cada libro sagrado, y confrontar esto con todo lo que sabemos acerca de la evolución histórica, la religión y la cultura del próximo Oriente antiguo, al que pertenece la B. Sobre este particular merecen mención las siguientes obras: J. PEDERsEN, Israel, its Lile and Cultura, 192640, y R. DE VAux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1965.

Indudablemente la crí­tica bí­blica ha alcanzado grandes resultados comúnmente aceptados en la actualidad, ampliando además y profundizando notablemente nuestra inteligencia de lo que querí­an decir los autores sagrados. Determinadas teorí­as e hipótesis particulares debieron ser abandonadas y corregidas por investigadores posteriores. La exégesis católica deberá por tanto ser prudente en el uso de los nuevos métodos. Podrá usarlos teniendo en cuenta que éstos frecuentemente han sido desarrollados bajo presupuestos filosóficos y teológicos extraños para su mundo intelectual. El uso crí­tico de estos métodos está también en armoní­a con la encí­clica Divino af flante spiritu (del 30 de septiembre de 1943), la cual pide a los exegetas católicos que agoten todos los recursos de la historia, de la arqueologí­a, de la etnografí­a, etc., para determinar exactamente las formas literarias usadas en el AT. La reciente instrucción de la -> Comisión Bí­blica acerca de la verdad histórica de los Evangelios (del 21 de abril de 1964, AAS 56 [ 1964 ] , 712-718), no sólo invita a los exegetas a extender el método de la crí­tica histórica al NT, sino que además les aconseja que traten de «descubrir cuáles son los elementos sanos contenidos en el método de la historia de las formas, para aplicarlos rectamente en orden a una más plena inteligencia de los Evangelios».

Petrus Gerard Duncker

B) CRONOLOGíA BíBLICA
En la Sagrada Escritura, especialmente en el AT, no faltan indicaciones cronológicas, pero es difí­cil encuadrarlas en un sistema cronológico fijo.

I. Cronologí­a relativa
A ejemplo de lo que se hací­a en Egipto y en Babilonia (y Asiria), también en Israel las fechas se indicaban a veces tomando como punto de referencia acontecimientos importantes (Am 1, 1: terremoto, Is 20, ls: toma de Asdod), pero más normalmente guiándose por los años de gobierno de los reyes de Israel y de Judá (Re, Par, profetas preexí­licos), así­ como de Babilonia o Persia (Dan, Ag, Zac, Esr, Neh). Ezequiel indica las fechas con relación a los años de la (primera) deportación judaica; 1 y 2 Mac datan conforme a la era Seléucida (otoño del 312 o primavera del 311 a.C.). En el año 170 de esta era (143-142 a.C.) los judí­os hicieron una cronologí­a propia según los años de gobierno del sumo sacerdote Simón (1 Mac 13, 41s). En el modo de contar los años de reinado se distinguen los sistemas de antedatación y de posdatación; en el primero, usado en Egipto hasta la época persa, el tiempo entre la muerte del predecesor y el comienzo del año civil era contado lo mismo como el último año del predecesor que como el primero del sucesor. En la postdatación el perí­odo desde la subida al trono hasta el año nuevo era llamado «comienzo del reinados, y el año primero del reinado comenzaba a partir del año nuevo. La posdatación se usaba en Asiria y Babilonia y también en Judá, al menos al final de la monarquí­a (cf. Jer 26, 1 49, 34) y tal vez desde el principio.

II. Sincronismos
Sincronismos con la historia del antiguo oriente y con el imperio romano precisan y amplí­an la cronologí­a bí­blica relativa. Los anales asirios nos cuentan que el rey Salmanasar iit en el sexto año de su reinado (853) venció en Karkar a los sirios confederados, y entre ellos al rey Ajab de Israel, y que el mismo Salmanasar en el año 18 de su reinado (841) recibió el tributo del rey Yehú de Israel. El rey Yosí­as murió en la batalla contra el Faraón Necao (dinastí­a 26; 2 Re 23, 29; 2 Par 35, 20-24), y según la así­ llamada «crónica gádico-babilónica> esta batalla se dio en el año 17 de Nabopolasar de Babilonia, por tanto en el 609. La crónica babilónica editada por Wiseman, nos habla de la batalla de Karkemis (Jer 46, 2) y de la toma de Jerusalén por Nabucodonosor (2 Re 24, 10-12). En el NT, Mt y Lc narran que jesús nació durante el reinado de Herodes; Lc 3, 1 dice que el año 15 de Tiberio comenzó la predicación de Juan Bautista; y según Act 18, 12, cuando Pablo estuvo por primera vez en Corinto, Galión era procónsul de Acaia.

III. Cronologí­a absoluta
Para traducir los datos temporales del antiguo oriente a la cronologí­a cristiana es necesario recurrir a la astronomí­a. Con tablas astronómicas en la mano podemos determinar el momento de la salida de Sirio en Egipto o de Venus en Babilonia y el tiempo de los eclipses de sol y de luna a los que se hace alusión en los antiguos documentos orientales. De este modo se ha podido calcular que el eclipse solar del año nueve del rey asirio Asurdán iii se produjo el 15 de junio del 763 a.C. Y a base de esta fecha absoluta podemos entre otras cosas traducir la cronologí­a relativa de los asirios a datos utilizables por nosotros. Los sincronismos nos ayudan a proceder en forma parecida con otras fechas orientales y bí­blicas.

IV. Cronologí­a particular de los diversos perí­odos de la historia bí­blica
1) Patriarcas: Tanto los usos y costumbres como la arqueologí­a del Négueb parecen indicar el perí­odo medio de la época de bronce (2200-1500 = imperio medio en Egipto; coincidiendo con la invasión de los hicsos); y hablando con más precisión, seguramente desde el 1800. La identificación del rey Amrafel, contemporáneo de Abraham (Gén 14, 1), con Hammurabi de Babilonia (1728-1686) es problemática.

2) Salida de Egipto y conquista de la tierra prometida. La situación polí­tica del próximo oriente y la arqueologí­a hablan más a favor del s. xiri (dinastí­a 19) que del s. xv (din. 18), a pesar de 1 Re 6, 1 y Jue 11, 26.

3) Epoca de los Jueces: debió desarrollarse alrededor de los s. xii y xi; las fechas del libro de los jueces no ofrecen una base segura para una cronologí­a.

4) Monarquí­a. El comienzo de la construcción del templo en el cuarto año de Salomón (1 Re 6, 1. 37) ofrece un cierto punto de apoyo para la cronologí­a de los principios de la monarquí­a, pues, según las informaciones de Flavio Josefo (Ap 1, 17, Ant 8, 3, 1), de Justino (s. iii d.C.; Epitome Pompei Trogi 18, 6. 9) y de los mármoles de Paros, la construcción comenzó el año 696 o el 968 (o según otros datos el 959). De ahí­ se deduce que Salomón reinarí­a entre el 972 y el 932 aproximadamente (cf. 1 Re 11, 42), y David sobre los años 1012-972 (cf. 1 Re 2, 11).

La división del reino se producirí­a por el año 932. En los libros de los Reyes y en las Crónicas (Par) hallamos muchos sincronismos entre los reyes de Israel y los de Judá, pero estos escritos presentan muchos problemas no resueltos. En 722 (y 720) cae Samarí­a y desaparece el reino del Norte. En 701 el rey asirio Senaquerib pone sitio a Jerusalén.

El 16 de marzo del 597 los babilonios toman por primera vez la ciudad de Jerusalén; a mediados del 586 la conquistan de nuevo y destruyen el templo, y a continuación se produce el exilio babilónico.

5) Exilio babilónico: del 597 ó 586 al 536.

6) Perí­odo persa: entre el 539 y el 331; el decreto de Ciro en el 538 permite el regreso; la primera caravana regresa en el año 536; reconstrucción del templo entre el 520 y el 515; Nehemí­as en Jerusalén el año 445; Esdras en Jerusalén el año 458 o el 398.

7) Perí­odo helení­stico: 331-166. Los judí­os están bajo el dominio de los Ptolomeos hasta el 200 y bajo el de los Seléucidas hasta el año 166.

8) Epoca de los Macabeos y Hasmoneos: 166-63. Judas Macabeo del 166 al 161, Jonatán del 161 al 142, Simón del 142 al 135, Juan Hircano 1 del 35 al 104. En el año 63 Pompeyo toma la ciudad de Jerusalén.

9) Perí­odo romano: del 63 a.C. hasta el 70 d.C. Herodes el Grande reina entre el 40 y el 4 a.C.; Arquelao es etnarca desde el 4 a.C. hasta el 6 d.C.; Poncio Pilato actúa como procurador de Judea del 26 al 36; el año 70 se produce la destrucción de Jerusalén por Tito.

10) Cronologí­a de la vida de Jesús:
a) Nacimiento: Según Mt 2, 1 y Lc 1, 5. 26 -> Jesucristo nació durante el reinado de Herodes el Grande; como éste murió en la primavera del año 750 de la fundación de Roma, o sea, el año 4 a.C., la fecha más probable del nacimiento de Jesús es el año 7, o el 6, o el 5 a.C. (cf. Lc 2, ls; 3, 23).

b) Comienzo de la vida pública. Según Lc 3, 1 Juan Bautista empezó a predicar el año 15 de Tiberio, año que a juicio de los antiguos historiadores y cronógrafos corresponde al 28 ó 29 d.C., pues Augusto murió el 19 de agosto del 14. Pero la fecha de Lc 3, 1 podrí­a estar basada en la cronologí­a oriental y entonces el año primero de Tiberio equivaldrí­a a las pocas semanas que mediaron entre la muerte de Augusto y el siguiente año nuevo (1 de oct. del 14); y el segundo año serí­a el que transcurrió entre el 1 de oct. del 14 y el 30 de sep. del 15; con lo cual el año 15 concidirí­a con el 27-28 d.C. Según esto, Jesús habrí­a iniciado su actividad pública en los primeros meses (antes de Pascua, cf. Jn 2, 13) del año 29 ó 28. Esta última fecha parece concordar mejor con Jn 2, 20 (46 años de duración de la construcción del templo).

c) Duración de la vida pública. Juan menciona tres pascuas (2, 13. 23; 6, 4; 11, 55, 12, 1 13, 1) en la vida pública de jesús; por tanto ésta duró 2 años y algunos meses (la fiesta mencionada en Jn 5, 1, o bien es la misma que la de 6, 4, o bien es pentecostés; en Jn 4, 35 probablemente se trata de un modo de decir refranesco; y por eso no es necesario admitir que la actividad pública de Jesús duró 3 años). Los sinópticos sólo mencionan la última Pascua de jesús, pero Lc 13, 1-5 parece suponer una Pascua anterior.

d) Fecha de la muerte. Si Jesús comenzó su vida pública los primeros meses del 29 o (según la cronologí­a siria) del 28 y actuó algo más de dos años, en consecuencia, murió por el mes de abril del 31 o del 30. El murió el viernes antes de pascua (Jn 19, 31). Ahora bien, por cálculos astronómicos se ha intentado determinar en qué años el dí­a 14 ó 15 del mes Nisán cayó en viernes; y, teniendo en cuenta todos los datos, se ha llegado a la conclusión de que la muerte de jesús aconteció el 7 de abril del 30 o el 3 de abril del 33. Por lo que se dijo antes sobre la fecha del comienzo de la vida pública, el 7 de abril del 30 parece la fecha más probable de la muerte de jesús. Recientemente, apoyándose en Didascalí­a y en otros testimonios, se ha defendido que las estaciones de la pasión de Jesús ocuparon tres dí­as: desde el martes por la noche hasta el viernes por la tarde.

11) Tiempo apostólico. Pablo. El rey Herodes Agripa 1 murió en el verano del 44; por tanto el mismo año se produjo el martirio de Santiago el Mayor y la prisión de Pedro (Act 12, 1-23). Según la «inscripción de Delfos», Galión fue procónsul de Acaya el año 51-52 o el 52 o el 52-53 y, consecuentemente, Pablo estuvo en Corinto por los años 51-52 (cf. Act 18, 1. 11-18). Según esto el Apóstol inició su segundo viaje apostólico en el otoño del 49 o del 50, y el concilio de Jerusalén se celebró en el verano u otoño del 49 o del 50. La conversión de Pablo cae entre el 33 y el 36 (cf. Gál 1, 18 2, 1; 2 Cor 11, 32). La prisión en Jerusalén y Cesarea se data en el 57 o 58; y como fecha del viaje a Roma, se señala el tiempo entre el otoño (Act 27, 9) del 59 o del 60 y la primavera (Act 28, 11) del 60 o del 61. La prisión en Roma duró hasta el 62 ó 63; y la segunda prisión romana y el martirio (junto con Pedro) se produjeron el año 66 a el 67.

Balduino Kipper

C) GEOGRAFíA BIBLICA

I. Situación greográfica
1. Vista de conjunto.

Situado al oeste del desierto sirioarábigo, el paí­s bí­blico abarca la mayor parte del estado de Israel (menos el desierto del sur) y del reino de Jordania (menos el desierto del este). Así­ delimitado, se extiende entre los grados 31 y 34 de latitud sobre una extensión de 300 km.

Su relieve va en declive de oeste a este y muestra cuatro zonas. a) La montaña de Transjordania, entre los 600 y 1247 m. de altura, con 30 km, de anchura, y prolongada hacia el sur hasta el mar Rojo. b) La depresión del Jordán, de 10 a 30 km. de anchura, 212 m. bajo el nivel del mar en Tiberí­ades y 392 m. en el mar Muerto. c) La región alta de Palestina, con una altura de 200 a 1208 metros y una anchura de 40 a 50 km. Está cortada en dos por las llanuras de Esdrelón y Bet-$an, que separan Galilea y Samarí­a.

Allí­ lindan los montes de Samarí­a y de Judea, que se extienden hasta la baja llanura de Beer-Seba, en el lí­mite del desierto. d) La llanura costera, de 15 a 20 km. de anchura, cortada en dos por el promontorio del Carmelo.

2. Comunicaciones
Aunque el relieve bastante suave apenas ofrece grandes obstáculos a las ví­as de comunicación local; sin embargo, las grandes lí­neas de tráfico están centradas en un espacio relativamente pequeño.

La ví­a principal es la que sigue la llanura costera y conduce hacia Egipto a través del Sinaí­, sirviendo para el transporte de las mercancí­as traí­das por ví­a marí­tima. La conocida ruta de Meguiddó conduce a través del Carmelo a la llanura de Esdrelón. De allí­ se puede seguir la ruta costera del Lí­bano o girar al nordeste para alcanzar la parte del valle del Jordán y Siria. Viniendo de Arabia, por el sur del desierto, las ví­as conducen hacia Gaza, que está junto al mar, y por las zonas desiertas del oeste llevan a Damasco.

Los montes de Palestina están más bien contorneados que atravesados por estas rutas; lo cual no implica un aislamiento. Esta zona alta era suficientemente rica para desarrollar el comercio y el tráfico; y ahí­ tenemos una de las razones por las cuales los reinos que en tiempos tuvieron allí­ su sede jugaron un papel en la historia polí­tica de la antigüedad.

3. Clima y agricultura
En Palestina domina el clima mediterráneo con sus fenómenos usuales, pero también con la diferencia de que allí­ es más cálido y seco que en Europa; los veranos son pobres en precipitaciones, y rara vez hiela ni aun en las montañas. También aquí­ pueden distinguirse cuatro zonas:
a) La llanura baja (costa y Esdrelón) en estado natural era frecuentemente pantanosa y estaba recubierta de arena; era, pues, malsana y poco fértil. Grandes trabajos han permitido introducir en ella todos los cultivos de Europa, incluso la remolacha, y fomentar la ganaderí­a intensiva de bovinos, al mismo tiempo que se ha perfeccionado el cultivo de agrios, algodón y plátanos. Se pueden emplear toda clase de máquinas, las comunicaciones son fáciles y se establecen industrias. La llanura se presta, pues, al desarrollo de la civilización moderna.

b) La parte montañosa, de 200 a 1000 m., es generalmente rocosa, pero sana, y está bien regada por la lluvia (500-800 mm. al año). En ella se dan los mismos cultivos que en las regiones análogas de Europa: cereales, olivo, viña, árboles frutales, y el mismo ganado menor. Pero sólo algunos valles o pequeñas llanuras altas pueden llamarse fértiles según criterios modernos. Esta zona estaba muy poblada hace cien años; actualmente se despoblarí­a si el turismo y la vecindad de centros industriales no le dieran vida. No es, por tanto, extraño que la Palestina montañosa, casi toda en zona árabe, presente a menudo un aspecto arcaico.

c) Montes altos con bosques sólo se dan en la alta Galilea, en Transjordania y en Judea. Los restos de bosques antiguos, cuya importancia económica es muy escasa, sólo con gran esfuerzo pueden conservarse o repoblarse.

d) Región tí­pica de Palestina es el valle del Jordán. Este tiene un clima desértico, pero numerosas fuentes han llevado a la formación de oasis donde crecen plantas tropicales, en especial plataneros y palmeras. E1 desierto, por lo demás, se extiende a uno y otro borde del valle hasta unos 600 m. de altitud y con una anchura de 25 Km. En él sólo es posible la ganaderí­a nómada de ovejas, asnos y camellos. Es como una avanzada de la Arabia interior en medio de los montes mediterráneos.

II. Tierra Santa y pueblo escogido
Dato primero de la conciencia de Israel es que Canaán es el único trozo de la tierra en que el hombre puede tributar a Dios un culto que le agrade. Sólo allí­ levantaron los patriarcas sus altares, allí­ fue edificado el templo; y en las sinagogas todaví­a hoy se sigue orando volviéndose en esa dirección. Pero a nosotros una palabra de jesús nos advierte que nuestra piedad para con la Tierra Santa debe estar desprendida de todo legalismo (Jn 4, 21-23). No obstante, para el AT y el NT Palestina es siempre la tierra santa, pues ha sido el escenario de las acciones salví­ficas de Dios, el paí­s del pueblo de la alianza, el testigo de la historia entre Yahveh y su pueblo.

Aquí­ chocaron entre sí­ las grandes culturas paganas, y el desierto próximo fue el lugar de la vocación de los profetas.

1. Testigo de la historia sagrada
Más de la mitad de los lugares importantes del AT han sido identificados con suficiente certeza; casi todos los del NT lo han sido igualmente. Ya desde la antigüedad se procuró localizar exactamente el sitio de los acontecimientos de la historia sagrada (cf. Jos 4, 9; 7, 26, etc. ). Las comunidades judí­as y las cristianas, así­ como la práctica ininterrumpida de las peregrinaciones conservaron viva la tradición. Escritores eclesiásticos como Eusebio de Cesarea y jerónimo reunieron en los s. iv y v abundante material sacado de fuentes fidedignas, fijando así­ la tradición talmudista acerca de los lugares. La investigación histórica de los siglos xix y xx volvió sus ojos hacia Palestina. Muchos nombres y restos de antiguas ciudades bí­blicas fueron descubiertos nuevamente. Citemos a los investigadores más importantes: los norteamericanos Robinson y Albright, los ingleses Conder y Warren, los franceses Clermont-Ganneau y Abel y los alemanes Dalman y Alt.

Desde la perspectiva actual resulta difí­cil comprender la frase bí­blica: «un paí­s donde manan leche y miel» (Ex 3, 8 et passim). Cuando la B. hable así­ – y a veces con gran elocuencia (Dt 8, 7-10; 11, 11-15)-, su descripción no concuerda con las impresiones que el viajero actual saca de Palestina. Pero la historia muestra que en esta zona hubo una vida económica, cultural y religiosa sumamente floreciente hasta final del s. xvi aproximadamente. La variedad de productos agrí­colas permití­a a la población del levante una forma de vida sana y equilibrada. Y si actualmente la pobreza es manifiesta, ésta nunca toma formas denigrantes. La tierra cultivable es explotada a fondo. En la mayorí­a de los pueblos se cultivan casi todas las clases de productos agrí­colas.

El cuidado de la ví­ña y de los árboles frutales en general exige una habilidad especial, y requiere además que el agricultor se interese por una explotación del suelo a largo plazo. Los sociólogos familiarizados con la situación del Oriente han observado cómo el cultivador de fruta goza de un prestigio social mucho mayor que un cultivador de cereales en las estepas del interior del paí­s. Podemos suponer que la situación serí­a semejante en el tiempo bí­blico.

Israel no era ni un paí­s abierto a todas las innovaciones, como Siria, ni una región extraordinariamente fértil, como Egipto, cuya riqueza contribuyó al nacimiento de la idolatrí­a. Era sencillamente una tierra que ofrecí­a los presupuestos naturales para el singular puesto religioso de un pueblo.

2. Escenario de contiendas polí­ticas y religiosas
No era fácil gozar en paz de este paí­s. Lo mismo que hoy dí­a, Palestina estaba en el camino del comercio y de la guerra entre Egipto y Mesopotamia, y estaba también abierta a las influencias marí­timas. Por estas tres direcciones podí­an venir grandes civilizaciones idolátricas. No hay mejor medio para darse cuenta de ello que visitar, guí­a en mano, las colecciones egipcias y orientales de nuestros museos.

Fue menester una guerra casi sin respiro para defender la independencia polí­tica y religiosa de la nación frente ‘a esas influencias. Finalmente, la empresa nacional de Israel fracasó y Jerusalén fue tomada el año 587 a.C. Pero perduró con éxito la empresa religiosa, un «residuo pequeño» permaneció fiel al Dios único y pudo restaurar el pueblo santo. Israel vio caer los í­dolos de Egipto, de Asur y de Babilonia; lo cual no pudo menos de confirmarlo en su fe. Cuando una nueva civilización idolátrica, la de los griegos, irrumpió en oriente, esta fe pudo resistir a su influjo.

De liberación en liberación, parece que Israel aprendió que la libertad no es gaje de la naturaleza, sino don de Dios. El «Dios grande y bondadoso» de las religiones mediterráneas, se dio así­ a conocer a Israel como el Dios que libera y quiere la libertad de los hombres (cf. Lev 25, 39-42 et passim, –> Antiguo Testamento; -> alianza; -> historia bí­blica [a continuación]).

3. El desierto como escuela de los profetas
Palestina experimentó cómo los influjos extraños en su territorio se trituraban mutuamente. Fenicia, en cambio, los asimiló todos. Esto se pone de manifiesto en los hallazgos arqueológicos. Dos paí­ses, semejantes en muchos puntos, reaccionaron en forma tan diversa. ¿Pudiera ello explicarse, por lo menos en parte, por las peculiaridades de la Tierra Santa? Parece que la B. lo insinúa al indicarnos que muchos de los profetas vivieron durante largo tiempo en el desierto: Moisés, Elí­as, Juan Bautista, Jesús, Pablo de Tarso.

Pero el desierto no produjo el -> monoteí­smo, como se ha dicho a veces; todo lo que se sabe de sus antiguos habitantes y de los árabes antes del -> islam prueba lo contrario (cf. Gén 31, 13-35; 35, 2-4). Sí­ es, empero, cierto que la vida en el desierto simplifica y concentra el pensamiento, a par que endurece el cuerpo. Nada mejor para ahondar en la fe en el Dios único. Adentrarse en el desierto era apartarse de los santuarios idolátricos, erigidos «sobre toda colina y bajo todo árbol verde» (Dt 12, 2, cf. Os 2, 16; Jer 15, 15-20, etc.). Sin embargo, para la B. el desierto es también tierra sin bendición (Gén 2, 5) e incluso maldita (Jer 4, 26s), que puede convertirse en lugar de tentación y de hecho lo fue repetidamente durante la peregrinación a través de él (Ex 14, lls). De todos modos la B. recuerda el perí­odo del desierto sobre todo como el tiempo de la gracia extraordinaria, del cumplimiento de las promesas divinas. Esta valoración explica también la vida beduina de los recabitas (2 Re 10, 15s), con el propósito de conservar pura la religión de Yahveh.

Michel Du Buit

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

La palabra española biblia se deriva del griego biblion, «rollo» o «libro» (Mientras que biblion es realmente un diminutivo de biblos, en el NT perdió este sentido. Véase Ap. 10:2 donde para referirse a un «librito» se tuvo que usar biblaridion). Más exactamente, un biblion era un rollo de papiro—planta en forma de caña, cuya corteza interior era secada y convertida en material para escribir en él, el cual era ampliamente usado en el mundo antiguo.

Sin embargo, tal como la usamos hoy, la palabra Biblia tiene una connotación muchísimo más significativa que el griego biblion. Mientras que biblion era un tanto neutral—podía usarse para referirse a libros de magia (Hch. 19:19) a una carta de divorcio (Mr. 10:4), o a libros sagrados—la palabra Biblia se refiere al libro por excelencia, el registro reconocido de revelación divina.

Aunque su significado es eclesiástico en origen, sus raíces se remontan al AT. En Dn. 9:2 (LXX) ta biblia señala a los escritos proféticos. En el prólogo de Eclesiástico se refiere generalmente a las escrituras del AT. Este uso pasó a la iglesia cristiana (2 Clemente, 14:2), y a fines del siglo quinto, se amplió hasta incluir al cuerpo entero de los libros canónicos tal como ahora los tenemos. La expresión ta Biblia pasó a ser parte del vocabulario de la iglesia occidental y en siglo trece, a causa de lo que Westcott llama «un feliz solecismo» (The Bible in the Church, p. 5), el neutro plural llegó a considerarse como un femenino singular, y en esta forma el término pasó al lenguaje de la Europa moderna. Este cambio tan significativo (del plural al singular) reflejaba el desarrollado concepto de tomar la Biblia como una sola expresión o aserción de Dios, en lugar de una multitud de voces hablando por él.

La historia del canon es la que estudia el proceso por el cual los diversos libros de la Biblia fueron juntados y por el cual también se reconoció su carácter de libros sagrados. En contraste con la opinión crítica prevaleciente, podemos decir que antes del exilio ya existía un cuerpo extenso de literatura sagrada. Moisés escribió «todas las palabras del Señor» en el «libro del pacto» (Ex. 21–23; 24:4, 7). El discurso de despedida que dio Josué fue escrito «en el libro de la ley de Dios» (Jos. 24:26). Samuel habló sobre las normas del reino y «las escribió en un libro» (1 S. 10:25). «Así ha dicho Jehová» era el prefacio común de las cosas que los profetas decían.

Aunque esta revelación escrita no llegó a tener una forma fija hasta la última parte del segundo siglo (a.C.); sin embargo, desde su mismo comienzo fue tenida por la voluntad revelada de Dios, y, por tanto, como algo que comprometía y obligaba al pueblo. Los «oráculos de Dios» eran tenidos en la más alta estima, y esta actitud hacia la Escritura pasó en la forma más natural a la iglesia antigua. Son muy pocos los que negarían que Jesús tenía al AT como el registro inspirado de la revelación que Dios había hecho de sí mismo a través de la historia. Repetidamente acudió a las Escrituras como autoritativas (Mt. 19:4; 22:29). La iglesia antigua también sostuvo esta misma actitud hacia el AT, pero también empezaron a colocar a su lado las palabras del Señor. Mientras que el canon del AT había sido formalmente cerrado, en un sentido la venida de Cristo lo volvió a abrir. Dios hablaba otra vez. Y dado que la cruz fue el acto redentivo central de Dios en la historia, el NT vino a ser una necesidad lógica. De manera que, la voz de los apóstoles, y más adelante sus escritos, fueron aceptados como el comentario divino del acontecimiento de Cristo.

Si se considera como un proceso histórico, la formación del canon del NT ocupó más o menos 350 años. Los diversos libros fueron escritos dentro del primer siglo y empezaron a circular entre las iglesias. El surgimiento de la herejía en el segundo siglo—especialmente en la forma del gnosticismo y su portavoz más sobresaliente, Marción—fue un impulso poderoso para la formación de un canon definido. Empezó, entonces, un proceso de cernido por el cual la Escritura válida fue diferenciada de la literatura cristiana en general sobre la base de criterios como la paternidad literaria apostólica, su aceptación por las iglesias, y la correspondencia de doctrina con lo que la iglesia ya poseía. El canon fue certificado finalmente en el concilio de Cartago (397).

La demanda que la Biblia hace sobre su origen divino está ampliamente justificada por su influencia histórica. Sus manuscritos están numerados por miles. El NT fue escasamente reunido antes que aparecieran traducciones en latín, sirio y egipcio. Hoy en día no existe lengua del mundo civilizado que no tenga la Palabra de Dios. Ningún otro libro ha sido estudiado con tanto cuidado, y de ningún otro libro se ha escrito tanto. Su influencia espiritual es inestimable. Es preeminentemente el Libro—la Palabra de Dios en el lenguaje del hombre.

BIBLIOGRAFÍA

ISBE; F.F. Bruce, The Books and the Parchments; HERE; HDB; Westcott, The Bible in the Church.

Robert H. Mounce

LXX Septuagint

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (86). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Palabra derivada del gr. biblia (‘libros’) a través del latín; los libros que se reconocen como canónicos por la iglesia cristiana. El uso cristiano más antiguo de ta biblia (‘los libros’) en este sentido se encuentra, según se cree, en 2 Clemente 14:2 (ca. 150 d.C.): “los libros y los apóstoles declaran que la iglesia … ha existido desde el principio.” Cf. Dn. 9.2, “yo Daniel miré atentamente en los libros” (heb. bassefārı̂m), donde la referencia está vinculada al corpus de escritos proféticos del AT. El gr. biblion (del que biblia es el plural) es un diminutivo de biblos, que en la práctica denota cualquier tipo de documento escrito, pero originalmente un documento escrito sobre papiro (gr. byblos; cf. el puerto fn. de Biblos, por el que en la antigüedad se importaba el papiro desde Egipto).

Un término sinónimo de “la Biblia” es “los escritos” o “las Escrituras” (gr. hai grafai, ta grammata), usado frecuentemente en el NT para hacer referencia a los documentos del AT en conjunto o en parte; cf. Mt. 21.42, “¿Nunca leísteis en las Escrituras?” (en tais grafais); el pasaje paralelo de Mr. 12.10 tiene el singular, referido al texto particular que se cita, “¿Ni aun esta escritura habéis leído?” (tēn grafēn tautēn); 2 Ti. 3.15, “las Sagradas Escrituras” (ta hiera grammata), vv. 16, “toda la Escritura es inspirada por Dios” (pasa grafē theopneustos). En 2 P. 3.16 “todas” las epístolas de Pablo están incluidas junto con “las otras Escrituras” (tas loipas grafas), expresión que incluye los escritos del AT, y probablemente también los evangelios.

Tanto el AT como el NT—la tawrat (del heb. tôrâ) y el injı̄l (del gr. euangelion)—se reconocen en el Corán (Sura 3) como revelaciones divinas anteriores. El AT en hebreo es la Biblia judía. El Pentateuco en hebreo es la Biblia samaritana.

I. Contenido y autoridad

Entre los cristianos, para quienes el AT y el NT constituyen juntamente la Biblia, no hay acuerdo completo en cuanto a su contenido. Algunas ramas de la iglesia siriaca no incluyen 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Judas, ni Apocalipsis en el NT. Las confesiones romana y griega incluyen varios libros en el AT además de los que forman la Biblia hebrea; estos libros adicionales formaban parte de la Septuaginta cristiana.

Aunque se incluyen, junto con uno o dos libros más, en la Biblia protestante inglesa completa, la Iglesia de Inglaterra (igual que la iglesia luterana) sigue a Jerónimo cuando sostiene que pueden ser leídos “para ejemplo de vida e instrucción de costumbres; pero no se aplican para establecer ninguna doctrina” (Artículo VI). Otras iglesias reformadas no les acuerdan valor canónico alguno (* Apócrifos). La Biblia etíope incluye 1 Enoc y el libro de Jubileos.

En las confesiones romana y griega, y en otras confesiones antiguas, la Biblia, juntamente con la tradición viviente de la iglesia en algún sentido, constituyen la autoridad última. En las iglesias de la Reforma, por otra parte, la Biblia sola es la corte final de apelación en asuntos de doctrina y práctica. Así el Artículo VI de la Iglesia de Inglaterra afirma: “La Sagrada Escritura contiene todo lo necesario para la salvación: de manera que nada de lo que no se lee en ella, ni pueda. probarse mediante ella, debe exigírsele a ningún hombre para que sea aceptado como artículo de la fe, ni considerarse como requisito o como necesario para la salvación.” En este mismo sentido la Confesión de fe de Westminster (1. 2) enumera los 39 libros del AT y los 27 del NT como “todos … dados por inspiración de Dios, para ser la regla de fe y vida”.

II. Los dos testamentos

La palabra “testamento” en las designaciones “Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento”, que se dan a las dos divisiones de la Biblia, retrocede a través del latín testamentum al gr. diutbeke, que en la mayoría de las instancias significa en la Biblia griega “pacto” más que “testamento”. En Jer. 31.31ss se predice que habrá un nuevo pacto (heb. berı̂ṯ, LXX diatbēkē) que remplazará al que hizo Yahvéh con Israel en el desierto (cf. Ex. 24.7s). “Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero” (Hc. 8.13). Los escritores del NT ven el cumplimiento de la profecía del nuevo pacto en el nuevo orden inaugurado por la obra de Cristo; sus propias palabras de institución (1 Co. 11.25) proporcionan la autoridad correspondiente para dicha interpretación. Los libros del AT, luego, se llaman así por su íntima relación con la historia del “pacto viejo”; los libros del NT se llaman así porque constituyen los documentos básicos del “nuevo pacto”. Una perspectiva sobre el uso ordinario del término “Antiguo Testamento” aparece en 2 Co. 3.14, “cuando leen el antiguo pacto”, si bien Pablo probablemente quiere decir aquí la ley, la base del antiguo pacto, más bien que todo el conjunto de la Escritura hebrea. Los términos “Antiguo Testamento” (palaia diathēkē) y “ Nuevo Testamento” (kainē diathēkē) para las dos colecciones de libros se generalizaron en los círculos cristianos en la última parte del ss. II; en occidente, Tertuliano tradujo diathēkē al latín a veces como instrumentum (documento legal) y a veces como testamentum; lamentablemente fue esta última palabra la que sobrevivió, ya que ninguna de las dos partes de la Biblia es un “testamento” en el sentido común del término.

III. El Antiguo Testamento

En la Biblia hebrea los libros están dispuestos en tres divisiones: la Ley (tôrâ), los Profetas (neḇı̂˒ı̂m), y los Escritos (keṯûḇı̂m). La Ley comprende el Pentateuco, los cinco “libros de Moisés”. Los Profetas se subdividen en dos partes: los “Primeros Profetas” (neḇı̂˒ı̂m rı̂˒šonı̂m), que comprenden Josué, Jueces, Samuel, y Reyes, y los “Últimos Profetas” (neḇı̂˒ı̂m ˓abarônı̂m), que comprenden Isaías, Jeremías, Ezequiel, y “El libro de los doce Profetas”. Los Escritos contienen el resto de los libros: primero, Salmos, Proverbios, y Job; luego los cinco “rollos” (meḡillôṯ), a saber Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, y Ester; y finalmente Daniel, Esdras-Nehemías y Crónicas. El total se considera tradicionalmente 24, pero estos 24 corresponden exactamente a nuestros 39, por cuanto en nuestra forma de contarlos los profetas menores constituyen doce libros, y Samuel, Reyes, Crónicas, y Esdras-Nehemías se componen de dos libros cada uno. Había en la antigüedad otras formas de agrupar o contar estos mismos 24 libros; en una de ellas (comprobada por Josefo) el total se reducía a 22; en otra (conocida por Jerónimo) se elevaba a 27.

El origen de la disposición de los libros adoptada en la Biblia hebrea no puede verificarse; con frecuencia se piensa que la división en tres partes corresponde a las tres etapas en las que los libros fueron recibiendo el reconocimiento canónico, pero no hay pruebas directas de esto (* Canon del Antiguo Testamento).

En la LXX los libros están dispuestos según la semejanza de su contenido. Al Pentateuco siguen los libros históricos, y estos van seguidos por los libros poéticos y sapienciales, y estos a su vez por los profetas. Es este orden el que, en sus aspectos esenciales, se ha adoptado (a través de la Vg.) en la mayoría de las ediciones cristianas de la Biblia. En algunos aspectos este orden respeta mejor el orden cronológico del contenido narrativo que el de la Biblia hebrea; por ejemplo, Rut aparece inmediatamente después de Jueces (ya que registra cosas que ocurrieron “en los días en que gobernaban los jueces”), y la obra del Cronista aparece en el siguiente orden: Crónicas, Esdras, Nehemías.

La triple división de la Biblia hebrea se refleja en la fraseología de Lc. 24.44 (“la ley de Moisés … los profetas … los salmos”); más comúnmente el NT se refiere a “la ley y los profetas” (véase Mt. 5.17, etc.) o a “Moisés y los profetas” (Lc. 16.29, etc.).

La revelación divina que conserva el AT fue transmitida de dos modos principales: mediante obras portentosas y palabras proféticas. Estos dos modos de revelación están indisolublemente ligados. Los actos de misericordia y juicio, por los que el Dios de Israel se dio a conocer al pueblo del pacto, no hubiesen podido transmitir su mensaje preciso si no les hubieran sido interpretados por los profetas, los portavoces de Dios que recibían y comunicaban su palabra. Por ejemplo, los acontecimientos del éxodo no hubiesen adquirido su significación permanente para los israelitas si Moisés nos les hubiese dicho que en esos acontecimientos el Dios de sus padres estaba obrando para lograr su liberación, de conformidad con sus antiguas promesas, a fin de que ellos fuesen en adelante su pueblo y él fuese su Dios. Por otra parte, las palabras de Moisés hubieran sido inútiles si no las hubiesen vindicado los acontecimientos del éxodo. Podemos comparar el papel similarmente significativo de Samuel en la época de la amenaza filistea, el de los grandes profetas del ss. VIII, cuando Asiria arrasaba con todo lo que encontraba a su paso, el de Jeremías y Ezequiel cuando el reino de Judá se vino abajo, etc.

Esta interacción de obras portentosas y palabras proféticas en el AT explica por qué la historia y la profecía están tan entrelazadas en sus páginas; sin duda fue cierta comprensión de este hecho lo que llevó a los judíos a incluir los principales libros históricos entre los Profetas.

Pero los escritos del AT no sólo registran esta doble revelación progresiva de Dios; al mismo tiempo registran la respuesta del hombre a esa revelación de Dios, respuesta que a veces es de obediencia, pero con demasiada frecuencia de desobediencia; expresada tanto en hechos como en palabras. En este antiguo registro de la respuesta de aquellos a quienes llegó la palabra de Dios, el NT encuentra instrucciones prácticas para el cristiano; de la rebelión de los israelitas en el desierto y los desastres a que esto dio lugar escribe Pablo: “Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Co. 10.11).

En cuanto a su lugar en la Biblia cristiana, el AT cumple un papel preparatorio: lo que Dios habló “muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas” esperaba su cumplimiento en la palabra que “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (He. 1.1s). Mas el AT era la Biblia que los apóstoles y otros predicadores del evangelio en los primeros días del cristianismo llevaban consigo cuando proclamaban a Jesús como Mesías, Señor, y Salvador divinamente enviado; encontraban en él un claro testimonio de Cristo (Jn. 5.39) y una clara explicación del camino de salvación por la fe en él (Ro. 3.21; 2 Ti. 3.15). Para este uso del AT tenían la autoridad y el ejemplo de Cristo mismo; y desde entonces la iglesia ha obrado bien cuando a seguido el precedente sentado por él y sus apóstoles, y ha reconocido al AT como parte de las Escrituras cristianas. “Lo que era indispensable para el Redentor tiene que ser siempre indispensable para el redimido” (G. A. Smith).

IV. El Nuevo Testamento

La relación entre el NT y el AT es la del cumplimiento de la promesa. Si el AT relata lo que Dios habló “en otro tiempo a los padres por los profetas”, el NT relata esa palabra final que habló en su Hijo, en la que toda la revelación anterior quedó resumida, confirmada, y adquirió trascendencia. Las portentosas obras de la revelación en el AT culminan en la obra redentora de Cristo; las palabras de los profetas del AT reciben su cumplimiento en él. Pero Cristo no constituye únicamente la revelación culminante de Dios al hombre; es también la perfecta respuesta del hombre a Dios, el sumo sacerdote a la vez que el apóstol de nuestra confesión (He. 3.1). Si el AT registra el testimonio de los que vieron el día de Cristo antes que amaneciera, el NT registra el testimonio de los que lo vieron y lo oyeron en los días de su carne, y que llegaron a comprender y a proclamar el sentido de su venida más plenamente, por el poder de su Espíritu, después de su resurrección de entre los muertos.

El NT ha sido aceptado por la gran mayoría de los cristianos, en los últimos 1.600 años, con sus 27 libros. Estos 27 libros se distribuyen en forma natural en cuatro divisiones: (a) los cuatro evangelios, (b) los Hechos de los Apóstoles, (c) 21 cartas escritas por apóstoles y “hombres apostólicos”, (d) el Apocalipsis. Este orden no sólo es lógico, sino aproximadamente cronológico en cuanto se refiere al contenido de los documentos; no corresponde, sin embargo, al orden en que fueron escritos.

Los primeros documentos neotestamentarios que se escribieron fueron las primeras epístolas de Pablo. Estas (juntamente, tal vez, con la Epístola de Santiago) fueron escritas entre el 48 y el 60 d.C., antes que se escribiese el más primitivo de los evangelios. Los cuatro evangelios pertenecen a las décadas entre el año 60 y el 100, y todos (o casi todos) los demás escritos del NT deben ubicarse también dentro de dichas décadas. Mientras que la preparación del AT abarca un período de 1.000 años o más, los libros del NT se escribieron en menos de un siglo.

Los escritos del NT no fueron reunidos en la forma en que los conocemos ahora inmediatamente después de que fueran escritos. Al principio cada uno de los *evangelios tuvo una existencia local e independiente en los distritos para los cuales fueron compuestos originalmente. A comienzos del ss. II, empero, fueron reunidos y comenzaron a circular como un solo relato cuádruple. Cuando así ocurrió, *Hechos fue separado de Lucas, con el que había formado hasta ese momento una sola obra en dos tomos, e inició así su carrera separada, pero no por ello menos importante.

Las cartas de Pablo fueron conservadas al principio por las comunidades o individuos a quienes fueron escritas. Pero hacia fines del ss. I hay indicios que sugieren que la correspondencia paulina que se conservaba comenzó a ser reunida en un corpus paulino, que rápidamente circuló entre las iglesias: primeramente un corpus reducido de 10 cartas y, poco después, uno más completo con 13 cartas, que se aumentó con la inclusión de las tres *epístolas pastorales. Dentro del corpus paulino parecería que las cartas han sido ordenadas no cronológicamente sino en un orden descendente según su extensión. Este principio puede verse todavía en el orden en que aparecen en la mayoría de las ediciones del NT hoy en día: las cartas dirigidas a iglesias vienen antes que las que están dirigidas a individuos, y dentro de estas dos subdivisiones están dispuestas de modo que las más largas vienen primero y las más cortas al final. (El único caso en que no se cumple esta disposición es el de Gálatas, que viene antes de Efesios, a pesar de que Efesios es ligeramente más larga que la otra.)

Con la colección de los evangelios y el corpus paulino, y Hechos para hacer de puente entre ambos grupos, tenemos el comienzo del *canon del NT como lo conocemos hoy. La iglesia primitiva, que heredó la Biblia hebrea (o la vss. gr. de la LXX) como sus Escrituras sagradas, no tardó mucho en colocar los nuevos escritos evangélicos y apostólicos a la par de la Ley y los Profetas, y en usarlos para la propagación y la defensa del evangelio, como así también en el culto cristiano. Así, Justino Mártir, alrededor de la mitad del ss. II, describe cómo los cristianos en sus reuniones dominicales leían “las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas” (Apología 1. 67). Era natural, por lo tanto, que cuando el cristianismo se extendió entre pueblos que hablaban lenguas que no fuera el griego, el NT fuese traducido del griego a dichas lenguas para beneficio de los nuevos conversos. Para el año 200 d.C. había ya versiones latinas y siriacas, y dentro del siglo siguiente ya existía una versión copta también.

V. El mensaje de la Biblia

La Biblia ha representado, y sigue representando hoy, un papel notable en la historia de la civilización. Muchas lenguas tienen forma escrita gracias al hecho de que se les ha ideado un alfabeto a fin de que la Biblia, en su totalidad o en parte, pudiese ser traducida a dichas lenguas y publicada en forma escrita. Y esto no es más que una pequeña muestra de la misión civilizadora de la Biblia en el mundo. Esta misión civilizadora es resultado directo del mensaje central de la Biblia. Puede parecer sorprendente que se pueda hablar de un mensaje central en una colección de escritos que refleja la historia de la civilización en el Cercano Oriente a lo largo de varios milenios. Pero tiene un mensaje central en efecto, y es el reconocimiento de este hecho lo que ha llevado a considerar a la Biblia como un libro, y no simplemente una colección de libros (así como el plural griego biblia (“libros”) se convirtió en el singular latino biblia (“el libro”).

El mensaje central de la Biblia es la historia de la salvación, y a través de ambos testamentos tres hilos pueden distinguirse en el desenvolvimiento de dicha historia: el portador de la salvación, el camino de salvación, y los herederos de la salvación. Esto podría expresarse en función del concepto del pacto, diciendo que el mensaje central de la Biblia es el pacto de Dios con los hombres, y que los hilos lo constituyen el mediador del pacto, la base del pacto, y el pueblo del pacto. Dios mismo es el Salvador de su pueblo; es él quien confirma su misericordia para con ellos de conformidad con el pacto. El portador de la salvación, el mediador del pacto, es Jesucristo, el Hijo de Dios. El camino de salvación, la base del pacto, es la gracia de Dios, que provoca en su pueblo una respuesta de fe y obediencia. Los herederos de la salvación, el pueblo del pacto, están constituidos por la Israel de Dios, la iglesia de Dios.

La continuidad del pueblo del pacto entre el AT y el NT está oscurecida para el lector de las versiones bíblicas corrientes, porque “iglesia” es una palabra exclusivamente neotestamentaria y, naturalmente, el lector piensa que se trata de algo que comenzó en el período del NT. Pero el lector de la Biblia griega no se encontraba con ninguna palabra nueva cuando leía ekklēsiaen el NT; ya la había visto en la LXX como una de las palabras utilizadas para denotar a Israel como la “asamblea” de Yahvéh. Por cierto que en el NT tiene un significado nuevo y mas completo. Jesús dijo “edificaré mi iglesia” (Mt. 16.18), porque el pueblo del pacto viejo tenía que morir con él a fin de resucitar con él a nueva vida, vida nueva en la que desaparecían las restricciones nacionales. Pero él provee en sí mismo la continuidad vital entre la vieja Israel y la nueva, y sus fieles seguidores eran tanto el remanente justo de la antigua como el núcleo de la nueva. El Yahvéh-siervo y su pueblo-siervo ligan entre sí los dos testamentos (* Iglesia, * Israel de dios).

El mensaje de la Biblia es el mensaje de Dios al hombre, comunicado “muchas veces y de muchas maneras” (He. 1.1), y finalmente encarnado en Cristo. Así, “la autoridad de la sagrada escritura, por la que debe ser aceptada y obedecida, no depende del testimonio de ningún hombre o iglesia, sino enteramente de Dios (quien es la verdad misma), el autor de ella; y por lo tanto ha de ser recibida, porque es la palabra de Dios” (Confesión de fe de Westminster, 1. 4). (* Crítica Biblica; *Canon del Nuevo Testamento; *Canon del Antiguo Testamento; *Versiones castellanas de la biblica; *Inspiración; *Interpretacion biblica; *Lenguas de los apocrifos; *Revelacion; *Escrituras; *Textos y versiones )

Bibliografía. K. Rahner, “Biblia”, Sacramentum mundi, t(t). I, pp. 530–575.

B. F. Westcott, The Bible in the Church, 1896; H. H. Rowley (eds.), A Companion to the Bible², 1963; B. B. Warfield, The Inspiration and Authority of the Bible, 1948; A. Richardson y W. Schweitzer (eds.), Biblical Authority for Today,’ 1951; C. H. Dodd, According to the Scriptures, 1952; H. H. Rowley, The Unity of the Bible, 1953; F. F. Bruce, The Books and the Parchments, 1953; A. M. Chirgwin, The Bible in World Evangelism, 1954; J. Bright, The Kingdom of God in Bible and Church, 1955; J. K. S. Reid, The Authority of the Bible, 1957; S. H. Hooke, Alpha and Omega, 1961; The Cambridge History of the Bible, 1–3, 1963–70; J. Barr, The Bible in the Modern World, 1973.

F.F.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

El término Biblia se refiere a la colección de escritos que la Iglesia de Dios ha reconocido solemnemente como inspirados.

En este artículo daremos una introducción general a la Biblia y recomendamos los siguientes artículos sobre el mismo tema:

  • Escritura
  • Acomodación Bíblica
  • Autenticidad de la Biblia
  • Ediciones de la Biblia
  • Inspiración de la Biblia
  • Manuscritos de la Biblia
  • Versiones de la Biblia
  • Crítica Bíblica
  • Antiguo Testamento
  • Nuevo Testamento
  • Comentarios Bíblicos

Vea además los artículos indivduales sobre cada libro de la Biblia:

ANTIGUO TESTAMENTO______________________

NUEVO TESTAMENTO

El Pentateuco

Génesis

Evangelio según San Mateo

Éxodo

Evangelio según San Marcos

Levítico

Evangelio según San Lucas

Números

Evangelio según San Juan

Deuteronomio

Hechos de los Apóstoles

Epístola a los Romanos

Los Libros Históricos

Primera Epístola a los Corintios

Josué

Segunda Epístola a los Corintios

Jueces

Epístola a los Gálatas

Rut

Epístola a los Efesios

Libro Primero de Samuel

Epístola a los Filipenses

Libro Segundo de Samuel

Epístola a los Colosenses

Libro Primero de los Reyes

Primera Epístola a los Tesalonicenses

Libro Segundo de los Reyes

Segunda Epístola a los Tesalonicenses

Libro Primero de las Crónicas

Primera Epístola a Timoteo

Libro Segundo de las Crónicas

Segunda Epístola a Timoteo

Esdras

Epístola a Tito

Nehemías

Epístola a Filemón

Tobías

Epístola a los Hebreos

Judit

Epístola de Santiago

Ester

Primera Epístola de San Pedro

Libro Primero de los Macabeos

Segunda Epístola de San Pedro

Libro Segundo de los Macabeos

Primera Epístola de San Juan

Segunda Epístola de San Juan

Los Libros Poéticos y Sapienciales

Tercera Epístola de San Juan

Job

Epístola de San Judas

Salmos

Apocalipsis

Proverbios

Eclesiastés o Qohélet

Cantar de los Cantares

Sabiduría

Eclesiástico o Sirácida

Los Libros Proféticos

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El nombre se deriva de la expresión griega Biblia (los libros), que comenzó a usarse en las primeros siglos del cristianismo para designar el volumen sagrado completo. En el latín de la Edad Media, el plural neutral para Biblia (gen. bibliorum) gradualmente llegó a ser considerado como el nombre singular femenino (Biblia, gen. bibliae) en cuya forma singular la palabra ha pasado a los lenguajes del mundo occidental. Significa “El Libro”, a modo de eminencia, y por lo tanto manifiesta muy bien el carácter sagrado de nuestra literatura inspirada. Sus equivalentes más importantes son: “La Biblioteca Divina” (Bibliotheca Divina), el cual fue usado por San Jerónimo en el siglo IV; “Las Escrituras”, “la Sagrada Escritura”—términos que se derivan de expresiones halladas en la Biblia misma; y “el Antiguo y Nuevo Testamento”, cuyo título colectivo, “el Antiguo Testamento” designa los libros sagrados escritos antes de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, y “el Nuevo Testamento” denota los escritos inspirados compuestos después de la venida de Cristo.

Es un hecho histórico que en tiempos de Cristo los judíos poseían libros sagrados, que diferían ampliamente uno de otro en asunto, estilo, origen y alcance, y también es un hecho que ellos consideraban que todos esos escritos estaban investidos con un carácter que los distinguía de todos los otros libros. Esta era la autoridad divina de cada uno de dichos libros y cada parte de cada libro. Esta creencia de los judíos fue confirmada por Nuestro Señor y sus apóstoles, pues ellos suponían esta verdad en su enseñanza, la usaban como base de su doctrina y relacionaron íntimamente a ella el sistema religioso del que fueron fundadores. Los libros así aprobados fueron transmitidos a la Iglesia cristiana como el registro escrito de la revelación divina antes de la venida de Cristo. Las verdades de la revelación cristiana fueron dadas a conocer a los apóstoles por Cristo mismo o por el Espíritu Santo. Ellas constituyen lo que se llama Depósito de Fe, a lo que no se ha añadido nada desde la época apostólica. Algunas de las verdades fueron puestas por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo y nos han sido transmitidas en los libros del Nuevo Testamento. Originalmente fueron escritas a Iglesias individuales o personas para llenar necesidades peculiares y fueron acomodados a circunstancias particulares y existentes, estos libros fueron recibidos gradualmente por la Iglesia universal como inspirados, y junto con los libros sagrados de los judíos, constituyen la Biblia.

Por lo tanto, en un aspecto la Biblia es una doble literatura, hecha de dos colecciones distintas que corresponden a dos períodos de tiempo sucesivos y diferentes en la historia del hombre. La más antigua de estas colecciones, escrita la mayoría en hebreo, corresponde a los muchos siglos en que el pueblo judío disfrutó de una existencia nacional, y forma la literatura hebrea, o Antiguo Testamento; la colección más reciente, comenzada poco después de la Ascensión de Nuestro Señor, y compuesta de escritos griegos, es la literatura cristiana primitiva, o Nuevo Testamento. Sin embargo, en otro aspecto más profundo, la literatura bíblica es preeminentemente una. Sus dos grupos de escritos están muy cercanamente conectados respecto a las doctrinas reveladas, hechos registrados, costumbres descritas e incluso expresiones usadas. Sobre todo, ambas colecciones tienen uno y el mismo propósito religioso, uno y el mismo carácter inspirado. Ellas forman las dos partes de un gran todo orgánico, cuyo centro es la persona y misión de Cristo. El mismo Espíritu ejerció su misteriosa influencia escondida sobre los escritos de ambos Testamentos, e hizo de las obras de aquellos que vivieron antes de Nuestro Señor una preparación activa y constante para la dispensa del Nuevo Testamento al que iba a introducir, y de las obras de aquellos que escribieron después de Él una continuación real y cumplimiento impactante de la Antigua Alianza.

La Biblia, como el registro inspirado de la revelación, contiene la palabra de Dios, es decir, contiene aquellas verdades reveladas que el Espíritu Santo desea sean transmitidas por escrito. Sin embargo, todas las verdades reveladas no aparecen en la Biblia (vea Tradición y Magisterio Vivo); ni todas las verdades en la Biblia son reveladas, si por revelación se entiende la manifestación de verdades escondidas que no pueden ser conocidas de otro modo. Gran parte de la Escritura llegó a sus escritores a través de los canales del conocimiento ordinario, pero su carácter sagrado y autoridad divina no se limitan a aquellas partes que contienen la revelación en el sentido estricto de la palabra. La Biblia no sólo contiene la palabra de Dios; es la Palabra de Dios. El autor principal es el Espíritu Santo, o, como se expresa comúnmente, los autores humanos escribieron bajo la influencia de la inspiración divina (vea Inspiración de la Biblia. El Concilio Vaticano I declaró (Ses. III, c. II) que el carácter sagrado y canónico de la Escritura no sería suficientemente explicado al decir que los libros fueron compuestos por la diligencia humana y aprobados por la Iglesia, o que contienen la revelación sin error. Son sagrados y canónicos “porque, al ser escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido transmitidos a la Iglesia”. La inerrancia de la Biblia se deduce como consecuencia de esta autoría divina. Dondequiera que el autor sagrado hace una declaración como suya, esa declaración es la Palabra de Dios y una verdad infalible, no importa cuál sea el asunto-materia de la declaración.

Se verá, por lo tanto, que aunque la inspiración de cualquier escritor y el carácter sagrado de su obra son anteriores a su reconocimiento por la Iglesia, aun así dependemos de la Iglesia para nuestro conocimiento de la existencia de esa inspiración. Ella es el testigo designado y guardiana de la revelación. Por ella sólo sabemos qué libros pertenecen a la Biblia. En el Concilio de Trento ella enumeró los libros que deben ser considerados como “sagrados y canónicos”. Esos son los setenta y tres libros que se hallan en las ediciones católicas; cuarenta y seis en el Antiguo Testamento y veintisiete en el Nuevo. Las ediciones protestantes usualmente carecen de siete libros (a saber: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, los dos Libros de los Macabeos y partes de libros (a saber, Ester 10,4 – 16,24 y Daniel 3,24-90; 13,1 – 14,42) que no se hallan en las ediciones judías del Antiguo Testamento.

La Biblia es sencillamente una literatura, es decir, una importante colección de escritos que no fueron compuestos de una vez y no proceden todos de una sola mano, sino que más bien se extendieron durante un período de tiempo considerable y se remontan a diferentes autores de variada excelencia literaria. Como literatura la Biblia también lleva por todas partes la marca clara de las circunstancias de tiempo y lugar, métodos de composición, etc., en las cuales sus varias partes vinieron a la existencia, y se debe tomar cuidadosa cuenta de dichas circunstancias, en aras de una interpretación bíblica precisa. Como literatura, nuestros libros sagrados han sido transcritos durante muchos siglos por toda clase de copistas, de cuya ignorancia y descuido de muchos de ellos todavía hay rastros en forma de los numerosos errores textuales, que, sin embargo, rara vez interfieren seriamente con la interpretación primitiva de ningún pasaje de importancia dogmática o moral de la Sagrada Escritura.

En cuanto a antigüedad, la literatura bíblica pertenece al mismo grupo de literatura antigua como las colecciones de Grecia, Roma, China, Persia e India. Su segunda parte, el Nuevo Testamento, completado alrededor del 100 d.C. es ciertamente mucho más reciente que las últimas cuatro literaturas antedichas, y es algo posterior a la edad augusta del lenguaje latín, pero es más antigua por diez siglos que nuestra más moderna literatura. En cuanto al Antiguo Testamento, mucho de su contenido fue escrito gradualmente dentro de los nueve siglos que precedieron a la era cristiana, de modo que a su composición generalmente se le considera como contemporánea con la de las grandes obras literarias de Grecia, China, Persia e India. La Biblia se asemeja a estas variadas literaturas antiguas en otro aspecto. Como ellas es fragmentaria, es decir, compuesta de restos de una literatura más amplia. Tenemos abundantes pruebas de esto respecto a los libros del Antiguo Testamento, puesto que las Escrituras hebreas mismas repetidamente nos refieren a obras más antiguas y completas como compuestas por analistas, profetas, sabios judíos y otros (cf. Núm. 21,15; Josué 10,13; 2 Samuel 1,18; 1 Crón. 29,29; 1 Mac. 16,24; etc.).

Ciertamente son mucho menos numerosas, pero no faltantes del todo, las declaraciones tendientes a probar el mismo carácter fragmentario de la literatura cristiana primitiva que se nos ha transmitido (cf. Lucas 1,1-3; Col. 4,16; 1 Cor. 5,9). Pero no importa cuan antigua y fragmentaria, no se debe suponer que la literatura bíblica contiene sólo pocas, y casi imperfectas, formas literarias. De hecho su contenido exhibe casi todas las formas literarias encontradas en las literaturas occidentales junto con otras peculiarmente orientales, pero no menos hermosas. Es también un hecho muy conocido que la Biblia está tan repleta con piezas de belleza literaria trascendente que los grandes oradores y escritores de los últimos cinco siglos gustosamente han recurrido a ella como preeminentemente digna de admiración, estudio e imitación. Por supuesto la más amplia y honda influencia que hasta ahora se ha ejercido, y se ejercerá, sobre las mentes y corazones de los hombres permanece debida al hecho de que, mientras otras literaturas son sólo obras del hombre, la Biblia es ciertamente “inspirada por Dios” y como tal, especialmente “útil para enseñar, argüir, corregir e instruir en la justicia”. (2 Tim. 3,16).

Fuente: Gigot, Francis. «The Bible.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/02543a.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina.

Ver también en recursos de Aci Prensa

[1] Biblia online.

[2] Biblia y revelación.

[3] ¿Cómo se escribió la Biblia?

[4] Panorama histórico-literario.

[5] Los idiomas de la Biblia.

[6] Versiones de la Biblia.

[7] Evangelio del día.

[8] Peregrinación virtual a Tierra Santa.

Enlaces externos

[9] Biblia medieval

[10] Primeros romanceamientos de la Biblia.

[11] Biblia prealfonsi.

[12] Biblia Escorial.

[13] Biblia Évora.

[14] Biblia de la Biblioteca Nacional de Madrid.

[15] Real Academia de Historia.

[16] Biblia de Alba.

[17] Miscelánea

Fuente: Enciclopedia Católica