En una situación misionera, las primeras personas bautizadas son siempre los convertidos. Pero a través de toda la historia del cristianismo, tal como ya era testificado por Ireneo y Orígenes cuando hacían referencia a los apóstoles, también ha sido administrado a los niños de creyentes profesos. Esto no se ha hecho sólo en base a la tradición, o como efecto de alguna perversión, sino a causa de razones escriturales.
Para ser exactos, no hay ningún mandamiento directo que diga que haya que bautizar a los infantes. Pero tampoco existe una prohibición. Nuevamente, si no tenemos un ejemplo bien claro del bautismo de infantes en el NT, bien podría haberlo habido en los bautismos de familias en el libro de Hechos, y tampoco existe ningún caso de un niño, hijo de cristianos, que haya sido bautizado en base a una profesión de fe. En otras palabras, no se ha dado ninguna instrucción directa, sea por precepto o precedente.
No obstante, existen dos líneas de estudio bíblico que se estiman como aspectos que entregan razones convincentes para su práctica. La primera es la consideración de afirmaciones o pasajes detallados del Antiguo y Nuevo Testamentos. La segunda consiste en la consideración de la totalidad de la teología que sirve de base para el bautismo, tal como llega a nosotros en la Biblia.
Para empezar con los pasajes detallados, es natural que primero nos volvamos a los tipos de bautismo que se encuentran en el AT. Todo esto favorece el punto de vista de que Dios trata con familias, más bien que con individuos. Cuando Noé fue salvado del diluvio, toda su familia fue admitida con él en el arca (cf. 1 P. 3:20–21). Cuando se le dio a Abraham el signo del pacto en la circuncisión, se le ordena administrarlo a todos los miembros varones de su familia (Gn. 17, y cf. Col. 2:11–12 para la conexión entre el bautismo y la circuncisión). En cuanto al Mar Rojo, es todo Israel (hombres, mujeres y niños) los que pasaron por en medio de las aguas en el gran acto de redención que representaba, no sólo el signo del bautismo, sino también la obra de Cristo que está detrás de él (cf. 1 Co. 10:1–2).
Pasando al NT, el ministerio de nuestro Señor es particularmente rico en afirmaciones pertinentes. El mismo llegó a ser un niño, y como tal fue concebido por el Espíritu Santo. Juan el Bautista también fue lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, para que así pudiera ser un sujeto idóneo para el bautismo no menos que para la circuncisión en época más temprana de la vida. Más tarde, Cristo recibe y bendice a los niños (Mt. 19:13s.) y se enoja cuando los discípulos lo privan de ellos (Mr. 10:14). Afirma que las cosas de Dios son reveladas a los niños, más que a los sabios y prudentes (Lc. 10:21). Toma la afirmación del Sal. 8:2 sobre la alabanza de los que están en el período de lactancia (Mt. 21:16). Advierte contra el peligro de ofender a algunos de los pequeños que creen en él (Mt. 18:6), y en este mismo contexto afirma que para ser cristianos tenemos que volvernos como niños y no como adultos.
En la primera predicación de Hechos es notable que Pedro confirma el modo de operar que el pacto del AT tenía, con las palabras: «Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos». A la luz del trasfondo del AT y del procedimiento similar que tenían los bautismos de prosélitos, existe muy poca razón para dudar que los bautismos de familias incluiría a cualquier infante que perteneciera a las familias de las que se habla.
Cuando llegamos a las epístolas, encontramos que se les habla a los niños en forma particular, esto se ve en Efesios, Colosenses y probablemente también en 1 Juan. También tenemos la importante afirmación de 1 Co. 7:14, en la que Pablo habla de los niños de matrimonios que llegaron a ser «mixtos» por la conversión de uno de ellos, como «santos». Esto no puede referirse a su estado civil, sino que sólo puede significar que pertenecen al pueblo del pacto de Dios, y que, por tanto, obviamente también tienen derecho al signo del pacto.
Debe notarse que todas estas afirmaciones, en una forma u otra, nos presentan la membresía que los niños de creyentes profesos tienen dentro del pacto. Estos textos nos introducen directamente a la forma bíblica de entender el bautismo, lo que nos entrega la segunda línea de apoyo para el bautismo de infantes.
Tal como la Biblia ve las cosas, el bautismo no es primeramente un signo de arrepentimiento y fe de parte del bautizado. No es un signo de ninguna cosa que nosotros hacemos. Es un signo del pacto (así como la circuncisión, pero sin derramamiento de sangre), y, por tanto, un signo de la obra de Dios en nuestro beneficio, lo que precede y hace posible nuestra respuesta.
Es un signo de la elección del Padre que en su gracia planea y establece su pacto. De manera que, es un signo del llamamiento de Dios. Tanto Abraham como sus descendientes fueron primero elegidos y llamados por Dios (Gn. 12:1). Israel fue separado para el Señor, porque él mismo dijo: «y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo» (Jer. 7:23). De todos los discípulos debe decirse: «No me elegisteis vosotros a mi, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn. 15:16). La voluntad electiva de Dios en Cristo se extiende a los que están lejos y a los que están cerca, y el signo de esta elección bien puede extenderse no sólo a los que han respondido, sino que también a sus niños que crecen dentro de la esfera de la elección y llamamiento divinos.
Pero el bautismo también es el signo de la obra sustitutiva del Hijo, en la cual el pacto es consumado. Como un testigo de la muerte y resurrección, el bautismo testifica de la muerte y resurrección de Uno por los muchos, sin cuya acción vicaria de nada valdría la fe y el arrepentimiento. Predica de Cristo mismo como de aquel que ya murió y resucitó, de tal forma que todos están muertos y resucitados en él (2 Co. 5:14; Col. 3:1) aun antes de cualquier movimiento de arrepentimiento y fe, cosas que son llamados a efectuar en una identificación con él. Esta obra sustitutiva no es sólo para aquellos que ya han creído. Ella puede y debe ser predicada a todos, y el signo y sello dado tanto a los que la han aceptado como a sus niños, quienes crecerán con el conocimiento de lo que Dios ya ha hecho por ellos de una vez por todas y en una forma totalmente suficiente en Cristo.
Finalmente, el bautismo es un signo de la obra regeneradora del Espíritu Santo, por medio del cual los individuos son introducidos en el pacto por aquella acción que responde con arrepentimiento y fe. Pero el Espíritu Santo es soberano (Jn. 3:8). Él obra cómo, cuándo y en quiénes quiere. Se ríe de la impotencia de los hombres (Lc. 1:37). Él está presente aun antes de que su ministerio sea percibido, y su operación no es necesariamente coextensiva con la consciencia que nosotros tengamos de ella. Él no menosprecia la mente de aquellos que todavía no se han desarrollado, como si no fueran aptas para el comienzo de su obra, o si él así lo quiere, para la consumación de ella. Mientras haya oración en el Espíritu, y una prontitud para predicar la palabra evangélica cuando llegue la oportunidad, los infantes pueden ser considerados como estando dentro de la esfera de esta obra vivificadora, que el bautismo significa y sella.
Donde se practica el bautismo es necesario y justo que los que han llegado a su madurez hagan su propia confesión de fe. Pero lo deben hacer con un claro testimonio de que no es eso lo que les salva, sino la obra de Dios que ya fue hecha para ellos antes de que creyeran. Por supuesto existe la posibilidad de que no hagan esta confesión, o que la hagan por mera formalidad. Pero esto no puede evitarse mediante un modo distinto de administración. El asunto es un problema de predicación y enseñanza. Y aun si no creen, o lo hacen nominalmente, su bautismo que recibieron como signo de la obra de Dios es un constante testimonio que los llama, o que, finalmente, les condenará.
Es natural que en el campo misionero continúe el bautismo de adultos. En días de apostasía puede y será común aun en tierras ya evangelizadas. Por cierto, es bueno para la iglesia que haya siempre una sección bautista dentro de ella, ya que dará testimonio de que realmente se demanda una respuesta de parte nuestra. Pero una vez que el evangelio ha penetrado dentro de una familia o comunidad, existe bastante base escritural y teológica en cuanto a que la práctica normal debe ser el bautismo de infantes.
BIBLIOGRAFÍA
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Geoffrey W. Bromiley
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (78). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología