(-> Sión). La misma formulación de los primeros mandamientos («no tendrás otros dioses frente a mí»: Ex 20,3; Dt 5,7), que se expresa en el Dios celoso*, lleva a la condena de las armas y pactos militares, pues ellos van en contra de Dios, porque aparecen como dios falso para el pueblo. El Dios israelita es padre, amigo, esposo y protector de sus fieles, con quienes ha establecido un pacto* o alianza de fidelidad absoluta. Por eso, cuando Israel quiere buscar su seguridad en el poder de las armas está negando a Dios, desconfía de su fuerza. Las amias son pecado contra Dios (Os 8,14; 10,13). No salva el arco ni la espada, los caballos militares ni las guerras (Os 1,7), sino sólo la confianza radical en Dios y su presencia poderosa. Esta certeza está en el fondo del mensaje profético (cf. Miq 5,9-10; Hab 1,16; Zac 4,6). Por eso, cuando Isaías afirma que el pecado de Israel son los tesoros y las armas («confían en los carros porque son numerosos y en los jinetes porque son fuertes, sin mirar al Santo de Israel ni preocuparse del Señor»: Is 31,1; cf. 2,7-9), está expresando la certeza fundante del yahvismo: el hombre no se salva por su fuerza, la guerra no es camino de paz. Al pueblo le sostiene la confianza en Dios que actúa por encima de la guerra, como muestra el signo de Emmanuel (cf. Is 7,14). El rechazo de las armas se amplía en la condena de los pactos* militares.
Cf. J. L. Sicre, Los Dioses olvidados. Poder y riqueza en los profetas preexílicos, Cristiandad, Madrid 1979.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra