APOCALIPSIS, LIBRO DEL

Para la mayor parte de los cristianos, el último libro de la Biblia es uno de los menos leídos y más difíciles. Algunos pasajes del mismo son muy conocidos y apreciados (p. ej. 7.9–17); pero en general los lectores modernos lo encuentran ininteligible. Esto se debe en gran parte a que abunda en simbolismos de un tipo que no se emplea actualmente, y cuya clave ya no poseemos. Y sin embargo, este tipo de imágenes era fácilmente comprensible para la gente de la época. Esto explica en parte nuestras dificultades. El autor podía suponer que sus lectores detectarían las alusiones, y en consecuencia no se sentía obligado a ofrecer explicaciones.

Este libro pertenece a la literatura llamada *apocalíptica. Es el único libro de este tipo en el NT, aunque hay pasajes apocalípticos en otros libros (p. ej, Mt. 24), y las visiones de Daniel en el AT pertenecen a la misma clase. Es característica de la literatura apocalíptica la noción de que Dios es soberano, y que finalmente intervendrá de manera catastrófica para hacer prevalecer su voluntad buena y perfecta. A él se oponen las poderosas y variadas fuerzas del mal, las que usualmente se representan simbólicamente como bestias, cuernos, etc. Hay visiones; los ángeles hablan; hay choques entre fuerzas portentosas; y finalmente los santos que han sido perseguidos son reivindicados. Buena parte de todo esto es convencional (razón por la cual los primeros lectores del Apocalipsis lo entenderían tan fácilmente), pero en manos de muchos entusiastas se convirtió en fuente de fantasías exageradas y grotescas. La apocalíptica bíblica es mucho más moderada.

Otra diferencia entre el Apocalipsis y la literatura apocalíptica común es que en el primero se da el nombre del autor, mientras que los escritos apocalípticos generalmente se firmaban con seudónimos. Sus escritores adoptaban los nombres de los grandes de la historia y les asignaban sus escritos. Para el propósito que nos ocupa, es importante tener en cuenta que en este libro el Espíritu Santo ha hecho uso de una forma literaria reconocida, pero que el libro mismo no es simplemente una obra apocalíptica convencional, sino que tiene características propias y es una profecía genuina, como lo indican los primeros tres versículos.

I. Bosquejo del contenido

Comienza con una visión del Señor resucitado, que envía mensajes a siete iglesias: las de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia, y Laodicea, un grupo de ciudades en la provincia romana de Asia (1.1–3.22). Estos mensajes reprenden a las iglesias por aquello en que han fallado, y las anima a seguir en la senda del servicio cristiano. Luego vienen las visiones de Dios y del Cordero (4.1–5.14), después de lo cual leemos acerca de los siete sellos. Con cada sello que se abre se registra una visión (6.1–17; 8.1). Esto nos lleva a las siete trompetas, con una visión cada vez que se hace sonar una de ellas (8.2–9.21; 11.15–19). Entre el sexto y el séptimo sellos hay un interludio (7.1–17), y otro entre la sexta y la séptima trompeta (10.1–11.14). Juan narra a continuación diversos portentos que se producen en el cielo, una mujer que da a luz un hijo varón, contra quienes está Satanás (12.1–17), bestias que se erigen como adversarios de Dios (13.1–18), el Cordero en el mte. Sión y sus seguidores (14.1–20). Luego se relatan nuevamente las últimas siete plagas. Juan ve siete ángeles con copas, y a medida que cada uno de ellos vierte su copa sobre la tierra se desencadena una de las plagas (15.1–16.21). Seguidamente recaen nuevos juicios sobre la mujer vestida de púrpura y sobre Babilonia (17.1–19.21), el libro concluye con visiones del milenio, y de los nuevos cielos y la nueva tierra (20.1–22.21).

No es posible decir con certeza qué proporción del libro es repetición de otras secciones. La repetición del número siete indica bastante claramente que por lo menos algunas de las series se describen en más de una forma. Lo cierto es que este libro prevé una terrible oposición a Dios y a su pueblo, pero que finalmente Dios triunfará sobre el mal en todas sus formas.

II. Paternidad y fecha

Nos dice el autor que su nombre es Juan, y se describe a sí mismo como “siervo” de Dios (Ap. 1.1), como uno de los “profetas” (Ap. 22.9) y como “vuestro hermano” (Ap. 1.9). La tradición afirma que se trata de Juan el apóstol, y que además es el autor del cuarto evangelio y de las tres epístolas joaninas. El parecer de que el apóstol Juan es el autor se remonta a Justino Mártir (ca. 140 d.C.), opinión que apoyaron Ireneo y muchos otros. La principal objeción radica en el estilo del Apocalipsis. En muchos aspectos el gr. es diferente al de los otros escritos de Juan. Es tan fuera de lo común, y a veces muestra tan poco respeto por las reglas de la gramática gr., que se piensa que no puede provenir de la misma pluma que escribió el evangelio y las epístolas. (Charles dice que es un tipo de “griego diferente del que jamás haya usado mortal alguno”). El problema es demasiado intrincado para entrar en un análisis completo aquí. Bastará decir que, si bien la mayor parte de los eruditos actuales niega su origen apostólico, algunos consideran que los cinco escritos joaninos proceden de un mismo autor, y que ese autor es el apóstol Juan (p. ej. E. Stauffer).

Resulta obvio que el Apocalipsis fue escrito en una época en que la iglesia estaba pasando por un período de persecución y de dificultades. Entre las épocas probables de su composición, los dos períodos más importantes en que hubo problemas como los mencionados fueron los reinados de Nerón y de Domiciano. El principal argumento en apoyo de la primera hipótesis es Ap. 17.9s: “Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes. Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido. “Si este pasaje se refiere a los emperadores romanos, en ese caso Nerón fue el quinto, y esta obra habría sido compuesta poco después de su reinado. Este punto de vista se ve reforzado por la profecía de que “La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete” (Ap. 17.11). Aparentemente esto se referiría al mito del “Nerón redivivo”, la idea de que Nerón, que ya había muerto, aparecería una vez más sobre la tierra. Se aduce que hay apoyo para esta teoría en Ap. 13.18, que da como “número de la bestia” el 666. En el ss. I los números se escribían, no con los símbolos tan prácticos que actualmente usamos, sino con letras del alfabeto. Cada letra, por lo tanto, tenía un valor numérico. Tomando los valores numéricos de las letras que forman las palabras “Nerón César” en heb. obtendremos 666. Pero es difícil comprender por qué tenía que ser en heb. (cuando el libro fue escrito en gr.); además, para lograr el resultado deseado es necesario adoptar una variante ortográfica.

La fecha posterior está apoyada por cierto número de autores antiguos, tales como Ireneo y Eusebio, que afirman categóricamente que el Apocalipsis se escribió en la época de Domiciano. Apoyan este punto de vista ciertas indicaciones de tipo general dentro del libro, aunque no hay alusiones específicas a acontecimientos identificables. Por e]emplo, habla de ciertos grupos de cristianos satisfechos de sí mismos, cuya espiritualidad iba declinando. En el reinado de Nerón la iglesia todavía era muy joven y vigorosa. En la época de Domiciano es mucho más posible que estuviera evolucionando y comenzando a degenerar. Actualmente la mayor parte de los eruditos concuerda en que es preferible adoptar la fecha posterior.

III. Interpretación

¿Cómo hemos de interpretar todo esto? En la iglesia cristiana han surgido cuatro maneras de considerar la obra.

a. La teoría preterista

Según esta teoría, el Apocalipsis describe hechos pasados. Ella considera que las visiones surgen de las condiciones reinantes en el imperio romano en el ss. I d.C. El vidente estaba aterrado ante las posibilidades para el accionar del mal en el imperio romano, y uso imágenes simbólicas para protestar contra este estado de cosas y registrar su convicción de que Dios intervendría para imponer su voluntad. En general, los eruditos liberales apoyan este punto de vista. Les permite entender la obra sin dar demasiado lugar a la profecía predictiva, y al mismo tiempo ver en el Apocalipsis una reafirmación, sumamente necesaria, de la doctrina del gobierno moral de Dios en el mundo. Esta teoría ubica el libro en las circunstancias que prevalecían en la época del propio autor, lo que indudablemente está bien. Pero pierde de vista el hecho de que el libro mismo se autodenomina “profecía” (Ap. 1.3), y que algunas de sus predicciones, al menos, se refieren a lo que todavía pertenece al futuro (p. ej. cap(s). 21–22).

b. La teoría historicista

Según esta teoría, en el libro se presenta, en un solo movimiento imponente y grandioso, una visión panorámica de la historia, desde el ss. I hasta la segunda venida de Cristo. Se menciona la propia época del autor, como tamb. la época del fin, pero en ninguna de sus partes hay indicación de que esta visión se haya interrumpido. Por lo tanto, los que siguen esta teoría afirman que debe considerarse que el libro nos ofrece una historia continua de todo el período mencionado. La mayor parte de los reformadores adoptó este criterio, e identificó la Roma papal con la bestia. Pero las dificultades parecen insuperables, y es significativo que al mismo tiempo que sostienen firmemente que aquí tenemos representada toda la historia, los historicistas no se han podido poner de acuerdo con respecto a los episodios precisos de la historia que están simbolizados en las diferentes visiones. Después de 1.900 años, por lo menos los rasgos principales deberían haber surgido con claridad. También resulta difícil comprender por qué este bosquejo de la historia ha de quedar limitado a Europa occidental, especialmente si se tiene en cuenta que, por lo menos en los días de la iglesia primitiva, la expansión del cristianismo se produjo en oriente.

c. La teoría futarista

Según esta teoría, a partir del cap(s). 4 el Apocalipsis se ocupa de los acontecimientos que se producirán al final de los tiempos. No se relaciona con la época en que vivió el profeta, ni con acontecimientos históricos posteriores, sino con lo que ocurrirá en la segunda venida de Cristo. Este enfoque toma en serio el elemento predictivo del libro (Ap. 1.19; 4.1). Tiene a su favor el hecho de que indudablemente el Apocalipsis nos lleva al establecimiento final del gobierno de Dios, de modo que parte de su contenido debe referirse a los días finales. La objeción principal es que este punto de vista tiende a separar completamente el libro de su fondo histórico. No resulta fácil ver qué significado podría haber tenido para sus primeros lectores si es esta la forma en que debemos entenderlo.

d. La teoría idealista o poética

Este enfoque insiste en que el objeto principal del libro es alentar a los cristianos que sufren persecución para que perseveren hasta el final. Para este fin el autor ha empleado lenguaje simbólico que debemos tomar solamente como una serie de descripciones imaginarias del triunfo de Dios. Se puede relacionar este punto de vista con otros; por. ejemplo, a menudo se lo encuentra en combinación con concepciones preteristas. La dificultad consiste en que el autor asegura estar profetizando sobre los días postreros.

Ninguna de estas teorías ha resultado completamente satisfactoria, y es probable que un enfoque adecuado deba combinar elementos de más de uno de ellos. El mayor mérito de las teorías preteristas es que le dan significado al libro para los hombres de la época en que fue escrito; y aunque sostengamos otras cosas acerca de esta obra no debemos perder este punto de vista. Las orientaciones historicistas, en forma similar, sostienen que el Apocalipsis arroja luz sobre la marcha de la iglesia a través de toda su historia, lo cual no se debe perder de vista. Las teorías futuristas asignan la mayor seriedad a lo que el libro afirma sobre los últimos tiempos. No cabe duda de que este libro realza el triunfo final de Dios y los acontecimientos relacionados con el mismo. Tampoco podemos abandonar el punto de vista idealista, ya que el Apocalipsis nos presenta un conmovedor desafío a vivir para Dios cuando la oposición es grande. Más aun, el cristiano siempre debe recibir con beneplácito la afirmación de que el triunfo de Dios es seguro.

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L.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico