ANTIOQUENOS, PADRES

SUMARIO: I. Interpretación antioquena del arrianismo.-II. La imagen de Cristo de los Antioquenos.-III. El modalismo de Marcelo de Ancyra.

Abundantes referencias del NT (Gál 2, 11-14; He 6, 1-6; 11, 19-30; 13, 1-3; 14, 19-28; 15, 1-35; 18, 22-23) nos indican que, desde los orí­genes del cristianismo, Antioquí­a ocupa un destacado lugar en la Iglesiá. Fue en Antioquí­a donde por primera vez empezaron a llamar cristianos a los discí­pulos (He 11, 26). En la historia del pensamiento cristiano el nombre de Antioquí­a está vinculado por razones de distinto mérito y peso a múltiples nombres propios: Ignacio de Antioquí­a (+ 110), Teófilo de Antioquí­a (169-188), Pablo de Samosata (260-268), el presbí­tero Malquión, Luciano de Antioquí­a (1312), Eustacio de Antioquí­a (324-330), Marcelo de Ancyra (+ 376), Melecio de Antioquí­a (+ 381), Nemesio de Emesa (1390), Diodoro de Tarso (+ 394), Flaviano de Antioquí­a (1404), Juan Crisóstomo (+ 407), Teodoro de Mopsuestia (1428), Juan de Antioquí­a (+ 441), Nestorio (1451), Teodoreto de Ciro (+ h. 466). En este lugar, nos interesa fijarnos en el siglo IV con las incidencias de Antioquí­a en torno a la controversia arriana. En efecto, la tensión y enfrentamiento entre nicenos y arrianos en Antioquí­a cubre gran parte del siglo IV. Piénsese en las tres, y a partir del 362 cuatro, comunidades cristianas que dividen la ciudad y constituyen el famoso cisma de Antioquí­a.

Ya desde finales del siglo III y comienzos del IV, Antioquí­a está dividida en corrientes teológicas contrapuestas: una tendencia origenista representada por Luciano de Antioquí­a que radicaliza la orientación subordinacionista de la teologí­a trinitaria de Orí­genes, y una tendencia de importación asiática, representada por Eustacio de Antioquí­a que subraya la monarquí­a divina, aunque sin llegar á un sabelianismo. Estas dos corrientes podrí­an explicar la compleja historia jalonada de concilios antioquenos a lo largo del siglo IV.

Los patrólogos están de acuerdo en que la expresión Escuela de Antioquí­a, acuñada en contraposición a la de Escuela de Alejandrí­a, es una forma impropia de designar la exégesis y teologí­a antioquenas. Nunca hubo en Antioquí­a algo comparable al didaskaleion de Alejandrí­a. En sentido amplio, se puede hablar de una escuela de pensamiento, aunque no se trate ya desde el principio de una escuela, pues no se imparte una enseñanza regular, con todo se le da ese nombre por una serie de doctrinas, por un método de estudio y de exposición que se fueron transmitiendo unos a otros. Sólo a finales del siglo IV adquieren un fuerte relieve ciertas tendencias especialmente en el campo de la exégesis y de la cristologí­a.

Los orí­genes de la llamada Escuela Antioquena hay que situarlos en torno al presbí­tero Doroteo y al presbí­tero Luciano de Antioquí­a. Luciano dirigió una Escuela en Antioquí­a a finales del siglo III. Entre sus discí­pulos se cuentan Eusebio de Nicomedia, Maris de Calcedonia, Leoncio de Antioquí­a, Eudoxio, Teógnides de Nicea, Asterio el Sofista y Arrio. Por éste último sabemos que se denominaban a sí­ mismos colucianistas, es decir, discí­pulos de Luciano. Esto podrí­a explicar la amplia aceptación del arrianismo en Antioquí­a.

Lo que distingue a los eclesiásticos antioquenos es la explicación de las Escrituras. Luciano habí­a hecho una edición crí­tica de los LXX. Su método y su mentalidad pervivirán en Antioquí­a, sobre todo a finales del siglo IV con Diodoro de Tarso, Teodoro de Mopsuestia, Juan Crisóstomo y Teodoreto de Ciro. En oposición – que se suele exagerar injustamente- a las tendencias alegóricas de la Escuela Alejandrina, el rasgo caracterí­stico de los exegetas antioquenos es la búsqueda del sentido literal e histórico, el estudio de la revelación divina ayudándose de la historia, la gramática y la filologí­a, esforzándose por hacer un estudio de orden práctico. Precisamente frente al alegorismo sitemático, y a veces fantasioso, de los alejandrinos, no habrí­a que olvidar que también los antioquenos admiten una moderada tipologí­a, la theorí­a como sentido profundo o pleno del texto sagrado (Diodoro de Tarso) sólo para contados pasajes.

I. Interpretación antioquena del arrianismo
La proclamacion de la fe en el Concilio de Nicea (325) expresando que el Hijo es Dios en el mismo sentido en que lo es el Padre y, por tanto, que no es una criatura, como pretendí­a Arrio, se hizo con una formulación que, si bien condenaba al presbí­tero de Alejandrí­a, iba a proporcionar materia de abundantes disputas teológicas. En efecto, las expresiones del Sí­mbolo Niceno ek tés ousí­as toú Patrós, homooúsiontó Patrí­ y la práctica identificación de los términos hypostáseós é ousí­as en el anatema que acompaña al Sí­mbolo, parecerá a parte del episcopado oriental inconciliable con la fe de la Iglesia al suscitarles permanentemente la amenaza de un nuevo sabelianismo -poniendo en entredicho la doctrina origeniana de las tres hypóstasis- y la renovación de la herejí­a de Pablo de Samosata. Así­ pues, la tesis nicena de la verdadera divinidad del Hijo exigirá un renovado esfuerzo de reflexión teológica, concretamente para interpretar la relación Padre-Hijo en un solo Dios y la relación del Logos con su carne. Sobre el Espí­ritu, Nicea se limitó a expresar su fe en él. La cuestión del Espí­ritu se planteará más tarde en torno al 360.

En relación con la condena nicena del arrianismo, Antioquí­a habí­a ofrecido un ejemplo importante en el Sí­nodo de comienzos del 325, elaborando una profesión de fe en forma de credo con la adición de una cláusula final de anatematismos que condenan las tesis fundamentales del arrianismo. Evidentemente, faltan aún las tí­picas fórmulas nicenas ek tés ousí­as toú Patrós y homooúsion tú Patrí­, pero se afirma lo más fundamental: la generación en sentido estricto del Hijo y su semejanza plena con el Padre. La añadidura de los anatematismos al final de la profesión de fe crea todo un estilo teológico para el futuro.

Sin embargo, la mayor resistencia a la fe nicena se sitúa en torno a Antioquí­a donde los arrianos habí­an establecido uno de sus importantes bastiones amparados por el intrigante y mundano Eusebio de Nicomedia, que consigue la deposición y el destierro de sus principales adversarios: Eustacio de Antioquí­a (hacia el 327), Atanasio de Alejandrí­a (el 335) y Marcelo de Ancyra (335-336). La deposición de Eustacio constituyó un gran triunfo de los antinicenos, sucediéndose desde entonces en Antioquí­a una serie de obispos claramente antinicenos y filoarrianos. Los seguidores de Eustacio se separan de la comunión de la Iglesia de Antioquí­a e inician una comunidad cismática que jugará un importante papel antiarriano a partir del 360.

Con ocasión de la dedicación de una Iglesia construida por Constancio en Antioquí­a, tuvo lugar en esta ciudad el 341 un Sí­nodo denominado de la Dedicación, (In Encaeniis), convocado por Eusebio de Nicomedia para tomar posición frente a las acusaciones del Papa Julio I (337-352), el cual habí­a rehabilitado a Atanasio y reconocido la ortodoxia de Marcelo de Ancyra y prácticamente consideraba arrianos a los obispos orientales. Del Sí­nodo se conservan tres-cuatro fórmulas de fe. La primera está precedida de una declaración en la que se rechaza decididamente la acusación de arrianismo. Sin mencionar el término niceno homooúsios, se excluye el arrianismo estricto al afirmar que «el Hijo existe desde antes de todos los tiempos y coexiste con el Padre que le engendró», como también el sabelianismo-marcelianismo al incluir la expresión «permaneciendo rey y Dios por los siglos». La segunda es la profesión de fe oficial del Sí­nodo, larga y difusa, de corte bí­blico y subrayando el valor de la Escritura. Se omite el homooúsios, aunque llama al Verbo ousí­a y potencia del Padre. Distanciándose de Nicea y contra el sabelianismo se sitúa en el esquema subordinacionista origeniano afirmando las tres hypóstasis divinas distintas por su subsistencia, rango y gloria, y la unidad por la armoní­a (hypostásei trí­a, té dé symphoní­a hen). Los anatematismos condenan el arrianismo radical. La tercera fórmula fue presentada al Sí­nodo por Teofronio de Tiana en la Capadocia probablemente para justificar su ortodoxia confesando que el Verbo es hypóstasis en Dios y rechazando el monarquianismo de Marcelo, Sabelio y Pablo de Samosata. La cuarta fórmula no procede directamente del Sí­nodo de la Dedicación, pero se suele relacionar con él. Fue presentada a Constante en Milán por una delegación de obispos eusebianos en un intento de acercamiento a los obispos occidentales. Es fórmula ortodoxa, pero genérica. No menciona el homooúsios, pero tampoco insiste en la separación de las hypóstasis. Se condena el marcelianismo y los anatematismos se parecen más a la formulación nicena condenando el arrianismo.

A finales del 344 un nuevo Sí­nodo en Antioquí­a elabora una Amplia Exposición de la fe, «Ekthesis Makróstikhos», un nuevo texto doctrinal en un intento conciliador de hacer comprensible a los occidentales, reunidos en Milán el 345, el sentido de la teologí­a trinitaria tal como la entendí­an los orientales. El texto, que recoge la cuarta fórmula de Antioquí­a del 341 más los anatematismos ampliados en Sardes (343), esclarece los conceptos fundamentales de la teologí­a trinitaria según la visión oriental, apartándose del arrianismo radical y del monarquianismo sabelianista con expresa mención de los sabelianos o patripasianos, Pablo de Samosata, Marcelo de Ancyra y Fotino. Se evitó el término de hypóstasis y, en su lugar, se habla de trí­a prágmata y trí­a prósópa para referirse a las personas divinas. La unidad de los tres prósópa la expresan afirmando la única dignidad de la divinidad y acuediendo al término de symphóní­a, aunque subrayando notablemente la unión del Hijo con el Padre.

A partir del 350, el término homooúsios relanzado por Atanasio como santo y seña de ortodoxia, estará en el centro de la discusión teológica. Occidente es un grupo niceno compacto, mientras que Oriente es de tendencia eusebiana muy amplia dando cabida en sus filas desde a un Eudoxio declaradamente arriano hasta a un Cirilo de Jerusalén prácticamente niceno, aunque evite el término homooúsios. Por otra parte, en Antioquí­a vuelve a aparecer una de las tesis más extremistas del arrianismo por obra de Aecio, afirmando que Cristo es anómoios al Padre. En el Concilio de Sirmio del 357, en una profesión de fe redactada preponderantemente por obispos occidentales, pero blasfema por su evidente apertura al arrianismo, al que no anatematiza, se afirma claramente el subordinacionismo de Cristo respecto al Padre y se prohí­be de una vez por todas el uso de los términos ousí­a, homooúsios y homoioúsios por perturbadores y no bí­blicos y se recurre al lenguaje bí­blico como único criterio de ortodoxia. Tanto en Occidente como en Oriente se reaccionará contra esta fórmula.

El 357 muere Leoncio de Antioquí­a, filoarriano y protector de Aecio. Le sucede Eudoxio de Germanicia que favoreció a Aecio y a Eunomio. También hacia el 357 el grupo eusebianomoderado comienza a tomar conciencia de que el verdadero peligro no está tanto en el sabelianismo de Marcelo de Ancyra, cuanto en el arrianismo radical de Aecio y Eunomio. La reacción viene de parte de Jorge de Laodicea en contacto con Basilio de Ancyra, el cual toma la iniciativa en el Concilio de Ancyra (358) distanciándose claramente tanto del monarquianismo sabeliano-marceliano como del arrianismo, acuñándose la fórmula homoioúsios (el Hijo es semejante hómoios al Padre según la sustancia kat óusí­an) para distanciarse de la fórmula nicena homooúsios que consideraban viciada de sabelianismo. Se define con toda claridad la plena divinidad de Cristo y su condición verdadera y real de Hijo de Dios. A partir de este momento, en el grupo eusebiano se irán diferenciando cada vez más las tendencias moderadas y las radicales. Estas últimas se verán aisladas y combatidas.

Con el traslado de Eudoxio a la sede de Constantinopla, fue elegido el 360 Melecio como obispo de Antioquí­a. Desde el comienzo se manifestó claramente antiarriano, por lo que fue depuesto, exiliado y sustituido con el arriano Euzoio. Vuelto a Antioquí­a el 362 reorganiza su comunidad y el 363 preside un concilio formado por homeos y homeusianos y se acepta el Sí­mbolo de Nicea aunque dando al término homooúsios el sentido de homoioúsios: el Hijo, engendrado de la ousí­a del Padre, le es semejante por la ousí­a. Amigo de Basilio Magno y de Gregorio de Nisa, Melecio de Antioquí­a murió durante la celebración del concilio de Constantinopla del 381, del que fue presidente durante unos meses. Pero todaví­a haciael 380 el arriano radical Eunomio pretende en Antioquí­a dar vida a un arrianismo que ya estaba en más que franca decadencia.

II. La imagen del Cristo de los Antioquenos
La cristologí­a antioquena de marcado acento antropológico, especialmente a finales del siglo IV, recibe su primera fuerte impronta con Diodoro de Tarso y su sistematización con Teodoro de Mopsuestia. La memoria de ambos padecerá toda clase de inclemencias por la vinculación de sus nombres al de Nestorio. En realidad, cada autor deberí­a ser estudiado por sí­ mismo, pues es casi imposible generalizar una imagen del Cristo de los antioquenos que, en realidad, no corresponderí­a enteramente a ningún autor. Hecha esta salvedad, presentamos los rasgos de la cristologí­a de Teodoro, el autor que en su tiempo más contribuyó al progreso de la cristologí­a.

El Cristo de Teodoro es plenamente humano. Su esquema cristológico es el del Logos Anthropos, de aquí­ el horno assumputus (en oposición o reacción al Logos-sarx de la teologí­a alejandrina). El Logos toma la iniciativa y asume a un hombre. El hombre es asumido. Teodoro afirma la plena divinidad y la plena humanidad de Cristo. Insiste en las dos naturalezas. Para Teodoro el Logos de Dios ha asumido un hombre, en el cual ha habitado como en un templo. La humanidad asumida es un verdadero sujeto. Teodoro subraya fuertemente la humanidad asumida(horno assumptus) por el Logos divino y su capacidad de actuar de modo autónomo. Esta asunción se explica también con los términos de habitación y revestimiento. A pesar de este vocabulario, la unión o conjunción o acoplamiento entre el Logos y el hombre asumido, entre la naturaleza divina y la naturaleza humana es exacta o perfecta e indestructible. La unión no es kat’hypóstasin, sino constituyendo un único prosopon hen prósópon. Con esta explicación Teodoro trata de salvaguardar la unidad del sujeto responsable. El problema es explicar la unión, hénosis. La unión es una habitación (para evitar que se entienda una mutación de la esencia divina, contra los arrianos, subraya la distinción entre las naturalezas) o un revestimiento (indicando la unión de la naturaleza humana y la divina), que se explica últimamente por la fórmula synápheia (conjunctio, copulatio) katá prósópon, donde synápheia (término también empleado por Teodoro en la teologí­a trinitaria) expresa la conjunción o compenetración o ensamblaje exacto y perfecto de ambas naturalezas y prósópon más que un objeto de especulación, ya sea filosófica o teológica, es un motivo de adoración, es decir, se ve y se vive en la liturgia de la Iglesia. La synápheia siempre se dió en Cristo durante su vida terrena, y dinámicamente tendí­a hacia la unión exacta que sólo con la resurrección es completa, perfecta e inefable. Unión especial e indisoluble con el Logos, que se lleva a cabo por medio del Espí­ritu Santo a partir del bautismo en el Jordán y definitivaní­ente en la resurrección.

III. El modalismo de Marcelo de Ancyra (+ 374)
La frecuente condena de Marcelo por parte de diversos concilios antioquenos a partir del 341 justifica en este lugar la presentación sucinta de la teologí­a de uno de los últimos representantes de la corriente cultural asiática. Participó en el concilio de Nicea del 325. Los pocos fragmentos conservados de sus escritos posibilitan, al menos, la reconstrucción de las lí­neas generales de su concepción acerca de Dios.

Marcelo concibe a Dios como mónada indivisible. Padre, Logos y Espí­ritu Santo constituyen la mónada de la divinidad tés theótétos monás, que es un único prósópon. La unidad de Dios queda de tal modo salvaguardada en la teologí­a de Marcelo, que será atacado de sabelianismo. Su explicación de la distinción del Padre, del Hijo y del Espí­ritu en el único Dios no le sustrae de tal sospecha. En efecto, en la existencia del Logos distingue, tomando como fundamento bí­blico Jn 1,1-3, un doble estadio o momento: primero, el Logos existe en potencia; en ese estadio el Logos reposa en Dios, le es coeterno e inmanente como su razón, pero no tiene subsistencia personal ni es aún Hijo de Dios. Luego está en acto energeí­a, cuando en el momento de la creación procede proelthón, se exterioriza para la creación. En el estadio intradivino, Marcelo no habla de generación respecto al Logos. Es en la encarnación cuando la Mónada divina se convierte por extensión o expansión o dilatación platynesthai en Dí­ada, -sólo entonces en cuanto encarnado se puede hablar del Hijo de Dios-, y con la efusión del Espí­ritu sobre los apóstoles se dilata en Trí­ada.

Que Marcelo presente una concepción puramente económica de la Trinidad se deduce de su exégesis de 1 Cor 15, 24-28 al desarrollar su doctrina sobre el fin del señorí­o de Cristo. Del mismo modo que la economí­a de la encarnación tuvo un comienzo, así­ tendrá también un fin. El Logos estará unido a la carne por lo menos hasta el dí­a del juicio cuando someta su señorí­o al Padre. La humanidad de Cristo que era para la salvación de los hombres desaparecerá. El Logos se habí­a unido con la carne sólo como enérgeia, la dynamis permanecí­a en Dios. La carne no sirve para nada (Jn 6, 61-63) a la dynamis o divinidad. Una vez que toda la humanidad redimida ha vuelto a Dios, la economí­a se ha cumplido. El Logos se separará entonces de su cuerpo glorificado. La Escritura no informa, dice Marcelo, qué ocurrirá con el cuerpo glorificado del Señor. Pero el Logos se sumirá de nuevo en Dios como habí­a estado en reposo antes de la creación.

[ -> Arrianismo; Atanasio, san y los alejandrinos; Comunión; Concilios; Credos; Espí­ritu Santo; Fe; Hijo; Historia; Iglesia; Jesucristo; Logos; Monarquí­a; Orí­genes; Padre; Revelación; Teologí­a y economí­a; Trinidad; Unidad.]
Carmelo Granado

PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano