ANA, LA PROFETIZA

«En ese momento se presentó ella, y comenzó también a expresar su reconocimiento a Dios y a hablar de él a todos los que aguardaban la redención en Jerusalén». Lucas 2:38
Léase: Lucas 2:36-38. Toda la gloria del nacimiento de Jesús se concentró sobre el antiguo reino de Judá. Tanto José como Marí­a descendí­an de la tribu de Judá. Elisabet viví­a en Judá y allí­ nació Juan. Belén pertenece a Judá.

Sin embargo, Jesús vino para todo Israel, y más que para Israel, para ser luz a los gentiles. Los magos vinieron como representantes de los paí­ses paganos, para rendir tributo al nuevo Rey. Y Ana, la profetisa del Templo, vino a confesar la esperanza de sus padres por parte de Israel, que se hallaba fuera de los dominios propios de Judá. No descendí­a de la tribu de Judá. Era hija de Fanuel, de la tribu de Aser. La tribu de Aser estaba situada en las tribus dispersas. Por eso su cargo en el Templo tení­a significancia especial. Bajo Joroboam, las Diez Tribus se habí­an emancipado de la casa de David, y durante los siglos, habí­an seguido rechazando el Mesí­as de Israel y el Dios del Pacto. Ahora vemos que Ana aparece en el Templo, junto a la figura de Simeón, para saludar al Rey de la Casa de David. Parece como si Ana viniera a llamarle a que fuera al Lago de Genezaret y a la despreciada Galilea, a fin de que pudiera recoger un pueblo rebelde a su Reino.

Simeón y Ana eran los dos ancianos. Ana tení­a ochenta y cuatro años. No representaba pues, ni tampoco Simeón, a la nueva generación. No pertenecí­an al cí­rculo del cual el Señor escogió sus discí­pulos, ni al grupo del que escogió a Marí­a y Marta. Al contrario, pertenecí­an a Israel que morí­a. Ana extendió la palma de honor a Cristo, no como representante del pasado, sino del futuro. Parece como si viniera a ofrecerle la acción de gracias de cuarenta generaciones a los pies de Jesús, antes de morir.

Ana trajo esta ofrenda como mujer, después que Simeón lo habí­a hecho como hombre. Así­, observamos que los dos sexos, juntos e individualmente, son llamados a glorificar al Dios de Israel. Junto a Abraham hallamos a Sara, junto a Barac a Débora, junto a Moisés a Sí­pora. Y a Ana, de Aser, junto a Simeón. No era su mujer, sin embargo. Su relación era intensamente espiritual, que trasciende toda diferencia de sexos. Se habí­a casado, ya hací­a sesenta años, y vivió siete años con su marido. No se nos dice qué fue de él, y ella no se habí­a casado otra vez. Se hallaba recluida en el Templo, guardando y sirviendo en él de dí­a y de noche, con ayunos y oraciones. Su vida debió ser de genuina piedad, y tení­a que haber oí­do de Simeón que el Cristo habí­a de venir antes de su muerte.

Además de lo dicho, era profetisa, y queda incluida en la larga serie de los que habí­an sido heraldos del Profeta y Maestro venidero a lo largo de los siglos. Cristo representaba a una tribu de reyes. Zacarí­as y Elisabet a una tribu de sacerdotes. Ana representaba a los profetas. Esta última profetisa viene a confirmar lo que habí­an anunciado los que la habí­an precedido, especialmente Isaí­as y Malaquí­as. No sólo confesó a Cristo, sino que «comenzó también a expresar su reconocimiento a Dios y a hablar de él a todos los que aguardaban la redención en Jerusalén.»
Su testimonio en el Templo fue la última voz de la profecí­a que se oyó. La profecí­a habí­a cumplido su cometido. Juan, el heraldo del Señor, estaba esperando a la puerta.

Preguntas sugeridas para estudio y discusión
1- ¿Cuál es el significado de Ana en la redención que nos trajo Cristo?
2- ¿Por qué era Ana la última profetiza?
3- ¿Cuál es el significado de los antecedentes de Ana para la aceptación de Jesús como el Cristo?

Fuente: Mujeres de la Biblia