(-> espíritu, ruah, juicio). En sentido estricto la antropología bíblica no es dualista sino unitaria: ve al hombre como unidad y no como un compuesto de alma y cuerpo. Por eso, la muerte no es una separación de dos sustancias (alma y cuerpo), como en cierto dualismo griego según el cual el cuerpo vuelve a la tierra y el alma sube al cielo o a Dios de donde había caído.
(1) El alma, lo más débil. En el principio, el alma no es lo más fuerte, la sustancia superior y poderosa que logra dominar el cuerpo y dirigirlo, sino lo más débil: es como una sombra, lo que queda del cuerpo que ha muerto, al menos por un tiempo, hasta que se pierda su memoria. Por eso, se puede decir que las almas son el recuerdo de los muertos. Dentro de la tradición israelita antigua, las almas o espíritus de lo muertos están en el Sheol*, campo de sombra (sin futuro ni evasión), donde todos los hombres y mujeres desembocan sin remedio, pues no se piensa que haya verdadera vida tras la muerte. Por eso, y sobre todo por el descubrimiento de la trascendencia de Yahvé, como Dios único, el Antiguo Testamento ha prohibido el culto de los muertos, es decir, la veneración de las almas de los muertos como realidades divinas (cf. Lv 20,27; Dt 18,11; 26,14; 1 Sm 28,3-9). Pero el mismo hecho de que se prohíba la veneración, culto y evocación de los muertos significa que ha habido en el fondo de Israel un tipo de creencia en el carácter espiritual y superior de las almas, una creencia que el yahvismo no ha logrado erradicar nunca del todo. Pues bien, por una inversión normal, al prohibir el culto de los muertos como tales, es decir, al negar a las almas un carácter sagrado o divino por sí mismas, el culto israelita ha podido poner de relieve un tipo de relación distinta de las almas con Dios. En esa línea, al final del Antiguo Testamento se empieza a creer que los muertos (sus almas) pueden estar esperando la llegada del juicio o culminación (cf. Dn 12,1-3). El texto que más desarrolla el tema es 1 Henoc*, donde se habla del lugar de los muertos, divididos en tres o cuatro compartimentos, que aparecen como cavidades lisas y profundas: «Son para que se reúnan en ellas los espíritus, las almas de los muertos. Para ello han sido creadas, para que agrupen a todas las almas de los hijos de los hombres. Estos lugares han sido hechos para que las almas de los muertos permanezcan aquí hasta el día de su juicio, hasta que llegue su plazo… Y vi los espíritus de los hijos de los hombres que habían muerto, cuyas voces llegaban hasta el cielo, quejándose» (1 Hen 22,3-5).
(2) La suerte de las almas. Estos muertos no son puros espíritus, han perdido el cuerpo antiguo, pero no son incorporales, sino que siguen formando parte de la corporalidad cósmica. Por eso aguardan en sus propios espacios, en los confines de la tierra, y todos se lamentan. Unos se quejan porque han sido asesinados, como Abel, que clama contra la estirpe de Caín hasta que acabe su simiente sobre el mundo (cf. 1 Hen 22,7), y lo mismo aquellos que murieron cuando la invasión de los Vigilantes (cf. 1 Hen 9,3.10). Otros muertos, en cambio, parecen quejarse porque sufren ya una especie de castigo anticipado, hasta la llegada del gran juicio; son las almas de los asesinos y violentos. Así pueden separarse los diversos muertos, (a) Las almas de los justos viven ya una especie de gloria anticipada «allí donde mana una fuente de agua viva y sobre ella hay una luz» (1 Hen 22,9). (b) Los pecadores que no fueron castigados en el mundo empiezan a sufrir en esas cavidades hasta el día del juicio, cuando se complete y ratifique para siempre su castigo (1 Hen 22,11). (c) Los pecadores castigados ya en el mundo parecen seguir sufriendo allí, sin necesidad de someterse a juicio nuevo (cf. 1 Hen 22,13). (d) Los justos asesinados en el tiempo de los pecadores elevan su voz ante Dios, pidiendo la venganza final (cf. 1 Hen 22,7.12). Nos hallamos, sin duda, ante una antropología judicial, de tipo moralista, que proyecta sobre el fin de los tiempos una forma especial de entender la historia y sociedad humana. Se trata de una antropología de tipo cósmico, en la que cielo y tierra se siguen vinculando (como en Gn 1,1 y Ap 21,11), de manera que no se puede hablar de espíritus o almas puras, sin ningún tipo de corporalidad.
(3) Pervivencia de las almas, resurrección de los muertos. Estrictamente hablando, el pasaje de 1 Henoc no ha desarrollado la idea de una resurrección* interpretada como nueva creación que ratifica (e invierte) la marcha anterior de la historia, en la línea de Dn 12,1-3; pero tampoco defiende una inmortalidad* espiritual de tipo ontológico, propia de Platón o de aquellas religiones y filosofías que sostienen que las almas son en sí divinas y trascienden los límites del tiempo y el espacio, separándose del cuerpo por la muerte y pasando así a vivir en su nivel de eternidad afortunada, superado ya el tiempo de condena de la historia. Este pasaje, que ofrece uno de los testimonios más antiguos del valor trascendente de la vida humana, pone de relieve la importancia de la relación positiva, o negativa, de los hombres con Dios, a quien conciben como fuente y sentido de la existencia. Dn 12,2 afirmaba que «muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados o se levantarán, unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua», poniendo así de relieve el aspecto más futuro de la culminación escatológica, entendida como nueva obra de Dios, en continuidad con la antigua. A diferencia de eso, 1 Hen 6-36 (sin negar el aspecto futuro) ha destacado ya el carácter actual de la salvación o condena de las «almas», suponiendo que la pervivencia de los muertos depende de la relación especial que hayan tenido y tengan con Dios, en dimensión de gracia (o de rechazo de la gracia). Al afirmar que las almas están esperando el juicio en las cavidades del extremo de la tierra, 1 Hen 6-36 supone que ellas se en cuentran todavía en camino: aguardan la culminación de su diálogo con Dios, siempre dentro del mismo contexto cósmico: ellas siguen formando parte de un mundo, distinto del nuestro, pero mundo verdadero. 1 Henoc no espera una culminación inmaterial de los espíritus (en clave de inmortalidad extracorpórea), sino un tipo de relación cósmica distinta, que se expresa en el árbol de la vida y en la tierra (monte) de plenitud para los justos. El Nuevo Testamento, en general, sigue en esa línea, vinculando tres convencimientos: (a) El hombre tiene una relación especial con Dios, de manera que se puede afirmar que posee (o es) un almaespíritu, que se abre al diálogo con Dios, superando el nivel de las otras realidades del mundo, (b) La relación del alma con Dios se plenifica en la resurrección, es decir, en la culminación de la historia, que se identifica con el reino de Dios, (c) El alma no puede separarse nunca del cuerpo, no es un espíritu puro, sino que sigue vinculada con el proceso cósmico, de manera que la posible salvación o plenitud tiene que formularse en la línea de Ap 21,1: «Un cielo nuevo y una tierra nueva».
Cf. H. C. C. CAVALLIN, Life After Death. Paiil†™s Argument for the Resurrection ofthe Death in 1 Cor 15. Part I An Inqitíry into the Jewish Background, Lund 1974; G. W. E. NICKELSBURG, Resurrection, Immortality and Etemal Life in Intertestamental Judaism, HThStudies 26, Cambridge MA 1972; E. PUECH, La croyance des Esseniens en la vie future: immortalite, resurrection, vie étemelle? Histoire d†™une croyance dans le judaisme ancien I-II, Gabalda, París 1993.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra