(-> mujer, guerra). Mujer como trofeo de guerra y signo de una ciudad conquistada. En las más diversas tradiciones de oriente y occidente las mujeres han aparecido como regalo normal (y legal) del guerrero. Así lo evoca un texto de la Biblia: «Y Kaleb dijo: A quien venza a Qiryat-Séfer y conquiste la ciudad le daré a mi hija Aksah como esposa. Y la tomó Otniel, hijo de Qenaz, hermano menor de Kaleb; y éste le dio a Aksah su hija como mujer… Kaleb le preguntó: ¿Qué te pasa? Y ella contestó: ¡Concédeme una bendición! Ya que me has dado una tierra desierta (= del Neguev), dame también fuentes de aguas. Y le dio Kaleb las Fuentes de Arriba y las Fuentes de Abajo» (Je 1,12-13.14b-15). El padre guerrero aparece como dueño de su hija y se la concede al mejor guerrero, a quien sepa conquistar la ciudad, como Jefté que había prometido su hija a Dios si le concedía la victoria. La hija de Jefté (cf. Je 11,37) quería llorar antes de morir. Por el contrario, la hija de Kaleb acepta positivamente su suerte, no para morir, sino para vivir; y así pide a su padre que, junto al campo yermo que rodea a la ciudad, le conceda un estanque de aguas (berakah: alberca, bendición). Ella sabe actuar de forma atrevida, actuando como mediadora entre su padre y su nuevo esposo. Tiene una palabra, un gesto de mujer, al servicio de la vida, y para ello necesita las fuentes del agua (Je 1,14-15). A pesar de eso, ella aparece en el fondo como premio del guerrero, ciudad que se debe conquistar. No es sujeto-persona con quien hay que dialogar, sino dificultad, algo que se debe tomar (conquistar, dominar) por la fuerza, siendo objeto de contrato entre padre y marido. Ella no cuenta en el reparto o cambio de poderes entre un dueño y otro. Siendo objeto de conquista (tomar la ciudad, apoderarse de ella), se vuelve mercancía. Aquí no hay rapto de mujeres (como en Gn 6), sino contrato entre varones (padre y esposo). Ella acepta, pero no tiene libertad: no se le pregunta si quiere o no quiere, no se le ofrece elección entre un marido u otro, sino que está a merced del más astuto y/o violento, de quien sepa conquistar la ciudad (conquistándola a ella). El texto supone que ella es la mayor riqueza del padre que la pone como precio de conquista de Qiryat-Séfer, Ciudad del Libro. Ella aparece así como libro donde el guerrero tiene que inscribir su nombre, dejar su descendencia. Estamos quizá en un momento en que la violencia puede volverse fuente de cultura: no hay robo ni rapto, hay guerra y comercio que puede expresarse luego en la vida sedentaria, en la Ciudad del Libro, junto a las fuentes-estanques de agua.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra