«Hermanos, acogeos los unos a los otros, como Cristo os acogió a vosotros.» La expresión «los unos a los otros» se refiere a dos grupos muy concretos, que se distinguían, y en cierto modo se contraponían, en la comunidad de Roma a la que Pablo escribe su carta al comienzo de la era cristiana: los judíos y los paganos, los cristianos procedentes del judaismo y los que venían del paganismo. La exhortación es el punto final de la reflexión sobre el tema concreto de la larga Carta a los Romanos: desde el momento en que el hombre se salva mediante la fe en Cristo Jesús, ya no hay diferencia entre grupos étnicos o raciales en la Iglesia, en la historia y en el mundo, ya que todos están igualmente salvados y todos tienen que acogerse mutuamente. ¿Qué nos dice a nosotros esta exhortación escrita hace 1900 años? ¿Qué dice a nuestro mundo, a nuestra situación histórica, civil, social y política? La respuesta no varía: tenemos que acogernos los unos a los otros, como Cristo nos ha acogido a nosotros. Antaño se trataba de judíos y paganos: hoy de judíos y no judíos, de judíos y árabes, de cristianos y musulmanes. Todos hemos sido en principio acogidos y amados por Dios. Más allá de todas las diferencias, en el fondo hay un amor misericordioso de Dios por los unos y por los otros. Evidentemente para muchos hay un camino religioso que recorrer, una búsqueda más profunda del sentido del misterio de Dios, una comprensión del misterio de Cristo; sin embargo, en primer lugar, existe un amor misericordioso que nos empuja y nos obliga a acogernos, a hablarnos, a amarnos.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual