ACEPTACION

Es el acto de recibir bien o ser aprobado para fines de comunión con otra persona. En el AT, el término hebreo rasa es traducido como a., †œestar contento con† o †œser favorable a†. †¢Jacob rogó a †¢Esaú, cuando se encontraron tras largos años: †œAcepta, te ruego, mi presente que te he traí­do† (Gen 33:11).

El pecado de los hombres los alejaba de Dios, creaba una enemistad, pues el carácter divino exige el castigo del pecado. Para resolver ese problema era necesario que el juicio fuera hecho y la culpa eliminada. Eso lo hizo el Señor Jesús, en la cruz del Calvario. De eso hablaban anticipadamente los sacrificios del AT. Esas ofrendas tení­an que ser de animales que no tuvieran defecto alguno, a fin de que fueran bien recibidos por Dios (†œY pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya† [Lev 1:4]). En este caso el énfasis está en la a. de la ofrenda misma. Pero en Lev 22:18-19 (†œCualquier varón de la casa de Israel … que ofreciere su ofrenda … para que sea aceptado, ofreceréis macho sin defecto…†), se habla de cómo serí­a bien recibido o acepto el oferente. En Eze 43:27 se lee: †œ… los sacerdotes sacrificarán … vuestras ofrendas … y me seréis aceptos†. De manera que la perfección de la ofrenda y la correcta intención del oferente eran imprescindibles para que se realizara la a. de parte de Dios. Los israelitas cayeron en el error de pensar que la simple ofrenda de sacrificios, sin una adecuada actitud de corazón, podí­a ser suficiente para mantenerles en paz con Dios. Pero los profetas se encargaron de denunciar esa noción (†œ… cuando ofrezcan holocausto y ofrenda, no lo aceptar醝 [Jer 14:12]).
el NT se usan varias palabras. Una es dektos que significa †œagradable†, †œacepto†. Pablo habla de la ofrenda que le enviaron los filipenses llamándola †œolor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios† (Flp 4:18). Euprosdektos es †œagradable†, †œaceptable† (†œ… para que los gentiles le sean ofrenda agradable…† [Rom 15:16]). La ofrenda del cuerpo de nuestro Señor Jesús en la cruz del Calvario, †œcomo un cordero sin macha y sin contaminación† (1Pe 1:19), fue completamente satisfactoria para Dios, que ha escogido a los creyentes †œpara alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado† (Efe 1:6). Estos son edificados como †œcasa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo† [1Pe 2:5]).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

Aunque el sustantivo no aparece en la RV60, el verbo y el adjetivo, representando varias palabras hebreas y griegas, aparecen en alguna medida. Más frecuentes son las palabras «agradable», «agradar», que aparecen a menudo junto a otras palabras que comunican ideas similares: acepto, bueno, santo, perfecto. Tanto en el AT como en el NT las palabras que hemos mencionado tienen que ver principalmente con el favor y aceptación de Dios para con los hombres. Bajo el antiguo pacto la base para esta aceptación es a veces ritualista y ceremonial (Lv. 22:20) y a veces ética y moral (Pr. 21:3). Este último se enfatiza mucho en los escritos proféticos (cf. Is. 1:12–15; Jer. 6:20; Mi. 5:21–24).

En el NT, la aceptación de Dios se revela como descansando del todo en la obra redentiva de Cristo (Ef. 1:6; 1 P. 2:5). Esta aceptación no se merece; se debe enteramente a la gracia de Dios. Tanto en el AT como en el NT se basa en la fe (Heb. 11). No obstante, el hombre regenerado es instado a vivir éticamente por exhortarle a vivir una vida «agradable» a Dios. De este modo el presentar su cuerpo en sacrifico vivo (Ro. 12:1), el tener cuidado de no poner tropiezos en la vida de sus hermanos (Ro. 14:18), el cuidar de una madre viuda (1 Ti. 5:4), y el soportar con perseverancia un sufrimiento inmerecido (1 P. 2:20) son todos ejemplos de una conducta agradable y aceptable a Dios. Semejante vida ética «agradable» a Dios es exhibida en una forma perfecta en la vida de nuestro Señor, de quien el Padre dijo, «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt. 3:17).

Walter W. Wessel

RV60 Reina-Valera, Revisión 1960

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (8). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Las palabras “aceptar”, “acepto”, “aceptable”, traducen una variedad de palabras gr. y heb. relacionadas entre sí por su significado. Dios es normalmente el sujeto; y el objeto lo pueden constituir los sacrificios del adorador (Sal. 119.108), sus oraciones (Gn. 19.21), todo el tenor de su vida, y particularmente su persona. A diferencia de la perspectiva pagana, la doctrina bíblica sostiene que las oraciones y los sacrificios son aceptables a Dios porque lo es la persona. Así “miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya” (Gn. 4.4–5). La aceptación de la ofrenda de Abel era indicación de que ya había sido aceptada su persona. Mediante sus ofrendas “recibió testimonio de su rectitud, pues Dios mismo aceptó sus dones” (He. 11.4, °nbe), y a Caín se le advirtió de que su ofrenda sería aceptada si evidenciaba que su vida era aceptable (Gn. 4.7).

Los profetas del AT arremetían contra la noción, muy cara al hombre natural, de que Dios podía ser persuadido a aceptar la persona del hombre mediante la aceptación de un ritual cúltico ofrecido correctamente. Afirmaban constantemente que el orden divino exigía lo opuesto. Las ofrendas resultaban aceptables únicamente cuando lo eran las personas (Os. 8.13; Mal. 1.10, 13). En toda la Biblia se subraya la enseñanza de que Dios no acepta la persona del hombre en razón de su posición social o su importancia. Dios no hace acepción de personas (Gá. 2.6). Se trata de una virtud que todos tienen que imitar. Sin embargo, fue sólo cuando ocurrió el incidente de Cornelio que la iglesia primitiva comprendió el hecho de que Dios no exige la nacionalidad judía, ni la circuncisión, como requisito previo para ser aceptado por Él (Hch. 10.35).

El modo de obrar que Dios requiere para la aceptación no debe ser, en ningún aspecto, inferior a su propia perfección. Sólo aquellos que con paciencia perseveran en el bien hacer pueden exigir la recompensa de la vida eterna en mérito a sus obras (Ro. 2.6–7). Nadie logra esto. Nadie alcanza el nivel de la gloria de Dios, a causa del pecado (Ro. 3.9–23). Sólo nuestro Señor es acepto. Sólo Él ha merecido el veredicto de Dios: “En ti tengo complacencia”.

Ezequiel predijo que sería obra de Dios mismo hacer que los pecadores le resultasen aceptables (Ez. 20.40–41; 36.23–29). Mediante la incorporación a Cristo, y el don de la justicia (Ro. 5.17), los creyentes son aceptos ante Dios. Esto es obra de Dios, quien por su gracia “nos hizo aceptos en el Amado” (Ef. 1.6).

D.H.T.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Aceptación, en ley canónica, acto por el cual se recibe algo con aprobación o satisfacción. La colación de un beneficio no es completa hasta que haya sido aceptado por quien se le ha conferido. La aceptación es el vínculo entre el beneficio y el beneficiado. Es por lo tanto necesario aceptar el beneficio para que exista jus in re, hasta la aceptación hay, a lo máximo, jus ad rem. (Ver DERECHO). La aceptación es necesaria para la validación de una elección. Si la persona escogida está ausente, puede ser dado un tiempo definido para la aceptación, y puede ser permitido un tiempo más prolongado para obtener la confirmación de la elección para un oficio.

La aceptación hace parte de la esencia de un don, el cual, en la ley, significa una transferencia gratuita de propiedad. La entrega de la propiedad personal con palabras de donación es suficiente; si la entrega no se hace, se debe realizar y entregar un acta o escritura sellada. Para la transferencia de una propiedad real generalmente es necesario un acta. En todo caso la aceptación es necesaria para hacer de la transferencia, obligatoria en la ley. La aceptación de una ley no es necesaria para imponer la obligación de sumisión. Aún en una democracia, donde la gente organizada puede, o debe, tomar parte en la preparación y elaboración de las leyes, no se puede rechazar el aceptar y obedecer las leyes cuando son hechas y promulgadas. De otra forma la autoridad legislativa sería una burla, y todo poder gubernamental desaparecería.

No estamos ahora discutiendo si una ley injusta es obligatoria, ni tampoco qué tanto las tradiciones o desusos pueden disminuir la fuerza obligatoria de una ley, ambos pueden implicar el consentimiento del poder legislativo. La aceptación del fiel no es requerida por la fuerza obligatoria de las leyes eclesiásticas. Los apóstoles recibieron de Cristo el poder de atar y desatar, y la jerarquía (i.e. el Papa, los Obispos, y otros prelados) han heredado este poder, como siempre se ha reconocido en la Iglesia. En la iglesia Católica el poder legislativo, establecido por Cristo, tendrá siempre la autoridad de hacer leyes previas a, e independientemente, la aceptación de los fieles. Si los obispos u otros prelados promulgaran una ley contraria a los cánones, existe el remedio o la apelación a la más alta autoridad de la Iglesia para su anulación.

Wyclif atacó esta autoridad cuando proclamó, en la 15 tesis condenada por el Concilio de Constanza y Martín V, que “nadie era un príncipe temporal, o prelado, u obispo, quien estaba en pecado mortal” Huss (ibid., Prop. 30) declaró que “la obediencia eclesiástica fue una invención de los sacerdotes de la Iglesia, y fuera de la autoridad de las Escrituras”. Lutero, en la proposición condenada (1521) por la Universidad de París, enseñó que ningún papa u obispo ni nadie entre los hombres, tiene el derecho de imponer sobre un Cristiano ni una media palabra sin su aceptación; cualquier otra cosa hecha de otro modo está en el espíritu de la tiranía. Los Jansenistas favorecieron la teoría de que la autoridad de los obispos y el Papa era representación de la voluntad de todo el cuerpo de la Iglesia, de ahí que Clemente XI, en 1713, condenó la 90 proposición de Quesnel: “La Iglesia tiene el poder de excomulgar, para ser usado por el pastor jefe, con el consentimiento (por lo menos supuesto) de todo el cuerpo. Contra una ley natural o divina, ninguna costumbre o desuso puede aprovecharse de la concesión de obligación. De una mera ley eclesiástica, una costumbre o un desuso puede quitar la obligación, donde quiera que pueda propiamente implicar el consentimiento del poder legislativo de la Iglesia ( Ver LEY, COSTUMBRE)

D’AVINO, Enc. dell’ Ecclesiastico (Turin, 1878); ANDRE-WAGNER, Dict. de droit can. (3d ed., Paris, 1901); DIDIOT in Dict. de theol. cath. (Paris, 1903), s.v.

R.L. BURTSELL

Traducido por Adolfo León Ruiz Hernández

Fuente: Enciclopedia Católica