ABRAM

Abram (heb. ‘Abrâm, «el Padre [Dios] es excelso» o «Padre exaltado»). Nombre primitivo (Gen 12:1) del patriarca Abrahán* (17:5).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

el Padre es excelso, luego Abraham, padre de muchos pueblos Gn 17, 1-8, padre del pueblo escogido, de los ismaelitas y otras tribus árabes. Del linaje de Sem, nació en Ur de Caldea, era hijo de Téraj, natural éste de Jarán, tuvo dos hermanos, Najor y Harán, y se casó con Saray. En Gn 14, 13 se le llama †œel hebreo†, lo que significa, de acuerdo con la genealogí­a de las Sagradas Escrituras, descendiente de Eber. Se cree que formó parte de inmigrantes que llegaron, entre el 2000 y 1700 a.C., a Siria y Canaán, procedentes del desierto siroarábigo y de Mesopotamia, por cuestiones polí­ticas o de otro tipo. Las Sagradas Escrituras, sin embargo, dicen que la emigración de A. se debió a motivos religiosos, a un llamado expreso de Dios Gn 12, 1-3; Jos 24, 2-3; Ne 9, 7; Jdt 5, 9; Hch 7, 2-4. De unos setenta años, A. emigra de Ur con Saray, su esposa, su padre, su hermano Najor y su sobrino Lot, y se asienta en Jarán, donde años después muere su padre; sepultado éste, el Señor le ordena trasladarse a Canaán y reside en Sikem (encinar de Moré), Betel, Hebrón (encinar de Manré) y Beer-Seba (tamarisco) Gn 21, 33. Allí­ el Señor le promete esa tierra para su descendencia. Hubo hambre en esta tierra, y A. parte para Egipto en donde hace pasar a Saray por hermana suya Gn 12, 11 ss, de donde el faraón los expulsa. A. regresa a Canaán enriquecido, y da a su sobrino Lot toda la vega del Jordán, con lo que se separaron. Luego el Señor le renueva la promesa de la tierra y la descendencia que le dará Gn 13, 14- 17, y se establece en Manré Gn 13, 18. El rey de Elam y sus aliados saquearon Sodoma y Gomorra e hicieron prisionero a Lot, por lo que A. les salió al encuentro y los venció rescatando a su sobrino y todo el botí­n; de regreso se encontró con el sacerdote Melquisedec, quien lo bendijo Gn 14, 1-24.

Después de todo esto Yahvéh le anuncia un hijo nacido de sus entrañas y una descendencia numerosa como las estrellas, la cual serí­a oprimida en Egipto por espacio de cuatrocientos años. Pero, Saray, quien era estéril, le entregó por mujer a su esclava Agar y ésta parió a A. un hijo, Ismael, padre de los ismaelitas y de los agarenos Gn 16, 1-16.

Tení­a A. noventa y nueve años de edad y se le apareció otra vez el Señor para ratificar la promesa y establecer el pacto entre él y A. y la circuncisión como señal. Le cambió el nombre por el de †œAbraham† y a su esposa la llamó †œSara†, en vez de Sary, Gn 17, 1-27. En el encinar de Manré se le aparecen los tres ángeles del Señor, antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra y A. intercede ante el Señor por sus habitantes.

Después de la destrucción de las ciudades A. se instala en Guerar con Sara, en donde hace pasar a ésta, otra vez, como hermana suya ante el rey Abimélec Gn 20, 1-18; Allí­ nació Isaac, siendo A. de cien años de edad Rm 4, 19-22; al poco tiempo, por pedido de Sara, A. echó a Agar e Ismael de su casa. Habiendo hecho el Señor que A. renunciara a su pasado cuando lo llamó, ahora le pide que renuncie a su futuro pidiéndole que le ofrezca en holocausto a su hijo Isaac. A. obedece y, cuando se dispone a clavar el cuchillo, el ángel del Señor lo detiene Gn 22, 1-19.

Sara vivió ciento veintisiete años y murió en Hebrón; A. compró la cueva de Makpelá, al este de Manré, y allí­ sepultaron a Sara Gn 23, 1-20.

Luego A. mandó a su mayordomo a Mesopotamia para conseguirle mujer a su hijo Isaac, y éste le trajo a Rebeca Gn 24, 1-67. A., por su parte, tomó otra mujer, Queturá, que le parió seis hijos: Zimram, Yoqsam, Medán, Madián, Yisbag y Súaj Gn 25, 1-4. A. murió de ciento setenta y cinco años, e Isaac e Ismael lo enterraron en la cueva de Makpelá junto a su mujer Sara Gn 25, 7-11. A. desde muy antiguo es considerado el gran patriarca y profeta Gn 20, 7, depositario de la bendición de Dios y de las promesas a todos los pueblos Gn 12, 3, como tal lo tienen las tres grandes religiones monoteí­stas: el islamismo, el judaí­smo y el cristianismo. Su importancia fue siempre en aumento, hasta el punto que †œque no hay nadie que le pueda igualar en gloria†, como se lee en su elogio en Si 44, 19-23. La promesa hecha por el Señor a A, se concentra en un descendiente único, Jesucristo, hijo de A. Mt 1, 1, sin embargo mayor que A. Jn 8, 53, lo que le da a la misma carácter universal, de suerte que la posteridad de A. no es la de la carne sino la del espí­ritu; Cristo combate toda presunción a este respecto Mt 3, 9: cuantos creen en Jesús, circuncisos o incircuncisos, judí­os o gentiles, están llamados a participar de las bendiciones y promesas que el Señor hizo a A. Ga 3, 14; Rm 4, 11 ss; Ga 3, 28 ss. Por lo anterior la patria definitiva de los creyentes es el †œseno de A.† Lc 16, 22.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital