VOLUNTAD

v. Deseo, Querer, Voluntad de Dios
Lev 1:3 su v lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo
Est 1:8 que se hiciese según la v de cada uno
Psa 40:8 hacer tu v, Dios mío, me ha agradado
Psa 143:10 enséñame a hacer tu v, porque tú eres
Pro 14:9 pecado; mas entre los rectos hay buena v
Isa 48:14 aquel a quien Jehová amó ejecutará su v
Isa 53:10 la v de Jehová será en su .. prosperada
Isa 58:13 si retrajeres .. de hacer tu v en mi día
Jer 15:1 de mí, no estaría mi v con este pueblo
Mat 6:10; Luk 11:2 hágase tu v, como en el cielo
Mat 18:14 no es la v de vuestro Padre que está en
Mat 21:31 ¿cuál de los dos hizo la v de su padre?
Mat 26:42 copa sin que yo la beba, hágase tu v
Luk 2:14 paz, buena v para con los hombres!
Luk 12:47 que conociendo la v de su señor, no se
Luk 22:42 copa; pero no se haga mi v, sino la tuya
Joh 1:13 ni de v de carne, ni de v de varón, sino
Joh 4:34 mi comida es que haga la v del que me
Joh 5:30 no busco mi v, sino la v del que me
Joh 6:38 no para hacer mi v, sino la v del que me
Joh 6:39 esta es la v del Padre, el que me envió
Act 21:14 diciendo: Hágase la v del Señor
Act 22:14 te ha escogido para que conozcas su v
Rom 2:18 y conoces su v, e instruido por la ley
Rom 8:20 sujetada a vanidad, no por su propia v
1Co 7:37 sino que es dueño de su propia v, y ha
1Co 16:12 de ninguna manera tuvo v de ir por ahora
2Co 8:12 si primero hay la v dispuesta, será acepta
2Co 9:2 pues conozco vuestra buena v, de la cual
Eph 1:9 a conocer el misterio de su v, según su
Eph 1:11 hace todas .. según el designio de su v
Eph 2:3 vivimos .. haciendo la v de la carne y de
Eph 5:17 entendidos de cuál sea la v del Señor
Eph 6:7 sirviendo de buena v, como al Señor y no
Heb 10:7 aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu v
Heb 13:21 os haga aptos .. para que hagáis su v
Jam 1:18 él, de su v, nos hizo nacer por la palabra
2Pe 1:21 porque nunca la profecía fue traída por v
1Jo 5:14 si pedimos .. cosa conforme a su v
Rev 4:11 y por tu v existen y fueron creadas


ver, ELECCIí“N

vet, La voluntad del hombre enfrentada a la de Dios es la esencia del pecado y la base de la caí­da de Adán. El Segundo Adán, el Señor Jesucristo, dijo de Sí­ mismo: «no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (Jn. 5:30; He. 10:7, 9). Asimismo, el cristiano es llamado a hacer, no la voluntad de su carne y de los pensamientos (cfr. Ef. 2:3), sino a hacer de corazón la de Dios (Ef. 6:6), buscando diligentemente conocerla (Ef. 5:17), comprobando Su voluntad, agradable y perfecta (Ro. 12:2). Frente a la caí­da por el ejercicio de la voluntad autónoma del hombre, Dios ejerce Su acción redentora conforme al misterio de Su voluntad (Ef. 1:9), que se manifiesta en Su elección de Sus santos (Ef. 1:11) (véase ELECCIí“N) para alabanza de Su gloria, y para vivir en conformidad a Su voluntad, no conforme a las concupiscencias de la carne (1 P. 4:2). «El mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn. 17).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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La voluntad es la facultad humana por la que realizamos actos de opciones y mantenemos las decisiones de forma adecuada después de hacer elegido.

Para entender las naturaleza de la voluntad hay que situarla en el contexto de las personalidad entera, donde la inteligencia conoce, la voluntad elige y la afectividad añade el agrado o desagrado a lo que conoce y decide. 1. Teorí­as sobre la voluntad La voluntad se ha presentado siempre como facultad especí­fica del ser humano. Ella permite al hombre adherirse a un objeto (cosa, persona, acción) y mueve todo su ser en dirección a su consecución. En cuanto facultad, compromete la totalidad de la persona y pone en movimiento desde los afectos más elementales hasta las operaciones mentales más elevadas.

– Si se pone en movimiento por dimensiones afectivas y aficiones sensoriales y motrices, nos encontramos en un nivel puramente animal o sensible, al cual llamamos tendencia. La tendencia, o tensión, es espontánea, inconsciente y automática. Y responde a la necesidad de satisfacer necesidades básicas propias del individuo, como en el caso de la comida, del bienestar, de la continuidad de la especie.

Todos los seres sensibles quieren lo que les beneficia y rechazan lo que les perjudica. Se adhieren a lo que les agrada y huyen de los que produce desagrado. Un mecanismo sensorial, arraigado en la totalidad del organismo, les mueve a ajustarse a las condiciones vitales más propicias para su desarrollo.
– Pero en el hombre funcionan otros dinamismos superiores. Le llevan a querer, no sólo en lo que es propio de la conservación de la vida individual o de la especie, sino en terrenos que superan con mucho esos aspectos radicales o vitales. En el hombre la voluntad se presenta como una fuerza que le hace querer aquello que le presenta la inteligencia como conveniente. E incluso le hace posible llegar a querer aquello que no le resulta conveniente.

Las teorí­as volitivas han oscilado entre quienes han reconocido su autonomí­a y quienes la han hecho valorado como acción humana consecuente con las otras funciones humanas, tanto superiores como inferiores. Por eso en la Historia ha tenido más prensa la inteligencia que la voluntad.

1.1. Teorí­as relativistas
Hay teorí­as que identifican la voluntad con las otras facultades, negando que posea una dignidad o una identidad propia y especifica. Han sido frecuentes las interpretaciones de quien la convierte en meras manifestaciones de las tendencias orgánicas o motrices.

– W. Wundt (1832-1920) la identificaba con los sentimientos de agrado o desagrado que el ser vivo experimenta ante los objetos.

– T. Ribot (1839-1932), H. Ebbinghauss (1859-1909) y H. Spencer (1827-1903) la reducí­an a efecto de imágenes motrices adquiridas por la experiencia.

– No han faltado también, como W. James (1842-1910), quien la ha negado la naturaleza original y diferencial, haciendo de ella una simple manifestación de la inteligencia.

1.2. La teorí­a autónoma.

La mejor interpretación de la voluntad fue la sostenida, entre otros, por Juan Lindworski (+1929) en su libro «Psicologí­a de la voluntad». Entiende la voluntad, al igual que la inteligencia, como una facultad superior autónoma del ser racional. Ella le permite elegir o rechazar un objeto, al margen de sus ventajas, de sus inconvenientes, de sus reclamos sensoriales, de su atractivo intelectual.

El ser humano tiene voluntad, por encima de la sensorialidad e incluso de la afectividad, siendo capaz de hacer lo que no le agrada o resistir aquello que le atrae sensorialmente. Esta facultad va siempre aneja a la inteligencia, pero no puede ser confundida con ella. Y se basa, en sus afirmaciones, en experiencia, en la propia y en la ajena, ya que algo nos dice que los hombres somos capaces de optar de manera impredecible y original.

Entendida la voluntad de esta forma, los procesos del querer cobran dimensiones muy diferentes a los movimientos del animal. El querer animal supone una respuesta automática a un estí­mulo exterior o interior.

El animal que ve la comida (estí­mulo externo) o que siente hambre (estí­mulo interno), siempre reacciona de manera irresistible, poniendo en funcionamiento su motricidad para conseguir la satisfacción de su deseo. Sin embargo, el hombre puede superar esos mecanismos y «desear» la comida, pero «decidir» no tomarla. Sólo el hombre es capaz de superar sus impulsos con su voluntad superior. Ese querer supone en el hombre un proceso que va desde el conocer hasta el decidir.

2. Actos de la voluntad

La voluntad, como facultad superior, actúa de forma compleja. Elabora sus decisiones y mantiene sus opciones por encima de los estí­mulos. Este proceso sigue los tres pasos siguientes:

2.1. Captación del objeto

Se entiende que en cierto momento se sufre una demanda o estimulación por algo susceptible de ser querido o rechazado. Esta captación procede de la inteligencia, pero no es sólo una acción lógica, mental, intelectual. En cierto sentido la menta presenta el objeto como apetecible o realizable. Si no se conocen los objetos, no se ponen en movimiento la voluntad. Por lo tanto la captación del objeto como «alcanzable» es una invitación a poner en juego el querer o no querer. Estrictamente es acto de la inteligencia, pero incoactivamente es acto de la voluntad.

Los objetos pueden ser sensoriales o motrices; y entonces se denominan «móviles». Llegan a la voluntad a través de los sentidos. Y se comportan de forma similar a como lo hacen en los animales, aunque en el hombre actúan suscitando la comprensión. El hombre piensa, por ejemplo, que tiene hambre; el animal sólo siente que lo tiene.

Los móviles pueden ser positivos (premios) y pueden ser negativos (castigos) Los primeros desencadenan el querer sin más. Los segundos promueven el no querer o «querer negativo»

También pueden los objetos ser superiores, abstractos, morales o intelectuales. Entonces se les denomina «motivos», y llegan más a la profundidad de la conciencia humana, pues ponen en juego la inteligencia. Motivos son el honor, deber, el cumplir, la conciencia, la dignidad, la amistad, el poder, la sabidurí­a.

Según el modo de presentarse los objetos (móviles o motivos) la voluntad será más consciente o más inconsciente, más clara o más oscura, más diáfana o más confusa.

2.2. Deliberación
Cuando no hay más que un motor (motivo o móvil) la voluntad opta entre el hacer o no hacer. Pero ordinariamente los motores se presentan múltiples y con frecuencia contradictorios. Entra en juego el segundo acto de la voluntad: deliberar. Es la confrontación de las fuerzas que llevan a aceptar o rechazar el objeto. La deliberación va emparejada, y también identificada, con la reflexión. La inteligencia razona, mientras que la voluntad delibera.

Se comparan fuerzas, razones y sentimientos. Se busca una clarificación de fuerzas; y la persona entera pondera a la vez razones, motivos, conveniencias, sentimientos, impulsos y consecuencias.

Por el modo de ejecutar ese proceso deliberativo la voluntad es más rápida (impulsiva) o más lenta tarda (morosa). El tiempo, aunque sea pequeño, siempre entra en juego. Apenas si se pueden tomas decisiones instantáneas.

Según la claridad lograda en la deliberación el acto de la volición es más ligero o más ponderado; y según la comodidad o el esfuerzo, es más fácil o más difí­cil.

Según la complejidad y la profundidad de los móviles y de los motivos, es más natural y espontánea o más complicado forzoso. Y según los sentimientos que acompañan se realiza más tranquilo o más compulsivo.

En todo caso será más intencional y responsable, si se hace con mayor responsabilidad y consistencia. O será más confuso y ligero si el fiel de la balanza deliberadora no se ha inclinado claramente hacia una dirección.

2.3. La opción o decisión
Es el acto final por el que la voluntad se inclina por una u otra de las diversas posibilidades de adhesión que se presentan. Si la resolución es positiva y la voluntad termina «queriendo», se denomina volición (volere, en latí­n «querer sí­). Si concluye «no queriendo», o rehusando adherirse al objeto presentado, entonces se llama «nolición» (nolere, en latí­n «querer no»), rechazar, repudiar.

Si la volición positiva es un simple acto fugaz, lo llamamos acogida o aceptación. Si se trata de un estado, o adhesión permanente y profunda, lo llamamos amor. Si no se logra, pero la voluntad se inclina hacia ello, se llama «deseo».

Si la volición es negativa, es decir nolitiva, se produce el rechazo, el repudio, si es pasajero, o el estado de odio, si es más profundo y permanente. También se dice aversión, si el rechazo es más afectivo y estable.

Por el modo de optar, la voluntad puede actuar en diversas formas por la intensidad con la que actúa.

– Es voluntad débil o frágil la que se conserva poco tiempo en lo elegido. Es firme y estable la que se mantiene mucho tiempo en ello.

– Es voluntad segura y decidida la que compromete a fondo a la persona. Es insegura, débil y vacilante la que no termina de afianzarse del todo.

– Es voluntad actual y concreta la que hace un simple acto de decisión. Y es consensual o habitual, la que engendra un modo estable de comportamiento.

Detrás del acto de voluntad, vinculado a él, está siempre la realización de lo decidido. Ordinariamente es en la ejecución donde se muestra la opción tomada o la elección realizada. En ella se adoptan los procesos o las acciones concretas que ponen en el terreno de los hechos lo que la voluntad realiza en el de las intenciones.

3. La motivación
Por lo dicho, hemos de ver en la motivación la verdadera energí­a de la voluntad humana. Es la palanca que pone en juego la opción. Por eso podemos decir que no hay acto de voluntad, si no existen motivos.

– Los motivos son fuerzas interiores y profundas, que condicionan el proceso de la deliberación y, en consecuencia, inclinan la balanza de la decisión. Son fuerzas motrices autónomas que generan movimiento interior.

No hay que confundirlos con los móviles, que son fuerzas motrices no autónomas, sensoriales, dependientes de los atractivos afectivos.

Los motivos, en cuanto se vinculan de alguna forma con la inteligencia, pueden ser identificados parcialmente con los valores. No son lo mismo, pero es difí­cil establecer la frontera entre ambos. Y en cuanto se relacionan con la afectividad, se acercan a los intereses. Tampoco se identifican con ellos, pero hay una estrecha interdependencia que hace imposible diferenciar del todo ambos conceptos.

Los motivos son muchos en número, en peso especí­fico y en su influencia en el comportamiento.

+ Por la extensión de su influencia pueden ser colectivos o participativos, afectar a un grupo de personas; y pueden ser también í­ntimos, singulares y personales. Los primeros suelen ser más exteriores y detectables. Los segundos son más inexplicables e intransferibles.

+ Por su misma naturaleza, hay motivos trascendentes y espirituales y los hay morales o éticos, culturales, estéticos, sociales. Pero también puede haber otros muy materiales y concretos. El honor es motivo espiritual. El placer, la salud, el vestido, el dinero son más materiales.

+ Por la validez y capacidad hay motivos suficientes e irresistible y otros son menos eficaces; los hay objetivos o subjetivos, permanentes o pasajeros.

La voluntad de cada persona se halla en estrecha dependencia de los motivos que se ponen en juego. Sin motivos, la voluntad queda paralizada. En cuanto fuerzas interiores, reflejan ciertos rasgos psicológicos que es preciso conocer para lograr su control o regulación.

– Los motivos se configuran con el tiempo y con las «razones» ponderadas que los dan consistencia o los «intereses» personales que los dan eficacia. Cuando se ha llegado a la madurez suficiente y se puede ya pensar por propia cuenta, se purifican los motivos y también se gradúan más o menos consistentemente.

– Los motivos se superponen con frecuencia y resulta difí­cil detectar, clarificar y graduar su influencia en las decisiones que se adoptan bajo su influencia. La voluntad no actúa siempre de manera clara y definida. Depende del peso de los motivos en que apoya sus elecciones. Y no siempre es discernible la influencia de cada uno de ellos.

– Nunca se llega a descifrar del todo lo que hay en la motivación que rige en el comportamiento humano, es decir en las fuerzas que gobiernan la voluntad. En esta indefinición está la clave del misterio humano y la difí­cil previsión de su comportamiento último. 4. Cualidades de la voluntad
Cada persona posee su voluntad diferente y original, del mismo modo que tiene su inteligencia desigual y personal. Entre las cualidades que diversifican la voluntad podemos señalar algunas.

– La claridad o conciencia en las decisiones puede ser distinta en cada sujeto. Mientras unos llegan a ver con claridad lo que quieren otros se mantienen confusos y sufren la oscuridad en lo que pretenden, con frecuencia de forma desasosegada y conflictiva.

– Por la intensidad el acto de voluntad puede oscilar según los individuos o, incluso, en distintos momentos del mismo sujeto. Llamamos voluntad enérgica o fuerte a la que se aferra a la decisión después de haberla tomado. Y es frágil la voluntad que se adhiere con debilidad al objeto elegido y fácilmente lo sustituye por otro.

– Por la permanencia de las opciones también es diferente. Llamamos voluble al que cambia continuamente de opciones por razones fútiles y consideramos enérgico al que mantiene sus opciones incluso cuando se ha equivocado al tomarlas.

– Hay personas que tienen una voluntad autónoma, personal, independiente. Otras siempre buscan apoyos ajenos ante sus vacilantes disposiciones y se muestran inseguros si no están sus decisiones avaladas por otros.

– Incluso es frecuente encontrar personas que sufren cuando tienen que tomar decisiones; otras asumen sus decisiones con serenidad y hasta regocijo y hasta gozan en ayudar a otros a tomar opciones.

Lo normal en las personas mayores es actuar con autonomí­a, serenidad, claridad, fortaleza y responsabilidad cuando deben decidir los caminos que debe aceptar en la vida. Y lo normal en las personas inmaduras, como es el caso de los niños, la fragilidad e inconstancia, el predominio de los móviles sobre los motivos, la inseguridad y el pronto olvido de los decidido y la dependencia psicológica de los adultos.

La inversión de estos panoramas es sí­ntoma de desajuste. Tan anormal es un niño con voluntad de hierro como un adulto con voluntad de paja.

5. Desajustes volitivos Como todas las facultades humanas, la voluntad es susceptible de experimentar trastornos o desequilibrios. Ordinariamente pueden ser de tres tipos:
– La abulia. Es la carencia de voluntad atoní­a en el querer. Se caracteriza por la incapacidad de opción auténtica, expresada con situaciones de debilidad moral y de languidez en la conducta.

Existe una abulia caracterial, o constitutiva, que se debe a rasgos de personalidad y a pobreza de apoyos unas veces fisiológicos (languidez) y otras veces psicológicos (apatí­a). Se manifiesta por inseguridad en el proceso volitivo, por debilidad en las opciones, inconstancia en los compromisos, imprecisión en las deliberaciones, confusión en las determinaciones.

Pero es más perturbadora la abulia patológica, que consiste en la incapacidad, con frecuencia angustiosa, de tomar decisiones. Las causas neurológicas y endocrinas suelen ser las más frecuentes y generales.

– La hiperbulia. Es la desproporcionada intensidad en las decisiones y la obstinación y fijación de la voluntad en los objetos elegidos.También esta perturbación puede ser de dos tipos: caracterial y psicopática.

La hiperbulia provoca rigidez y obstinación, con frecuencia crispación. Suele estar asociada a estados de aislamiento y desconfianza y suscita reacciones de agresividad y hasta de violencia y dureza en las reacciones.

– La disbulia. Es la distorsión o fluctuación volitiva, por oscuridad en la captación de objetos, por desproporción en las deliberaciones, por inestabilidad en las opciones. Los caprichos, por ejemplo, son formas de disbulia. Los cambios frecuentes de proceder denotan inseguridad. El temor obsesivo a equivocarse refleja carencia de voluntad sana.

La disbulia se manifiesta sobre todo en la desproporción en las decisiones: rigidez en cosas intrascendentes o ligeras en las importantes; improvisación en decisiones graves y parsimonia en temas comprometedores. La disbulia temperamental es sí­ntoma de desajuste de personalidad.

6. Educación de la voluntad
La voluntad debe ser educada como lo tiene que ser la inteligencia. Y se educa de manera espontánea y cotidiana, mediante la experiencia de la vida, cada vez que se ejercen actos de voluntad ponderados. Y se educa también con programas reflexivos, adaptados a las personas, consecuentes con la psicologí­a de la voluntad.

En general, la primera labor con respecto a la voluntad es promocionar las fuerzas que la hacen rica, sólida y eficaz. La segunda labor es prevenir los posibles desajustes. Porque, como las demás facultades, también la voluntad puede ser susceptible de trastornos y desajustes, pasajeros o permanentes.

Todo educador precisa ideas claras de como educar la voluntad de sus educandos y por lo tanto precisa conocer la psicologí­a de esta facultad superior del hombre. En lo posible tiene que apoyarse en programas inteligentes y ponderados.

Estos programas deben regirse por algunos criterios fundamentales, entre los que se pueden resaltar los siguientes:
– En la medida en que la persona va madurando, se hace mayor, los motivos impuestos por autoridad deben ser reemplazados por los propios basados en la reflexión. No es buen procedimiento decidir por otro lo que él tiene que decidir por sí­ mismo. Incluso hay que dejar que el dolor del fracaso ayude tomar conciencia de las propias acciones. La experiencia de la vida resulta insustituible para la educación volitiva.

– Los hábitos son apoyos insustituibles para la educación de la voluntad. Y los hábitos buenos, las virtudes, son los ejes de toda educación sana de la voluntad.

Exigir orden en las acciones, fidelidad en los compromisos, mantenimiento de las decisiones, fortaleza en las dificultades y otras cualidades similares, es educar la voluntad.

– Hay que enseñar, con la palabra y con el ejemplo personal, a cargar con las consecuencias de las propias decisiones. Es una manera de enseñar a pensar, que eso es deliberar, de ayudar a elegir, que supone renuncia a lo no elegido, y de animar, y en ocasiones obligar, a conservar las decisiones tomadas, que es lo contrario a la ligereza del cambio constante e irreflexivo.

– La voluntad se educa ayudando a descubrir la libertad y a obrar conscientemente bajo sus exigencias. Esto sólo se consigue de manera graduada. Sí­ no hay libertad no hay vida humana sino respuestas automáticas. La responsabilidad es precisamente el termómetro de la libertad y sus exigencias son los mejores modos de formar la capacidad de decidir. Educar la responsabilidad es condición de llegar a la plenitud humana.

7. Dimensión catequí­stica
Entre las consignas educativas referentes a la educación de la voluntad, no deben faltar, cuando se trata de una educación cristiana, los motivos de í­ndole superior: religioso, bí­blico, espiritual.

– Hacer alusiones a la voluntad de Dios como luz que ilumina la puesta en juego de la propia voluntad no es una actitud pietista o utópica, ajena al lenguaje y al sentimiento que un creyente debe tener, sino un criterio asumible en una sana pedagogí­a.

– Debemos iluminar las deliberaciones y las elecciones, la voluntad, también con motivaciones superiores. Decidimos no robar, no sólo por sentido común, sino porque Dios no quiere que robemos. Y decidimos ayudar al prójimo porque Dios quiere que le ayudemos.

Los ejemplos y apoyos evangélicos, las referencias y modelos de los santos y de las figuras de la Iglesia, la alusión a los mandamientos o a las consignas morales y religiosas, son también elementos que deben ser tenidos en cuenta en la educación de la voluntad.

– El apoyar las decisiones importantes en la propia conciencia iluminada por la fe es también demanda de la moral cristiana. Por eso podemos, con prudente frecuencia, ayudar a la voluntad de la persona creyente, y a sus formación, con referencias religiosas: el deber de respetar las personas, la existencia de una ley divina que debe iluminar los propios actos, la certeza de la presencia de Dios en nuestra vida, la esperanza en la otra vida en donde los actos serán juzgados y sancionados.

– Es interesante, en lenguaje cristiano, repasar las referencias a la voluntad divina en los textos evangélicos, como pauta para el comportamiento de la voluntad humana. Desde la petición del padrenuestro de hacer la «voluntad divina en la tierra y en el cielo» (Mt. 6.10) hasta las 320 veces en que aparece la referencia a la voluntad («zelema») o al querer («boulema») de Dios, hay una abanico de pistas, ejemplos, referencias y criterios que dan juego interminable a quien educa al hombre en clave de Evangelio.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El ser humano tiene capacidad de pensar, de valorar las cosas y de decidirse. Esta última es la tensión que corresponde a la facultad que llamamos «voluntad». Propiamente consiste en tender hacia el bien, siguiendo la luz del entendimiento, para gozar de la posesión de este bien. Los deseos corresponden a la inclinación de la voluntad hacia un bien conocido o supuesto. La voluntad toma la decisión de realizar una acción o abstenerse de ella, dentro del marco de unos deseos realizables o no.

El entendimiento busca la verdad y el bien para comprenderlos. La voluntad se decide por aceptar la verdad y el bien en la propia vida, tomando unas decisiones concretas. En este sentido, la voluntad, como tensión hacia el bien, puede condicionar la búsqueda de la verdad. Entendimiento y voluntad se condicionan mutuamente, como la verdad y el bien. La verdadera «libertad» de la voluntad consiste en la verdad de la donación.

La voluntad puede expresarse también por una opción fundamental (VS 65-70), a modo de decisión global al asumir unos criterios, una escala de valores y unas actitudes respecto a las propias convicciones. Se llama «opción fundamental» a esta actitud ética global de una persona en sus decisiones libres y habituales, a modo de compromiso permanente respecto a un proyecto de vida. Esa opción puede ya manifestarse en algunos actos concretos de mayor trascendencia (como es en el caso del compromiso vocacional).

De suyo, la voluntad busca siempre el bien, pero puede equivocarse (culpablemente o no) en el discernimiento de este bien confundiéndolo con el mal. De ahí­ la importancia de la recta formación de la conciencia, en vistas a la moralidad de los actos humanos. La bondad que se percibe en el objeto, es una motivación para la actuación de la voluntad.

Este aspecto fundamental de la personalidad humana no puede confundirse con el «voluntarismo», que serí­a el adoptar unas decisiones sin la orientación consciente y libre hacia la verdad y el bien. Pero tampoco debe caerse en el defecto contrario de la indecisión o la abulia, al no asumir decisiones ni compromisos, especialmente cuando son para toda la vida fe, vocación, estado de vida, matrimonio…

La voluntad se actualiza por medio de elecciones conscientes, constantes y libres. La fuerza de voluntad dependerá de los criterios (claramente percibidos), de las motivaciones (que sirvan de estimulantes para el bien) y del hábito de asumir decisiones según las circunstancias de la vida. La gracia ayudará a dar el paso definitivo a la fe, al cumplimiento de los planes salví­ficos de Dios, a la fidelidad respecto a la propia vocación. Sin la gracia es imposible decidirse por la fe en Cristo y por sus exigencias evangélicas en el campo de la moral, de la perfección y de la evangelización.

Referencias Corazón, educación, conciencia, formación humana, gracia, ley, libertad, moral, obediencia, persona-personalidad, vocación cristiana.

Lectura de documentos CEC 1730-1742, 1786-1789; VS 65-70, 76-78.

Bibliografí­a A. GARMENDIA, Voluntad y querer (Bilbao, Desclée, 1964); F. COROMINAS, Cómo educar la voluntad (Madrid, Palabra, 1993); G. GARRONE, Moral cristiana y valores humanos (Barcelona, Herder, 1969).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Se entiende por voluntad (del latí­n velle, querer) la facultad de tender hacia el bien, conocido como tal por el ntendimiento, y de gozar de su posesión. Es una facultad distinta tanto del apetito sensitivo como del entendimiento. La voluntad ejerce su influencia en el campo de la sensación, manteniendo el órgano sensorial fijo en el objeto durante toda la duración de la percepción; esta influencia se ejerce también en la actividad intelectual, en la adquisición de todo conocimiento, ya que todo movimiento por parte del entendimiento está determinado por la voluntad. Existe una mutua relación dinámica entre la voluntad y el entendimiento: cuando la voluntad se complace en el conocimiento, éste se hace objeto de atención por parte del entendimiento y se robustece; al contrario, si la voluntad no se complace, el conocimiento deja ya de considerarse como interesante y se debilita. También en la vida moral tiene que haber una interacción entre la voluntad y el entendimiento: la praxis va precedida necesariamente de algún conocimiento, Sin embargo, cualquier deliberación o decisión del hombre depende de su voluntad. Tener una voluntad debe significar ser libre y la nota predominante de esta facultad consiste en ser una potencia autodeterminante. Por lo que se refiere al objeto de la voluntad, éste se constituye de valores que se conocen espiritualmente. Mientras que el apetito o el deseo sensitivo se restringe solamente y por completo al campo de aquellas cosas que ofrecen un placer sensual, la voluntad, como appetitus rationalis, posee un campo ilimitado de objetos. La voluntad, sin duda, sólo puede moverse a sí­ misma hacia lo que parece ser bueno de alguna manera; pero como todo ente es bueno en cierto sentido, el objeto de la voluntad es el reino ilimitado de todos los seres. La voluntad no puede odiar el bien en cuanto bien, y no puede tender al mal en cuanto mal.

Por tanto, carece de sentido apetecer el mal en sí­ mismo. Todo lo que apetece la voluntad, lo apetece siempre bajo el aspecto de algún bien provechoso para el sujeto que apetece. El mal, por consiguiente, no puede ser considerado como fin en sí­ mismo. Bajo el aspecto psicológico, la bondad atractiva del objeto actúa como motivo para el acto de la voluntad; asume el aspecto de causa final, que efectúa la voluntad a través del conocimiento espiritual. En este sentido, el querer está inmediatamente arraigado en el motivo conocido y está además mediatamente arraigado en todo lo que contribuye a la formulación de juicios axiológicos, en dependencia de las diversas disposiciones y †œniveles» del alma. En la realidad de las cosas, todos los aspectos de la vida mental y emotiva del hombre están implicados en la consideración de los valores : el estado mental, el temperamento, la salud corporal, el carácter, el tipo de personalidad, los complejos inconscientes, etc. Sin embargo, la última orientación de la voluntad, a pesar de la presencia de motivos contradictorios, sigue siendo el acto libre de la misma voluntad.

I Tonna

Bibl.: A, Schopf, Voluntad, en CFF III, 656679; A. Garmendí­a, Voluntad y querer DDB, Bilbao 1964; R. Mav, Amor y voluntad, Gedisa, Barcelona 1984; F Corominas, Cómo educar la voluntad, Palabra, Madrid 1993; E. Gilson, El espí­ritu de la filosofí­a medieval, Rialp, Madrid 1981.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

I. Observaciones terminológicas
Una definición universalmente reconocida de lo que debe entenderse exactamente por v. no existe. Las definiciones del concepto intentadas a lo largo de la historia discrepan desde varios puntos de vista. Si se ansliza el concepto en su uso actual aparecen, según el contexto, muchas variantes de significación. Los tipos principales que pueden distinguirse son:
1. V. como querer (escolásticamente: actus voluntatis qua «appetitus rationalis, intellectivus…»). Ejemplos para este tipo de uso del concepto son textos en los cuales se habla de v. como elección, aspiración, apetito gobernado por la razón, de un responsable determinarse a sí­ mismo, decidirse, etc.

2. V. como «facultad», «capacidad», disposición para los actos de querer en el sentido de 1. A causa de los problemas que se presentan en el uso del concepto entendido en este sentido (discutido) conviene en muchos casos hacer una precisión. Esta puede intentarse, entre otras cosas, por el hecho de que con ayuda de ejemplos concretos se aclare si y hasta qué punto las condiciones para el uso del concepto se cumplen también en casos de reducción de la facultad de querer, p. ej., en estado de sueño, de hipnosis, de embriaguez, en las primeras fases de desarrollo psicológico, en la abulia patológica.

3. V. como sujeto capaz de querer (-> persona, -> alma espiritual, yo, mismidad, ego trascendental), bien sea: a) bajo la forma de existencia del mero poder querer (sin realización actual de esta posibilidad; o bien, b) bajo la forma de existencia de la realización fáctica del querer. Ejemplos para este tipo de uso del concepto son frases como «voluntas vult… movet…» Lo que pueda querer no es la «facultad» o la «capacidad» de querer y tampoco el «acto» del querer, sino la -> persona capacitada para los actos volitivos.

4. V. como contenido del querer (lo querido); cf. frases como «cumplir la v. del legislador».

5. V. como disposición para realizar lo querido, p. ej., para traducir a la realidad las decisiones tomadas a pesar de obstáculos, cansancio, etc.

Debido a las divergencias y la indeterminación en el uso del concepto de v., con frecuencia es preferible matizar lo que con v. se pretende significar mediante el concepto (más cercano a la experiencia) de «querer». Tampoco este concepto es usado siempre en un sentido totalmente idéntico. Schopenhauer y Nietzsche, p. ej., lo concibieron en forma esencialmente más amplia que la psicologí­a actual. Sin embargo, aquí­ las diferencias afectan principalmente al lí­mite del contenido significado, mientras que con relación a su «núcleo» (querer en sentido estricto) se dibuja un consenso relativamente amplio, el cual se extiende tanto a través de la tradición filosófica como a través de la investigación empí­rica de la psicologí­a más reciente.

II. Psicologí­a y antropologí­a del querer
Cuando el hombre quiere algo, su manera de existir se presenta singularmente «activa» y determinada por su «yo» personal.

En oposición a otras maneras de realización de la existencia, en el querer el hombre se experimenta no como determinado por algo ajeno, sino como autodeterminado, no como ya fijado, sino como fijándose a sí­ mismo, no como dirigido por algo ajeno, sino como dirigiéndose a sí­ mismo, no como sufriendo una determinación, sino como generador de la misma. Esa determinación no está impuesta exclusivamente por factores cuya manera de actuar se sustrae al arbitrio del yo (como sucede, p. ej., en procesos causales de tipo puramente mecánico), sino que por lo menos en un componente se debe a aquel «factor» interno del hombre por el que éste es capaz de disponer responsablemente de sí­ mismo. Por los actos de querer el hombre tiene la posibilidad de añadir a las estructuras de acción previamente dadas (p. ej., organismo psicofí­sico, mundo circundante) un «plus de determinación» (N. Hartmann), y con ello de influir y configurar la existencia y el mundo tal como 61 quiere personalmente y tal como corresponde a los fines establecidos por él mismo.

El «carácter de actividad» y la peculiar «radicación en el yo» que marcan psicológicamente el querer se reflejan abundantemente en el lenguaje cotidiano. Frente a «me incita, me atrae, me seduce», decimos: «yo quiero»; frente a «me invade un afecto», decimos: «yo tomo una decisión», etc.

El hecho de que el querer es realizado por un sujeto de naturaleza personal (y, por cierto, no sólo por un elemento integrado en la totalidad de la persona, el cual por sí­ mismo no es capaz de actos personales, sino únicamente por el principio personal en el hombre mismo; -> espí­ritu), es de fundamental importancia para la discusión y decisión de controversia acerca de la problemática de la v. significa, entre otras cosas que no puede suponerse a priori que desde cualquier punto de vista valen para ese sujeto las mismas leyes que para meros objetos materiales, y por eso exige precaución cuando, en virtud de resultados de las ciencias naturales, los cuales se basan en la observación de objetos no personales, se establecen tesis que afectan a la esencia y a las posibilidades de la existencia humana.

En la cuestión de la relación entre v. y -> conocimiento ha de tenerse en cuenta, además de la totalidad de la existencia (unidad de la persona), del momento que en el conocimiento se sustrae a la arbitrariedad subjetiva («objetividad» de la realidad cognoscible: -> verdad) y de la función fundamental del conocer para el querer (nihil volitum nisi cognitum), también la pluralidad de posibilidades de un influjo voluntario en el conocer. No sólo la creación de presupuestos para el logro de conocimientos está condeterminada por factores en los que puede influirse voluntariamente (por la manera de preguntar, la dirección de la búsqueda, la apertura interior, la sinceridad intelectual, etc.), sino que también lo están la interpretación, el enjuiciamiento y la valoración de los contenidos del conocimiento. En este contexto son especialmente esclarecedoras las aportaciones del psicoanálisis al concepto de «represión».

En orden al esclarecimiento de la importancia de la v. para el pensamiento especí­ficamente cientí­fico, en los últimos tiempos se han abierto interesantes perspectivas por el análisis del problema de base de las ciencias experimentales y de la metafí­sica, especialmente por las aportaciones de R. Carnap, K. Popper y W. Stegmüller (cf., p. ej., W. STEGMÜLLER, Metaphysik, Wissenschaft, Skepsis [B – Hei 21969]). La problemática radical que aquí­ aparece y el condicionamiento de las pretensiones del saber humano, la dificultad de encontrar fundamentos «absolutamente» seguros y la función fundamental de los presupuestos y decisiones personales (p. ej., en la toma de posición frente a cuestiones fundamentales relativas a la crí­tica del conocimiento, en el reconocimiento o no reconocimiento de principios de pensamiento, de axiomas, de evidencias, de principios básicos empí­ricos), no sólo permiten conclusiones que llevan a consecuencias absurdas (-> escepticismo), sino también otras que ponen de manifiesto el momento de la -» libertad y con ello el de la -> responsabilidad. Cuando se presentan cuestiones cuya solución escapa al campo de lo estrictamente demostrable, en ciertas circunstancias, a pesar de la polémica positivista, es posible y «tiene sentido» dar una respuesta (porque, p. ej., es suficientemente probable, fructí­fera, fidedigna): una respuesta que contiene, ciertamente, componentes hipotéticos (cf. los aspectos justificados de la filosofí­a crí­tica de un Kant, de un Wittgenstein, del empirismo moderno, etc.), pero que, con todo, prácticamente está suficientemente motivada para que pueda asumirse el riesgo existencial de darla y responsabilizarse de ella.

Por lo que se refiere a las controversias entre las direcciones deterministas y las indeterministas, hemos de recordar que los conceptos centrales de estas controversias. se usan con frecuencia de forma vaga y con gran pluralidad de sentidos. Para superar las dificultades que de ahí­ surgen pueden servir, además de los análisis fenomenológicos, sobre todo las investigaciones analí­ticas del lenguaje y las precisiones terminológicas.

El «determinismo» tiene razón cuando supone que tampoco el querer se da sin un fundamento suficiente (-> causalidad), pero no está en lo cierto cuando supone que esto excluye la libertad. Por otro lado, el «indeterminismo» tiene razón al opinar que los actos volitivos no están determinados como ciertos procesos macrofí­sicos o ciertos procesos psí­quicos previos a la esfera personal, pero sigue un camino erróneo cuando supone que los actos de querer se producen sin fundamento y sin la influencia de componentes que determinan y limitan la libertad. También la volición tiene su causa (más exactamente: su autor), sólo que ésta está en la persona misma que quiere (-> espí­ritu, -> trascendencia). Libertad en este sentido no significa falta de causa o indeterminación, sino posibilidad de causalidad propia, de autodeterminación responsable. En este sentido el hombre no es libre cuando carece de estí­mulos, sino cuando (y en tanto) puede ser y obrar como él mismo quiere.

Los motivos del querer («motivo» es una expresión usada con varias significaciones; aquí­ entendemos bajo ese término: los fundamentos por los que una persona se deja mover hacia la realización de los actos volitivos) tienen con frecuencia «muchos estratos», son complejos y no se hacen total y adecuadamente conscientes para el yo que quiere. En oposición al contenido intencional del querer, que sólo puede ser fin de la v. cuando es consciente para el yo (nihil volitum quin praecognitum), los factores de motivación pueden ser operantes también cuando no son conscientes para el yo. De cara a la comprensión de tales factores que obran inconscientemente y a la ilustración de su eminente importancia para la motivación de actos y de actitudes de la v., los hallazgos empí­ricos de la llamada -> psicologí­a profunda y de la psicoterapia representan una base extraordinariamente valiosa.

Los factores que constituyen el campo de motivación (aspiración fundamental a la propia realización, amor, felicidad; exigencia del deber, mociones de la conciencia, valorizaciones; estructuras de la dinámica impulsiva y regresiva del inconsciente; tendencia a la propia conservación, a la agresión, a la sexualidad, etc., tendencias de apetencia y de aversión, inclinaciones y antipatí­as, tensiones entre necesidades de todo tipo, etc.) a veces escapan ampliamente a la libertad de disposición de la v. por el contrario, el yo tiene frecuentemente la posibilidad de determinar dentro de ciertos limites por cuáles de los factores de motivación previamente dados quiere dejarse dirigir en sus realizaciones libres y a qué decisiones quiere dejarse mover. Si un sujeto se siente impulsado a algo, aunque ese sentirse impulsado escape a la disposición libre del yo, normalmente no sólo hay una, sino varias posibilidades – distintas en su valor – de reacción ulterior. Yo puedo en ciertas circunstancias decidir: si quiero ceder («consentir»), resistir o sublimar; cómo quiero hacer esto, racional o irracionalmente, conlogro de un valor más alto o más bajo, por medios que sirvan a la vida o la destruyan, etcétera. Qué posibilidades entre las ofrecidas quiera yo elegir de hecho, en último término no viene determinado por uno de los factores que escapan a la disposición voluntaria, p. ej., un «impulso», sino por el yo capaz de disponer por sí­ mismo, el cual puede decidirse y determinarse a sí­ mismo en virtud de motivos y de acuerdo con motivos; de acuerdo con motivos que él mismo afirma y en conformidad con los cuales quiere decidirse (cf. la discusión sobre conceptos como «decisión fundamental», «intención fundamental», «option fondamentale», así­ como la posibilidad de un hombre de enfrentarse en una relación dialéctica con vivencias motivacionales, de tomar una posición valorativa, de dar una «respuesta» existencial, etc.).

La imagen de la «lucha de motivos», de la cual sale vencedor el más fuerte, induce a error si al mismo tiempo no se tiene en cuenta que el yo capaz de querer puede intervenir y contribuir a determinar activamente en esta lucha cuál de los motivos ha de salir «vencedor», es decir, debe ser fundamental para las decisiones libres que ha de realizar el yo. En conflictos entre «deber e inclinación», p. ej., puedo dejarme dirigir en ciertas circunstancias tanto por los motivos que corresponden a la inclinación como por los que me llaman al deber; algo semejante debe decirse sobre conflictos entre razón y pasión, egoí­smo y tendencia a la solidaridad, odio y amor, etc.

Los factores de motivación estimulan, impulsan, inclinan, predisponen a la realización de determinados actos de v., pero no fuerzan. Los motivos de la libertad no hacen imposibles los actos libres, sino que les dan sentido y fundamento. No determinan (en un sentido que excluya la libertad), sino que motivan, en cuanto dan al yo el fundamento para determinarse a sí­ mismo, para querer algo.

Hay situaciones en las cuales alguien se ve empujado coactivamente a determinadas formas de conducta (cf. fenómenos neuróticos compulsivos, psicosis, formas de manifestación de la maní­a, de la «posesión», de la hipnosis, etc.). Sin embargo, con razón sentimos que éste no es el «caso normal». Humanamente «normal» es que la libertad se vea limitada, pero no excluida por el ineludible marco psicofí­sico en el que está integrado el yo volitivo (mundo de las tendencias, ambiente, etc.). Los lí­mites del espacio de libertad son distintos individualmente y variables según la edad, el carácter y el grado de desarrollo espiritual.

La cuestión del origen de los factores de motivación que actúan en el hombre, así­ como la del origen de la existencia y posibilidad de querer del yo expuesto a ellos, conduce a problemas que, a pesar de todo lo que en particular se puede decir y suponer sobre ellos, rebasan el dominio de lo conocido cientí­ficamente: desembocan a la postre en el misterio del fundamento de la -> existencia humana en general.

III. Temática teológica
Cf. -> acto moral, -> fe, -> esperanza, -> amor, -> libertad, -> gracia y libertad, -> virtudes, voluntad salví­fica de Dios (-> salvación, C), -> naturaleza y gracia, -> pecado y culpa, -> redención, -> hombre.

Por lo que se refiere a la problemática de la teologí­a moral, es decisiva la cuestión de hasta qué punto se logre distinguir los componentes voluntariamente disponibles de los no disponibles voluntariamente en la existencia y la acción. Según el tipo y el grado de esta disponibilidad (p. ej., de la posibilidad de realizar y evitar las acciones, de influir en ellas y dirigirlas), se miden también inmediatamente magnitudes como libertad, responsabilidad, imputabilidad, culpa, etcétera. Se presentan puntos de vista esclarecedores si se pone en relación la interpretación teológica actual del concepto de -> concupiscencia con lo que pueden decir la fisiologí­a y la psicologí­a sobre las funciones vitales y las formas de vivencia, las cuales escapan total o parcialmente al arbitrio personal (p. ej., causas y efectos de procesos en los nervios y en las glándulas hormonales, representaciones que surgen involuntariamente, sentimientos, estados de ánimo, necesidades, afectos, vivencias impulsivas, inclinaciones y aversiones, etc.).

Para la pastoral práctica se plantea con especial urgencia la cuestión de las posibilidades de una formación eficaz de la v. Si por formación de la v. se entiende la formación integral de motivos, aquí­ se ofrece una polifacética plenitud de caminos (cf. -> psicologí­a, -> pedagogí­a, higiene mental, -> psicoterapia, teologí­a -> pastoral). Una de las preguntas más eficaces es la de que posibilita a un hombre no sólo conocer el -* bién como bueno, sino también amarlo en forma adecuada a la realidad.

BIBLIOGRAFíA: Cf. la bibl. de las voces de referencia en cuerpo del art. espec. -> libertad, -> existencia, -> amor, -> decisión, -> hombre. – A. Pfänder, Phänomenologie des Wollens (L 1900); Th. Lipps, Vom Fühlen, Wollen und Denken (L 21907); 1. Lindworsky, Der Wille (L 31923); H. Reiner, Freiheit, Wollen und Aktivität (Hl 1927); H. Rohracher, Theorie des Willens auf experimenteller Grundlage (L 1932); 1.-P. Sartre, L’étre et le néant (P 1943); G. W. Allport, La personalidad, su configuración y desarrollo (Herder Ba ‘1970); V. Frankl, Der unbewußte Gott (W 21949); P. Ricoeur, Philosophie de la volonté (P 1949); T. V. Moore, The Driving Forces of Human Nature and their Adjustment (NY 1950); G. R. Heyer, Organismus der Seele (Mn ‘1951); 1. Lindworsky, Die Willens Schule (Pa 51953); W. Keller, Psychologie und Philosophie des Wollens (Ras 1954); 1. Nuttin, Psychoanalyse und Persönlichkeit (Fri 1956); R. Guardini, Freiheit, Gnade, Schicksal (Mn 41956); G. W. Allport, Werden der Persönlichkeit (Berna – St 1958); K. laspers, Allgemeine Psychopathologie (Hei 71959); P. Ricoeur, Finitude et culpabilité, 2 vols. (P 1960); L. Szondi, Ich-Analyse (Berna 21960); L. Wittgenstein, Philosophische Untersuchungen: Schriften I (F 1960); H. Thomae, Der Mensch in der Entscheidung (Mn 1960); 1. de Finance, Ensayo sobre el obrar humano (Gredos Ma 1966); P. Ricoeur, Le volontaire et 1’involontaire (P 1963); idem, De 1’interprétation, Essai sur Freud (P 1965); P. Rohner, Das Phänomen des Wollens (Berna 1964); H. Thomae – C. F. Graumann y otros: Handbuch der Psychologie, II (Gö 1965) (Beiträge über «Motivation»); Ph. Lersch, La estructura de la personalidad (Scientia Ba 81974); H. Reiners, Grundintention und sittliches Tun (Fr 1966); B. Schüller, Gesetz und Freiheit D 1966); W. Stegmüller, Metaphysik, Wissenschaft, Skepsis (Hei 21969); A. Blay, Desarrollo de la voluntad y la perseverancia (Cedel Ba 1965); A. Garmendia, Voluntad y querer (Desclée Bil 1964); D. 1. Ruiz, Motivación y dinámica de la voluntad (Itinerarium B Aires 1965); G. Dwelshauvers, La educación de la voluntád (C de Lectores B Aires 1967).

Peter Rohner

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

Las Escrituras manifiestan mayor interés por la voluntad de Dios (véase) que por la voluntad del hombre. Esta última no es tratada en forma analítica más que como corazón u otros términos psicológicos. Con todo, el material merece ser considerado. La noción de inclinación se expresa en el AT por medio de ʾāḇāh, casi siempre en forma negativa, por cuanto las otras posibles palabras para voluntad, rāṣôn y ḥāp̄ēs, enfatizan el elemento de buena disposición. En el NT, los verbos principales son zelō y boulomai, que significan «desear» o «querer», de acuerdo a las demandas del contexto. El sustantivo zelēma se usa principalmente cuando se habla de Dios. Decisión o planes es el sentido del sustantivo boulē, raramente usado (Lc. 24:51; Hch. 5:38). Querer en el sentido de llegar a una decisión en algunos casos es expresado por krinō (1 Co. 5:3). Entre los pasajes más impresionantes en que zelēma se usa refiriéndose al hombre se encuentran Efesios 2:3, donde la palabra tiene el sentido de deseo, y 2 P. 1:21, donde denota un acto de la voluntad. Lucas 22:42 es de suprema importancia, es la declaración de sumisión de Jesús a la voluntad del Padre en Getsemaní. Aquí encontramos el patrón para la capitulación de la voluntad del creyente en Dios. Pero esto no significa la adopción de una actitud pasiva tal como lo puede sugerir el lema «Vamos … dejemos que Dios lo haga». Más bien significa que el individuo ha de cooperar en forma activa con los propósitos que Dios ha revelado para él. El poder de la carne es tan grande que aun en el cristiano el deseo de hacer la voluntad de Dios puede ser inmovilizado en gran manera (Ro. 7:15ss.). Es necesaria la ayuda del Espíritu Santo (Ro. 8:4). Una continua dependencia del Espíritu se traduce en un fortalecimiento de la voluntad, de manera que el encuentro con los requerimientos divinos llega a ser más constante.

En psicología, la tendencia actual es alejarse de la noción de voluntad como una facultad, y se identifica con el punto de vista que es una expresión del ser total o de la personalidad (véase). La vida normal incluye la capacidad de tomar decisiones, y uno es responsable de sus elecciones. Aquella elección que hace que todas las demás sean las más significativas es un compromiso con Cristo.

Véase además Libertad.

Everett F. Harrison

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (644). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Contenido

  • 1 Definición
  • 2 Voluntad y conocimiento
  • 3 Voluntad y sentimiento
  • 4 Educación de la voluntad
  • 5 Voluntad y movimiento
  • 6 Psicología experimental de la voluntad

Definición

Viene del latín voluntas. En griego boúlesis, en alemán Wille, y en francés volonté.

El presente artículo estudia la voluntad en su aspecto psicológico.

El término voluntad, según se usa en la filosofía católica, puede ser definido brevemente como la facultad de elegir. Aunque está clasificada entre los apetitos, se diferencia de los apetitos puramente sensitivos y de los de orden vegetativo. Se le designa comúnmente como «apetito racional», y tiene una posición de autoridad frente al complejo de apetitos inferiores, sobre los que ejerce un control preferencial. Su acto específico, entonces, consiste en seleccionar, con ayuda de la razón, su objeto entre las varias opciones particulares y frecuentemente conflictivas de todas las tendencias y facultades de nuestra naturaleza. Su objeto es el bien en general (bonum in communi). Su prerrogativa es la libertad de seleccionar entre diferentes formas de bien. El empleo que hace la filosofía moderna del término tiene un significado mucho más amplio. Con frecuencia se usa en un sentido flexible, genérico, como si fuera coexistente con apetito, incluyendo cualquier principio de movimiento ab intra, incluso aquellos que nacen del instinto. Bain hace de la apetencia una especie de volición, en vez de ser al revés. Creemos que eso es un abuso del término. De cualquier modo, e independientemente de la opinión que uno tenga en el debate acerca del libre albedrío, debe existir un plan maestro específico acerca de esta facultad soberana y de gobierno en el hombre. La sana filosofía lo distingue inconfundiblemente de los puros impulsos y tendencias físicos, y de los deseos sensoriales que son expresiones de la parte inferior de nuestra naturaleza. La costumbre ha consagrado este uso como el más honorable.

Voluntad y conocimiento

La descripción de la voluntad, según la entiende la filosofía católica, se refiere a la voluntad en su sentido más explícito y pleno: la voluntad deliberada o «voluntus ut voluntas», en la manera de hablar de Santo Tomás. Hay, no obstante, muchas manifestaciones de la voluntad que son menos completas que esto. La elección formal, precedida de la deliberación metódica, no es la única ni la más frecuente forma de volición. La mayor parte de nuestra volición ordinaria toma la forma de reacción inmediata y espontánea ante datos muy simples. Debemos enfrentarnos a situaciones muy estrechas, concretas; ponemos la mirada en un fin y aprehendemos sin reflexionar, en un solo movimiento. En esos casos, la voluntad se expresa siguiendo la línea de menor resistencia a través de las agencias subordinadas de acción instintiva, hábito, o regla de oro. La voluntad, como las demás fuerzas cognitivas, se origina en y es desarrollada por la experiencia. Esto se expresa en el bien conocido axioma escolástico: Nihil volitum nisi praecognitum» (nada se puede desear que no haya sido primero conocido), tomado en conjunción con la otra gran generalidad de que todo conocimiento tiene lugar en la experiencia: «Nihil in intellectu quod non prius fuerit in sensu». Toda apetencia, según esa teoría, emerge de un estado consciente, que puede ser desde una percepción clara y distinta, o una representación del objeto, hasta un mero sentimiento de deseo o molestia, sin o con representación del objeto ni de los medios de satisfacción. Los filósofos aristotélicos nunca ignoraron ni desdeñaron el significado de esta última clase de conciencia (a veces llamada afectiva). Es verdad que aquí, como cuando se trata de la psicología de otras facultades, los escolásticos no intentaron hacer una descripción genética de la voluntad, ni admitieron tampoco alguna continuidad entre la voluntad racional y la de los apetitos inferiores, pero en su tratado de las pasiones ya habían logrado cierta clasificación de los principales fenómenos -clasificación que no ha sido mejorada substancialmente por los escritores modernos. Los escolásticos mostraron su aprecio por la cercana conexión entre la voluntad y las emociones al tratar ambas bajo el encabezado general de apetitos. Es un tema de debate si la psicología moderna, a partir de Kant, no ha complicado innecesariamente la cuestión al introducir la triple división de funciones: conocimiento, apetitos y sensación, en vez de la división bipartita de los antiguos: conocimiento y apetito.

La doctrina que afirma que la voluntad surge del conocimiento no debe ser interpretada como queriendo significar que la voluntad está simplemente condicionada por el conocimiento sin que ella pueda condicionar a este último. La relación no es unilateral. «Las funciones mentales interactúan, o sea, actúan recíprocamente unas sobre otras» (Sully) o, como lo expresa Santo Tomás: «Voluntas et intellectus mutuo se includunt» (Summa theologiæ I.16.4 ad 1). De ese modo, un acto volitivo es la condición normal de atención y de toda otra aplicación sostenida de las facultades cognitivas. Esto está reconocido incluso en el lenguaje común. De nueva cuenta, los escolásticos gustaban describir la voluntad como una facultad ciega. Lo cual quiere decir que esta función es práctica, no especulativa, que hace, no piensa (versatur circa operabilia, trata de las cosas que se pueden hacer) Pero, del otro lado, también admiten que forma parte integral de la razón. Según los escotistas, es la parte superior y más noble, siendo como es el supremo controlador («Voluntas est motor in toto regno animae», Escoto). También se le representa como capaz de ejercer dominio (imperium) sobre las facultades inferiores. Santo Tomás, sin embargo, dada su preferencia por la función cognitiva, ubica el dominio en la razón más que en la voluntad (imperium rationis). De eso se originan las disputas entre los tomistas y otras escuelas; sobre si en último término la voluntad era determinada necesariamente por el juicio práctico de la razón. El punto, tan enérgicamente debatido en las escuelas medievales, en torno a la dignidad relativa de las dos facultades, voluntad e intelecto, es algo que probablemente nunca encuentre solución. Ciertamente no es de vital importancia. Las dos actúan tan cerca una de otra que prácticamente son inseparables. De ahí que Espinosa podía afirmar plausiblemente: «Voluntas et intellectus unum et idem sunt» (la voluntad y el intelecto son una misma cosa).

Voluntad y sentimiento

Un acto volitivo generalmente no está condicionado solamente por el conocimiento, sino también por algún modo de conciencia afectiva, o sentimiento. La voluntad es atraída por el placer. El error capital del hedonismo fue decir que la voluntad es atraída solamente por el placer, de modo que, como dijo Mill: «encontrar algo placentero y desearlo es una e idéntica cosa». Eso no es verdad. El objeto de la voluntad es el bien entendido como tal. Esto tiene un significado mucho más amplio que lo simplemente placentero. Más aún, la tendencia primaria de los apetitos o deseos se dirige generalmente a algún objeto o autoridad muy distinta del placer. Por ejemplo, en el ejercicio de la caza, o en la investigación intelectual, o en la ejecución de actos de benevolencia, el objeto primario de la voluntad es el logro de cierto resultado positivo: la pieza cobrada, la solución del problema, el remedio de una dolencia ajena, etc. Esto podrá quizás, causar un sentimiento placentero. Pero ese placer no es el objeto al que tiende la voluntad, contrario a lo afirmado por la así llamada «paradoja hedonística», que dice que si ese placer consecuente se buscara por sí mismo, quedaría aniquilado. Un acto altruista, realizado en busca del placer que origina al agente, dejaría de ser altruista, o de producir el placer altruista.

Es un hecho que la mayoría de los objetos de las pasiones que más fuertemente empujan la voluntad no son placeres, si bien pueden producir alivio de un dolor. Las emociones o sentimientos asociados con ciertas ideas tienden a expresarse en forma de acciones. Pueden dominar el campo de la conciencia de tal modo que excluyan cualquier otra idea. La vista, por ejemplo, o el pensamiento de algún sufrimiento extremo puede acarrear emociones de lástima tan intensas que el afán de aliviarlo lo más pronto posible puede obstruir incluso cualquier consideración de prudencia y justicia. Tal acción es impulsiva. Un impulso consiste esencialmente en la fuerza de la urgencia causada por una idea muy cargada de afectividad. La voluntad, en esas circunstancias, queda a merced del sentimiento y la acción es simplemente la liberación de una tensión emocional, con igual o menor carga volitiva que la risa o el llanto. La descripción que hace Bain de la acción voluntaria: «movimiento promovido por el sentimiento», destruye la distinción esencial entre la acción voluntaria y la impulsiva. Y la misma crítica debe hacerse al análisis de Wundt acerca del proceso volitivo. Según él, la «acción impulsiva» es el «punto de inicio del desarrollo de los actos volitivos». De ahí, los actos volitivos propiamente dichos emergen como resultado de unos impulsos cada vez más complicados. Cuando esa complicación se torna en conflicto se inicia un proceso llamado selección o elección, que determinará la victoria para un lado o para otro. Según eso, entonces, la elección no es más que un tipo de impulso en circuito. «La diferencia entre una actividad voluntaria (o sea, impulso complejo) y una actividad electiva es una cantidad que disminuye». Compárese el siguiente dictum de Hobbes: «Yo concibo que en toda deliberación, o lo que es lo mismo, en toda sucesión alternada de apetitos contrarios, el último es aquello que llamamos voluntad».

La debilidad esencial de esas explicaciones y de muchas otras reside en el intento por reducir la elección o deliberación (la actividad específica de la voluntad, claro proceso racional) a una simple ecuación mecánica o biológica. La filosofía católica, por el contrario, sostiene, apoyada en la evidencia aportada por la introspección, que la elección no es meramente el fruto de algunos impulsos, sino una energía formativa sobreañadida que encarna un juicio racional. Es más que un epítome, o suma, de fenómenos anteriores. Es una crítica de los mismos (Véase libre albedrío). La psicología fenomenológica de la escolástica moderna es deficiente en su explicación de este aspecto. Si bien hemos rechazado todos los intentos de identificar voluntad con sentimiento, sí admitimos la cercana alianza que existe entre ambas funciones. Santo Tomás enseña que la voluntad actúa sobre el organismo únicamente a través de los sentidos, del mismo modo con en el acto cognitivo la facultad racional actúa sobre los datos de la experiencia. («Sicut in nobis ratio universalis movet, mediante ratione particulari, ita appetites intellectivus qui dicitur voluntas, movet in nobis mediante appetitu sensitivo, unde proximum motivum corporis in nobis est appetitus sensitivus», Summa theologiæ I.20.1.) Tal como la idea más abstracta siempre ha tenido su «vestido externo» en las sensaciones y la imaginación, así mismo la volición, que es también un acto espiritual, siempre se ha encarnado en una masa de sensaciones: su valor motivante depende de tal encarnación. Si analizamos el acto de dominio de uno mismo, encontraremos que consiste en «la vigilancia» de una tendencia sobre otra, y en el acto de atención selectiva por el que una idea o ideal se dinamiza y se convierte en idea-fuerza, venciendo a sus rivales. El control de la atención es el punto vital en la educación de la voluntad, pues la voluntad es sencillamente la razón en acto o, como lo propone Kant, la causalidad de la razón. Y al adquirir esta fuerza de control la razón misma queda fortalecida.

Los motivos son el producto de la atención selectiva. Pero la acción selectiva en sí misma es un acto voluntario, que requiere un motivo, un estímulo efectivo de algún tipo. ¿De dónde podrá provenir ese estimulo en primer lugar? Si decimos que de la atención selectiva, la cuestión se repite. Si decimos que se trata de la fuerza espontánea necesaria de una idea, nos arrimamos al determinismo, y la elección se convierte en aquello que intentamos negar que existe: una forma lenta y circular de acción impulsiva. La respuesta a esa dificultad brevemente se describe así:

(1) Toda idea práctica por sí misma tiende hacia el acto que ella representa. De hecho, es el inicio, o el ensayo, de dicho acto, el cual, de no quedar impedido por otras tendencias o ideas, pasará a ser realizado de inmediato. La atención a esa idea permite el reforzamiento de la tendencia.

(2) Tal reforzamiento se da espontáneamente a cualquier tendencia interesante naturalmente.

(3) La ley del interés, los principios uniformes que gobiernan la influencia de los sentimientos sobre la voluntad en sus etapas más tempranas, son un enigma que únicamente un conocimiento exhaustivo de la fisiología del sistema nervioso, de la herencia, y posiblemente de muchos otros factores no conocidos aún, pudieran ayudarnos a solucionar. Leibniz aplicó su doctrina de las «petit perceptions» a su solución. Ciertamente los elementos inconscientes, ya sea que hayan sido heredados o que procedan de la experiencia, tienen mucho que ver con nuestras voliciones, y están en el fondo del carácter y el temperamento, pero aún no existe ciencia, ni barruntos de ciencia, acerca de esos temas.

(4) En lo tocante al problema determinista planteado más arriba, la verdad positiva de la libertad humana, obtenida a partir de la introspección, es demasiado fuerte para ser sacudida por cualquier oscuridad en el proceso a través del que se realiza la libertad. Los hechos de la conciencia y los postulados de la moralidad son inexplicables por cualquier otra teoría que no sea la libertaria (Vea carácter y libre albedrío). La libertad es una consecuencia necesaria de la capacidad universal de raciocinar. El poder de concebir y contemplar críticamente diferentes valores o ideales de apetencia implica ese desapego de la voluntad al seleccionar (indiferencia activa) en el que consiste básicamente la libertad.

Educación de la voluntad

Como se ha dicho, el control de la atención es un punto vital en la educación de la voluntad. En sus inicios, el niño es una creatura de impulsos puramente. Cada impresión sucesiva lo acapara totalmente. El niño aparenta mucha espontaneidad y realiza acciones inesperadas, pero en realidad la dirección de esos movimientos está determinada por la fuerza de atracción de cada momento. Al ampliarse la experiencia, tendencias rivales y motivos opuestos entran cada vez más en juego. El poder reflectivo de la facultad racional empieza a entrar en escena. El recuerdo de los resultados de experiencias anteriores se erige como vigilante de los impulsos nuevos. Al desarrollarse la razón, la facultad de comparación reflexiva crece en claridad y fuerza, de modo que en vez de ser una mera lucha entre dos o más motivos o impulsos, surge gradualmente un poder de juicio, para evaluar o sopesar esos motivos, con la habilidad de detener uno de ellos por períodos más o menos prolongados, dentro de la conciencia intelectual. Aquí tenemos el inicio de la atención selectiva. Cada vez que se ejercita la reflexión se fortalece más la voluntad, y se distingue de la mera atención espontánea. El niño se vuelve más y más capaz de poner atención a lo abstracto o a las representaciones intelectuales, anteponiéndolas a los sentimientos presentes de urgencia que buscan expresarse en acciones inmediatas. Esto se acentúa aún más gracias a la interrelación con otras personas, a los consejos de los padres y otros acerca de la conducta, etc. Crece la fuerza para resistirse a los impulsos. Cada inclinación que pasa, al ser inhibida en favor de motivos mejores y más abstractos, significa crecimiento en el poder del auto control. El niño se vuelve capaz de resistir las tentaciones, obedeciendo preceptos o siguiendo principios generales. La fuerza para mantenerse adherido a propósitos establecidos también crece y, por la repetición de actos voluntarios, se crean hábitos que constituyen el carácter bien formado.

Voluntad y movimiento

La estructura del sistema nervioso humano, se dice, nos prepara para la acción. Mucho antes que la voluntad, tomada en sentido estricto, aparezca en escena, ya está trabajando en nosotros un maravilloso mecanismo vital. Nos encontramos a nosotros mismos al inicio de nuestra vida racional sujetos a mil tendencias, preferencias, destrezas —producto de la herencia y parcialmente de nuestra experiencia infantil al trabajar según las leyes de asociación y hábito. La cuestión, entonces, de cómo se organiza todo eso y cómo coordinamos todos los movimientos, constituye una fase preliminar antes del estudio de la voluntad y no forma parte de ese estudio propiamente dicho. Lo trataremos aquí sólo de forma sucinta. La teoría de Bain es probablemente la mejor conocida: la teoría del movimiento al azar o espontáneo. Según ella, el sistema nervioso es naturalmente un acumulador de energía, la cual bajo ciertas obscuras condiciones orgánicas explota en maneras tumultuosas y sin sentido, sin necesidad de estímulo sensible interno o externo. Los resultados de tales estallidos de energía son a veces placenteros, a veces lo opuesto. La naturaleza, según las leyes de la conservación, protege los movimientos placenteros e inhibe los opuestos. La «naturaleza», vista de ese modo, entonces, sí trabaja con cierto propósito, pues los movimientos placenteros son en su mayoría benéficos para el animal. El proceso es muy parecido al de la «selección natural» del campo de la biología. A este respecto podemos hacer notar lo siguiente:

(1) Es cierto, como lo demuestra la psicología infantil moderna, que los movimientos son aprendidos de alguna manera. El infante debe aprender incluso los detalles generales de su propio cuerpo.

(2) En los infantes, y en los animales jóvenes, existe gran cantidad de movimientos aparentemente sin sentido, los cuales sin embargo están al servicio de la «educación motriz».

(3) Al mismo tiempo, no está claro que esos movimientos sean una mera descarga de energía, carente de antecedentes conscientes. Bien se puede suponer cierta sensación vaga de incomodidad, de fuerzas acumuladas, ciertos apetitos o tendencias conscientes hacia el movimiento. En los primeros ensayos de los pequeños por llevar a cabo esas tendencias y satisfacer sus necesidades estaría la semilla de un propósito.

Psicología experimental de la voluntad

Uno de los departamentos menos promisorios de la vida mental para el psicólogo experimental es precisamente la voluntad. Al igual que toda actividad superior del alma, la sujeción de los fenómenos de la voluntad racional a los métodos de la psicología experimental presenta serias dificultades. No sólo eso, sino que las prerrogativas características de la voluntad humana —la libertad— se muestra necesariamente recalcitrante contra las leyes de la medición científica, convirtiendo en algo inútil la maquinaria de las nuevas ramas de la investigación mental. No obstante, el problema ha sido valientemente atacado por las escuelas de Wurzburgo y Lovaina. Diferentes propiedades de la elección, la formación y operación de varios géneros de motivaciones, el proceso de juzgar valores, la transición de la volición al hábito o acción espontánea, el tiempo de reacción de los actos de decisión y su ejecución, y otros fenómenos relacionados con la volición han sido objeto de las más cuidadosas investigaciones y cálculos.

Por la multiplicación de elecciones experimentales, de elaboración de promedios, se han logrado ciertos resultados con sólido carácter objetivo. El valor psicológico de tales investigaciones, y la cantidad de nueva luz que puedan arrojar sobre importantes cuestiones relativas a la voluntad humana, son aún materia de debate. Pero son indisputables la paciencia, la destreza y el ingenio con que se realizan dichas investigaciones.

Fuente: Maher, Michael, and Joseph Bolland. «Will.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912.

http://www.newadvent.org/cathen/15624a.htm

Traducción: Javier Algara Cossío. rv

Fuente: Enciclopedia Católica