SAMARITANO

ver, SANBALAT, PENTATEUCO SAMARITANO

vet, En el único pasaje del AT donde se halla este término, designa a un habitante del antiguo reino de Israel (2 R. 17:29). El NT denomina samaritanos a los habitantes del distrito de Samaria, en el centro de Palestina (Lc. 17:11-19). Sargón afirma haber deportado a 27.280 israelitas cuando se apoderó de esta región. Sin embargo, el conquistador dejó allí­ a judí­os, que se sublevaron. Sargón decidió actuar para que perdieran su propia identidad introduciendo en el paí­s a colonos procedentes de Hamat, Babilonia y Arabia (cfr. 2 R. 17:24). Estos pueblos introdujeron sus propios cultos idolátricos en Samaria. La población estaba entonces muy esparcida, y el suelo, devastado por las guerras, habí­a quedado sin cultivar. Abundaban los animales salvajes, leones incluidos, como azote de Dios. Los nuevos colonos hicieron saber al rey de Asiria que ellos atribuí­an estos males a Jehová, Dios del paí­s, cuyo culto no conocí­an. El monarca ordenó a uno de los sacerdotes de Israel que habí­an sido deportados que se estableciera en Bet-el, y que enseñara a estas gentes la religión de Jehová. El sacerdote no pudo persuadirlos a que abandonaran sus ancestrales í­dolos. Levantando los emblemas de sus dioses sobre los lugares altos de los israelitas, mezclaron su falsa religión con la de Jehová (2 R. 17:25-33) y mantuvieron este culto hí­brido con posterioridad a la caí­da de Jerusalén (2 R. 17:34-41). Esar-hadón mantuvo la polí­tica de su abuelo Sargón (Esd. 4:2). Asnapar (Assurbanipal) acabó de colonizar el territorio añadiendo a su población gentes de Elam y de más allá (Esd. 4:9, 10). La nueva provincia del imperio asirio careció de todo poder. El rey Josí­as y sus fieles recorrieron toda Samaria destruyendo los í­dolos de los lugares altos (2 Cr. 34:6, 7), apoyando así­ la influencia de los israelitas que quedaban en Samaria y de sus sacerdotes. Mucho tiempo después habí­a aún samaritanos que iban a Jerusalén para asistir al culto en el Templo (Jer. 41:5). Cuando Zorobabel encabezó una expedición de israelitas de vuelta de Babilonia a Jerusalén, los samaritanos pidieron permiso para participar en la restauración del Templo; afirmaban haber adorado al Dios de Israel desde la época de Esar-hadón. Zorobabel y los jefes rechazaron la colaboración de ellos (Esd. 4:2). La mayor parte de los judí­os rehusaron desde el principio participar con los samaritanos tanto a nivel social como religioso. Esta separación degeneró en una intensa antipatí­a (Esd. 4:3; Eclo. 50:25, 26; Lc. 9:52, 53; Jn. 4:9). Los samaritanos no eran de pura raza judí­a y practicaban una religión mixta. Josefo (Ant. 9:14, 3) dice que afirmaban su parentesco con los judí­os cuando la condición de estos últimos era próspera, pero que afirmaban ser de origen asirio si los judí­os eran presa de la adversidad. Habiendo rehusado Zorobabel, Josué y los principales israelitas la ayuda de los samaritanos para reconstruir el Templo, se unieron entonces a los adversarios de esta reconstrucción (Esd. 4:1-10). También se manifestaron opuestos a que Nehemí­as restaurara las murallas de Jerusalén (Neh. 4:1-23). El caudillo de los samaritanos era entonces Sanbalat, el horonita, cuyo yerno fue excluido del sacerdocio por Nehemí­as. Sanbalat fue probablemente quien erigió el templo samaritano sobre el monte Gerizim (véase SANBALAT). Desde entonces, los judí­os echados de Jerusalén por causas disciplinarias solí­an dirigirse a Gerizim, donde eran acogidos favorablemente por los samaritanos (Ant. 11:8, 7). Durante las persecuciones de Antí­oco Epifanes, los samaritanos renegaron de su parentesco con la raza judí­a y, para adular al tirano, declararon que querí­an consagrar su templo de Gerizim a Júpiter, defensor de los extranjeros (2 Mac. 6:2). Hacia el año 128 a.C. Juan Hircano se apoderó de Siquem y del monte Gerizim, destruyendo el templo de los samaritanos (Ant. 13:9, 1), que posteriormente siguieron celebrando su culto sobre su antiguo emplazamiento. Así­ lo seguí­an haciendo en la época del Señor Jesucristo (Jn. 4:20, 21). Sus doctrinas eran entonces muy análogas a las de los saduceos. Como ellos, esperaban un Mesí­as. Del AT sólo aceptaban el Pentateuco. Recibieron bien dispuestos el Evangelio que les fue anunciado por Felipe, con el testimonio de las señales y milagros efectuados por él (Hch. 8:5, 6). Además, el cristianismo, en contraste con el judaí­smo, acogí­a a samaritanos y gentiles sobre el mismo terreno que a los judí­os. El Cristo rechazado por el judaí­smo derrumbaba así­ la pared intermedia de separación, y por la incredulidad nacional de los judí­os, Dios abrí­a la puerta de Su misericordia a todos (Ef. 2:11-22; cfr. Ro. 11:25-36). En Naplusa, la antigua Siquem, y en sus alrededores, sigue existiendo una pequeña comunidad samaritana. (Véase PENTATEUCO SAMARITANO.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(probablemente: De [Perteneciente a] Samaria).
El término †œsamaritanos† aparece por primera vez en las Escrituras después de la conquista del reino de diez tribus de Samaria, en el año 740 a. E.C.; se aplicó a los que viví­an en el reino septentrional antes de esa conquista, para distinguirlos de los extranjeros que más tarde llegaron de otras partes del Imperio asirio. (2Re 17:29.) Parece ser que los asirios no deportaron a todos los habitantes israelitas, pues el relato de 2 Crónicas 34:6-9 (compárese con 2Re 23:19, 20) indica que durante el reinado de Josí­as todaví­a habí­a israelitas en esa zona. La palabra †œsamaritanos† con el tiempo aplicó tanto a los descendientes de los que quedaron en Samaria como a los que llevaron los asirios. Por lo tanto, algunos sin duda nacieron de matrimonios mixtos. Mucho tiempo después, el nombre †œsamaritano† adquirió una connotación más religiosa que racial o polí­tica. Un †œsamaritano† era alguien que pertenecí­a a la secta religiosa que floreció en las inmediaciones de las antiguas Siquem y Samaria, y que se adherí­a a ciertas doctrinas inconfundiblemente diferentes a las del judaí­smo. (Jn 4:9.)

La religión samaritana. La religión samaritana llegó a la existencia debido a varios factores; uno de los principales fue el esfuerzo de Jeroboán por alejar a las diez tribus de la adoración de Jehová centrada en Jerusalén. Durante aproximadamente doscientos cincuenta años, a los sacerdotes leví­ticos que Dios habí­a nombrado los reemplazó un sacerdocio instalado por el hombre, sacerdocio que, a su vez, condujo al reino de Israel a la práctica de idolatrí­a degradante. (1Re 12:28-33; 2Re 17:7-17; 2Cr 11:13-15; 13:8, 9.) Luego llegó la caí­da del reino septentrional. Los inmigrantes paganos traí­dos desde Babilonia, Cutá, Avá, Hamat y Sefarvaim eran adoradores de muchas deidades: Sucot-benot, Nergal, Asimá, Nibhaz, Tartaq, Adramélec y Anamélec. Aunque aprendieron algo acerca de Jehová gracias a la instrucción de un sacerdote del sacerdocio de Jeroboán, sin embargo, tal como Samaria habí­a hecho con los becerros de oro, estos continuaron adorando a sus dioses falsos generación tras generación. (2Re 17:24-41.) Los grandes esfuerzos de Josí­as por librar a esas comunidades septentrionales de su adoración idolátrica, más o menos cien años después de la caí­da de Samaria, no tuvieron un efecto más duradero que el de las reformas similares que hizo en el reino meridional de Judá. (2Re 23:4-20; 2Cr 34:6, 7.)
En el año 537 a. E.C., un resto de las doce tribus regresó del exilio en Babilonia dispuesto a reedificar el templo de Jehová en Jerusalén. (Esd 1:3; 2:1, 70.) Entonces, los †œsamaritanos†, que ya estaban en la tierra cuando los israelitas llegaron y de quienes se dijo que eran †œadversarios de Judá y Benjamí­n†, se acercaron a Zorobabel y a los hombres de mayor edad y les dijeron: †œDéjennos edificar junto con ustedes; porque, lo mismo que ustedes, nosotros buscamos a su Dios y a él le hacemos sacrificios desde los dí­as de Esar-hadón el rey de Asiria, que nos hizo subir acᆝ. (Esd 4:1, 2.) Sin embargo, esta afirmación de devoción a Jehová demostró ser solo de labios, puesto que cuando Zorobabel rechazó su oferta, los samaritanos hicieron todo lo que pudieron para evitar la edificación del templo. Después de que todos sus esfuerzos concertados para hostigarlos e intimidarlos fallaron, escribieron falsas acusaciones en una carta dirigida al emperador persa, y así­ lograron que se emitiese un decreto gubernamental que detuvo la construcción durante varios años. (Esd 4:3-24.)
A la mitad del siglo V a. E.C., cuando Nehemí­as comenzó a reparar los muros de Jerusalén, Sanbalat (el gobernador de Samaria, según uno de los papiros de Elefantina) se esforzó vigorosamente por detener el proyecto, pero no tuvo éxito. (Ne 2:19, 20; 4:1-12; 6:1-15.) Más tarde, después de una larga ausencia, Nehemí­as regresó a Jerusalén y halló que el nieto del sumo sacerdote Eliasib se habí­a casado con la hija de Sanbalat. Inmediatamente Nehemí­as †˜lo ahuyentó†™. (Ne 13:6, 7, 28.)
Hay quien opina que la edificación del templo samaritano en el monte Guerizim (posiblemente en el siglo IV a. E.C.), en competencia con el que estaba en Jerusalén, marcó la separación final de los judí­os y los samaritanos, aunque otros creen que la ruptura de relaciones ocurrió más de un siglo después. Cuando Jesús empezó su ministerio, la brecha entre los dos pueblos no se habí­a zanjado todaví­a, aunque el templo de Guerizim habí­a sido destruido alrededor de un siglo y medio antes. (Jn 4:9.) Los samaritanos todaví­a adoraban en el monte Guerizim (Jn 4:20-23), y los judí­os no los respetaban (Jn 8:48). Esta actitud desdeñosa le sirvió a Jesús para recalcar una lección vital en la parábola del buen samaritano. (Lu 10:29-37.)

El Pentateuco Samaritano. Solo los primeros cinco libros de la Biblia han constituido las Escrituras de los samaritanos desde tiempos antiguos, y estos únicamente en su propia recensión, escrita en sus propios caracteres y conocida como el Pentateuco Samaritano. Rechazaban el resto de las Escrituras Hebreas, con la posible excepción del libro de Josué. El Pentateuco Samaritano difiere del texto masorético en unos 6.000 detalles, la mayorí­a de los cuales son de mí­nima importancia, si bien algunos sí­ son importantes, como, por ejemplo, la lectura de Deuteronomio 27:4, donde dice que fue en Guerizim, en lugar de en Ebal, donde se inscribieron las leyes de Moisés en piedras blanqueadas. (Dt 27:8.) La razón obvia para este cambio era dar crédito a su creencia de que Guerizim es la santa montaña de Dios.
Pero el que los samaritanos aceptasen totalmente el Pentateuco les dio base para creer que vendrí­a un profeta mayor que Moisés. (Dt 18:18, 19.) Los samaritanos esperaban en el primer siglo la venida de Cristo, el Mesí­as, y algunos de ellos lo reconocieron, si bien otros lo rechazaron. (Lu 17:16-19; Jn 4:9-43; Lu 9:52-56.) Más tarde, gracias a la predicación de los cristianos primitivos, muchos samaritanos abrazaron con gozo el cristianismo. (Hch 8:1-17, 25; 9:31; 15:3.)

Fuente: Diccionario de la Biblia