BODAS

(Véase CELEBRACIí“N DE LAS BODAS)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Los judí­os podí­an contraer matrimonio en la edad núbil: doce años y un dí­a en las chicas y trece años y un dí­a para los chicos; la costumbre, sin embargo, señalaba la edad de dieciocho años para los varones. Las viudas no podí­an casarse hasta los tres meses de haber quedado viudas. La ley estipulaba los mutuos derechos y obligaciones de los esposos; entre los derechos de la mujer se señalan la comida, el vestido y el débito conyugal (Ex 21, 10). Las bodas constituí­an unos dí­as, generalmente siete, de alegrí­a, de banquetes, de cante y de baile. Los esposos solí­an convidar a numerosos familiares y amigos (Jn 2,2). En calidad de invitado, Jesucristo asistió a las bodas de Caná (Jn 2,1-3). Entre los invitados habí­a uno de especial importancia, «el amigo del esposo» (Jn 3,29). La celebración de la boda se iniciaba con un gran cortejo de los invitados (Mt 9,15; Mc 2,19; Lc 5,34), presidido por el novio, que iba a buscar a la novia. Con frecuencia se uní­a a la comitiva un grupo de muchachas, amigas de la novia (Mt 25,1). El festí­n de bodas es considerado como una figura del banquete nupcial, que celebrará el Cordero (Ap 19,7-9) en la patria celeste, al que todos los hombres están invitados (Mt 22,9), pero al que hay que asistir con traje de bodas (Mt 22,11).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Caná de Galilea

(Ai Cantar de los Cantares, amor, Marí­a, madre de Jesús, Juan). El reino de Dios se vincula desde antiguo con banquete y bodas, como ha destacado una tradición profética desarrollada por Oseas. El evangelio de Juan ha recreado el tema de forma simbólica y narrativa en el relato de las bodas de Caná: «Al tercer dí­a se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí­ la madre de Jesús. También fueron invitados a las bodas Jesús y sus discí­pulos. Y faltó vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tiene que ver esto con nosotros, mujer? Aún no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los que serví­an: Haced lo que él os diga. Habí­a allí­ seis tinajas de piedra para agua, dispuestas para el rito de purificación de los judí­os; en cada una de ellas cabí­an dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad de agua estas tinajas. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora un poco y presentadlo al encargado del banquete. Y se lo presentaron. Cuando el encargado del banquete probó el agua hecha vino…» (Jn 2,1-9).

(1) Principio del texto. Este pasaje es un relato mesiánico, que marca el sentido de todo el evangelio de Juan, (a) El tercer dí­a (Jn 2,1) alude posiblemente al tiempo de la culminación profética o pascual, momento en que se cumplen las promesas y puede expresarse el misterio de Dios (cf. Mt 16,21; 17,23 par). De esa forma anuncia Jn la importancia de aquello que va a suceder, situándolo en el contexto de la manifestación rnesiánica. (b) Habí­a una bo da en Caná de Galilea: es posible que la referencia geográfica sea casual y carezca de importancia simbólica; pero es más probable que la alusión a Galilea sirva para conectar este pasaje con la tradición sinóptica de las comidas de Jesús y/o de la multiplicación de los panes. Sin duda el tema de boda y banquete es signo de la comida escatológica (cf. Is 25,6), festí­n de gozo que Dios mismo quiere ofrecer a los hombres, como ha destacado la tradición sinóptica (cf. Lc 14,15-24; Mt 11,1-10). (c) Y la madre de Jesús estaba allí­. No se dice que fuera invitada. Ella pertenece al espacio y tiempo de bodas, que pertenecen al camino de promesa y búsqueda humana (Antiguo Testamento). En su función de madre rnesiánica, no de Mesí­as, ella está en las bodas, reflejando y actualizando la experiencia y esperanza israelita. (4) Y también fueron invitados Jesús y sus discí­pidos… (Jn 2.2). Ellos no se encontraban allí­ desde el principio, sino que han venido de fuera, para interrumpir y recrear el curso de la escena. Ellos evocan probablemente el despliegue del tiempo de la Iglesia. (5) Y faltando el vino (Jn 2.3). Sólo a la llegada de Jesús y sus discí­pulos se advierte la carencia. A nivel externo puede tratarse de falta material, pero es claro que el relato alude a otra carencia más profunda. No es que se haya acabado el poco vino; no es que sea cuestión de más o menos. En el fondo de la escena se descubre la impotencia de la historia y vida israelita (humana): no hay vino, no puede haberlo en sus bodas. Esta es la crónica de un fracaso.

(2) Habí­a allí­ seis ánforas de piedra, colocadas para las purificaciones de los judí­os (Jn 2,6). Eran necesarias para que los judí­os pudieran cultivar su pureza ritual (bautismos*), pero eran incapaces de ofrecer a los hombres la vida y el gozo del Reino. Estaban llenas de agua, lo que significa que los fieles puros podí­an purificarse conforme al ritual de lavatorios y abluciones. Pues bien, el tiempo de esas seis ánforas (¿el judaismo entero?, ¿un tiempo finito e inútil, como el de la marca de la Bestia*, que es el seis-seis-seis* de Ap 13,18?) ha terminado cuando llega el dí­a séptimo del Cristo de las bodas (dí­a tercero de pascua), que es tiempo de descanso y plenitud de Dios (Gn 2,2-3). Los judí­os continúan manteniendo el agua, el rito de purificación en que se hallaba inmerso el mismo Juan Bautista (cf. Jn 1,26). Todo el Antiguo Testamento (historia israelita) es para el evangelio de Juan un camino que no llega a su final: las bodas de Israel nunca culminan; sólo existen purificaciones rituales simbolizadas por las tinajas de agua, preparadas, al borde de la boda (Jn 2,6). La misma boda humana queda inmersa, de esa forma, en el rito de purificaciones incesantes. Es como si hubiera que atar la vida con cadenas, para que no estalle, como si hubiera que encerrar el gozo en fuertes represas de rito, purificando sin cesar las bodas de la vida. En ese contexto entra Jesús y la misma madre dice ¡falta vino! Esta madre, Israel, que marca el camino de esperanza de la historia israelita, vive aún en la carencia, tiempos de ley, rito de purificaciones, pero conoce su carencia, sabe descubrirla y ponerla ante su hijo. De esa forma supera ya el tiempo de negatividad y se adelanta, conociendo y preparando aquello que no puede resolver por sí­ misma.

(3) Bodas de Jesús, vino del Reino (Jn2,4). La madre ha dicho a Jesús que falta el vino y Jesús responde con palabras de dura claridad, que provocan y sitúan a cada personaje de la escena (incluso a los lectores) en el lugar que les corresponde. La madre actúa como si Jesús fuera el responsable, esposo de la fiesta, y tuviera que ofrecer el vino a los invitados; por eso, su indicación resulta, por lo menos, indiscreta. Jesús empieza marcando la separación, en palabras que pueden entenderse de dos formas: (a) ¡Qué tiene que ver esto con nosotros, mujer! Aún no ha llegado mi hora. El aparece vinculado a su madre, unidos ambos, pero separados ante la carencia. Aún no ha llegado mi hora significa ¡ésta no es mi boda! Es como si quisiera reservarse el vino; por ahora, madre e hijo se encuentran invitados a una boda de la vieja tierra, (b) ¡Qué tengo que ver yo contigo, mujer. Aún no ha llegado mi hora! Esta traducción supone que Jesús se distancia de su madre, marcando una separación estricta: no está a merced de aquello que la madre antigua, viejo judaismo, pueda pedirle; su hora es de Dios, y sólo Dios puede marcarla.

(4) La hora de Jesús es momento de culminación mesiánica y de plenitud, tiempo de Reino. Es evidente que en este contexto de bodas fracasadas (falta de vino), esa hora vendrá simbolizada por imágenes esponsales. Básicamente está en juego la función del novio/esposo, que ofrece la fiesta y tiene que dar vino de gozo a los invitados. Por eso, como hemos visto, veladamente, la insinuación de Marí­a a Jesús (¡no tienen vino!) se sitúa en un ámbito esponsal abierto al conjunto del judaismo, a toda la historia de los hombres. Jesús ofrecerá a todos los hombres, desde la tradición del judaismo (seis tinajas, seis dí­as de purificaciones), el vino de bodas que ya no se encierra en tinajas y que no se emplea para las purificaciones, sino para el gozo de la vida.

(5) Simbolismo y sentido esponsal. Antiguo Testamento. El evangelio de las bodas de Caná (Jn 2,1-11) puede y debe situarse en el trasfondo total de la historia de la salvación bí­blica. La tradición del Antiguo Testamento conoce dos imágenes esponsales cargadas de sentido religioso: (a) Dios bendice las bodas humanas, el amor de hombre y mujer, no sólo en la lí­nea poética del Cantar de los Cantares, sino desde el principio básico de la creación (cf. Gn 1,27; 2,23-25). Dios no es varón, ni ocupa sus funciones; no es mujer, ni hace su obra. Dios no es esposo ni esposa, sino origen y sentido del amor interhumano. Por eso, allí­ donde se canta y celebra el gozo de los novios/ esposos, en un dí­a abierto a la nueva creación, se está proclamando la grandeza del Dios que ha bendecido y fundado las bodas del mundo, (b) Dios mismo aparece como esposo varón de unas bodas donde su pueblo Israel se presenta como esposa. Esta imagen, de fuerte contenido mí­tico (proviene de la hierogamia ambiental de cananeos y sirios, egipcios y mesopotamios), ha penetrado profundamente en la conciencia israelita, expresándose en grandes pasajes proféticos de Is y Jr, de Os y Ez. Ambas imágenes parecen haberse cruzado y fecundado el texto de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), definiendo su fuerte simbolismo. El evangelista Juan no tematiza este motivo de forma argumentativa ni expositiva, como hará en otras ocasiones (Jn 5; 6; 9) cuando, después de un signo o milagro, viene un largo despliegue de razones teológico/espirituales. En nuestro caso parece que basta el milagro, es decir, el signo claro, que no necesita explicaciones posteriores, pues habla por sí­ mismo, desde el pasado o trasfondo del Antiguo Testamento, representado por la madre de Jesús y por el contexto de bodas. Estamos al comienzo del Evangelio (Jn 1 ha sido introducción), en el momento en que se va a trazar el sentido de Jesús, en clave de actuación simbólica (cf. Jn 2,11).

(6) Jesús en las bodas. Bodas universales. Por un lado, Jesús ha sido invitado. Todo el Antiguo Testamento, la historia de Israel y de los pueblos es invitación mesiánica, deseo de que el Cristo venga a las bodas. La acción propia de este Cristo no se vincula a la guerra, como piensan los celotas, ni al templo, como juzgan los saduceos, ni a la ley, como han supuesto los primeros fariseos, sino que se inscribe en contexto de bodas, en camino de esperanza gozosa de vida. Jesús no es el novio: él asiste a unas bodas del mundo, como en Cant, donde un varón y una mujer quieren unirse en gozo y Dios bendice su amor… Pero hay una diferencia. En Cant no falta el vino: varón y mujer sueñan y buscan, sufren y se encuentran, en amor que consigue su meta, bendecido por Dios; no necesitan testigos; ellos dos, varón y mujer, celebran su boda. Por el contrario, en Caná de Galilea falta el vino: el amor no consigue su meta y sólo el Mesí­as de Dios puede remediar esa carencia.

(7) Bodas de todos los hombres y mujeres. El simbolismo esponsal del Cantar de los Cantares es más privado (hombre y mujer, celebrando ellos solos su amor). Por el contrario, el simbolismo de Caná de Galilea es más universal. Las bodas son espacio de revelación mesiánica, donde se habla de un vino para novios e invitados. Estamos en contexto de bodas ampliadas. La atención de la escena se desví­a: ya no se centra en los esposos, sino en los participantes de la fiesta. Así­, veladamente, sin dejar el simbolismo de Cant (dos amantes), el texto nos abre a la visión social de los profetas, a la esperanza mesiánica, sin presentar a Jesús como un esposo particular y masculino frente a una humanidad femenina, sino como expresión de plenitud para la humanidad que está de bodas. Ciertamente, se puede evocar la imagen de un Mesí­as, esposo de fiesta, en cuyas bodas los hombres no pueden ayunar (cf. Mc 2,19-20), sino que deben celebrar con vino la fiesta de la vida. También se puede evocar la imagen esponsal de Ef 5,22-33, donde el marido es signo de un Cristo que es esposo universal de las mujeres. Pero Jn 2,2-12 deja que el novio de las bodas siga siendo un hombre de este mundo, al que dirige su pregunta decisiva el encargado de la fiesta: «¿Cómo has dejado el vino bueno para el momento final de las bodas, cuando todos deberí­an encontrarse ya bebidos, incapaces de distinguir el buen licor de la bebida mala?» (2,9-10).

(8) Jesús, Mesí­as de la bodas humanas. Jesús no sustituye al esposo de las bodas de Caná, pero se introduce así­ en las bodas siempre defectuosas de este mundo, como signo de un Dios que ofrece el vino de la vida a todos los hombres y mujeres. No ocupa el lugar del esposo o la esposa, sino que deja que ellos realicen su función de amor, como supone el Cantar de los Cantares y ratifican el Apocalipsis e Isaí­as: «El Señor de los ejércitos prepara en este monte a todos los pueblos un banquete de manjares suculentos, un festí­n de vinos refinados, manjares escogidos, vinos generosos, y destruirá en este monte el velo que cubre a todos los pueblos… Aniquilará la muerte…» (Is 26,6-7). Este es el evangelio de bodas y por eso en el fondo de su mensaje sigue estando la alegrí­a de un varón y una mujer que se vinculan en amor y quieren que ese amor se expanda y llegue a todos, como amor hecho vino de fiesta y plenitud gozosa. El judaismo era religión de purificaciones y ayunos (cf. Mc 2,18 par), por eso necesitaba agua de abluciones. Pues bien, en contra de eso, el Evangelio empieza siendo experiencia mesiánica de fiesta, como ratifican, cada uno por su lado, desde perspectivas distintas, dos textos básicos del Nuevo Testamento: Jn 2,1-12 y Mc 2,18-22.

(9) Nota final. Las bodas del Apocalipsis. El Apocalipsis interpreta este motivo de las bodas como centro de su trama, en clave negativa y positiva. En clave negativa: Ap ha destacado el riesgo de prostitución de la Iglesia (Ap 2,15.20) y de la mayorí­a de los hombres (17,1-19,8): el pecado más grave son las malas bodas. En clave positiva: Ap anuncia las Bodas finales con palabra de bienaventuranza (19,7.9); ellas definen su visión de los nuevos cielos y la tierra nueva (21,1-22,5). La última petición del Espí­ritu y la Esposa (que llaman a Jesús, diciéndole que venga: 22,12-20) es palabra y deseo de bodas.

Cf. M. E. BOISMARD, Dti Baptéme a Cana (Jn 1,19-2,11), Cerf, Parí­s í956; M. NAVARRO, «La mujer en las bodas de Caná», en A. APARICIO (ed.), Marí­a en el Evangelio, Claretianas, Madrid f 994, 295-326; E. PRZYWARA, El cristiano segi’in san Juan, Dinor, San Sebastián í96í, 73-94; A. SERRA, Contribnti dell†™antica letteratnra gindaica per l†™esegesi di Giovanni 2,1-12 e 19,25-27, Herder, Roma f 977; Maña a Cana e preso la Croce, Centro Mariano, Roma f978, í3-78.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra