(Habitación, morada). Término que no figura en la Biblia, pero que los eruditos judíos utilizaban para referirse a la presencia de Dios, a su gloria. Les permitía hablar de Dios en términos de espacio y tiempo, cuando se decía que santificaba un lugar, un individuo o todo un pueblo. Así, se podía expresar que †œDios puso su s. en medio de su pueblo†, sin vulnerar el concepto de unidad de la deidad, tan enfatizado en la mente hebrea. Servía, además, para evitar la pronunciación del nombre de Jehová.
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
La sekiná (heb. šeḵı̂nâ), el resplandor, la gloria o la presencia de Dios que moraba en medio de su pueblo, fue utilizada por los targumistas y rabinos para significar a Dios mismo, porque no agrada al judaismo ortodoxo atribuir forma o emoción a la deidad. No obstante, el Dios concebido en términos humanos purificados inspiró las más nobles manifestaciones proféticas, mientras que el Dios legalista se volvió frío, abstracto y reservado. La sekiná, el equivalente judaico más aproximado del Espíritu Santo, se convirtió junto con otros conceptos o derivados veterotestamentarios (Palabra, Sabiduría, Espíritu, etc.), en puente entre la corporalidad del hombre y la trascendencia de Dios. Este término es posbíblico, pero el concepto satura ambos testamentos. Sirve de base a la enseñanza de que Dios mora en su santuario (Ex. 25.8, etc.), o entre su pueblo (Ex. 29.45s, etc.). Estos pasajes, y otros relacionados, emplean la raíz verbal šāḵan, ‘morar’, de la que se deriva sekiná.
La gloria de Dios (kāḇôḏ en la Biblia heb., doxa en la LXX y el
Al igual que en el AT, en el NT se puede proclamar la gloria de Dios (Lc. 2.9; Hch. 7.55; 2 Co. 3.18), como también atribuírsela (Lc. 2.14; Ro. 11.36; Fil. 4.20; Ap. 7.12, etc.). Se indica que la atribución de esta gloria es un deber humano, ya sea que haya sido satisfecha (Ro. 4.20) o no (Hch. 12.23; Ap. 16.9). La gloria está presente de manera especial en el templo celestial (Ap. 15.8) y en la ciudad celestial (Ap. 21.23).
El NT asigna libremente a Cristo una gloria comparable como ser divino, tanto antes como después de la línea divisoria de la pascua. Los evangelios sinópticos son un poco reticentes en cuanto a relacionar esta gloria con el Jesús terrenal, excepto en relación con la parusía (Mr. 8.38; 10.37; 13.26; y pasajes paralelos) o al referirse a la transfiguración de Cristo (Lc. 9.32). Juan le asigna esta gloria más libremente (cf. 1.14; 2.11; 11.4); sin embargo, distingue una revelación más completa, o final, como posterior a su ministerio en la tierra (7.39; 12.16, etc.). Esta aparente fluctuación no es antinatural—la visión del Jesús terrenal y el celestial a veces se vuelve escorzada después de la pasión—. El verbo relacionado doxazō frecuentemente remplaza al sustantivo (Jn. 12; 17, etc.). La similitud entre la voz heb. y el gr. skēnē, etc., podría sugerir el tema de la sekiná en Jn. 1.14 (eskēnōsen, ‘habitó’) y Ap. 21.3 (skēnē, ‘morada’).
Otros pasajes son dignos de atención especial: cf. 1 Ti. 3.16; Tit. 2.13; He. 1.3; 13.21; Stg. 2.1; 1 P. 1.11, 21; 4.13; 5.1; Ap. 5.12s.
Bibliografía. W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II, pp. 38–43; G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, 1976, t(t). I, pp. 303–806; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985, pp. 428ss; S. Aalen, “Gloria”,
Véase
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico