MALDICION

v. Anatema
Gen 27:13 su madre .. Hijo mío, sea sobre mí tu m
Deu 11:26; 30:19


Decir mal. Expresar un mal deseo hacia una persona, objeto, nación o ciudad. En hebreo son muchas las palabras que se utilizan para la idea de maldecir. Una de ellas es arar. El pacto de Dios con Israel suponí­a bendiciones si el pueblo obedecí­a y m. si no lo hací­a. Algunas de estas m. aparecen en Deu 27:15-26 y 28:16-68 (†œMaldito el hombre que hiciere escultura … y la pusiere en oculto…. Maldito el que deshonrare a su padre o a su madre…. Maldito el que redujere el lí­mite de su prójimo…). La m. reduce al que la recibe a un estado de impotencia, como si estuviera amarrado, siendo incapaz de impedir sus efectos. Por eso el rey moabita †¢Balac quiso contratar los servicios de †¢Balaam para que maldijera al pueblo de Israel. Si Balaam hací­a eso, los israelitas habrí­an estado inmovilizados e impedidos de combatir con eficiencia al ataque de Balac (Num 22:1-6). Pero †Dios volvió la m. en bendición» (Neh 13:2).

Se habla de m. como castigos por la desobediencia, como es el caso de †¢Adán (Gen 3:14, Gen 3:17). También amenazas o advertencias para el caso de incumplimientos del pacto (†œMaldito el varón que no obedeciere las palabras de este pacto† [Jer 11:3]). Las m. están siempre relacionadas con el rompimiento de la relación personal con Dios. Algunos eruditos leyendo acerca del †œrollo† que †¢Zacarí­as contempla en una visión y que es calificado como †œla m. que sale sobre la faz de la tierra†, interpretan que es la ley (Zac 5:1-4), porque †œtodos los que dependen de las obras de la ley están bajo m.† (Gal 3:10). Pero †œCristo nos redimió de la m. de la ley† (Gal 3:13).
hombres también pueden emitir una m., como fue el caso de †¢Jotam, que maldijo a los siquemitas (†œFuego salga de Abimelec, que consuma a los de Siquem† [Jue 9:20]). A veces las m. humanas se cumplen (†œ… y vino sobre ellos la m. de Jotam hijo de Jerobaal† [Jue 9:57]). Las m. que lanzó †¢Simei contra David, no tuvieron efecto (†œ… me maldijo con una m. fuerte el dí­a que yo iba a Mahanaim† [1Re 2:8]).
el NT, los términos kataraomai, maldecir, y katara, traducido como m., son los más usuales para estas ideas. La boca de los impí­os †œestá llena de m. y de amargura† (Rom 3:14), porque son †œhijos de m.† (2Pe 2:14). Hablando de profesantes cristianos que se alejan de la fe, se dice en Hebreos que la tierra que no responde a los beneficios de la lluvia y el trabajo y †œproduce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada† (Heb 6:8).
maldecir es un acto reservado sólo al santo y justo juicio de Dios. Los creyentes no deben maldecir a nada ni a nadie (†œBendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis† [Rom 12:14; Mat 5:44; Luc 6:28]). Nadie debe pretender la autoridad del Señor Jesús, quien efectivamente maldijo a una higuera (Mar 11:21).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DOCT ESCA

ver, BENDICIí“N

vet, El castigo pronunciado por Dios como consecuencia del pecado de Adán y Eva. El hombre no fue objeto de la maldición, sino que ésta cayó sobre la serpiente y sobre la tierra. El hombre deberí­a comer con dolor del fruto de la tierra todos los dí­as de su vida, y en dolor deberí­a la mujer dar a luz sus hijos (Gn. 3:17). Después del diluvio, el Señor olió el grato olor del sacrificio de Noé, y dijo en su corazón: «No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud» (Gn. 8:21). Habí­a comenzado una nueva dispensación del cielo y de la tierra, y Dios no iba a maldecirla ya más, sino que iba a actuar respecto a ella en base al grato olor de la ofrenda de Noé. El hombre recibió aliento. Las estaciones anuales persistirí­an en tanto que la tierra permaneciese (Gn. 8:22). Dios hizo un pacto con Noé y su descendencia, y con todo ser vivo, y como prenda de este pacto estableció su arco en las nubes (Gn. 9:8-17). Toda la creación está sometida a vanidad, y gime y está con dolores de parto (Ro. 8:20-22). Pero hay la certidumbre de una liberación ya conseguida. Las espinas y cardos eran las pruebas de la maldición (Is. 32:13); pero viene el tiempo en que «en lugar de zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán» (Is. 55:13). Tanto los débiles como los fuertes del reino animal morarán también en feliz armoní­a en el milenio (Is. 11:6-9). En un sentido más sublime, Cristo ha redimido a los creyentes procedentes del judaí­smo de la maldición de la Ley, habiendo sido hecho maldición por ellos, porque maldito es todo el que es colgado de un madero (cfr. Gá. 3:13). (Véase BENDICIí“N.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Expresión malévola en referencia a personas, grupos, lugares o situaciones. Es lo contrario de bendición. En la Escritura aparecen con frecuencia, como acontecí­a en todo los pueblos del entorno israelita, sortilegios y maleficios, execraciones y amenazas, expresiones deseando males a otros como venganza o como castigo. De igual forma aparecen bendiciones.

Se tení­a por seguro que los malos deseos sobre otros, si uno era protegido por Dios y obraba rectamente, siempre surtí­an efecto. (Ecclo. 3. 9; Zac. 5. 2; Num. 22. 6; Sal. 109. 18).

El Nuevo Testamento cambia la orientación y, siendo la misericordia la preferencia de Jesús, se rechaza el maldecir y se prefiere el bendecir. De las 18 veces que se emplea en el Nuevo Testamento el verbo mal-decir (kataaraomai) y de las 5 que se dice «decir mal» (katalogeo), junto con las dos docenas de términos análogos (calumniar, diaballo; murmurar, psizirismos; calumniar, kata-laleo), en la casi totalidad se presentan como portadores de una idea negativa.

La veces en que se emplea maldecir son solemnes y contundentes: «Id malditos al fuego eterno» (Mt. 25.41). El Evangelio tiene una ley: «Bendecid a los que os maldicen» (Lc. 6.28), que los Apóstoles divulgaron por todas partes: «Bendecid a los que os persiguen y no los maldigáis». (Rom. 3.14)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Es una palabra de Dios, que produce la desgracia o la muerte sobre los hombres o las cosas a causa del pecado. En los demás pueblos de la antigüedad tení­a un efecto mágico que se cumplí­a fatalmente. En Israel la eficacia de la maldición pronunciada por un hombre dependí­a deI Dios justo y, por tanto, se eliminaba el valor puramente mágico. Son eficaces e irrevocables las bendiciones y maldiciones de los patriarcas sobre su descendencia, por ser exponentes de los designios de Dios. Esta dependencia de Dios las hací­a convertirse a menudo en deprecaciones («maldito seas», «maldí­gate Dios»). En la historia de la salvación, la maldición es secundaria, como una sustitución de la bendición, que era el primer plan de Dios. Son malditos los que rehúsan la bendición, es decir, los que quebrantan la Alianza, los infieles a los mandamientos, los pecadores. La Ley condena a los que la quebrantan (Di 11,26-29; 30,1.19; Rom 3,14; Gál 3,10; 2 Pe 2,14). Jesús prohí­be la maldición: hay que bendecir a los que nos maldicen (Lc 6,28), aunque él mismo maldice a la higuera infructuosa (Mc 11,21), a los que quebrantan la ley (Jn 7,49). San Pablo maldice a los que no aman al Señor (1 Cor 16,22). Jesucristo se hizo «maldito» (Gál 3,13); era maldito el que se oponí­a al designio de Dios, poniendo su salvación en la Ley. Jesús se sometió a esa situación de maldición para destruirla y proponernos el único camino de salvación: la gracia de su cruz recibida por la fe. Los que no la aceptan ni la hacen fecunda por la caridad oirán en el juicio último la maldición eterna (Mt 25,41).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Varias palabras hebreas y griegas de la Biblia que se traducen por el término †œmaldición† o expresiones similares comunican la idea básica de desear o pronunciar el mal contra alguien.
La primera maldición la pronunció Dios, después de la rebelión edénica, contra el instigador de aquella rebelión mediante el agente que este habí­a empleado: la serpiente. (Gé 3:14, 15.) Esta maldición tení­a que terminar en su destrucción. Al mismo tiempo se maldijo el suelo por causa de Adán, lo que resultarí­a en que produjera espinos y cardos, pero no en su destrucción. (Gé 3:17, 18; 5:29.) La maldición que Jehová dirigió contra Caí­n lo condenó a una vida de fugitivo. (Gé 4:11, 12.)
Después del Diluvio, la primera maldición que pronunció un ser humano la dirigió Noé a Canaán, hijo de Cam, al condenarlo a ser esclavo de Sem y de Jafet. Esta maldición vio su cumplimiento mayor unos ocho siglos más tarde, cuando la nación semita de Israel conquistó Canaán. (Gé 9:25-27.) Por eso Josué dijo a los gabaonitas, descendientes de Canaán, que eran †œgente maldita†, por lo que se les tuvo como esclavos. (Jos 9:23.)
De modo que este tipo de maldición no debe confundirse con la blasfemia, ni tampoco implica enfado violento, como lo demuestra el caso de los gabaonitas. En los textos citados antes se usa la palabra hebrea ´a·rár. Esta se halla dieciocho veces en declaraciones formales en Deuteronomio 27:15-26; 28:16-19, y también en declaraciones solemnes, como las de Exodo 22:28; Jeremí­as 11:3; 17:5 y 48:10. El sustantivo relacionado, me´e·ráh, aparece cinco veces. (Dt 28:20; Pr 3:33; 28:27; Mal 2:2; 3:9.) El uso bí­blico de estas palabras indica una declaración solemne o predicción del mal, y cuando proviene de Dios o de una persona autorizada por El, tiene una fuerza y un valor proféticos. La maldición de Josué contra cualquier hombre que en el futuro reconstruyera la devastada Jericó se cumplió muchos siglos después. (Jos 6:26; 1Re 16:34.) Sin embargo, Jehová desaprobó las peticiones del rey Balac para que Balaam maldijera a Israel, e hizo que en su lugar se pronunciaran bendiciones. (Nú 22:6–24:25; véase EXECRAR.)
Otra palabra hebrea que se traduce †œjuramento† y †œmaldición† es ´a·láh, e implica un juramento que lleva consigo una maldición como pena por la violación del mismo o debido a su falsedad. (Gé 24:41, nota; Nú 5:21, 23, 27; Dt 29:19-21; 2Cr 34:24; 1Re 8:31, 32; véase JURAMENTO.)
Las dos palabras básicas que se traducen †œmaldición† en las Escrituras Griegas son a·rá y a·ná·the·ma, así­ como otras palabras emparentadas con estas, como ka·tá·ra, e·pi·ka·tá·ra·tos, ka·ta·rá·o·mai, ka·tá·the·ma y ka·ta·the·ma·tí­Â·zo.
La palabra a·rá tiene el significado de imprecación u oración en la que se invoca el mal de una fuente divina. Juan usa la palabra relacionada e·pá·ra·tos cuando escribe que los fariseos veí­an a la gente común que escuchaba a Jesús como †œunos malditos† que no conocí­an la Ley. (Jn 7:49.) Por otro lado, Pablo mostró que todos los judí­os necesitaban que se les redimiera de la maldición del pacto de la Ley haciendo que Jesucristo fuera una maldición en lugar de ellos al morir en el madero de tormento. (Gál 3:10, 13.) En Gálatas 3:10 Pablo usó el término e·pi·ka·tá·ra·tos para traducir la palabra hebrea ´a·rár de Deuteronomio 27:26, y en el versí­culo 13 utilizó la misma palabra para traducir la voz hebrea qela·láh (algo maldito; maldición) de Deuteronomio 21:23. (Véase INVOCACIí“N DE MAL.)
Se usa una forma del verbo ka·ta·rá·o·mai cuando Jesús maldice a la clase de las †œcabras† (Mt 25:41) y también cuando dice a sus seguidores que tienen que †˜bendecir a los que los maldicen†™. (Lu 6:28.) Pablo y Santiago usaron formas de esta misma palabra al dar consejo en Romanos 12:14 y Santiago 3:9. Pablo empleó la palabra ka·tá·ra cuando comparó a los cristianos que caen después de haber participado del espí­ritu santo con la †œtierra† que no responde a la lluvia y que solo produce espinos y abrojos (Heb 6:7, 8), y Pedro utiliza la misma palabra para llamar †œmalditos† a los codiciosos que †œtienen ojos llenos de adulterio† y cautivan almas inocentes. (2Pe 2:14.)
La palabra a·ná·the·ma significa literalmente †œlo que se coloca encima†, y en un principio aplicaba a las ofrendas votivas que se presentaban o apartaban como sagradas en los templos. (Véase Lu 21:5, donde se usa una palabra relacionada.) En las Escrituras Griegas, los escritores bí­blicos utilizaron a·ná·the·ma para referirse a lo que es o puede convertirse en maldito y, por lo tanto, apartado como malo o execrado. Pablo escribió a los Gálatas (1:8) que deberí­an considerar †œmaldito† a cualquiera, incluso ángeles, que les declarasen como buenas nuevas algo contrario a lo que habí­an recibido. También se llamó malditos a los que no le tení­an †œcariño al Señor†. (1Co 16:22.) Angustiado por sus parientes israelitas que no habí­an aceptado al Señor, Pablo dijo que incluso podrí­a desear que se le †˜separara del Cristo como maldito†™ a favor de ellos. (Ro 9:3.) En otros casos se utiliza a·ná·the·ma para referirse al juramento que, si no se cumple o resulta falso, deriva en una maldición, como en el caso de los 40 hombres que tramaron una conspiración juramentada para matar a Pablo. (Hch 23:12-15, 21.) Las palabras ka·ta·the·ma·tí­Â·zo y a·na·the·ma·tí­Â·zo se usan en relación con la negación que Pedro hizo de Cristo. (Mt 26:74; Mr 14:71.) Pedro estaba diciendo en realidad que deseaba †˜ser maldecido o apartado como malo si conocí­a al hombre†™.
En Revelación 22:3 se promete que en la Nueva Jerusalén †œno habrá ninguna maldición [ka·tá·the·ma]†, posiblemente para contrastarla con la Jerusalén terrestre, que llegó a estar bajo la maldición de Dios. También contrasta marcadamente con la condición maldita de la simbólica ciudad Babilonia la Grande, como resultado del decreto judicial de Dios contra ella. El mandato que se da en Revelación 18:4-8 muestra con claridad que se ha pronunciado un †œanatema† contra esa ciudad simbólica. (Véase también 2Co 6:17.)
En la Versión de los Setenta griega los traductores por lo general usaron a·ná·the·ma para traducir la palabra hebrea jé·rem. (Véase COSA DADA POR ENTERO.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

El vocabulario de la maldición es rico en hebreo; expresa las reacciones violentas de temperamentos pasionales; se’ maldice en la ira (z’m), humillando (‘rr), despreciando (qll), execrando (qbb), jurando (‘Ih). La Biblia griega se inspira sobre todo en la raí­z ara, que designa la oración, el voto, la imprecación, y evoca más bien el recurso a una fuerza superior contra lo que se maldice.

La maldición pone en juego fuerzas profundas y que rebasan al hombre; a través del poder de la palabra pronunciada que parece desplegar automáticamente sus efectos funestos, la maldición evoca el temible poder del mal y del *pecado, la inexorable lógica que conduce del mal a la desventura; así­ la maldición, en su forma plena, comporta dos términos estrechamente ligados, la causa o la condición que acarrea el efecto: «Porque has hecho eso (si haces eso)… te alcanzará tal infortunio.»
Se puede maldecir a la ligera sin exponerse a desencadenar sobre la propia persona la maldición que uno invoca (cf. Sal 109,17). Para maldecir a alguien es preciso tener cierto derecho sobre su ser profundo, el de la autoridad legal o paterna, el de la miseria y de la injusta ojDresión (Sal 137,8s; cf. Job 31,20.38s; Sant 5,4), el de Dios.

I. LA PREHISTORIA: MALDICIí“N SOBRE EL MUNDO. Desde los orí­genes está presente la maldición (Gén 3, 14.17), pero en contrapunto, siendo la bendición el motivo primero (1, 22.28). La maldición es como el eco invertido de la *palabra divina presente en la *creación. Cuando el verbo, luz, verdad, vida, alcanza al prí­ncipe de las tinieblas, padre de la mentira y de la muerte, la bendición que aporta se cambia con este contacto en maldición. El pecado es un mal que la palabra no crea, sino revela, y cuya desgracia consuma: la maldición es ya un *juicio.

Dios bendice porque es el *Dios vivo, la fuente de la *vida (Jer 2,13). El tentador, que se enfrenta con él (Gén 3,4s) y arrastra al hombre a su pecado, lo arrastra también a su maldición; en lugar de la *presencia divina, se produce el exilio lejos de Dios (Gén 3,23s) y de su *gloria (Rom 3,23); en lugar de la vida, la *muerte (Gén 3,19). Sin embargo, sólo el gran responsable, el diablo (Sab 2,24), es maldecido «para siempre» (Gén 3,14s); sobre la mujer, que sigue engendrando, sobre la tierra, que sigue produciendo, sobre toda fecundidad, la maldición aporta el *sufrimiento, el *trabajo ingrato y penoso, pero sin destruir la bendición original (3,16-20). A costa de una labor sin tregua y de una agoní­a, la vida se mantiene la más fuerte, presagio de la derrota final del maldito (3,15).

De Adán a Abraham se extiende la maldición : muerte, cuyo autor es el hombre mismo (Gén 4.11; sobre el nexo maldición-*sangre cf. 4,23s; 9,4ss; Mt 27,25) ; corrupción que viene a dar en la destrucción (Gén 6,5-12) del *diluvio, donde el *agua, vida primordial, se convierta en abismo de muerte. Sin embargo, en el seno mismo de la maldición, enví­a Dios su *consolación, Noé, *primicias de una nueva humanidad, a quien se promete la bendición para siempre (8,17-23; 9,1-17; lPe 3,20).

II. Los PATRIARCAS: MALDICIí“N SOBRE LOS ENEMIGOS DE ISRAEL. Mientras la maldición destruye a *Babel y *dispersa a los humanos confabulados contra Dios (Gén 11,7), suscita Dios a *Abraham para reunir a todos los pueblos en torno a él y a su descendencia, para su bendición o su maldición (12,1ss). Mientras que la bendición sustrae al linaje elegido a la doble maldición del seno *estéril (15,5s; 30,1s) y de la *tierra hostil (27,27s; 49,11s.2-26), la maldición que se acarrean los adversarios de la raza elegida los expulsa «lejos de las tierras fértiles… y del rocí­o que cae del cielo» (27,39); la maldición viene a ser reprobación, exclusión de la única bendición. «Â¡Maldito sea el que te maldiga!»: Faraón (Ex 12,29-32), luego Balac (Núm 24,9) pasan por esta experiencia. Para colmo de la ironí­a, el Faraón se ve reducido a suplicar a los hijos de Israel «que invoquen sobre [él] la bendición» de su Dios (Ex 12,32).

III. LA LEY: MALDICIí“N SOBRE ISRAEL CULPABLE. Cuanto más progresa la bendición, más se revela la maldición.

1. La *ley pone al descubierto poco a poco el pecado (Rom 7,7-13) proclamando, junto con las exigencias y los entredichos, las consecuencias fatales de su violación. Del código de la alianza a las liturgias grandiosas del Deuteronomio, las amenazas de maldición van ganando progresivamente en precisión y en amplitud trágica (Ex 23,21; Jos 24,20; Dt 28: cf. Lev 26,14-39). La bendición es un misterio de *elección, la maldición es un misterio de repudio y de eliminación de los elegidos (1Sa 15, 23; 2Re 17,17-23; 21,10-15) de una elección que, no obstante, sigue afectándoles (Am 3,2).

2. Los profetas, testigos del *endurecimiento de Israel (Am 6,1…; Hab 2,6-20), de su ceguera ante la desgracia inminente (Am 9,10; Is 28, 15; Miq 3,11; cf. Mt 3,8ss), se ven obligados a anunciar «la violencia y la ruina» (Jer 20,8), a volver constantemente al lenguaje de la maldición (Am 2,1-16; Os 4,6; Is 9,7-10. 4; Jer 23,13ss; Ez 11,1-12.13-21), a verla alcanzar a todo Israel, sin perdonar a nada ni a nadie: a los sacerdotes (Is 28,7-13), a los falsos profetas (Ez 13), a los malos pastores (Ez 34,1-10), al paí­s (Miq 1,8-16), a la ciudad (Is 29,1-10), al templo (Jer 7,1-15), al palacio (22,5), a los reyes (25,18).

Sin embargo, la maldición no es nunca total. A veces, sin razón aparente y sin transición, en un arranque de ternura, la *promesa de salvación sucede a la amenaza (Os 2, 8.11.16; Is 6,13), pero con más frecuencia en el seno mismo de la maldición, como en su centro lógico, irrumpe la bendición (Is 1,25s; 28, 16s; Ez 34,1-16; 36,2-12.13-38).

IV. LOS LLAMAMIENTOS DE LOS JUSTOS A LA MALDICIí“N. Del *resto, a través del cual transmite Dios la bendición de Abraham, se elevan a veces gritos de maldición, los de Jeremí­as (Jer 11,20; 12,3; 20,12) y de los salmistas (Sal 5,11; 35,4ss; 83, 10-19; 109,6-20; 137,7ss). Sin duda estos llamamientos a la violencia, que nos escandalizan como si nosotros supiéramos *perdonar, comportan una parte de resentimiento personal o nacionalista. Pero una vez purificados podrán ser reasumidos en el NT, pues expresan no sólo la aflicción de la humanidad sometida a la maldición del pecado, sino el llamamiento a la *justicia de Dios, que implica necesariamente la destrucción del pecado. Cuando este grito brota de un corazón que reconoce su propia falta (Bar 3,8; Dan 9,11-15), Dios no puede rechazarlo; cuando se eleva silencioso de los labios exánimes de un inocente ejecutado «sin abrir la boca» (Is 53,7), que se ofreció por nosotros a la maldición (53, 3s), esta intercesión es infalible: nos garantiza la salvación de los pecadores y el fin del pecado: «Ya no habrá más maldición» (Zac 14,11).

V. JESUCRISTO VENCEDOR DE LA MALDICIí“N. «No hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Rom 8.1), y tampoco maldición. Cristo, hecho por nosotros «pecado» (2Cor 5,21) y «maldición», «nos rescató de la maldición de la ley» (Gál 3,13) y nos puso en posesión de la bendición del *Espí­ritu de Dios. La palabra puede, pues, inaugurar los tiempos nuevos de la *bienaventuranza (Mt 5,3-11): en adelante ya no rechaza, sino atrae (Jn 12,32); no dispersa, sino unifica (Ef 2,16). Libera al hombre de la cadena maldita, Satán, pecado, ira, muerte, y le permite amar. El Padre que ha perdonado todo en su Hijo, puede enseñar a sus hijos el modo de vencer la maldición por el *perdón (Rom 12,14; ICor 13,5) y por el amor (Mt 5,44; Col 3,13); el cristiano no puede ya maldecir (lPe 3,9), a la inversa del «Â¡maldito sea el que te maldiga!» del AT, y, a ejemplo del Señor, debe «bendecir a los que le maldicen» (Le 6,28).

La maldición, vencida por Cristo, sigue, no obstante, siendo una realidad, un destino ya no fatal como lo hubiese sido sin él, pero todaví­a posible. La manifestación suprema de la bendición lleva incluso a su paroxismo el encarnizamiento de la maldición que progresa tras sus huellas desde los orí­genes. La maldición, aprovechando los últimos dí­as, que le están contados (Ap 12,12), desencadena toda sus virulencia en la hora en que se consuma la salvación (8, 13). De ahí­ viene que el NT incluya todaví­a no pocas fórmulas de maldición; el Apocalipsis puede proclamar «Ya no habrá más maldición» (22,3) y a la vez lanzar la maldición definitiva: «Â¡Fuera… todos los que se complacen en hacer el mal! » (22, 15), el dragón (12), la bestia y el falso profeta (13), las naciones, Gog y Magog (20,7), la prostituida (17), Babel (18), la muerte y el s»eol (20, 14), las tinieblas (22,5), el *mundo (Jn 16,33) y los *poderes de este mundo (ICor 2,6). Esta maldición total, un «Â¡Fuera!» sin apelación, es proferida por Jesucristo. Lo que la hace terrible es que en él no es *venganza apasionada ni exigencia racional de talión ; es más pura y más terrible, abandona a su elección a los que se han excluido del *amor.

No es que Jesús viniera para maldecir y condenar (Jn 3,17; 12,47); por el contrario, aporta la bendición. Jamás durante su vida maldijo a nadie; cierto que no escatimó las amenazas más siniestras, a los saturados de este mundo (Lc 6,24ss), a las ciudades galileas incrédulas (Mt 11,21), a los escribas y fariseos (Mt 23,13-31), a «esta *generación» en la que se concentran todos los pecados de Israel (23,33-36), a «ese hombre por el que el Hijo del hombre será entregado» (26,24), pero se trata siempre de amonestaciones y de profecí­as dolorosas, nunca de un desencadenamiento de la *ira. La propia palabra de maldición no aparece en labios del Hijo del hombre sino en su último advenimiento: «Â¡Apartaos de mi, malditos!» (Mt 25,41). Y todaví­a nos advierte que ni siquiera en esa hora cambiará de comportamiento : «Si alguno oye mis palabras y no las guarda, no seré yo quien le condenará… La palabra que he hecho oir es la que le juzgará en el último dí­a» (Jn 12, 47s).

-> Bienaventuranza – Bendición – Bien y Mal – Castigos – Ira – Endurecimiento – Infierno – Juicio – Muerte – Pecado – Retribución – Satán – Venganza’ – Visita.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Las Escrituras emplean el término «maldición» (formas sustantivas del AT: qәlālāh y ḥērem; verbo ʾārar; en la forma sustantiva en el NT: katara anazema: en su forma verbal kataraomai) en ciertos significados bien definidos. En su uso general, una maldición es una imprecación o un deseo que se expresa para mal. Si se dirige en contra de Dios directamente, es una blasfemia (Job 1:5, 11; 2:5, 9). Puede ser un deseo expresado delante de Dios contra otra persona o cosa. Se consideraba que una maldición tenía un poder innato para desarrollar su propio efecto (Zac. 5:1–3, donde la maldición inevitablemente encuentra su víctima). Las maldiciones entre los paganos se suponían que tenían el poder de la autorealización (Nm. 22–24 con Balaam). En la Escritura, una maldición invariablemente estaba relacionada con el pecado (Gn. 3) y la desobediencia (Pr. 26:2). En ciertos casos, el concepto de un voto o juramento bastaba para entender el significado (Jue. 17:2; Is. 65:15).

En su uso específico, la maldición era un acto de dedicación o devoción a Dios. Las personas o cosas así dedicadas no podían ser usadas para propósitos privados (Lv. 27:28) En tiempos de guerra, una ciudad era dedicada al Señor; esto incluía a los esclavos y los animales (Dt. 20:12–14; Jos. 6:26), la redención de hijos y vírgenes (Dt. 21:11, 12), la incineración de combustibles (Dt. 7:25), la ubicación de metales en el templo (Jos. 6:24), y la imposición de penas sobre aquellos que violaban estas disposiciones (Jos. 6:18). La manera literal en que este castigo se llevó a efecto se encuentra en la trágica historia de Adán y su familia, y en la experiencia de Hiel de Betel (Jos. 7:1ss. y R. 16:34). Los cananeos, como nación, fueron puestos aparte para esta clase de destrucción (Jos. 2:10; 6:17).

En su más alta significación, la maldición indica una cosa dedicada a un uso sagrado exclusivo. En ese sentido se iguala a un voto. Compárese la consagración de Juan el Bautista (Lc. 1:15; 7:33), y el mal uso del voto entre el pueblo de Israel por una evasión instituida por sus líderes religiosos (Mr. 7:11ss.). Como se ha visto, esto denota una pena de exterminación y ocurre frecuentemente en el AT, pero no hay una evidencia clara de esto en el NT. La pena de aniquilación fue reemplazada en este tiempo por la disciplina de la excomunión (Jn. 9:22; 12:42; 16:2; Mt. 18:17). Esd. 10:18 se entiende como una aproximación rabínica de la excomunión (Mt. 18:17; Lc. 6:22). Admitimos que la referencia de Lucas puede tener una explicación más amplia.

Un uso regular de la palabra está en contraste con el de bendición. Cuando el término se emplea así, no existe una asociación sagrada, y la palabra cubre la gama que va de lo divino a lo satánico. Antes que el pueblo de Israel entrara en Canaán, se le dio la oportunidad de obedecer y tener las bendiciones de Dios o de desobedecer y la maldición consiguiente. La maldición fue puesta simbólicamente sobre el monte Ebal en tanto que la bendición estaba relacionada con el monte Gerizim (Dt. 27:13–26). La rareza de la maldición en el NT está dentro del contexto del espíritu de la nueva era (Mt. 21:19ss; Mr. 11:12).

La maldición tiene definitivamente una referencia cristológica. Pablo afirma que Cristo ha llegado a ser maldición por nosotros (Gá. 3:13) al llevar la pena de la ley (Dt. 21:23). La maldición de la ley (Dt. 27:26) cayó sobre él por la forma de su muerte así como por el mismo hecho de ella. Fue la muerte de un criminal y por lo tanto bajo la maldición.

BIBLIOGRAFÍA

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Charles L. Feinberg

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HDCG Hastings’ Dictionary of Christ and the Gospels

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

SBD Standard Bible Dictionary

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (374). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

El principal vocabulario bíblico relativo a la maldición consiste en los sinónimos heb. ˒ārar, qālal y ˒ālā, que corresponden a los vocablos grs. kataraomai, katara y epikataratos; y heḥrı̂m y ḥērem, correspondientes a los vocablos gr. anathematizō y anathema.

El significado básico del primer grupo es, justamente, maldición. Un hombre puede pronunciar una maldición con el deseo de perjudicar a otro (Job 31.30; Gn. 12.3); o como confirmación de una promesa suya (Gn. 24.41; 26.28; Neh. 10.29); o como prenda de la verdad de su testimonio ante la ley (1 R. 8.31; cf. Ex. 22.11). Cuando Dios pronuncia una maldición se trata de, a., censura del pecado (Nm. 5.21, 23; Dt. 29.19–20), b., su juicio sobre el pecado (Nm. 5.22, 24, 27; Is. 24.6), y c., a la persona misma que sufre las consecuencias del pecado debido al juicio de Dios se le llama maldición (Nm. 5.21, 27; Jer. 29.18).

Sin embargo, para el hebreo, así como la palabra no es meramente un sonido en los labios, sino un agente que se envía con una misión, de la misma manera la maldición pronunciada es un agente activo que provoca daño. Detrás de la palabra está el alma que la ha creado. Así, la palabra que no está respaldada por la capacidad espiritual necesaria para darle cumplimiento se reduce a mera “palabra varía” (2 R. 18.20; °bj “meras palabras de los labios”), pero cuando el alma tiene poder, la palabra adquiere ese mismo poder (Ec. 8.4; 1 Cr. 21.4). La potencialidad de la palabra se pone de manifiesto en algunos de los milagros de sanidad de nuestro Señor (Mt. 8.8, 16; cf. Sal. 107.20), y en la maldición que pronunció sobre la higuera estéril (Mr. 11.14, 20–21). En Zac. 5.1–4 la maldición misma, que representa la ley de Dios, vuela por toda la tierra, descubre a los pecadores y los elimina de la escena. Una maldición es un peligro tan real para el sordo como lo es una piedra de tropiezo para el ciego, por cuanto le es imposible adoptar una “acción evasiva” apelando a la “bendición” más poderosa de Yahvéh (Lv. 19.14; Sal. 109.28; contrastar Ro. 12.14). La repetición de las bendiciones y maldiciones sobre los mtes. Gerizim y Ebal (Dt. 27.11ss; Jos. 8.33) revela este mismo concepto dinámico de la maldición. Al llegar a la frontera de Canaán, Moisés expuso ante el pueblo “la vida y la muerte, la bendición y la maldición” (véase Dt. 30.19). La primera acción nacional al entrar en la tierra consiste en la activación tanto de las bendiciones que “alcanzarán” a los que obedecen, como las maldiciones que “alcanzarán” a los que desobedecen (Dt. 28.2, 15). La vida nacional se desenvuelve entre estos dos polos.

Precisamente, se debe a la relación entre la obediencia y la bendición, la desobediencia y la maldición (Dt. 11.26–28; Is. 1.19–20) el que en Dt. 29.12, por ejemplo, se pueda hablar del pacto del Altísimo como su “maldición”, y que en Zac. 5.3 se pueda hablar del Decálogo como “la maldición”. La palabra que describe la gracia de Dios, y la que describe su ira son idénticas: la palabra que promete vida es tan solo sabor de muerte y juicio para el rebelde, y por lo tanto una maldición. Cuando la maldición de Dios cae sobre su pueblo desobediente, no se trata de la abrogación sino más bien de la ejecución de su pacto (Lv. 25.14–45). Pablo se vale de esta verdad para su exposición de la doctrina de la redención. La ley llega a ser una maldición para aquellos que no logran cumplirla (Gá. 3.10), pero Cristo nos redimió haciéndose maldición por nosotros (Gá. 3.13), y la forma en que murió es ella misma demostración de que tomó nuestro lugar, porque “maldito todo el que es colgado en un madero”. Esta cita de Dt. 21.23, donde “maldito por Dios” significa “bajo la maldición de Dios”, pone de manifiesto que la maldición de Dios contra el pecado cae sobre el Señor Jesucristo, quien así se hizo maldición por nosotros.

La raíz heb. ḥāram quiere decir “excluir de la sociedad” (Koehler, Lexicon, véase art. correspondiente). El AT corrobora este uso. En general, esta palabra se aplica a cosas disponibles para su uso por los seres humanos, pero que han sido deliberadamente puestas fuera del alcance del hombre. (a) Lv. 27.29 (“anatema”) probablemente se refiere a la pena capital: la pena de muerte no se puede evadir. (b) En Ez. 44.29; Nm. 18.14 lo ofrecido a Dios se denomina ḥērem, apartado para propósitos religiosos exclusivamente. En Lv. 27.21ss encontramos un paralelo entre ḥērem y qōḏeš (“santidad”) para expresar dos lados de la misma transacción: el hombre aparta algo enteramente para Dios (ḥērem), Dios lo acepta y lo señala como suyo propio (qōḏeš), y desde ese momento es irredimible por el hombre. (c) Característicamente, la palabra se usa para expresar “destrucción total”. A veces la razón implícita es la ira de Dios (p. ej. Is. 34.5), pero en la mayoría de los casos es con el propósito de eliminar contagio potencial por amor a Israel (Dt. 7.26; 20.17). Cualquier contacto con algo dedicado de esta forma, y considerado por ello “anatema”, significaba que la persona se veía envuelta en el contagio correspondiente, y por ende en su suerte (Jos. 6.18; 7.1, 12; 22.20; 1 S. 15.23; 1 R. 20.42). No obstante, mientras Acán se vio envuelto, él y su casa, en la destrucción de Jericó, Rahab, por identificarse con Israel, evitó la maldición y también salvó a su casa (Jos. 6.21–24; 8.26–27; Jue. 21.11). (d) Espiritualmente, ḥērem es el juicio de Dios contra los pecadores impenitentes (Mal. 4.6), y es aquí donde la imposibilidad de redimir al ḥērem se ve con toda claridad, cf. el NT, *anatema, Gá. 1.8–9; 1 Co. 16.22; Ro. 9.3).

Bibliografía. R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985, pp. 578ss; D. Muller, “Maldición”, °DTNT, 1985, t(t). III, pp. 15–21; C. L. Feinberg, “Maldición”, °DT, 1985, pp. 328; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II, pp. 77, 79; t(t). I, pp. 73ss; E. Jenni, C. Westermann, “Maldecir”, °DTMAT, 1978, t(t). I, cols. 355–360.

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J.A.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Son cuatro las principales referencias que se hacen a la palabra maldición en la Vulgata (versión Douay):

(1) ‘rr

Es el término más común, quizá más utilizado por la humanidad que el de Dios.

(2) qll

Literalmente se refiere “amenazar ligeramente”, pero también se utiliza en el sentido de “maldecir” ya sea de Dios, Deut., xxi, 23, o de los hombres, Prov. xxvi, 14. Frecuentemente expresa no más allá de una “exclamación”, II Kings, xvi, 6-13; y también probablemente en I Pet., ii, 23, en Septuagint epikataraomai.

(3) ‘lh

“maldecir”, Deut., xxiv, 19-20, o más correctamente a la manera de “tomar un juramento”, aparentemente la expresión se referiría a “llamar a Dios como testigo”, Gen. xxvi, 28; Lev., v, 1; Deut., xxiv, 13, o también en el sentido de “llamar a Dios a que cayera sobre alguien”, Job, xxxi, 30, en el margen de R.V. «adjuration», en Sept. ara, u horkos.

(4) hrm

“Dedicar una cosa”, el objeto puede ser dedicado a Dios, Lev., xxvii, 28, o condenado a la destrucción, Deut., ii, 34. La Sept. aparece como usando el tema como anatema de la cosa u objeto dedicado a Dios (escrito con eta); pero anatema también de algo que se desea destruir (escrito con epsilon) Luke, xxi, 5; y Thackeray, «Grammar of the Old Testament in Greek», p. 80. La aceptada traducción de hrm es como “prohibir”, significando que se entredice algo y que esto es maldecido, Deut., vii, 26; Mal., iii, 24.

Entre los semitas, el maldecir fue un acto religioso, y en la legislación sináica, se trata más bien como algo relacionado con la purificación de usos existentes, más que como una nueva práctica religiosa, tal y como aparece en el Código de Hammurabi. Para los semitas, la deidad de la tribu fue la protectora de la gente (III Kings, xx, 23, and cf. the the Moabite Stone 11, 4, 5, 14) y “maldecir” fue un llamado a venganza contra oponentes.

Nuevamente los hebreos fueron el pueblo escogido, luego establecidos aparte, y de esta condición emerge una valla. Relacionada con la conquista, encontramos a las ciudades y las gentes de Canaan, quienes se declararon ser hrm, o en el sentido de “prohibición”: su religión debía traer salvación al mundo, por tanto debía estar relacionada con grandes sanciones y con anatemas contra todo el que infringiera su regulación. Otra vez, las maldiciones del Viejo Testamento (O.T.) deben ser interpretadas a la luz de las condiciones de los tiempos, y esa época estaba basada en la “lex talionis” (ley del talión). Esa era la norma no sólo en Palestina, sino también en Babilonia, cf. Código de Hammurabi, 196, 197, 200.

Una de las características más especiales del Nuevo Testamento es la abolición que hace del espíritu de tomar represalias, Mat., v, 38-45; por tanto, el abuso de maldecir fue también prohibido como ley en el Antiguo Testamento, Lev., xx, 9, Prov., xx, 20. Al mismo tiempo hay pasajes en los cuales el uso de las maldiciones es difícil de explicar. Los llamados salmos commitativos tienen una perspectiva explícita no sólo del deseo de evitar ello, sino de lo que pasaría («Contra Faustum» xvi, 22, and «Enarr. in Ps. cix.»; ver SALMOS).

De manera similar, la maldición de Eliseo sobre los pequeños muchachos, IV Reyes, ii, 23-24, es algo repulsivo a los oídos modernos, pero es considerado como “in speculo aeternitatis”, por San Agustín, quien lo indica expresamente (Enar, en Sal., lxxxiii, 2, y en Sal, lxxxiv, 2). No obstante, aunque la maldición tiene un papel predominante en la Biblia, es raro que encontremos maldiciones irracionales en boca de personajes bíblicos. No se encuentran tampoco en la Biblia, maldiciones relacionadas con aquellos que violan las tumbas de los muertos, tales como las que encontramos en Egipto y Babilonia, o en los sarcófagos de Sidón.

Nos hemos referido con anterioridad al término “anatema”. Esto es importante en maldiciones del Antiguo Testamento más que en las doctrinas del Nuevo Testamento. La doctrina que se relaciona con esta palabra tiene sus raíces en las expresiones de San Pablo, por ejemplo en Gal., iii, 10-14; y es el uso preciso de los significados lo que posibilita que él de un tratamiento a nuestra redención del pecado, tal y como lo hace, por ejemplo en II Cor., v, 21. La misma idea se manifiesta en el Apocalipsis, xxii, 3: “Y no habrá más maldición”, también en Cor., xii, 3, y xvi, 22.

SCHURER, A History of the Jewish People in the time of Jesus Christ, II, ii, 61; GIRDLESTONE, Synonums of the O.T. (Edinburgh, 1907), 180.

HUGH POPE
Transcripción de Joseph P. Thomas
Traducción al castellano de Giovanni E. Reyes

Fuente: Enciclopedia Católica