v. Tropezar, Tropiezo
Pro 16:18 antes de la c la altivez de espíritu
Jud 1:24 que es poderoso para guardaros sin c
Comúnmente se utiliza esta palabra en teología para señalar los acontecimientos relacionados con la pérdida de la inocencia por parte de nuestros primeros padres (Gn. 3). †¢Eva es seducida por la serpiente incitando su curiosidad y deseo de probar el fruto del †¢árbol de la ciencia del bien y del mal. ésta, tras tomarlo, lo da a †¢Adán. A continuación se dan cuenta de que están desnudos y se hacen vestidos de hojas. Se habla de Dios antropomórficamente, al indicar que los buscaba en el †¢huerto del Edén. Al confesar Adán lo sucedido, Dios se ve en la obligación de castigar la desobediencia.
Cinco pasos pueden identificarse como conducentes a la c. Primero, Satanás logra introducir la duda en el corazón de Eva (†œConque Dios os ha dicho† [Gen 3:1-5]). Segundo, interviene entonces la concupiscencia (†œY vio la mujer que el árbol era bueno† [Gen 3:6]). Tercero, eso conduce a la desobediencia. Eva †œcomió; y dio también a su marido…† (Gen 3:6). Cuarto, la desobediencia trae luego el sentido de culpa (†œFueron abiertos los ojos…. se hicieron delantales … se escondieron† [Gen 3:7-8]). Quinto: pierden la comunión con Dios (†œEchó, pues, fuera al hombre† [Gen 3:23-24]).
las consecuencias inmediatas de la c. figuran: a) la maldición sobre la serpiente y el establecimiento de enemistad entre ésta y la simiente de la mujer (Gen 3:14-15); b) el cambio hacia el dolor, que se mostraría sobre todo en el parto (Gen 3:16); c) el inicio de un enseñoreamiento del hombre sobre la mujer (Gen 3:16); d) la decadencia ecológica por el mal trato de los hombres hacia la tierra (Gen 3:17-18); e) la pérdida del gozo en el trabajo, que se convertiría en algo incómodo y, también, menos productivo (Gen 3:19); y f) la separación del hombre y la mujer del estado de paz, equilibrio, protección y gozo que representaba el huerto del Edén (Gen 3:23-24). El hecho más trascendental fue que en la c. se introdujo el pecado en la humanidad, con su secuela: la muerte (Rom 5:12).
esto, en la historia de la iglesia, se le llamó †œel pecado original†. Pero en el siglo IV se introdujo en la iglesia la doctrina llamada †œpelagianismo†, que negaba esa verdad, enseñando que el hombre era esencialmente bueno, por lo cual estaba capacitado para tomar la iniciativa fundamental en la búsqueda de la salvación. Con esto se negaba que la gracia de Dios es la que se mueve primero para salvación del ser humano. Decía, además, que el hombre nacía sin pecado y que existía la posibilidad de mantener ese estado de inocencia por toda la vida, puesto que el pecado era un acto de la voluntad del hombre, que podía decidir si cometerlo o no. En la controversia suscitada por este tema se levantó Agustín de Hipona defendiendo la doctrina del pecado original. Más tarde se planteó también otra posición teológica que ha sido catalogada como †œsemipelagianismo†, que enseña que el hombre daba el primer paso en la obra de la salvación y luego venía la gracia en su auxilio. La Iglesia Católica propugna por una clase especial de semipelagianismo cuando propone que el hombre puede contribuir con sus obras al proceso de su salvación.
los componentes negativos del pelagianismo está la no consideración, o por lo menos la depreciación, de la redención; pues, si el hombre puede mantenerse sin pecado †œpor demás murió Cristo† (Gal 2:21). La Escritura lo que enseña es que †œla mente carnal es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede† (Rom 8:7). Y que †œpor la desobediencia de uno [Adán] los muchos fueron constituidos pecadores† (Rom 5:19). Que los que andan sin el Señor Jesús están †œmuertos en … delitos y pecados† (Efe 2:1), sin ninguna esperanza que no sea la gracia de Dios. Pero †œDios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros† (Rom 5:8). Así, †œpor la obediencia de uno [Cristo], los muchos serán constituidos justos† (Rom 5:19).
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
tip, DOCT CRIT
ver, REDENCIí“N
vet, (a) DEFINICIí“N. Término teológico que no figura en la Biblia con respecto al pecado de Adán, si bien el hecho expresado por este término ocupa un lugar central: la caída de Adán y Eva del estado de inocencia al de pecado (Gn. 3; Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:21-22, 45-47; 2 Co. 11:3; 1 Ti. 2:14). La caída es un punto de inflexión en la historia moral y espiritual de la raza humana, con unos desastrosos efectos de una magnitud incalculable. El capítulo 3 de Génesis presenta la caída del hombre como un hecho indudable. El relato entero refleja, con una gran exactitud psicológica, la experiencia humana. La perspectiva bíblica con respecto al pecado y a la redención presupone la caída. Dios creó al ser humano, varón y hembra; les dio «un alma viviente, razonable, inmortal; los creó a la imagen de Dios, esto es, inteligentes, capaces de ser justos… y capaces de caer» (Lutero, «Gran Catecismo», 17). Dejados ante la elección de hacer la voluntad de Dios o no, sucumbieron a la tentación y transgredieron el mandamiento (Gn. 2:16, 17; 3:1-8). Por su desobediencia, perdieron la inocencia y la pureza. El resultado de la caída es el estado de pecado en el que son concebidos y nacen todos los seres humanos, que reciben la herencia de una naturaleza malvada (Sal. 51:7; Jn. 3:6; Ro. 5:12). La consecuencia del pecado es la muerte espiritual, temporal y eterna. Sin embargo, se debe matizar la doctrina del catolicismo romano acerca del pecado original según la cual todo descendiente de Adán, por el solo hecho de su nacimiento, es culpable y está perdido ante Dios de manera que «los niños pequeños que mueran sin bautismo no pueden ser salvos» (Monseñor E. Cauly, «El Catecismo explicado», p. 306). Es cierto que todos los hombres son pecadores «por naturaleza» (Ef. 2:3), pero los pecados por los que es condenado son los suyos propios. La muerte ha pasado a todos los hombres debido al pecado de Adán pero «todos» han pecado (Ro. 5:12) La responsabilidad en base a la que Dios juzga a cada uno es la responsabilidad personal (Ro. 2:1, 6, 12; 3:9-20; 5:12). El instrumento de la primera tentación, según Génesis, fue la serpiente, el NT destaca el hecho de que Satanás mismo se sirvió de la serpiente (Gn. 3:15; 2 Co. 11:3; Ro. 16:20 y Ap. 12:9). El pasaje de Gn. 3:16-24 expresa intensamente las consecuencias de la caída: sufrimientos físicos y morales, desunión, maldición de la tierra y de la naturaleza (Ro. 8:20-22), trabajos penosos, más tarde la muerte física y también la muerte espiritual por la separación de Dios. Pero hay también allí la provisión llena de gracia, el remedio a la caída, el protoevangelio contenido en Gn. 3:15; ¡la posteridad de la mujer (Cristo) aplastará la cabeza de la serpiente! Para Pablo no hay necesidad de demostrar la culpabilidad humana resultante de la caída de Adán. Adán es el origen del pecado y de la muerte de toda la raza. Al mismo comienzo de la historia de la raza, tenemos a Adán y la humanidad pecadora; a su fin, a Cristo, y la humanidad regenerada (Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:21, 22, 45-49). (véase REDENCIí“N). (b) Concepciones criticas de la caída. Los teólogos racionalistas o evolucionistas consideran Gn. 3 como una alegoría o un mito. La caída hubiera sido, para ellos, una etapa necesaria del desarrollo moral del hombre, una caída no hacia abajo, sino hacia arriba; el paso del estado salvaje, o animal, al conocimiento del bien y del mal, un paso hacia la pureza moral gracias a la experiencia del pecado. Pero un concepto así ignora totalmente la enseñanza de las Escrituras acerca de la esencia y de la terrible gravedad del pecado: solamente es considerada como un bien disimulado o imperfecto. Los críticos creen que nuestro relato está inspirado en una fuente babilónica, y que tiene su paralelo en el «Mito de Adapa». Ea, el creador del hombre, advierte a su hijo Adapa que no tome ni el alimento ni la bebida que le ofrecen los dioses del cielo de Anu: «Alimentos de muerte te ofrecerán: no los comerás. Te presentarán para bebida el agua de la muerte: no la beberás. Te mostrarán un vestido: ¡póntelo! Ante ti pondrán aceite: ¡úngete! No te olvides del mandamiento que te he dado. Retén con firmeza la palabra que te he dicho.» Sucedió después que los dioses le ofrecieron los alimentos y la bebida de la inmortalidad, pero Adapa obedeció a su padre y, por ello, perdió la vida eterna. Uno se sorprende que se haya podido ver a este relato como la fuente de Gn. 3. En toda la literatura babilónica no se halla el concepto de caída: es totalmente contraria a todo su sistema de burdo politeísmo. Según la Biblia, el hombre ha sido creado a imagen de un Dios único y santo. Los babilonios, como también los griegos, los romanos y muchos otros pueblos y naciones, se han hecho sus dioses, buenos y malos, a imagen del hombre. Estas divinidades se odian entre sí, se golpean, se hacen la guerra y se matan entre ellas: ¿Cómo se les podría jamás atribuir la formación de seres moralmente perfectos? Un hombre salido de manos de ellos hubiera tenido una naturaleza necesariamente tan corrompida como la de ellos. No hubiera podido conocer ninguna caída, puesto que en el pensamiento pagano no había conocido ningún estado de inocencia del cual hubiera podido caer. La leyenda de Adapa habla ciertamente de alimentos de vida, como Gn. 3:2 menciona el árbol de la vida. Pero aquí acaba todo parecido. Adapa pierde la vida eterna no debido a que su orgullo lo hubiera llevado a la desobediencia, como sucedió con Adán, sino porque obedece a Ea su creador, ¡que le engaña! De una historia así no podemos llegar a saber nada del origen del pecado, ni de su remedio, y no tiene nada que ver con el relato inspirado por Dios en Génesis 3 . Bibliografía: Custance, A. C.: «The Fall Was Down» (Doorway Papers, Ottawa 1967); Chafer, L. S.: «Teología Sistemática» (Publicaciones Españolas, Dalton, Ga. 1974); Lacueva, F.: «El Hombre: Su grandeza y su miseria» (Clíe, Terrassa 1976).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
El Génesis presta atención a los sucesos y a sus consecuencias, a veces sin afirmar la conexión, pero dejando que los hechos hablen por sí mismos. Más aun, toda la revelación bíblica debe enseñar la importancia e implicaciones de cada evento. No podemos, por lo tanto, tratar Gn. 2 aisladamente, o como si el resto de la Biblia no lo hiciera, explícita e implícitamente, volviendo a éste como la explicación de la vida descentrada y frustrada del hombre. Analizaremos primero el pasaje central del NT y luego procederemos a comentar Gn. 3.
En Ro. 5:12–21, Pablo compara a Adán y Cristo. (1) Los términos de la comparación—«un hombre», Adán, se contrasta con «un hombre», Jesús—nos obligan a pensar en Adán como una persona verdadera e histórica, cabeza federal de la humanidad, del mismo modo que Jesús, en su lugar, es cabeza federal de los redimidos. Hodges (Romans, Edimburgo, 1864, p. 179) cita a Turretín sobre este último punto. La unión de la humanidad con Adán es «1. Natural, como si él fuera el padre y nosotros los hijos, y 2. Política y forense (legal), como si él fuera la cabeza representativa de todo el género humano». (2) El pecado de Adán es hamartia «errar el blanco»; parabasis, «transgresión de una ley conocida» (cf. 1 Ti. 2:14, donde se señala la consciencia de Adán de las implicaciones de su pecado); y paraptōma, «desatino», «equivocación». La prueba de Adán fue genuina, no ficticia. Él poseía todos los hechos y capacidades para no caer y todo lo que lo rodeaba le estimulaba a ello; sin embargo, él cayó. (3) El resultado fue que toda la raza humana cargó con la pena de muerte y condenación, en virtud de la imputación de Dios del pecado y la culpa de Adán.
En Gn. 3 no sólo no encontramos nada inconsecuente con lo anterior, sino que todo señala a Ro. 5:12ss. (1) El origen del impulso a pecar fue tanto externo, en el tentador, como interno, en el consentimiento de la voluntad (cf. Stg. 1:14; 3:6). (2) La naturaleza de la tentación consistió en la duda sobre la palabra de Dios (vv. 24a), sospecha del carácter y de la buena voluntad de Dios (vv. 4b–5), y en exaltar la ambición, sensualidad y egoísmo por sobre la lealtad debida a Dios en su palabra (vv. 5, 6). «El hombre, pues, al dejarse, arrebatar por las blasfemias del diablo, deshizo y aniquiló, en cuanto pudo, toda la gloria de Dios» (Calvino, Institución, II, 1, 4, p. 165). (3) El resultado fue la muerte, el destierro, el trastorno de todo el orden natural, y el engendramiento de una prole maligna. Excepto por el primero de estos resultados, el resto casi no necesita comentarios. La Biblia enseña claramente que el pecado separa de la presencia de Dios (Is. 6:4, 5), trastorna la naturaleza (Dt. 28), y se transmite por generación natural (Sal. 51:5). Pero, ¿qué de la muerte? La narración afirma que la muerte (véase) física y espiritual no es natural en el hombre, sino que es un castigo por su pecado. En el Paraíso él vivió bajo la doble enseñanza de que, por una parte, él podía comer del fruto del árbol de la vida y vivir, en tanto que no podía comer del árbol del conocimiento, porque al hacerlo moriría. Cuando él desobedeció, Dios lo separó de las proximidades del árbol de la vida, confirmando así, la sentencia de muerte, judicial y efectivamente, sobre el hombre, la cual ha permanecido en operación hasta que Cristo trajo a luz la vida y la inmortalidad en el evangelio.
John Alexander Motyer
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (93). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
I. El relato bíblico.
La historia de la caída del hombre, que registra Gn. 3, describe la manera en que los primeros padres de la humanidad, al ser tentados por la serpiente, desobedecieron el expreso mandamiento de Dios al comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal. La esencia de todo pecado puede verse en este primer pecado: al ser tentados a dudar de la palabra de Dios (“¿Con que Dios os ha dicho … ?”), el hombre es llevado a la incredulidad (“No moriréis”), y en consecuencia, a desobedecerla (“comieron”). El pecado es la rebelión del hombre contra la autoridad de Dios, y el orgullo de creerse autosuficiente (“y seréis como Dios”). Las consecuencias del pecado son dobles: primero, el conocimiento de la culpa y la inmediata separación de Dios (“se escondieron”), con quien había habido hasta ese momento un compañerismo diario ininterrumpido; y, segundo, la sentencia de la maldición, que decreta labores, tribulaciones, y muerte para el hombre mismo, arrastrando consigo inevitablemente todo el orden creado, del cual el hombre es la corona.
II. Su efecto sobre el hombre.
A partir de entonces el hombre es una criatura pervertida. Al rebelarse contra el propósito para el que fue creado, que es el de vivir y actuar enteramente para la gloria de su soberano y benéfico Creador, y cumplir su voluntad, deja de ser verdaderamente hombre. Su verdadera condición de hombre consiste en la conformidad a la imagen de Dios en la que fue creado. La imagen de Dios se manifiesta en la capacidad original del hombre de tener comunión con su Creador, en disfrutar exclusivamente de aquello que es bueno; en su racionalidad, que posibilita que él solo, de entre todas las criaturas, escuche la Palabra de Dios y responda a ella; en su conocimiento de la verdad, y en la libertad que ese conocimiento asegura; y en el gobierno, como la cabeza de la creación de Dios, en obediencia al mandato de enseñorearse de todo ser viviente y de dominar la tierra.
Y, sin embargo, por más que el hombre se rebele contra la imagen de Dios con la que ha sido estampado, no puede borrarla, porque es parte de su misma constitución como hombre. Se hace evidente, por ejemplo, en su búsqueda del conocimiento científico, en su aprovechamiento de las fuerzas de la naturaleza, y en su elaboración de la cultura, el arte, y la civilización. Pero al mismo tiempo los esfuerzos del hombre caído están sujetos a la maldición de la frustración. La frustración es en sí una prueba de la perversidad del corazón humano. Así, la historia muestra que los mismos descubrimientos y avances que prometían lo mejor para la humanidad, han causado grandes males debido al mal uso de los mismos. El hombre que no ama a Dios no ama a sus congéneres, sino que responde a motivos egoístas. La imagen de Satanás, el gran odiador de Dios y del hombre, está superpuesta en él. El resultado de la caída es que el hombre conoce ahora el bien y el mal.
Los efectos psicológicos y éticos de la caída en ninguna parte están tan gráficamente descritos como en Ro. 1.18ss. Todos los hombres, por impíos y depravados que sean, conocen la verdad acerca de Dios y de ellos mismos; pero con maldad sofocan esa verdad (v. 18). Sin embargo, es una verdad inescapable, porque el “eterno poder y la deidad” del Creador se manifiestan dentro de ellos por su misma constitución como criaturas de Dios hechas a su imagen, como también alrededor de ellos en todo el orden creado del universo, que da elocuente testimonio de su origen como hechura de Dios (v. 19s; cf. Sal. 19.1ss). Por lo tanto, básicamente, el estado del hombre no es un estado de ignorancia, sino de conocimiento. Su condenación es que ama más las tinieblas que la luz. Su negativa a glorificar a Dios como Dios y su ingratitud lo han llevado a la vanidad intelectual y la futilidad. Al proclamarse a sí mismo, arrogantemente, sabio, en realidad se vuelve necio (Ro. 1.21s). Al haberse echado a sí mismo a la deriva, alejándose de su Creador, en quien solamente ha de encontrar el significado de su existencia, busca ese significado por doquier, porque su carácter de criatura finita hace que le resulte imposible dejar de ser una criatura religiosa. Su búsqueda se torna cada vez más necia y degradante. Lo lleva a la flagrante irracionalidad de la superstición y la idolatría, a la vileza y al vicio antinatural, y a todos aquellos males, sociales e internacionales, que originan los odios y las miserias que desfiguran nuestro mundo. En pocas palabras, la caída ha arruinado la verdadera dignidad del hombre (Ro. 1.23ss).
III. La doctrina bíblica
Se verá que la doctrina escritural de la caída contradice totalmente el concepto popular moderno del hombre como ser que, a través de un lento proceso evolutivo, ha conseguido elevarse del temor primitivo y la ciega ignorancia de su humilde origen a soberbias alturas de sensibilidad y comprensión religiosas. La Biblia no nos muestra que el hombre se haya elevado, sino que lo muestra como caído, y en la más desesperada de las situaciones.
IV. Su evolución histórica
En la historia de la iglesia, la controversia clásica sobre la naturaleza de la caída y sus efectos es la que llevó a cabo Agustín a principios del
La iglesia católica romana adopta una posición intermedia y enseña que lo que el hombre perdió por la caída fue el don sobrenatural de la justicia original, que no pertenecía propiamente a su ser como hombre, sino que se trataba de algo extra añadido por Dios (donum superadditum), con la consecuencia de que la caída dejaba al hombre en el estado natural en que había sido creado (in puris naturalibus): ha sufrido un mal más bien negativo que positivo; privación más bien que depravación. Esta enseñanza abre la puerta a la afirmación de la capacidad y, más todavía, de la necesidad que tiene el hombre no regenerado de contribuir mediante sus obras a su propia salvación (semipelagianismo, sinergismo), característica esta de la teología católicorromana del hombre y la gracia. Para un punto de vista católicorromano, véase H. J. Richards, “The Creation and Fall”, en Scripture 8, 1956, pp. 109–115.
Aunque mantiene la concepción del hombre como ser caído, la teología liberal contemporánea niega la historicidad del acontecimiento de la caída. Se dice que cada hombre es su propio Adán. Igualmente, ciertas formas de filosofía existencialista moderna, que esencialmente constituye un repudio del objetivismo histórico, están dispuestas a emplear el término “estado caído” para describir el estado subjetivo pesimista en que se encuentra el hombre. Sin embargo, un concepto flotante no relacionado con el hecho histórico no explica nada. Pero, por cierto, el NT entiende la caída como un hecho concreto en la historia del hombre, un hecho, además, de tan críticas consecuencias para toda la raza humana que va de la mano del otro gran hecho crucial de la historia y lo explica, o sea la venida de Cristo a salvar al mundo (véase Ro. 5.12ss; 1 Co. 15.21s). La humanidad, junto con el resto del orden creado, aguarda un tercer hecho histórico, de carácter concluyente, a saber la segunda venida de Cristo al final de esta era, cuando serán finalmente abolidos los efectos de la caída, los incrédulos serán eternamente juzgados, y la creación será renovada, el nuevo cielo y la nueva tierra en los que mora la justicia serán establecidos de acuerdo con los inmutables propósitos del Dios todopoderoso (véase Hch. 3.20s; Ro. 8.19ss; 2 P. 3.13; Ap. 21–22). De este modo, por la gracia de Dios, todo lo que se perdió en Adán, y mucho más, se restaura en Cristo. (* Pecado )
Bibliografía. M. Flick, Z. Alszeghy, El hombre bajo el signo del pecado, 1972; H. Haag, El pecado original en la Biblia y en la doctrina de la iglesia, 1979; C. Baumgartner, El pecado original, 1981; J. Scharbert, ¿Pecado original?, 1972; W. Zimmerli, Manual de teología del Antiguo Testamento, 1980, pp. 191–201; A. Peteiro, Pecado y hombre actual, 1972; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II; S. Croatto, Crear y amar en libertad, 1986; G. von Rad, El libro del Génesis, 1975.
N. P. Williams, The Ideas of the Fall and of Original Sin, 1927; J. G. Marchen, The Christian View of Man, 1937,
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico