Es el «pueblo de Israel en el A.T., y la «Iglesia de Cristo», en el N.T.
(Deu 7:6, Heb 8:10-12).
– Es elegido por Dios, Deu 7:8, Jua 15:16 Sal 33:12, Hec 15:14, Rom.ll.
– Es amado y bendecido por Dios, Deut.33, Jua 15:13-16, Sal 3:8.
– Redimido por E
Rev 5:9, Sai.77:15, 2 52Cr 7:23.
– Es su rebano, Sal 23,2Cr 100:3, Jn.10. ¡y sólo a Pedro!, Jua 21:15-17.
– Rebano simbolizado en otras partes: Job 21:11, Sat.23,Job 77:20, Job 80:1, Jer.13.
17, Sof 2:6, Sof 2:14, Za.10:3, Luc 12:32, Hec 20:28-29, 1Co 9:7, 1Pe 5:2-3.
– Rebano normal, Mat 2:8, Gen 4:4, Gen 29:2.
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
[266]
Jesús no rompió con el Pueblo de Israel, que era el elegido por Dios desde los tiempos de Abraham. Pero reconoció que había llegado el momento de superar la Ley antigua de Moisés y de sustituirla por otra nueva, que sería la Ley del amor. Dijo él mismo a la Samaritana de Sicar: «Creían, mujer; ni en este monte (Garizim) ni en Jerusalén se va a adorar a Dios, sino en todo lugar en espíritu y en verdad.» (Jn. 4. 21). Sabía y afirmaba que había llegado una Nueva Alianza, que sería la fundada en su propia sangre y no en la Ley de Moisés.
Comprendía y explicaba a sus seguidores que la Iglesia que ellos iniciaban no quedaba atada a las normas de las Sinagoga judía. El culto que esa Iglesia celebraría no se reduciría a las ofrendas del Templo, ni su sacrificio sería el de animales o el de limosnas para el sostenimiento de la vieja casa de Dios.
Su acción de Fundador de la Iglesia era como una llamada a la nueva esperanza, como nueva vida que brotaba en sus palabras y en sus acciones. Y proclamaba que la Iglesia que El iniciaba tendría su fundamento y su fortaleza en el Espíritu Santo que pronto llegaría. El mismo prometía continuamente enviarlo a la tierra.
Por eso sería una Iglesia que duraría hasta el final de los tiempos. Estaría destinada a extenderse por toda la tierra. Su universalidad en el tiempo y en el espacio sería lo más significativo de la esa Comunidad o Iglesia. Agruparía a todos sus seguidores hasta su llegada a la Patria eterna, a la que están destinados todos los hombres.
1. Grupo de discípulos
Jesús no se presentó como un hombre solitario y misterioso. No apareció como un mago que hace milagros para entretener. Se declaró hombre perfecto y enviado de Dios. Por eso no vivió alejado de los hombres, sino en medio de ellos.
Se presentó como el miembro excelente de una familia de trabajadores. Su madre era María y su padre legal era José, el artesano. Sus enseñanzas eran transparentes y se proclamaban ante todas las gentes. De manera especial eran dirigidas a los pobres y a los necesitados de comprensión. Quiso confirmar sus enseñanzas con signos prodigiosos y deslumbrantes.
El hacia los milagros no como prodigios sino como signos para la gente que quería aceptar su mensaje. Proponía sus signos como reforzamiento de fe: «Si no me creéis a Mí, creed a mis obras. Ellas dan testimonio de Mí.» (Jn. 10. 32-37). El los hacía ante quienes tenían fe en su poder de enviado divino. El mismo tuvo la conciencia de que era el anunciado por los Profetas y lo dijo con claridad a sus seguidores. Incluso aceptó su muerte en la cruz, pues así había sido la voluntad divina y así había sido predicha.
Jesús además se declaró como el Hijo de Dios. Esta fue su gran revelación, su gran misterio. Su confesión ante los judíos fue lo que le llevó a la cruz, por haber blasfemado, como dijo Caifás, el Pontífice.
El Salvador de los hombres, Jesús, murió para salvarnos a todos los hombres. Pero resucitó por su poder divino al tercer día de su muerte.
Cuando dio testimonio de todo esto y llegó la hora de la partida hacia el Padre, todavía quiso Jesús hacer otras cosas. Determinó dejar tras de sí una Iglesia, una Comunidad de seguidores, que le ayudaran a continuar en la tierra el anuncio de la salvación universal hasta el final de los tiempos.
2. Pueblo fiel a Jesús
Que la Iglesia es un pueblo vivo quiere decir que está presente en este mundo y está compuesta de hombres vivos y reales. Por lo tanto crece, lucha, sufre, es perseguida, triunfa, fracasa, disminuye y vuelve a desarrollarse, si en un lugar ha sufrido las consecuencias de una persecución o de una crisis.
Jesús la presentó siempre como una Comunidad viva, hecha de personas vivas y caminantes en este mundo. La metáfora más familiar y cariñosa que El empleó fue la del rebaño, cuyo Pastor bueno era El mismo.
«Yo soy el buen pastor. Como el Padre me conoce así conozco yo al Padre y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí y yo doy mi vida por mis ovejas… Y tengo también otras ovejas que no son de este aprisco. A éstas también debo atraerlas para que se familiaricen con mi voz y así llegue el momento en que no haya más que un solo rebaño bajo un solo Pastor. Por eso el Padre me ama, porque entrego mi vida, aunque la recuperaré de nuevo.» (Jn 10. 14-17)
Sin Jesús como Pastor, la Iglesia no tiene fuerza, no tiene sentido, no puede significar nada en el mundo. Y sin la misericordia para con la ovejas que se pierden, el pastor se transforma en un mercenario que huye cuando viene el lobo, pues le interesa el rebaño ni conoce a cada oveja.
2.1. Figura de pueblo
Decir que la Iglesia es nuevo Pueblo de Dios es decir que reemplaza, en los planes de Dios, al viejo Pueblo de Israel. El Pueblo de Israel había sido elegido para que en él naciera el Salvador. Cumplió con su misión. Luego es pueblo no quiso aceptar que Jesús venía a salvar a todo el mundo, no sólo a los israelitas.
Dios se eligió otro Pueblo. Fue un pueblo abierto al mundo, por encima de las fronteras y de las razas, más allá de las culturas y de los idiomas.
La Iglesia es un Pueblo fundado en el amor, como el Pueblo de Israel lo había sido en la Ley dada por Dios en el monte Sinaí a Moisés.
Es un Pueblo que se abre a todos los hombres, pues la salvación que Jesús trajo está destinada a todas las naciones y a todos los tiempos. El Pueblo de Israel se reducía a los descendientes de Abrahán y en él no tenían cabida los gentiles.
La Iglesia que Jesús quería y quiere es otra cosa. Es un Pueblo en donde la gracia y la fe, hacen a sus miembros hermanos a los ojos de Dios, que espera de ellos respuesta.
En el Pueblo de Israel se era miembro por haber nacido en él, sin más. En la Iglesia se es miembro por la gracia de Dios, por la libre aceptación, por el signo del Bautismo.
El amor, la gracia, la universalidad, la fe, la fidelidad a Dios son los rasgos de este Pueblo santo, que es la Iglesia.
2.2. Pueblo de Dios nuevo
La Iglesia es algo de este mundo y de este tiempo. La Iglesia es comunidad de cristianos. De manera misteriosa, pero real, Jesús está en medio de sus seguidores.
El mismo prometió su presencia. Por eso hay que mirar a la Iglesia con ojos de fe y de amor: como familia de personas que se aman, como misterio en el que se cree.
Pero también tenemos que contemplarla como realidad de este mundo. Por eso buscamos, como el mismo Jesús buscó, comparaciones, nombres y figuras para dar la idea de lo que en realidad es la Iglesia.
Los cristianos se han sentido siempre los seguidores de Jesús. Han hecho lo posible por meditar y por cumplir las consignas de los buenos discípulos.
Algunas de estas características nos pueden hacer pensar.
– Los seguidores de Jesús están cerca de El por la doctrina, por las obras buenas, por la confianza en Dios y por el afecto de su corazón.
– Cumplen sus consignas y hacen posible que el Reino de Dios, es decir el triunfo del bien, domine en el mundo.
– Sirven a los hombres con su palabra y con sus ejemplos, lo mismo que hizo Jesús.
– Se agrupan para lograr en común lo que en solitario apenas podrían conseguir.
– Responden con ello a la voluntad del Padre de todos los hombres, el cual quiso una comunidad para los seguidores de su Hijo divino.
3. Comunidad fraterna
También resaltamos que la Iglesia es una Comunidad. Pero, decir Comunidad es decir algo más íntimo y más profundo que decir equipo, grupo, sociedad o conjunto. En un grupo o equipo cada individuo se «asocia» a los demás. En la Comunidad se «une». La distancia entre «juntar» y «unir» es algo más hondo y condicionante de la vida.
La unión es más perfecta y más comprometedora para quienes la realizan. Suponen una especie de fusión y de compenetración.
Los miembros de un cuerpo no están agrupados o juntos, sino que están unidos. Por eso preferimos la metáfora del cuerpo para expresar la idea de Comunidad.
Pero mirando a la Iglesia desde fuera, la vemos también como Edificio, como familia, como Pueblo. Preferimos entenderla como una «Comunidad de comunidades». Dado su carácter general o universal, en ella entran las otras comunidades más pequeñas e individuales: las familias, las parroquias, los grupos de cristianos, las asociaciones religiosas y apostólicas, los movimientos, etc.
3.1. Ser pueblo unido
Ser Pueblo de Dios es ser grupo que mira al futuro y que siente el deseo de servir a los demás por la simple razón de que son amados por Dios.
Cuando hablamos de la Iglesia, hemos de evitar quedarnos en ideas generales y superficiales, sin descender a los números y a los hechos concretos. «¿Cuántos somos los católicos en el mundo actual? ¿Cómo van creciendo los pueblos en los años actuales y cómo crecerán en los próximos años? ¿Cómo va a aumentar o disminuir el número de los cristianos y de los católicos en el mundo que se nos viene en los años venideros? La Iglesia Cristiana, tanto los que nos llamamos católicos como los demás seguidores de Jesús, formamos en el mundo un grupo inmenso de creyentes.
En ese grupo los hay más fieles a sus deberes y otros más superficiales o indiferentes. Hay unos que son firmes como columnas y otros son frágiles como cañas. Pero todos son Iglesia y precisan la vida y la fuerza del mismo tronco y del a misma raíz.
Todo grupo numeroso, para no disgregarse, precisa animación, orden, vehículos de comunicación y multitud de ayudas para mantenerse en la orientación que Jesús deseó.
3.2. Triple ideal de vida
El deseo de la Iglesia fue siempre el conservar la unidad entre la multiplicidad de creyentes y la variedad de razas, culturas y lenguas. Este ideal se manifestó en la primera Comunidad de Jesús, fue evidente en el grupo de los primeros cristianos en los primeros tiempos y se prolongó sin variación alguna hasta nuestros días.
La triple labor presidió la tarea de Jesús y se prolongó en la comunidad, en la Iglesia, que dejó iniciada a su partida.
La santificación de los fieles, fue la primera consigna de Jesús y de la Iglesia: «Sed perfectos, como vuestro Padre del cielo es perfecto» (Mt. 5. 48)
La perfección en los cristianos ya no se centra en el cumplimiento de la ley, sino en la vinculación con la doctrina del Señor Jesús. Esa es la santidad: Sant. 12. 2; Col. 4.12; Ef. 6. 13; 2 Cor. 7. 1.
La fe es la otra dimensión de los seguidores. Si es verdadera, se centra en la Persona y en la misión del Señor Jesús. Es la vida de su Palabra divina: Jn. 11. 26; Jn. 20. 29; Mc. 16. 11. «El que cree en mí será el que tenga la vida eterna.» (Jn. 11. 26; Jn. 3. 15; Jn. 6.40)
Además Jesús establece una autoridad en la Iglesia y quiere que todos se sometan a ella. «Quien a vosotros escucha a Mí me escucha». (Lc. 10. 16). El gobierno que ejerce la autoridad de la Iglesia se diferencia esencialmente del mando ejercido en las sociedades humanas. Es animación y orientación, no imposición o coacción.
En todo lo que se refiere al orden de la comunidad, al ejercicio de la caridad, a la conservación de la fe y a la interpretación del mensaje, la autoridad no sólo posee el poder, sino el deber de ofrecer su palabra orientadora y condicionar la conciencia de los seguidores de Jesús a seguirla por ser reflejo y transmisión de la misma Palabra de Dios.
Por eso la Iglesia no es un pueblo al estilo mundano, aunque se halle en este mundo. En ella es el amor fraterno el que da consistencia, no las normas sabias que gobiernas al grupos y mantienen las relaciones.
4. Sacramento ante el mundo
Jesús quiso que sus discípulos ofrecieran el Testimonio de su vida ante los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares.
La Iglesia o comunidad de los creyentes, se convierte así en «sacramento», en signo sensible de Jesús. Los hombres de buena voluntad descubren a Jesús a través de la vida de sus seguidores y se acercan al Señor por el modo que tienen de vivirlo quienes se llaman públicamente discípulos de Cristo.
En la tierra existen otros muchos adoradores del Dios Supremo de la tierra y del cielo: judíos, mahometanos, budistas, brahamanes, etc. Cada grupo de adoradores mira a Dios a su manera. Pero la verdad sobre Dios no puede estar por igual en tan diversas formas de entenderla. Jesús es quien ha traído la definitiva.
El quiere su verdad, única e incuestionable; que alumbre a todos los hombres de buena voluntad a través de la vida de sus seguidores, y no por medio de interminables dialécticas o proselitismos.
La misma Iglesia ha entendido siempre así su razón de ser y lo ha proclamado ante todos sus miembros. Se sabe seguidora de Jesús. Y al mismo tiempo se define como el Nuevo Pueblo que camina hacia la Patria eterna en seguimiento de su Señor.
En el Concilio Vaticano II la Iglesia reflexionaba así: «Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un Pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente.
Por ello eligió al Pueblo de Israel, como pueblo suyo y pactó una Alianza con él…
Pero esto fue sólo una preparación y una figura de la Alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo Jesús y de la revelación que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne». (Lumen Gentium 9)
Por eso la Iglesia se siente heredera del mismo Pueblo de Israel y nunca ha rechazado el valor de las promesas que Dios hizo a los antiguos Patriarcas y a los Profetas que envió a aquel pueblo. Al llegar el Señor Jesús, la Alianza se abrió a todos los pueblos y a todos los hombres. Entonces el Pueblo de Dios se hizo universal, es decir católico. Se hizo santo, uno, lleno de amor y vivo en su fe.
Entonces la Iglesia se hizo Patria de todos los hombres: de unos por estar ya en ella desde el Bautismo; de los otros por ofrecerles la invitación a unirse a los designios salvadores de Jesús.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
DicEc
Â
Desde el Vaticano II, la expresión «pueblo de Dios» se ha convertido para muchos en otro nombre de la Iglesia, desplazando en muchos casos a «>Cuerpo de Cristo». Pero, al parecer, algunos autores han ido más allá del concilio y han desarrollado la idea de «pueblo» en un sentido excesivamente sociológico y político. Para evitar este problema es menester considerar el origen del concepto en la eclesiología reciente, sus raíces escriturísticas y la doctrina real del concilio.
Dado que la expresión «pueblo de Dios» gozaba de favor en la teología de la Reforma, no fue frecuente entre los teólogos católicos durante los siglos posteriores a Trento. En el siglo XIX, el término aparece ocasionalmente en la eclesiología de la «>sociedad perfecta», pero aquí designa a los laicos por oposición a la jerarquía. El concepto de pueblo de Dios fue ganando terreno poco a poco entre los teólogos católicos y protestantes, junto a la teología del cuerpo místico, a partir aproximadamente de 1920, aunque al principio en un sentido más sociológico que teológico. M. D. Koster, afirmando que la eclesiología era preteológica, atacó también la idea exclusivista de que «Cuerpo de Cristo» era el nombre propio de la Iglesia. Pero insistió, de manera no menos exclusiva, en que «pueblo de Dios» era «la única designación abstracta y clara de la Iglesia»». Más tarde, L. Cerfaux hallaría importantes argumentos a favor del primado en la eclesiología paulina de la noción de pueblo. Tras la publicación de la encíclica de Pío XII sobre el cuerpo místico (>Mystici Corporis, 1943), en la que no se hablaba de pueblo de Dios, los teólogos católicos se dedicaron a desarrollar las ideas tanto de la Iglesia como pueblo como de la Iglesia como >sacramento, mientras seguía creciendo también a buen paso el interés de los protestantes por la noción de pueblo. La noción de pueblo de Diosestaba, pues, teológicamente madura cuando se inició el Vaticano II, aunque no figuraba mucho en los primeros borradores de la constitución sobre la Iglesia (después LG) que, salvo una referencia a lPe 2,9-10, proponían una eclesiología basada en el cuerpo místico, destacando también la idea de la Iglesia como sociedad perfecta.
El Vaticano II no realizó una exposición completa de la doctrina bíblica sobre el pueblo de Dios; se limitó a presentar un esbozo en LG 9. Algunos puntos importantes necesitan posterior desarrollo e ilustración.
Es clave en la noción de pueblo la idea de la elección divina y la alianza; ambas fueron al mismo tiempo un acto de liberación (Dt 7,6-11; 26,5-9). El pueblo prometió obedecer al Señor (Ex 19,1-8; 24,1-8). La alianza puede resumirse en la promesa divina: «Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo» (Lev 26,11-13). La especial relación instaurada quedaba puesta de relieve por la restricción de `ám (LXX laos) al pueblo o familia de Dios, mientras que a los demás pueblos se los denominaba góyim (LXX ethnai). Había una tensión continua entre el sentido religioso de «pueblo» en términos de alianza y culto y su sentido político. Se describía la relación de la alianza por medio de diversos términos (cf LG 6): esposo (Is 54,5-8), indicando la fidelidad del amor de Dios y la inconstancia de Israel»; viña (Is 5,1-7), poniendo de relieve las atenciones y cuidados de Dios y la necesidad del pueblo de dar fruto»; grey, cuyo pastor es Dios (Ez 34), subrayando de nuevo los desvelos de Dios así como la vulnerabilidad de las ovejas». Aunque Israel se empeñaba en desobedecer, Dios prometió una nueva alianza (Jer 31,31-34).
La nueva alianza fue sellada con la sangre de Cristo (1Cor 11,25) y de este modo los discípulos de Jesús se convirtieron en pueblo. Con el tiempo comprendieron que de todas las promesas y dones del Antiguo Testamento ellos eran ahora los legítimos herederos (cf lPe 2,9-10, que recoge Ex 19,6 y la versión de los LXX de Is 43,20-21). Pero no se puede ser simplistas al hablar de la relación de la Iglesia con el antiguo Israel. Algunos autores insisten en la continuidad; Pablo, por ejemplo, ve la fe como el medio por el que las personas entran a formar parte del pueblo de Dios (Gál 3,7.9.28-29), y en Rom 9-11 habla de que los cristianos son injertados (11,17.24), aunque sigue confiando en la salvación final de los que han quedado desgajados (11,25-29). Otros textos del Nuevo Testamento hablan más de un desplazamiento del pueblo judío por parte de la Iglesia (cf lPe 2,9-10; Ef 2,15). En Mateo y Juan hay datos evidentes acerca del conflicto entre los judíos y la Iglesia (Mt 4,23; 21,43; In 9,22.28; 16,2). En Lucas la resurrección de Jesús representa una nueva fase en la historia del pueblo». La cuestión sigue viva en el diálogo con los >judíos y mantiene su importancia a la hora de comprender la significación que cabe atribuir al Estado de Israel fundado en 1948.
El Vaticano II acude al esquema del pueblo de Dios para exponer la doctrina del >sacerdocio común de todos los creyentes (LG 10), sacerdocio ejercido en los sacramentos (LG 11), el sentido de la fe (>Sensus fidei) y los >carismas (LG 12). Desarrolla una rica noción de la catolicidad (>Católico) de la Iglesia: su difusión universal en la unidad, su diversidad en los distintos pueblos, estados y funciones dentro de la Iglesia, en las diferentes tradiciones y en la común participación en los recursos (LG 13). La cuestión de la >pertenencia a la Iglesia se plantea en términos de incorporación plena o parcial: los católicos en estado de gracia («en posesión del Espíritu de Cristo») están plenamente incorporados (LG 14); los otros cristianos están unidos a la Iglesia de diversos modos (LG 15; cf UR 3, 14-23); los no cristianos, especialmente los judíos y los musulmanes, y todos los que creen en Dios, están ordenados al pueblo de diversos modos, como también lo están de hecho todos aquellos que, sin falta por su parte, no han podido llegar a un conocimiento explícito de Dios (LG 16). Finalmente la Iglesia tiene una misión de cara al mundo (LG 17).
Mientras que el Código de Derecho canónico de 1917 titula su segundo libro «Personas», la revisión de 1983 lo titula «El pueblo de Dios», tratando en él de todos los fieles, laicos, jerarquía y religiosos. Los fieles se definen como miembros del pueblo: «Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo» (CIC 204). Esta definición es una adaptación de una afirmación de LG 31 sobre los laicos con el fin de incluir a todos los miembrosdel pueblo de Dios. Por primera vez se recogen explícitamente en el derecho canónico los derechos y las obligaciones de los fieles: los que se derivan de la igualdad básica de todos los fieles (CIC 208-211); los que se siguen de la estructura jerárquica de la Iglesia (CIC 212-214); afirmaciones relativas a la misión de la Iglesia (CIC 215-218). Se recogen derechos personales (CIC 219-220) y obligaciones sociales (CIC 222-223). Hay en el Código de Derecho canónico cierta tendencia a recaer en posiciones jurídicas preconciliares acerca de la Iglesia incluso dentro de esta segunda parte dedicada al pueblo de Dios (>Derecho canónico).
A propósito de la interpretación de la noción de pueblo de Dios, la Comisión Teológica Internacional observaba en 1984: «La constitución (LG) usa el término con todas las connotaciones que el Antiguo y el Nuevo Testamento le han ido atribuyendo. En la expresión «pueblo de Dios» está además el genitivo «de Dios», que confiere a la frase su significación específica, situándola en el contexto bíblico en el que apareció y se desarrolló. Por consiguiente, toda interpretación del término «pueblo» en un sentido exclusivamente biológico, racial, cultural, político o ideológico ha de rechazarse radicalmente. El «pueblo de Dios» procede «de lo alto», del plan divino, es decir, de la elección, de la alianza, de la misión».
En el sínodo de obispos de 1985, convocado para conmemorar el XX aniversario del Vaticano II, tanto los cronistas como los obispos comentaron favorablemente el impacto que había tenido la noción de pueblo.
Pero la mayoría de las referencias parecían detectar una mala interpretación ideológica del término, su aislamiento respecto de otras nociones, su utilización con el fin de fomentar falsas oposiciones: comunión/institución, Iglesia popular/Iglesia jerárquica. Como resultado de ello el concilio pareció decidirse más bien por la noción de >comunión, de modo que la idea de pueblo de Dios ha perdido buena parte de la fuerza que había adquirido en la época posconciliar.
La idea de pueblo tiene muchas posibilidades ecuménicas comparada con la presentación de la Iglesia de la >Mystici Corporis: permite la relación positiva con otros cristianos. Es un concepto más dinámico que el de cuerpo de Cristo y también más histórico, incluyendo la idea de la Iglesia entera que avanza en peregrinación escatológica. Pero tampoco puede sustituir las nociones de cuerpo y de >templo: cada una de ellas encierra una contribución propia a una auténtica eclesiología trinitaria23: el plan divino es que «todo el género humano forme un único pueblo de Dios, se una en un único cuerpo de Cristo y se coedifique en un único templo del Espíritu Santo» (AG 7; cf LG 17; PO 1).
Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiología, San Pablo, Madrid 1987
Fuente: Diccionario de Eclesiología
La Iglesia, Pueblo de Dios
Los títulos bíblicos aplicados a la Iglesia tienen siempre sentido salvífico Pueblo, cuerpo, reino, sacramento o misterio, esposa, madre… El contenido de estos títulos es armónico y complementario, indicando siempre el dinamismo espiritual y apostólico de la comunidad eclesial. Todos esos títulos ayudan a la toma de conciencia de ser Iglesia.
El título de «Pueblo», aplicado a la Iglesia, está en la línea del Antiguo Testamento, donde el «Pueblo» gozaba de un pacto esponsal con Dios (la Alianza). De este modo, pasaba a ser propiedad esponsal del Señor. La Iglesia es el «Pueblo de propiedad» de Dios (1Pe 2,9), que tiene su origen en el pacto esponsal o «Alianza» sellada ahora con la «sangre» de Cristo Redentor (Hech 20,28), derramada «por todos» (Mt 26,28).
La perspectiva de la comunión eclesial
La reflexión eclesiológica sobre el Pueblo de Dios corresponde a una concepción dinámica, histórica, responsable y escatológica de la Iglesia, que supera tanto los extremismos espiritualistas como los secularizantes. Se tiende a la armonía y continuidad entre el antiguo y el nuevo Israel, entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares, entre los carismas y la institución. La base de esta eclesiología es la Iglesia comunión. Entonces se armoniza con el concepto de Iglesia «Cuerpo» místico de Cristo, donde todos los miembros son diferentes y complementarios, con la misma dignidad, para construir la unidad responsable en el servicio de caridad.
Este sentido esponsal hace descubrir mejor la igualdad en la misma dignidad de todos los miembros de la Iglesia, aunque los servicios (ministerios) y carismas sean distintos. En el Pueblo de Dios, lo que más cuenta es la caridad. «Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (LG 40).
La igualdad fundamental de cada miembro de la Iglesia («democracia») se basa en este plan salvífico universal; las diferencias son para servir y no indican diversa dignidad fundamental. No sería correcto hablar de la Iglesia de la «base» y del «vértice», puesto que la Iglesia fundada por Jesús nació toda ella de su costado abierto; por esto es su Pueblo, su cuerpo, su Esposa. «La condición de este Pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en su templo» (LG 9).
Todos los pueblos llamados a ser Pueblo de Dios
Jesucristo es su jefe, cabeza y Esposo. Se entra a formar parte de este Pueblo (que no pertenece a ningún pueblo de la tierra) por el nacimiento espiritual del bautismo, para ser hijos de Dios, templos del Espíritu Santo. La ley es el mandato nuevo del amor. Su misión es la de ser «sal de la tierra y luz del mundo» (Mt 5,13-14). «Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección» (LG 9).
Este nuevo Pueblo, profetizado como «signo levantado ante las naciones» (Is 11,12; SC 2), ha sido constituido por el Señor para hacer de todos pueblos de la tierra un solo Pueblo de Dios, una sola familia de hijos de Dios. Es Pueblo sacerdotal, profético y real, por la colaboración responsable por parte de todos, según la propia vocación diferenciada, para ofrecer el sacrificio de Cristo, anunciar su Evangelio, extender el Reino de Dios en todos los pueblos.
Referencias Alianza, Cuerpo Místico de Cristo, Iglesia, Iglesia comunión, Iglesia esposa, Reino de Dios, religiosidad popular, sacerdocio común de los fieles.
Lectura de documentos LG 9-17; AG 36; CEC 781-786; CIC 204-746.
Bibliografía AA.VV., Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia ( BAC, Madrid, 1966) cap.I-II; L. BOUYER, L’Eglise de Dieu (Paris, Cerf, 1970) 2ª parte, II; M. CIMOSA, Pueblo/Pueblos, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica (Madrid, Paulinas, 1990) 1565-1580; G. PHILIPS, L’Eglise et son mystère (Paris, Cerf, 1967) cap. II; J. RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios (Barcelona, Herder, 1972); E. SAURAS, El pueblo de Dios, introducción, en Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia ( BAC, Madrid, 1966) cap. II; O. SEMMELROTH, La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, en La Iglesia del concilio Vaticano II (Barcelona, Flors, 1966) 456-461.
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
DJN
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El pueblo de Dios es un pueblo aparte, elegido entre todos los pueblos de la tierra para ser pertenencia exclusiva del Señor (Lev 26, 12; 2 Cor 10, 7), un pueblo santo (Ex 19, 5-6). Dios lo eligió por puro amor (Dt 7, 7), y le hizo las promesas y firmó con la Alianza, y le dio una tierra y unas leyes únicas. Este pueblo debe convertirse en una comunidad de creyentes, que pertenece a Yahvé y que cumple con toda fidelidad las cláusulas de la Alianza. Pero este pueblo de Dios, que surge en la historia como un prodigio humanamente inexplicable, amenaza con quedar clausurado en el cerrado coto de su propia existencia incomunicable. A pesar de que ya en el A. T. está anunciada la universalidad del pueblo (Is 9, 2; 62, 11; Zac 2, 11; 8, 22). Un arameo errante fue su padre. Llevar en las venas la sangre de Abrahán, estar marcado con el sello de la circuncisión y someterse a sus leyes únicas era la obligada condición para integrarse al pueblo de Dios. Todo eso, que tuvo su valor en determinadas circunstancias históricas, recortó la misión universal que por designio de Dios había de tener este pueblo. El pueblo de Dios es el depositario de la revelación divina con destino a todos los pueblos. Jesucristo vino a redimir a todos los hombres, a ser el salvador del mundo entero, a instituir su reino mesiánico, la universal comunidad de creyentes, que constituye un pueblo sin fronteras, donde ya no hay ni judío, ni griego, ni gentil (Act 15, 14; Rom 9, 24). En este nuevo pueblo de Dios, readquirido en propiedad por Jesucristo (Tit 2, 14), el verdadero Israel, el Israel de Dios (Gá16, 16), la Iglesia de Jesucristo, la verdadera descendencia de Abrahán, tienen cabida, con los mismos derechos y las mismas obligaciones, todas las naciones (Mt 2, 4-14; 28, 19; Mc 13, 10; Lc 2, 31; 24, 47), pues todos formamos en él un solo cuerpo en Cristo (Rom 12, 5). La Alianza Nueva, que configura y precisa la fisonomía de este pueblo nuevo y renovado, es una continuidad de la Alianza Antigua. El pueblo de Dios es un pueblo desarraigado de la tierra, pueblo en marcha, peregrino, hacia la patria eterna (Heb 4, 9; 11, 13). ->iglesia.
E. M. N.
FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001
Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret
Casi todas las religiones están vinculadas a un pueblo determinado, de manera que son religiones de una tribu, de una nación, de una cultura. Hay, sin embargo, algunas religiones que quieren ser universales y entre ellas se suelen contar las monoteístas (judaismo, cristianismo, islam), además de otras como el budismo. Pues bien, a pesar de esta universalidad (o para reflejarla mejor), las religiones bíblicas han puesto de relieve la existencia de un pueblo o comunidad de portadores de la religión. (1) El Dios judío es Dios del verdadero pueblo (el ‘Am Israel), separado y distinto de todos los restantes, es decir, de los gentiles (goyyim). Es un Dios trascendente, pero se ha vinculado con su propio Am, su pueblo especial (elegido), donde ha venido a revelarse. Por eso, el conocimiento de Dios está vinculado a la pertenencia y cumplimiento de las normas de vida de ese pueblo. Ciertamente, el Dios israelita había comenzado siendo un dios nacional (¿tribal?), pues se hallaba vinculado sólo a un grupo humano, garantizando su propia identidad y diferencia. Sin embargo, los judíos han sabido que su elección nacional está al servicio de la universalidad humana: por eso, ellos siguen manteniendo su identidad de grupo, a fin de ofrecer al resto de la humanidad el testimonio de la revelación divina que un día ha de expandirse a todo el mundo (en clave escatológica). (2) El Dios cristiano es internamente universal, pero está ligado a una Ekklesia, es decir, a un grupo de personas que se reúnen en su nombre. Los cristianos han roto un tipo de clausura nacional (legal) judía, recibiendo en su grupo mesiánico a personas de todos los pueblos: han abandonado la exigencia de la circuncisión, han abolido las leyes de tipo alimenticio y los rituales de pureza social (y familiar, matrimonial) que definían a los judíos y de esa forma se han abierto a los gentiles, superando la diferencia anterior entre judíos y griegos, hombres y mujeres, elegidos y no elegidos (cf. Gal 3,28). Pero han creado un tipo de clausura eclesial, que se vincula a la formación de una comunidad (Iglesia) donde se reúnen los creyentes para confesar su fe y expresar el sentido de su vinculación. Lógicamente, la confesión teológica (fe en Dios) se encarna o actualiza en un compromiso social: en la creación de un pueblo misionero que quiere llevar a todos los humanos la experiencia creadora de Jesús. (3) El Dios musulmán es también inseparable del surgimiento de la Umma, es decir, de una comunidad universal de los creyentes. Los musulmanes fueron en principio árabes, pero pronto rompieron los límites de la cultura árabe, para expandirse hacia otros pueblos, con voluntad de integración religiosa y social. Así pudieron unlversalizar un tipo de fe y vida parecida a la del judaismo que está en su fondo. Las prácticas de la religión musulmana son muy simples (de manera que condensan las leyes nacionales del judaismo en cinco pilares o principios básicos: confesión de fe, oración, limosna, ayuno, peregrinación). A pesar de ello (o quizá por ello) el islam ha creado una fortísima conciencia de integración social, de tal manera que algunos lo definen como experiencia y cultivo de unidad grupal, más que como religiosidad estricta.
Cf. J. KUSCHEL, Discordia en la casa de Abrahán. Lo que separa y lo que une a judíos, cristianos y musulmanes. Verbo Divino, Estella 1996; X. PIKAZA, Monoteísmo y globalización. Moisés, Jesús, Muhammad, Verbo Divino, Estella 2002; M. WEBER, Ensayos sobre sociología de la religión I-III, Taurus, Madrid 1987.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra
Es una expresión con gran raigambre bíblica de mucha riqueza teológica. El concilio Vaticano II en la constitución L.G. sitúa el tema del pueblo de Dios después de tratar el misterio de la Iglesia y antes del capítulo dedicado a la jerarquía.
1.° «Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios» (Ex. 3,7). La revelación de Dios en el A.T. corre pareja a la elección de Israel, al éxodo, a la formación del pueblo, a la alianza y al camino hacia la tierra prometida. El pueblo de Israel sólo conseguirá su plena realización siendo el pueblo de Dios. Este pueblo esta llamado a encarnar en la historia «los proyectos de corazón de Dios»; los profetas reavivan en el pueblo las exigencias de la alianza, la justicia y el derecho en favor de lo huérfano, el pobre y la viuda, y despiertan en el pueblo la conciencia de ser un pueblo universal. El pueblo de Dios está llamado a hacer presente el Reino de Dios que historiza en las relaciones y en el estilo de vida la relación de Dios con el hombre; en consecuencia, ninguna realidad histórica se confunde con el Reino de Dios, que actúa como instancia crítica, dinámica y escatológica.
Jesús de Nazaret anuncia el Reino y convoca a una nueva experiencia de pueblo que se constituye sobre la Alianza nueva y definitiva de su entrega personal; el nuevo pueblo de Dios tiene como referencia fundamental a Cristo muerto y resucitado y al don del Espíritu Santo. Cristo resucitado es la cabeza del nuevo pueblo de Dios.
2.° La comunidad de los que tienen el Espíritu de Jesucristo. Jesús llamó personalmente a los discípulos (Mc. 3,14) para que estando con El conocieran el corazón de Dios Padre, aprendieran una nueva vida y continuaran su misión en el mundo. Todo lo que viven con Jesús de Nazaret adquiere una dimensión definitiva en la experiencia Pascual. Los apóstoles proclaman al mundo entero la buena noticia de que somos hijos de Dios y hermanos en Jesucristo (Mt. 23, 8-11), que lo importante es compartir (Mc. 10, 22-27) y servir (Lc. 22,26). que ha surgido una comunidad de fe y de vida (Hech. 2, 42-45; 4, 32-35) y que hay que anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra (Mt. 28, 18-20).
La constitución Lumen Gentium dice que el pueblo de Dios es el pueblo que cree en Jesucristo encarnado, muerto y resucitado, que permanece unido en la comunión y en el servicio, y que «tiene como fin el dilatar más y más el Reino de Dios en la tierra» (L.G. 9). El pueblo de Dios es universal, pues todos estamos llamados a formar parte de él, y todos los hombres, en diferentes grados, pertenecen al pueblo de Dios (L.G. 13). «Así, pues, la Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinde al Creador Universal y Padre todo honor y gloria» (L.G. 17).
Es necesario entender la Iglesia desde el horizonte del pueblo de Dios y, al mismo tiempo, ver qué elementos del pueblo de Dios sólo se conocen y viven desde el mensaje salvador que constituye el ser y la misión de la Iglesia. La Iglesia es el medio y el ámbito que hace posible el que toda la humanidad llegue a ser pueblo de Dios. «Cuando este pueblo de los más pobres reciba la plenitud de la obra de Dios, mediante el servicio de la Iglesia y que mediante otros métodos que Dios se ha reservado para hacer eficaz su gracia y su presencia, se convertirá en el verdadero pueblo de Dios que va haciendo cada vez más próximo el reino de Dios entre nosotros» (1. ELLACURíA, Pueblo de Dios, en C. FLORISTíN y J. J. TAMAYO, Conceptos fundamentales de Pastoral, Cristiandad 1983, 858).
3.° «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia». El Reino de Dios es para el pueblo. En los Evangelios los preferidos de Jesús son los enfermos, los marginados y los pecadores. Dios ama a los pobres de una manera especial, no porque sean mejores, sino porque son pobres; y son los elegidos por Dios para llamar a la humanidad entera a la salvación. La Iglesia como pueblo de Dios es y está llamada a ser comunidad de hermanos en favor de los más necesitados. Creyente convertido es el que entiende, interpreta y proyecta desde este compromiso la vida entera.
Esta opción preferencial por los más pobres se desarrolla históricamente a través de procesos de liberación que expresan la acción salvadora de Dios. El pueblo de Dios se alimenta de la vida trinitaria, para poder construir el Reino y en las virtudes teologales encuentra la fuerza para enfrentarse a los conflictos históricos y a los egoísmos humanos. Pecado es todo aquello que impide que el Reino de Dios avance en la historia humana.
4.° La eclesiología del Vaticano II. Es una eclesiología profundamente trinitaria, de comunión y de servicio; parte de la categoría de pueblo de Dios y de la opción preferencial por los más necesitados. «El Espíritu de Jesús está en los pobres y, desde ellos recrea la totalidad de la Iglesia» (J. SOBRINO, Resurrección de la verdadera Iglesia, Santander 1981, 109). La Iglesia, pueblo de Dios, no puede olvidar nunca que es la Iglesia del crucificado, la Iglesia del Espíritu, la Iglesia de los pobres y la Iglesia que vive para el Reino. Somos pueblo sacerdotal (1 Pe 2, 4-10; Ap. 1,6; 5, 9-10; L.G. 10) que se entrega como Jesús. Y es llevada por el Espíritu para ser buena noticia para los más pobres.
– Reino, pueblo de Dios, Iglesia. Son tres realidades indisolublemente relacionadas. Habrá Reino cuando haya pueblo de Dios y viceversa. El Reino tiene que ver con la Iglesia, pero es una realidad más amplia. La Iglesia como sacramento universal de salvación vive en referencia al Reino y al pueblo, y el Reino de Dios no se da en plenitud hasta que llega a constituirse un verdadero pueblo de Dios. Por esto la Iglesia es instrumento excepional, cuya misión consiste en instaurar el Reino entre los hombres. Dios ha querido salvar a los hombres haciendo de ellos «un pueblo que le conociera de verdad y le sirviera con una vida tanta» (CEC 781)
– Características del pueblo de Dios (CEC 782):
– Dios no pertenece a ningún pueblo; ha hecho un pueblo de los que no eran pueblo y los ha constituido como «una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa» (1 Pe 2,9).
– Se llega a ser pueblo por la fe en Cristo y por la recepción del Bautismo.
– El pueblo de Dios tiene por cabeza a Cristo y participa de su misión mesiánica.
– La dignidad y la libertad de los hijos de Dios viene dada por el Espíritu Santo que habita en sus corazones.
– Su ley es el mandamiento nuevo: amar como Cristo nos amó (Jn.13,34). Es la ley nueva de los que viven guiados por el Espíritu Santo (Rom. 8,2; Gál 5,25).
– La misión del pueblo de Dios consiste en ser sal, luz, germen y anticipo de la salvación de Cristo para todo el género humano. El Reino de Dios que Jesús comenzó ha de ser llevado hasta a todos los pueblos de la tierra hasta que llegue la plenitud escatológica. (L.G. 9).
– Es un pueblo sacerdotal, profético y real; todo el pueblo participa de estas tres funciones y tiene las responsabilidades de misión y servicio que se derivan de ellas (R. H. 18-21). Cristo ha hecho del nuevo pueblo «un reino de sacerdotes para Dios su Padre» (L.G. 10); es profético porque se adhiere indefectiblemente a la fe (L.G. 12) y es testigo de Cristo en medio del mundo; y es un pueblo regio porque Cristo por su muerte y resurrección atrae a todos los hombres hacia sí (Jn, 12,32) al presentarse como servidor de todos, y dar la vida en rescate por muchos (Mt. 20,28); los cristianos al servir a los que sufren y a los pobres reconoce en ellos a Cristo. (L.G. 8).
En la Iglesia, pueblo de Dios, todos los miembros están unidos entre sí por la unión con Cristo; el Espíritu Santo es el principio de unión y de acción del pueblo de Dios; pues está plenamente en la Cabeza, Cristo, y en los miembros (M.C.; D.S. 3808).
Jesús Sastre
Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001
Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización
La lengua hebrea indicaba al pueblo israelita sobre todo con ‘am y goy que al principio eran prácticamente sinónimos, a no ser que se quiera ver en goy la presencia de ulteriores elementos, por ejemplo de tipo territorial y político. Los dos términos indican una estructura sociológica estable, que tiene en la sangre el vínculo fundamental.
En el uso veterotestamentario llegan a distanciarse, de manera que el término ‘am conoce una teologización progresiva hasta indicar «el pueblo de Yahveh» (‘am Yahveh), distinto de los goyim, que son los otros pueblos, sobre todo los que no invocan el nombre de Dios y son por tanto impíos y paganos.
Esta distinción se refleja en la traducción de los Setenta, en la que goy se traduce la mayor parte de las veces por ethnos, o sea, io mismo que en el Nuevo Testamento, los «gentiles». A su vez, ‘am se traduce preferentemente por el griego laós, el «pueblo de Dioso hecho tal en virtud de la elección divina y de la alianza pactada con Yahveh. Israel nace como «pueblo de Dios» por la acogida de la Palabra pronunciada por el Señor «en el monte, de en medio del fuego» (Dt9,10; 10,4).Así pues, Dios es el principio unificador de este pueblo.
La expresión afirma además el vínculo estrecho, como de parentesco, con el que Dios se vinculó a Israel. En el Nuevo Testamento esta expresión se aplica a la Iglesia. El texto principal es el de 1 Pe 2,9- 10 (una especie de mosaico de trozos sacados de Isaías y de Oseas), pero se acepta también comúnmente que esta noción está en la base de toda la eclesiología paulina (L. Cerfaux). Se conserva también en la eclesiología patrística, para indicar la dignidad sacerdotal de los cristianos (Orígenes).
Sobre todo los Padres latinos deducen de aquí una concepción dinámica e histórica de la Iglesia: peregrina en la tierra. Sin embargo, después del siglo y, esta expresión sólo quedó en el lenguaje de la liturgia. Más aún, en la Edad Media se llegó a señalar con esta expresión a los fieles laicos como distintos de los clérigos y de la jerarquía.
Sin embargo, el Catecismo Romano hablará de la Iglesia como populus fidelis per universum orbem dispersus.
En el siglo xx la noción de «pueblo de Dios» volverá a afianzarse en eclesiología. Entre los teólogos que más y mejor han contribuido a su formulación está el exegeta L. Cerfaux, al que hay que afiadir a H. Schlier, R. Schnackerlburg y A. Oepke (entre los protestantes). Entre los dogmáticos vale la pena destacar los nombres de A. Vonier, M. D. Koster, H. Schauf M. Schmaus e Y Congar. En el ámbito del derecho, K. MOrsdorf.
La noción de pueblo de Dios es primordial en la eclesiología del concilio Vaticano II y es la noción que guía la Constitución dogmática Lumen gentium, que le dedica un capítulo entero.
Los valores de esta noción eclesiológica pueden indicarse así: la idea de pueblo de Dios expresa con suficiente claridad la continuidad entre Israel y la Iglesia; describe el carácter de historicidad de la Iglesia; contribuye a superar toda forma de individualismo y sujetivismo; contiene un alto valor antropológico «(pueblo mesiánico,»: LG 9); indica a la Iglesia como pueblo entre los pueblos; sirve para aclarar la dignidad común de todos los cristianos (cf. LG 32); hace posible una articulación más adecuada entre Iglesia universal e Iglesias particulares; ayuda a comprender mejor los diversos modos de pertenencia a la única Iglesia.
Lógicamente, lo mismo que todas las nociones e imágenes, tampoco la de «pueblo de Dios» puede expresar adecuadamente el misterio de la Iglesia.
En particular es necesario vincularla a la otra noción de Cuerpo de Cristo, de la que es complementaria. Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo son dos nociones eclesiológicas estrechamente vinculadas entre sí. Por una parte, el ser «Cuerpo de Cristo» especifica la peculiaridad de este pueblo de Dios y, a su vez, el que este Cuerpo sea «puéblo de Dios» defiende esta noción de ciertas tendencias espiritualistas y ~ de lo que se ha denunciado como un «monofisismo» eclesiológico. No puede haber auténtica teología del pueblo de Dios sin teología del Cuerpo de Cristo; pero tampoco la teología de la Iglesia-Cuerpo de Cristo es auténtica cuando se desarrolla sin conexión con la de Pueblo de Dios. Así pues, las dos son la premisa indispensable para una correcta descripción del misterio de la Iglesia como koinonía-communio. Dentro de la teología del pueblo de Dios surge la afirmación del » sacerdocio común de los fieles» (cf. LG 10-12), que debe entenderse como participación en el sacerdocio de Cristo. Es ésta la novedad cristiana radical, que nace con el bautismo, se desarrolla con la confirmación, tiene su apoyo y complemento dinámico en la eucaristía y su expresión en toda la existencia del cristiano. Este sacerdocio es «común» y «universal», ya que afecta a todos los bautizados y compromete su vida entera, expresándose como participación en el triple oficio sacerdotal, profético y real de Cristo. LG 10 recuerda la distinción «por esencia y no sólo de grado» entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial o jerárquico.
La noción de pueblo de Dios tuvo el mérito indudable de ayudar a los cristianos en la autoconciencia renovada que maduró la Iglesia en el Vaticano II.
En el posconcilio se ha lamentado un cierto uso impropio de la misma, debido entre otras cosas a sugestiones políticas y colectivistas: algunos se inclinaban más bien hacia su carácter popular y se mostraban reticentes sobre su origen «del Altísimo» y poco explícitamente cristológico; en otras ocasiones se ha concebido esta noción de forma acentuadamente penumatológica: es lo que observaron algunos durante la 11 Asamblea extraordinaria del sínodo de obispos (1985). Sin embargo, la solución a estas dificultades difícilmente puede encontrarse en una nueva marginación de esta noción, sino más bien en su articulación con otras muchas, junto con las cuales expresa la realidad y la misión de la Iglesia.
M, Semeraro
Bibl.: 1. Ellacuría, Pueblo de Dios, en CFC, 1094- 1 1 12; O. Semmelroth, La iglesia, nuevo pueblo de Dios, en G. Baraúna (ed.), La Iglesia del concilio Vaticano JJ 11, Barcelona 1966, 456-461; J A. Estrada, Del misterio de la Iglesia al pueblo de Dios, Sígueme, Salamanca 1988; J Ratzinger El nuevo pueblo de Dios, Herder, Barcelona 1972.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
1. P. de D. es una denominación bíblica, puesta de nuevo en primer plano por el concilio Vaticano II (Lumen gentium, cap. 1, 2), para caracterizar la relación entre Dios y un grupo determinado de hombres (Israel, la Iglesia, la humanidad). Evidentemente, «pueblo» es ante todo una realidad profana que pertenece al orden de la creación y ha sido creada por Dios (como todas las realidades humanas originarías). Pero eso solamente no permite todavía el uso del concepto «pueblo de Dios» (en la Escritura y en el lenguaje eclesiástico y religioso). Por tanto, en la expresión «pueblo de Dios» la palabra «pueblo» se usa en un sentido metafórico, lo cual no puede olvidarse cuando de este concepto se quiere deducir conocimientos ulteriores. Así, p. ej., no es necesario que al aplicar la expresión «pueblo de Dios» a la Iglesia se deduzca de estas palabras o se introduzca en ellas todo lo que debe afirmarse sobre la -> Iglesia. Ya por ello es en último término superflua la discusión de si (y cuáles de) los muchos conceptos metafóricos con los que se puede esclarecer la esencia de la Iglesia (especialmente pueblo de Dios y cuerpo místico) tienen una preeminencia teológica como conceptos claves.
2. En el AT Israel se llama a sí mismo pueblo de Yahveh (de Dios), porque según su experiencia de fe (por la salvación en el mar Rojo y el pacto de la alianza) agradece a Yahveh, a la acción histórica de éste (y no a un hecho meramente natural), su existencia nacional y religiosa, y por ello es su propiedad y creación. El genitivo «de Dios» es un genitivus auctoris (por su acción histórica y reveladora) y possessoris. Esa relación expresada en las palabras p. de D. fundamenta la obligación de fidelidad del pueblo a este Dios «concreto» de su historia (-> decálogo como estatuto de la alianza) y la esperanza en su promesa de mantenerse siempre fiel a la acción histórica de la creación del pueblo y al pueblo mismo. Puesto que la comunidad de fe en Jesús como nueva alianza, fundada en la sangre de Jesús, se conoce como nuevo Israel en el Pneuma, al cual se han transferido las promesas hechas a los patriarcas; esta comunidad se explica a sí misma como el p. de D. propiamente dicho, verdadero y definitivo, que ahora ciertamente no está reducido a una nación, sino que quiere abarcar todos los pueblos, y que está fundamentado, no en un parentesco «carnal», sino en el ->.Espíritu Santo y en la -> fe.
Este p. de D. se concibe a sí mismo, no como una mera «fundación nueva», sino como descendencia legitima del antiguo p. de D., que respecto de él se comporta como una promesa a manera de sombra (Typos) frente a la realidad definitiva (cf. Mc 14, 24; Act 3, 25; Rom 1, 7; 4, 16ss; 9, 6 27; 1 Cor 1, 21; 2 Cor 6, 6 18; Gál 3, 7; 4, 24; 6, 16; Ef 1, 18; 2, 21; 5, 27; Heb 2, 16; 8, 8ss; 13, 15; 1 Pe 2, 9; Ap 1, 6; 1, 9; 7, 4ss; 13, 7; 14, Iss). A partir de aquí son comprensibles algunas (no todas las) las imágenes, que, usadas primero para Israel, el antiguo p. de D., se trasladan ahora a la Iglesia, p. ej.; la «Jerusalén nueva» como «ciudad santa» (Gál 4, 26; Flp 3, 20; Heb 11, 10; 12, 22; 13, 14; Ap 3, 12; 11. 2; 20, 9; 21, 2ss; 22, 19) o «novia» (Mt 9, 15; Jn 2, Iss; 2 Cor 11, 2; Ef 5 30ss; Ap 19, 7ss; 21, 2 9; 22, 17; porque el pueblo de la alianza del AT tenía una relación «nupcial» con Yahveh). Lo mismo sucede en el uso tipológico de experiencias histórico-salvíficas de Israel que se aplican a la Iglesia (1 Cor 10, 1-12 18; Gál 4, 21-31, etc.). Análogamente a la existencia de Israel en el desierto, también la Iglesia aparece como p. peregrinante de D. (Heb 4, 9).
3. Por ello el contenido dogmáticamente seguro de la expresión p. de D. para los cristianos puede determinarse con relativa facilidad mediante los usuales conceptos eclesiásticos. Dios ha elegido hombres para la -> salvación (->, predestinación); si tales hombres son pocos, muchos o todos en comparación con el número total de hombres,es una cuestión que aquí reviste poca importancia. Dios, en su voluntad salvífica (-> salvación), ha llamado a estos hombres no como personas privadas y aisladamente, sino en medio de sus lazos históricos y sociales y de sus relaciones reciprocas; lazos y relaciones que (por lo menos a causa de la unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo) tienen también una función mediadora de la salvación. Esos hombres, además de esta unidad histórica y social, tienen una unidad interna en la comunicación de -> Dios mismo en la -> gracia, libremente aceptada por ellos. Esta unidad ha aparecido históricamente y se ha hecho irreversible en -» Jesucristo y en su resurrección, con lo cual la autodonación divina que une a los hombres y la unidad misma de éstos son histórica y socialmente palpables, aun cuando para nosotros el grupo de los llamados y unidos por el Espíritu de Dios no sea claramente delimitable frente a los demás hombres.
4. Más difícil es determinar la relación entre Iglesia y p. de D. Lo mismo que ocurre en el concepto de Iglesia y de miembro de la -> Iglesia, se trata aquí de un problema de precisión terminológica.
Se puede (para el tiempo neotestamentario de salvación) entender el p. de D. como una realidad constituida socialmente (en el sentido de una societas perfecta), y entonces identifican simplemente el p. de D. con la Iglesia (materialmente hablando). Esto tiene la ventaja de la simplicidad y claridad de la terminología. Pero tiene el inconveniente de que realidades que son teológicamente importantes, pero no coinciden con el concepto de la Iglesia constituida jerárquicamente como sociedad, han de renunciar a una expresión terminológica tradicional y kerygmáticamente disponible. Además, actualmente en el campo profano se distingue entre pueblo y Estado (pueblo constituido socialmente) como dos magnitudes relacionadas mutuamente, pero formal y materialmente distintas. Así es natural que también al trasladar estas palabras a otro campo se mantenga análogamente esa distinción.
Parece obvio y es posible entender por p. de D. la suma, unida espiritualmente, de todos aquellos que están justificados, entre los cuales se hallan también los que no son miembros en sentido «pleno» de la unión social de la Iglesia jerárquica. Este p. de D. así entendido encuentra ciertamente en la Iglesia jerárquica y visible su «visibilidad» plena y su constitución social, pero habría que incluir también en el p. de D. a aquellos que no están todavía plenamente «incorporados» a la Iglesia. Según esta terminología, lo dicho también se podría formular así: pertenecen (en formas distintas) al p. de D. todos aquellos que pertenecen de algún modo (graduado) a la Iglesia. Con ello se distinguiría entre p. de D. e Iglesia y evitarían las muchas dificultades que todavía van inherentes a esta terminología. Así, p. ej., el pecador bautizado pertenece a la Iglesia corpore (como dice el Vaticano II, Lumen gentium, n.° 14), pero no corde. Expresado de otra manera: puesto que hay una sola pertenencia a la Iglesia, graduada bajo distintos aspectos, y en correspondencia un concepto graduado (un concepto amplio y otro estricto) de la Iglesia, cuando se habla simplemente de la «Iglesia» se deberá pensar en el concepto pleno y estricto de la misma (de acuerdo con la terminología católica, en Lumen gentium n.° 8, según la cual la Iglesia «subsiste» en la Iglesia católica). Por tanto sería totalmente recomendable designar con la expresión p. de D. aquello que incluye el concepto más amplio de Iglesia. Sin embargo, incluso así queda abierta la cuestión de si también el -> bautismo cuenta entre los elementos necesarios para la pertenencia a la Iglesia en sentido amplio, o sólo la -> justificación, la cual es posible sin el agua bautismal.
También cabría llamar p. de D. simplemente a la humanidad, pues ella no sólo es el sustrato natural del p. de D., como quiera se determine éste; sino que además es una por su origen y por su configuración sobrenatural. A su única historia pertenece Jesucristo. Todos los hombres están envueltos por la universal voluntad salvífica de Dios (->. soteriología) y se hallan redimidos (como hecho previo para su justificación; cf. -> existencial ll). La humanidad está soportada por el ofrecimiento de la comunicación de -> Dios mismo. En su historia, que es una, ha sucedido ya en Jesucristo lo que predefine formalmente el final feliz de esta historia (como tal). Por tanto, la humanidad, que es una en su totalidad, es una magnitud constituida, mediante la acción de la gracia de Dios en Cristo, previamente a la decisión personal de sus miembros particulares y previamente también a la formación de la Iglesia, o sea: es «pueblo de Dios».
BIBLIOGRAFíA: Cf. las teologías del A y del NT: Eichrodt; Procksch; Köhler AT; Vriezen; Rad; Bultmann; Feine ThNT; H. Conzelmann, Grundriß der Theologie des NT (Mn 1967). – A. Vonier, The People of God (Lo 1937); M. D. Koster, Ekklesiologie im Werden (Pa 1940); Y. M.-J. Congar, Ensayos sobre el misterio de la Iglesia (Estela Ba 1964); N. A. Dahl, Das Volk Gottes (Oslo 1941, Darmstadt 21963); F. Asensio, Yahveh y au pueblo (R 1953); A. Oepke, Leib Christi oder Volk Gottes bei Paulus: ThLZ 79 (1954) 363-368; J. Ratzinger, Volk und Haus Gottes in Augustins Lehre von der Kirche (Mn 1954); idem, El nuevo pueblo de Dios (Herder Ba 1973); F. Schierse, Verheißung und Heilsvollendung (Mn 1955); H. J. Kraus, Das Volk Gottes im AT (Z 1958); A. Oepke, Das neue Gottesvolk (Gü 1959); Schmaus D8 I1I/1 204-239; P. S. Minear, Images of the Church in the NT (Filadelfia 1960); H. Wildberger, Jahwes Eigentumsvolk (A – St 1960); H. Asmussen – H. Gross – 1. Backes y otros, Die Kirche – Volk Gottes (St 1961); E. Kösemann, Das wandernde Gottesvolk (Gö 41961); F. B. Norris, God’s Own People (Baltimore 1962); H. Schlier, Zu den Namen der Kirche in den paulinischen Briefen: Unio christianorum (homenaje a L. Jaerger) (Pa 1962) 147-159; U. Valeske, Votum Ecclesiae (Mn 1962) 201-209 237-250; J. Beumer, Die Kirche, Leib Christi oder Volk Gottes?: ThG153 (1963) 255- 268; F. Mußner, Volk Gottes im NT: ‘IThZ 72 (1963) 169-178; W. Trilling, Das wahre Israel. Studien zur Theologie des Mt (Mn 31964); L. Cerfaux, La Iglesia en san Pablo (Desclée Bil 1965); M. D. Koster, Zum Leitbild von der Kirche auf dem II. Vatikanischen Konzil: ThQ 145 (1965) 13-41; Baraána; R. Böumer – H. Dolch (dir.), Volk Gottes (homenaje a J. Höfer) (Fr 1967); H. Kling, La Iglesia (Herder Ba 31970); Rahner VIII (1968) 329-444 (Das neue Bild der Kirche und andere Aufsätze zur Ekklesiologie); La Iglesia, pueblo de Dios (PPC Ma 1970); E. Meliá y otros, El pueblo de Dios (Mensaj Bil 1970); G. Philips, La Iglesia y su misterio, 2 vols, (Herder Ba 1970); J. Ruano, La Iglesia pueblo de Dios (Anaya Sal 1970).
Karl Rahner
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica