MARXISMO

Filosofí­a social de Karl Marx: (1818-83), desarrollada con Engels, base del comunismo ateo.

El ateí­smo, la lucha de clases y la utopí­a de un paraí­so en la tierra, están en contra de la Biblia, y la Iglesia lo condena firmemente: (Encí­clica «Divini Redemptoris», Pí­o XI, 1937).

El Marxismo tiene 5 bases esenciales: 1- Marx combina el método dialéctido de Hegel con el materialismo de Feuerbach: Sólo existe la materia, que contiene en sí­ misma el germen de su desarrollo y perfección.

2- La economí­a determina toda la historia de la civilización.

3- El trabajador produce más que recibe, es un «extrano» (un alienado) en su propia casa. Como consecuencia, el rico se hace más rico, y el pobre más pobre.

4- Esto produce la dialéctica de la «lucha de clases», que es inevitable.

5- El Capitalismo, inevitablemente, va a colapsar, las masas han de revolucionarse, estableciendo la dictadura del proletariado: (del trabajador), con la fase final utópica, de una sociedad sin clases, todos felices.

En la practica: El Comunismo Ateo, que predica «libertad» y «prosperidad» ha creado los paí­ses donde menos libertad hay, ¡ni siquiera pueden salir o entrar libremente de su propio paí­s! . y los paí­ses más «pobres», donde hay dinero para tener armas, pero no para comer, ni vestir: Tener un carro de hace 15 años es el gran lujo en Cuba o Rusia. en China, tener una bicicleta usada, es la gran cosa. y en Cuba, el paí­s del café y tabaco, ¡hasta éstos estan «racionados»!: Ver «Comunismo».

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

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Es el sistema atribuido a Marx. Con todo el término se ha llenado de significados «añadidos», debido a las muchas significaciones que se vincularon con las ideas radicales de Marx.

Estrictamente hablando es un sistema económico, perfilado y teorizado en libro de Marx, como «La teorí­a de la plusvalí­a» y, sobre todo, en «El Capital».

Por extensión se identificó con frecuencia con un sistema social, que se intentó denominar «socialismo cientí­fico», pero que no deja de ser un «socialismo utópico» en virtud de sus planteamientos irrealizables, como la Historia posterior se encargarí­a de demostrar.

Se calificó también al marxismo como «sistema filosófico o ideológico», identificado con el materialismo dialéctico, que es lo mismo que decir «hegeliano», y que se halla basado en la ineludible dialéctica de la lucha radical de los seres.

Y además se le confundió con frecuencia con un «sistema polí­tico», basado en una visión totalitaria de los poderes públicos, que lleva al estilo del «comunismo», aunque el promotor de esta dimensión fue estrictamente Lení­n (leninismo) y el encargado de desarrollarlo en Oriente fue Mao-tse-Tung (maoí­mo).

Es fácil entender lo complejo que resulta el marxismo y la diversidad de interpretaciones que se dieron en la Historia a las ideas de esta figura tan influyente en la humanidad de los últimos siglos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Origen y contenidos

Por «marxismo» se entiende una lí­nea de reflexión filosófica y una praxis polí­tico-económica, que se inspira en el pensamiento de Carlos Marx (1818-1883) y Federico Engels (1820-1895). Es una doctrina esencialmente materialista. La realidad consiste sólo en la materia y de ella deriva todo (materialismo dialéctico). El origen y fundamento de la sociedad es su estructura económica (materialismo histórico). Es una oposición al idealismo de Hegel y, especialmente, el extremo opuesto del capitalismo liberal. La crí­tica de la religión tiene diversas facetas, desde considerarla como «opio del pueblo» (el joven Marx), hasta prescindir de ella en la nueva cosmovisión materialista de la historia.

El concepto sobre el hombre es el del «homo faber» (el hacer) y nada más. La sociedad es el conjunto de individuos, dedicados a la producción, divididos en dos clases opuestas (capitalistas y obreros), fruto de la injusta distribución de los medios de producción. Ello llevará a la lucha de clases con la consecuente desaparición del capitalismo (por su descomposición interna y no necesariamente por revolución violenta). Con Lení­n (revolución bolchevique, 1917), se llegará a la conclusión de que sólo con la revolución obrera (violenta) se podrá destruir el capitalismo.

El marxismo es una interpretación materialista de la historia, a modo de análisis de la realidad a la luz de una dimensión socio-económica. De ahí­ derivará la necesidad de organizar a los individuos (el proletariado) para que sean ellos los protagonistas en la lucha de clases, cuyo efecto final será la instauración del «comunismo» (como perfecta «comunicación» de bienes). El término «comunismo» en los inicios del marxismo no tiene las connotaciones violentas de la revolución bolchevique. Se intenta superar el individualismo capitalista y recuperar la solidaridad con las clases pobres dignificando el trabajo.

Evolución histórica y actualidad

La evolución histórica, filosófica y práctica del marxismo es muy compleja. Durante la vida de Marx, tiene lugar la primera reunión «internacional» (1864), que estudió la organización del movimiento obrero. A raí­z de la segunda «internacional» (1889), se origina el partido socialdemocrático alemán, y el partido obrero socialdemocrático ruso. En este último, nació y prevaleció el partido radical bolchevique (1903), que, guiado por Lení­n, llegarí­a en Rusia a la victoria revolucionaria (octubre de 1917). Es el marxismo-leninismo, que se basaba en la dictadura del proletariado y en el ateí­smo militante.

Esta lí­nea marxista-leninista prevaleció desde entonces a nivel mundial, bajo la guí­a del comunismo ruso (marxismo-leninismo), con las agravantes del «stalinismo» (detenciones, ajusticiamentos y deportaciones en masa), hasta la disolución de la estructura comunista del Este de Europa (finales de los años «80», con Michail Gorbaciov) y la caí­da del muro de Berlí­n (1990). El caso del comunismo asiático (China, Corea del Norte, Vietnam…) debe analizarse en su contexto cultural-histórico. La caí­da del comunismo deja al descubierto que el capitalismo liberal, su polo opuesto, tampoco puede conseguir la auténtica solidaridad universal.

Ya desde 1919, varios pensadores occidentales habí­an intentado volver a las fuentes del marxismo prescindiendo del comunismo bolchevique. Algunos partidos comunistas occidentales (del «eurocomunismo») se fueron desligando paulatinamente del comunismo ruso. El magisterio eclesial ha respondido a la doctrina comunista (como materialismo ateo), especialmente con la encí­clica «Divini Redemptoris» (Pí­o XI, 1937), la encí­clica «Mater et Magistra» (Juan XXIII, 1961) y el concilio Vaticano II (GS 20).

Prescindiendo de las derivaciones hacia el comunismo, así­ como de la incidencia doctrinal del marxismo en los partidos socialistas
(v. socialismo), es importante notar que el marxismo, como interpretación rí­gidamente económica de la historia social, ha fracasado según la opinión de algunos entendidos. Pero la táctica marxista en la praxis comunitaria y las ideas filosóficas de base, continúan con toda su fuerza y con gran incidencia en diversos sectores culturales, polí­ticos y religiosos, especialmente en cuanto al análisis marxista de la realidad y de la historia (como alternativa a la Palabra de Dios y a la historia de salvación). La interpretación de la historia ya no se hace por el proceso hegeliano (idealista) de análisis, sí­ntesis y tesis, sino por el análisis práctico de la realidad histórica para transformarla. El problema que queda en pie consiste en la luz bajo la cual se estudia la realidad ¿la creencia en Dios o el materialismo ateo (acontecimientos irreversibles equiparables a la revelación)?.

El marxismo es, en algunos de sus puntos, la inversión de la visión cristiana del hombre, del mundo y de la historia. La interpretación marxista de la historia, con sus consecuencias secularistas, sigue siendo un desafí­o para cualquier reflexión filosófica y para toda religión, en estos momentos de postmodernidad. Algunos movimientos «populares» siguen inspirándose en las ideas marxistas (análisis materialista de la realidad y de los acontecimientos como irreversibles), para reinterpretar la Iglesia en su historia y en su estructura (oposición entre el «pueblo» y la «jerarquí­a»), así­ como para «releer» los contenidos de la revelación cristiana con una cosmovisión secularista. La terminologí­a y metodologí­a usada en esa «lucha de clases» tiende a la dialéctica del desprestigio y de la caricatura de los que no piensan igual.

La respuesta cristiana

La responsabilidad de los creyentes respecto a todo tipo de materialismo, se concreta también en reconocer que es «un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crí­tica contra las religiones» (GS 19). La respuesta cristiana al marxismo, como a cualquier fenómeno de increencia, no puede ser sólo a nivel conceptual, sino principalmente en el campo de la praxis «En la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros» (GS 21). La fe cristiana compromete en el proceso histórico de construir la solidaridad efectiva a nivel universal. La verdadera utopí­a, como clave del futuro de la humanidad, es la esperanza cristiana basada en las bienaventuranzas.

Referencias Ateí­smo, capitalismo, economí­a, esperanza (utopí­a), historia, historia de salvación, liberación, Palabra de Dios, polí­tica, postmodernidad, Pueblo de Dios, sagrado, signos de los tiempos, sociedad, trabajo.

Lectura de documentos GS 19-21. Ver referencias y encí­clicas sociales citadas.

Bibliografí­a G. R. DE YURRE, El marxismo ( BAC, Madrid, 1976); Idem, Marxismo y marxismos ( BAC, Madrid, 1978); Idem, La estrategia del comunismo ( BAC, Madrid, 1983); (Comisión Episcopal de Pastoral Social) Marxismo y cristianismo (Madrid, EDICE, 1983); H. DESROCHES, Socialismes et sociologie religieuse (Paris 1965); H. GOLLWITZET, Crí­tica marxista de la religión y fe cristiana (Barcelona, Fontanella, 1971); V. MIANO, Continuidad y evolución en la enseñanza del magisterio en torno al comunismo, socialismo y marxismo (México 1981); W. POST, La crí­tica de la religión en Karl Marx (Barcelona, Herder, 1972); (Secretariado para los no creyentes) Fe cristiana y marxismo de hoy (Roma 1973); C. VALVERDE, Los orí­genes del marxismo ( BAC, Madrid, 1974); P. VRANICKI, Historia del marxismo (Salamanca, Sí­gueme, 1977); CH. WACKENHEIM, La quiebra de la religión según Karl Marx (Barcelona, Pení­nsula, 1973).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Con el término marxismo se designa no solamente la doctrina filosófica y polí­tico-económica de Karl Marx, sino también el cumplimiento, el desarrollo, la revisión y la crí­tica inmanente que lo han caracterizado, desde finales del siglo XIX hasta nuestros dí­as.

Desde el punto de vista teológico, después de considerar el significado central del pensamiento de Marx y sus principales evoluciones (1), nos detendremos en el valor de la crí­tica a la religión del marxismo (2) y en la posibilidad de encontrar en el más allá de su unilateralidad y de sus deformaciones inaceptables- una auténtica vena humanista (3).

1. El punto de partida del pensamiento de Marx (1818-1883) es la crí­tica a la filosofí­a de Hegel sobre las bases de L, Feuerbach, es decir, la inversión del idealismo en el materialismo histórico, como estudio cientí­fico de la historia en cuanto lugar concreto de realización de la humanidad. En este contexto se reconoce al hombre como existencia social que, a través del trabajo y de la asunción consciente y colectiva de su destino, puede transformar su condición de vida eliminando aquellos elementos que la alienan. A través del estudio de la economí­a clásica, Marx llega a señalar la base material y económica de la sociedad y de la historia humana (estructura) que determina el conjunto de las ideas y de las instituciones religiosas, filosóficas, polí­ticas de una época (superestructura); analiza sus contradicciones a nivel económico y social (el conflicto entre el capital y e1 proletariado) e indica en el proletariado la fuerza que -a través de la lucha de clase- guí­a a la sociedad hacia una evolución definitiva. De este modo el proceso histórico se concibe como un desarrollo dialéctico unitario, que tiene su resorte en la contradicción (caracterizada en las fuerzas productivas y en las relaciones de producción), y su meta final en el comunismo, como organización social en la que se unirán la teorí­a y la praxis y donde, una vez eliminadas la alienación económica, se llevará a cabo el verdadero humanismo. En El Capital se exponen sintética y sistemáticamente todos los temas centrales de la filosofí­a de Marx desde la perspectiva de la estructura económica.

F. Engels (1820-1895), con el que Marx escribió muchas de sus obras más célebres, lleva a cabo una primera evolución del marxismo en clave positivista, extendiendo la dialéctica materialista marxiana desde el campo histórico-social al de la naturaleza, desarrollo que prosiguió K. Kautskv (1854-1938). Con Lenin (1870-1925), él marxismo se convierte en una teorí­a polí­tica que, a través del concepto de la conciencia de clase. el principio de la dictadura del proletariado y la primací­a del partido, transforma con la revolución rusa el marxismo en una ideologí­a totalizante. A partir de aquí­ se desarrollará la teorí­a soviética oficial del marxismo-leninismo.

Resulta importante, y nueva, la historia posterior del neo-marxismo en el área cultural alemana, francesa e italiana, más o menos contemporánea de la edición de los famosos Manuscritos económico-filosóficos del 1944 de Marx (1932), y bastante rica en la perspectiva de profundización filosófica y humanista. Hay que recordar ante todo, en la primera área, a G. Lukács (18851971 ), con el retorno a la dialéctica como categorí­a eminentemente histórica y la recuperación de las raí­ces hegelianas del marxismo. E. Bloch, con su marxismo utópico, atento a la confrontación con el cristianismo, así­ como la «escuela de Francfort» con Max Horkheimer, Adorno y Marcuse y su teorí­a crí­tica de la sociedad; R. Garaudy, J. P. Sartre y L. Althusser, en la segunda, con el encuentro entre el marxismo, el existencialismo y el estmcturalismo; así­ como la original reinterpretación de A. Gramsci en Italia. Tampoco hay que olvidar la interpretación del marxismo propuesta en China por Mao Tse-Tung, el pensamiento de autores como el polaco L. Kolakowski, así­ como la utilización del análisis marxista de la estmctura socio-económica de la sociedad y, más ampliamente, de los moúvos humanistas del marxismo en los llamados » cristianos por el socialismo» y en algunas corrientes de la teologí­a de la liberación.

2. Sobre la crí­tica de la religión en general, y del cristianismo en particular (con el problema hermenéutico de fondo sobre si el marxismo es intrí­nsecamente ateo o no), hay que distinguir al menos cuatro niveles de marxismo: el humanismo del joven Marx (en el que es evidente la inspiración feuerbachiana, y por tanto atea); el materialismo dialéctico de inspiración engelsiana (que es igualmente ateo por naturaleza, ya que es materialista); el materialismo histórico (donde hay que matizar más el discurso, en el sentido de que se le puede ver como principio metodológico de análisis social que de suyo no implica el ateí­smo- o bien como una Weltanschaung que no deja espacio alguno a la dimensión espiritual y religiosa-); el marxismo utópico al estilo de Bloch o el neomarxismo humanista, que, a pesar de abrirse a una confrontación con el cristianismo, corren el riesgo de inmanentizarlo radicalmente. En todo caso resulta difí­cil (tanto por su génesis como por la sistemática intrí­nseca a la ideologí­a) separar el ateí­smo del análisis social marxista. Por otro lado, la crí­tica a la religión como fuga mundi alienante y «opio de los pueblos», si carece decididamente de fundamento en el aspecto teórico, ha demostrado que es un importante factor crí­tico en el aspecto práctico y como tal lo ha asumido la Iglesia (cf. GS 19-21).

3. Sobre la vena humanista del marxismo, hay que subrayar que su elemento ciertamente positivo y fundamental ha sido el de recuperar la dimensión de la socialidad dentro de la cultura y de la organización socio-económica, en dialéctica con las posiciones individualistas del liberalismo clásico. Es la solidaridad con los pobres, 1no sólo en el propio contexto social, sino en una perspectiva de escala universal, lo que constituye el gran principio, de matriz indudablemente judeocristiana, que aparece en las diversas formas del socialismo marxista, junto con el intento de un análisis cientí­fico-estructural de las causas de la miseria proletaria. En este contexto, también la dignidad del trabajo adquiere un papel importante, junto con la insistencia en la creatividad demiúrgica del hombre en el cosmos y en la historia. Pero más allá de estos aspectos positivos, tenemos otros fuertemente negativos, que connotan estructuralmente la ideologí­a y la praxis marxistas y que han provocado las desastrosas insuficiencias y las trágicas distorsiones de los «experimentos» socio-polí­ticos de inspiración marxista en nuestro siglo y, en definitiva, su disolución. Por un lado, la reducción del hombre al elemento económico y material; por otro, la reducción del sujeto a lo colectivo, con el desconocimiento de la dignidad fundamental de la persona; finalmente, el principio conflictivo de la lucha de clase con la consiguiente justificación de una praxis violenta. Sin hablar de aquella carga utópico-mesiánica (y hasta escatológica) que el marxismO saca del humus judeocristiano, con la única tremenda diferencia de cargar de valor escatológico a la clase o al Estado. invirtiendo la perspectiva cristiana y llegando a una sacralización de lo polí­tico que a la cultura cristiana le costó tanto trabajo desacralizar.

P. Coda

Bibl.: G, Wetter, Marxismo, en DTI, III, 432-475; P Vranicki, Historia del marxismo 2 vols., Sí­gueme, Salamanca 1977. G, Girardi, Fe cristiana y materialismo histórico, Sí­gueme, Salamanca 1978: W Post, La critica de la religión en Karl Marx, Herder Barcelona 1972: G. R. de Yurre, El marxismo, 2 vols., Ed. Católica, Madrid 1976.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

1. Concepto y problemas
a) Filosóficamente se llama m. no sólo la doctrina de Marx, sino también su constante revisión; ampliación y critica dentro del campo marxista. El m. representa, pues, una idea colectiva, bajo la que pueden subsumirse numerosos marxismos particulares, que en parte se diferencian entre sí­ considerablemente. Así­, la modificación y aplicación de la doctrina marxista en la revolución rusa se llama marxismo-leninismo; los herejes son calificados de revisionistas; existen disidentes de izquierda y de derecha; y, finalmente, se dan numerosas versiones nacionales (p. ej., china, yugoslava, etc.) del marxismo.

Formalmente, con esta pluralidad de interpretaciones de Marx, queda indicada una primera dificultad fundamental del m.: el problema de la interpretación obligatoria para la respectiva praxis histórico-social. La razón de esta dificultad radica en la propiedad especifica de la obra de Marx. Teorí­a y práctica median entre sí­ dialécticamente, la filosofí­a no ha de conformarse con la interpretación de los fenómenos históricos, sino que debe llegar a la realización de los mismos; y, a la inversa, toda teorí­a debe incluir en la reflexión su concreta mediación social. De donde se sigue que con el cambio de las condiciones históricas materiales cambia también la teorí­a misma. Pero Marx no reflexionó nunca sobre este su método cientí­fico, de forma tan sistemática que de ahí­ pueda deducirse un principio heurí­stico para el proceso inmanente de revisión del marxismo.

b) Otro problema es la definición marxista del proletariado como sujeto de la revolución que debí­a acabar con los antagonismos frente a la dase burguesa y capitalista, y el hecho de que esa revolución no se haya producido. Cierto que el m. se ha mostrado sobremanera eficaz en la organización internacional del trabajo, en la fundación de sindicatos y en mejoras decisivas de las condiciones sociales de los trabajadores industriales; sin embargo, la revolución del proletariado, pronosticada por Marx, no se ha realizado. La mejora del nivel de vida ha tenido más bien efecto represivo sobre la evolución del pensamiento revolucionario. La revolución rusa fue obra de Lenin y de algunos revolucionarios profesionales, y por añadidura se llevó a cabo en una monarquí­a feudal, pero no en un Estado capitalista e industrial. Tanto estas circunstancias como el dominio de cuadros directivos y funcionarios que se inició pronto, hicieron necesaria una legitimación detenida, lo que trajo consigo una considerable modificación del m. La extensa obra de Lenin aportó por vez primera la justificación de las particularidades nacionales y una teorí­a de la revolución de cuño táctico-técnico, menos importante para la interpretación filosófica del m. que para la polí­tica y estratégica. Con relación a los actuales paí­ses industriales de occidente, dominados por el capitalismo tardí­o, puede demostrarse que no cabe en parte alguna hablar de un proletariado de espí­ritu revolucionario, no obstante toda la agitación politica que, en aras de la dogmática de partido, no quiere ver eso. Bajo este aspecto pueden darse por refutadas todas las predicciones de Marx, sin que el actual m. haya sacado las consecuencias correspondientes.

c) De la evolución polí­tica, sobre todo después de la segunda guerra mundial, resultó en la antí­tesis oriente-occidente un contrapunto clásico de capitalismo y socialismo, que entretanto se ha ido nivelando notablemente, a lo que han contribuido el riesgo de la guerra atómica en la expansión revolucionaria universal, la formación de un tercer mundo fuera de los dos bloques y, finalmente, una parcial asimilación de ambos sistemas. Esta interdependencia global obliga no sólo a una coexistencia por lo menos práctica, sino que pone también en peligro la consistencia de la doctrina marxista, en cuanto que el capitalismo, a despecho de sus contradicciones internas, no solamente no se ha hundido, sino que, por recepción parcial de elementos del m., trata de integrarlo y de darle una función nueva, con lo que ha inaugurado una nueva fase de la dialéctica de las clases, por cuyo dominio teórico y práctico se encienden nuevas controversias dentro del marxismo.

d) Algunos problemas filosóficos constitutivos para Marx y el m. han perdido importancia entre tanto o han de mirarse bajo aspectos considerablemente distintos. Ast, después de Husserl, Heidegger y Wittgenstein, y después de la filosofí­a de la naturaleza de Plank, Heisenberg y Weizsäcker, la antí­tesis entre idealismo y materialismo ha perdido intensidad; el concepto de ideologí­a se ha desprendido en muchos casos del contexto marxista y ha cambiado de función dentro de la sociologí­a, del psicoanálisis, del positivismo, etc.; la filosofí­a del derecho y del Estado han dejado a su espalda el pensamiento hegeliano y se han desinteresado legí­timamente de ciertas alternativas marxistas entre Estado y sociedad; en la economí­a social no ha logrado imponerse la teorí­a marxista del valor del trabajo; la crí­tica tradicional marxista de la religión tiene que aceptar la corrección filosófica y teológica, con asentimiento de los teorizantes marxistas.

Con ello hemos citado solamente algunos puntos por los que puede explicarse la tensión entre m., teorí­a marxista y realidad moderna, y las razones de la variedad de versiones del m. que se dan hoy dí­a.

2. Doctrina y evolución
La doctrina filosófica de Marx nació de la polémica contra el sistema de Hegel. Marx aceptó por de pronto el punto de partida materialista de Feuerbach y de algunos otros hegelianos de la izquierda, para criticar los supuestos idealistas de Hegel, para desenmascarar como teologí­a, falsa reconciliación e -> ideologí­a abstracta el monismo del espí­ritu, la reconciliación teórica de sujeto y objeto, la sí­ntesis de realidad y razón, y para formular en lugar de todo eso como nueva tarea de la filosofí­a después de Hegel la superación de la escisión real, que aún quedaba, entre ser y conciencia. A fin de cumplir esta nueva tarea, la filosofí­a ha de dejar de querer ser mera filosofí­a y traducir más bien la realidad de la razón a realidad racional. Marx modifica decisivamente el materialismo de este programa, tomado de Feuerbach, en las 11 Thesen ad Feuerbach; así­, en lugar del concepto mecánico y metafí­sico de materia, define a ésta como ser social y con ello inserta el ser y la conciencia en el proceso dialéctico de teorí­a y práctica en la sociedad humana. La escisión entre pensamiento y realidad, y particularmente la ideologí­a, se presenta así­ como consecuencia de una alienación social, cuyo análisis y superación es en adelante el fin principal del m. Marx se pasó ya muy tempranamente al campo de la filosofí­a del Estado y del derecho, donde atacó la modalidad de ideas hegelianas realizadas en Prusia; sin embargo, se ocupó de manera creciente de las doctrinas clásicas de la economí­a social, que constituye la parte mayor de su obra total. En este terreno le interesaba sobre todo demostrar que la sociedad capitalista se desharí­a a sí­ misma por su antagonismo de clases, y que en ese proceso el proletariado, afectado por un creciente empobrecimiento, se convertirí­a en actor de la revolución y, al cobrar conciencia de su papel histórico, vendrí­a a ser sujeto consciente de la historia. Es particularmente caracterí­stico de la doctrina de Marx que toda economí­a social, sociologí­a y crí­tica polí­tica practicadas empí­ricamente, están dentro de un sistema filosófico de referencia, que asegura la continuidad entre la obra primera y la tardí­a, sin preceder por ello dogmáticamente al análisis empí­rico.

El fin filosóficamente formulado sigue siendo en todos los escritos la libre realización del hombre y su emancipación de una alienación históricamente condicionada, cuya causa ve Marx, ante todo, en la ley (absolutizada como ley abstracta de la naturaleza) de intercambio de mercancí­as en la sociedad capitalista, y en la división del trabajo que se deriva de ahí­ y de la propiedad privada de los medios de producción. Marx no expuso nunca concreta y detalladamente cómo serí­a una humanidad libre, socializada y humanizada; sobre todo en su obra tardí­a se encuentran manifestaciones extraordinariamente escépticas sobre el poder del «reino de la necesidad» en el «reino de la libertad».

Un primer desplazamiento del programa marxista, en parte con aprobación de Marx, se debió a Engels. El desplazamiento aparece con máxima claridad en el Anti-Dühring. Engels aplica también a la naturaleza la dialéctica marxista del proceso histórico social, y recae así­ en el -» materialismo naturalista que Marx acababa de superar. Con ello el m. pasa a ser un sistema cerrado de visión del mundo, el cual, con ayuda de la metafí­sica materialista, ofrece una sistemática explicación universal, donde la dialécticasocial queda subsumida bajo la natural, con el consiguiente peligro de -> totalitarismo.

En lo sucesivo se descuidó fuertemente el aspecto filosófico del m., que vino a caer en la estela de las luchas entre las varias facciones y de las rivalidades internas dentro de los partidos socialistas y comunistas. También los numerosos escritos de Lenin tienen en primer término por objeto cuestiones prácticas de táctica polí­tica. Lenin fue el primero en traducir la doctrina marxista a situaciones imprevistas, pero él fue también el que imprimió al m. un carácter agresivo, militante y fuertemente tecnológico. Al establecer la minorí­a de funcionarios ligada al partido y, por tanto, doctrinalmente ortodoxa, lo mismo que por su implacable lucha contra la oposición, Lenin preparó el camino al estalinismo. Paralelamente corre la degeneración de la dialéctica teorí­a-praxis en el esquema de base y superestructura, es decir, en un realismo epistemológico de «copia» que simplifica mecánicamente toda tensión entre sujeto y objeto. Sobre esta desvirtuación del m., caracterizada con la abreviatura Diamat, pudo erigir Stalin la pretensión soviética de hegemoní­a dentro del comunismo con apariencia de legitimidad ideológica.

Sin embargo, la tesis de que, desde el primer Marx hasta el régimen de terror de Stalin, se haya cumplido una evolución rectilí­nea del m., está ya refutada por la múltiple crí­tica dentro del marxismo. En Alemania, ya Rosa Luxemburg y K. Liebknecht pusieron graves objeciones a la burocracia de funcionarios de Lenin y pidieron en su lugar, guiados por un espí­ritu de ortodoxia marxista, que todo el proletariado tomara parte en la revolución con voluntad y conciencia. Karl Korsch y Georg Lukács, retornando a Hegel, han intentado insuflar de nuevo vida filosófica al m. La persecución nacional-socialista contra socialistas y comunistas sofocó en Alemania toda investigación sobre el marxismo.

En Francia, las lecciones de Kojéve sobre Hegel han producido hasta hoy una eficaz recepción filosófica del m., representada por nombres como Merleau-Ponty, Sartre, Lefébvre, L. Goldmann y otros. Merleau-Ponty reconoce en el proletariado un grupo de autenticidad intersubjetiva, cuya acción produce el sentido de la historia, que no se deduce por un proceso ciego, sino que se realiza por un proceso creador, es decir, contingentemente. Sin embargo, sigue siendo problemático si la historicidad del sujeto, que para Merleau-Ponty antecede a toda historia, no es incompatible con el concepto marxista de historia; topamos ahí­ con un limite esencial del m. para una filosofí­a trascendental y ontológica de la -4 historia. Sartre ha pasado de un concepto existencialista de la revolución a una recepción del m. en el sentido de que tiene el existencialismo por un necesario correctivo inmanente del m., pues éste tiende al dogmatismo y a la objetivación del hombre. Una revisión estrictamente inmanente propugna H. Lefébvre, expulsado en 1955 del PCF: l’expérience d’aliénation como comienzo y 1’homme total como meta asintótica marcan el camino del m. La crisis de la objetividad ha atacado también al m.; en lugar de refugiarse en un rí­gido dogmatismo, Lefébvre recomienda la concreta dialéctica crí­tica de la vida diaria. Aparte de la polémica, que ha dado hasta ahora el tono, del m. con el existencialismo, gana importancia el debate con el -> estructuralismo.

Desde A. Gramsci (t 1937) existe en Italia un m. adogmático, muy acomodado a las condiciones italianas: abierto a la democracia parlamentaria y al diálogo con la Iglesia, y partidario de la tolerancia ideológica. Como lo formuló L. Lombardo-Radice, la tesis filosófica fundamental es que los hombres estén en situación de conocer sus problemas y resolverlos históricamente.

En Alemania occidental comienza con cierta vacilación un renacimiento de la investigación sobre el m. Junto al estudio de las fuentes, la teologí­a y la filosofí­a, en el campo católico y en el protestante, han trabajado sobre todo en la interpretación de los primeros escritos marxistas, a decir verdad con la tendencia frecuente a interpolar un matiz ontológico y antropológico; así­, p. ej., el concepto de alienación es entendido como categorí­a fundamental antropológica, en vez de entenderlo como un momento transitorio, condicionado por la economí­a social. La escuela de Francfort, bajo la guí­a de Adorno, Horkheimer, Habermas, etc., trata de entender el m. como teorí­a social crí­tico-dialéctica con fuertes acentos de crí­tica de la cultura y de psicoanálisis; particularmente Habermas entiende el m. como filosofí­a de la historia con intención práctica y como lógica de las ciencias sociales. E. Bloch une el m. y lafilosofí­a cosmológica de la historia en una utopí­a de la identidad que recuerda fuertemente a Schelling.

En los paí­ses comunistas, sobre todo en Polonia, Yugoslavia y Checoslovaquia, se ha hecho oí­r un revisionismo con fuerte tono existencialista y positivista, nacido de la critica al stalinismo y a la postergación del individuo en la teorí­a y la práctica que en tal sistema se daba. Así­ Kolakowski distingue entre m. institucional y m. intelectual, es decir, entre la apropiación dogmática y la existencial del mismo. A decir verdad, este revisionismo amenaza con alejarse tan fuertemente de Marx, que el m. viene a parar en un mero método cientí­fico.

A. Schaff plantea la cuestión sobre el sentido del individuo, sobre el carácter cientí­fico del m. y sobre su capacidad de comprender los problemas del sujeto. Más notable que los resultados (eudemonismo social, humanismo socialista) aparece la conclusión de que, ni aun en una sociedad socialista, desaparecen eo ipso los conflictos, es decir, de que las necesidades del sujeto persisten en el benéfico estado sin problemas de una sociedad socialista, por muy bien organizada que la supongamos.

3. Marxismo y cristianismo
La crí­tica del m. a la religión se basa en la tesis de Feuerbach sobre las representaciones humanas proyectadas en Dios. Marx explica esta proyección por la alienación social, que obliga a un consuelo ideológico abstracto, pues en el trabajo a sueldo se escinden, en vez de reconciliarse, el pensamiento y el ser del hombre. La religión protesta desde luego contra la miseria, pero, con su consuelo, justifica y estabiliza el mal existente. En la sociedad comunista muere la religión por sí­ sola; Lenin tiene por necesaria su extirpación.

Ya en el primer socialismo (Fourier, Buchez, Weitling y otros) y en el socialismo religioso (Tillich, Steinbüchel) comenzaron los primeros contactos entre m. y cristianismo. La debilidad de la crí­tica del m. a la religión es reconocida hoy dí­a por los marxistas mismos, y consiste sobre todo en su carácter hipotético: no hay una descripción fenomenológica exacta, se aplican falsas categorí­as histórico-religiosas, impera una inconsecuencia metodológica. La tesis de la muerte de la religión se establece con métodos de los que no puede responder el m. Para el cristianismo se plantea la cuestión de hasta qué punto entraña un carácter ideológico la premisa marxista de la totalidad de historia y sociedad. Cuanto menos lo entrañe, más podrá el cristianismo solidarizarse con el m., y esperar de una sociedad más libre una forma de fe con menos color ideológico. Una mediación de la diferencia permanente entre reino mundano y reino divino hoy dí­a parece más posible en el terreno práctico que en el ideológico.

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Werner Post

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica