ESCANDALO

(acción pública contra la fe o moral; alboroto).

– Es muy grave: Mat 4:17, Mat 5:29, Mat 14:1, Mat 17:27, Mar 9:42.

– Condenado: Mat 13:41, Mat 16:23, Mat 18:6.

– Jesús, ocasión de un falso escándalo: Mat 11:6, Mat 13:53-58, Mat 15:12, Mat 26:31, Mar 6:3, Jua 6:61.

– Cristianos en los últimos tiempos: Mat 24:10.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

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Es un hecho o estado desordenado que suscita en mentes y voluntades débiles el deseo de la imitación. El escándalo es pecaminoso por doble motivo: por la acción hecha contra la ley divina y por ser tropiezo e invitación al mal para que otros se alejen del bien. Sobre todo en esta segunda dimensión radica su especial gravedad y perjuicio espiritual, que le hace decir al mismo Jesús: «Ay del mundo por razón de los escándalos… Inevitable es que los haya, pero ay de aquellos por quienes vienen.» (Lc. 17. 1-2)

Y cuando el mismo Jesús recuerda la posibilidad de los escándalos de débiles, como son los niños, sus palabras son duras: «A los que escandalicen a los pequeños más les valdrí­a que les colgaran al cuello una piedra de molino y les arrojaran a lo profundo del mar» (Mt.18.6).

El término aparece 45 veces en el Nuevo Testamento (skandalon, 15 y skandalizo, 30) con sentido de tropiezo o estorbo. De ellas, 14 son palabras atribuidas a Jesús con tono amenazante: «Si tu ojo te escandaliza, sácalo… Si tu mano te escandaliza, córtala… Más vale entrar tuerto o cojo en el cielo que ir al infierno con los dos ojos o los dos pies. (Mt. 5. 29 y 30).

San Pablo dice como norma básica del cristianismo: «Guardaos de poner divisiones y escándalo a los otros» (Rom. 16. 17). Y Juan añade en sus cartas. «le que ama a su hermano nunca pone escándalos» (1 Jn. 2.10) Por este motivo, la doctrina moral y ascética de la Iglesia ha sido siempre especialmente dura con los escándalos.

Existe el escándalo farisaico, que es el que se muestra en forma fingida, pero en el fondo no es más que apariencia. El término viene del pasaje evangélico en el que los fariseos se escandalizaban de lo dicho por Jesús, que decí­a a los Apóstoles: «Dejadlos, ellos son ciegos que guí­an a ciegos. Ambos caerán en el hoyo.» (Mt. 15.12-13)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. pecado, testimonio)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Persona que, con su conducta o con sus palabras, puede inducir a otros a pecar; objeto que puede ser ocasión de tropiezo o de caí­da. Hay un escándalo que no implica maldad alguna en el que lo provoca; así­ tenemos que el mismo Dios puede ser motivo de escándalo (Is 8, 14). Jesucristo, de hecho lo fue (Mt 11, 6; Lc 2, 34) con sus palabras (Mt 15, 12; Jn 6, 62). Famoso y triste fue también el escándalo de la cruz (1 Cor 1, 23; Gál 5, 11). Puede ser uno motivo de escándalo aun con la más sana intención, y, por tanto, no existe culpabilidad alguna (Mt 16, 23). Pero hay otra clase de escándalo, que supone una intención perversa en el que lo provoca y que es dura y terriblemente condenado por Jesús (Mt 18, 6; Mc 9, 41; Lc 17, 2). Hay que tener una decisión total para remover y apartar cuanto pueda ser motivo de escándalo (Mt 18, 8-9). Hay que procurar evitar los escándalos y dejar de hacer cosas buenas o indiferentes, si van a ser ocasión de escándalo (Rom 14, 13-21). Hay, por fin, escándalos de los que no hay que hacer caso alguno, pues se deben únicamente a la mala y perversa intención del que lo recibe, como sucedí­a con los fariseos que se escandalizaban de las buena acciones de Jesús (Mt 15, 14). A esto se ha llamado en la moral cristiana escándalo farisaico. > caí­da.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Según la definición más clásica, copiada generalmente de la que ofrece santo Tomás en la Summa Theologica (III11, q. 43, a. 1), el escándalo es el acontecimiento pecaminoso (acción, omisión, conversación; pero difí­cilmente el pensamiento, ya que debe tratarse de algo que pueda percibirse desde fuera) del que se deriva para otros la ocasión de pecar o, por lo menos, un daño espiritual. Esto puede depender de la naturaleza misma del acto o de las condiciones particulares del que lo realiza (el que sirve de guí­a, el que tiene una autoridad institucional o moral…) o de aquellos que sufren su efecto (subordinados, discí­pulos, personas psí­quica o emotivamente débiles…).

Los moralistas suelen distinguir entre escándalo activo y pasivo (o recibido: de todas formas, sólo el primero suele considerarse como escándalo en sentido propio). El escándalo activo se distingue habitualmente en «directo» e «indirecto». Directo es aquel en el que el escándalo va unido a la naturaleza misma del acto realizado, y vale en todos los casos en que se cometa un pecado que implique la cooperación de los otros. La forma más grave se tiene, como es lógico, cuando el fin que se persigue es precisamente causar el pecado o el daño moral de los otros; pero normalmente el fin que se busca directamente es el objetivo pecaminoso en sí­ mismo. Se tiene escándalo indirecto cuando el acto pecaminoso no implica de suyo el pecado de los otros, pero que se comete sabiendo muy bien que con mucha probabilidad se causará un daño en los demás.

El Magisterio eclesiástico ha dedicado siempre una atención especial al pecado de escándalo, pero se puede observar cierto cambio en lo que se refiere a los pecados de escándalo que se toman en consideración más ordinariamente. En la primera mitad de nuestro siglo aparecen en el centro de la atención la moda, los bailes, la «promiscuidad» juvenil, las lecturas y las pelí­culas.

Con el Vaticano II queda oficializada una ampliación importante y . profética del concepto de escándalo; se habla de escándalo a propósito de la separación entre la fe y la vida en muchos cristianos (GS 4~), de la carrera de armamentos (GS 81), de la desunión entre las Iglesias. Además, la profundización en los estudios bí­blicos y la relación más directa con la Escritura ha conseguido que avance la conciencia del hecho de que en la Escritura el concepto de escándalo es algo distinto del que difundí­a la teologí­a moral (el escándalo es esencialmente el tropiezo) y ha tenido como consecuencia el hecho de que se haya ampliado y relativizado al mismo tiempo la idea de escándalo.

También tiene su origen en la Escritura la idea de que es necesario distinguir entre escándalo pecaminoso y escándalo saludable. Efectivamente en la Biblia se encuentra también la idea de un escándalo querido o permitido por Dios y que, por consiguiente, forma parte de su plan de salvación.

L. Sebastiani

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PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

TEOLOGíA MORAL
SUMARIO: I. El escándalo de Dios. II. El escándalo de la cruz. III. El escándalo del mundo. IV. La Iglesia y el escándalo. V. El escándalo moral. VI. El escándalo, pecado entre los pecados.

La palabra escándalo tiene varios significados, que no es fácil ordenar en un único hilo conductor. Usualmente la gente entiende por escándalo una noticia que sorprende, por ejemplo algo infamante que se refiere a una persona a la que se estimaba. Escándalo se llama también una actitud lasciva y obscena, que suscita más disgusto que deseo de imitarla.

Los moralistas generalmente llaman escándalo el impulso al mal provocado por acciones y ejemplos menos buenos (Cf SANTO TOMíS, S. Th., II-II, q. 43, a. 1). Es sabido que, al variar las costumbres, lo que en una época constituí­a escándalo termina no suscitando, al menos aparentemente, ninguna impresión apreciable en una época sucesiva: ab assuetis, se dice, non fit passio; o sea, se habitúa uno a todo psicológicamente. A la teologí­a moral le interesa sobre todo el significado que connota el escándalo en el obrar libre del hombre y en el salví­fico de Dios.

I. El escándalo de Dios
Puede parecer extraño, pero la Escritura habla de un escándalo dado por el mismo Dios. Uno de los libros del AT que impresiona a los creyentes, y que hoy está de moda también entre los increyentes, es el libro de Job, en el que Dios parece describirse como aliado de Satanás para tentar al hombre justo, y por tanto servirle de escándalo. También el libro de Isaí­as, citado destacadamente por autores neotestamentarios como Pablo (Rom 9:32) y Pedro (1Pe 2:8), parece describir a Dios como decidido a «ser piedra’de tropiezo, una roca que puede hacer caer para las dos casas de Israel un lazo y una trampa para los habitantes de Jerusalén…» (Isa 8:14). Aunque se trata de daños materiales, es siempre un escándalo, que resulta difí­cil atribuir al Dios de la bondad. A su vez, los autores neotestamentarios que hacen referencia a ello se ocupan de daños espirituales, para los cuales Dios servirí­a de escándalo.

Más aún: según el NT, y en particular para los autores citados, Cristo mismo, o sea, Dios salvador, constituirí­a el escándalo por excelencia. Como habí­a profetizado en presencia suya, siendo aún niño, el anciano Simeón, se lo describe como ruina (ptdtsin), además de resurrección (anástasin), para muchos en Israel ( Luc 2:34). Jesús provoca escándalo incluso mientras recorre el camino de la cruz, con la cual intenta salvar a la humanidad. Además resulta extraño observar que aquel Jesús que da escándalo con su cruz, lo padece también él a propósito de ella y de parte de un discí­pulo adicto (Pedro), al que acababa de alabar por su fe (Mat 16:23).

¿Qué significa este escándalo dado por Dios para el que camina hacia él, o incluso provocado por Cristo mientras recorre el camino que trae a los hombres la salvación? Evidentemente, es imposible atribuir a la bondad infinita la voluntad de hacer mal a nadie. Pero, como dice Isaí­as, los caminos de Dios no son los de los hombres (55,8s). Y él tiene derecho a seguir su camino, lo mismo como creador que como salvador. Cuando los hombres intentan seguir caminos transversales, es comprensible que se encuentren con los senderos de Dios y que su Cristo se convierta en piedra de tropiezo y de escándalo.

El primer escándalo que Dios provoca podrí­amos decir que se deriva de la creación del cosmos. No es éste el momento de ocuparse del problema del mal; pero basta recordarlo para comprender el escándalo dado por Dios, o mejor que los hombres se escandalicen de la acción creadora de Dios.

¿Por qué hay tanto mal en el mundo? Algunos deducen de ahí­ que Dios no puede existir: es el primer escándalo. Una variante es reducir la divinidad a í­dolos buenos y malos, o dividirla entre un principio del bien contrapuesto a un principio del mal que tenga en jaque la obra del primero. Teológicamente son desatinos; pero prácticamente, ¡qué obstáculo o escándalo se deriva de ahí­ para la búsqueda de Dios! En cualquier caso, el ateí­smo en el mundo occidental es la consecuencia más difundida del escándalo de un Dios creador de un mundo tan marcado por el mal.

Pero es necesario evitar este escándalo colocándose en el camino de Dios creador o, mejor, intentando, como hace el autor del libro de Job en la conclusión, ver las cosas del mundo desde el punto de vista de Dios. Si no hubiera creado el mundo, sólo existirí­a él, sumo e infinito bien; el mal hubiera sido imposible. Al crear, él no podrí­a crear otro Dios; únicamente podí­a sacar de la nada reflejos de su bondad, reflejos limitados de bien, y por lo mismo marcados por la nada de la que son sacados. El no tení­a necesidad de crear, ni tampoco está obligado a impedir el mal creando los bienes que llenarí­an los vací­os de la nada en el cosmos. La voluntad divina tiene necesidad de su bien infinito, pero es libre respecto a todo el bien del mundo creado. Dios no es capaz de querer el mal por sí­ mismo, pero es perfectamente libre para permitirlo. Respetar la libertad de Dios y gustar su bondad creadora; más aún: amar a Dios por sí­ mismo, tal como se aman el Padre y el Hijo en el Espí­ritu Santo, tal es la superación del escándalo de Dios. Más que una teodicea teórica, es la experiencia espiritual, que se orienta hacia la de los mí­sticos y de los santos, la que hace superar el escándalo de Dios, porque hace ver las cosas en su luz y lleva a caminar por su camino.

II. El escándalo de la cruz
Análogamente, el escándalo de la cruz y de Cristo, piedra de escándalo para los no creyentes, se supera con la /conversión, que hace ver las cosas con los ojos de Dios, y no según el punto de vista humano (Mat 16:23). ¿Por qué la sabidurí­a de Dios ha escogido un camino que resulta necio y escandaloso para los hombres, judí­os y griegos? Porque el camino de la cruz elegido por Cristo es la más espléndida victoria sobre el pecado y la manifestación más convincente del amor de Dios a los hombres y de los hombres a Dios. Pues, como dice santo Tomás (S. Th., II-II, q. 43, a. 1, ad 4), hay escándalo también cuando una persona honesta hace una buena acción que suscita la envidia pecaminosa del que está mal dispuesto. Así­ se produjo el escándalo de los fariseos frente a Cristo. Ellos pecaban contra el Espí­ritu Santo, o sea, contra la manifestación del amor absoluto de Dios, impidiéndole penetrar en su corazón y transformar su vida egoí­sta y pecaminosa.

En resumen, pecado y sacrificio de la cruz son los antí­podas uno de otro. El que peca considera ese sacrificio y al que lo ha realizado como una piedra de tropiezo en su camino. Analizando el significado profundo del pecado y del sacrificio, se verá más clara su radical oposición. Efectivamente, el que peca viene a decidir con juicio inapelable que, ante el propio yo, ante los intereses propios y la propia voluntad, Dios no cuenta, no vale nada, que incluso no existe: «Piensa el necio en su corazón: no hay Dios» (Sal 13:1). El pecado es la negación práctica de Dios y el rechazo de la lógica de la creación con la que Dios se revela manifestando su gloria y comunicando el gozo de vivir: gloria Dei vivens homo, al decir de san Ireneo. La respuesta que Dios le da a Job es precisamente una llamada a la gloria divina que refulge en lo creado, a pesar de las sombras de la nada que persisten en mancillarlo. La respuesta que Dios espera de Job es que, a pesar de no tener él conciencia de merecer ningún castigo, acepte su voluntad misteriosa y quiera lo que Dios mismo quiere, a saber: su bondad infinita; ésta vale por sí­ misma, no por los beneficios que otorga en la creación. Estando Dios por encima de todo, debe ser amado y buscado por sí­ mismo, en todas las cosas y por encima de todas ellas.

El Job concebido por el autor inspirado del AT fue superado por la realidad del Cristo de los evangelios. Este se daba perfectamente cuenta del horrible suplicio de la cruz que le aguardaba. A pesar de ello lo aceptó libremente. No es que no le gustase seguir viviendo su noble vida; incluso lo pidió abierta e insistentemente al Padre. Pero conociendo como nadie en el mundo al Padre, su amabilidad infinita rechazada por los pecadores y su voluntad de salvarlos con una manifestación suprema de su amor, Cristo prefirió, como el sabio mercader de la parábola, renunciar a todo para apropiarse la perla preciosa o el tesoro escondido de la amistad del Padre y su voluntaddde salvar al mundo perdido por el pecado. A1 pecado de los hombres, que niegan prácticamente a Dios y anteponen a él cualquier cosa terrena, Cristo opone el sacrificio como expresión suprema del amor a Dios y a los hermanos humanos.

Este es el camino de Dios salvador. Contra este designio tropiezan y en él encuentran motivo de escándalo los que se empeñan en contar sólo consigo mismos, en rehusar el abrazo paterno y en cerrarse en el horizonte de este mundo.

III. El escándalo del mundo
Los hombres no son mónadas aisladas una de otra. Para existir es preciso coexistir. Se nace biológicamente como las plantas; pero no se llega a ser verdaderamente humanos más que tomando de la unión con los padres o con la comunidad ambiente el patrimonio humano que va del lenguaje a la cultura y a todas las relaciones y referencias de todo tipo. La estima y la amistad son para la mente como el oxí­geno para los pulmones.

Sin embargo, los hombres se relacionan entre sí­ no sólo por las cosas buenas que tienen y hacen, sino también por los pecados que cometen. Y como el pecado, según se ha dicho, en el fondo es una negación práctica de la amistad divina, es obvio que el pecado de un hombre, al juntarse con los de los demás, tienda a formar una cortina o una nube venenosa, que penetra en las mentes y crea escándalo y pone obstáculo a la afirmación del reino de Dios.

El Creador sigue derramando existencia y valores sobre sus criaturas, pero el pecado oscurece el esplendor de su presencia en ellas, haciendo, por el contrario, que aparezcan las grietas de la nada originaria, y exalta los vértigos del nihilismo y los impulsos disgregadores y destructores. Al reino de Dios, que es gozo, y paz, y relación de tierna confianza y fidelidad entre Dios y el hombre, el tenebroso prí­ncipe de este mundo pecador tiende a interponerle obstáculos y a introducirlos en la historia de los hombres, ví­ctimas de la mentira y de la maldad, o del misterio de iniquidad (2Ts 2:7).

Lo más extraño es que el mundo pretende oponerse a Dios y a la comunión de su gloria justamente con los valores de ¡ajusticia y de las buenas obras. Así­ los fariseos se atrincheraban en la justicia de sus buenas obras y en la observancia de la ley para rechazar al Espí­ritu Santo o al amor sin fin de Dios, que se revelaba y se daba a ellos mediante el Cristo. Así­, para aludir de paso a una tendencia difundida en el mundo occidental en los últimos siglos, el hombre de las luces, de las revoluciones, del laicismo de la cultura y de la polí­tica pretende resolver los problemas de la sociedad civil prescindiendo completamente de las relaciones con Dios, e incluso arrojándolo de las mentes humanas como obstáculo para el progreso. No se percatan de que, al oscurecer el sol divino, también el espejo del rostro humano pierde su esplendor y aquella dignidad absoluta que la persona humana sólo puede recibir como reflejo de Dios, que le ha hecho a su imagen.

IV. La Iglesia y el escándalo
Dios se ha revestido de humanidad en Cristo para manifestar su gloria y comunicar en su amor la vida divina a los hombres. De esta presencia comunicativa de Dios en él era Cristo consciente sin embargo, no se le ocultaba el escándalo que habrí­a de causar a los hombres: «Dichoso el que no se escandalice en mí­», decí­a desde el comienzo de su manifestación pública (Mat 11:6). La Iglesia, reunida por él y convertida en instrumento de su presencia social y mí­stica, debe dar testimonio de su esposo, manifestar su nombre a los hombres e introducirlos en la comunión de vida y de amor de la Trinidad divina (cf Mat 28:19s). Pero el testimonio de la Iglesia está expuesto a suscitar un doble escándalo: el debido a las malas disposiciones de los hombres, que rehúsan su mensaje como rechazaron el de Cristo en persona, y el totalmente extraño a la santa humanidad de Cristo, pero desgraciadamente muy común de la conducta pecaminosa de sus miembros. Por eso son doblemente dichosos los que no se escandalizan de la conducta de la Iglesia en el curso de su historia. Esta es rica en figuras de noble conducta y santidad sublime de vida, pero también está mancillada por la mí­sera y escandalosa culpabilidad de innumerables miembros que hacen que se blasfeme el nombre cristiano, llegando incluso a servirse de la Iglesia de Dios en lugar de servirla. Trigo y cizaña, en las previsiones de Cristo, crecerán juntos en el campo de Dios (Mat 13:30).

En todo caso, el testimonio supremo lo da la Iglesia con sus mártires y sus santos: los unos confiesan con el sacrificio de su vida a imitación del mártir del Gólgota; los otros testimonian con la vida vivida en el amor de Dios y de los hermanos a semejanza del primogénito. Lo mismo los mártires que los confesores son sometidos alas reacciones más o menos violentas de un mundo que se escandaliza del nombre cristiano. Por eso la Iglesia navegará por un mundo como barco que surca mares donde alternan bonanzas extenuantes y amenazadoras tempestades, miserias y pecados en sus miembros dentro y persecuciones fuera. En la historia de la Iglesia el resucitado sigue siendo piedra de tropiezo para el que dentro oscurece con los pecados el fulgor de su gloria y para el que fuera no quiere comprender y aceptar su presencia en la vida de los hombres.

Particular contraste ofrece contra el testimonio de la Iglesia el vicio de la hipocresí­a. El testimonio de los mártires y de los santos descubre el esplendor de la santidad de Dios ante los hombres; en cambio, la hipocresí­a vela la maldad del corazón humano con el ropaje de la honradez aparente, persiguiendo, en vez de buscar a Dios en la verdad, la afirmación de sí­ mismo en la mentira.

V. El escándalo moral
Hasta ahora se ha dicho que el escándalo, o sea, el impulso a caer en el pecado, en la pérdida y ofensa de Dios, puede venir del mismo Dios, de su Cristo y de la Iglesia. Pero estos escándalos no provienen de pecados imposibles de Dios, de Cristo y ni siquiera de la Iglesia de Cristo en cuanto tal, por ser esposa sin mancha y sin arruga por el invencible amor de su esposo (Efe 5:27); provienen del rechazo culpable del amor salví­fico por parte del mundo y de la voluntad rebelde de los hombres.

A este escándalo de fondo, o estratégico, se añaden y en su marco se configuran los escándalos tácticos, de los que se ocupan por extenso los tratados escolásticos de moral. En ellos se habla de escándalo padecido o pasivo, y de escándalos dados o activos; de escándalos directos o buscados y de escándalos indirectos o permitidos. En el escándalo pasivo se distingue el de los fariseos, debido a la mala disposición de quien digiere con veneno los alimentos sanos porque pertenece ya a la raza de las ví­boras, del de los pusilánimes, que reciben mala impresión de las acciones honestas del prójimo porque son inmaduros y tienen el estómago débil como niños de pecho, incapaces todaví­a de alimentarse con alimento sólido.

En los libros sagrados no se encuentra comprensión ni consideración para el escándalo de la raza de ví­boras. Dios y su Iglesia van por el camino de la salvación a pesar de la previsión del rechazo: «Vete y dile a este pueblo: Escuchad bien, pero sin comprender; mirad, pero sin ver. Embota el corazón de este pueblo, endurece su oí­do, ciega sus ojos, de suerte que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oí­dos, ni entienda con su corazón, ni se convierta ni se cure». Es ésta una expresión sublime y poética del amor ardiente y celoso de Dios para el que rehúsa el amor salví­fico; el NT recuerda frecuentemente este lamento lí­rico de Isaí­as (Efe 6:910), como en Mat 13:13ss; Jua 12:40; Heb 28:26s.

Pero sobre el escándalo de que se han ocupado ampliamente los moralistas hay en el evangelio y en los escritores neotestamentarios una clara y sobria enseñanza. Basta pensar en la neta condena pronunciada por Jesús contra el escándalo activo: «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí­, más le valdrí­a que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar» (Mat 18:6). Y contra el escándalo que estamos expuestos a padecer, Cristo quiere una reacción enérgica; por ejemplo, arrancarse las cosas más queridas, como los miembros del cuerpo, si constituyen un impedimento para la salvación eterna (Miq 18:8ss). De cualquier forma, admitido incluso lo inevitable de los escándalos, Jesús expresa una neta condena contra el que los provoca (Mat 18:7).

Del escándalo de í­ndole moral se ocupó en diversas ocasiones también san Pablo. En I Cor trata del escándalo de un incestuoso. Exige la medida enérgica de la expulsión (o excomunión, que dirí­amos hoy) para impedir que aquella comunidad padezca escándalo o incitación a la ruina de las costumbres (cf 5,1-8).

El mismo apóstol, que con el caso del incestuoso de Corinto inspiró a los canonistas, ha sugerido también útiles criterios a los moralistas para casos análogos a los aludidos en Rom y 1 Cor, donde se ocupa de los hermanos fuertes que escandalizaban a los débiles comiendo las carnes inmoladas a los í­dolos. San Pablo toma esta decisión: «… si una comida escandaliza a mi hermano, jamás comeré carne para no escandalizarle» (ICor 8, 13; cf Rom 14:1-23).

VI. El escándalo, pecado entre los pecados
Aunque los ejemplos de escándalo condenados por Cristo en el evangelio y por su apóstol en las cartas que acabamos de citar pueden referirse a la seducción contra la fe, sin embargo los moralistas subrayan con santo Tomás (S. Th., II-II, q. 43, a. 3) que el escándalo, por provocar la ruina espiritual del prójimo, se opone directamente a la caridad, que busca su salvación eterna.

Ciertamente el escándalo, como seducción a toda suerte de pecado, implica ya sea la ofensa contra la virtud contraria, ya principalmente la que va contra la caridad del prójimo. El que incita a un chico a practicar el arte del tirón peca contra la justicia por el daño de lo robado, y contra la caridad por el pecado del muchacho. Pero ¿puede haber una malicia que mire directamente al pecado y a la ruina espiritual del escandalizado? De existir semejante delincuente, los moralistas lo calificarí­an de diabólico. Sin embargo, no es sólo fruto de imaginación paranoica pensar que, al menos contra la fe en Cristo, la cual realiza la salvación fructificando en la caridad, no faltan anticristos de diversa í­ndole que se esfuerzan con tenacidad e ingenio dignos de mejor causa en desembarazar el cerebro de los hombres del nombre cristiano.

Pero en todo pecado, junto a la fragilidad humana, hay algo diabólico. Nadie puede querer el mal por el mal; el mal puro es nada. Y la voluntad no puede querer algo que no tenga algún aspecto de bien. El ladrón no robarí­a si el dinero robado no le pareciese bueno. El pecado está en lo que falta de bueno; o, mejor, de absolutamente bueno. El pecado es aceptar la falta de Dios, o de quien lo representa, en lo que de bueno derrama en lo creado. En el caso del hurto, el pecado no es lo robado deseado por el ladrón, sino la falta del derecho y del consentimiento del amo, que refleja a Dios, por estar hecho a su imagen y representarlo en todo aquello que es y hace razonablemente.

También el pecado de escándalo consiste en aceptar que el escandalizado pierda la amistad divina y carezca de aquel Dios que ningún bien creado puede compensar, siendo mejor -en palabras de Jesús (Mat 18:9)- entrar en la vida eterna con un ojo solo que perderla con los dos. Ordinariamente, el que peca no piensa directamente en Dios; no se queda mirándolo o contemplándolo para gritarle su odio y sus insultos. A lo sumo puede pensarse que lo haga el diablo; pero no es el caso de hacer de abogado suyo. En cambio, es cierto que el que ve a Dios cara a cara no puede pecar. La libertad de los bienaventurados comprensores concuerda plenamente con la voluntad del amigo divino; no puede carecer de Dios ni pecar, cambiando el bien infinito por los bienes sacados de la nada.

En la libertad limitada por el conocimiento imperfecto de Dios apenas entrevisto a través de la conciencia como en un espejo oxidado es fácil decidir prescindir de Dios. En efecto, la conciencia, cuando conoce la dignidad de toda persona humana hecha a imagen de Dios, representa o presenta a Dios mismo a la libertad de modo tan descolorido que oculta, en lugar de desvelar, la fulgurante gloria divina; de modo que al pecador no le resulta imposible cambiar a Dios por las criaturas, e incluso impulsar a otros a privarse del gozo de la amistad divina. Por estos lí­mites de la libertad humana se explica que sean inevitables los escándalos; pero esto no quita que el que escandaliza y el que cae en el escándalo pierda la vida sobrenatural y la gloria de la comunión con Dios (Mat 18:7).

Así­ como la ofensa de Dios no es generalmente querida en el pecado en general, así­ en el pecado de escándalo no se persigue generalmente la ruina del prójimo; sin embargo, una y otra son conscientemente aceptadas por el pecador en general y por el escandaloso en particular. De cualquier modo, aunque la ruina espiritual del prójimo no esté en las intenciones, sino sólo en las previsiones, el que la provoca no es menos responsable que el que provoca la ruina fí­sica.

Sin embargo, en el escándalo indirecto, o sea, del que realiza una acción en sí­ honesta, pero de la que se prevé que una conciencia débil podrí­a sentirse estimulada a caer en pecado, puede suponerse que la balanza se inclinará del lado del que realiza aquella acción honesta, que serí­a por ello excusado de inducir a la culpa al escandalizado. Esta culpa habrí­a de atribuirse más bien a la fragilidad moral del escandalizado. Hay aquí­ una cierta analogí­a con el escándalo que padecí­an los fariseos, duros de cerviz, por parte del mismo Cristo, ¡el inocente!
[/Honor; /Justicia].

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A. Di Marino

Compagnoni, F. – Piana, G.- Privitera S., Nuevo diccionario de teologí­a moral, Paulinas, Madrid,1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Moral

I. Concepto de escándalo
1. Concepto funcional
La evolución personal del individuo y el desarrollo cultural de los grupos están condicionados, de un lado, por impulsos endógenos, como las ideas creadoras y la dinámica que de ellas se deriva, y de otro lado, por impulsos exógenos, como el ejemplo y el e. Por tanto, el desarrollo de la -> existencia espiritual y de la –> cultura no es impedido solamente por propia incapacidad o claudicación, sino también por la omisión de ayudas en la educación, la formación, etc., y también por los escándalos dados. Así­, pues, psicológica y sociológicamente el e. tiene una función ambivalente. La religión y la moralidad han de tomar conciencia de esto.

Hablamos de un e. cuando un individuo o un grupo de tal manera se ve afectado, herido y amenazado en sus actitudes personales y en sus convicciones, que surge un riesgo serio para su existencia, y, en consecuencia, él toma una posición defensiva, con una tensa excitación, contra esta perturbación del transcurso normal de la vida espiritual; esa posición defensiva puede provocar medidas protectoras o de represalia. En oposición al diálogo, el escándalo es, cuando se da conscientemente, un medio de desafí­o espiritual.

A diferencia del disgusto, que se produce por la frustración de ciertas tendencias integrantes y, con ello, por perturbaciones en la periferia de la vida, el e. se refiere siempre a la lesión de valores personales necesarios para la existencia, él amenaza el fundamento del esbozo unitario de un hombre o de una comunidad.

Además, el disgusto se refiere a valores que solamente tienen una importancia individual en el campo del provecho o del bienestar, mientras que el e. afecta a valores socialmente importantes, a valores espirituales esenciales para la sociedad, de manera que el e. lleva siempre de la esfera puramente psicológica a la sociológica. El fundamento de esto hay que buscarlo en que el hombre en su núcleo es tanto individual como social, y, consecuentemente, toda amenaza contra su existencia repercute siempre en la esfera social. De manera semejante, los grupos que se mantienen unidos en virtud de su vinculación común a determinados valores personales, son susceptibles de escándalos en la medida en que su existencia se ve amenazada por ataques a los valores unificantes.

A partir de esta determinación funcional del e. se puede distinguir entre e. verdaderos y e. falsos. Se dan los primeros cuando se responde en nombre del valor amenazado, p. ej., cuando a un e. religioso le sigue una respuesta religiosa. Por eso el auténtico e. podrá ser tanto mayor cuanto más intensamente haya sido aprehendido un alto valor (cf. el e. de jesús por las palabras de Pedro). Y se trata de un «falso» e. cuando la respuesta no se da puramente en nombre del valor amenazado, p. ej., cuando alguien recibe un escándalo estético por los valores religiosos. Y se da igualmente un falso e. en el caso de que, a causa de una aprehensión poco diferenciada de los valores, la claudicación moral, pero no religiosa, de un sacerdote produzca en alguien un complejo de e. moral-religioso o preferentemente religioso. Lo mismo cabe decir del resentimiento, pues aquí­ no late una toma de posición positiva con relación al valor sino que aquél se produce en forma meramente negativa, por una repulsa al valor.

2. El efecto de los escándalos
La distinción hecha es psicológica y sociológicamente importante para enfocar ciertas tomas de posición con relación a los valores que no están justificados por la naturaleza de la cosa. P. ej., en la formación de í­dolos e -> ideologí­as se da una especial irritabilidad con relación a los escándalos, por la razón de que allí­ late una falta de capacidad espiritual y personal de decisión.

Por otro lado, esta irritabilidad depende de factores subjetivos e históricos que están sometidos a mutación. Efectivamente, sólo podemos escandalizarnos por la lesión de ciertos valores en cuanto ellos son operantes en la vida concreta. Pero como el significado de los valores espirituales en una determinada situación no sólo depende de su importancia objetiva, sino también de su necesidad de realizarse concretamente, la susceptibilidad con relación a los e. cambia al transformarse la situación espiritual y cultural.

De este modo, difí­cilmente puede preverse el efecto que en ciertas circunstancias producirá un ataque a valores que viven en forma latente o que están reprimidos. En general las personas y los grupos espiritualmente diferenciados son menos susceptibles para los e. que las gentes primitivas, pues disponen de más elásticas y eficaces medidas de defensa, con tal no quede afectada la raí­z misma de la existencia. Precisamente la religión, como fuerza en el fondo conservadora por su relación a lo eterno, tiende a aislarse para defender la fe y, con ello, a una postura meramente reaccionaria. Hemos de advertir además que los e. surgidos dentro del propio mundo espiritual tienen un efecto más relajador, mientras que los procedentes de fuera provocan una consolidación de la propia posición, pues los primeros incitan a una elaboración espiritual y, en cambio, los segundos no pueden asimilarse fácilmente sin renunciar a sí­ mismo. Cuanto mayor –a autoridad tiene alguien, tanto más escándalo puede dar a causa de su potencia espiritual.

El efecto positivo o negativo de los impulsos que provocan e. sólo puede juzgarse rectamente ponderando en forma realista las circunstancias espirituales en su proceso de mutación y teniendo en cuenta las leyes psicológicas y sociológicas de tales e. El problema psicológico consiste aquí­ en la función del e. para una ordenación óptima de la orientación personal hacia dentro y hacia fuera. El efecto del e. es sociológicamente importante para la comunicación, o el aislamiento, o incluso la enemistad entre los grupos.

3. Distinciones
Metódicamente hay que distinguir en primer lugar entre el e. que alguien da (scandalum activum) y el e. que alguien recibe (scandalum passivum). Desde el punto de vista de la teologí­a moral es importante el hecho de que el e. puede buscarse directa o indirectamente, y el de que el e. pasivo tiene su fundamento decisivo en la constitución subjetiva, o también en el ataque objetivo. El propósito directo de escandalizar se convierte en «e. diabólico», si con ello se pretende formalmente la corrupción del escandalizado y no se busca el pecado del otro en forma meramente material, como ocurre con frecuencia en la lujuria. Un comportamiento que ocasiona un e. no pretendido ni siquiera en forma indirecta, conduce al así­ llamado scandalum mere acceptum. Si el e. recibido se funda en lo unilateral de la dirección hacia fuera por parte del escandalizado, de modo que él, por su falta de solidez espiritual, no está en condiciones de asumir adecuadamente el impulso que le escandaliza en su propio desarrollo, entonces se habla de scandalum pusillorum. A diferencia de esto, en el scandalum pharisaicum hay en el escandalizado una unilateral dirección hacia dentro, la cual le impide que él acepte los impulsos necesarios para su desarrollo o su conservación.

II. El concepto de skandalon en la Escritura (El escándalo religioso)
En la Escritura el concepto de e. se usa en un sentido especí­ficamente religioso. El escándalo es tanto un obstáculo para creer como una causa de confusión en la fe. En la terminologí­a neotestamentaria skandalon es solamente un impulso para la caí­da, el cual puede ser eficaz o ineficaz; skandalipso significa la acción que causa la caí­da; y skandalipsomai se refiere a la caí­da que de hecho se ha producido.

1. Los sinópticos: el escándalo de Jesús
De acuerdo con el significado religioso del concepto, el e. es visto en un contexto escatológico. Así­ Mt 24, 10 habla de la gran confusión en la fe al llegar los tiempos finales; Mt 13, 41 describe cómo los seductores para el pecado y la caí­da, y todos los que cometen la maldad son condenados al horno de fuego. Mt 18, 7 (= Lc 17, 1) afirma por un lado la necesidad de los e. venideros (7b) y, por otro lado, profiere «ayes» sobre aquellos que participan pasiva (7a) y activamente (7b) en su aparición. Las palabras dirigidas a Pedro según Mt 16, 23 tratan de cómo se cumplen ya en el presente esos escándalos que han de venir. Pedro es aquí­ una especie de piedra de e. para Jesús mismo, y, en cambio, él es designado como la piedra sobre la que ha de fundarse la Iglesia. Su papel, a pesar de todas las diferencias, corresponde de manera sorprendente al de Jesús. Jesucristo, la piedra fundamental (cf. 1 Cor 3, 11, etc.), la piedra de salvación (Rom 9, 33b; 1 Pe 2, 6), se convierte para muchos en piedra de e. (Rom 9, 33a; 1 Pe 2, 8). Pedro, que debe ser la defensa de la comunidad contra los poderes del infierno, en el e. actúa como instrumento de Satán (cf. Mt 13, 41). El e. surge de la oposición entre Dios y el hombre, la cual aquí­ se expresa con toda su fuerza y sin ninguna clase de compromisos (Cf. Mt 7, 11; 15, 19; 12, 34): el que sólo piensa y quiere como hombre se pone en oposición con Dios y su voluntad.

El escándalo real consiste en el error acerca del mensaje del reino de Dios y, con ello, en apartarse del evangelio (Mt 13, 20ss par; Mc 4, 17 ). Jesús mismo se convierte así­ en el gran escándalo. Al lado de una fuerza que despierta la fe, su acción tiene también otra fuerza que lleva a errar en la fe. El error acerca de Jesús (Mt 26, 31.33; 11, 6 par; Le 7, 23; Mt 13, 57 par; Me 6, 3) puede así­ convertirse en antí­tesis de la fe en él (Me 14, 27; 14, 29; Mt 13, 57; Me 6, 3). Los fariseos mismos, no sólo sienten una indignación personal porque jesús los ataca (Mt 15, 8), sino que, además, reciben un grave escándalo religioso por la predicación de Cristo (Mt 15, 12). Su ceguera significa incredulidad y la caí­da en el abismo í­ndice de perdición escatológica. El inesperado comportamiento mesiánico de Jesús (Mt 11, 6), su origen terreno (Mc 6, 3), su actitud frente a la tradición meramente humana (Mt 15, 3ss), la interpretación totalmente nueva del pensamiento de la purificación (Mt 15, 11), su posición libre frente a la ley (cf. Mc 2, 23ss; 3, lss, etc.), se convierten en motivo de e., de repulsa a él mismo y de alejamiento de él por la incredulidad.

Jesús sabe que su palabra y acción impulsan a la incredulidad, sin que esto pueda evitarse. Sin embargo, persigue denodadamente el fin de evitar la caí­da escatológica de la fe. Así­, en las palabras sobre el e. dado a los pequeños (Me 9, 42 par) se trata de evitar el hecho de que los hombres se escandalicen. En el mismo contexto han de verse las frases sobre los miembros que son ocasión de e. (Mc 9, 43-48; Mt 18, 8s; 5, 29s).

2. Pablo: el escándalo de la cruz
También Pablo conoce un e. activo que es inevitable (Rom 9, 33; cf. 1 Pe 2, 6ss). Según él, Cristo, que llama a la fe, se convierte para el incrédulo en piedra de escándalo precisamente por el hecho de que él no cree; en cambio el creyente, por el hecho de creer experimenta a Cristo como honor (1 Pe 2, 7a) y justicia (Rom 9, 30). Un aspecto esencial de la fe es la superación del e. que implica la presencia de Dios en Cristo. Para Pablo el prototipo de la perdición por el e. del evangelio son los judí­os. Esto aparece especialmente claro en 1 Cor 1, 23, texto según el cual la cruz es e. para los judí­os y necedad para los paganos (lo cual es otra forma de e.). Gál 5, 11 pone en primer plano la negativa al mensaje de la gracia libre de ley.

De todos modos, el e. de la fe en ningún caso puede eliminarse o atenuarse manteniendo «a la vez» la cruz y la circuncisión. Y el e. tampoco puede suavizarse por una alta sabidurí­a de lenguaje (1 Cor 1, 17; 2, 4 ).

Por otro lado Pablo conoce también un e. pasivo que debe evitarse incondicionalmente, el cual se produce en las comunidades paulinas a consecuencia de las diferencias de fe (1 Cor 8, llss; 2, 4). Pablo, que de suyo comparte la actitud creyente de los fuertes, como pastor se coloca al lado de los débiles, imitando así­ a Jesús, que se preocupa de los «pequeños».

3. Juan: la superación del e. por el amor
Según san Juan el que no ama está ciego, y por esto se halla expuesto a los e. (1 Jn 2, 10). -> Fe y -> amor están aquí­ muy estrechamente ligados. Para el que ama no hay ningún obstáculo en el camino de la fe (Jn 6, 61). Los discursos de despedida de jesús narrados en Juan, lo mismo que los últimos discursos de su vida transmitidos en los sinópticos, tienen la finalidad de preservar contra la caí­da. Pero mientras que en los sinópticos ésta se presenta inevitable incluso para los discí­pulos, el jesús que habla en el evangelio de Juan despierta la esperanza de que ella podrá ser superada: «Os he dicho esto para que no os escandalicéis» (Jn 16, 1; cf. Jn 6, 63).

III. Tradición
1. En la patrí­stica el contenido neotestamentario del concepto queda transformado y secularizado de tal manera, que en ella pasan a .ser decisivos dos aspectos de segundo rango.

a) el psicológico (cf. p. ej., Mt 13, 57; 15, 12; 17, 27). «Scandalum» es entendido cada vez más en el sentido de «offendiculum», y así­ pasa al lenguaje popular cristiano para significar una incitación a determinados sentimientos humanos, como el orgullo y la envidia, o un acto que provoca irritación e indignación.

b) el moral. Así­ p. ej., en el comentario del Ambrosiaster a 2 Cor 11, 29 el «desfallecer» equivale a ser incitado y seducido en el campo sexual. De esa manera el término recibe el sentido de e. moral, de ejemplo corruptor, de seducción y tentación, ya sea en la esfera individual ya en la -> pública. A este respecto constituye una forma peculiar el e. que se refiere a lo dogmático, al error religioso y a la herejí­a.

2. La escolástica: el escándalo como inmoralidad. Así­ se hizo posible que, en la moral sistemática de la escolástica y particularmente de Tomás, el e, fuera entendido como una acción externa que ofrece al prójimo ocasión de pecado y que se realiza sin razón justificante. Cuando una acción bajo ciertas circunstancias puede convertirse para alguien en ocasión de pecado, el amor manda omitir esa acción, si no existe una razón que la justifique moralmente. El pecado consiste en que se asume conscientemente el riesgo de la claudicación de otros, que no se producirí­a sin la propia acción. El e. indirecto puede permitirse si el acto que lo causa es justificable en virtud de un bien directamente apetecido, según las reglas que han de aplicarse en las acciones con doble efecto (TOMíS DE AQUINO, ST II-II q. 43, 4 sent. 35). La casuí­stica que generalmente se ofrece al tratar del e. producido, parte de la obligación grave de evitarlo y, para no caer en el extremo del inmovilismo, a base de diversas distinciones procura agudizar la mirada para las razones excusantes que justifican la acción.

A diferencia del e. activo, el e. pasivo es un pecado solamente contra la virtud violada por la propia acción, cuya malicia puede incluso estar atenuada por las circunstancias. Sólo en el e. farisaico toda la malicia está en el escandalizado.

3. Crí­tica. Este enfoque tradicional implica ante todo el grave inconveniente de que reduce el concepto neotestamentario de e., particularmente en su acuñación debida a Pablo.

Ahora bien, la fuerza interna del cristianismo tiene una de sus bases en que se conserve sin atenuaciones el e. de la cruz.

A esto se añade que la interpretación moral del e. no toma suficientemente en consideración las funciones psicológicas, sociológicas y morales del mismo. Según lo dicho antes, la función del e. no se limita a la incitación al pecado; por el contrario, él puede constituir un estí­mulo personal y cultural en individuos y grupos, y así­ significar incluso una ayuda para la salvación de otros. El e. lleva consigo esos efectos positivos en cuanto produce una apertura en el escandalizado, la cual permite una asimilación fructí­fera de impulsos que a primera vista parecí­an meramente negativos.

El olvido de este aspecto del e. en la ciencia moral conduce necesariamente a una unilateral ética de sentimiento, bajo un signo negativo y conservador. Con lo cual queda desplazada la mirada en orden a la tarea de contribuir a la realización del bien dentro de lo concretamente posible.

IV. Sobre la ética del escándalo
En consecuencia, una ética de responsabilidad que tome en consideración todo el significado del e. ha de partir de que éste en abstracto tiene un valor neutro. En concreto la cuestión si el e. es deseable o rechazable depende de su necesidad para la conservación justificada de la propia existencia espiritual y de su aportación al perfeccionamiento del otro o del grupo.

Para que el e. deseable y necesario no tenga un efecto negativo, el valor a cuyo servicio él quiere ponerse ha de aparecer en forma pura, para que así­ pueda ser aceptado más fácilmente en su valí­a sin ninguna actitud de repulsa. Además, valores que provoquen e. sólo han de difundirse en la medida en que puedan ser asimilados por el «escandalizado». Para esto se requiere en quien da e. que él quiera servir realmente a lo conocido como valioso y no se proponga simplemente imponer sus intereses personales, e igualmente que se esfuerce con amor por fomentar el bien del otro, renunciando incluso, si es necesario, a los propios derechos justificados, siempre que su uso no sea incondicionalmente necesario para conservar la dignidad personal.

Ha de procurarse en todo caso substituir el e. por el diálogo o, por lo menos, desarrollar la disputa inevitable según las reglas de la -> tolerancia, procediendo así­ a tono con la dignidad humana. Para lo cual se requiere que la disputa se produzca en forma adecuada a los valores que están en debate. Los e. religiosos han de abordarse en el campo de lo religioso, y los cientí­ficos en el terreno de lo cientí­fico, etc. Si se guardan estas reglas, no sólo se evitará una innecesaria y quizá deplorable extensión del conflicto, sino que se creará además un presupuesto para un resultado positivo de la disputa y quizá incluso para un enriquecimiento mutuo. Con ello la confrontación personal hallará una mediación, y la coexistencia y cooperación se harán más fáciles.

El que da el escándalo y el escandalizado, ya se trate de individuos ya de grupos, deben tener en cuenta que, según las leyes psicológicas, las provocaciones y reacciones demasiado fuertes en general producen lo contrario del efecto pretendido. Así­, p. ej., las -> persecuciones cristianas fortalecen a una comunidad viva, y un e. demasiado grande dentro de la Iglesia conduce a la escisión (–>herejí­a, –> cisma). Cuanto mayor sea la autoridad de alguien, tanto más responsabilidad asume él al dar e. Por otro lado, también el débil debe esforzarse por no obrar nunca en forma meramente reaccionaria.

El intento de proclamar conscientemente a los cuatro vientos el e. recibido por situaciones que desde la propia perspectiva son abusivas, puede conducir al desagradable resultado de fomentar esas mismas situaciones, pues, desde el punto de vista de otros, quizá el e. producido sea considerado precisamente como prueba de valor positivo, así­ lo muestra, p. ej., el fracaso en la impugnación espectacular de determinadas pelí­culas malas. Sólo se pueden invocar determinados valores -sobre todo de orden público – en la medida en que ellos son actualmente vivos. De otro modo se trata, funcionalmente hablando, de un escándalo farisaico.

En qué medida bajo ciertas circunstancias los e. son deseables o no lo son, constituye por tanto una cuestión que no puede responderse a priori, sino que ha de resolverse en cada caso con prudencia, nivelando en los platos de la balanza la prudencia y la precaución, y tomando en consideración tanto el e. necesario e inevitable como el que ha de evitarse incondicionalmente.

En la respuesta a la pregunta de si los e. públicos han de castigarse con sanciones jurí­dicas, hay que partir igualmente del carácter ambivalente del e., enfocándolo de cara al -> bien común. Dentro de lo posible, es necesario que, por un lado, quede garantizada la libertad de disputa y, por otro lado, se impida la impugnación que haga imposible la necesaria y deseable comunicación. Por eso los responsables del orden deben reprimir las hostilidades que pongan seriamente en peligro la paz social, o sea, aquellas actitudes que, por recurrir a insultos, desprecios, calumnias, etc., tienden a suscitar violentas reacciones defensivas. Incluso desde una perspectiva neutral con relación a los valores, las convicciones y los sentimientos subjetivos deben protegerse públicamente en la medida en que eso es necesario para conservar la indispensable comunidad social. Por eso está justificada la prohibición legal de ofensas, insultos, calumnias, etc. – sobre todo en lo relativo a las convicciones religiosas -, mas no debe formularse y aplicarse con tanto rigor que se impida una fuerte, pero objetiva, disputa incluso acerca de juicios valorativos que parecen obvios.

La represión de e. públicos provocados por una fuerte crí­tica social o por obras convulsivas en la literatura y el arte, ha de realizarse con suma precaución, pues los excesos en la censura podrí­an poner en peligro valores sociales tan altos como la justicia y el arte. La persecución contra los e. provenientes de las extralimitaciones en la moda, los anuncios, etc., por la naturaleza de la cosa puede ir tranquilamente tan lejos como lo exija la moralidad pública, necesaria para la conservación del bien común, p. ej., para evitar la corrupción de la juventud y el crimen. Qué es lo objetivamente adecuado en una determinada situación, sólo puede decirse a posteriori, a base de una ponderación oportuna de los bienes.

En resumen podemos decir que la recta valoración del e. es un factor primordial para la configuración fructí­fera de las relaciones entre los hombres, la promoción del progreso cultural, la conservación de la paz social y la difusión responsable de lo conocido como un valor, especialmente para la difusión de la religión o de la misión.

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Waldemar Molinski

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

Escandalizar significa hacer caer, ser para alguien ocasión de caí­da. El escándalo es concretamente la trampa que se pone en el camino del enemigo para hacerle caer. En realidad, hay diferentes maneras de «hacer caer» a alguien en el terreno moral y religioso : la tentación que ejercen *Satán o los hombres, la *prueba en que pone Dios a su pueblo o a su hijo, son «escándalos». Pero siempre se trata de la fe en Dios.

I. CRISTO, ESCíNDALO PARA EL HOMBRE. 1. Ya el AT muestra que Dios puede ser causa de ‘escándalo para Israel; «El es la *piedra de escándalo y la *roca que hace caer a las dos casas de Israel… muchos trope-zarán, caerán y serán quebrantados» (Is 8,14s). Es que Dios, por su manera de obrar, pone a prueba la fe de su pueblo.

Asimismo Jesús apareció a los hombres como signo de contradicción. En efecto, fue enviado para la salvación de todos y de hecho es ocasión de *endurecimiento para muchos: «Este niño está puesto para caí­da y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de contradicción» (Lc 2,34). En su persona y en su vida todo origina escándalo. Es el hijo del carpintero de Nazaret (Mt 13,57); quiere salvar al mundo no mediante algún mesianismo vengador (11,2-5; cf. Jn 3,17) o polí­tico (Jn 6,15), sino por la pasión y la cruz (Mt 16,21); los discí­pulos mismos se oponen a ello como Satán (16.22s) y escandalizados abandonan a su maestro (Jn 6,66). Pero Jesús resucitado los reúne (Mt 26,31s).

2. Juan pone de relieve el carácter escandaloso del Evangelio : Jesús es en todo un hombre semejante a los otros (Jn 1,14), cuyo origen se cree saber (1,46; 6,42; 7,27) y cuyo designio redentor por la *cruz (6,52) y por la *ascensión (6,62) no se llega a comprender. Los oyentes todos tropiezan en el triple misterio de la encarnación, de la redención y de la ascensión; pero a unos los levanta Jesús, otros se obstinan: su pecado no tiene excusa (15,22ss).

3. Al presentarse Jesús a los hombres los puso en la contingencia de optar por él o contra él: «Bienaventurados los que no se escandalizaren en mí­» (Mt 11,6 p). La comunidad apostólica aplicó también a Jesús en persona el oráculo de Isaí­as 8,14 que hablaba de Dios. El es «la piedra de escándalo» y al mismo tiempo «la piedra angular» (1Pe 2,7s; Rom 9,32s; Mt 21,42). Cristo es a la vez fuente de vida y causa de muerte (cf. 2Cor 2,16).

4. Pablo debió afrontar este escándalo tanto en el mundo griego como en el mundo judí­o. Por lo demás, ¿no habí­a él mismo pasado por esta experiencia antes de su conversión? Descubrió que Cristo, o si se prefiere, la *cruz, es «*locura para los que se pierden, pero para los que se salvan es el *poder de Dios» (1 Cor 1,18). En efecto, Cristo crucificado es «escándalo para los judí­os y locura para los paganos» (ICor 1,23). La sabidurí­a humana no puede comprender que Dios quiera salvar al mundo por un Cristo humillado, *doliente, crucificado. Sólo el Espí­ritu de Dios da al hombre poder superar el escándalo de la cruz, o más bien reconocer en él la suprema *sabidurí­a (lCor 1.25; 2,11-16).

5. El mismo escándalo, la misma prueba de la fe continúa también a través de toda la historia de la Iglesia. La Iglesia es siempre en el mundo un signo de contradicción, y el odio, la *persecución son para muchos ocasión de caí­da (Mt 13,21; 24,10), aun cuando Jesús anunció todo esto para que los discí­pulos no sucumbieran (Jn 16,1).

II. EL HOMBRE, ESCíNDALO PARA EL HOMBRE. El hombre es escándalo para su hermano cuando trata de arrastrarlo alejándolo de la *fidelidad a Dios. El que abusa de la debilidad de su hermano o del poder que ha recibido de Dios sobre él, para alejarlo de la alianza, es culpable para con su hermano y para con Dios. Dios detesta a los prí­ncipes que re-trajeron al pueblo de seguir a Yahveh: Jeroboán (IRe 14,16; 15,30. 34), Ajab o Jezabel (1 Re 21,22.25), y asimismo a los que quisieron arrastrar a Israel por la pendiente de la helenización, fuera de la verdadera fe (2Mac 4,7…). Por .el contrario, son dignos de elogio los que resisten al escándalo para guardar la fidelidad a la alianza (Jer 35).

Jesús, cumpliendo la alianza de Dios, concentró en sí­ el poder humano del escándalo; es, pues, a sus discí­pulos a los que no se debe escandalizar. «Â¡Ay del que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí­!, más le valiera que se le atase al cuello una muela de molino y se le arrojase en las profundidades del mar!» (Mt 18,6). Pero Jesús sabe que estos escándalos son inevitables: falsos doctores (2Pe 2,1) o seductores, como la antigua Jezabel (Ap 2,20), están siempre actuando.

Este escándalo puede incluso venir del discí­pulo mismo; por eso Jesús exige con vigor y sin piedad la renuncia a todo lo que pueda poner obstáculo al reino de Dios. «Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo y lánzalo lejos de ti» (Mt 5,29s; 18,8s).

Pablo, a ejemplo de Jesús que no querí­a turbar a las almas sencillas (Mt 17,26), quiere que se evite escandalizar las conciencias débiles y poco formadas: «Guardaos de que la libertad de que vosotros usáis sea ocasión de caí­da para los débiles» (1Cor 8,9; Rom 14,13-15.20). La *libertad cristiana sólo es auténtica si está penetrada de caridad (Gál 5, 13); la fe sólo es verdadera si sostiene la, fe de los hermanos (Rom 14,1-23).

-> Prueba – Locura – Piedra – Roca.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas