(Pureza, consagración).
Entregar al Senor los deseos más íntimos del corazón: «Eunucos por el amor» de Mat 19:12. A la hija, si la casa es bueno, si no la casas, mejor, 1Co 7:8, 1Co 7:38.
Se exige hasta en el deseo y en el mirar, Mat 5:27-28.
En el matrimonio: El cuerpo no es tuyo, sino del cónyuge. Entrégaselo con todo tu entusiasmo y amor.
1Co 7:4-6.
Los malos carecen de ella: Rom 1:29, Efe 4:19, 2Pe 2:13. y excluye del cielo, Gal 5:19-21.
Pablo era casto, 1Co 7:8; y Jesús y José y la Virgen María, Luc 1:27, Luc 1:34 y Timoteo, y Tito.
Cómo conseguirla: Considera que tu cuerpo es «templo de Dios», 1Co 6:19, 1Te 4:7. y «lucha»: Mat 5:27-30, Mat 18:8-9.
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
Pureza. El término griego es agnos. Y se emplea en pasajes como: †œEn todo os habéis mostrado limpios en el asunto† (2Co 7:11); †œ…para presentaros como una virgen pura a Cristo† (2Co 11:2); †œtodo lo puro† (Flp 4:8); †œConsérvate puro† (1Ti 5:22); †œ…a ser prudentes, castas† (Tit 2:5). Aunque modernamente la palabra aparece como ligada exclusivamente a la limpieza en asuntos sexuales, originalmente no era así, sino que su sentido era más amplio.
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
vet, Originalmente la palabra significaba puro en sentido ritual, pero luego adquirió una connotación moral: virtuoso, puro de pensamiento y de actos (1 P. 3:2; Tit. 2:5).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
[366]
Virtud cristiana que tiene como la regulación inteligente y meritoria de la facultad procreadora del hombre. Como virtud no debe ser identificada con la continencia, el celibato, la virginidad, la pureza y cuantos términos aludan a la regulación de la tendencia sexual.
En cuanto virtud la castidad supone ejercicio sexual cuando se debe realizar, de modo que es falta de castidad el negar la satisfacción sexual propia de la otra parte cuando se vive en el orden recto del matrimonio; y supone continencia y privación del placer sexual cuando no se puede conseguir en el recto plan matrimonial.
La castidad es en sí misma natural, en cuanto gobierno del cuerpo por la inteligencia en el ser libre; y es virtud sobrenatural cuando se eleva a cumplimiento del plan de Dios en el orden de la gracia y desde la perspectiva del matrimonio en cuanto signo sensible de la gracia.
Por eso no está bien reservar el termino de continencia para el no ejercicio sexual y el «castidad perfecta» cuando se hace por motivo superior, como si el ejercicio sexual matrimonial por amor y entrega no fuera, o pudiera, ser también castidad perfecta.
La catequesis de la virtud de la castidad implica profundos planteamientos desde bases antropológicas firmes. Ello supone la necesidad de clara y oportuna información sexual, pues en la ignorancia no puede haber virtud, tampoco en lo relativo a la castidad. Pero no basta el saber para hablar de virtud. Es precisa la formación de los sentimientos, la valoración de la naturaleza y la claridad en la intención.
(Ver Virtudes y ver Sexualidad)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
Virtud humana y cristiana
La virtud de la castidad humana y cristiana indica una integración de la sexualidad en una unidad interior (de cuerpo y espíritu) que se expresa en la actitud de dominio, de relación respetuosa y de donación, de autoeducación del amor. Es, pues, la virtud que, en el contexto de la templanza, valora la sexualidad humana insertándola en el proyecto divino de maduración interpersonal (cfr. Santo Tomás, II-II, q.151, a.1-2).
El cristiano se ha «revestido de Cristo» (Gal 3,27) y es «templo del Espíritu» (1Cor 6,19). Existe, pues, «integridad de la persona y integridad del don» (CEC 2337), que se concreta, con la ayuda de la gracia, en el dominio de sí, en la templanza, en la verdadera amistad.
Don de Dios y colaboración humana
A la luz de la fe y en la perspectiva de la esperanza y caridad, la castidad es don de Dios, que orienta la sexualidad (el ser hombre o mujer) hacia el amor auténtico. Entonces la afectividad se hace relación interpersonal leal y respetuosa. Por ser virtud y don del Espíritu Santo, la castidad es donación de la persona tal como es, en armonía de valores. La redención de Cristo hace posible la superación de las debilidades humanas. Entonces la castidad es energía espiritual que libera el amor del egoísmo y comunica el gozo de vivir el don de Dios por encima de toda esclavitud egoísta.
Según el estado de vida
Esta realidad humano-cristiana se vive según los diversos estados de vida antes del matrimonio (como respeto a sí mismo y a los demás), en la matrimonio (como fidelidad y entrega mutua) y en la virginidad evangélica o consagrada (como signo fuerte de la virginidad de Cristo y de la Iglesia).
Medios para ser fieles a la castidad
Debido a la situación humana después del pecado original, la virtud de la castidad necesita la colaboración de la persona especialmente por medio de la oración, los sacramentos, la devoción mariana, el dominio de sí, el equilibrio de los componentes del propio carácter, el espíritu de sacrificio, la alegría del corazón, la actitud de servicio, la prudencia y la vigilancia, el pudor y la modestia, la amistad sana y la fraternidad. El pecado contra la castidad es el uso de la sexualidad en contra del proyecto divino de la donación y del verdadero amor.
Dimensión misionera
En la vida apostólica, la castidad se convierte en disponibilidad misionera y celo apostólico, serenidad, intimidad con Cristo, servicio desinteresado, capacidad de convivencia y amistad, gozo de sentirse realizado, signo evangélico en una sociedad hipersexualizada.
Referencias Afectividad, homosexualidad, matrimonio, moral, sexualidad, virginidad (castidad consagrada o evangélica).
Lectura de documentos CEC 2331-2400.
Bibliografía R. BARBARIGA, Castidad y vocación (Barcelona, Herder, 1963); M. BELLET, Realidad sexual y moral cristiana (Bilbao, Desclée, 1973); T. GOFFI, Etica sexual cristiana (Salamanca, Sígueme, 1974); A. PIE, Vida afectiva i castedat (Barcelona, Estela, 1965). Ver más bibliografía en virginidad y otras referencias.
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
DJN
Â
SUMARIO: 1. castidad en el AT y en general. – 2. La castidad según Jesús en los evangelios y el NT.
1. La castidad en el AT y en general
Por castidad se entiende la virtud que ordena la conducta sexual de la persona, que, en un sentido más amplio, se puede designar también con el nombre de continencia. Se distingue del celibato y virginidad por los que se renuncia al matrimonio temporalmente o para siempre, mientras que la castidad debe practicarse siempre, tanto en la vida matrimonial como celibataria. La castidad se puede considerar positivamente en cuanto exige determinadas acciones y la observancia de ciertas reglas o negativamente en cuanto prohibe los pecados y actitudes opuestas a ella.
Todas las religiones han tratado de regular, de alguna manera, la conducta sexual de sus adeptos. Para las religiones monoteístas el instinto sexual forma parte de la creación, por lo cual religión y sexo en ellas no se oponen sistemáticamente, si bien determinadas personas por razón de su función religiosa o de las circunstancias puedan estar obligadas a guardar castidad.
En el Israel más antiguo se toleraban sólo la prostitución femenina y la relación sexual del señor con su esclava (Gén 16,1-2). La prostitución en los templos paganos del dios cananeo Baal, en cambio, fue combatida despiadadamente por los profetas, pues era considerada apostasía de la fe yahvista (Os 1,2; 2,4-15; 4,12-14; Jer 3,1-13; 5,7-8; Ez 16,1-58). De esta lucha implacable contra la prostitución o apostasía del pueblo de Israel, a consecuencia del influjo cananeo, trae su origen la posterior prohibición de toda clase de prostitución en Israel: «No profanarás a tu hija, prostituyéndola; no sea que la tierra se prostituya y se llene de incestos» (Lev 19,29). Lo cual no quiere decir que no hubiera en la práctica de cada día prostitución en Israel, incluso en los tiempos de Jesús, como indican los mismos evangelios.
En el AT el adulterio estaba considerado como un pecado contra la castidad (Ex 20,14.17; Dt 5,18.21), si bien la mujer era castigada más severamente que el varón (Jn 8,1-11). La observancia temporal de la castidad podía venir impuesta por razones cultuales (Lev 18). En los libros sapienciales se alaba la castidad dentro del matrimonio (Sap 3,13-14; 4,1; Si 26,14-15). José (Gén 39,7-23); Sara (Tob 3,14) y Susana (Dan 15,23) entre otros son puestos como ejemplo de vida casta.
2. La castidad según Jesús en los evangelios y el NT
La castidad es, según el NT, un aspecto esencial del mensaje evangélico de Jesús, sin la cual no puede darse verdadera vida cristiana ni alcanzarse la vida eterna, aunque en los evangelios no sea puesta de relieve explícitamente. Esto se debe a que el valor de la castidad no está en sí misma como método ascético, como en las religiones dualísticas que consideran el instinto sexual malo, sino que se funda en la creación o voluntad de Dios, cuya practica Jesús ratifica en su predicación: «Conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio…» (Mc 10,19; cf. Mt 19,18-19; Lc 18,20). Según la tradición que se remonta a Jesús, la castidad no se reduce a la guarda meramente exterior del sexto y noveno mandamiento, sino que afecta al corazón, es decir, a las intenciones más profundas de la persona: ya en la intención firme y deseo decidido de pecar se puede pecar gravemente contra la castidad (Mt 5,28; Mt 15,10-20 Mc 7,14-23; cf. también Mt 5,8; 6,22-23).
Según la ley judía, las prostitutas, como los publicanos, estaban excluidas del pueblo de Dios y la salvación (Mt 21,31; Lc 7,37-39; cf., sin embargo, Heb 11,31; Sant 2,25). La diferencia entre la ley judía y Jesús está en que, si bien es cierto que Jesús no atenúa la gravedad de la prostitución (Mc 7,21), Jesús otorga a las prostitutas arrepentidas el perdón y no las excluye de la salvación (Lc 7,47; Jn 8,10-11).
Jesús rechaza el divorcio absolutamente, a diferencia de los rabíes de su tiempo, que lo admitían, aunque unos, siguiendo al rabí Sammai, exigieran razones graves y para otros, como los partidarios de Hillel, más liberales, bastasen motivos leves. Según Jesús está prohibido absolutamente el divorcio tanto al varón como a la mujer, estando ambos obligados de igual manera a la guarda de la castidad (Mt 19,9/Mc 10,11-12; Mt 11,32/Lc 16, 18Q). Jesús como Juan Bautista condenaron absolutamente el divorcio y el adulterio (Mt 14,3-4; Mc 6,18).
En el EvMt se encuentra una cláusula que permite el divorcio en caso de «prostitución» o «relaciones sexuales extramatrimoniales» (en griego ) de la mujer (5,32; 19,9). Los exegetas no están de acuerdo a cuál de los dos casos se refiere el texto mateano. Si la se debiera entender en el sentido de «prostitución» significaría que, si después de consumado el matrimonio se descubre que la mujer antes matrimonio había practicado la prostitución, estaría permitido al marido despedirla. Otros exegetas opinan que debe entenderse en el sentido de , es decir, «adulterio»; en este caso, en la iglesia mateana se habría permitido el divorcio. No parece que esta cláusula -por lo menos según esta segunda interpretación- se remonte a Jesús, ya que invalidaría toda su argumentación anterior en el texto evangélico (Mt 19,4-9; Mc 10,6-12). Es más probable que se trate de una adaptación mateana de la prohibición de Jesús en un ambiente judeocristiano, en el que se refleja, tal vez, la discusión entre las escuelas de Hillel y Sammai -en el caso de que se debiera traducir por «adulterio»-, o quizá de una aclaración según la cual, en el caso de prostitución anterior al matrimonio, éste no habría sido válido y estaría permitido el despido de la mujer, sin contravenir la prohibición absoluta de Jesús acerca del divorcio. Según la doctrina de la Iglesia católica se trataría en este segundo caso de una declaración de nulidad del matrimonio. Así ha entendido también P en 1Cor 7,10-11 las palabras del Señor acerca de la prohibición del divorcio e indisolubilidad del matrimonio, si bien el Apóstol añade una excepción, la llamada «privilegio paulino», según el cual, si la parte no cristiana decide separarse; el cónyuge cristiano queda libre y puede volverse a casar (v.12-16; cf. Rom 7,1-3).
En He 24,25 se alude al adulterio del procurador Félix y Drusila: «Y al hablarle P de la justicia, de la continencia y del juicio futuro, Felix, aterrorizado, le interrumpió». Drusila, judía de nacimiento, que se había separado de Antíoco Epífanes y luego de Aziz, rey de Emesa, terminó por unirse ilegítimamente a Félix.
Las palabras más empleadas por P para referirse a las «relaciones sexuales prohibidas» son «fornicación» (porneia: 1 Cor 5,1; 6,13.18; 7,2; 2Cor 12,21; Gál 5,19; 1Tes 4,3), «fornicar» (pornéuein: 1Cor 6,18; 10,8), «prostituta» (porne: iCor 6,15.16) «fornicario» (pornos: 1Cor 5,9.10.11; 6,9), mientras que los términos que significan «adulterio» aparecen exclusivamente en la carta a los Romanos, excepto 1 Cor 6,9, en un sentido algo abstracto, que no parecen aludir a situaciones concretas de la iglesia romana.
De todas las comunidades fundadas por P es la comunidad de Corinto donde más gravemente se plantea el problema de la promiscuidad de parte de algunos miembros: «Temo que en mi próxima visita… tenga que llorar por muchos que anteriormente pecaron y no se arrepintieron de sus actos de impureza, fornicación y libertinaje» (2Cor 12,21). En este comportamiento de algunos cristianos han influido el ambiente inmoral de Corinto, gran ciudad portuaria, y una mentalidad laxa que se refleja en el eslogan cínico «todo me está permitido» (1Cor 6,12). No muy lejos de Corinto se enseñaba a los visitantes la tumba del filósofo Diógenes el cínico, que caracterizaba hasta cierto punto el ambiente inmoral y libertino de la ciudad. «El espíritu inmundo» (Mt 10,1; cf. Gál 5,17-21) de la impureza es incompatible, según P, con el espíritu de Cristo resucitado que habita en los cristianos (1 Cor 6,19-20; Gál 5,16-26). Según el Apóstol, la persona humana no se puede dividir dualistamente en un cuerpo del que se puede abusar y un alma a la que no afectan en absoluto las acciones impuras del cuerpo (6,12-13). El cristiano es una realidad indivisible que Cristo ha redimido y le pertenece totalmente por el bautismo: el pecado de impureza significa despojar a Cristo de sus derechos sobre la persona que peca contra la castidad (v.14-17). La fornicación está considerada en el NT como uno de los pecados capitales más característicos del mundo pagano (5,1; Ap 9,21; 14,8; 17,1-5; 18,3.9; 19,2; 21,8; 22,15). > celibato; cuerpo; virginidad.
Rodríguez Ruiz
FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001
Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret
La castidad suele definirse hoy como la virtud que valora la sexualidad humana en sus significados y la inserta en el proyecto de maduración interpersonal.
Es clásica la definición de santo Tomás: la castidad es la virtud por medio de la cual el hombre domina y regula el deseo sexual según las exigencias de la razón. Su auténtico objeto es el placer sexual, que hay que poner desear, distar y regular según un orden justo (5. Th.íI-II, q. 151, a. 1-2). En el esquema tomista, la castidad se inserta en la virtud de la templanza, entendida como valoración equilibrada de las diversas tensiones, en una perspectiva global de valores.
Desgraciadamente, en el uso corriente el término castidad ha perdido casi por completo su significado y su valor positivo. En este hecho han Jugado su papel las definiciones y terminologías tradicionales, que no respetan la perspectiva tomista. En efecto, la definición que dan los manuales de moral, según los cuales la castidad es la virtud que regula la concupiscencia de los deleites venéreos, daba la impresión negativa de hablar de renuncia y de represión. Además, la distinción entre castidad pefecta (de los que se abstienen por completo del ejercicio de la sexualidad) y castidad imperfecta (de las personas casadas) podía mover a error haciendo pensar que la castidad de los esposos no era una verdadera y propia castidad, y que les era imposible llegar a la pefección de la vida cristiana. La visión actual de la sexualidad, justa y marcadamente personalista, ha llevado a ampliar el concepto de castidad y a descubrir su significado y . su valor positivo. La castidad no es menosprecio ni rechazo de la sexualidad o del placer sexual, sino fuerza interior y espiritual que libera a la sexualidad – de sus elementos negativos (egoísmo, agresividad, atropello) y la promueve a la plenitud del amor auténtico. En otras palabras, es la humanización o valorización de la sexualidad como afectividad leal, comprometida, respetuosa de la situación de cada uno. Es maduración interpersonal afectiva en armonía de valores.
En sentido cristiano, la castidad es don del Espíritu, que madura la potencialidad sexual convirtiéndola en afectividad, en agapé, en respeto del proyecto creativo; es ayuda de gracia, que hace posible la respuesta de amor que cada uno está llamado a dar; es al mismo tiempo don divino y – conquista personal.
Mientras que el elemento formal de la castidad – es decir, la disposición habitual a valorar y actuar debidamente la sexualidad, según las exigencias del amor auténtico- es necesariamente igual en todos, el modo de vivirla en concreto varía según los diversos estados de vida. El hombre casado debe vivir en gran parte según unas normas materiales distintas de las del no casado. Entre las personas no casadas existen a su vez notables diferencias, según se estén preparando para el matrimonio o sean novios, o bien se trate de personas viudas o que se hayan consagrado a Dios de manera particular a través del voto de continencia perpetua.
La castidad como equilibrio psicosexual requiere el dominio de sí, la formación del carácter y el espíritu de sacrificio. En esta perspectiva, la vigilancia, la prudencia, la oración y el recurso a los sacramentos constituven las condiciones necesarias para Una maduración cristiana de la sexualidad.
También el pecado sexual, como actuación negativa de la sexualidad, tiene que considerarse en una perspectiva personalista. Su gravedad depende del desorden que introduce en la dimensión personal e interpersonal. Si la castidad es » autoeducación en el amor», el pecado contra la castidad es negación del amor. La potencialidad sexual, en vez de realizarse en una entrega afectiva, comprometida, respetuosa del proyecto de Dios y de las situaciones personales, se utiliza en sentido negativo, en una satisfacción egoísta y caprichosa.
G. Cappelli
Bibl.: R. Barbariga, Castidad y vocación, Barcelona, Herder 1963; J. M. Perrin, La virginidad, Rialp, Madrid 1966; A. Pié. Vida afectiva e castidad, Estela, Barcelona 1965.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
La castidad, o pureza moral, era algo que concordaba con el matrimonio para los judíos en general. Esto tenía validez también para los autores del NT. Porque aunque hagnos, «casta» («pura» en RV60), se usa para referirse a una virgen (2 Co. 11:2), también se usaba para referirse a mujeres casadas (Tit. 2:5; 1 P. 3:2). Pero el adulterio y la fornicación no concordaban con la castidad, y la violación de la pureza moral dio mucho que hacer a la iglesia.
- Kenneth Grider
RV60 Reina-Valera, Revisión 1960
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (99). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
San José San Luis Gonzaga Santa Águeda Santa Lucía Santa Úrsula y las 11 vírgenes mártires
Contenido
- 1 Presentación
- 2 Como virtud
- 3 La práctica de la castidad
- 4 La práctica de la castidad entre los judíos
- 5 El Cristianismo y la práctica de la castidad
Presentación
En este artículo la castidad se considera como virtud; su consideración como consejo evangélico se encuentra en los artículos sobre Celibato del Clero, Continencia y Virginidad. Como voto, la castidad se trata en el artículo VOTO.
Como virtud
La castidad es la virtud que excluye o modera la indulgencia del apetito sexual. Es una forma de la virtud de la templanza, que controla de acuerdo con la recta razón el deseo y el uso de aquellas cosas que aportan los mayores placeres sensuales. Las fuentes de tales deleites son la comodidad y la bebida, por medio de los cuales se conserva la vida del individuo, y la unión de los sexos, por medio de la cual se asegura la permanencia de la especie. La castidad, empero, se alía con la abstinencia y la sobriedad; pues, así como por esta última los placeres de la función nutritiva se ven rectamente regulados, por la castidad el apetito procreativo es restringido adecuadamente. Al entenderse como la prohibición de cualquier placer carnal, la castidad se considera generalmente igual a la continencia, aunque Aristóteles, como se señala en el artículo CONTINENCIA, marcó una clara distinción. Con la castidad se confunde a menudo la modestia, aunque ésta no es propiamente sino una circunstancia especial de la castidad o, mejor, su complemento. Pues la modestia es la cualidad de privarse delicadamente de todos los actos que ofenden al pudor, y así se erige en defensa de la castidad. Es necesario hacer notar que la virtud en discusión puede ser puramente natural. Su motivación podría ser la decencia natural en el control del apetito sexual, según la norma de la razón. Este motivo brota de la dignidad de la naturaleza humana, la cual, sin su guía racional, se degrada al nivel de las bestias. Sin embargo, consideraremos la castidad como una virtud sobrenatural. Vista así, su motivación se descubre a la luz de la fe: particularmente las palabras y el ejemplo de Jesucristo y la reverencia debida al cuerpo humano como templo del Espíritu Santo, como incorporado al cuerpo místico del que Cristo es cabeza, como receptor de la sagrada Eucaristía, y finalmente, como destinado a compartir con el alma la gloria eterna. Considerando si la castidad excluye todo placer carnal voluntario, o permite esta gratificación dentro de los límites prescritos, puede ser absoluta o relativa. La primera atañe a los solteros, la segunda a los que pertenecen al estado marital. Al estar prohibido saciar el apetito sexual a todos los que están fuera del vínculo marital, el impulso consentido entre los solteros, así como el impulso consentido hacia algo fuera de la ley, está prohibido. Tal es la intensidad de la pasión sexual que su impulso es peligrosamente capaz de arrastrar la voluntad consigo. Aún así, cuando hay pleno consentimiento, es una ofensa grave por su propia naturaleza. Se debe observar también que este impulso se constituye, no meramente por un deseo efectivo, sino por uno voluntario e impuro. Aparte de la clasificación ya citada, hay otra, que distingue entre castidad perfecta e imperfecta. La primera es la virtud de aquellos que, para entregarse sin reservas a Dios y sus intereses espirituales, deciden abstenerse perpetuamente incluso de los placeres lícitos del estado marital. Cuando esta resolución la toma uno que nunca ha conocido el placer permitido en el matrimonio, la caridad perfecta se convierte en virginidad. A causa de estos dos elementos -la intención elevada y la inexperiencia absoluta-, la castidad virginal se distingue como virtud especial de aquella que conlleva únicamente la abstinencia de los placeres ilícitos. No es necesario que la resolución que implica la virginidad se apoye en un voto, aunque en su forma más perfecta, la castidad virginal, como afirma santo Tomás siguiendo a san Agustín, implica o supone un voto (Summa Theol., II-II, Q, clii, a. 3, ad 4.). La virtud especial que consideramos aquí comprende integridad física. Mientras que la Iglesia solicita la integridad a aquellas que van a vestir el velo de las vírgenes consagradas, no es más que una cualidad accidental, y puede perderse sin detrimento de la integridad espiritual superior en la cual reside propiamente la virtud de la virginidad. La integridad es necesaria y suficiente para ganar la aureola que se dice espera a las vírgenes como especial recompensa celestial (S. Thomas, Suppl. Q. xcvi, a. 5). La castidad imperfecta es aquella propia del aquellos que no han contraído matrimonio sin haber renunciado por ello a hacerlo, o de aquellos que están unidos por los lazos del legítimo matrimonio, y finalmente que de aquellos que han sobrevivido a su cónyuge. En el caso de estos últimos se puede tomar la resolución que llevaría a la práctica de la castidad que hemos definido como perfecta.
La práctica de la castidad
Para señalar la insostenibilidad de los argumentos presentados por McLennon, Lubbock, Morgan, Spencer y otros, acerca de un estado original de promiscuidad sexual en la humanidad, conviene referirse a la historia natural del matrimonio. Westermarck, en su «Historia del matrimonio humano» (Londres, 1891), ha demostrado claramente que muchas de las representaciones de personas viviendo promiscuamente son falsas y que esta baja condición no debe ser considerada como característica de los salvajes, y mucho menos como evidencia de una promiscuidad original (Historia del matrimonio humano, 61 sqq.). Según este autor, «el número de pueblos sin civilizar entre los cuales la castidad, al menos entre las mujeres, se exhibe con honor y se protege como norma, es muy considerable» (op. cit., 66). Un hecho que no puede ser despreciado, del cual los viajeros dan infalible testimonio, es el efecto pernicioso que, por norma, tiene en los salvajes el contacto con aquellos que provienen de una civilización más avanzada. Según el doctor Nansen, «las mujeres esquimales de las mayores colonias son más ligeras que las de los pequeños asentamientos donde no hay europeos» (Nansen, The First Crossing of England, II, 329). Acerca de las tribus de las llanuras de adelaida al sur de Australia, Edward Stephens afirma: «Aquellos que se refieren a los nativos como una raza naturalmente degradada, o bien no hablan desde la experiencia, o les juzgan a partir de lo que se han convertido cuando el abuso de tóxicos y el contacto con lo más abyecto de la raza blanca ha comenzado su obra mortífera. Vi a los nativos y conviví con ellos antes de que se conocieran estas inmoralidades y puedo decir sin temor que prácticamente toda su maldad la deben a la inmoralidad del hombre blanco y la bebida del hombre blanco» (Stephens, The Aborigines of Australia, en Jour. Roy. Soc. N. S. Wales, XXIII, 480). El profesor Vambrey observa acerca de los primitivo tártaros turcos: «La diferencia en materia de inmoralidad que existe entre los turcos afectados por una civilización extranjera y por las tribus que habitan las estepas es evidente a cualquiera que viva entre los turcomanos y kara kapals, pues tanto en África como en Asia, ciertos vicios los introducen únicamente aquellos que se llaman portadores de cultura». (Vambrey, Die primitive Kultur des Türktartarischen Volkes, 72). Testimonios semejantes podrían multiplicarse abundantemente
La práctica de la castidad entre los judíos
Muchos de los preceptos mosaicos deben haber operado entre los antiguos judíos, para prevenir los pecados contra la castidad. La legislación de Deut., xxii, 20-21, según la cual una esposa que ha engañado a su esposo, que la creía virgen, debe ser lapidada hasta la muerte en la puerta de su padre, debe de haber apartado a las jóvenes de cualquier práctica impura. Asimismo, el efecto de Deut., xxii, 28-29, debió de ser importante. Según este precepto, si un hombre pecaba con una virgen «debía entregar al padre de la doncella cincuenta siclos de plata y tomarla como esposa, pues la había humillado. No podía separarla de sí en los días de su vida». La ley mosaica contra la prostitución de las mujeres judías era severa, aunque este vicio llegó a Israel mediante mujeres foráneas. Hay que hacer notar que los judíos eran propensos a caer en los pecados sexuales de sus vecinos, y se observa el resultado inevitable de la poligamia, en ausencia de una obligación reconocida de continencia para el varón paralela a la impuesta a la mujer.
La falta de castidad de los griegos post-homéricos era notoria. En este pueblo, el matrimonio no era más que una institución para aportar al Estado soldados fuertes. A consecuencia de esto, la posición de la mujer se veía más degradada. Escuchamos de Polibio que a veces cuatro espartanos compartían una esposa (Frag. In Scr. Vet. Nov. Coll., ed. Mai, II, 384). Los atenienses no estaban tan degradados, aunque entre ellos la esposa estaba excluida de la sociedad de su marido, que buscaba placer en compañía de hetairas y concubinas. Las hetairai no eran parias sociales entre los atenienses. Ciertamente muchas de ellas alcanzaban la influencia de reinas. Aunque entre los romanos se estilaba un exceso de afectación «a lo griego», nunca se vieron mayores abismos de depravación que en los días siguientes a la república. Los griegos rodeaban sus pecados sexuales de un encanto de romance y sentimiento. Pero con los romanos, la inmoralidad, incluso las anormalidades, se mostraba descarnadamente. Esto se puede ver en las páginas de Juvenal, Marcial y Suetonio. Cicerón declara públicamente que el trato con prostitutas nunca ha sido condenado en Roma (Pro Cælio, xv) y sabemos que por normal el matrimonio se consideraba una mera relación temporal. Nunca se degradó tanto la mujer como en Roma. En Grecia, la reclusión forzosa de la esposa actuaba como protección moral. Las matronas romanas no tenían esta restricción, y muchas de éstas, pertenecientes a la clase superior, no dudaron en tiempos de Tibero a inscribirse en las listas edilicias como prostitutas comunes, para así eludir las penas con que la ley Julia castigaba el adulterio.
El Cristianismo y la práctica de la castidad
Bajo el cristianismo, la castidad ha sido practicada de forma inédita respecto de otras influencias. La moral cristiana prescribe el orden recto de las relaciones. Éste debe dirigir y controlar el modo de las relaciones referido al otro en cuerpo y alma. Entre ambos hay una oposición imposible de erradicar, la carne con su concupiscencia enfrentada sin freno al espíritu, cegándole y apartándole de la búsqueda de la vida verdadera. La armonía y el orden debidos entre cuerpo y alma deben prevalecer. Pero esto supone la preeminencia y dominio del espíritu, que a su vez sólo puede significar el castigo del cuerpo. El parentesco, tanto real como etimológico, entre castidad y castigo, es obvio. La castidad es necesariamente algo austero. El efecto tanto del ejemplo como de las palabras de Nuestro Salvador (Matt., xix, 11-12) se ve en la vida de tantos célibes y vírgenes que han iluminado la historia de la Iglesia cristiana, mientras que la idea del matrimonio como signo y señal de la inefable unión de Cristo con su esposa inmaculada la Iglesia -una unión en la cual la fidelidad y el amor son mutuos- ha dado su fruto, embelleciendo este mundo con caminos de castidad conyugal.
St. THOMAS, Summa, II-II, Q. cli-clii; Cont. Gent., L. III, c. cxxxvi; LESSIUS, De Just. et jure ceterisque virt. card., L, IV, c. ii, n. 92 sq.; ESCHBACH, Disputationes Physiologico-TheologicÏ, Disp. v; D…LLINGER, The Gentile and the Jew etc., II, Book IX; CRAISSON, De Rebus Venereis; BONAL, De Virtute Castitatis; WESTERMARCK, The History of Human Marriage, ch. iv, v, vi; GAY, The Christian Life and Virtues; II, Chastity.
JOHN W. MELODY.
Transcrito por Douglas J. Potter
Traducido por Javier Olabe
Dedicado al Inmaculado Corazón de María
Fuente: Enciclopedia Católica