NAUFRAGO MARINO, EL

Hacia el fin del tercer milenio a. de J.C. , los egipcios habí­an desarrollado el arte de narrar historias en un género literario. Uno de los fragmentos más atractivos es la historia del náufrago marino. En realidad, es un cuento dentro de un cuento, ya que es una historia puesta en boca de uno de los personajes principales de la historia central. Desafortunadamente, esta última no está completa, siendo que la única fuente de nuestro conocimiento, un manuscrito del museo Hermitage en Leningrado, aunque de otra manera perfectamente preservado, le falta el comienzo.
I. La Historia. Del material existente se puede conjeturar que la parte perdida probablemente describió el desenlace de una expedición en Nubia ví­a el rí­o Nilo y daba las razones por los recelos del jefe en cuanto al informe que él personalmente debe presentar al rey de Egipto. Sucede que lo que ha sido preservado comienza precisamente donde el †œcriado de confianza† trata de animar al jefe diciéndole: †œÂ¡Sé agradecido, prí­ncipe, hemos llegado a casa! El mazo se ha tomado, el poste del amarre ha sido golpeado y el cable del frente ha sido colocado en tierra. Se han ofrecido adoración y acción de gracias. Todos se abrazan unos con otros. Nuestra tripulación ha llegado a salvo; nuestro grupo no ha sufrido ninguna pérdida.† El prí­ncipe debe hablarle al rey con compostura y contestar sin titubeo. †œLa boca de un hombre lo salva; su discurso le obtiene indulgencia. Pero haga lo que usted quiera. Hablarle a usted le ha enfadado.†
Se puede descubrir en este punto un rasgo humorí­stico que permea la historia. Porque, al haber indicado que él cree que no hay necesidad de decir más, el criado inmediatamente se lanza a un cuento fantástico el cual, él le asegura a su oyente, es †œuna experiencia similar a la que me sucedió cuando yo fui al Sinaí­ por parte del soberano.† Las expediciones a las minas del Sinaí­ son comunes en los anales egipcios, pero la historia que se desarrolla ciertamente descansa más allá de los lí­mites de la realidad (aunque no se debe deducir que así­ les pareciera a los egipcios).
Sucedió que mientras surcaba a través del mar Rojo rumbo al Sinaí­ que azotó el desastre, así­ continúa la historia del criado. El salió en un barco de buen tamaño ( ca. 63 por 21 mts. ) tripulado por 120 de los mejores marineros de Egipto. Sus hombres †œpodí­an prever una tormenta antes que ocurriera, una tempestad antes que se levantara†, sin embargo, fueron atrapados en alta mar por un huracán. Todos estos hombres valientes perecieron; pero milagrosamente el narrador fue arrojado a la playa de una isla. Esta isla resultó ser tan fértil como cualquiera de los jardines a lo largo del Nilo, así­ que su supervivencia estuvo en efecto garantizada. En acción de gracias él tomó dos palillos, y al estilo de los antiguos, frotándolos encendió una llama con la cual ofreció sacrificios a los dioses.
Apenas habí­a el marino náufrago cumplido su deber religioso cuando fue asustado por un tremendo ruido que le recordó la catástrofe que recientemente habí­a experimentado. La tierra estaba temblando y los árboles se partí­an en dos. Nuestro héroe se agachó temeroso con su cara cubierta. Cuando se animó a mirar alrededor, vio una inmensa serpiente que se le acercaba. Su cuerpo estaba cubierto de oro y sus cejas eran de una piedra azul valiosa conocida por lapizlázuli. Llevaba una barba larga y parecí­a ser grandemente inteligente. Para los egipcios no debí­a ser otra cosa que un dios.
El marino abandonado en la isla se postró delante de la serpiente, la cual procedió a tratar duramente al refugiado: †œ¿Qué te trajo

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico