TEISMO

Creencia en un Dios. El teí­smo es lo opuesto del ® ATEíSMO. No debe confundirse con ® DEíSMO, a pesar del común origen etimológico de ambas palabras.
El teí­sta acepta un Dios personal, creador y conservador del mundo, al cual trasciende.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

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En general, la actitud o planteamiento filosófico de admitir la existencia de la divinidad singular e infinita.

El teí­smo se configura en forma personal y singular (monoteí­smo), ambigua o indeterminada (deí­smo), o polimórfica y diversificada (politeí­smo).

Las religiones monoteí­stas (judaí­smo, cristianismo y mahometismo) coinciden en la afirmación de la existencia concreta de un ser infinito y misterioso que es Dios (El, Alá, Yaweh, el Padre Dios). Responde, en el sentir aristotélico, a la razón que busca las causas de las cosas y sospecha que tiene que existir un Creador del mundo limitado. La creencia religiosa lo desarrolla luego según suposiciones cúlticas o éticas: Juez, Señor, Dominador, Misericordioso, etc. Se le atribuyen grandezas que se advierten en las criaturas y se le niegan las limitaciones de las mismas criaturas (Atributos positivos y atributos negativos).

El Teí­smo como tal es una actitud racional y filosófica. Del mismo modo que el ateí­smo se presenta también como una conclusión lógica basada en un prejuicio ético o racional.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

SUMARIO: I. Sentido y alcance del teí­smo.-II. Formas de teí­smo.

En términos generales el teí­smo significa la creencia en el Dios viviente, que interviene en el curso del mundo y en la vida humana. En este sentido amplio, se dan rasgos teí­stas en la mayorí­a de las religiones: en las politeí­stas, en cuanto que los muchos dioses intervienen en mayor o menor grado en la vida humana; en las religiones de signo panteí­sta o monista, en la medida en que preconizan una unión í­ntima entre el hombre y la divinidad; en las religiones monoteí­stas sobre todo, por relación a las cuales el teí­smo adquiere su significado especí­fico.

I. Sentido y alcance del teí­smo
El concepto de teí­smo se va elaborando en la época moderna como consecuencia de tener que pensar de nuevo la idea de Dios en contraste con dos fenómenos históricos: por una parte, el desarrollo de las ciencias de la naturaleza, que parecen no dejar lugar para Dios, al menos concebido al modo tradicional; por otra parte, la presencia de otras concepciones, como el panteí­smo y el deí­smo, que intentaban precisamente dar respuesta al reto que suponí­a esa nueva visión del mundo, regido por leyes necesarias. Sin embargo, el contenido del teí­smo se configura y se consolida a lo largo del pensamiento medieval. Dios en efecto es, según ese pensamiento y también según lo que se conoce como teí­smo, absolutamente perfecto, autoconsciente y libre; transciende por completo la realidad mundana y, por otra parte, la ha creado de la nada, la conserva en el ser y la determina en su actividad. Es decir, el teí­smo, a la vez que intenta pensar el ser de Dios en sí­ mismo, lo concibe por relación al mundo, de una forma que puede parecer paradójica, puesto que le considera al mismo tiempo como absolutamente transcendente y como infinitamente inmanente. Esto, que no es nuevo, se acentúa ahora de manera especial, debido a que el teí­smo se tiene que abrir paso entre dos corrientes extremas, de cuyos escollos se tiene que librar a la vez que se ve precisado a tomar de ellas aspectos legí­timos, habida cuenta de la concepción general de la época.

Por una parte, el teí­smo se distingue del panteí­smo, en cuanto que afirma una diferencia radical entre Dios y el mundo, pero coincide con él en rechazar el dualismo y retrotraer todas las cosas a un único principio. Ciertamente, este principio crea libremente el mundo, según el teí­smo, pero al mismo tiempo la presencia de Dios en las cosas les es más í­ntima que su propio ser, lo que hace que bajo este aspecto al teí­smo no le resulte tan fácil y tan obvio distinguirse del panteí­smo, sobre todo si se tiene en cuenta que el ser y la acción de Dios son absolutamente idénticas. Por lo demás, el éxito del teí­smo frente al panteí­smo fue sólo relativo. A finales del siglo XVIII tuvo lugar en Alemania la llamada «controversia del panteí­smo» (Pantheismusstreit), entre Mendelssohn y Jacobi sobre todo, que poní­a de manifiesto el arraigo que habí­an llegado a adquirir las convicciones panteí­stas, a la vez que presagiaba el empuje que iban a tener a lo largo del siglo XIX.

Por otra parte, frente al deí­smo, el teí­smo tení­a no sólo que afirmar la presencia real e inmediata de Dios en las cosas, sino elaborar un concepto de transcendencia distinto. Las diferencias respecto del deí­smo son claras a primera vista y podrí­an resumirse en las siguientes: a) Dios no sólo crea el mundo, sino que lo conserva; b) coopera con las criaturas como causa principal; c) puede intervenir de modo extraordinario en el acontecer del mundo; d) puede revelarse, y se ha revelado de hecho, al hombre libremente. En realidad va a ser ésta la diferencia fundamental. Frente a la religión natural o racional, es decir, frente a una religión que es expresión de capacidades, aspiraciones y necesidades meramente humanas, el teí­smo, que nace en realidad como concepción filosófica, se inspira en el Dios de la teologí­a, es decir, en un Dios que siendo transcendente, es a un tiempo misterio y donación gratuita. Lo cual supone que el concepto de transcendencia es distinto del elaborado por el deí­smo, pues no se trata de un ser supremo, absolutamente lejano, sino de que Dios, a la vez que es esencialmente diferente, está presente en un grado de infinita, no superable intimidad.

Teí­smo y deí­smo forman al principio una única corriente, cuya pretensión fundamental es depurar y salvaguardar un concepto de Dios que sea compatible con la regularidad y necesidad de los fenómenos expuestos por la ciencia moderna. Esa corriente se va a bifurcar en dos direcciones que terminan siendo incompatibles. Sin embargo, el teí­smo sigue teniendo la pretensión de elaborar un concepto de Dios no sólo compatible y coherente con el desarrollo de la ciencia, sino exigido por ella. De ahí­ que tenga desde el comienzo una doble caracterí­stica que va a intentar mantener: compatibilizar concepciones diferentes y simplificar la doctrina en lo posible. Así­, en la obra de R. Cudworth, The true intellectual System of the Universe, de 1678, en cuyo Prólogo aparece por vez primera el término «teí­smo», y que se puede considerar como acto fundacional de esta corriente, se pretende de un lado conciliar la visión neoplatónica, cultivada por la Escuela de Cambridge, con el cristianismo, y de otro, reducir los contenidos a lo esencial. El resultado son estas tres formulaciones programáticas: 1) todo ente está sometido a un gobernador supremo y omnipotente, esencialmente justo; 2) la diferenciaentre bien y mal está en la naturaleza de las cosas; 3) la libertad del hombre fundamenta su responsabilidad. Además de las dos caracterí­sticas mencionadas se percibe en el lenguaje del teí­smo inicial un optimismo propio de la atmósfera racionalista de la época, como se echa de ver también en el joven A. Shaftesbury (1671-1713). En oposición al teí­smo, que se caracteriza por la negación de un principio espiritual providente y por la creencia en el azar, «ser un perfecto teí­sta significa creer que cada cosa está gobernada, ordenada o regulada de acuerdo con lo mejor por un principio o por una inteligencia, buena y eterna» (An Enquiry concerning Virtue or Merit, London 1699, p. 7). Shaftesbury es por lo demás una muestra de la ambigüedad que acompaña al teí­smo, sobre todo en su primera etapa. Elabora, por una parte, la posibilidad de un comportamiento ético independiente de la revelación y de toda expectativa de recompensa o castigo en el más allá, pero al mismo tiempo entiende que «un cristiano auténtico» tiene que ser «un buen teí­sta». Ahora bien, el cristianismo es una de las grandes religiones monoteí­stas reveladas. De hecho el teí­smo, que nace como un movimiento que pretende ser estrictamente filosófico, terminará decantándose hacia posiciones teológicas, hasta identificarse relativamente con el monoteí­smo cristiano, bien que extractando de él contenidos que pueden considerarse propios de una teologí­a natural.

De suyo, sin embargo, las diferencias entre teí­smo y monoteí­smo son manifiestas. Se pueden reducir a las tres siguientes: a) en primer lugar, la noción de teí­smo no implica la unidad yunicidad de Dios, como enseña el monoteí­smo, sino que la divinidad, única o múltiple, posea carácter personal, influya directamente en la naturaleza y en la historia y tenga, no obstante su diferencia esencial con el hombre, algún tipo de unión con él. b) Más importante es la segunda diferencia consistente en que, mientras el monoteí­smo de las grandes religiones se funda en la revelación, el teí­smo surge con la pretensión de ser estrictamente filosófico, es decir, de fundamentarse en la razón humana. c) Muy digna de destacar por último es otra diferencia, que es de suyo histórica, pero que afecta a la í­ndole de estas concepciones. El teí­smo es un fenómeno moderno y nace en un medio que es tanto cristiano como raciónalista. Lo que hace, por lo que se refiere a sus contenidos, es extractar, sistematizar y legitimar -cabrí­a decir, racionalizar relativamente- un contenido fundamental previamente dado por el cristianismo. El monoteí­smo por el contrario es muy antiguo y nace -trátese del monoteí­smo judí­o, cristiano o mahometano- en oposición al politeí­smo y, en el caso del monoteí­smo cristiano y del mahometano, en oposición a una concepción religiosa que siendo auténtica y pura en sus orí­gines, es considerada como infiel a ellos y por consiguiente como carente de legitimidad. Ello confiere al monoteí­smo unos rasgos no fácilmente identificables en el teí­smo, como son, si se toma el monoteí­smo judí­o como caso paradigmático, el enfrentamiento a todo tipo de politeí­smo y de idolatrí­a, la afirmación de Dios como radicalmente distinto de la naturaleza y como Señor de la vida y de la muerte, así­ como la creencia de que la salvación viene exclusivamente de Dios y de que la comunidad o el pueblo creyente está con El en una relación de dependencia esencial a la vez que de intensa familiaridad.

Estas diferencias habrí­a sin duda que matizarlas y corregirlas, puesto que por una parte el teí­smo es de hecho monoteí­sta desde el primer momento, se inspira, en cuanto a los contenidos, en la religión revelada y se inclina más y más hacia el Dios viviente de la fe religiosa, y por otra parte hay un monoteí­smo filosófico, que surge también en actitud decididamente polémica contra el politeí­smo, como ocurre en los comienzos de la filosofí­a, además de que el monoteí­smo va a ser legitimado teológicamente mediante una conceptualización filosófica muy refinada a partir de Platón y Aristóteles sobre todo.

II. Tres formas de teí­smo
De conformidad con lo expuesto hasta ahora es posible demarcar tres formas de teí­smo, el filosófico, el religioso y el cristiano, del modo siguiente: el teí­smo filosófico intenta legitimarse desde la razón, no desde la revelación, y estructura su doctrina en torno a contenidos básicos que adquieren diferentes matices, pero que incluyen en todo caso estos dos aspectos: a) la creencia en un Dios personal y libre, creador y gobernador del mundo; b) posibilidad de, supuesta tal creeencia, conferir sentido a la vida mediante el seguimiento de normas éticas racionales, coherentes con las creencias religiosas. Con el tiempo, el teí­smo filosófico va a adquirir un significado prioritariamente ético, debido sobre todo a la influencia de Kant. El teí­smo religioso presupone por lo general, aunque no siempre ni necesariamente, la revelación, y se configura por consiguiente desde la convicción de que Dios ha hablado y comunica sus dones. A partir de aquí­ el teí­smo religioso encuentra su expresión más propia en la intensificación del sentimiento de religación a Dios y de las vivencias correspondientes de dependencia por una parte y de unión con la divinidad por otra. El teí­smo cristiano asume las dos anteriores en cuanto que afirma tanto que los contenidos de la verdadera religión, siendo sobrenaturales, están sin embargo en armoní­a con la razón, como que estos contenidos se actualizan en el hombre, muy especialmente mediante la voluntad y el sentimiento. Pero el teí­smo cristiano tiene rasgos especí­ficos como son, en primer lugar, la conciencia del pecado y de la consiguiente necesidad de redención -la mayor o menor acentuación de este aspecto señala una de las diferencias entre las dos confesiones, la católica y la protestante-; en segundo lugar, la confianza en la gracia como principio posibilitador de que la acción humana sea espontáneamente conforme a la voluntad de Dios; en tercer lugar, la creencia en Cristo como manifestación suprema y absoluta del Padre y como principio, junto con El, de la acción del Espí­ritu. Con lo cual, el teí­smo cristiano es esencialmente trinitario, como se verá más adelante.

El teí­smo se relaciona negativamente con el ateí­smo y con el agnosticismo, muy especialmente con el primero. El teí­smo nace, en efecto, para salvaguardar la creencia en Dios en un momento en que la presunta autonomí­a de la razón parecí­a convertir la existencia de Dios en inútil, si no en imposible. Bajo este aspecto la cuestión está resuelta de antemano, en el sentido de que se trata de modos de pensar, eventualmente también de obrar, incompatibles. Pero en los últimos decenios sobre todo se han puesto en juego varios puntos de vista que cuestionan una demarcación tan ní­tida. En primer lugar, bajo un punto de vista más bien práctico y en la lí­nea de un pensamiento marxista se ha hecho valer que la religión en general, si no es alienante por principio, presenta al menos dimensiones que dificultan la libertad o su ejercicio. En ese sentido, si no el ateí­smo como tal, al menos la crí­tica atea estarí­a parcialmente justificada. En segundo lugar, el ateí­smo estarí­a igualmente justificado en el sentido de que no afecta propiamente a la existencia de Dios ni tampoco a su cognoscibilidad, sino a un determinado concepto de Dios, cuestionable como cualquier otro, mucho más en este caso, puesto que todo concepto es no sólo insuficiente sino inadecuado para expresar una realidad infinita y absolutamente perfecta como es la divina. En tercer lugar, el fenómeno del ateí­smo va unido a la existencia de profundos cambios históricos, que tienen lugar sobre todo en la época moderna, y en cuya iniciación el hombre se siente protagonista de todo un nuevo modo de pensar, sentir y obrar, sin que le sea consciente la profunda finitud en que está inmerso constitutivamente, y cuya percepción es correlativa a la apertura a lo transcendente como tal. Si el hombre no se siente finito y limitado,difí­cilmente se hará eco de la presencia de lo infinito.

El fenómeno del ateí­smo tiene que ver también, por otra parte, con etapas que colectividades enteras viven expuestas a una realidad que les resulta enteramente opaca, si no absurda, nada transparente por tanto para el acceso a lo divino; o bien el ateí­smo resulta más bien de estados de ánimo individuales que dificultan al máximo la percepción de cualquier realidad que exceda el ámbito de los intereses materiales. En definitiva, son aspectos que no sólo explican que se dé el ateí­smo, al margen de que éste tiene además este o aquel carácter especí­fico, sino que en la misma medida hace ver la endeblez de la construcción teí­sta, sobre todo bajo el punto de vista estrictamente conceptual. De ahí­ que sobre todo en este siglo se haya desarrollado un antiteí­smo más o menos intenso, en cuanto que la afirmación inequí­voca y hasta contundente de Dios puede ir acompañada -de hecho lo está en muchas ocasiones-de un modo de actuar que es en realidad negador de Dios, en tanto que por el contrario, una actitud atea puede entrañar de hecho un implí­cito reconocimiento de Dios, en cuanto que acepta la vigencia de realidades absolutas de signo positivo, y sobre todo en cuanto que su comportamiento ético se atiene a normas que remiten de por sí­ a un fundamento incondicionado.

El teí­smo, que en sus orí­genes fue un intento de salvar lo esencial, ha terminado siendo problemático por un exceso de conceptualización. Sus puntos frágiles han quedado una y otra vez de manifiesto no sólo por la persistencia del ateí­smo, al que no ha podido contrarrestar, sino por la reiterada aparición de otro fenómeno muy tí­pico de la época moderna, el agnosticismo. Entendido como la doctrina según la cual lo que transciende el ámbito de la experiencia no es cognoscible, el agnosticismo no es aceptable para el teí­smo y ha sido rechazado por él una y otra vez, tanto más cuanto que el teí­smo se ha caracterizado desde el comienzo como una corriente que hace valer el concepto en el lenguaje sobre lo divino. Pero por otra parte el agnosticismo representa una dimensión de la forma como el hombre moderno se relaciona con el misterio. Se ha tomado conciencia, en efecto, de que todas las conceptualizaciones, tanto las racionales como las estrictamente teológicas, se revelan como inadecuadas en contraste y en relación con la realidad transcendente que pretenden expresar. Ello no significa que se recaiga necesariamente en el relativismo, sino que el lenguaje se imponga la tarea de revisar crí­ticamente sus posibilidades de forma que, previa conciencia de sus limitaciones, a través de él se transparente el misterio. Fr. Luis de León fue sin duda en su época un ejemplo de lo que puede ser ese tipo de lenguaje.

Tanto el antiteí­smo como el agnosticismo ponen de manifiesto, por distintas ví­as, la insuficiencia de un teí­smo conceptual, sea filosófico’ o teológico, y la exigencia de un teí­smo que haga patente la presencia de Dios vivo, de un teí­smo trinitario por tanto. La razón de que sea así­ es que si el teí­smo significa la creencia en un Dios personal que se hace presente, no de cualquier manera, sino tal como es en sí­ en el mundo y sobre todo en el hombre, será precisoentender esa presencia en el grado de la máxima intensidad, es decir como absoluta comunicación de Dios mismo, que no toma al hombre como simple lugar de su manifestación sino que lo dignifica infinitamente mediante el despliegue en él de su propia vida, que es Padre, Hijo y Espí­ritu. La polémica radical contra el teí­smo, bata el punto de haberse llegado a constituir una especie de antiteí­smo militante, tendrí­a así­ como sentido la búsqueda de un teí­smo auténtico, aunque ello no siempre ocurra de manera consciente. En todo caso esto no debiera inducir a pensar que las motivaciones del teí­smo inicial se diluyen hasta perder toda vigencia. Si el exceso de conceptualización se ha vuelto problemático, queda sin embargo el postulado de racionalidad, que se opone a que en la religión tengan lugar la milagrerí­a, la superstición o el fanatismo, a la vez que fomenta el compromiso en favor de una vida digna de ser vivida.

[-.> Agnosticismo; Ateí­smo; Autodonación; Deí­smo; Dualismo; Espí­ritu Santo; Filosofí­a; Gracia; Jesucristo; Misterio; Monoteí­smo; Padre; Panteí­smo; Politeí­smo; Religión, religiones; Revelación; Salvación; Teologí­a y economí­a.]
Mariano ílvarez Gómez

PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano

Este término designa toda concepción filosófica que admite la existencia de un absoluto personal Y trascendente (Dios), oponiéndose por tanto no sólo al ateí­smo (negación de Dios), al deí­smo (afirmación de un Dios personal, pero alejado de la naturaleza y de la historia, y de la consiguiente imposibilidad del milagro), al panteí­smo (identificación de Dios con el todo), sino más radicalmente todaví­a al nihilismo y a la proclamada muerte de Dios como acontecimiento de la época que caracteriza a la posmodernidad filosófico-teológica. La tarea de la superación del nihilismo, dada la actualidad y la hegemoní­a cultural asumida por esta perspectiva filosófica, tiene que ser asumida en nuestros dí­as, a pesar de su dificultad, como un tema primordial de las filosofí­as teí­stas. Tradicionalmente el teí­smo filosófico se compromete en la construcción de una teologí­a filosófica, es decir, de un discurso sobre la existencia y sobre la esencia de Dios que contiene los argumentos (o las ví­as) que llevan a la razón humana a admitir esa realidad como principio y fundamento trascendente del univérso y de la historia. La cristiandad filosófiCa medieval ha elaborado dos itinerarios fundamentales para la «teologí­a racional» o «natural» El primero llega a la afirmación del absoluto trascendente a partir de la experiencia del cosmos como un todo limitado, relacionado con el infinito, cuyas huellas contiene. Este itinerario caracteriza, por ejemplo, al Monologion (exemplum meditandi de ratione fidei) de san Anselmo y a las famosas cinco ví­as de santo Tomás de Aquino, donde el pensar creyente adopta y transfigura las categorí­as aristotélicas incluyéndolas en una metafí­sica del éxodo de vigor excepcional. El segundo itinerario toma en consideración la presencia de la idea de lo absoluto (aquello de lo cual no se puede concebir algo mayor) en la mente humana y de ella saca intuitivamente la existencia de Dios. Se trata del llamado argumento ontológico, elaborado por san Anselmo en su Proslogion (Fides quaerens intellectum).

La modernidad filosófica, antes de llegar al resultado kantiano que, negando la posibilidad del conocimiento de Dios por parte de la razón pura, relega dicho conocimiento al papel de postulado de la razón práctica, sufre de manera exagerada la fascinación del argumento anselmiano, como ha demostrado puntualmente D. Heinrich en su descripción de las vicisitudes del argumento ontológico en la modernidad. En Descartes -por ejemplo- gracias a la demostración a priori de la existencia de Dios, el teí­smo se convierte en teocentrismo, dado el papel central y salví­fico de la idea del absoluto que se da al «cogito» y que de otra manera permanecerí­a encerrado en una fortaleza inaccesible desde fuera e infranqueable desde dentro.

En el pensamiento posmoderno el teí­smo filosófico tiende a veces a conjugarse con el fideí­smo, o sea, con la renuncia al ejercicio de la razón natural frente a lo Trascendente -pensemos en la fórmula del » teí­smo existencial n o «existencialismo teí­sta» que tanto le gustaba a Stefanini-, cuya existencia se admite sin embargo gracias al don de la fe. Revive de esta forma la contraposición radical entre el Dios de los filósofos y el Dios de Jesucristo (o, si se quiere, de la Escritura), que recordaba el Memorial de Pascal, el cual, por otra parte, en el famoso fragmento sobre el infinito-nada, sugiere que es razonable apostar por Dios contra el absurdo de la opción opuesta. La asunción por parte de la teologí­a de semejante actitud filosóficamente derrotista lleva consigo la recaí­da en el «positivismo teológico n y el consiguiente abandono de toda apologética, así­ como una acentuación de la actitud apofática, por la que de Dios más bien (o solamente) podemos decir lo que no es que lo que es.

N Ciola

Bibl.: M. ílvarez Gómez. Teí­smo, en DCDT 1319-1325; J. Macquarrie, El pensamiento religioso en el siglo xx, Las fronteras de la filosofí­a y de la teologí­a, Herder, Barcelona 1971; J Schultz, ¿Es esto Dios?, Herder Barcelona 1973; J Gómez Caffarena, El teí­smo moral de Kant, Cristiandad. Madrid 1984; M, Martí­nez de Vadillo, La idea de Dios en tiempos de increencia, Atenas, Madrid 1986.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

El término teísmo puede definirse como la creencia en un dios o dioses de cualquier tipo. El deísmo (véase), panteísmo, henoteísmo, monolatría, politeísmo, animismo e, incluso, la personificación de los valores por algunos de los anti-sobrenaturalistas, podrían incluirse en el teísmo bajo tal definición. Para los propósitos del presente artículo, la definición estará limitada al teísmo cristiano, o la creencia en el Dios de la tradición judeocristiana según está contenida en la Biblia. La visión bíblica de Dios se sintetiza precisamente en las palabras del Catecismo Menor de Westminster: «Dios es un Espíritu, infinito, eterno, e inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad» (Preg. 4. Véase también Preg. 5 y 6).

Excluidos por definición se encuentran ciertos puntos de vista los cuales deberían ser investigados bajo una definición más general del teísmo, tales como el Dios ausente del deísmo, el dios supremo o la fuerza inmutable de Aristóteles; el Dios indescriptible, e incognoscible de Barth, de ciertas partes de la Suma Teológica de Tomás de Aquino, de Daniel Lamont, Karl Heim y muchas almas devotas; y el Dios finito (no omnipotente) de John Stuart Mill, H.G. Wells, Brightman, y Bertocci.

Los atributos del Dios de la tradición judeocristiana, los cuales se dan resumidamente más arriba, algunas veces han sido mal comprendidos. «Espíritu» (Jn. 4:24) significa, persona autoconsciente, autodeterminada, inmaterial. «Infinito» es un adjetivo que modifica los sustantivos a los que se atribuye. «Infinito … en su ser», en su contexto histórico no implica panteísmo, sino omnipresencia. Dios está en todas partes, no como encarnándose en todas las cosas, ni como un fluido que está parcialmente aquí y parcialmente allí, sino como una presencia personal. Todas las cosas están inmediatamente en su presencia. «Inmutable» indica una inmutabilidad dinámica, no estática, excepto en ciertos movimientos filosóficos (Aristóteles Metafísica, Libro Lambda, según se refleja en el «completamente realizado» de Tomás de Aquino en el cual no hay potencial). El Dios de la Biblia es inmutable, no que él no pueda hacer nada en el tiempo y en el espacio, sino que su carácter es perfectamente consistente en todas sus obras.

La doctrina de la creación (Gn. 1 y 2; Jn. 1:3; Heb. 11:3) no postula un Sujeto infinito, sin objeto, existiendo eternamente antes de la creación finita (objeción de Eddington). Según la doctrina de la Trinidad, la subjetividad infinita subsiste eternamente con objetividad infinita en Dios.

Los argumentos teístas (véase de Buswell What is God, Zondervan 1937, pp. 109–157; Thomas and the Bible impreso privadamente en 1953) responden a las siguientes preguntas. (1) ¿Cuál es la explicación del Cosmos? Si cualquier cosa existe, algo debe ser eterno (ewig, no notwendig, Kant), a menos que algo venga de la nada (emergentismo, Fred Hoyle). Dios es la respuesta más probable (Ro. 1:19–21). (2) ¿Cuál es la explicación del propósito, Zweckmaessigkeit? Dios es la respuesta más probable (Sal. 19; Ro. 10:18; F.R. Tennant, Philosophical Theology, Cambridge 1937, Vol. II Ch. IV). (3) ¿Cuál es la explicación del concepto judeocristiano de Dios? La respuesta no se encuentra en el argumento ontológico deductivo idealista de Anselmo, sino en el inductivo de Descartes (Meditaciones, Respuesta a la 2a. Objeción, Proposición II; véase discusión en Buswell, Philosophies of F.R. Tennant and John Dewey, Philosophical Library, 1950, pp. 181ss.).

Véase también el artículo Dios.

  1. Oliver Buswell, Jr.

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (592). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología