PLAGAS DE EGIPTO

Diez en total, éstas fueron el medio por el cual Dios indujo al faraón a permitir que los israelitas salieran de Egipto. Una serie de fenómenos, casi todos naturales, pero que fueron inusuales
( 1 ) por su gravedad,
( 2 ) porque todos ocurrieron en un perí­odo de un año,
( 3 ) por la forma oportuna en que se produjeron,
( 4 ) porque Gosén y sus habitantes no fueron afectados por algunos de ellos,
( 5 ) por la forma evidente en que Dios los controlaba. Las plagas doblegaron la resistencia del faraón, desacreditaron a los dioses de Egipto y profanaron sus templos.

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Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(-> éxodo, liberación). La Biblia ha presentado la liberación de los hebreos de Egipto como consecuencia de una serie de plagas que Dios mismo va enviando sobre la tierra (Ex 7-13). Los hombres no pueden alcanzar la libertad con métodos bélicos (¡nadie en el mundo puede vencer en un plano militar al ejército del Faraón!), sino a través de una transformación (conversión, revolución) total, sabiendo que los mismos poderes cósmicos se ponen al servicio de la vida. Los ejércitos del Faraón (invencibles en un plano militar) no pueden ahogar la gran marcha de libertad del pueblo hebreo, de manera que aparecen como inútiles ante el plan y proyecto de la vida, que se expresa en el conjunto del mundo. Los soldados de Egipto (y del imperio actual) se encuentran preparados para luchar contra otros soldados semejantes (de asirios o babilonios), pero no contra unos hebreos, que no les plantan batalla, ni contra un mundo que tiene sus propias leyes, que, en el fondo, están al servicio de la vida de los pobres. De esa forma, la victoria que los hebreos consiguieren, sin ejército ni guerra militar, sigue siendo inspiración y ejemplo para todos los que buscan la liberación de presos y oprimidos, como saben otros libros de la Biblia que han actualizado el tema de las plagas (cf. Sab 11.16-19; Ap 15,1-8).

(1) La guerra de las plagas. Estos son los elementos fundamentales de la plagas de Ex 7-13. (a) Moisés no inicia un alzamiento armado, pues en ese nivel el sistema tiene toda la supremací­a. Nosotros (año 2006) sabemos que el tiempo de las grandes guerras militares en contra del sistema imperial ha terminado. Es más, ha terminado incluso una forma de guerra de guerrillas con armamento convencional, pues el Faraón o imperio resulta también invencible en ese campo, (b) La guerra de Moisés se sitúa en la lí­nea de la vida cósmica. Uno a uno desfilan por el texto los peligros de la geografí­a y clima de Egipto: enturbiamiento de las aguas, ranas, mosquitos, tábanos, peste animal, epidemia, granizo, langostas, tormenta y muerte de los niños. Uno a uno van pasando ante el lector los riesgos de un imperio/sistema que se cree eterno, que parece inexpugnable, pero que está asentado sobre los pies de barro de la fragilidad cósmica y humana. De esa forma, Moisés y su grupo asumen la causa de la vida amenazada por el sistema. (c) Esta es una guerra de valores, es decir, de humanidad. El Faraón representa la violencia del sistema que se diviniza a sí­ mismo y que al hacerlo se destruye. Moisés, en cambio, representa la confianza del hombre en los valores de su humanidad, es decir, de su libertad, fundados en Yahvé (Soy el que soy), es decir, «Soy principio y futuro de libertad». Así­ entendió ya el libro de la Sabidurí­a (Sab 16-19) el tema de las plagas de Ex 7-13. Interpretada así­, la estrategia de las plagas de Egipto nos sitúan ante el reto y promesa de la vida en libertad, que cada nueva generación debe actualizar, superando los riesgos del sistema. Estos capí­tulos del Exodo, escritos en lenguaje simbólico, muestran que el poder no se encuentra allí­ donde piensa tenerlo el Faraón. El camino de la libertad no se recorre con armas, ni tampoco con dinero, pues dinero, armas e ideologí­a pertenecen al sistema, son medios de opresión. Pero los hebreos oprimidos (los encarcelados de la tierra) pueden tener algo más alto: un conocimiento de la vida, una conciencia de libertad, unos ideales de esperanza que van creciendo desde la misma opresión, al servicio de la humanidad. Por eso, ellos pueden cambiar (el sistema no cambia, mantiene con su fuerza lo que tiene) y triunfar desde su mismo cambio (entendido como triunfo).

(2) Actualidad de las plagas. Si la revolución de Moisés hubiera triunfado por dinero y armas no podrí­a ya enseñarnos nada, ni encender una luz de esperanza para el mundo, pues dinero y armas siguen perteneciendo a los nuevos faraones (poderes imperiales, pactos militares, multinacionales…). Pero Moisés nos lleva más allá de esos poderes, para que así­ descubramos el potencial de la libertad, la fuerza verdadera de los pobres que se ponen en camino hacia la meta de lo humano. No se trata, por lo tanto, de inventar armas mejores en el plano del sistema, sino de ahondar en los valores de lo humano. Hay que encontrar nuevas estrategias que desmonten el poder del faraón y sus ministros, la estructura de los pactos militares y sus bases económicas. Sólo de esa forma podremos iniciar el éxodo (la salida de las opresiones), trazando un camino de conversión y libertad compartida. Ahora descubrimos que el enfrentamiento con el Faraón y la experiencia de las plagas (riesgos cósmicos de muerte) están al servicio del éxodo, esto es, de una ruptura y salida creadora que nos libera del sistema, para situarnos en un plano de libertad. Muchos queremos a la vez sistema y libertad, criticamos al Faraón, pero nos aprovechamos de su riqueza. En contra de eso, el Dios de los presos nos impulsa a salir de Egipto, a romper con el sistema, para así­ iniciar un camino universal de libertad en el que podemos distinguir y vincular tres planos, (a) Hay un plano base de tipo simbólico: el hombre es un camino constante de salida; sólo alcanza su más honda realidad el que se arriesga, rompe el muro de su vida encarcelada y se decide a caminar a campo abierto, (b) Hay un nivel de urgencia: formamos parte de una generación especialmente sensible a los peligros de un cierre destructivo: corremos el riesgo de quedar atrapados en las mallas de un sistema/laberinto que nosotros mismos hemos ido construyendo, de una cárcel universal que nos atrapa. Por eso nos sacude con tanta fuerza el motivo del éxodo, la necesidad de una ruptura, (c) Hay nn nivel de realización concreta: el camino del éxodo está abierto para siempre, pero ha comenzado a realizarse de manera ejemplar en la salida de aquellos antiguos hebreos que un dí­a se pusieron en marcha y rompieron la cárcel de Egipto. Ellos lo hicieron de un modo. Nosotros, pasados más de treinta siglos, debemos hacerlo de otro. Nadie nos dirá por fuera cómo andar. Sólo al ponernos en camino iremos viendo la manera de hacerlo. En ese tercer nivel se sitúa y empieza la historia de la libertad, hoy como en el tiempo de los viejos hebreos dominados por Egipto, que les daba de comer, pero les hací­a esclavos del Faraón. Previamente, no eran pueblo, casi no eran ni siquiera humanos. Viví­an sin saberse y sin saberlo, en una especie de cárcel universal, bajo un sistema de opresión antidivina (del Dios Faraón). Ahora nacen: un grupo de hebreos tuvieron el atrevimiento de ser, quebrando las mallas del sistema y caminando hacia su propia libertad. Precisamente ahí­, en el éxodo, comienza la historia. Lo anterior fue prehistoria. Lo que surja desde ahora, lo que nazca de este gesto de ruptura y libertad vendrá a mostrar lo que es el hombre, el comienzo (no el fin) de la humanidad.

Cf. H. Joñas, El principio de responsabilidad. Ensayo de tina ética para la civilización tecnológica, Herder, Barcelona 1995; V. PEREZ Prieto, DO ten verdor cinguido. Ecoloxismo e cristianismo, Espiral Maior, A Coruña 1997; X. Pikaza, El desafí­o ecológico, PPC, Madrid 2004; A. Primavesi, Del Apocalipsis al Génesis. Ecologí­a, feminismo y cristianismo, Herder, Barcelona 1994; R. Ruether, Gaia y Dios. Una teologí­a ecofeminista para la recuperación de la tierra, DEMAC, México 1993.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Al comisionar a Moisés para que sacara a Israel de Egipto, Dios le había advertido que la tarea sólo sería factible con el supremo poder de Dios mismo para vencer todo el poderío de Faraón, y que para ello Egipto sería conmovida con maravillas y señales de parte de Dios (cf. Ex. 3.19–20). Después de la señal de la vara que se convirtió en serpiente y tragó a las serpientes de los magos egipcios, lo cual no impresionó mayormente a Faraón, el poder de Dios le fue demostrado a él y a su pueblo mediante una serie de diez juicios. Fueron llevados a cabo de tal modo que manifestaran claramente la realidad y el poder del Dios de Israel y, por contraste, la impotencia de los dioses egipcios. Las primeras nueve plagas tienen relación directa con fenómenos naturales vinculados con el valle del Nilo, pero la última, la muerte de los primogénitos, pertenece al reino de lo sobrenatural.

Las primeras nueve plagas demuestran el uso divino del orden creado para llevar a cabo sus propósitos, y estudios recientes tienden a confirmar tanto la realidad de lo que se describe en Ex. 7–12 como la capacidad del relator de esta parte de Éxodo para realizar observaciones precisas de primera mano. El elemento milagroso en estas plagas generalmente se relaciona con su intensidad, momento, y duración. El estudio más minucioso de los fenómenos relacionados con las plagas es el de G. Hort en ZAW 69, 1957, pp. 84–103, y ZAW 70, 1958, pp. 48–59. Mientras que el análisis de las primeras nueve plagas por esta autora es excelente, su intento de explicar la décima como “primicias” en lugar de primogénitos resulta decididamente artificial y poco probable.

Hort ha señalado que las primeras nueve plagas forman una secuencia lógica y encadenada, comenzando con una inundación del Nilo anormalmente grande, que ocurrió en los meses usuales de julio y agosto, con la terminación de la serie de plagas alrededor de marzo (heb. Abib). En Egipto una inundación demasiado grande era tan desastrosa como una inundación demasiado pequeña.

La primera plaga (Ex. 7.14–25)

A Moisés se le mandó extender su vara sobre las aguas del Nilo a fin de que se “(convirtiesen) en sangre”; esto haría que los peces del río se muriesen, que el río hediese, y que sus aguas se tornaran insalubres; no se menciona la terminación inmediata de esa situación. Dicha situación corresponde a la que produciría la elevación anormal del Nilo. Cuanto mayor es la inundación del Nilo tanto mayor es la cantidad de tierra en suspensión, especialmente de la fina “tierra roja” de las cuencas del Nilo Azul y el Atbara. Cuanto más tierra arrastraba, tanto más rojas se volvían las aguas del Nilo. Una inundación excesiva de este tipo podía arrastrar, además, microcosmos conocidos como flagellates y bacterias asociadas con ellos; además de aumentar el rojo sangre de las aguas, estos organismos seguramente darían lugar a condiciones desfavorables para los peces, lo cual seguramente provocó su muerte en grandes cantidades, tal como se relata. La descomposición seguramente contaminó las aguas y causo hedor. El ascenso del Nilo comienza en julio/agosto, alcanza su punto máximo alrededor de septiembre, y luego decrece; por lo tanto esta plaga habría de afectar a Egipto desde julio/agosto hasta octubre/noviembre.

La segunda plaga (Ex. 8.1–15)

Siete días después (7.25) Egipto fue afligida por una multitud de ranas, las que, de conformidad con lo prometido por Dios, murieron en masa al día siguiente, y se descompusieron rápidamente. Era muy inusual que las ranas salieran del río en agosto. La gran cantidad de peces en descomposición arrojados a las orillas y hacia las aguas estancadas del Nilo habrán contaminado e infectado los lugares a la orilla del río que habitualmente ocupaban las ranas, lo cual seguramente las obligó a salir en grandes cantidades para procurar salvarse en los campos y lugares habitados. La muerte repentina, el mal olor, y la rápida descomposición de las ranas indica que la infección que les provocó la muerte fue el ántrax interno (del Bacillus anthracis).

La tercera plaga (Ex. 8.16–19)

Hort sugiere que fue una plaga anormal de mosquitos (véase °bj; °vrv2 “piojos”), cuyo régimen de reproducción, que ya era elevado, se vería grandemente favorecido por la inusual elevación del Nilo.

La cuarta plaga (Ex. 8.20–32)

Probablemente el tipo particular de “moscas” en este caso fuera la Stomoxys calcitrans. Véase más abajo sobre la sexta plaga; el agente más probable de dicha plaga es la mosca mencionada.

La quinta plaga (Ex. 9.1–17)

Una “plaga gravísima” que atacó al ganado de los egipcios que se encontraba en el campo (no a todo el ganado). Una peste del ganado que atacó únicamente a los animales que se encontraban en el campo podría indicar que se habían contagiado del ántrax que las ranas pueden haber llevado a los campos. Si el ganado de los israelitas estaba encerrado la plaga no los afectaría.

La sexta plaga (Ex. 9.8–12)

Es probable que el *“sarpullido con úlceras” fuera ántrax de piel transmitido por la mosca Stomoxys calcitrans, que se reproduce en la vegetación en descomposición, y que se convertiría en transmisora de la enfermedad por contacto con las ranas y el ganado. El sarpullido puede haber afectado particularmente las manos y los pies (Ex. 9.11: los hechiceros no podían estar en pie ante Moisés; cf. Dt. 28.27, 35), lo cual constituiría un indicio adicional a favor de la propuesta identificación de la enfermedad y su transmisora, que debe de haber atacado en los meses de diciembre/enero aproximadamente.

La séptima plaga (Ex. 9.13–35)

Granizo con truenos, relámpagos, y lluvia. Esta plaga arruinó la cebada y el lino, pero no el trigo y el centeno, que no habrían brotado todavía. Esto debe de haber sido a comienzos de febrero. La aparición de esta plaga en esa época en el Egipto superior, pero no en Gosén, que se encontraba más cerca del Mediterráneo, encuadra con las condiciones climáticas de dichas zonas.

La octava plaga (Ex. 10.1–20)

La intensa precipitación en Etiopía y el Sudán que produjo la elevación extraordinaria del Nilo seguramente sirvió también para proporcionar condiciones favorables para una densa plaga de langostas alrededor del mes de marzo. Las langostas, siguiendo su ruta habitual, a su debido tiempo habrán sido barridas por el viento del E hacia el N de Egipto; el “viento oriental” (“solano”), rûaḥ-yām, es, literalmente, un “viento del mar”; e. d. en realidad un viento del N (o NO), que indudablemente arrastraría las langostas por el valle del Nilo. Hort querría cambiar “mar Rojo” (yām sûf) por “Sur” (yāmı̂n), pero esto no es estrictamente necesario.

La novena plaga (Ex. 10.21–29)

Las “tinieblas” se podían palpar. Se trataba de una tormenta de polvo denominada jamsı́n, pero no una cualquiera. La gran inundación había arrastrado y depositado grandes cantidades de “tierra roja”, que luego se secó dejando un fino polvo en toda la región. El efecto de este polvillo levantado por el viento jamsı́n sería indudablemente hacer que el aire apareciese extraordinariamente espeso y oscuro, neutralizando la luz del sol. Los “tres días” de Ex. 10.23 es el tiempo que dura justamente un jamsı́n. La intensidad del jamsı́n podría indicar que se trataba del momento inicial de la estación, por lo que probablemente fuese en marzo. Si los israelitas moraban en la región de Wadi Tulimat, los efectos principales de esta plaga no los alcanzarían.

La décima plaga (Ex. 11.1–12.36)

Hasta aquí Dios había demostrado su total control de la creación natural. Había hecho que su siervo Moisés anunciara las sucesivas plagas, y las hizo acontecer en una insuperable secuencia, con creciente severidad en la medida en que Faraón se negó persistentemente a reconocer al Dios de Israel, a pesar de las más claras pruebas de su autoridad y poder. Con esta plaga final se pondría de manifiesto la indicación más explícita del control pleno y preciso de Dios: la muerte de los primogénitos únicamente. No ocurrió sin que mediara una advertencia adecuada (Ex. 4.23); Faraón tuvo a su alcance muchas oportunidades para reconocer a Dios y obedecer su requerimiento, y por lo tanto debía hacer frente a las consecuencias de su negativa.

Otros aspectos

En días posteriores Josué recordó a Israel en Canaán la poderosa liberación de Egipto mediante las plagas (Jos. 24.5). Los filisteos también estaban enterados de ellas, y temían a su Autor (1 S. 4.8). Más tarde todavía, el Salmista celebró estos portentosos acontecimientos (Sal. 78.43–51).

En Ex. 12.12 Dios habla de ejecutar juicios contra todos los dioses de Egipto. En alguna medida ya lo había hecho con las plagas, porque los dioses de Egipto estaban muy vinculados con las fuerzas de la naturaleza. Hapi, el dios de la inundación del Nilo, no había producido prosperidad sino ruina; las ranas, símbolos de Heqit, diosa de la productividad, habían provocado sólo enfermedad y extenuación; el granizo, la lluvia y la tormenta fueron heraldos de acontecimientos portentosos (como en los textos de las pirámides); y la luz del dios sol, Re, fue anulada—para sólo mencionar algunas de las deidades afectadas por las lagas—.

El relato de las plagas constituye decididamente una unidad literaria: tanto el conjunto total de detalles como la unidad narrativa se corresponden en forma notable con los fenómenos físicos tal como se los observa. Los meros fragmentos de plagas que corresponderían a las supuestas fuentes documentales (J, E, P, etc.), y la uniformidad esquemática de los rasgos postulados para las mismas, no concuerdan con fenómenos conocidos. La adaptación arbitraria de tales relatos parciales y estilizados para formar un nuevo relato compuesto que de algún modo y por acaso se corresponda exactamente con fenómenos observables ocurridos en un pasado remoto y en tierra distante no puede, por cierto, aceptarse con seriedad (así Hort). La explicación más sencilla y la unidad del relato han de preferirse antes que una teoría que requiere la aceptación de fenómenos no comprobados.

Bibliografía. R. de Vaux, Historia antigua de Israel, 1975, t(t). I, pp. 348–358; G. Auzou, La danza ante el arca, 1971.

K.A.K.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Diez calamidades infligidas a los egipcios para vencer la obstinación del Faraón y obligarlo a dejar que los israelitas salieran de Egipto (Éxodo 7,8 – 12,30; Sal. 78(77),42-51; 105(104),26-36). La notificación de Moisés al Faraón sobre la voluntad de Dios sólo fue un agravante para la condición de los israelitas, y el asombro de cambiar la vara de Aarón en una serpiente, lo que se produjo como prueba de la misión divina de Moisés, no causó impresión, pues fue imitada por los magos egipcios (Éx. 5; 7,8-13). Antes que el faraón cediera, se requirió una serie de aflicciones, las cuales culminaron con la destrucción de todos los primogénitos de Egipto.

De las diez plagas siete fueron producidas a través de la acción de Moisés y Aarón o de Moisés solo, y tres, principalmente las cuarta, quinta y décima, por la acción directa de Dios mismo. No se puede establecer con certeza el intervalo de tiempo durante el cual ocurrieron. Las últimas cuatro deben haber ocurrido en cercana sucesión entre el comienzo de marzo y los primeros días de abril; pues cuando el granizo cayó la cebada estaba en las espigas y el lino en capullo, lo cual en el Bajo Egipto ocurre por marzo, y los israelitas salieron el 14 de nisán, el cual cae en la última parte de marzo o en los primeros días de abril. Las primeras seis parecen haberse sucedido a intervalos cortos, pero es incierto el intervalo, si alguno, entre ellas y las últimas cuatro. El relato bíblico da la impresión de que las diez plagas fueron una serie de golpes en rápida sucesión, y esto es lo que parece que requirió el caso. La escena de las entrevistas de Moisés y Aarón con el faraón fue Tanis o Soan en el Bajo Egipto (Sal. 78(77),12.43).

En la primera plaga, el agua del río y de todos los canales y piscinas de Egipto se tornó en sangre y se corrompió, de modo que no era potable, e incluso los peces se morían (Éx. 7,14-25). Los comentadores están divididos en cuanto a si el agua realmente se convirtió en sangre, o si sólo se produjo un fenómeno similar a la decoloración roja del Nilo durante su inundación anual, la cual da al agua la apariencia de sangre. Esta última opinión se acepta generalmente. Sin embargo, se debe notar que la decoloración roja no es usual en el Bajo Egipto, y que cuando se decolora, el agua es potable, aunque es durante la primera etapa de la subida (verde). Además, el cambio no se realizó durante la inundación (cf. Éx. 7,15).

La segunda plaga vino siete días después. Aarón extendió su mano sobre las aguas y apareció un sinnúmero de ranas, que cubrieron la tierra y penetraron a la tierra para el gran descontento de los habitantes. Faraón ahora prometió dejar ir a los israelitas a sacrificar al desierto si se removían las ranas, pero rompió su promesa al cumplirse su petición. La tercera plaga consistió de enjambres de mosquitos que atormentaban al hombre y a las bestias. Los magos, que de algún modo habían imitado los dos primeros portentos, no pudieron imitar éste, y se vieron forzados a exclamar: “Este es el dedo de Dios”. La cuarta fue una plaga de tábanos. Ahora faraón permitió a los israelitas marcharse en una jornada de tres días al desierto, pero cuando por la oración de Moisés los tábanos se alejaron, él falló en cumplir su promesa. La quinta fue una epidemia en el ganado que mató a todas las bestias de Egipto, mientras que no hacía daño a las de los israelitas. La sexta consistió de úlceras que se produjeron en hombres y bestias. La séptima fue una pavorosa tormenta de granizo. “El granizo destruyó todo cuanto había en el campo en la tierra de Egipto, desde los hombres hasta las bestias; el granizo machacó toda hierba del campo, y quebró todos los árboles del campo. Sólo en la región de Gösen, donde habitaban los israelitas, no hubo granizo.” (Éx. 9,25-26). El asustado rey prometió de nuevo y se obstinó de nuevo al cesar la tormenta. Con la amenaza de una inaudita plaga de langostas (la octava) los siervos de faraón intercedieron y él dejó ir a los hombres, pero se negó a conceder más. Por lo tanto, Moisés extendió su vara y un viento solano trajo innumerables langostas que devoraron lo que había dejado el granizo. La novena plaga fue una horrible oscuridad que durante tres días cubrió a todo Egipto excepto la tierra de Gosen. La causa inmediata de la plaga fue probablemente el “hamsin”, un viento del sur o suroeste cargado con arena y polvo, que sopla alrededor del equinoccio de primavera y a veces produce oscuridad que rivaliza con las peores neblinas de Londres. Puesto que el faraón, aunque deseaba que se fueran, insistía en que dejaran los rebaños, la final y más dolorosa plaga (la décima) los golpeó—la destrucción en una noche de todos los primogénitos de Egipto.

Como las plagas de Egipto encuentran paralelos en fenómenos naturales del país, muchos las consideran como meros eventos naturales. La última evidentemente no admite una explicación natural, puesto que una epidemia no selecciona a sus víctimas según el método. Otras, no importa cuán naturales sean a veces, pueden en ese caso ser consideradas milagrosas debido al modo en que se producen. Éstas pertenecen a la clase de milagros que los teólogos llaman pre-naturales. Para no mencionar que fueron de intensidad extraordinaria, y que la primera ocurrió en un tiempo y lugar inusual y con efectos inusitados, ocurrieron en el mismo tiempo y modo predichos. Muchos de ellos se produjeron por orden de Moisés y cesaron por su oración, en un caso al tiempo fijado por faraón mismo. Los fenómenos puramente naturales, es claro, no ocurren bajo tales condiciones. Además, los fenómenos ordinarios, que eran bien conocidos por los egipcios, no hubiesen producido tan honda impresión en el faraón y su corte.

Bibliografía: VIGOUROUX, La Bible et les découv. mod., II (París, 1889), 285 ss.; HUMMELAUER, Com. sobre el Éxodo y Levítico (Paris, 1897), 83 ss.; SELBST, Handbuch zur biblisch. Geschichte (Friburgo, 1910), 405 ss.

Fuente: Bechtel, Florentine. «Plagues of Egypt.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/12143a.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina

Fuente: Enciclopedia Católica