JUAN EL BAUTISTA

El precursor inmediato de Jesús, enviado por Dios para preparar el camino para la venida del Mesí­as. Juan era de descendencia sacerdotal por el lado de ambos padres (Luk 1:5-25, Luk 1:56-58). Vivió como un nazareo en el desierto y fue lleno del Espí­ritu Santo desde su nacimiento (Luk 1:15).

Lucas fecha cuidadosamente su primera aparición pública (Luk 3:1-2), más o menos por el año 26 o 27 d. de J.C. Su ministerio inicial se llevó a cabo en el desierto de Judea y en el valle del Jordán. El tema principal de su predicación era que la venida de la edad mesiánica estaba cerca y la necesidad de una preparación espiritual adecuada para recibirla. Su misión era preparar a la gente para la venida de Mesí­as. El bautismo en agua que él administraba simbolizaba el apartarse de y ser limpio del pecado. Su bautismo preparaba a la gente para algo nuevo ya que los judí­os sólo bautizaban a los gentiles, pero Juan invitaba a los mismos judí­os para ser bautizados; y su bautismo era uno de agua únicamente como preparación para el bautismo mesiánico en el Espí­ritu largamente anticipado por los profetas.

Aunque Jesús y Juan era primos, parece ser que Juan no supo que Jesús era el Mesí­as hasta que vio al Espí­ritu Santo descender sobre él durante su bautismo (Joh 1:32-34). La capacitación que Juan proveyó a su discí­pulos incluyó la oración (Luk 11:1) y ayunos frecuentes (Mat 9:14), pero también debe haberles enseñado mucho en cuanto al Mesí­as y su obra. La lealtad de ellos para con Juan se manifiesta en su preocupación por la eclipsante popularidad de Jesús, su renuencia a abandonarlo en su encarcelamiento, el cuidado reverente que le dieron a su cuerpo después de su muerte y el hecho de que 20 años más tarde aún habí­a discí­pulos suyos, incluyendo a Apolos, el bien versado judí­o de Alejandrí­a en la lejana Efeso (Act 19:1-7). Jesús expresó su franco aprecio por Juan, declarando que habí­a sido más que un profeta, y que verdaderamente habí­a sido un mensajero de Dios enviado para prepararle el camino (Mat 11:10-19).

Los Evangelios dicen que Juan fue muerto a causa del deseo de venganza de Herodí­as, a quien Juan habí­a denunciado por su pecado de estar viviendo en adulterio con Herodes.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

tip, BIOG PROF HOMB HONT

ver, ELíAS, SANTIAGO, MARCOS

vet, (gr. «‘loannes», del heb. «Yõhãnãn»: «Jehová ha hecho gracia»). Precursor inmediato de Jesús, enviado para prepararle el camino. Su padre Zacarí­as y su madre Elisabet, descendientes ambos de Aarón, eran personas profundamente piadosas (Lc. 1:5). Elisabet era prima de la virgen Marí­a, que pertenecí­a a la tribu de Judá (Lc. 1:36). Los padres de Juan viví­an en una localidad de la zona montañosa de Judá (Lc. 1:39), quizá Jutah, o en la ciudad sacerdotal de Hebrón. Zacarí­as estaba cumpliendo su función sacerdotal quemando el incienso en el Templo de Jerusalén, cuando se le apareció el ángel Gabriel. Este le prometió un hijo, que se deberí­a llamar Juan, y que deberí­a ser criado como nazareo, a semejanza de Sansón y de Samuel. El ángel le anunció además que el niño serí­a lleno del Espí­ritu Santo desde su nacimiento, y que estaba llamado a preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto (Lc. 1:8-17). Juan nació el año 2 a.C. Pasó su juventud en la región desértica no lejos de su tierra natal, al oeste del mar Muerto (Lc. 1:80). En el año 29 d.C. se puso a predicar en el desierto, en los alrededores del Jordán. Se cree que Juan ejerció su ministerio en un año sabático (Lc. 3:1, 2). Su misión fue la de revelar al Mesí­as en la persona de Jesús (Jn. 1:15). Con un intenso fervor, predicó a las multitudes que le vení­an de todas partes. Los apremiaba a que se arrepintieran de inmediato, por cuanto el reino de los cielos se habí­a acercado. Muchos eran bautizados en el Jordán, después de haber confesado sus pecados. Por ello, Juan recibió el epí­teto de «el bautista», que desde entonces le ha distinguido de sus homónimos. Su bautismo de agua simbolizaba la purificación de los pecados; pero el profeta no creí­a que aquello fuera suficiente. Exhortaba a sus oyentes a que creyeran en Aquel que deberí­a venir tras él (Hch. 19:4). Se declaraba indigno de desatar la correa de sus sandalias, por cuanto el Cristo bautizarí­a a sus discí­pulos con Espí­ritu Santo y con fuego (Mt. 3:5-12). Aunque Juan se declaró inferior a Jesús, nuestro Señor quiso ser bautizado por él. Oponiéndose a ello desde el principio, el Bautista demostró que habí­a reconocido al Mesí­as en Jesús (Mt. 3:13-17). No ignoraba lo que Zacarí­as y Elisabet le habí­an dicho acerca de ello. La exactitud de sus relatos quedó plenamente confirmada cuando vio al Espí­ritu Santo descendiendo sobre Jesús al ser bautizado. Esta señal le autorizó a proclamar que Jesús era el Cristo (Jn. 1:32, 33). Malaquí­as habí­a profetizado que Elí­as vendrí­a antes del gran dí­a de Jehová, y que un precursor prepararí­a el camino del Señor (Mal. 4:5-6; 3:1). El ángel que habló a Zacarí­as le habí­a anunciado que su hijo irí­a «delante de El (el Señor) con el espí­ritu y el poder de Elí­as» (Lc. 1:17). Jesús mismo declaró que el ministerio de Juan el Bautista era un primer cumplimiento de la profecí­a de Malaquí­as (Mr. 9:11-13). Además, el Bautista precisó con claridad que él no era Elí­as (Jn. 1:21). Este último volverá, parece, como uno de los dos testigos de Ap. 11, inmediatamente antes de la gloriosa venida de Cristo (véase ELíAS). En cuanto a Juan el Bautista, en muchos puntos tení­a una gran semejanza con Elí­as: su vestimenta rústica, su comportamiento hacia los grandes de este mundo, y sobre todo su acción ante el pueblo para llevarlo a Dios mediante el arrepentimiento y una verdadera conversión. De Jesús dijo: «Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe», y constató, sin ningún tipo de celos, el cumplimiento de su predicción (Jn. 3:25-30). Su ministerio fue muy breve, pero gozó de una gran popularidad. Hacia el final del año 31 d.C., fiel a su misión, reprochó a Herodes el tetrarca el adulterio en que viví­a con la mujer de su hermano Felipe; Herodes hizo encarcelar al profeta (Lc. 3:19, 20). Angustiado, deseoso de saber qué giro iba a tomar la obra de Jesús, quizá sintiéndose abandonado en tanto que otros estaban siendo socorridos, Juan envió a dos de sus discí­pulos para inquirir de Jesús si El era el Mesí­as prometido. El Señor les respondió con una relación de sus obras. Cuando los dos discí­pulos se volví­an a Juan, Jesús pronunció delante de la multitud un magní­fico elogio de Juan el Bautista (Mt. 11:2-15). Aunque no habí­a hecho ningún milagro (Jn. 10:41), fue el más grande de los profetas, en el sentido de que tuvo el privilegio de preparar al pueblo para la venida del Cristo y de revelarlo como tal. Herodí­as, la princesa adúltera, tramó la muerte del profeta; persuadió a su hija, cuya danza habí­a hechizado a Herodes, que pidiera al tetrarca la cabeza de Juan el Bautista. Le fue concedido este deseo, y los discí­pulos de Juan se llevaron el cadáver decapitado de Juan para sepultarlo. Privados de su maestro, se acordaron del testimonio que Juan habí­a dado del Cordero de Dios, y siguieron a Jesús (Mt. 14:3-12; Mr. 6:16- 29; Lc. 3:19-20). Josefo atribuye la muerte del profeta a los celos de Herodes, porque Juan tení­a una gran influencia sobre el pueblo. Este historiador añade que el aniquilamiento del ejército de Herodes en su guerra contra Aretas fue generalmente considerado como un juicio enviado por Dios sobre el tetrarca a causa de la muerte de Juan. Josefo sitúa el encarcelamiento y la muerte del Bautista en la fortaleza de Maqueronte (Ant. 18:5, 2). Este lugar, llamado Maquera en la época de Herodes, recibe actualmente el nombre de Mekaur (Mukawer); se halla en las montañas, sobre la costa oriental del mar Muerto, a unos 8 Km. al norte del Arnón, en la cumbre de una altura en forma de cono que domina el mar Muerto a más de 11.000 m. de altura. Aún son bien visibles los vestigios de la antigua fortaleza. En el centro hay un profundo pozo y dos torreones; posiblemente uno de ellos fue donde Juan el Bautista estaba encerrado.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Precursor de Jesús y el más grande de los profetas y de los nacidos de mujer, según el testimonio de Jesús (Lc. 7.28)

Su nacimiento y su infancia quedan reflejados en Lucas 1 y 2. Y su actuación como precursor en los cuatro textos evangélicos: Mc. 1. 1-6; Mt. 3. 1-6; Lc. 3. 1-6; comienza en el desierto y termina en la prisión en la que fue decapitado. El contenido de su anuncio es claro: Jn 1. 19-28; Mt. 3. 7-20; Lc. 3. 7-9. Y sus referencias a Jesús lo son más: Mt. 3. 13-17; Lc. 3. 2-5; Jn. 1. 29-34.

La muerte sufrida por condenar el adulterio de Herodes (Mc. 6. 17-29 y Lc. 7. 18-30) serí­a el colofón de su breve paso por la tierra, cumpliendo la misión recibida de la Providencia.

La devoción de la Iglesia por esta figura bí­blica se mantuvo permanente y su dimensión cristocéntrica fue siempre singularmente emotiva y referencial para valores de fe, de penitencia, de conversión y de preparación para la llegada del Señor. Se puede mirar a Juan como el último de los grandes Profetas de Israel y el primero de los más fieles discí­pulos y apóstoles del Evangelio.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El hijo de Zacarías el sacerdote y de Elizabet (también de descendencia sacerdotal y parienta de María la madre de Jesús). Nacido en el territorio montañoso de Judea, habiendo sido predicho su nacimiento por un ángel (Lc. 1:11ss.), experimentó sus primeros años en el desierto de Judea (Lc. 1:80). Su ministerio público empezó en el décimo quinto año del reinado del emperador Tiberio (ca. 27 d.C.) cuando súbitamente apareció desde el desierto.

Los Evangelios consideran a Juan el cumplimiento de la expectación de Elias Redivivus, ya que tanto el anuncio del ángel (Lc. 1:17) como Jesús (Mr. 9:11–13) enseñaron explícitamente esto. Además, la vestidura de Juan de «piel de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos» (Mt. 3:4) era similar a la que usó Elías (2 R. 1:8). Aunque Juan mismo niega esta identificación (Jn. 1:21–25), admitiendo ser sólo la voz de Isaías que «clama en el desierto» (Jn. 1:23), es posible que lo que estaba haciendo era desesperanzar la creencia popular que Elias mismo resucitaría, aceptando sólo su espíritu y poder. Por cierto, ésta fue la promesa explícita del ángel.

El mensaje de Juan tuvo un doble énfasis: (1) la llegada inminente del reino mesiánico, y (2) la necesidad urgente de arrepentirse a fin de estar preparado para este evento (Mt. 3:2). En un modo verdaderamente profético, su concepto de la naturaleza del reino no era como el que el pueblo tenía, esto es, el de estar debidamente preparado para Cristo. Las multitudes esperaban que el «día de Jehová» fuese uno de felicidad para todo Israel, basando su esperanza en consideraciones raciales. Juan proclamó que el reino sería un gobierno de justicia, heredado sólo por aquellos que exhibiesen justicia por la forma en que viviesen. De esta forma, su mensaje estaba dirigido especialmente al judío, porque Dios iba a purgar Israel lo mismo que al mundo (Mt. 3:7–12). Cuando Jesús apareció en la escena, el papel de Juan como precursor fue consumado por su testimonio personal del hecho de que Jesús era el Mesías (Jn. 1:29).

El bautismo de Juan complementó su tarea preparatoria. En su sentido básico era un acto simbólico para la limpieza del pecado, y por eso era acompañado de arrepentimiento. Así, Mt. 3:6 dice: «y eran bautizados por él en el Jordán, confesando completamente (exomologoumenoi) sus pecados». Pero un su sentido pleno era un acto escatológico que preparaba a la persona para ser admitida en el reino mesiánico. Así, cuando los fariseos y saduceos vinieron para ser bautizados, Juan dijo, «¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?» (Mt. 3:7). La forma en que Josefo describe el Bautismo de Juan (Antigüedades xviii. 5.2) contradice esto, sugiriendo que su propósito era entregar purificación física que correspondiese al cambio interno ya efectuado. El trasfondo histórico del bautismo de Juan es probablemente el bautismo judío de prosélitos, con lo que Juan subrayaba el hecho de que tanto judíos como gentiles estaban inmundos ceremonialmente hasta donde tiene que ver el verdadero pueblo de Dios. El hecho de que Juan bautizara a Jesús (Mt. 3:13–15) no debe explicarse como una señal que Jesús necesitaba arrepentimiento, sino que más bien como que por este hecho Jesús se estaba identificando con la humanidad en la forma correcta de acercarse al reino de Dios.

Hace tiempo que se piensa que Juan estuvo en algún tiempo relacionado con los Esenios, dado a sus hábitos ascéticos y el lugar donde vivía, que estaba cerca de donde se estableció la secta. Gran posibilidad se le ha dado a esta opinión por el gran parecido que hay entre Juan y los Manuscritos del Mar Muerto (Qumrán), los que fueron producidos por una secta esenia que se estableció en la orilla noroeste del Mar Muerto. Esta conexión es, por cierto, posible, ya que tanto Juan como la secta residían en el desierto de Judea, ambos eran de carácter sacerdotal, ambos hicieron énfasis en el bautismo como señal de la limpieza interior, ambos eran ascetas, ambos pensaban en términos de juicio inminente, y ambos invocaron Isa. 40:3 como la autoridad para su misión en la vida. Pero aun cuando es posible que Juan fuese influenciado por la secta en la primera etapa de su vida, su ministerio fue mucho más grandioso. El papel de Juan fue esencialmente profético; la secta era esotérica. Juan hizo un llamado público de arrepentimiento; la secta se retiró al desierto. Juan proclamaba una exhibición de arrepentimiento en los asuntos de la vida diaria común; la secta requería sumisión a los rigores de su vida asceta. Juan introduce al Mesías; la secta todavía espera que se manifieste.

La causa de que Juan fuese muerto por decapitación fue que él denunció a Herodes Antipas por su matrimonio (Mt. 14:1–12). Josefo (loc. cit.) nos dice que esto se llevó a cabo en la fortaleza de Machaerus, cerca del Mar Muerto. Los mandeanos fueron influenciados por Juan, ya que él juega un largo papel en sus escritos. Esta conexión pudo haberse hecho mediante los discípulos de Juan, que por lo menos existieron veinticinco años después de la muerte de Juan (Hch. 18:25; 19:3).

BIBLIOGRAFÍA

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Robert B. Laurin

JewEnc Jewish Encyclopaedia

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

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Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (336). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Nació (ca. 7 a.C.) de una pareja ya entrada en años, el sacerdote Zacarías. y su esposa Elisabet, y se crió en el desierto de Judea (Lc. 1.80), donde recibió su llamamiento profético ca. 27 d.C. (Lc. 3.2). La teoría de que pasó ese período en el desierto en relación con la comunidad de Qumrán u otro grupo esenio similar debe tomarse con cuidado; aun si pudiéramos probarlo, fue un nuevo impulso lo que lo llevó a “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc. 1.17), y su ministerio profético debe de haber comprendido una ruptura con cualquier grupo esenio o similar con el que pudiera haberse relacionado anteriormente. Cuando el espíritu de profecía descendió sobre él rápidamente ganó fama como predicador que llamaba al arrepentimiento nacional. Multitudes acudieron a escucharlo, y muchos fueron bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados.

Su actitud hacia el orden establecido en Israel fue de una radical condena: “el hacha”, dijo, “está puesta a la raíz de los árboles” (Mr. 3.10; Lc. 3.9). Denunció a los jefes religiosos del pueblo como generación de víboras, y negó validez al simple hecho de descender de Abraham. Era necesario un nuevo comienzo; había llegado el momento de sacar de la nación en general un remanente leal que estuviera listo para la inminente llegada del que venía y del juicio que llevaría a cabo. Juan pensaba, y decía, de sí mismo, que era simplemente uno que había venido a preparar el camino de aquel que iba a llegar, y agregó que era indigno de llevar a cabo el más insignificante de los servicios. Mientras que el propio ministerio de Juan se caracterizó por el bautismo con agua, el del que vendría sería un bautismo con el Espíritu Santo y con fuego.

El que Juan trató de dar al remanente leal una existencia diferente y fácil de reconocer lo sugiere la expresión de Josefo (Ant. 18.117) de que Juan era “un buen hombre que instó a los judíos a practicar la virtud, a ser justos los unos con los otros, y piadosos para con Dios, y a unirse por medio del bautismo”; estas últimas palabras parecen incluir la formación de una comunidad religiosa a la que se entraba por el bautismo. Probablemente sea una evaluación precisa de la situación. Pero cuando Josefo continúa diciendo que Juan “enseñó que el bautismo era aceptable a Dios siempre que acudieran al mismo no para obtener la remisión de pecados sino la purificación del cuerpo, siempre que anteriormente el alma del cuerpo, siempre que anteriormente el alma hubiese sido purificada por la justicia”, difiere del relato neotestamentario. Los evangelistas dicen bien claramente que Juan predicaba un “bautismo de arrepentimiento para remisión de pecados”. Probablemente Josefo está transfiriendo al bautismo de Juan lo que sabía que era el significado del lavamiento entre los esenios; la Regla de la comunidad de Qumrán relata el significado de tales lavamientos en forma casi idéntica a la que emplea Josefo para el bautismo de Juan. Pero su bautismo como su predicación, bien puede haber significado un alejamiento de las creencias y prácticas de los esenios.

Entre los que acudían a Juan para bautizarse estaba Jesús, a quien Juan aparentemente recibió como aquel de quien había hablado, aunque posteriormente en la prisión tuvo dudas sobre su identidad, y debió ser reconfirmado en cuanto a que el ministerio de Jesús estaba marcado precisamente por las características que habían anticipado los profetas para la era de la restauración.

El ministerio de Juan no se limitó al valle del Jordán. La declaración en Jn. 3.23 de que dejó el valle de Jordán durante un tiempo y llevó a cabo una campaña bautismal en “Edon, junto a Salim”, donde había una abundancia de agua, tiene consecuencias que fácilmente se pasan por alto. W.F. Albright (The Archaelogy of Palestine, 1956, pp. 274) probablemente ha ubicado bien el lugar al SE de Nablús, cerca de las fuentes del uadi Farah, o sea en territorio que entonces pertenecía a Samaria. Esto podría explicar ciertos elementos de la religión samaritana reconocidos en los primeros siglos cristianos, pero también hace resaltar las palabras de Jesús a sus discípulos en Jn. 4.35–38 con respecto a la gente de esa misma zona, y que terminan con la declaración de que “otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores”. Las semillas de lo que cosecharon (Jn. 4.39, 41) habían sido plantadas por Juan.

Después de este período de ministerio en Samaria Juan debe haber regresado al territorio de Herodes Antipas (* Herodes, 3), probablemente a Perea. Antipas sospechaba que era el jefe de un movimiento masivo que podía haber tenido resultados impensados; también despertó su hostilidad, y aun más la de su segunda mujer, *Herodias, por la denuncia del profeta de que su matrimonio era ilícito. Por lo tanto, lo mandó a la prisión en la fortaleza de *Maqueronte, donde algunos meses más tarde lo hizo matar.

En el NT se presenta a Juan principalmente como el heraldo de Cristo. Su encarcelamiento fue una señal para el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea (Mr. 1.14s); su actividad bautismal sirvió de punto de partida para la predicación apostólica (Hch. 10.37; 13.24s; cf. 1.22 y Mr. 1.1–4). En opinión de Jesús fue el Elías prometido en Mal. 4.5s, que debía venir y completar su ministerio de restauración en vísperas del “grande y muy terrible día del Señor” (Mr. 9.13; Mt. 11.14 cf. Lc. 1.17). Jesús también lo consideró como el último y el más grande de los miembros de la sucesión profética: “la ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado” (Lc. 16.16). Por lo tanto, si bien nadie lo sobrepasó en estatura, fue (con respecto a privilegio) menos que el menor en el reino de Dios, y estuvo en el umbral del nuevo orden como su heraldo (en la misma forma en que Moisés había contemplado la tierra prometida desde el Pisga), sin entrar en ella. Sus discípulos mantuvieron la existencia corporativa del grupo por un tiempo considerable después de su muerte.

Bibliografía. J. Steinmann, San Juan Bautista y la espiritualidad del desierto, 1959; A. González-Lamadrid, “Juan el Bautista”, °EBDM, t(t). IV cols. 658–666.

C. H. Kraeling, John the Baptist, 1951; J. Steinmann, Saint John the Baptist and the Desert Tradition, 1958; A. S. Geyser, “The Youth of John the Baptist”, NovT 1, 1956, pp. 70ss. W. H. Brownlee, “John the Baptist in the New Light of Ancient Scrolls”, en The Scrolls and the New Testament, eds. K. Stendahl; 1958, pp. 33ss; C. H. H. Scobie, John the Baptist, 1964.

F.F.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico