Una expresión que se encuentra en el AT y Jesús la utilizó como una descripción de sí mismo en el NT. En heb., †œhijo de hombre† significa un hombre individual, un hombre del género humano (Num 23:19; Psa 8:4-5. †œAdán† es †œhumanidad†). Esta frase fue usada una vez por el Señor dirigiéndose a Daniel (Dan 8:17) y más de 80 veces dirigiéndose a Ezequiel. Probablemente, el Señor quiso enfatizarles a ellos que eran, después de todo, solamente hombres de la tierra, a pesar de tener el privilegio de recibir la palabra divina. En el Psa 80:17, el rey de Israel es llamado el hijo del hombre a quien Dios ha levantado para sí mismo.
Daniel usó esta frase para describir a un personaje a quien él vio en una visión de noche (Dan 7:13-14); está, por regla general, totalmente de acuerdo con los hechos el ver aquí a una profética figura mesiánica del Señor Jesucristo.
En las extrabíblicas Similitudes de Enoc, continuará la presentación del Hijo del Hombre en los términos encontrados en la profecía de Daniel.
Jesús se llamó a sí mismo Hijo de Hombre (82 veces en los Evangelios; ver también Act 7:56; Rev 1:13; Rev 14:14). El lo tomó de la profecía de Daniel, lo que tuvo que ser familiar para los judíos. Jesús, al asumir este título, le estaba diciendo a los judíos: †œYo soy el Hijo del hombre en esa profecía.† Jesús, desde luego, usó el título en una diversidad de contextos:
( 1 ) Como un sustituto para †œyo† (p. ej., Mat 11:19; Mat 16:13; Luk 9:58).
( 2 ) Cuando hacía sus declaraciones y pretensiones importantes (p. ej., Mat 20:28; Mar 10:45; Luk 9:56; Luk 11:30; Luk 19:10).
( 3 ) Una vez sin el artículo determinado (Joh 5:27). Por causa de su experiencia como hombre, viviendo entre hombres, él estuvo calificado para juzgar al hombre.
Ver también MESIAS.
( 4 ) Se ve en relación con su resurrección (Mat 17:9).
( 5 ) En relación al glorioso estado dentro del que él entraría como el exaltado Hijo de Hombre (Mat 19:28; Mat 24:30; Mat 26:64; Mar 13:26; Mar 14:62; Luk 17:26, Luk 17:30; Luk 22:69).
( 6 ) Se ve en relación con su regreso a la tierra en una manera gloriosa (Mat 24:27, Mat 24:30, Mat 24:44; Luk 17:24; Luk 18:8).
( 7 ) Se ve en relación con el desempeño de su papel en el juicio (Mat 13:41; Mat 25:31-32; Luk 9:56; Luk 21:36).
( 8 ) El más importante de todos, se ve en relación con su pasión y muerte violenta (Mat 17:12, Mat 17:22; Mat 26:2, Mat 26:24, Mat 26:45; Mar 9:12, Mar 9:31; Mar 10:33; Mar 14:21, Mar 14:41; Luk 9:44; Luk 18:31-32; Luk 22:22, Luk 22:48). Ver ADAN.
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
1. Judaismo
(-> apocalíptica). La construcción hijo de hombre empieza siendo una manera de hablar de los hombres, que no se definen por su esencia (alma* y cuerpo*), sino por su origen familiar y social, dentro de la propia historia: cada nuevo ser humano es «hijo de…» (ben, bar, ibn…) y de esa forma tiene un nombre. Por eso, cada hombre o mujer es un hijo de hombre. En un sentido especial, el término el hijo de hombre ha venido a presentarse como figura escatológica* de la humanidad, no sólo en 1 Hen, Dn 13 y 4 Esd, sino de un modo intenso en la tradición de los evangelios, donde el mismo Jesús aparece vinculado a la figura del «Hijo del Hombre», entendido como humanidad escatológica. Para el Nuevo Testamento el texto más significativo e influyente ha sido el de Daniel. También evocaremos el de 4 Esd, por la cercanía que muestra con el Nuevo Testamento. Dejamos a un lado el tema del Hijo del Hombre en el libro de las Parábolas de Henoc, porque los especialistas discuten aún sobre el tiempo de su surgimiento.
(1) El Hijo de Hombre en las nubes del cielo. Dn 7. La experiencia del «como Hijo de Hombre» de Dn 7,13 está incluida en la visión de las fieras: «Tuve una visión nocturna. Los cuatro vientos azotaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas. La primera era como un león con alas de águila. La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca. Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo. Después una cuarta fiera terrible, espantosa, fortísima. Tenía grandes dientes de hierro con los que comía y descuartizaba… Y tenía una boca que profería insolencias» (cf. Dn 7,2-8). Las fieras marcan el transcurso de la vida humana que ha perdido ya del todo su sentido. Las tres primeras representan los imperios antiguos de la tierra. Los babilonios son el león, los persas el oso, los macedonios el leopardo. En el momento en que escribe Daniel (en torno al 180-170 a.C.) ha surgido la cuarta y más terrible de todas las fieras en la que culmina la cuaternidad perversa. De los cuatro vientos malos de este cosmos provienen las cuatro bestias, que son una expresión de todo el mal del mundo. La perversión o idolatría se demuestra precisamente en el poder destructor de las bestias: conquistan, dominan y rompen todo, sin tener en cuenta la justicia ni la vida de los hombres. Pues bien, Dios viene a desvelarse frente a ellas como creador de humanidad, principio de vida y libertad. El vidente de Daniel 7 sabe que no puede oponerse con armas al poder de lo perverso. Sabe que no existe guerra santa como aquella que están iniciando en ese mismo tiempo los macabeos*. Los auténticos creyentes no tienen más salida que el sufrimiento y la esperanza. Sufren, pero en medio de su sufrimiento cuentan con un poder más alto: el poder de los sueños de Dios, su visión liberadora. Por eso, nuestro autor sigue mirando: «Después de eso colocaron unos tronos y un Anciano de Días se sentó. Su vestido era blanco como la nieve… Un torrente de fuego brotaba de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Seguí mirando y en visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un Hijo de Hombre que se acercaba al anciano… y le dieron poder real y dominio. Todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán. Su dominio es eterno, su reino no tiene fin» (cf. Dn 7,9-14). Así aparece el misterio de Dios, que actúa siempre en el fondo de la historia, aunque sólo ahora se manifiesta plenamente. Es el Dios del principio y del fin. Por eso se le llama Anciano de Días. Es Dios del cosmos, de forma que domina sobre el fuego y sobre los restantes símbolos de la realidad creada. Pero se desvela sobre todo como Dios de la historia. Por eso se enfrenta desde arriba a la idolatría de las bestias, ratificando el sentido y valor de los hombres fieles, representados por un como Hijo de Hombre. En el principio, Dios creó a los hombres como dueños de sí mismos, para realizarse en fraternidad sobre la historia. Pero la historia de los hombres se ha pervertido, condensada en la figura de las bestias. Por eso, la revelación de Dios para el vidente es como una nueva creación. Surge por fin la verdadera realidad humana, brota sobre el mundo el reino de los hombres.
(2) Interpretaciones del Hijo del Hombre de Dn 7. La figura del «como Hijo de Hombre» se ha podido interpretar desde diversas perspectivas simbólicas. (a) Podría haber en su fondo un «nuevo Dios». El Anciano de Días sería el Dios originario, el Dios «El» de los cananeos. El Hijo de Hombre ocuparía el lugar de Baal, Dios nuevo de la victoria sobre el caos. Estaríamos ante la readaptación israelita de un mito pagano. Esta escena evocaría la entronización del joven Dios triunfante, (b) Puede ser el Hombre originario. Otros piensan que en el fondo de esta figura hay un simbolismo que nos vincula con la nueva humanidad, presente más tarde en ciertos textos gnósticos. Hasta ahora no habría existido humanidad verdadera; Dios habría permitido que triunfaran/dominaran los perversos. Llega, por fin, el reino de lo humano, (c) También puede aludir a la «plenitud israelita». Frente a los reinos pervertidos, que culminan en el Cuerno de Insolencias (Antíoco Epífanes), se eleva, por gracia y designo de Dios, el reino de los Santos, es decir, de los israe litas que se han mantenido fieles en medio de la prueba, o de los pertenecientes al grupo apocalíptico de Daniel, (d) Juicio valorativo. Ninguna de las interpretaciones anteriores ha de verse de manera exclusivista. Puede estar en el fondo el recuerdo de un antiguo mito pagano, recreado de forma monoteísta, pero ahora el «como Hijo de Hombre» no es un Dios distinto al lado del Anciano de Días. El texto se puede interpretar de forma colectiva, aplicándolo al conjunto del pueblo israelita, como hace Dn 7,15-18. Pero pueden darse también otras interpretaciones: en la línea de las Parábolas de Henoc (1 Hen 37-71), que radicalizan el simbolismo y lo aplican al Henoc celeste (siglo I a.C.), o conforme a la tradición de Jesús, que lo historifica de forma pascual y lo aplica al Señor resucitado. Estamos ante una imagen poderosa que abre nuevos campos de experiencia. Este hombre que recibe dominio eterno y reino, este viviente que llega a la presencia del Anciano de Días, para actuar como delegado suyo sobre el mundo (en lugar de las fieras ya juzgadas e inicialmente destruidas), podrá entenderse como el pueblo israelita en su concreción histórica o como un tipo de humanidad celeste que debe revelarse (los cristianos dirán que es Jesucristo). Sea como fuere, este pasaje de Dn 7, leído en sí mismo o en su interpretación cristiana (cf. Mt 24,27-44; 25,31; 26,64 par), constituye uno de los textos primordiales de la revelación bíblica. Idolatría es el poder divinizado de este mundo. Dios auténtico es sólo aquel que nos ayuda a realizarnos verdaderamente como humanos, en libertad, en gracia, en esperanza.
(3) Cuarto Esdras. Este es un libro de gran densidad teológica, escrito después de la caída de Jerusalén (tras el 70 d.C.) por un autor judío de tendencia apocalíptica. Es un texto que ha sido recreado y transmitido por cristianos, a través de la traducción latina, conservada y editada en la Vulgata. Sin embargo, sus partes centrales pueden ser y son estrictamente judías. Lo más importante es que en ellas se define al Hijo del Hombre como Hijo de Dios, recuperando así, en clave apocalíptica, elementos del mesianismo judío que aparecen en los salmos. La escena es como sigue: el vidente mira y descubre en las nubes del cielo a un Hombre (ip- se homo) que vence a los enemigos que le atacaban y que después reúne en torno a sí a una multitud pacífica que le sigue (4 Esd 13,1-12). Se trata, evidentemente, del Mesías apocalíptico que aparece ya en la tradición de Daniel. La novedad es que Ese Hombre aparece ahora como Hijo: «Y cuando se realicen y sucedan estos signos que antes te he mostrado, se revelará mi Hijo [Filius meus] al que viste como varón que ascendía. Y cuando todas las gentes oigan su voz dejará cada uno su región y la guerra en que combatían unos contra otros, y se reunirán en una multitud innumerable, para venir y derrotarle [a mi Hijo], Pero él estará en pie sobre la cumbre del monte Sión… y mi Hijo echará en cara a las gentes sus impiedades… y destruirá a las gentes sin fatiga… Y la otra multitud que viste acercándose a él son las nueve tribus que fueron exiliadas en tiempos de Josías…» (4 Esd 13,32-39). Se ha dicho, con cierta frecuencia, que este pasaje puede ser una interpolación cristiana, porque ha entendido al portador de salvación apocalíptica como Hijo de Dios, pero esta interpretación resulta innecesaria, pues el Mesías de David aparece en diversos lugares del judaismo como Hijo de Dios.
Cf. F. H. Borsch, The son of Man in Myth and History, SCM, Londres 1967; T. W. Manson, «The son of man in Daniel, Enoch and the Gospels», en Studies in the gospels and epistles, Westminster, Filadelfia 1962; S. Mowinckel, El que ha de venir. Mesianismo y Mesías, Fax, Madrid 1975, 376-490.
HIJO DE HOMBRE
2.Nuevo Testamento
(Hijo de Dios, Mesías). El Evangelio ha vinculado a Jesús con un Hijo de Hombre (o Hijo del Humano). Muchos han pensado que ese símbolo (o título) de tipo apocalíptico es contrario al Evangelio: aludiría a un personaje sobrenatural, venido de arriba (desde fuera) para imponerse sobre el mundo. Jesús habría anunciado un Reino de tipo existencial (de fidelidad personal); sólo la Iglesia hablaría del Hijo de humano.
(1) Tres contextos. La temática del Hijo de Hombre resulta compleja y todo nos permite suponer que Jesús mismo ha empleado este símbolo al hablar de su misión y lo ha podido hacer en tres contextos: (a) Jesús se presenta co- tno Hijo de Hombre para destacar su condición humana. Dentro de un mundo y contexto lleno de agentes sobrenaturales (ángeles, profetas que reviven) o de títulos de honor (sacerdotes, hijos de grandes familias, rabinos…), no ha buscado más grandeza, ni excelencia o título que ser hombre (hijo de humano). Esta es su condición, su autoridad, su signo distintivo: un ser humano, simple mortal que come y bebe (Mt 11,19; Lc 7,34), caminando como huésped y peregrino sobre un mundo donde no tiene propiedad ni capital ni una piedra propia donde reclinar la cabeza (Mt 8,20; Lc 9,58). Por eso no puede apelar a los honores que definen la cultura de su tiempo, ni a la seguridad y poder que afirma y enraíza al hombre sobre el mundo, como los reyes o grandes de la tierra. En este contexto se puede afirmar que no tiene más padre ni madre que la humanidad. Pero, al mismo tiempo, por la paradoja suprema de la creación, él proviene de Dios y ejerce la autoridad suprema de lo humano: perdona los pecados, sin necesidad de sacerdocio o templo (Mc 2,10); es mayor que el sábado (Mc 2,28)… Al presentarse así, no ha querido separarse de otros (varones o mujeres), sino incluirse entre ellos, descubriendo y resaltando su dignidad. (b) Al llamarse Hijo de Hombre, Jesús ha puesto de relieve su condición de servidor sufriente. La tradición hablaba de un Hijo de Hombre futuro, que vendrá en gloria y recibirá el dominio sobre las naciones, de forma que todas deberán obedecerle (cf. Dn 7,27). Pues bien, en contra de eso, Jesús se ha presentado como Hijo de Hombre que vive a favor de los demás, en gesto gratuito de regalo (él mismo da su vida) y de forma dolorosa de pasión, pues se la quitan y le matan (cf. Mc 10,45; Mt 20,28). En este contexto, desarrollando una intuición histórica fundamental, la tradición de Marcos ha recogido tres pasajes principales donde Jesús se presenta como Hijo de Hombre que será entregado por el Reino: no ha venido a matar ni a conquistar por la fuerza a los demás, sino a dejarse matar por los violentos, mostrando así el rostro poderosamente débil de Dios, que funda la creación sobre su propia entrega y sufrimiento, abriendo un camino de resurrección (cf. Mc 8,31; 9,31; 10,3234 par), (c) Jesús habría anunciado la venida de un Hijo de Hombre glorioso, en la línea de las tradiciones dominantes de Dn 7, de 1 Henoc 37-72 y de 4 Esdras 14. Sólo partiendo de los datos anteriores (es un simple ser humano que entrega la vida por el Reino) ha podido anunciar la llegada del Hombre completo, que alcanza en la tierra su plenitud humana (hoy se diría su utopía), viniendo, al mismo tiempo, del cielo, como don de Dios. Dentro de la tradición israelita, ese signo quedaba indeterminado, conforme a su propia dinámica interior, de manera que podía recibir rasgos distintos: Dn 7 lo identificaba con la culminación del pueblo de Israel; 1 Henoc 37-72 lo entiende como personaje sobrehumano, que vive escondido en su altura y bajará en su día a realizar la obra final; 4 Esd 14 lo presenta como gran guerrero de la lucha final de la historia. Jesús lo ha visto como el Hombre nuevo, aquel en quien culmina la obra creadora de Dios, toda la historia de la tierra, conforme a su propio anuncio de Reino.
(2) Jesús y el Hijo del Hombre. Muchos han pensado que los textos más antiguos son los que anuncian la venida y la obra final del Hijo del Hombre en el juicio (grupo c). Los que describen su pasión (grupo a) serían profecías ex eventu. Los que evocan su poder (grupo a) aplicarían a la vida humana su función escatológica. Pero es muy posible que las cosas sean más complejas y que el mismo Jesús haya vinculado simbólicamente los diversos planos. Ciertamente, Jesús fue un profeta que anunciaba la llegada del Reino y que se presentaba a sí mismo simplemente como un hombre (en la línea de los textos del grupo a). Desde una perspectiva apocalíptica judía, él podía anunciar la llegada de un hombre nuevo, un Hijo del Hombre que vendrá en las nubes para realizar su acción liberadora. En medio de todo eso se ha situado su camino de muerte y es muy probable que Jesús no haya vinculado de un modo más estricto los rasgos y momentos de ese simbolismo del hombre que viene. Eso lo ha hecho la Iglesia, que ha identificado a Jesús con el hombre sufriente (grupo b) y con el hombre escatológico (grupo c). Desde ahora, la figura del Hijo del Hombre remite siempre a Jesús de Galilea. Esta es la novedad y/o paradoja cristiana: Dios no se revela por ninguna idea o ley, símbolo o na ción (como podía suceder en el judaismo), sino en la vida y mensaje de un humano, dentro de la historia. Cuando Dios se expresa totalmente no surge un ángel o monstruo, un héroe mitológico o un soldado vengador, sino un ser humano: Jesús de Galilea. Lógicamente, dentro de la Iglesia, el signo apocalíptico del Hijo del Humano se aplica pronto a los momentos principales de Jesús: muerte/resurrección (textos grupo b) y función liberadora (textos grupo a). Habiendo dado su vida por los otros, Jesús puede aparecer en cierto estrato de la tradición cristiana como preexistente, vinculando así principio y meta de la creación de Dios, como ha visto Pablo, cuando interpreta a Jesús como el humano, relacionándolo con el Adam primero y último (cf. 1 Cor 15,42-48; Rom 5), en una línea que Filón Alejandrino había explorado en perspectiva helenista.
(3) Interpretaciones. Los diversos intentos de interpretar el sentido histórico y teológico de Jesús como Hijo del Hombre constituyen uno de los capítulos más impresionantes de la exégesis del siglo XX. (a) Postura clásica (protestantismo ortodoxo). Los autores de tipo más tradicional piensan que Jesús se interpretó a sí mismo como Hijo del Hombre, uniendo en su vida los rasgos gloriosos del Hombre de Dn 7 con los rasgos dolientes del Siervo de Yahvé del Segundo Isaías. Oponiéndose a las identificaciones políticas de quienes empleaban la violencia para preparar la llegada del reino de Dios, Jesús asumió el camino del Siervo, vinculando en su propia vida los rasgos de gloria y sufrimiento del Hijo del Hombre, que en el fondo es el mismo Hijo de Dios. Eso significa que Jesús ha sido Siervo (Hijo de Hombre sufriente) para poder convertirse en Hijo del Humano, Hombre glorioso, que vendrá al final en las nubes del cielo, ofreciendo salvación a sus seguidores, conforme a la visión de Dn 7. (b) Postura crítica (protestantismo liberal): Muchos estudiosos de la historia de las formas, sobre todo en la línea de R. Bultmann, piensan que Jesús no ha tenido conciencia rnesiánica clara y entienden los textos que así lo suponen como reflexión teológica de la comunidad cristiana. La misión de Jesús habría sido proclamar el Reino y suscitar la paz entre los hombres, sin identificarse con la figura mitológicoteológica del Hijo de Hombre (cosa que hará la comunidad pospascual). En esta perspectiva pueden distinguirse dos líneas: una, de tipo más «mitológico», afirma que Jesús anunció de hecho la llegada de un Hijo de Hombre celeste, que resolvería todos los problemas actuales del mundo; otra línea, de tipo más radical, afirma que Jesús no habló nunca del Hijo del Hombre, sino sólo del Reino que llega, es decir, de la nueva humanidad. Por eso, todos los textos que presentan al Hijo del Hombre son recreaciones mitológicas de la Iglesia, que ha situado el mensaje existencial de Jesús en el contexto apocalíptico de su tiempo, reelaborando así las figuras y símbolos de Dn 7,1, 1 Hen 37-71 y 4 Esd 13. (c) Lectura crítica. La última de las posturas que hemos destacado es la más sugerente. Según ella, Jesús fue un maestro de sabiduría divina, portador del reino de Dios, promotor de humanidad, profeta donde viene a culminar el conocimiento de la historia. Su misión de Reino le ha ocupado de manera que no ha tenido tiempo ni lugar psicológico para ocuparse de su identidad personal. Ha estado lleno de Dios, ha querido ayudar a los hombres, de tal forma que no ha podido ni querido evocar signos mitológicos. Jesús habría sido, según eso, el primer ilustrado existencial de la historia de Occidente, promotor de una sabiduría perfecta, centrada en el misterio de Dios y la libertad humana. No se ocupó de sí mismo, ni quiso definir su función; se ocupó de Dios y del bien de los hombres. Conforme a esta visión, Jesús ha sido sólo un mensajero del Reino, voz que anuncia el don de Dios sobre la tierra. No se identificó con ninguna tradición escatológica judía, sino que ha sido simplemente un ser humano que pone su palabra y vida al servicio del reino de Dios. Esta visión resulta sugerente, pero no estamos seguros de sus presupuestos: nos parece que Jesús ha podido ser y ha sido, al mismo tiempo, maestro de sabiduría y profeta escatológico, vinculando en su mensaje misterio del Reino e Hijo del Humano. Por otro lado, el hecho de centrarse en Dios y los hombres no impide que él se haya ocupado de sí mismo, sino todo lo contrario; parece lógico que haya interpretado su función a la luz del don de Dios para los humanos. Así queda abierto el tema, del que se están ocupando ac tualmente los exegetas comprometidos con búsqueda del Jesús* histórico.
Cf. M. HOOKER, The Son of Man in Mark, SPCK, Londres 1967; B. LINDARS, Jesus, Son ofMan, SPCK, Londres 1983; J. MATEOS y F. CAMACHO, El hijo del Hombre, El Almendro, Córdoba 1996; X. PIKAZA, Este es el Elombre. Cristología bíblica, Sec. Trinitario, Salamanca í997; La nueva figura de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra
En el Antiguo Testamento de los Setenta, «hijo de hombre» aparece siempre traducido sin el artículo como el griego uios anthropou.
1. Es usado como un sinónimo poético para hombre, o para el hombre ideal, por ejemplo, «No es Dios un hombre, para mentir, ni hijo de hombre, para volverse atrás» (Núm. 23,19). «Bendito el hombre que esto hace y el hijo de hombre que a esto se agarra» (Isaías 56,2). «Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra, y sobre el hijo de hombre que para ti fortaleciste.” (Sal. 80(79),18).
2. Dios se dirige al profeta Ezequiel como “hijo de hombre” más de noventa veces, por ejemplo, “Hijo de hombre, pone en pie, que voy a hablarte (Ez. 2,1). Este uso está reservado a Ezequiel, excepto un pasaje de Daniel en donde Gabriel dice: «Hijo de hombre, entiende, la visión se refiere al tiempo del fin.» (Dan. 8,17).
3. En la gran visión de Daniel después de la aparición de las cuatro bestias, leemos: :»Yo seguía contemplando en las visiones de la noche; y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de Hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.” (Dan. 7,13-14).
Muchos no católicos consideran a la persona que aparece aquí como hijo de hombre como un representante del reino mesiánico, pero no hay nada que evite tomar el pasaje para representar, no solo el reino mesiánico, sino el rey mesiánico par excellence. En la explicación, versículo 17, las cuatro bestias son «cuatro reyes» (Versión Revisada), no «cuatro reinos», como traduce la Biblia de Douay, aunque también parecen significar cuatro reinos, pues las características de los reinos orientales se identificaban con las de sus reyes. De forma que cuando se dice en el versículo 18: «Los que han de recibir el reino son los santos del Altísimo, que poseerán el reino eternamente, por los siglos de los siglos», aquí no se excluye más al rey que en el caso de las cuatro bestias. El «hijo de hombre», tal como aparece aquí, muy temprano fue considerado como el Mesías, en el Libro de Henoc, donde la expresión se usa casi como un título mesiánico, aunque hay una buena cantidad de Drummond en el argumento de que incluso en este caso no se utilizó como un mesiánico título a pesar de que se entendía del Mesías. Se debe añadir que en tiempo de Cristo no fue muy extensamente, si no en absoluto, conocido como un título mesiánico.
El uso de la expresión en los Evangelios es muy notable. Se usa para designar a Jesucristo no menos de ochenta y una veces—treinta veces en San Mateo, catorce veces en San Marcos, veinticinco veces en San Lucas y doce veces en San Juan. A diferencia de los Setenta, aparece en todas partes con el artículo, como o uios tou anthropou. Los estudiosos griegos concuerdan en que la traducción correcta es «el hijo de hombre», no «el hijo del hombre». La posible ambigüedad puede ser una de las razones de por qué nunca o rara vez lo encontramos en los primeros Padres griegos como un título para Cristo. Pero lo más notable en relación con «el Hijo de Hombre» es que solo es pronunciado por boca de Cristo. Nunca fue usado por los discípulos o por los evangelistas, ni por los primeros autores cristianos. Solo lo encontramos una vez en los Hechos, cuando San Esteban exclama: «Veo los cielos abiertos, y al Hijo de Hombre de pie a la derecha de Dios» (7,55). El incidente completo prueba que ésta era una expresión bien conocida por los discípulos de Cristo. Aunque fue tan frecuentemente empleada por Cristo, los discípulos prefirieron algún título más honorífico, y no lo encontramos en absoluto ni en San Pablo ni en las otras Epístolas. San Pablo quizás usa algo como un equivalente cuando llama a Cristo el segundo o último Adán. Los autores de las Epístolas, sin embargo, probablemente desearon evitar la ambigüedad griega aludida.
La expresión es de Cristo, a pesar de los fútiles intentos de algunos racionalistas alemanes y de otros para mostrar que Él no la pudo haber usado. No fue inventada por los autores de los Evangelios, para los cuales no parecía ser un título favorito, pues ellos mismos nunca lo usaron para referirse a Cristo. No provino de ellos a partir de lo que se afirma fue una falsa interpretación de Daniel, puesto que aparece en las primeras manifestaciones del ministerio público, donde no hay referencia a Daniel. La objeción de que Cristo no la pudo haber usado en arameo porque la única expresión similar era bar-nasha, que entonces sólo significaba «hombre»—habiendo perdido bar en aquel tiempo su significado de «hijo»—no es de mucho peso. Se conoce muy poco del arameo hablado en Palestina en tiempos de Cristo, y, como Drumond señala, la palabra podía tener un significado especial por el énfasis con que era pronunciada, incluso si bar-nasha había perdido su significado primario en Palestina, lo cual no se ha probado definitivamente. Como muestra el mismo autor, había otras expresiones en arameo que Cristo podía haber empleado con el mismo fin, y Sanday sugiere que ocasionalmente Él pudo haber hablado en griego.
Los primeros Padres opinaban que la expresión era usada por humildad y para mostrar la naturaleza humana de Cristo, lo cual es muy probable, considerando la temprana aparición del docetismo. Esta es también la opinión de Cornelius a Lapide. Otros, como Knabenbauer, piensan que Él adoptó un título que no hiciese sombra a sus enemigos, y que con el correr del tiempo pasase, fuese capaz de ser aplicado para cubrir sus reclamos mesiánicos—para incluir todo lo que había sido predicho del hombre representativo, el segundo Adán, el siervo sufriente de Yahveh, el rey mesiánico.
Bibliografía: Jésus Messie et Fils de Dieu (París, 1906); ROSE, Studies on the Gospels (Londres, 1903), DRUMMOND, The Jour. of Theol. Studies, Il (1901), 350, 539; HARTL, Anfang und Ende des Titels «Menchensohn» in Bibl. Zeitschrift (Friburgo, 1909), 342.
Fuente: Aherne, Cornelius. «Son of Man.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912.
http://www.newadvent.org/cathen/14144a.htm
Traducido al español por Antonio Ramírez Climent. L H M.
Fuente: Enciclopedia Católica