CUERPO DE CRISTO

Dentro del NT puede entenderse en tres formas:
1. Como el cuerpo natural y humano de Jesús que el Hijo eterno hizo suyo en el vientre de Marí­a y en el cual él murió en el Calvario (Heb 10:10). Este cuerpo fue transformado en un cuerpo espiritual en la resurrección y luego llevado al cielo en la ascensión.
2. Como el pueblo de Dios, la iglesia (local y universal), gobernada y sustentada por Cristo quien es la cabeza (Rom 12:5; Eph 4:12; Eph 5:23).
3. Como el pan que simbólicamente representa el cuerpo de Jesús en la cena del Señor (Mat 26:26).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Cuando resucitó, el Señor dijo a sus discí­pulos: †œPalpad, y ved; porque un espí­ritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo† (Luc 24:39). Pablo dice que †œgrande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne† (1Ti 3:16). De manera que el Señor Jesús tení­a un c. humano real, sujeto al espacio y al tiempo. Esto es sumamente importante para la doctrina de la †¢expiación, pues †œsomos santificados mediante la ofrenda del c. de Jesucristo hecha una vez para siempre† (Heb 10:10). Un †¢gnosticismo incipiente se infiltró en muchos cí­rculos cristianos en el siglo I, enseñando un dualismo en el cual sólo lo espiritual era bueno y todo lo material era malo. Decí­an que lo que se hací­a con el cuerpo era esencialmente negativo o no tení­a importancia. Por eso los apóstoles tuvieron que enfatizar la doctrina de la †¢encarnación, para proclamar que †œJesucristo ha venido en carne† (2Jn 1:7).

El NT enseña, además, que la †¢Iglesia es el c. de C., ya que el Espí­ritu Santo habita personalmente en cada creyente y, por lo tanto, en el conjunto de éstos. Cada individuo que forma parte de la Iglesia es considerado como uno de los miembros de un cuerpo, dependiendo los unos de los otros para poder llevar a cabo su función particular, pero dirigidos todos por una sola cabeza, Jesucristo. Pablo preguntaba a los corintios: †œ¿No sabéis que vuestros c. son miembros de Cristo? … ¿O ignoráis que vuestro c. es templo del Espí­ritu Santo?….† (1Co 6:15, 1Co 6:19). †œPorque somos miembros de su c., de su carne y de sus huesos† (Efe 5:30). Es así­ que formamos parte de †œla iglesia, la cual es su c., y él es su Salvador† (Efe 5:23). El entender esta verdad debe conducirnos a una apreciación de la unidad del c. de C. y a su búsqueda en el campo de la práctica, †œporque de la manera que en un c. tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así­ nosotros, siendo muchos, somos un c. en Cristo, y todos miembros los unos de los otros† (Rom 12:4-5).
frase †œc. mí­stico de Cristo†, referente a la iglesia, no aparece en la Biblia. Es una denominación que utilizan los cristianos para referirse a que ellos, con sus c., la forman. Pero esta frase no puede decirlo todo al respecto. El carácter de misterio de estas enseñanzas no debe conducirnos a pensar que se trata de simples metáforas. Se trata de un hecho, una realidad en la esfera de lo divino, donde las leyes del espacio y el tiempo no se aplican. †¢Encarnación.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

DicEc
 
El tema paulino del cuerpo de Cristo es central en la eclesiologí­a, y sigue conservando su importancia después del Vaticano II, aunque desplazado en la mente de mucha gente por la concepción de la Iglesia como >pueblo de Dios. La publicación en 1943 de la encí­clica >Mystici corporis fue un acontecimiento de capital importancia en la historia de la eclesiologí­a, marcando una etapa en un proceso que se desarrollaba desde hací­a un siglo. El redescubrimiento del tema del cuerpo de Cristo se remonta a >Móhler y posteriormente a la >Escuela romana y a > Scheeben. Móhler acudió a los Padres, especialmente los griegos, para encontrar en ellos la fundamentación de su visión de la Iglesia como prolongación de la encarnación: «La Iglesia es el cuerpo del Señor; y lo es en su universalidad, su forma visible, su humanidad continuamente renovada, su eterna revelación». A la Escuela romana, concretamente a C. Schrader, le debemos el borrador de un documento sobre la Iglesia preparado para el Vaticano I, pero que nunca llegó a discutirse, en el que destaca la doctrina del cuerpo de Cristo. A finales ya del siglo León XIII habló del cuerpo mí­stico en las encí­clicas Satis cognitum (1896) y Divinum illud (1897). Después de la I Guerra mundial fue cada vez mayor el interés de los teólogos por la idea del cuerpo de Cristo. Hay que destacar a algunos de los autores más influyentes. La primera obra importante de E. Mersch (1890-1940), Le corps mystique du Christ (1933), fue un estudio histórico, en las Escrituras y en los Padres, sobre el cuerpo mí­stico, del cual concluye: «El mismo carácter de la doctrina la convierte en el centro de resistencia frente al error y en el corazón de la enseñanza positiva de la Iglesia», y, «dado que es inseparable del dogma de la cristologí­a, la doctrina del cuerpo mí­stico pertenece a la verdad central del cristianismo». Después, en 1934, publicó un artí­culo que serí­a muy influyente, en el que manifestaba su convicción de que el cuerpo mí­stico constituí­a el centro de toda teologí­a. Su estudio sintético sobre la doctrina del cuerpo de Cristo fue publicado póstumamente. Mientras que la visión de Mersch puede resumirse en la expresión agustiniana «el Cristo total», que subraya ante todo la interioridad de los dones presentes en el Cuerpo, otros, como R. > Guardini y K. > Adam, acentuaron también las dimensiones personalistas y comunitarias de la doctrina: la Iglesia es una comunidad orgánica, porque «los «muchos», la suma total de todos los que han sido redimidos en Cristo, son, en su mutua relación interna, en su interrelación y correlación, en su comunión orgánica, objetiva y finalmente el cuerpo de Cristo». E. Przywara trató de encontrar un punto medio entre dos desarrollos defectuosos: por un lado, el énfasis excesivo en la noción de «mí­stico», que podí­a confundir lo divino y lo humano, o conducir al quietismo; y por otro, la tendencia, de la que M. D. Koster (>Pueblo de Dios) serí­a un ejemplo, a rechazar el concepto del cuerpo de Cristo.

El autor más importante del perí­odo entre 1930 y 1950 habrí­a de ser S. >Tromp, responsable principal del contenido de la encí­clica Mystici corporis, de 1943. La encí­clica es hoy recordada sobre todo, de manera injusta, por aquellas posiciones de las que el Vaticano II habrí­a de distanciarse. El papa identificaba el cuerpo mí­stico con la Iglesia católica romana: «Para describir la verdadera Iglesia de Cristo que es la santa Iglesia católica, apostólica y romana, no hay nombre más noble, ni más excelso, ni más divino, que el de «cuerpo mí­stico de Jesucristo»». De ahí­ que, en relación con la >pertenencia a la Iglesia, la unidad visible se considerase como un requisito previo, y que los demás sólo estuvieran orientados a la Iglesia por cierto anhelo y deseo inconsciente (quodam desiderio ac voto). El papa repitió esta idea unos años más tarde en la Humani generis: «Que el cuerpo mí­stico de Cristo y la Iglesia católica en comunión con Roma son una y la misma cosa es una doctrina basada en la verdad revelada». Luego la encí­clica, como habí­a hecho Tromp, trató de integrar la eclesiologí­a de la >sociedad perfecta con las tradiciones bí­blicas y patrí­sticas. Estas cuestiones fueron calurosamente debatidas a lo largo de las décadas siguientes, así­ como el sentido del adjetivo «mí­stico» aplicado a la Iglesia. Pablo no usa el término. De hecho, hasta la Edad media el «cuerpo mí­stico de Cristo» era la eucaristí­a, mientras que la Iglesia era simplemente el cuerpo, o el cuerpo real, produciéndose el cambio de terminologí­a por la controversia con Berengario de Tours (+ 1088) sobre la presencia eucarí­stica. Santo Tomás dice que Cristo y la Iglesia forman una persona mí­stica. A partir del siglo XIX la palabra «mí­stico» empieza a usarse con diversas significaciones, algunas de ellas, particularmente en el perí­odo de entreguerras, evidentemente exageradas. Pí­o XII explicó la palabra diciendo que distinguí­a la Iglesia del cuerpo fí­sico de Cristo glorificado, e indicaba que la Iglesia no era una unión puramente moral o jurí­dica. Pero después de 1943 algunos teólogos se preguntaron si la de cuerpo mí­stico de Cristo era una buena definición de la Iglesia, y a menudo entendieron la palabra «mí­stico» en un sentido también sacramental.

El primer esquema preparado para el Vaticano II, Aeternus Unigeniti Pater, estaba muy en la lí­nea de la encí­clica de 1943. Pero el texto final de LG 7 es mucho más [sobrio puesto que expone en sí­ntesis los fundamentos de la noción paulina de Cuerpo de Cristo y, por otro lado, renuncia al desarrollo sistemático y conceptual propio de la encí­clica, y por esto se centra más en la teologí­a del Nuevo Testamento sobre el cuerpo]. El Vaticano II no sigue a Agustí­n y algunos exegetas modernos ven el origen de la idea del cuerpo de Cristo en la experiencia de la conversión de Pablo en el camino de Damasco (He 9,5). Parte más bien de los textos de Gál 6,15 y 2Cor 5,17 sobre la nueva creación a través de la muerte de Cristo y la comunicación a nosotros de su Espí­ritu. Los dos parágrafos siguientes tratan de dicha doctrina tal como aparece en 1 Corintios y Romanos. Se han hecho muchas sugerencias acerca del origen de la noción del cuerpo de Cristo. En ICor 12,14-26, Pablo no parece ir más allá de la alegorí­a del cuerpo humano en la descripción del orden social tal como aparece, por ejemplo, en Menenio Agripa. Pero los versí­culos 12 y 27 muestran que Pablo ha reflexionado ya profundamente sobre la relación de la comunidad corintia con Cristo. Antes en la carta argumenta sobre la ilegitimidad de la prostitución, por ser miembros de Cristo en el Espí­ritu (cf lCor 6,15-17, y especialmente v. 17, donde el paralelismo con el v. 16 podrí­a hacernos esperar «un cuerpo», y sin embargo dice «un espí­ritu»). En lCor 10,16-17 Pablo muestra su empeño en que los cristianos se abstengan de participar en comidas ligadas a ritos paganos. Afirma que la participación en la única comida eucarí­stica y, por consiguiente, en el cuerpo de Cristo, conduce a la unidad en el único cuerpo de Cristo. Los textos gnósticos son de fecha incierta, por lo que no es posible determinar la influencia directa de estos sobre Pablo. Tenemos pues cuatro indicaciones principales acerca del origen del cuerpo de Cristo en Pablo: primero, una metáfora social griega, que ha trascendido ya en lCor; segundo, su reflexión sobre la eucaristí­a; tercero, reflexiones judí­as sobre Adán, en las que se incluye a toda la raza humana, punto que, sin embargo, es difí­cil de establecer; cuarto y más probable, su doctrina acerca del estar «en Cristo» (en Christó) del cristiano. En estos textos, y en Rom 12,5, citado también en LG 7, la visión de Pablo parece no ir más allá de la comunidad local.

Con las epí­stolas de la cautividad, Colosenses y Efesios, a partir de las cuales avanza la exposición de LG 7, la visión se amplí­a en tres sentidos. La Iglesia ahora no es la comunidad local, sino toda la Iglesia. En segundo lugar, Cristo es la cabeza de la Iglesia: «El es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,18; cf Ef 1,22). La cabeza tiene dos significados: significa la autoridad (Ef 5,23-24; Col 2,10) y, por otro lado, en la medicina griega la cabeza era la fuente del flujo vital (Col 2,19; Ef 4,15-16). El tercer desarrollo es la afirmación de que en Cristo reside la plenitud (pléroma) (Col 2,9; Ef 1,22-23; 3,19; 4,12-13). P. Benoit afirma que en Col el autor lo que pretende es mostrar que Cristo está por encima de todos los seres. Dado que también se incluí­a a los seres espirituales, la noción de cabeza del cuerpo no habrí­a sido apropiada. En Ef la noción se hace más plenamente cósmica. El origen del concepto hay que buscarlo probablemente más en la sabidurí­a del Antiguo Testamento que en fuentes gnósticas. Por último, en LG 6 hay textos que pueden aproximarse al cuerpo de Cristo de LG 7: la viña (Jn 15,1-5), la morada de Dios (Ef 2,19.22), las piedras vivas (lPe 2,5) a lo que habrí­a que añadir los textos en los que Jesús asimila consigo a sus discí­pulos (cf Mt 10,40; 25,40).

Queda en pie una cuestión de gran dificultad, en relación con la cual los autores difieren enormemente: ¿cuál es el significado de la expresión «cuerpo de Cristo» tal como se usa en las Escrituras, la tradición y el magisterio? Los estudiosos hablan de alegorí­a, metáfora, sí­mbolo, unión moral, realismo, etc. Es menester siempre respetar la distinción entre el cuerpo fí­sico resucitado de Cristo y su cuerpo eclesial. Al incluir al menos veinte temas eclesiológicos dentro de un marco amplio, puede decirse que LG 7 constituye una aproximación. El cuerpo de Cristo apunta a una realidad que sólo puede ser un conjunto de relaciones resultado de la redención de Cristo y de su enví­o del Espí­ritu. Estas relaciones se expresan en la vida sacramental y en otras actividades de la Iglesia. La Iglesia está í­ntimamente vinculada a Cristo y vive en él a través del Espí­ritu, y debe aproximarse cada vez más a su cabeza sometiéndose a ella en una relación esponsal. Por medio de Cristo, todos los miembros de la Iglesia están vinculados unos a otros. El Espí­ritu Santo se dice que vivifica al cuerpo de un modo comparable a como el alma vivifica el cuerpo humano. Hubo en el concilio cierta oposición a la idea de que el Espí­ritu es el «alma» del cuerpo mí­stico: no está en la Escritura; podrí­a conducir a un monofisismo eclesiástico, sugiriendo una unión sustancial entre el Espí­ritu y la Iglesia; se podrí­a temer también un apolinarismo eclesiástico, en el sentido de que si el Espí­ritu es el alma de la Iglesia, el pecado y la imperfección que se predican de la Iglesia podrí­an atribuirse también al Espí­ritu Santo. La tradición primitiva se muestra más favorable a la analogí­a; san Agustí­n escribe: «Lo que nuestro espí­ritu, es decir nuestra alma, es para nuestros miembros, lo es el Espí­ritu Santo para los miembros de Cristo, el cuerpo de Cristo que es la Iglesia»; santo Tomás ve la analogí­a en relación con la unidad de la Iglesia: «Así­ como la unidad del cuerpo es atribuida a la unidad del alma, así­ también es el Espí­ritu Santo el que constituye la unidad de la Iglesia». León XIII en Divinum illud asumió la idea de Agustí­n, y Pí­o XII habló de que el Espí­ritu es el alma del Cuerpo como «el principio divino de la vida y el poder».

La noción de cuerpo de Cristo no es estática, porque el cuerpo mismo está continuamente en crecimiento hasta que llega a la plenitud de Dios. El concepto de cuerpo no lo dice todo acerca de la Iglesia; son necesarias otras ideas, como >pueblo de Dios o >templo, para poner de manifiesto con más plenitud las dimensiones trinitarias de la Iglesia (LG 17). Pero la imagen del cuerpo ilustra ciertos aspectos del misterio de la Iglesia mejor que estas dos últimas solas.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

Según el NT, el cuerpo de Cristo desempeña una función capital en el misterio de la redención. Pero la expresión reviste diferentes sentidos: unas veces designa el cuerpo individual de Jesús, otras su cuerpo eucarí­stico, otras el cuerpo del que nosotros somos miembros y que es la Iglesia.

I. EL CUERPO INDIVIDUAL DE JESÚS. 1. Jesús en su vida corporal. Jesús compartió nuestra vida corporal : este hecho básico aparece en todas las páginas del NT. Según la carne, dice Pablo, desciende de los patriarcas y de la posteridad de David (Rom 1,3; 9,5); nació de una mujer (Gá’l 4,4). En los evangelios se impone por todas partes la realidad de su naturaleza humana, sin que sea necesario mencionar explí­citamente su cuerpo: está sujeto al *hambre (Mt 4,2 p), a la fatiga (Jn 4,6), a la sed (4,7), al *sueño (Mt 4,38), al *sufrimiento… Para insistir en estas mis-mas realidades, Juan habla más bien de la *carne de Jesús (cf. Jn 1,14), fulminando el anatema contra los que niegan a «Jesús venido en carne» (1Jn 4,2; 2Jn 7).

2. La muerte corporal de Jesús. Esta atención al cuerpo de Jesús se redobla en los relatos de la pasión. Ya en la comida de Betania su cuerpo es ungido con miras a su sepultura (Mt 26,12 p). Finalmente muere en la cruz (Mt 27,50 p) y es sepultado (Mt 27,58ss p; Jn 19,38ss). Pero este fin trivial, idéntico al de todos los hombres tiene, no obstante, un significado particular en el misterio de la salvación: en la *cruz llevó Jesús nuestros *pecados en su cuerpo (lPe 2,24); Dios nos *reconcilió en su cuerpo de carne entregándolo a la *muerte (Col 1,22). El cuerpo de Cristo, verdadero *cordero pascual (iCor 5,7), fue, pues, el instrumento de nuestra *redención; de su costado abierto brotó la *sangre y el *agua (Jn 19,33ss). Igualmente la epí­stola a los Hebreos, para presentar el *sacrificio de Cristo, presta particular atención a su cuerpo. Desde su entrada en el mundo se disponí­a Jesús ya a ofrecerse, puesto que Dios le habí­a «formado un cuerpo» (Heb 10,5), y finalmente por «la oblación de su cuerpo» nos santificó una vez por todas (Heb 10,10).

3. La glorificación del cuerpo de Jesús. Sin embargo, el misterio no terminó con la muerte corporal de Jesús: se consumó con su *resurrección. Los evangelistas subrayan que el cuerpo de Cristo resucitado es muy real (Le 24,39.42; Jn 20,27), pero también que no está ya sujeto a las mismas condiciones de existencia que antes de la pasión (Jn 20,19.26). No es ya un «cuerpo psí­quico» (iCor 15,44), sino un «cuerpo de gloria» (Flp 3,21), un «cuerpo espiritual» (iCor 15,44). Con ello se revela en forma espléndida el sentido sagrado del cuerpo de Jesús en la nueva economí­a inaugurada por la encarnación: destruido y luego reedificado en tres dí­as, ha reemplazado al antiguo *templo como signo de la *presencia de Dios entre los hombres.

II. EL SACRAMENTO DEL CUERPO DE CRISTO. 1. Esto es mi cuerpo. Después de la resurrección el cuerpo de Cristo no tiene sólo una existencia celestial, invisible, «a la *diestra de Dios» (Heb 10,12). En efecto, Jesús, antes de morir, instituyó un rito para perpetuar bajo signos la *presencia terrenal de su cuerpo sacrificado. Los relatos de la institución *eucarí­stica muestran que este rito fue inaugurado en la perspectiva de la cruz muy próxima, manifestando así­ el sentido de la muerte corporal de Jesús: «Esto es mi cuerpo por vosotros» (1Cor 11,24 p); «esto es mi sangre, la sangre de la alianza, derramada por una multitud» (Me 14,24 p). Lo que los signos del *pan y del *vino harán desdeahora presente acá en la tierra, es, pues, el cuerpo de Jesús entregado, su sangre derramada.

2. La experiencia eucarí­stica de la Iglesia. En efecto, el mismo rito, repetido en la Iglesia, es el *memorial de la muerte de Cristo (iCor 11,24ss). Sin embargo, ahora está situado en la luz de la resurrección, por la cual el cuerpo de Cristo ha venido a ser «espí­ritu vivificante» (15,45); tiene además una, orientación escatológica, puesto que anuncia el retorno del Señor e invita a aguardarlo (11,26). Con este rito hace, pues, la Iglesia una experiencia de í­ndole particular: la «comunión en el cuerpo de Cristo» le hace revivir todos los aspectos esenciales del misterio de la salvación.

III. LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO. 1. Miembros de un cuerpo único. Por la experiencia eucarí­stica tomamos también conciencia de que somos miembros del cuerpo de Cristo. «El pan que comemos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Puesto que sólo hay un pan, nosotros formamos un solo cuerpo» (lCor 10,16s). Nuestra unión con Cristo debe, pues, entenderse en forma muy realista; nosotros somos verdaderamente sus miembros, y el cristiano que se entrega a la fornicación «toma un miembro de Cristo para unirlo con una prostituta» (iCor 6,15). Cuando Pablo dice que todos nosotros formamos un solo cuerpo (iCor 12, 12), que somos miembros unos de otros (Rom 12,5), no se trata, pues, de una simple metáfora, como en la fábula griega de los miembros y del estómago, que el Apóstol explota en esta ocasión (lCor 12,14-26). Su propio cuerpo unifica ‘los miembros múltiples que forman los creyentes por el *bautismo (iCor 12,13.27) y por la *comunión eucarí­stica (lCor 10,17). En él cada cristiano tiene una función particular con miras al bien del conjunto (lCor 12,27-30; Rom 12,4). En una palabra, en torno al cuerpo individual de Jesús se realiza la unidad de los hombres, llamados a agregarse a este cuerpo.

2. El cuerpo de. Cristo, que es la Iglesia. En las epí­stolas de la cautividad vuelve san Pablo a la misma doctrina en una perspectiva un tanto diferente, que pone más de relieve la realidad de la *Iglesia. Así­ como un marido ama a su mujer «como a su propio cuerpo» (Ef 5,28), del que él es la cabeza (Ef 5,23), así­ Cristo ha amado a la Iglesia y se ha entregado por ella (Ef 5,25), siendo como es el salvador del cuerpo (Ef 5,23). Así­ la Iglesia es su cuerpo, su *plenitud (Ef 1,23; Col 1,24), y él mismo es la cabeza (Col 1,18; Ef 1,22) que garantiza la unidad de este cuerpo (Col 2,19). Así­ pues, en este cuerpo somos todos nosotros miembros (Ef 5,30), no formamos más que *uno (Col 3,15); en efecto, sea cual fuere nuestro origen, todos somos reconciliados para formar un solo *pueblo, un solo *hombre nuevo (Ef 2,14-16). Tal es en su totalidad el desenvolvimiento del cuerpo de Cristo. La experiencia cristiana, fundada en la realidad histórica del Cristo corporal y en la práctica eucarí­stica, ayuda aquí­ a formular en toda su profundidad el misterio de la Iglesia.

3. El cuerpo de Cristo y nuestros cuerpos. Nuestros *cuerpos, injertados en Cristo, hechos sus miembros y templos del Espí­ritu Santo (lCor 6,19), están llamados a entrar también ellos en este mundo nuevo: resucitarán con «Cristo, que transfigurará nuestros cuerpos de miseria para conformarlos a su cuerpo de gloria» (Flp 3,20s). Así­ se consumará el papel del cuerpo de Cristo en nuestra redención. «Ave verum corpus, natum de Maria Virgine; vere passum, immolatum in cruce pro homine; esto nobis praegustatum mortis in examine.»
-> Comunión – Cuerpo – Iglesia – Eucaristí­a – Hombre.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Véase Cuerpo, III.

Fuente: Diccionario de Teología

Esta frase tiene un uso triple en el NT.

1. El cuerpo humano de Jesucristo, que fue real según la insistencia de los escritores del NT en su enfrentamiento con el docetismo (la negación de que Jesucristo vino en carne es “del anticristo”, 1 Jn. 4.2–3). La realidad del cuerpo de Cristo es la prueba de su verdadera humanidad. El que el Hijo tomase cuerpo humano es, por lo tanto, un hecho esencial para la salvación (cf. He. 2.14ss) y específicamente para la expiación (He. 10.20). La transformación (no abandono) del cuerpo en la resurrección es garantía y prototipo del cuerpo de resurrección para los creyentes (1 Co. 15; Fil. 3.21).

2. El pan en la última cena, del que Cristo dijo “este es mi cuerpo” (registrado en Mt. 26; Mr. 14; Lc. 22; 1 Co. 11, cf. 1 Co. 10.16). Históricamente se han interpretado estas palabras como “este pan representa mi sacrificio”, y también, “este pan soy yo mismo”. La interpretación debe hacerse teniendo en cuenta la persona de Cristo, su sacrificio, y la iglesia, en ese orden.

3. Pablo utiliza exactamente la misma frase en 1 Co. 10.16; 12.27 como descripción de un grupo de creyentes, cf. “un cuerpo en Cristo” (Ro. 12.5) “”cuerpo” en los vv. que se refieren a la iglesia local, o a la iglesia universal, e. d. 1 Co. 10.17; 12.12; Ef. 1.23 (pero véase C. F. D. Moule, Colossians, pp. 168); 2.16; 4.4, 12, 16; 5.23; Col. 1.18, 24; 2.19; 3.15. Debe tomarse en cuenta que la frase es “cuerpo de Cristo” y no “de cristianos”, y que tiene un significado visible y congregacional, además de escatológico. En Ro. y 1 Co. la frase define la unidad que existe entre los miembros de cada congregación local; en Col. y Ef. engloba a toda la iglesia, con Cristo como su cabeza.

Se ha buscado el origen de la imagen de Pablo en la idea veterotestamentaria de que como cada parte recibe su función del todo, así también el todo se debilita cuando falla alguna de las partes; también en las ideas de los estoicos griegos; o, más posiblemente, a través de Hch. 9, que expresa la convicción de que Cristo está totalmente identificado con todos los cristianos.

El problema exegético consiste en determinar en que medida es metafórica esta frase. Si es literal, la iglesia se considera prolongación de la encarnación. Los diversos usos que hace Pablo de la expresión, por un lado, y el probable fondo veterotestamentario por el otro, hacen pensar que es más bien una métafora que enseña a los miembros de la iglesia que su existencia y unidad dependen de Cristo, y que cada miembro tiene poder para promover o poner en peligro la unidad.

Bibliografía. °EBDM, t(t). I; E. Sauras, Cuerpo místico de Cristo, 1956.

Arndt; J. A T. Robinson, The Body, 1952; E. Best, One Body in Christ, 1955; E. Schweizer, TDNT 7, pp. 1067–1094; H. G. Schütz, S. Wibbing, J. A. Motyer, en NIDNTT 1, pp. 229–242.

M.R.W.F.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico