TALION

latí­n, talione. Pena consistente en hacer sufrir al delincuente un daño igual al que causó, base de la Ley mosaica, †œojo por ojo y diente por diente†, Ex 21, 24.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

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De la expresión latina «talis», tal cual, que expresaba el hábito legal y usual de hacer sufrir al delincuente la misma pena que él hubiera causado a la ví­ctima de su delito: la muerte, la mutilación, la privación de bienes, con frecuencia incrementando la pena algo con el fin de provocar el escarmiento. Tal ley se presentaba en el Código mosaico (Ex. 21.24; Lev. 24.20, Deut. 19. 21), en donde se recogí­a lo que era usual en la cultura babilónica (Código de Hammurabi) y asiria . El Evangelio recoge la enseñanza de Jesús que supera esa actitud vengativa: «Yo os digo más: No hagáis mal al que os hace mal, sino haced el bien.» (Mat. 5. 38

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DJN
 
La ley del talión, conocida en el código de Hammurabi y aceptada por Israel (Ex 21,23-25). La ley del talión (Lev 24,19-20; Mt 5,38.48) fue necesaria en una cultura primitiva en que la venganza no tení­a lí­mite alguno. Cuando fue dada, era una ley verdaderamente «progresista». No debe juzgarse, por tanto, desde la perfección del evangelio. Los mismos judí­os se sentí­an embarazados ante el principio tan horrendo del «ojo por ojo y diente por diente» y, en lugar de aplicarlo al pie de la letra, lo habí­an cambiado por sanciones pecuniarias.

La ley de talión se basaba en el principio de la retribución: haz lo mismo que te hagan. Jesús niega que sea válido aplicar este principio. Afirma que sus discí­pulos nunca deben buscar la venganza. Deben, más bien, aceptar la humillación, estar dispuestos a sufrir la injusticia que se les hace y prestar el servicio necesario y requerido. Esto debe ser así­ desde la voluntad de Dios.

Estas exigencias de Jesús no van en contra del orden establecido en la sociedad. El mismo Jesús se constituye en paradigma: pide explicación a quien le ha herido (Mc 14,48; Jn 18 23) y sufre la humillación; manda incluso a sus discí­pulos que compren una espada para defenderse de sus enemigos (Lc 22,33) y Pablo apela, para defenderse de la injusticia, a su calidad de ciudadano romano y recurre incluso al tribunal supremo, al César.

El «odiarás a tu enemigo» no está escrito en ninguna parte de la Biblia. La habí­an deducido los judí­os, a modo de conclusión, de la primera parte del mandamiento del amor (Lev 19,18), que se referí­a a los miembros del pueblo de Dios (los que no pertenecí­an al pueblo de Dios eran idólatras y, por tanto, enemigos de Dios). Jesús eleva el principio del amor al prójimo a categorí­a universal, sin hacer ninguna clase de distinción. Así­ lo exigí­a la perfección de Dios que consiste en que nuestra vida y actividad constituyan una unidad. Toda para Dios. Sin establecer distinciones ni parcelaciones en el campo de la vida humana.

Felipe F. Ramos

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> juicio, gracia). La ley del talión (ojo por ojo, diente por diente), de origen muy antiguo (se encuentra atestiguada ya en Mesopotamia en el tercer milenio a.C.), expresa de un modo judicial el dualismo antropológico (hay buenos y malos) y entiende la conducta humana en forma de «retribución simétrica» (amar a los amigos, odiar a los enemigos).

(1) Antiguo Testamento. El talión aparece ya en el «código de Noé»: «si uno derrama la sangre de un hombre otro derramará la suya» (Gn 9,6). Se reprime así­ la violencia con violencia, el asesinato con un nuevo asesinato (ya legal). Los hombres pueden vivir y han vivido sobre el mundo sin diluvio (sin destrucción), pero lo han hecho sólo a base de miedo, controlados, dominados por un Dios que revela su poder en el olor de sangre, en el aroma de la carne sacrificada. El talión se expresa en forma de principio legal en los tres códigos más importantes del Antiguo Testamento. Aparece de manera básica en el Código de la Alianza: «ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe» (Lv 21,24-25). Queda reforzado en el Deuteronomio: «Tu ojo no le tendrá lástima. ¡Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie!» (Dt 19,21). El Código de la Santidad mantiene esta ley y la convierte en principio jurí­dico: «Y el que cause lesión a su prójimo, según hizo, así­ le será hecho: rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente. Según la lesión que haya hecho a otro, así­ se le hará a él» (Lv 24,19-20). Esta ley del talión racionaliza la justicia, introduciendo un principio de equivalencia entre el agravio y la pena, impidiendo así­ la violencia irracional o la venganza infinita. Baste recordar que la justicia actual suele emplear un tipo de talión, aunque ha cambiado el carácter corporal de la pena (ojo por ojo), castigando a los culpables de manera equivalente con una multa económica, con la pérdida de libertad (cárcel) o incluso con la pena de muerte, lo cual nos sitúa en pleno talión.

(2) Sermón de la Montaña. Desde su experiencia de gratuidad* y perdón*, que se expresan en forma de amor creador, Jesús ha superado el principio del talión, tal como lo ha puesto de relieve la formulación de Mateo: «Habéis oí­do que fue dicho a los antiguos: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al malo. Más bien, a cualquiera que te golpea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Y al que quiera llevarte a juicio y quitarte la túnica, déjale también el manto…» (Mt 5,38-40). Por encima del talión, que mantiene al hombre en el plano de la justicia de la ley, en el interior de un sistema de equivalencias entre acción y reacción, el Evangelio ha revelado la experiencia más alta de la gratuidad creadora, que puede superar el orden cerrado de violencia del mundo.

(3) Apocalipsis. Partiendo del Cordero degollado y buscando la nueva Jerusalén, el profeta Juan ha superado el talión: Dios se revela en Jesús como aquel que nos ha amado, muriendo por nosotros (1,5), de forma que su salvación no está medida por los libros del juicio, sino abierta a todos a través del Libro de la Vida del Cordero. Pero a nivel intramundano, sobre un plano de juicio, el conjunto de los hombres siguen dominados por la ley del talión y la venganza, como indican algunos de los textos centrales del Ap: 6,10; 11,18; 14,9-11; 16,4-6; 18,5-6; 19,2. Sólo allí­ donde esa ley se toma en serio y el ser humano se descubre condenado a padecer la violencia que él mismo ha desatado, puede sentirse la necesidad de superarla, desde la experiencia de gracia del Cordero. En el cruce entre el talión, que mantiene con violencia el orden violento del mundo, y la gracia que puede recrearlo en amor, se sitúa el mensaje de Jesús, tal como Pablo ha visto en Rom 12,8-13,10.

Cf. R. DE Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985, 205-226; W. D. Davies, El Sermón de la Montaña, Cristiandad, Madrid 1975; J. Lambrecht, Pero yo os digo… el Sermón programático de Jesils (Mt 5-7; Lc 6,20-49), Sí­gueme, Salamanca 1994.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra