PASION

v. Concupiscencia, Deseo, Placer
Rom 1:26 Dios los entregó a p vergonzosas; pues
2Ti 2:22 huye también de las p juveniles, y sigue
Jam 4:1 ¿no es de vuestras p, las cuales combaten
Jam 5:17 Elías era hombre sujeto a p .. y oró


griego páthos. Denota las emociones o sentimientos desordenados del ser humano, Rm 1, 26; Col 3, 5. Implica deseos sexuales, Rm 7, 5; St 5, 17. También la misma raí­z griega quiere decir sufrimiento, y se aplica a la p. de Jesús, Hch 1, 3; 1 P 3, 18.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

De los varios sentidos que tiene esta palabra, el que más se usa en el NT equivale a †œmalos deseos†, †œmalas apetencias† o †œmalas inclinaciones†. Dios entregó a los gentiles †œa p. vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza† (Rom 1:26), porque al estar †œen la carne, las p. pecaminosas† (Rom 7:5) obraban en ellos. Pero los creyentes deben hacer morir en sí­ mismos las †œp. desordenadas† (Col 3:5), cuidando sus propios cuerpos sin †œp. de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios† [1Te 4:5), porque †œlos que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos† (Gal 5:24).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

vet, Traducción de varios vocablos gr.: (a) «pathêma», que denota sufrimiento (cfr. Ro. 8:18), y emociones perversas, pasiones malas (cfr. Gá. 5:24) y expresa, en este caso, la naturaleza desenfrenada de los malos deseos que surgen de la carne. (b) «Pathos» es un término que en gr. clásico se aplicaba a deseos apasionados, buenos o malos; en el NT se usa exclusivamente en mal sentido (cfr. Ro. 1:26; Col. 3:5; etc.) Trench describe «pathos» como aquella condición mala de la que surge. (c) «hedonë se traduce pasiones en Stg. 4:1 en el sentido de la gratificación de los deseos naturales. Denota el hecho de contentar esos deseos. (d) «epithumia», se usa en 2 Ti. 2:22 traducido «pasiones juveniles» (e) El verbo «paschõ», que se deriva de la misma raí­z que «pathos», se aplica en numerosos pasajes a los sufrimientos de Cristo. (f) El término «homoiopathês» se usa en Stg. 5:15, lit., «de sentimientos o afectos similares», y se refiere a lo semejante de la naturaleza de Elí­as a la nuestra.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Jesús vino a la tierra para salvar a los hombres de sus pecados. Fue su actitud de amor, y amor total, universal y eficaz, lo que le movió con libertad a asumir la misión que el Padre le confiaba.

Es emocionante cómo lo describe el autor de la Epí­stola a los Hebreos, aludiendo al Salmo 40. 7-9: «Sacrificios y ofrendas no has querido y por eso me has dado un cuerpo. Entonces dije y está en el libro: Heme aquí­, oh Dios, para realizar tu voluntad.» (Hbr. 10.9)

Sin el acto libre del salvador Jesús, el género humano hubiera quedado hundido en su pecado. Dios envió a su Hijo para ofrecer un holocausto redentor.

1. Conceptos básicos
Dos conceptos básicos en la catequesis se entrelazan: * Llamamos «Pasión» al conjunto de sufrimientos de Jesús, que culminan con la muerte en la Cruz. Sufrimientos y muerte constituyen el instrumento libremente aceptado por El y con el cual redimió a los hombres, siguiendo los planes divinos, misteriosos, cruentos y humanamente incomprensibles.

* Llamamos «Redención» al resultado de la «Pasión», es decir al misterio del rescate que Jesús logró, al decidir libre y voluntariamente pagar con su vida esa acción liberadora. La redención se relaciona con toda la vida de Jesús, aunque se concentra, en la mente de sus seguidores y de forma singular, en el hecho de su pasión y muerte.

1.1. Necesidad de redención

El hombre no podí­a redimirse a sí­ mismo, por su alejamiento de Dios, por su estado de pecado, que hací­an sus acciones de valor limitado. Sin embargo, Jesús, hombre y Dios, poseí­a «un valor infinito» en sus obras. Podí­a «pagar» un precio infinito para conseguir la salvación de los hombres.

A Jesús nadie le obligaba a salvar a los hombres. Fue su amor el que movió su decisión generosa. En su libertad radica el signo de ese amor.

Con su voluntad salví­fica, la «satisfacción» que Jesús da al Padre, que le ha enviado, purifica a todos los hombres, no sólo de la culpa de sus pecados, sino también de todas las consecuencias de los mismos: de su pecado original y de sus pecados personales.

Esa purificación no es sólo un generoso olvido de la ofensa por porte de Dios (no imputación, decí­a Lutero), sino destrucción total del pecado, perdón total, una «justificación».

Los hombres, que son libres de aceptar y de aplicarse los frutos de la Redención o de no aceptar ese gesto de misericordia, no sólo se ven limpias del pecado original, y de todo pecado, sino que se elevan de nuevo al estado de amistad divina, de gracia, en que fueron creados.

1.2 Redención cruenta
El sufrimiento de Jesús fue real. Es un misterio incomprensible el que Jesús quisiera elegir un sistema cruento y doloroso para realizar la obra redentora. En sus manos valí­a cualquier procedimiento o acción, cualquier deseo o petición, pues sus obras eran infinitas en valor.

Sin embargo, libremente aceptó y sufrió la muerte dolorosa, y además muerte de cruz. Ese sacrificio de Jesús sólo se entiende a la luz del amor. La tradición cristiana ha explicado sólo por el amor los sufrimientos de Jesús y por eso la Iglesia se ha «extasiado» siempre ante ellos.

También ha sido tradicional en el lenguaje cristiano, asimilando los textos sobre todo de S. Pablo y de la Carta a los Hebreos, identificar el acto redentor a un sacrificio (acción sagrada) con un oferente y una ví­ctima ofrecida.

Jesús se presenta como Sacerdote y como Ví­ctima de su mismo sacrificio. La cruz del Calvario es el altar en el que se ofrenda la ví­ctima. El misterio la Cruz será, pues, para todos los creyentes, el emblema del amor de Jesús, sin que basten los razonamientos más sutiles para explicar tal acción.

Sin actitudes de fe, el sufrimiento de Jesús es incomprensible. Con la visión de la fe, no sólo se asume el dolor mortal de Jesús, sino que se da sentido redentor y salvador a los sufrimientos de los hombres, siempre que se asocien con amor a los sufrimientos de Jesús. La muerte, que tan profundamente perturba los afanes vitales de los hombres, adquiere una nueva dimensión con la esperanza del crucificado.

2. Primer Evangelio
El relato de la Pasión fue probablemente el primer escrito que se hizo sobre Jesús a los pocos años del suceso acaecido un 14 del mes de Nissan, probablemente del año 30.

Sus elementos y rasgos básicos coinciden en los cuatro evangelistas. Ello indica que fue, desde el primer momento el centro de atención de sus seguidores.

Los seguidores del crucificado quedaron con el vivo recuerdo de lo acontecido. Y los redactores de este «Evangelio de la Pasión» tuvieron especial cuidado en relacionar y recordar las profecí­as sobre la muerte del Salvador.

Entre muchas otras alusiones proféticas, podemos recordar:

– Las 30 monedas que recibió el traidor estaban anunciadas. (Mat. 7.10 = Zac. 11. 12 y 13)

– Ningún discí­pulo serí­a apresado con el Maestro, pues estaba previsto así­. (Jn. 17.21 = Salmo 6. 39).

– Jesús respondió a Caifás con palabras mesiánicas, que bien entendió todo el Sanedrí­n. (Mc. 14.62 = Salmo 110.1)

– Jesús citó «amenazas proféticas» a las mujeres que lloraban por El. (Lc. 23.30 = Oseas 9.14)

– Sus sufrimientos fueron como los habí­a descrito Isaí­as. (Is. 49 o 53)

– El estado de profundo abandono quedó patente en el Salmo 22, que Jesús recitó al morir: «Dios mí­o, Dios mí­o, por qué me has abandonado». (Mc. 16.34 = Salmo 22. 2)

– Se repartieron sus vestidos y sortearon su túnica. (Jn. 19.24 = Salmo 22.19)

– No le quebrantaron ningún hueso, sino que le transpasaron, según estaba predicho. (Jn.19.37 = Salmo 34. 21; Ex. 12. 46: Zac 12. 10)

– Su último grito «En tus manos encomiendo mi espí­ritu» era de David. (Lc. 10. 46 = Salmo 31.6)

Debajo de las profecí­as y de su cumplimiento, late el misterio de Dios, que todo lo sabe y que providencialmente ha previsto todo lo que va a pasar a su enviado. Lo habí­an anunciado los profetas y se cumplió en Jesús tal acontecimiento. Y así­ lo transmitió siempre la Iglesia. Los seguidores del crucificado, los cristianos, desde el primer momento supieron que un misterio de amor se escondí­a en la muerte del Señor.

3. El proceso de Jesús
Es interesante el contrastar las circunstancias que confluyen en la pasión y muerte de Jesús, según los Evangelios. No es sólo la compasión lo que nos lleva al recuerdo de tal acontecimiento. Es también lo que tiene de rasgo significativo para nuestra vida personal y para el mejor conocimiento del Señor.

3.1. Ultima Cena y despedida.

Tradicionalmente solemos iniciar el recuerdo de las horas tristes del Señor con la «Cena de Despedida» o de Pascua conmemorativa judí­a.

Supuso para Jesús, y en los recuerdos posteriores de los Apóstoles, un encuentro o celebración que se repetirí­a en adelante, como el Señor lo mandó con claridad: «Haced esto en memoria mí­a.» (Mt. 26. 30)

La Cena ha estado siempre vinculada al amor de Jesús a sus seguidores: «Era la ví­spera de la Pascua. Sabiendo Jesús que habí­a llegado la hora de dejar este mundo, y habiendo amado a los suyos que quedaban en el mundo, quiso amarlos hasta el final.» (Jn. 13. 1)

Lo que tradicionalmente era una cena de regocijo y de conmemoración de la liberación de Egipto, para Jesús se convirtió en preanuncio de su muerte y de salvación de los hombres. Por eso, la Cena se transformarí­a para los cristianos en la Eucaristí­a o acción de gracias, en el Sacrificio de Jesús, en la renovación de la muerte en el Calvario, en el misterio permanente de su presencia.

3.2. El lavatorio de pies.

Comenzó por un signo de humildad y de conversión. Lavó los pies de sus discí­pulos, en un mundo cultural en el que eran los discí­pulos quienes lavaban los pies a sus maestros. Los discí­pulos quedaron impresionados. Pedro se resistió, hasta recibir la amenaza de romper con el Maestro.

Jesús se lo declaró, como gesto simbólico de fraternidad.: «¿Entendéis lo que acabo de hacer con vosotros?… Si yo, que soy Maestro, hago esto con vosotros, debéis hacer lo mismo los unos con los otros. He dado ejemplo.» (Jn. 13. 1-16)

3.3. Discurso último de Jesús
El Evangelio de Juan aglutina, con motivo de la Ultima Cena, un gran discurso sobre el pensamiento y los sentimientos de Jesús al terminar su vida terrena. Al menos se recogen los recuerdos que latí­an en la mente del seguidor de Jesús, casi sesenta años después de que sus oí­dos escucharan las últimas palabras de Jesús.

El relato de Juan, escrito a fin de siglo I, recogí­a lo que habí­a sido el testamento de Jesús. Queda condensado así­:

– Predijo la traición de uno de los doce, Judas, y expresó su dolor. (13. 18 a 28)

– Dio el mandato nuevo del amor fraterno a sus seguidores. (13. 31-35)

– Anunció a Pedro sus negaciones, a pesar de sus protestas. (13. 36-38)

– Habló del Camino del Padre, es decir de la esperanza. (14. 1-14)

– Prometió la venida del Espí­ritu que enviarí­a El mismo y anunció que serí­a el Consolador. (14. 15-31)

– Se comparó con la Vid y los sarmientos, sí­mbolo de vida. (15. 1-17)

– Avisó del odio del mundo a sus seguidores y de las persecuciones. (15 18-27)

– Recordó el gozo del Espí­ritu Santo por la salvación. (16. 16-24)

– Prometió la victoria final. (16. 25-33)

4. La oración sacerdotal
La Cena de Despedida culminó con la «oración sacerdotal» de Jesús. Fue una plegaria también recordada a tanta distancia de tiempo por el Discí­pulo al que se le atribuye el Evangelio de Juan.

– En la plegaria Jesús oró por sus discí­pulos presentes y futuros.

– Pidió para todos el amor y la unidad fraterna. (Jn. 17. 1-5)
– Reclamó del Padre la fortaleza y la fidelidad (6-7).

– Aseguró su presencia a los que quedaban hasta el fin, a pesar de regresar a Dios, de quien salió. (8)
– Pidió la fe y la unión para todos los que habí­an creí­do en su nombre. (9-19)
– Y pidió por los que habí­an de creer en El a lo largo de los siglos. (20-26) La originalidad de la Oración de Jesús ha suscitado a lo largo de la Historia cristiana múltiples comentarios e interpretaciones sobre lo que encierra en sus demandas al Padre. Baste ahora recordar su profundidad y su eco profético.

5. Los sufrimientos
Llama la atención la fidelidad con que los Evangelistas reflejaron los principales detalles de la pasión.

5.1. Oración del huerto

Jesús fue al Huerto de los Olivos, a las afueras de Jerusalén, para orar como habí­a hecho en otras ocasiones. «Este lugar era bien conocido por Judas, pues el Señor acudí­a a orar con frecuencia en compañí­a de sus Discí­pulos. Judas, llevando consigo un destacamento de soldados y guardias, acudió a prender Jesús.» (Jn. 18. 1-12)

Mientras tanto Jesús oraba y avisaba a sus discí­pulos: «Vigilad y orad para no caer en tentación. (Lc. 22.40)»

5.2. El proceso de Jesús.

Después del prendimiento de Jesús, que tan ardientemente habí­an deseado los prí­ncipes del Templo, fue sometido a un proceso breve, pero penoso, cruel por los malos tratos fí­sicos y lleno de astucia, especialmente angustiosa por el significado moral y espiritual que tení­a para el procesado.

5.2.1. Los tribunales.

El primer paso fue la casa de Anás. Habí­a sido Sumo Sacerdote entre los años 6 y 15. Destituido por los Romanos el año 15, conservaba gran influencia, como sorda protesta contra los que le habí­a quitado la dirección del culto y los «tributos» del Templo.

Este fue el motivo de que Jesús fuera llevado en primer lugar a la Casa de Anás. Jesús no aceptó ser interrogado por el susceptible anciano y guardó silencio, recibiendo malos tratos de los criados.

5.2.2. Proceso legal al amanecer.

En cuanto la luz del dí­a hizo posible que el proceso fuera legal, comenzó el Juicio contra Jesús en el Sanedrí­n. Era éste el tribunal de los judí­os y contaba con 72 jueces. Era inapelable. Las acusaciones fueron múltiples y falsas. Jesús no respondió a ninguna de ellas. Sin embargo, el momento de la declaración solemne llegó en cuanto José Caifás, el Sumo Sacerdote «oficial» y presidente del Tribunal, demandó: «En nombre de Dios vivo, te conjuro que nos digas: ¿Eres Tú el Hijo de Dios vivo, el Mesí­as? Jesús respondió: Tú lo dices. Y veréis a este Hijo del hombre sentado en lugar de honor al lado del Dios Todopoderoso, viniendo sobre las nubes del cielo.

Al oí­r esto, el Sumo Sacerdote se rasgó las vestiduras y sentenció: Ha blasfemado. ¿Para qué necesitamos testigos? Habéis oí­do la blasfemia. ¿Qué decí­s? Y todos respondieron: Reo es de muerte». (Mat. 26. 62-67)

5.2.3. Condena de Pilatos.

Al no tener los judí­os el derecho de vida o muerte, Jesús fue entregado a la autoridad del Procurador romano Poncio Pilatos, para ser juzgado y condenado.

El proceso de Jesús se prolongó en un forcejeo angustioso entre el cruel y cobarde jefe romano y el obstinado populacho judí­o, instigado por los prí­ncipes de los sacerdotes.

– Pilatos interrogó a Jesús y declaró su inocencia, aunque Jesús se habí­a presentado como Rey, «delito» suficiente para ser considerado como adversario de los romanos.

– Jesús fue enviado a Herodes Antipas, Rey de Galilea, que se hallaba en Jerusalén por la Pascua. Jesús, por ser originario de su demarcación, podí­a ser juzgado por ese «zorro» (Lc. 13.32), como le habí­a llamado Jesús aludiendo al significado de entonces (hombre dependiente, «hombre de paja»).

El Señor calló ante el que habí­a decapitado a Juan el Bautista. El Rey despreció a Jesús, sin querer intervenir en la muerte del Profeta.

– Pilatos intentó salvar a Jesús, haciendo elegir al pueblo entre Jesús y Barrabás, que era ladrón y asesino. El pueblo, instigado por los sacerdotes, prefirió a Barrabás.

– La esposa de Pilatos intercedió por Jesús, sin lograr nada por el miedo al tumulto que se estaba formando y por la obstinación del populacho.

– Pilatos sometió a Jesús al tormento de la flagelación, para provocar la compasión popular. No lo consiguió, a pesar del lamentable estado en que le volvió a presentar ante el pueblo diciendo: «He aquí­ al hombre».

– La autoridad del Procurador tuvo que ceder a la presión popular, no sin antes haberse lavado las manos en señal de que no querí­a la muerte del acusado.

– El grito de los judí­os: «Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» (Mat. 27. 25), fue tomado durante siglos como señal de reprobación de los judí­os. Sin embargo, no deja de ser una interpretación errónea, pues ni todos los judí­os consintieron en la muerte del Justo ni hay ningún fundamento para hacer a todos los de una raza responsables de los desaciertos de sus fanáticos dirigentes.

En la malicia y crueldad de los judí­os estaba simbolizada la de todos los hombres pecadores que ofenden y condenan al Señor. El concilio Vaticano II recordarí­a que la muerte de Jesús se debió a los pecadores, no a los judí­os.

6. La muerte de Jesús.

La muerte de Jesús es un hecho natural, en cuanto muerte de un hombre ejecutado en el patí­bulo de la cruz. Pero es misteriosa, en cuanto Jesús era el Hijo de Dios y daba la vida voluntariamente.

Durante el tiempo que pasó en la cruz, unas tres horas de agoní­a, elevó continuamente su corazón a Dios, asumiendo grandiosamente su sufrimiento redentor.

6.1. El dolor redentor
Además del sufrimiento fí­sico, soportó el dolor moral.

– Ante su figura doliente, se hallaba traspasada de dolor su Madre. La agoní­a de una madre, que ve morir a su hijo, es algo singularmente cruel. La pena de Marí­a siempre caló en la piedad cristiana. «Cerca de la cruz estaba su Madre, junto con Marí­a, mujer de Cleofás, que era hermana de ella, y Marí­a Magdalena». (Jn. 19.25)

– Con su hiriente presencia, los enemigos que le habí­an condenado también ofendí­an al moribundo. En su agoní­a les oí­a decir: «Puesto que a otros ha salvado, que se salve a sí­ mismo. Si es el Mesí­as, el elegido de Dios, baje de la cruz.» (Mc. 23. 35)

– Los soldados, que realizaban y custodiaban la crucifixión, también eran crueles en sus ofensas: «Si tú eres el Rey de Israel, sálvate a ti mismo» (Lc. 23. 37)

– Hasta un ladrón, en suplicio, ofendí­a a Jesús con sus reclamos: «Si eres el Mesí­as, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros.» (Lc. 25. 39)

Además, por la mente de Jesús pasaban recuerdos amargos, como la huida de los amigos, la negación de Pedro, la destrucción de su obra, la ingratitud de tantos curados por él, el rechazo del pueblo que reclamó su muerte, la entrega a una autoridad pagana, la misma muerte humillante de cruz, tal vez recordando el texto «Maldito el que cuelga de un madero» (Deut. 21.23), que luego comentarí­a S. Pablo (Gal. 3.13).

En el fondo de su corazón humano sintió sin duda la frustración y el fracaso, la soledad y el vértigo amargo del desconcierto, el misterio del mal y el poder de las tinieblas.

Pero su esperanza, y su entrega al Padre, le hací­an ver la próxima luz de la resurrección, como él habí­a anunciado siempre que predijo su muerte.

Con todo, no deja de ser un misterio lo que pasó por la mente de Jesús en esas horas terribles del suplicio.

6.2. Significado de esa muerte.

La muerte de Jesús fue real y dolorosa. Tení­a el sentido redentor que El mismo habí­a preanunciado. Con ella, todos los hombres nos sentirí­amos salvados por su misericordia.

– Los acontecimientos que acompañaron a su muerte la hacen impresionante.

Para los enemigos de Jesús, quedaba clavado en la cruz, no sólo un personaje, sino un mensaje. El morir en la cruz suponí­a condena definitiva y excomunión del pueblo elegido.

Creí­an los verdugos que Jesús serí­a como uno más de los rebeldes o guerrilleros galileos, que habí­an sido aniquilados por los poderes romanos o judí­os.

Por eso, la cruz resultarí­a durante mucho tiempo motivo de contradicción y de tropiezo: «Cristo crucificado es para los judí­os piedra de escándalo y para los griegos cosa de locura… Pero para los que Dios ha elegido, es fuerza y sabidurí­a. (1. Cor. 1. 23)

– Con todo, muchos de los protagonistas del hecho se sintieron desconcertados por los acontecimientos. Sintieron temor ante los signos que acompañaron a la muerte del llamado Rey de los Judí­os. Algunos se volví­an a la ciudad dándose golpes de pecho. El centurión encargado de la crucifixión decí­a: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc. 15.39)
– Jesús fue descolgado de la cruz al caer de la tarde, pues no debí­an quedar ajusticiados aquel dí­a, por ser la «preparación» de una fiesta especialmente solemne aquel año.

Se quebraron las piernas a los crucificados, para abreviar su agoní­a. «Cuando llegaron a Jesús, al verle muerto, no le quebraron ni uno hueso, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con su lanza». (Jn. 19. 32-35)
– Con permiso de Pilatos, y a petición de los discí­pulos ocultos de Jesús, José de Arimatea y Nicodemo, de influencia en el Senado judí­o, se recogió el cuerpo. Fue depositado en un Sepulcro nuevo, que José de Arimatea poseí­a en las cercaní­as.

Junto con el silencio de la noche, descendió también la oscuridad en cuantos habí­an intervenido en el más grandioso de los acontecimientos de la historia humana. La historia terrena de Cristo terminó con su muerte. Y está vino después del último mensaje suyo, dicho en forma de palabras breves desde el púlpito de la cruz.

7. Palabras de Jesús Es tradicional resumir en siete las comunicaciones o expresiones que Jesús manifestó estando en la Cruz. Es una forma de recordar el testamento del Señor, del que nos quedan sólo las fugaces expresiones recogidas por los evangelistas y oí­das por los pocos fieles que habí­an logrado estar presentes en el acto de la crucifixión.

7.1. Perdón.

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23. 34).

Fueron los primeros sentimientos de Jesús los afloraron en sus labios cuando se vio elevado en el madero del suplicio.

Es evidente que no sólo hablaba de los soldados que le clavaban ni de los verdugos que estaban próximos con sus malévolas intenciones. Era todo el género humano el que quedaba acogido en aquella palabra de perdón.

7.2. Invocación «Dios mí­o, Dios mí­o, ¿por qué me has abandonado? (Mat 27.45).

Con las palabras del Salmo, y probablemente con todo el texto del mismo, Jesús expresaba la soledad inmensa de su espí­ritu humano y el abismo que significaba el pecado que en ese momento redimí­a.

Es evidente que, como Dios, no podí­a sufrir. Pero, como hombre, experimentaba el dolor y por eso demandaba «mesiánicamente la causa de su abandono.

7.3. Absolución.

«Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el Paraí­so». (Lc. 23.43).

Ante el ladrón que invoca su poder con palabras de fe, Jesús responde con palabra de esperanza y de amor. El llamado «buen ladrón» le habí­a suplicado: «Nosotros pagamos con la muerte nuestros delitos. Pero éste no ha hecho ningún mal. Señor, acuérdate de mí­ cuando hayas llegado a tu Reino».

Jesús le respondió con el consuelo de un triunfo inmediato, que sólo El evidentemente podí­a conceder.

7.4. Encomienda.

«Mujer, ahí­ tienes a tu hijo… Hijo, ahí­ tienes a tu madre». (Jn. 19. 26-27).

El cuidado filial de su Madre quedó reflejado en las tiernas y breves palabras que dirigió a la que se habí­a mostrado fuerte y amorosa hasta el último instante de la vida de su Hijo.

Desde aquel momento, Juan la recibió en su casa y se preocupó de la Madre del Señor. La tradición pensó desde los primeros siglos que Marí­a vivió en Efeso, lejos de Jerusalén y de los avatares que sufrió la ciudad santa. Al abrigo de la comunidad judí­a y cristiana de esta colonia romana del Asia, Marí­a ejerció su misión antes de ser llevada con su Hijo a la gloria del cielo.

7.5. Lamento.

«Tengo sed». (Jn. 19. 28).

Evidentemente se trataba de una sed fí­sica, propia del moribundo. Pero la sed de Jesús resultaba más simbólica e infinita que la simple sed corporal.

7.6. Consumación «Todo está cumplido». (Jn 19. 30) Fueron las palabras pronunciadas nada más que intentó uno de los soldados darle el vinagre, o vino con mirra, que amortiguaba algo el sufrimiento del condenado. Jesús rechazó este alivio de manera también significativa. Fueron palabras que declaraban que su misión en la tierra habí­a sido cumplida plenamente.

7.7. Exhalación.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espí­ritu». (Luc 23. 45).

La última plegaria fue un supremo acto de confianza en el Padre. Resultaron las postreras palabras de Jesús en su vida terrena. En aquel momento culminó, ante los ojos de los pocos que presenciaban el drama del Calvario, todas sus andanzas proféticas y se iniciaban sus maravillosas tareas divinas.

7.8. Los signos del misterio
Los evangelistas nos hablan de signos que siguieron a este hecho histórico de la muerte el Mesí­as. Tres signos o gestos de la naturaleza podemos recordar, como emblema de la muerte del Señor y de la tristeza que subyugó a todo el entorno.

7.8.1. La oscuridad

«Era mediodí­a cuando la tierra se oscureció y toda la región quedó en tinieblas.» (Lc. 23. 44) Es una forma que tiene el Evangelista de anunciar que el poder de las tinieblas ha llegado, que el mundo pierde la luz y que el mal parece triunfar.

Pero nada nos impide sospechar que hubo también un estado natural de oscuridad fí­sica, en el caer de una tarde especialmente importante en la historia de los hombres.

7.8.2. Ruptura del velo
«El velo del Templo se rasgó de arriba abajo (Mc. 15. 38). Era el sí­mbolo de la misteriosa presencia de Yaweh en su santuario. Separaba el sanctasanctorum de la zona de los sacerdotes. La rotura del velo indicaba que algo graví­simo habí­a acontecido en el universo y en la Historia y que algo se rompí­a a partir de entonces en la Alianza entre el Templo y el Señor del Templo.

7.8.3. Llanto cósmico
«Y la tierra tembló y las rocas se resquebrajaron» (Mt 27. 50). Hasta la tierra material, con sus rocas y sus montes, sintieron el dolor y los lamentos ruidosos. Es el sí­mbolo del dolor total, el que no excluye a las piedras.

7.8.4. Las tumbas se abrieron «Y muchos muertos resucitaron y salieron del sepulcro: Y, después de su resurrección, entraron en la ciudad y se aparecieron a muchos en Jerusalén.» (Mt. 27. 53).

Es el signo de que todo no termina con la muerte, sino que esperamos la resurrección, la de Jesús y la nuestra.

Al margen de la exégesis que se pueda realizar de estos signos cósmicos concomitantes con la muerte de Jesús hay algo en el mensaje evangélico que anuncia que todo el universo se estremece con el hecho de la muerte del Señor. Más que los signos en sí­, lo interesante es su significado profundo del dolor del mundo por la muerte del Salvador.

Los evangelistas recogen en esas referencias seguramente las creencias de los cristianos respecto al momento de la muerte de Jesús. No era una muerte cualquiera, sino las del Hijo de Dios.

Detrás de ellas estaba el insondable misterio de la salvación, de la redención, de la justificación.

PERSONAJES DE LA PASION
Los personajes de la Pasión han pasado a la Historia, no sólo religiosa del cristianismo, sino del arte, de la literatura, de la música y de los demás lenguajes humanos. Es interesante tal vez que los situemos en el centro de nuestra fantasí­a, con el fin de hacer más cercano y real el drama del Calvario.
* Anás. Habí­a sido Sumo sacerdote entre el 6 y el 15. Fue desposeí­do de tal dignidad por el Procurador Romano Valerio Grato, al ser declarada Judea provincia romana y ser desterrado Arquelao.
* José Caifás. Yerno de Anás. Sumo sacerdotal 18 al 36, después de otros tres sacerdotes que ocuparon el cargo a continuación de Anás. Saduceo, poco piadoso y egoí­sta, dominaba los tributos y los beneficios del Templo, principal aliciente en el cargo.
* Jueces del Sanedrí­n, Tribunal religioso de los Judí­os. Se reuní­a en la Sala del Consejo, junto al Templo. Estaba constituido por 72 jueces, cargos ordinariamente vitalicios y hereditarios, en poder de las familias sacerdotales o influyentes.
* Poncio Pilato. Procurador del emperador Tiberio en Judea. Su sede ordinaria era Cesarea, en la costa mediterránea. Ejerció entre el 26 y 36. Cruel y ambicioso, fue destituido y desterrado a la Galia, por sus continuos roces con los judí­os
* Herodes Antipas. Hijo de Herodes el Grande y hermano de Arquelao. Su madre era Maltaké, la samaritana, una de las diez esposas que tuvo Herodes el Grande. Rey de la Galilea desde el 4 ante de Cristo, residí­a en Tiberí­ades, junto al lago Genezareth, ciudad construida por él en el año 17. Habí­a decapitado a Juan el Bautista por su condena del concubinato con Herodí­as, la esposa de su hermano de padre Herodes Filipo.
* El Centurión. Jefe de 100 soldados. La tradición le dio el nombre de Longinos. La centuria era parte de la legión, que a su vez se componí­a de varias cohortes. En la Torre Antonia residí­an habitualmente varias centurias. Con probabilidad era romano, ya que sólo los romanos detentaban cargos militares. Los soldados podí­an ser de diversa procedencia y estaban sometidos a férrea disciplina, siendo generalmente crueles y supersticiosos.
* Las mujeres. Fueron varias las que acompañaron a Jesús en el Calvario. Eran las que habí­an seguido a Jesús desde Galilea (Mt. 27. 56). Entre ellas se encontraba Marí­a Magdalena, repetidamente citada en los Evangelios. También estaban Marí­a, la madre de Santiago y de José, y Marí­a Salomé, la madre de los Hijos del Zebedeo, Santiago y Juan…
* Barrabás. Rebelde, ladrón y asesino con ocasión de una revuelta. Ordinariamente tendrí­a que haber sido crucificado, de no haber obtenido el indulto a costa de Jesús.
* Los ladrones. Frecuentes en la región, por la pobreza y el ambiente de violencia. Los Romanos los crucificaban normalmente, en cuanto comprobaban su carácter o algún delito real o supuesto. La tradición llamó Dimas al buen ladrón.
* Los soldados. La tropa es siempre indiferente, torpe, cruel. Los soldados juegan a los dados mientras muere el autor de la vida. Se rifan sus prendas, mientras su desnudez aterra al universo.

* Simón de Cirene. Habitante de Jerusalén que ayudó a Jesús a llevar la cruz. Natural de Cirene, capital de la provincia de Cirenea, en la actual Libia. Era padre de dos cristianos conocidos en las primitivas comunidades, Alejandro y Rufo.
* José de Arimatea. Era del Sanedrí­n y discí­pulo oculto de Jesús. fue quien se acercó a pedirle el cuerpo a Pilato, el cual se lo entregó como a principal de Jerusalén.
* Nicodemo. El que llevó las treinta libras de aroma para la sepultura de Jesús. Maestro en la Ley, que habí­a ido por lo noche a hablar con Jesús y del que habí­a dicho el Maestro que no estaba lejos del reino de Dios. Le habí­a defendido anteriormente.(Jn.7.50)
* Marí­a, la Madre de Jesús. Allí­ estaba, sufriente y seguramente llorosa, pero fuerte y recibiendo la encomienda del apóstol más joven (concepto teológico), pero siendo confiada al mismo apóstol para que quedara para siempre protegida por el «en su casa» (aspecto sociológico)
* Los Apóstoles. Son protagonistas señalados, sobre todo Pedro, Juan, Felipe, Tomás, Judas el otro, y sobre todo Judas, el hijo de Simón Iscariote, que fue el que le entregó

CALENDARIO DE LA PASION Ví­spera.

6. Atardecer. (Jn. 13.1) Jesús en el Cenáculo.

9. Pronuncia la Plegaria final.

9,30. Llega al Huerto de los Olivos 12. Es apresado por la guardia del Templo Noche 1. Entra en casa de Anás. Sigue Pedro. Canta el Gallo.

4. Canto del gallo 2ª vez. (Mc 14.72) Pedro niega a Jesús Prima. 6-9 6. Amanecer. (Mt. 27.1 / Mc. 15.1 / Jn. 18.28). Es presentado en el Sanedrí­n 6,30 Es condenado por el tribunal.

7. Es entregado a Pilato. Primer interrogatorio Tercia 9-12

9. Es llevado ante Herodes 10. Vuelve a Pilato. Interrogatorio. Es flagelado. Es comparado con Barrabás.

Es entregado a los soldados.

11,30. Sale con la cruz. Le ayuda, obligado, Simón de Cirene 12. (Mt 27.45) Es crucificado. (A las 9, según Mc. 15.25) Sexta 12-15 Medí­o dí­a. Tinieblas. (Lc. 23.44 / Mc. 15. 33). Agoní­a de unas tres horas 15. (Mt 27.45). Jesús expira. Nona. 15-18 18. Atardecer. (Mt 27.57 / Mc 15.42) José de Arimatea pide el cuerpo 19. Enterramiento.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

En el contexto del misterio pascual de Jesús

La «pasión» de Jesús forma parte de su misterio pascual. Indica su sufrimiento, especialmente desde Getsemaní­ hasta la cruz, pero como «paso» o «Pascua» hacia la resurrección. Jesús mismo profetizó varias veces su pasión, señalando siempre el objetivo redentor por medio de su muerte y resurrección (cfr. Mt 16,21; 17,22-23; 20,17-19.28).

En la tradición eclesial y en la vivencia de los santos, se ha recalcado siempre que la verdadera causa de la pasión y muerte de Cristo han sido nuestros pecados (cfr. CEC 598). El egoí­smo humano va produciendo, a través de la historia, estas expresiones de injusticia y de muerte de los inocentes; pero el caso tí­pico es lo que se ha hecho con Jesús, el hijo de Dios, que vive y sufre en cada corazón humano (cfr. Mt 25,40).

La perspectiva en que se mueve Jesús es la de la Pascua, como realización de la Nueva Alianza o pacto de amor. Por esto, afronta la pasión como «esposo» (cfr. Mt 9,15; 22,2). En esta perspectiva pascual, la pasión es para Jesús «la copa de bodas» que el Padre le ha preparado, para dar la vida por su esposa la Iglesia (cfr. Jn 18,11; Lc 22,20; Mc 10,38). El «da la vida» así­, como consorte de toda la humanidad (cfr. Jn 10,15-18). Sus últimas palabras y su costado abierto (cfr. Jn 19,34-37), son la expresión de una vida donada, que se convirtió en la razón de ser de la vida de los santos «Murió por todos, para que los que viven, no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitó por ellos» (2Cor 5,15).

Misterio sacrificial presente en la Eucaristí­a

En la Eucaristí­a se hace presente el sacrificio redentor de Cristo. Por medio de los sacramentos, el cristiano recibe el fruto de este sacrificio. Por medio de los sufrimientos transformados en donación, puede «unirse más í­ntimamente a la Pasión de Cristo» (CEC 1521) y «completar» sus sufrimientos (cfr. Col 1,24). «La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa e agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres» (CEC 1992).

Meditar la Pasión

La meditación de la pasión de Cristo ha sido una constante de la vida de los santos. Se ha presentado siempre como un itinerario de santidad conocerse a sí­ mismo a la luz del amor de Cristo para decidirse a amarle y hacerle amar con su mismo amor. La predicación y la meditación de la Pasión son un momento privilegiado para acelerar este itinerario de santidad y de misión. A veces se ha expresado este itinerario por medio de las llagas de Cristo por sus pies (purificación) y sus manos (iluminación), hacia su Corazón (unión).

Según la enseñanza de los santos, como puede verse en las meditaciones de los Ejercicios según San Ignacio de Loyola, la pasión se medita desde los sentimientos o amores de Cristo. En realidad, se trata de «tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús» en su «anonadamiento» y en su «glorificación» (Fil 2,5-11). Se intenta entrar en sintoní­a con Cristo, hasta experimentar «dolor con Cristo doloroso» (San Ignacio de Loyola, tercera semana de Ejercicios).

Los comentaristas, siguiendo el ejemplo de los santos, han dado mucha importancia a la meditación sobre Getsemaní­, a modo de «clave» para entrar en los sentimientos de Cristo. Se quiere captar la interioridad de Cristo desde sus mismas palabras y gestos, a partir de su amor al Padre y a toda la humanidad, hasta dar la vida en sacrificio. Este amor es fuente de dolor el Padre nos es amado («el Amor es amado», dice San Francisco de Así­s), la humanidad está en pecado (del que Cristo se hace responsable), su donación total se encuentra con el aparente «silencio» de Dios (sudor de sangre en Getsemaní­ y «abandono» en la cruz).

Predicar la pasión

La predicación y la meditación de la Pasión ha sido llamada la escuela de los santos y de los apóstoles, precisamente como momento privilegiado para entrar en sintoní­a con la interioridad de Cristo, para «crucificarse» con él (Gal 2,19; 1Cor 2,2). Esa es la clave para captar la reacción de los «santos», no sólo ante la persecución, sino principalmente ante las humillaciones, la marginación (por parte de los demás) y el conocimiento claro de la propia falta de generosidad ante tanto amor de Cristo. De esta sintoní­a ha nacido el «celo de las almas», como contagio de la «sed» de Cristo en la cruz (Santa Teresa de Lisieux). Las dificultades del apostolado se convierten en una nueva maternidad eclesial a ejemplo de Marí­a al pie de la cruz (cfr. Jn 16,21-23; Gal 4,19).

Referencias Corazón de Cristo, cruz, dolor, Ejercicios espirituales, Jesucristo, misterio pascual, muerte, Pascua, sacrificio, sangre.

Lectura de documentos SC 5, 61; CEC 571, 598, 1067-1068, 1521, 1992.

Bibliografí­a H. COUSIN, Los textos evangélicos de la pasión (Estella, Verbo Divino, 1981); J. ESQUERDA BIFET, La fuerza de la debilidad ( BAC, Madrid, 1993); M. GOURGUES, Jesús ante su pasión y muerte (Estella, Verbo Divino, 1987); X. LEON DUFOUR, Jesús y Pablo ante la muerte (Madrid, Cristiandad, 1982); J. MOLTMANN, El Dios crucificado (Salamanca, Sí­gueme, 1975); E. STEIN, Ciencia de la cruz (Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1989).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(-> muerte, sufrimiento, deseo). En el sentido de epithymia puede significar «tendencia fuerte del apetito», que arrastra al hombre, como en Rom 13,14; Ef 4,22; 1 Tes 4,5; Sant 1,14; Jn 1,16.18. Pero el sentido más importante de pasión se vincula en el Nuevo Testamento con los padecimientos de Cristo, que aparecen formulados de manera clásica en Hch 26,23, donde cristianos y judí­os discuten sobre el Cristo, para determinar si es que tení­a que ser pathétos (de pathein, es decir, alguien que sufre). Así­ comienza el libro de los Hechos: Jesús se apareció a sus discí­pulos durante cuarenta dí­as, «después de haber padecido» (meta to pathein), es decir, después de su crucifixión y muerte (cf. Hch 1,3); el tema vuelve en el primer sermón de Pedro, que culmina con la afirmación de que, conforme a los profetas, el Cristo tení­a que padecer y así­ ha padecido (Hch 3,18; cf. 17,3; Lc 24,26.46). Desde esta misma perspectiva ha escrito Marcos su evangelio, cuya segunda parte (Mc 8,31-16,8) po drí­a titularse «Evangelio de la pasión de Cristo».

(1) El Hijo del Hombre tiene que padecer. Jesús ha pedido a sus discí­pulos que digan la opinión de la gente sobre él. Después de hacerlo, Pedro toma la palabra y confiesa: «Tú eres el Cristo». Jesús les responde pidiendo silencio (Mc 8,30), pues no puede tomar como propio el mesianismo al que apelan sus discí­pulos. Pedro se ha sentido con autoridad para mostrar a Jesús lo que ha de ser (hacer), trazando su camino y nombrándole Cristo, en lí­nea de triunfo mesiánico. Pues bien, Jesús invierte el sentido de su mesianismo: «Y empezó a enseñarles que el Hijo del Humano debí­a padecer mucho, que serí­a rechazado por los presbí­teros, los sumos sacerdotes y escribas; que lo matarí­an, y a los tres dí­as resucitarí­a. Les hablaba con toda claridad. Entonces Pedro lo tomó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a sus discí­pulos, reprendió a Pedro, diciéndole: ¡Apártate de mí­, Satanás, porque no piensas las cosas de Dios, sino las de los hombres! Y convocando a la gente con sus discí­pulos les dijo: Si alguno quiere seguirme, que renuncie a sí­ mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su alma, la perderá, pero el que pierda su alma por mí­ y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?» (Mc 8,31-37). Todo nos permite suponer que Jesús acepta el tí­tulo de Cristo, pero lo interpreta en la lí­nea del Hijo del Hombre que entrega su vida por los otros. Esta es su revelación más alta, su novedad rnesiánica: el Mesí­as de Dios no viene a triunfar, imponiéndose así­ sobre los demás, sino a padecer, sufriendo a favor de ellos.

(2) La pasión del Mesí­as. Jesús no ha venido a derrotar con armas a sus enemigos, sino a ponerse en las manos de esos «enemigos» a quienes ha ofrecido su misma vida. Así­ aparece como un perdedor, pero no un perdedor por necesidad, sino por opción: sufre porque ha rechazado la propuesta de Pedro, que le pedí­a luchar y triunfar como Mesí­as de la «buena» justicia del mundo. Renuncia a luchar y lo hace porque es portador de un amor no violento. Sólo así­ puede realizar su obra mesiánica, que él mismo abre a los demás: ¡Quien quiera venir en pos de mí­, niegúese a sí­ mismo…! (Mc 8,34). De esa forma les ofrece su camino de transformación salvadora, invirtiendo para siempre una lógica y ley de oposición que conduce sin cesar a la violencia. Desde esta perspectiva se entienden algunas de las palabras más significativas de Jesús (bienaventuranzas*) y se entiende sobre todo su muerte*. La buena nueva de Jesús, que es evangelio* de gozo*, resulta inseparable del sufrimiento mesiánico.

Cf. P. BENOIT, Pasión y resurrección del Señor, Fax, Madrid 1971; J. BLINZER, El proceso de Jesils, Litúrgica, Barcelona 1958; R. E. BROWN, La muerte del Mesí­as I, Verbo Divino, Estella 2005; H. CousiN, Los textos evangélicos de la pasión, Verbo Divino, Estella 1981; S. LEGASSE, El proceso de Jesús I-II, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995-1996; H. SCHÜRMANN, ¿Cómo entendió y vivió Jesús su muerte?, Sí­gueme, Salamanca 1982; El destino de Jesús. Su vida y su muerte, Sí­gueme, Salamanca 2004.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

A. NOMBRES 1. pathema (pavqhma, 3804), sufrimiento o emoción pasiva. Se traduce «pasiones» en Rom 7:5 «pasiones pecaminosas» (RV: «afectos de los pecados»); Gl 5.24: «pasiones» (RV: «afectos»). Véanse AFLICCIí“N, B, Nº 4, PADECIMIENTO, bajo PADECER, C. 2. pathos (pavqo», 3806), de pasco, sufrir, denota primariamente lo que uno sufre o experimenta de cualquier manera; de ahí­, un afecto de la mente, un deseo lleno de pasión. Utilizado por los griegos tanto de deseos buenos como malos, siempre se utiliza en el NT de estos últimos (Rom 1:26 «pasiones vergonzosas»; RV: «afectos»; Col 3:5 «pasiones desordenadas»; RV: «molicie»; 1Th 4:5 «pasión»; RV: «afecto»).¶ 3. jedone (hJdonhv, 2237), véase DELEITE bajo DELEITAR, B, Nº 2. Se traduce «pasiones» en Jam 4:1 (RV: «concupiscencias»). 4. epithumia (ejpiqumiva, 1939), se traduce «pasiones juveniles» en 2Ti 2:22 (RV: «deseos»). Véanse CONCUPISCENCIA, CODICIA, DESEO. Nota: En 1Th 4:5 (RV, pathos, pasión; RVR: «pasión»), se traduce «afecto»; va seguido de epithumia, «concupiscencia» o codicia, deseo desordenado. Trench describe pathos como «la condición enfermiza de la que surge epithumia». En 1Co 10:6 se traduce epithumetes, concupiscencia por, como «para que no codiciemos cosas malas» (VM: «que no tengamos codicia»). B. Adjetivo jomoiopathes (oJmoiopaqhv», 3663), de sentimientos o afectos semejantes (jomoios, semejante, y A, Nº 2; cf. el término castellano homeopatí­a). Se traduce «somos hombres semejantes» en Act 14:15 (RVR77: «de igual condición»); en Jam 5:17 «sujeto a pasiones semejantes» (RVR77: «de sentimientos semejantes»).¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

(Del latín passio, «sufrimiento»). Esta palabra se usa para denotar el aguante pasivo de una víctima ante las aflicciones impuestas sobre ella, y es equivalente al griego pazēma, de paschō, «yo sufro», que la Vulgata traduce por passio en Ro. 8:18; 2 Co. 1:6, 7; 2 Ti. 3:11; Heb. 10:32 y 1 P. 5:9. Se usa especialmente para referirse a los sufrimientos de Cristo. En Hch. 1:3 la BJ, NC, BH y la VM traducen to pathein por pasión y, en otros lugares (2 Co. 1:5; Fil. 3:10; Heb. 2:9, 10; 1 P. 1:11; 4:13; 5:1), la Vulgata traduce pazēma (y en Col. 1:24 zlipsis) por passio. Esta palabra fue utilizada por los escritores eclesiásticos latinos y aparece ya en el Fragmento de Muratori (hacia el año 200), y «pasión» aparece en las primeras letanías inglesas (Libro de Oración Común, 1549) para hablar de los sufrimientos de Cristo. La Vulgata usa passio para describir la aflicción corporal (Lv. 15:13, 25).

La palabra pasión señala también a las profundas experiencias emocionales; así, nuestras versiones españolas de la Biblia traducen homoiopazēs (Hch. 14:15; Stg. 5:17) como «hombres semejantes a vosotros» (RV60), «hombres iguales a vosotros» (NC), «Hombres de igual condición que vosotros» (BJ), «hombres como vosotros, sujetos a enfermedad» (VM) en el caso de Hechos. En la cita de Santiago, la RV60 prefiere «hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras», en tanto que la BH pone «hombre pasible semejante a nosotros» destacando la solidaridad en el padecimiento por parte de todos los hombres. La conexión radical aquí es con pazos (usada en Ro. 1:26; 1 Ts. 4:5) que la Vulgata una vez más traduce passio, vertiendo en el mismo sentido pazema de Romanos 7:5 (véase el comentario de Trench, lxxxviii, y el de Lightfoot sobre Col. 3:15). Usada en estos últimos ejemplos en el mal sentido de «lascivia», esta idea de una emoción intensa ha llegado a ser predominante en el uso moderno de la palabra.

BIBLIOGRAFÍA

RTWB.

David H. Wheaton

BJ Biblia de Jerusalén

NC Biblia Nácar-Colunga

BH Biblia Herder

VM Biblia Versión Moderna

RV60 Reina-Valera, Revisión 1960

Trench Trench’s Synonyms of the New Testament

RTWB Richardson’s Theological Word Book

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (456). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

1. En Hch. 1.3 el vocablo “pasión” (°vm) traduce pathein y se refiere al sufrmiento y la muerte de Cristo. Todavía se aplica este uso del término. En otras partes este término se traduce “padecer” (p. ej. Lc. 17.25; 24.26; Hch. 17.3; He. 13.12, etc.).

2. En Hch. 14.15 la traducción de homoiopathēs como “semejantes” transmite el sentido del griego. Stg. 5.17 (°vrv2 “pasiones”) debería traducirse en forma similar al caso anterior.

3. En su sentido malo “pasión” traduce pathos en Ro. 1.26; Col. 3.5; 1 Ts. 4.5 (en el NT este término siempre tiene el significado de “malos deseos”), y pathēmata en Ro. 7.5 (°vrv2 “morir”) y Gá. 5.24 (palabra que generalmente tiene el sentido de “sufrimientos”). En algunas vss. también se la emplea para traducir epithymia, ‘deseo’ (generalmente en el plural) en el mal sentido del término (* Lujuria).

P.E.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico