HENOC

nombre de varón en el A. T. 1. Hijo de Caí­n y padre de Irad. Caí­n construyó la ciudad primera ciudad de que se tenga noticia en las Escrituras y le puso por nombre H., como se lee en Gn 4, 17. Más adelante, en otros lugares, H. es hijo de Yéred, hijo éste de Mahalalel, de la descendencia de Set, Gn 5, 18; 1 Cro 1, 2-3; igualmente en la genealogí­a lucana de Jesús, Lc 3, 37. De setenta y cinco años engendró a Matusalén y, después, otros hijos e hijas, Gn 5, 21-22.

Vivió H. trescientos sesenta y cinco años cifra perfecta, el año solar tiene ese número de dí­as, Gn 5, 23. †œHenoc anduvo con Dios y desapareció porque Dios se lo llevó†, se dice en Gn 5, 24, es decir fue arrebatado por Dios, y es un ejemplo de piedad en tradición judí­a, mencionado en varios pasajes bí­blicos en este sentido: en Sb 4, 10, se alude a su vida de justo por lo que fue arrebatado; Ben Sirá lo pone como ejemplo para todas las generaciones, Si 44, 16; 49, 14; H. es puesto como modelo de fe en Hb 11, 5, donde se dice que no murió, por su fe fue trasladado por Dios. A H. se le atribuyen obras apócrifas, como el Libro de H. En Judas 1416, sobre los falsos doctores, hay dos referencias a este texto, Henoc 1, 9; 5, 5. Del Libro de H., el más importante de la literatura apocalí­ptica apócrifa, fue encontrada una versión en Abisinia, conocida como H. etí­ope, por estar en este idioma. Se cree que fue escrito en hebreo o en arameo, por los fragmentos encontrados de él en los manuscritos del mar Muerto, en Qumram. Se cree que este H. etí­ope es traducción de una versión en griego. 2. Hijo de Madián y nieto de Abraham y Queturá, Gn 25, 4; 1 Cro 1, 33. 3. Hijo de Rubén y nieto de Jacob, de los que entraron en Egipto con el patriarca, padre del clan henoquita, Gn 46, 9; Ex 6, 14; Nm 26, 5; 1 Cro 5, 3.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Véase ENOC.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[011]

Nombre del patriarca que fue padre del longevo Matusalén (Gn. 5.21) y «anduvo en el mundo» 365 años». El texto bí­blico dice que «no fue visto más, porque Dios se lo llevó». Al no explicitar el texto su muerte, se generó la leyenda primitiva de su supervivencia en espera del final de los tiempos.

Esa leyenda dio lugar a ciertas referencias bí­blicas posteriores, debido a la originalidad de su figura. Aparecen en el Antiguo Testamento: Ecclo. 44. 16 y 49. 14; y también en el Nuevo: Lc. 3. 37 o Hebr. 11. 5, incluso Jds. 14 y ss.

En la literatura extrabí­blica, tanto judí­a como cristiana, tuvo resonancias especiales. El libro apócrifo de Henoc, del siglo II, escrito en hebreo o arameo le da importancia decisiva, de manera que la Iglesia copta todaví­a lo considera inspirado por Dios.

Otro Henoc cita la Biblia: fue el primer hijo de Caí­n (4. 17-24).

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DJN
 
San Lucas cita a Henoc en la lista genealógica de Jesús, como padre de Matusalén e hijo de Jaret (Lc 3,37). Hay tres libros apócrifos de Henoc: etiópico, eslavo y hebreo, según la lengua en que se conserva. Libro etiópico de Henoc. Entre todos los apócrifos judí­os es éste, sin duda, el más interesante, pues contiene la concepción doctrinal y religiosa del pueblo judí­o en los tiempos mesiánicos. Tiene seis partes: 1) La angelologí­a (cap. 1-36): viaje de Henoc por la tierra, el infierno y los ángeles; se describe el juicio futuro, la caí­da de los ángeles y el castigo; relación de los ángeles con las hijas de los hombres, de las que nacen los gigantes. 2) Libro de las parábolas (cap. 37-71): suerte futura de los pecadores y de los justos; juicio que hace «el elegido», el Hijo del hombre, el Mesí­as. 3) Libro astronómico (cap. 72-82): leyes por las que se rige el curso del sol, de las estrellas, de los vientos, etc. 4) Libro de las visiones (cap. 83-90): historia del mundo, desde Adán hasta el Mesí­as, en dos visiones: los hombres están representados por diferentes animales. 5) Apocalipsis de las semanas (cap. 93, 91, 15-17): divide en diez semanas el curso del mundo, de las que ya han pasado siete y faltan solamente tres. 6) Libro de la edificación (cap. 91,105): exhortaciones y bendiciones para los impí­os. Cierra un breve epí­logo con fragmentos de un libro de Noé. El libro carece de unidad; en su mayor parte es de origen judí­o y escrito en el siglo II a. de C.; fue tenido en gran veneración por los Santos Padres, que le citan muchas veces; le cita también San Judas en el versí­culo 14 de la carta apostólica; algunos aseguran que hay interpolaciones cristianas, por lo menos cuando habla del Mesí­as como «el Hijo del hombre» en el libro de las parábolas. Henoc eslavo: Libro de los secretos de Henoc. El argumento es apocalí­ptico: las visiones de Henoc en el viaje que hizo por los siete cielos, acompañado de los ángeles. Fue escrito en Palestina en la primera mitad del siglo 1 d. de C., en lengua griega y traducido luego al eslavo. Henoc hebraico: Escrito en hebreo, después del año 70 d. de C., y trata de revelaciones secretas. >apócrifos.

E.M.N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> apocalí­ptica, ángeles, violación). Personaje mí­tico-simbólico de los principios de la historia israelita. Puede tener un carácter ambiguo, aunque acaba siendo básicamente positivo. En torno a su figura se ha elaborado una amplia literatura, llamada henóquica, en la que se ha interpretado el sentido del pecado y la posible liberación de los hombres, desde una perspectiva apocalí­ptica. (1) Figura. La figura de Henoc ha sido interpretada de diversas formas, desde el Pentateuco hasta las experiencias visionarias posteriores de la Cábala judí­a. (a) El Libro de los Vigilantes (1 Fien 6-36), que forma parte del «Pentateuco de Henoc», transmitido desde antiguo como un texto único (1 Henoc), ofrece la interpretación más consistente de la figura de Henoc. Este libro recoge el tema del diluvio (que aparece en Gn 6-9) y lo re interpreta a partir de la «invasión programada de los Vigilantes (ángeles custodios pervertidos) y desde la perspectiva de un personaje llamado Henoc, que aparecí­a dos veces en el Génesis: una de forma ambigua o negativa, como hijo de Caí­n y representante de la primera ciudad del mundo (Gn 4,17), y otra de forma positiva, como hijo de Yared: «Henoc vivió un total de 365 años. Trató con Dios y después desapareció, porque Dios se lo llevó» (Gn 5,21-24). Esta segunda perspectiva se ha impuesto y se ha desarrollado en la tradición apocalí­ptica, que le presenta como «joven» (vivió sólo el tiempo de un ciclo solar, 365 años, en una época en que otros patriarcas llegaban casi a los 1.000 años) y que le denomina «amigo de Dios», que le llevó a su gloria sin morir (como si hubiera comido del árbol de la vida, que Adán-Eva no pudieron tomar). El libro del Eclesiástico (Ben Sira) le presenta también como Sabio excelso y Predicador penitencial: «Caminó con el Señor y fue trasladado, como ejemplo de penitencia [LXX: tnetanoias; Vulg: ut det gentibus paenitentiam» (Eclo 44,16); «Pocos ha habido en el mundo como Henoc; también él fue arrebatado en persona» (Eclo 9,13). Lo mismo hace el Libro de los Jubileos, escrito hacia el 130 a.C. (casi dos siglos después de 1 Hen 3-36), que asume y unifica gran parte de las visiones precedentes, presentándole como figura ejemplar, signo o prototipo de la humanidad: «Henoc… fue el primero que aprendió la escritura, la doctrina y sabidurí­a, y escribió en un libro las señales del cielo, según el orden de sus meses… Vio en visión nocturna, en sueño, lo acontecido y lo que sucederá y lo que ocurrirá al género humano en sus generaciones hasta el dí­a del juicio… Henoc estuvo con los ángeles… Ellos le mostraron cuanto hay en la tierra y en los cielos, y el poder del sol, y lo escri bió todo. Exhortó a los «vigilantes» que habí­an prevaricado con las hijas de los hombres, pues habí­an comenzado a unirse con las hijas de la tierra, cometiendo abominación, y dio testimonio contra todos ellos. Fue elevado de entre los hijos del género humano y lo enviamos al jardí­n del Edén para gloria y honor. Y allí­ está escribiendo sentencias y juicios eternos y toda la maldad de los hijos de los hombres» (Jub 4,17-19.20-24).

(2) Interpretaciones. El testimonio más importante sigue siendo el de 1 Hen 6-36, que vincula a Henoc con los Vigilantes o ángeles caí­dos, a quienes Dios habí­a destinado para «enseñar al género humano a hacer leyes y justicia sobre la tierra». No se sabe si eran custodios personales, es decir, guardianes de cada individuo, como enseñará más tarde una tradición judí­a y cristiana, o custodios de la humanidad en su conjunto; pero, en contra de su obligación, pues debí­an guiar y vigilar a los hombres para bien, les seducen, como saben otras tradiciones, que hablan de guardianes perversos de los hombres. Henoc es, según eso, el signo de una nueva antropologí­a, cuyos rasgos principales son éstos: formamos parte de un «mundo angélico» que nos vincula con Dios, pero allí­ donde ese mundo se adultera o perturba, por sexo y/o violencia, venimos a caer en manos de lo demoní­aco; nuestra vida está inmersa en una gran batalla que nos sobrepasa y que nosotros no podemos controlar, de manera que más que agentes somos ví­ctimas de un destino cósmico, que tiene unos rasgos parecidos a los de la tragedia griega; signos clave del pecado son la atracción sexual y la lucha por el poder, que provienen de los ángeles perversos y que pervierten al hombre, convirtiéndole en fuente de violencia y muerte.

(3) Mito básico: los ángeles violadores. Está vinculado a la invasión de los vigilantes*: «En aquellos dí­as, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron: ¡Ea, escojámonos de entre los hombres y engendremos hijos!…» (1 Hen 6,1—7,1). Este es el mito de la lucha universal, desatada por los ángeles invasores, que lo tienen todo en su altura celeste, menos dos cosas que desean y son propias de los hombres: mujeres y guerra (sangre sexual, sangre de violencia). Habitaban en el cielo, disfrutaban de todo lo que puede desearse, pero les faltaba sangre y sexo: violencia y erotismo. Bajaron y perturbaron el mundo, iniciando así­ un gran desastre cósmico y humano, en el que aparecen todos implicados: los varones como representantes de los espí­ritus violentos; las mujeres como hembras atractivas violadas… y todos, unos y otros, poseí­dos por un tipo de ciega violencia diabólica. Conforme al mito explí­cito del libro de Henoc, a causa de esta invasión de los vigilantes, las mujeres aprendieron a seducir, los hombres a fabricar espadas, cuchillos, escudos, petos, metales de guerra y adornos para excitar los deseos (1 Hen 8,1). El mundo entero se volvió violencia (artes de guerra) y corrupción sexual (artes de engaño) y la historia fue batalla universal entre varones/demonios guerreros y mujeres perversas. Así­ estalló y se extendió la destrucción de conjunto, como una moderna guerra de galaxias que provoca el desastre de la vida de nuestro planeta. Así­ se vincularon los diversos elementos de la destrucción cósmica, (a) Se quebró el orden afectivo y familiar, con la perversión de varones y mujeres, violados por los ángeles caí­dos de los cielos, (b) Se pervirtió el orden social, con la lucha de todos contra todos, en guerra universal de hombres y espí­ritus perversos, (c) La guerra tomó dimensiones cósmicas y planetarias, pues intervinieron en ella no sólo los hombres y algunos ángeles/demonios particulares, sino los mismos arkhontes o espí­ritus de los siete* grandes astros que definen (y debí­an defender) el orden de los cielos. Esta gran guerra se expresó en forma de diluvio* universal. Ciertamente, se podí­a evocar también un fuego cósmico, provocando una especie de estallido o ruina de todos los astros. Pero la tradición hablaba más bien, por lo menos en la tierra, de un diluvio universal, interpretado como destrucción ecológica suprema. Dios habí­a dado a los hombres la tierra, para que la cultivaran e hicieran habitable. Pero los hombres, pervertidos por los ángeles caí­dos, en borrachera de sangre y de sexo, destruyeron la tierra. Si Dios no interviniera y comenzara con Henoc (y con Noé) una etapa nueva, todo habrí­a terminado. De esa forma se expresa, en clave mí­tica o simbólica, la perversión universal, que desborda y sobrepasa el plano de la historia de los hombres. Eso significa que el pecado (que se reflejaba previamente en las figuras y las obras de Caí­n y Lamec) habí­a venido a convertirse en un des-astre (perversión astral) que los diversos escritores del ciclo de Henoc entendieron como principio de un posible fin del mundo. Estos libros del ciclo de Henoc, con sus visiones de la perversión cósmica y de la destrucción universal, se encuentran muy cerca de la literatura y simbologí­a apocalí­ptica desarrollada por muchos videntes, en los decenios de miedo que han marcado el final del siglo XX.

(4) Henoc, el sabio. La teofaní­a. La primera parte del libro de 1 Henoc, llamada «De los vigilantes» (1 Hen 6-36), se centra en una gran teofaní­a a través de la cual el autor quiere ofrecer una justificación o aval divino de su visión del juicio de la historia, elaborando de esa forma un texto clásico de «ascenso mí­stico» o teofaní­a. Henoc penetra hasta la entraña del misterio donde se le manifiesta el Dios invisible, confirmando la sentencia de condena ya dictada en contra de los vigilantes* y de sus aliados, (a) Los tres momentos del ascenso. Esta visión de Dios (que puede situarse en la lí­nea de las más famosas de la Biblia: Is 6; Ez 1; Dn 7; Ap 4) está al servicio del talión y sirve para confirmar la sentencia de condena, negando así­ la gracia o el perdón de Dios para los culpables. Tres son los planos o momentos de ese ascenso de Henoc, que «sube hasta el misterio» de la gloria y dureza de un Dios que sigue aislado y no se encarna en la historia de los hombres. Podemos dividir la escena distinguiendo dos casas y un trono. [Primera casa]: Henoc sube hacia la altura de Dios y tras el primer muro celeste descubre una gran casa, construida al mismo tiempo de hielo y fuego: «Entré en esta casa que es ardiente como fuego y frí­a como granizo, donde no hay ningún deleite; y el miedo me obnubiló y el terror me sobrecogió. Caí­ de bruces temblando y tuve una visión». Allí­, en el gran vací­o en que se cruzan y coinciden los contrarios, entre cí­rculos astrales de vivientes querubines, empieza el misterio (1 Hen 14,8-15). [Segunda casa]: Dejando la anterior, Henoc entra en otra ca sa mucho más grande, «y sus puertas estaban todas abiertas ante mí­; estaba construida de lenguas de fuego y era en todo tan espléndida, ilustre y grande que no puedo contaros tanta gloria y grandeza». Su suelo era fuego; por encima habí­a relámpagos y órbitas astrales; su techo de fuego abrasador. Este es el lugar de Dios (1 Hen 14,15-17). [El Trono y la Majestad]: Henoc descubre un Trono, brillante como el sol, donde se sienta la Gran Majestad «con su túnica más brillante que el sol y más resplandeciente que el granizo, de modo que ninguno de los ángeles podí­a entrar siquiera (a esta casa); y el aspecto del rostro del Glorioso y Excelso no puede verlo tampoco ningún hombre carnal. Fuego abrasador hay a su alrededor, gran fuego se alza ante él, y no hay quien se le acerque de los que hay a su alrededor; mirí­adas de mirí­adas hay ante él, pero él no requiere santo consejo. Los Santí­simos (ángeles) que están cerca de él no se alejan de dí­a ni de noche, ni se apartan de él…» (1 Hen 14,18-22). Este salón judicial es testigo de un juicio sin gracia ni misericordia. El ascenso contemplativo nos ha llevado a un tipo de «desierto» donde se distinguen y vinculan los poderes que parecen más opuestos (primera casa), un desierto que aparece después como espacio lleno de atracciones (segunda casa). Centro de ese espacio y realidad originaria es Dios, a quien podemos vislumbrar como Majestad y Gloria sedente sobre un trono. Nunca se ha visto su figura, nadie ha podido contemplar su rostro, ni siquiera los ángeles que habitan más cerca de su fuego. Es un Dios que está arriba como SeñorJuez, no se ha encarnado en la historia, no es tampoco gracia, sino majestad imponente, pero los hombres, representados por Henoc, pueden realizar un camino de ascenso interior y contemplarle en la oscuridad. Nos hallamos por tanto ante una antropologí­a que se expresa en forma de experiencia visionaria, (b) La revelación de Dios. En esa lí­nea, superando todas las razones, viene a revelarse la Razón de Dios, como gloria y fuerza, que se expresa a través del juicio supremo, que aparece como palabra de condena para los pecadores. No hay en ese Dios ningún atisbo de ternura, no hay diálogo de amor ni corazón: no existe el perdón que los grandes profetas intuyeron al hablar del matrimonio de Dios y de su pueblo (Os, Jr, Ez…), ni tampoco la entrega amorosa que los cristianos han visto en Jesús a quien contemplan como gracia encarnada. El Señor a quien se busca aquí­ es un Dios de juicio y fuego, alguien cuyo rostro no puede contemplarse, pues no se ha encarnado en el rostro de los pobres (en la lí­nea de la mejor tradición canónica judí­a y mesiánica cristiana). Pues bien, ese Dios sin rostro (ni Henoc le ha contemplado) es Dios de palabra, que puede hablar, diciendo sentencias muy claras de juicio: «Mc llamó por su boca y me dijo: Acércate aquí­, Henoc, y escucha mi santa Palabra» (1 Hen 10,24). Sin duda, esa palabra de juicio puede interpretarse como presupuesto y principio de salvación para los justos, pero ésta es una salvación por juicio y no por gracia. Seguimos estando en el plano del talión que el evangelio de Jesús ha superado. El Dios de Henoc no es gracia fundante y libertad responsable, abierta al perdón, como fuente de vida que se abre a todos los hombres, sino talión de venganza ya decidida, que planea por encima de la historia. Sólo sobre esa base de talión es posible la llamada profética, entendida como elección, para los justos o videntes apocalí­pticos.

Cf. P. GRELOT, «La légende d†™Enoch dans les Apocryphes dans la Bible», RSAR 46 (1958) 5-26, í8i-2I0;P. SACCHI, LApocalittica Gindaica e la sita Storia, Paideia, Brescia 1990; X. PIKAZA, Antropologí­a bí­blica, Sí­gueme, Salamanca 2006; J. VANDERKAM, «The Theophany of Henoc», VT23 (1973) 129-150.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

(Griego Enoch)

Es el nombre del hijo de Caín (Gén. 4,17-18), el de un sobrino de Abraham (Gén 25,4), del primogénito de Rubén (Gén 46,9), y del hijo de Jared y padre de Matusalén (Gén 5,18ss.). Este último patriarca es él más ilustre portador del nombre.

En tiempos del nacimiento de Matusalén, Henoc tenía sesenta y cinco años de edad, «y el total de los años de Henoc fue de trescientos sesenta y cinco años” (Gén 5,23). Contrario a la expresión «y murió» utilizada en los perfiles de los demás patriarcas, el texto dice de Henoc: «y anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó.» (Gén 5,24). El autor inspirado de la Epístola a los Hebreos 11,5 añade: «Por la fe Henoc fue trasladado, de modo que no vio la muerte». En el libro del Eclesiástico 44,16 y 49,14 se expone la misma verdad sobre el patriarca. En la Epístola de San Judas (v. 14 y 15), nos muestran a Henoc como un profeta, anunciando el juicio de Dios sobre los pecadores impíos. Algunos escritores suponen que San Judas citó tales palabras del tal titulado apócrifo Libro de Henoc (ver apócrifo); pero, ya que no se ajustan al contexto (etíope), es más razonable asumir que fueron interpolados dentro del libro apócrifo del texto de San Judas. El apóstol debió haber tomado las palabras de la tradición judía.

Bibliografía: HAGEN, Lexicon Biblicum (París, 1907), II, 485 sq.; CHASE, Diccionario de la Biblia (New York, 1900), I, 705.

Fuente: Maas, Anthony. «Henoch.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/07218a.htm

Traducido por Anónimo de Borinquen. lhm

Fuente: Enciclopedia Católica