HELIODORO

encargado de los negocios del rey seléucida Seleuco IV Filopátor, 187-175 a. C. Simón, administrador del Templo, habiendo tenido diferencias con Oní­as III, sumo sacerdote, sobre la reglamentación del mercado de la ciudad, acudió donde Apolonio, estratega seléucida de Celesiria y Fenicia, para contarle que el tesoro de Jerusalén estaba repleto de riquezas y que el dinero allí­ depositado era incalculable, así­ como que el rey podrí­a tomarlo sin dificultad. Apolonio informó a Seleuco IV cuanto habí­a oí­do de Simón, y comisionó a H. para apoderarse de la riqueza de Jerusalén y llevarla al tesoro real. El monarca seléucida necesitaba de esos caudales, pues se encontraba escaso de dinero a causa de tributo que le impuso Roma a Antí­oco III Megas, su padre, tras la derrota en Magnesia en el año 189 a. C., para conseguir la paz. Al llegar a Jerusalén, H. fue recibido amistosamente por el sumo sacerdote. El enviado dio a conocer el motivo de su presencia en la ciudad, a lo que el sacerdote replicó que en el tesoro estaban guardados los depósitos de las viudas y de los huérfanos y que, además, no se podí­a violar la santidad del Templo. Sin embargo, en el dí­a fijado, H. se dispuso a hacer el inventario de los bienes y a incautar el tesoro, mientras los sacerdotes revestidos con las ropas sacerdotales, postrados ante el altar, pedí­an al altí­simo conservara intactos los bienes en depósito. Igualmente lo hací­a la muchedumbre de los habitantes de todaJerusalén. Cuando H. y su guardia se disponí­an a cometer el sacrilegio, †œel Soberano de los Espí­ritus y de toda Potestad se manifestó en su grandeza†, apareció un caballo montado por un jinete terrible y guarnecido con riquí­simo arnés; el animal pisoteó a H. Aparecieron también dos fuertes jóvenes que lo molieron a golpes. Al caer, H. fue recogido en una litera, exhausto y a punto de expirar. Sus compañeros instaron al sumo sacerdote Oní­as para que invocara al Altí­simo para que le conservara la vida a H.

Estando Oní­as ofreciendo el sacrificio de expiación volvieron a aparecérsele a H. Ios mismos jóvenes que le habí­an apaleado, y le dijeron: †œDa muchas gracias al sumo sacerdote Oní­as, pues por él te concede el Señor la gracia vivir; y tú, que has sido azotado por el Cielo, haz saber a todos la grandeza del poder de Dios†. Tras su conversión, H. ofreció un sacrificio, se despidió del sumo sacerdote y volvió donde el soberano seléucida y dio †œtestimonio de las obras del Dios grande que él habí­a contemplado con sus ojos†, 2 M 3; 5, 18. En el año 175, H. asesinó al rey Seleuco IV Filopátor y lo sucedió su hermano Antí­oco IV Epí­fanes.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital