ESTERILIDAD

latí­n sterilitas. Que no da frutos, incapacidad del macho o de la hembra para la reproducción. La e. en los tiempos bí­blicos era tenida por deshonra o por castigo, mientras que la fecundidad, como una bendición, Gn 30, 2; Ex 23, 26; 1 S 1, 5; Dt 7, 14. En la época de los patriarcas, se seguí­a la costumbre mesopotámica, según la cual, cuando la esposa era estéril, ésta le daba su esclava al marido para que concibiera hijos, que la esposa reconocí­a como propios, tal como hizo Saray con su sierva Agar, la cual concibió de Abraham y dio a luz a Ismael, Gn 16, 1-4 y 15; casos parecidos los de Raquel y Lí­a, mujeres de Jacob; la primera le entregó a la esclava Bihá y la segunda, a Zilpá, Gn 30, 1-6 y 9-13. En las Escrituras se encuentran episodios milagrosos, pues para Dios nada es imposible, como se dice en Gn 18, 14; Jr 32, 27 ; Lc 1, 37, en los cuales el Señor quiso que las estériles concibieran y dieran hijos a luz: Sara concibió a los noventa años de edad y parió a Isaac, Gn 17, 15/16/19; Abraham tení­a cien años, cuando nació su hijo Isaac, Gn 21, 1-5. La mujer de Manóaj era estéril y concibió y parió a Sansón, Jc 13, 1-5 y 24. Ana, mujer estéril, rogó a Yahvéh, y tuvo un hijo con su esposo Elcaná, quien fue el profeta Samuel, 1 S 1, 2 y 19-20. Sin embargo, según el libro de la Sabidurí­a, era preferible la e. a la infidelidad de la mujer, Sb 3, 12.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

En toda la Biblia se considera el tener hijos como una bendición de Dios. Y el no tenerlos como algo indeseable, una tragedia. Incluso, a veces, como signo de juicio. Una promesa de Dios para el pueblo de Israel era que †œno habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra† (Exo 23:26). Así­, en las bendiciones y maldiciones de †¢Deuteronomio, una de las consecuencias positivas de la obediencia serí­a que †œno habrá en ti varón ni hembra estéril† (Deu 7:14) y Dios harí­a †œsobreabundar … en el fruto de tu vientre† (Deu 28:11). De ahí­ que se presenten los casos de †¢Sara (Gen 11:30), †¢Rebeca (Gen 25:21), †¢Raquel (Gen 29:31), †¢Ana (1Sa 1:2), †¢Elisabet (Luc 1:7), en un estado de sufrimiento por no poder tener hijos. En respuesta a la oración, Dios dio hijos a mujeres que no los tení­an. él †œhace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos† (Sal 113:9).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, MDIC COST

vet, Considerada en la Biblia como un oprobio (1 S. 1:1-10), en tanto que la fecundidad era una bendición de parte de Dios (Sal. 127:3-5; 128:1-4).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

La esterilidad, el no poder tener hijos, era motivo de vergüenza y de humillación (Lc 1, 7.36; 23, 29). Es también vergüenza condenable la esterilidad de una fe sin obras (Sant 2, 20; Mt 12, 36), como lo es la esterilidad del árbol que no da frutos (Mt 3, 10; 7, 16-20; Lc 3, 9; 6, 43-44), como la higuera infructuosa, maldecida por Jesús (Mt 21, 19; Mc 11, 14; Lc 13, 6-9), o las semillas de la palabra de Dios, que no dan fruto alguno en un corazón entregado a los bienes materiales de este mundo (Mt 13, 22; Mc 4, 7. 19), o el sarmiento inútil, que debe ser cortado y quemado (Jn 15, 2).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

En hebreo se utilizan dos palabras que se traducen †œestéril†: `a·qár (Gé 11:30) y gal·múdh (Isa 49:21). En Proverbios 30:16 se describe literalmente la esterilidad como †œrestricción de la matriz† (NM, nota). La palabra griega para †œestéril† es stéi·ros. (Lu 1:7, 36.) También se habla de la esterilidad como †œamortiguamiento de la matriz†. (Ro 4:19.)
El mandato original de Jehová a Adán y Eva, más tarde repetido a los hijos de Noé, decí­a en parte: †œSean fructí­feros y háganse muchos†. (Gé 1:28; 9:7.) Por lo tanto, el que una mujer casada no pudiera tener hijos se veí­a en tiempos antiguos como una deshonra, una aflicción, un castigo y una de las peores desdichas. †œDame hijos, o si no seré mujer muerta†, le suplicó Raquel a su esposo Jacob. (Gé 30:1.)
Las palabras de Jacob a Raquel muestran que Jehová puede hacer fructí­fera a una mujer estéril: †œ¿Estoy yo en el lugar de Dios, que ha retenido de ti el fruto del vientre?†. El relato sigue diciendo: †œDios se acordó de Raquel, y Dios la oyó y le respondió, por cuanto le abrió la matriz. Y ella quedó encinta y dio a luz un hijo†. (Gé 30:2, 22, 23.) Se pueden citar otros casos que demuestran el poder de Dios de dar hijos a mujeres afligidas de esterilidad natural por un largo perí­odo de tiempo: Sara (Gé 11:30; 17:19; 21:1, 2), Rebeca (Gé 25:21), la madre de Sansón (Jue 13:2, 3), Ana (1Sa 1:10, 11; 2:5), una mujer sunamita (2Re 4:14-17) y Elisabet (Lu 1:7, 36). Con la bendición de Jehová, los israelitas fueron tan prolí­ficos en Egipto que los egipcios se alarmaron, pensando que en poco tiempo serí­an más que ellos. (Ex 1:7-12, 18-21.) También se dice que Jehová le concedió a Rut, la antepasada de David, concebir un hijo. (Rut 4:13.)
Cuando Jehová retení­a su bendición, incluso la tierra se hací­a estéril y yerma, pero con la bendición divina, la tierra podí­a producir mucho fruto. (Le 26:3-5.) De igual manera, se prometió que †˜no existirí­a mujer que sufriera aborto ni mujer estéril en la tierra†™ en virtud de la abundante bendición de Jehová. (Ex 23:26; Dt 7:13, 14; 28:4, 11; Sl 127:3-5; 128:3.) Y a la inversa, Jehová cerró †œcompletamente toda matriz de la casa de Abimélec† cuando este intentó tomar a Sara por esposa. (Gé 20:17, 18.)
Debido a la tremenda angustia que se predijo que le sobrevendrí­a a la Jerusalén del primer siglo, Jesús dijo que las mujeres †œestériles† se sentirí­an felices, aliviadas, por no tener que ver sufrir a sus hijos. (Lu 23:29.)
Isaí­as y el salmista profetizaron acerca de una mujer estéril cuya deshonra y vergüenza se olvidarí­an debido a los muchos hijos que darí­a a luz, todos ellos enseñados por Jehová. (Sl 113:9; Isa 54:1-15.) El apóstol Pablo aplica las palabras de Isaí­as a la †œmujer libre†, es decir, la †œJerusalén de arriba†. (Gál 4:26-31.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

El pueblo de Dios muestra a lo largo de su historia un profundo deseo de *fecundidad, eco del llamamiento lanzado por su Creador; la esterilidad que lo contrarí­a es un hecho que se le impone, contra el que lucha sin descanso y cuyo secreto le revela lentamente Dios.

I. LA LUCHA CONTRA LA ESTERILIDAD. 1. La esterilidad es un mal, como el *sufrimiento y la *muerte; en efecto, parece oponerse al mandamiento del Creador que quiere la fecundidad y la vida. Es una *vergüenza no lograr uno que sobreviva su *nombre. De ahí­ las lamentaciones de Abraham : ¿Qué importa mi siervo adoptado, si yo me voy sin hijos? (Gén 15,2s). Y Sara, su mujer, se siente despreciada por la sierva fecunda (16,4s). Raquel grita a su marido: «Â¡Dame hijos!, o me muero» (Gén 30,1); pero Jacob se irrita contra ella: «¿Estoy yo en lugar de Dios que te ha rehusado la maternidad?» (Gén 30,2). Dios solo es el señor.

2. Contra este mal se debe luchar. Así­ lo hace Raquel: como en otro tiempo su suegra Sara (Gén 16,2), que sin duda se apoyaba en una costumbre derivada del Código de Hammurabi, da a su esposo una de sus siervas para que «engendre sobre sus rodillas» (Gén 30,3-6); así­ lo hizo Lí­a, que después de haber tenido cuatro hijos, cesó por algún tiempo de ser madre (30,9-13). De este modo el hombre, con un artificio, triunfa de la esterilidad, confiriendo a sus hijos adoptivos†¢ los mismos derechos que a los que hubieran salido de sus propias entrañas.

3. Dios vencedor de la esterilidad. Con estratagemas, legales o no, llega el hombre a dominar el estancamiento de la corriente de la vida; pero no puede hacer fecunda a la mujer estéril, cosa reservada a Dios, que con ello anuncia un gran misterio.

El escritor sagrado subrayó intencionadamente que habí­an sido estériles las mujeres de los tres antepasados del pueblo elegido: Sara (Gén 11,30; 16,1), Rebeca (Gén 25, 21), Raquel (29,31), antes de que les fuera otorgada descendencia (cf. p.e., 13,2-5). La cuidada escenificación del nacimiento de Isaac quiere mostrar a la vez el misterio de la *elección gratuita y de !a *gracia fecunda. Como lo inteepretará Pablo, el hombre debe reconocerse impotente y debe confesar con fe el poder de Dios para suscitar la vida en una tierra desierta: la *fe triunfa de la muerte estéril y suscita la vida (Rom 4,18-24). Elección gratuita que ensalza Ana, la estéril (ISam 2,1-10): «Parió la estéril y se marchitó la madre de muchos hijos» (2,5).

II. LA ESTERILIDAD ACEPTADA. En efecto, Dios «visita» a las mujeres estériles mostrando que los hombres se equivocan considerando la esterilidad sencillamente como un *castigo. En cierto sentido lo es, sí­, puesto que Dios ordena a Jeremí­as guardar el celibato para significar la esterilidad del pueblo en estado de pecado (Jer 16); y cuando la esposa abandonada vuelva a recuperar la gracia podrá confortarla el profeta : » ¡Regocí­jate, estéril, la sin hijos…! Los hijos de la abandonada son más numerosos que los hijos de la casada» (Is 54,1). Jerusalén, confesando su pecado, reconoció que su esterilidad significaba su divorcio de Dios ; se preparaba para una nueva fecundidad, todaví­a más maravillosa: ahora cuenta ya a las *naciones entre sus hijos (cf. Gál 4,27).

Lo que halla sentido en el plano comunitario sólo se puede comprender lentamente en el plano individual. La ley, aun defendiendo a «la mujer menos amada» (Dt 21,15ss), prohibí­a al eunuco ofrecer sacrificios (Lev 21,20), reduciéndolo a la suerte de los bastardos (Dt 23,3ss): propiamente estaba excluido del pueblo (Dt 23,2). Hizo falta el desastre del exilio para que se abriera una brecha en esta estima exclusivista de la fecundidad carnal; al retorno de Babilonia se pronuncia un oráculo completamente nuevo: «No diga el eunuco : Yo no soy más que un árbol seco. Así­ habla Yahveh: A los eunucos que se atienen firmemente a mi alianza les daré una estela y un nombre mejor que hijos e hijas, les daré un *nombre eterno que no se suprimirá jamás» (Is 56,3ss). Así­ se hací­a cargo el hombre de que la fecundidad fí­sica no era necesaria para su supervivencia, por lo menos en la memoria de Dios.

En los sabios se observa el mismo progreso. Continúan dando prueba de un buen sentido religioso bastan-te trivial: «Más vale un hijo que mil, y morir sin hijos, más que tener hijos impí­os» (Eclo 16,1-4); pero con la fe en la supervivencia plena y gloriosa descubren y proclama, los creyentes la existencia de una auténtica *fecundidad espiritual: «Dichosa la estéril, pero sin tacha. Su fecundidad aparecerá en el momento de la *visita de las almas. Dichoso el eunuco cuya mano no hace mal. Vale más no tener hijos y poseer la virtud, pues su memoria irá acompañada de inmortalidad» (Sab 3,13s; 4,1). Ahora ya la mirada del creyente no está obsesionada por la fecundidad terrena; está pronto a descubrir un sentido en el ‘fruto de las *obras que produce la virtud y que hace inmortal; para esto era necesario que se aceptase y se transformara el mal que es la esterilidad.

III. LA ESTERILIDAD VOLUNTARIA. Al paso que la hija de Jefté, condenada a morir sin hijos, llora su «virginidad» (Jue 11,37s), en cambio, Jeremí­as acepta la misión divina de guardar celibato (Jer 16,1s): con esto no simboliza todaví­a sino un aspecto negativo, la esterilidad culpable del pueblo (cf. Lc 23,29). Sin embargo, aunque en *figura, el AT anunciaba ya positivamente !a *virginidad fecunda. El signo que recibe Marí­a en la anunciación (Lc 1,36s) es precisamente la concepción maravillosa de su prima Isabel: la que por su esterilidad (1,7.25) recuerda la larga historia de las mujeres estériles vueltas fecundas por la *visita de Dios, significa para Marí­a la maternidad virginal anunciada. Entonces se inaugura una nueva era en Marí­a, cuyo fruto es el mismo Hijo de Dios, plenitud de la *fecundidad.

En esta nueva era llama Jesús en su seguimiento a los «eunucos que se hacen tales con miras al reino de los cielos» (Mt 19,12). Lo que se sufrí­a como una *maldición, o a lo más se soportaba como un mal cuyo buen fruto madurarí­a en el cielo, se convierte en un *carisma a los ojos de Pablo (lCor 7,7); mientras el Génesis decí­a : «No es bueno que el hombre esté solo» (Gén 2,18), Pablo osa proclamar, con no pocas precauciones: «Es bueno que el hombre esté así­» (ICor 7,26), es decir, célibe, solo, sin hijos. Llegada a este estadio, la esterilidad voluntaria puede realizarse en *virginidad.

-> Fecundidad – Madre – Virginidad.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El ser casada y no tener hijos se ha considerado siempre en oriente, no sólo motivo de pesar, sino como un reproche que podría llevar al divorcio. Esa fue la causa de la desesperada risa de Sara (Gn. 18.12), de la oración silenciosa de Ana (1 S. 1.10ss), de la apasionada alternativa planteada por Raquel entre tener hijos o morir (Gn. 30.1), y de la exclamación de Elisabet al saber que Dios le había quitado su afrenta (Lc. 1.25). Lo tremendo del futuro juicio sobre Jerusalén se realza mediante la increíble afirmación de que serán “bienaventuradas las estériles …” (Lc. 23.29). Se creía que el don de los hijos representaba la bendición de Dios, mientras que lo contrario representaba su maldición (Ex. 23.26; Dt. 7.14), lo mismo que la productividad o la esterilidad de la tierra (Sal. 107.33–34).

J.W.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico