SABADO

Sábado (heb. shabbâth, «[dí­a de] reposo», «cesación»; shabbâthôn [una variante de shabbâth]; ambas palabras derivan del verbo shâbath, «cesar», «descansar», «guardar el sábado»; gr. sábbaton,»sábado»). El dí­a de reposo semanal, instituido al final de la semana* de la creación y observado por los adoradores de Dios, tanto judí­os como cristianos, durante toda la época abarcada por la historia bí­blica. Cuando Dios acabó de crear la tierra, «reposó el dí­a séptimo de toda la obra que hizo» (Gen 2:1,2). Este «reposo»* no fue consecuencia del cansancio o la fatiga (Isa 40:28), sino del hecho de que la tarea estaba completa y el mundo era perfecto (Gen 1:31). Concordaba en todo sentido con su ideal, y le puso fin a su trabajo, porque su obra ya no se podí­a mejorar. Entonces «bendijo Dios el dí­a séptimo, y lo santificó» como un monumento recordativo de su obra creadora (2:3). Puesto que «el dí­a de reposo [sábado] fue hecho por causa del hombre» (Mar 2:27) -es decir, en beneficio del hombre- es lógico llegar a la conclusión de que la bendición divina con que el Creador invistió al 7º dí­a de la semana debí­a constituir un canal de felicidad para Adán y Eva. Puesto que Dios también lo «santificó» (Gen 2:3), o lo separó para uso sagrado, podemos estar seguros de que nuestros primeros padres dedicaron esas horas santas a Dios. Que el Creador tení­a la intención de que la bendición del sábado fuera para todos los hombres de todos los tiempos, resulta evidente de la declaración de que «fue hecho por causa del hombre» (Mar 2:27), con el propósito de que éste descansara y lo empleara con motivos santos. De acuerdo con esto, el 7o dí­a es un dí­a de reposo para todos los que reconocen que son descendientes de Adán y Eva, y no sólo para los judí­os. En efecto, éstos recién aparecieron muchos siglos después de la creación, y Dios nunca tuvo la intención de que ellos monopolizaran la observancia del sábado. 1017 Es evidente que nuestros primeros padres y sus descendientes entendieron el significado del 7º dí­a, porque: 1. Dios no llevó a cabo las obras de la semana de la creación en beneficio propio, sino en favor del hombre. Y puesto que el reposo de Dios en el 7º dí­a no era consecuencia del cansancio, y que ese dí­a formaba parte de la semana de la creación, tal como su nombre lo indica, resulta evidente que la bendición y la santificación del sábado también eran en beneficio del hombre, particularmente para su bien espiritual y moral. 2. Desde los albores de la historia la semana de 7 dí­as ha sido conocida y aceptada como medida de tiempo (Gen 7:4, 10; 8:10, 12; 29:27). Puesto que su duración no depende de los movimientos de ninguno de los cuerpos celestes, y no hay manera de trazar su origen aparte del relato de la creación que encontramos en Gen_1 y 2, la aceptación por parte del hombre de la semana de 7 dí­as en aquellas primeras épocas se debe remontar al hecho de que Dios estableció el 7º dí­a de la semana como dí­a de reposo, bendición y santificación. La 1ª aparición de la palabra sábado en las Escrituras se encuentra en Exo 16:21-30, en relación con la caí­da del maná antes de la llegada de Israel al monte Sinaí­. Dios puso énfasis en la importancia del 7º dí­a de la semana, como dí­a de descanso, al proporcionar una doble ración en el dí­a 6º y nada en el 7º. Este milagro semanal comenzó el 2º mes después de la partida de Israel de Egipto (vs 1, 14, 15), y duró 40 años, hasta el mes 1º (Jos 5:10-12; cf Exo 12:2-11; 16:35), es decir, más de 2.000 sábados semanales sucesivos. En el monte Sinaí­, Dios prescribió la observancia del reposo del 7º dí­a con las palabras del 4º mandamiento del Decálogo (Exo 20:8-11). Escribió esta ley con su propio dedo en tablas de piedra (Exo 31:18; Deu 9:10) y le dio instrucciones a Moisés para que fuera puesta en el arca del pacto (Deu 10:1-5). La palabra «acuérdate», con que comienza el mandamiento relativo al sábado, no quiere decir que la observancia del 4º mandamiento es más importante que la de los otros 9, porque todos son iguales (Jos 2:8-11; Jam 2:10,11). El pueblo de Dios tení­a que «acordarse» del sábado porque «en seis dí­as hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo dí­a»; es decir, el sábado es un monumento recordativo del Creador y de la creación. Por eso, «Jehová bendijo el dí­a de reposo y lo santificó» en el mismo principio. Dios sabí­a que la tendencia natural del hombre consistirí­a en preocuparse tanto de las cosas que habí­a hecho durante los 6 dí­as de la creación, que olvidarí­a Quién las habí­a hecho, una tendencia universal y evidente desde aquellos lejanos tiempos (Rom 1:20-25). Las Escrituras del AT a menudo diferencian al verdadero Dios de los dioses falsos por su poder creador. Por ejemplo, en Psa 96:5 leemos: «Todos los dioses de los pueblos son í­dolos; pero Jehová hizo los cielos». Era el propósito del Señor que el hombre comprendiera «las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad» por medio «de las cosas hechas» (Rom 1:20). De acuerdo con esto, el Creador infinitamente sabio instituyó el sábado con el fin de que no se olvidara a Dios y se deslizara hacia la idolatrí­a, y así­ fuera una bendición para el ser humano y no una carga. El Señor declaró definidamente que serí­a una «señal» permanente entre él y su pueblo, por medio de la cual siempre reconocerí­an que el verdadero Dios era su Dios (Exo 31:13). Además de su importancia universal para todos los hombres, el sábado tendrí­a un significado adicional para Israel como recuerdo de que el Señor los habí­a librado de la esclavitud egipcia y les habí­a dado descanso (Deu 5:12-15). Aparte de los sábados semanales (Lev 23:3) habí­a 7 sábados ceremoniales por año, diseminados a lo largo del calendario litúrgico: 1 y 2. Los dí­as 1º y último de la fiesta de los Panes sin Levadura (vs 7, 8). 3. El Pentecostés (v 21). 4. El 1er dí­a del 7º mes (v 24). 5. El Dí­a de la Expiación (v 27). 6 y 7. Los dí­as 1º y último de la fiesta de las Cabañas (vs 34- 36). Los sábados ceremoniales podí­an caer en cualquier dí­a de la semana, y de vez en cuando coincidí­an con el sábado semanal. Además de los sábados semanales y anuales, cada 7 años habí­a un año sabático,* durante el cual no se trabajaba la tierra (25:3-7). Cada 50 años se proclamaba un jubileo,* que duraba un año, durante el cual las propiedades volví­an a sus dueños originales. Al imponer la suspensión del trabajo, el 4º mandamiento proveí­a el tiempo para el descanso fí­sico y el refrigerio espiritual. Sin embargo, ese tiempo no se debí­a dedicar a la ociosidad, porque Dios instruyó a su pueblo para que se reuniera en «santa convocación» (Lev 23:3; cf Eze 46:3). La preeminencia del sábado sobre los demás dí­as de la semana se acentuó en el ritual del antiguo tabernáculo y del templo mediante la ofrenda de un cordero adicional (Num 28:9, 10) y de la renovación en ese dí­a de los panes de la proposición (Lev 24:5-8; 1Ch 9:32). De acuerdo con la ley leví­tica, la sanción que merecí­a la violación del sábado era la muerte (Exo 31:14-16), y a lo menos se registra un caso de ajusticiamiento 1018 de alguien que violó el sábado voluntariamente (Num 15:32-36). La violación del sábado fue uno de los pecados que dio como resultado el cautiverio babilónico (Jer 17:19-27). Tal como Jeremí­as, el profeta Ezequiel se lamentaba porque en sus dí­as el sábado era ignorado en gran medida (Eze 20:12-24; 22:8; 26:23, 38). Al escrutar el futuro, Isaí­as previó la conversión de los gentiles y prometió una bendición para quienes guardaran el sábado (ls. 56:2-6; cf 58:13). Después del cautiverio los judí­os cayeron de nuevo en el descuido con respecto a la observancia del sábado, y Nehemí­as impulsó una reforma con el fin de fomentar dicha observancia (Neh 10:31-13:15-22). Durante la época intertestamentaria los fariseos cargaron el sábado con una cantidad de reglamentos triviales que hicieron de él una carga en vez de una bendición. Esos pesados reglamentos, codificados más tarde en la Mishná, formaban parte de la tradición que Jesús combatió tan vigorosamente durante todo su ministerio (Mat 23:4; Mar 7:1-13). La Mishná (Shabbath 7.2) hace una lista de 39 trabajos diferentes que no se pueden llevar a cabo en ese dí­a, y hay además una cantidad innumerable de otros minuciosos reglamentos. En efecto, 2 tratados completos de la Mishná, Shabbath y Erubin, se dedican a enumerar los diversos reglamentos concernientes al sábado. Estaba prohibido, por ejemplo, deshacer un nudo, escribir más de 2 letras del alfabeto o borrar un espacio mayor del que da cabida a 2 letras, encender un fuego o apagarlo. El reglamento más conocido es el que se refiere al «camino de un sábado», que era de más o menos 1 km. También se consideraba violación del dí­a de reposo contemplarse en un espejo fijo en la pared. Se podí­a vender a un gentil el huevo que la gallina poní­a en sábado, pero no se lo podí­a comer; también se podí­a contratar a un gentil para que encendiera una vela o el fuego ese dí­a: se consideraba ilegal escupir en tierra, no fuera que una hoja de pasto recibiera irrigación por ese medio; no se permití­a que alguien llevara un pañuelo durante el sábado, a menos que una punta estuviera cosida a la ropa, en cuyo caso ya no era técnicamente un pañuelo, sino parte de las vestiduras. De este modo Los rabinos poní­an énfasis en los aspectos negativos de su observancia, es decir, en lo que no habí­a que hacer, y de esta manera magnificaban la importancia de las formas de la religión mientras le restaban trascendencia a su contenido. Hicieron del sábado un fin en sí­ mismo, y convirtieron a los hombres en esclavos de él. Estos reglamentos negativos y minuciosos sirvieron eficazmente para oscurecer su verdadero propósito. Este énfasis rabí­nico sobre su rí­gida observancia llegó a su apogeo durante el ministerio terrenal de nuestro Señor, y en ningún otro aspecto entró Jesús en un conflicto más agudo con los dirigentes del judaí­smo que con respecto a la observancia del sábado. Enseñó que éste habí­a sido instituido en beneficio del hombre (Mar 2:27, 28), y enfatizó los aspectos positivos de su observancia, es decir, en la clase de actividad que se puede llevar a cabo en ese dí­a. Nada de lo que dijo o hizo se puede interpretar como opuesto al sábado que aparece en los Diez Mandamientos o en la ley leví­tica. Su protesta estaba orientada exclusivamente contra los abusos que habí­a sufrido el dí­a de reposo en manos de los rabinos, y su propósito consistió en liberar el dí­a de los pesados reglamentos con que lo habí­an sobrecargado (Mat 23:13). Era su costumbre dedicar el dí­a a su participación en los servicios religiosos y a la instrucción religiosa (Mar 1:21; 3:1; Luk 4:16-27; 13:10), a actividades sociales apropiadas (Mar 1:29-31; 2:23; Luk 4:1-3) y a obras de misericordia. Llevó a cabo 7 de sus milagros de sanidad durante el sábado (Mar :21-31; 3:1-5; Luk 13:10-17; 14:1-4; Joh 5:1-15; 9:1-7). Véase Sábado, Camino de un. Durante toda la epoca comprendida por el NT, los cristianos guardaron el 7º dí­a de la semana como su dí­a de reposo. En vista de la gran importancia que los judí­os le adjudicaban, y a la luz de la tormenta de oposición suscitada por la inobservancia por parte de los gentiles de las prescripciones rituales (Act_15; Gá. 2; 3), la más mí­nima desviación de la observancia del sábado establecida por el Decálogo, ya sea por parte de Pablo o de cualquiera de los dirigentes de los tiempos apostólicos, inevitablemente habrí­a producido una avalancha de protestas similar a la que surgió con respecto a reglamentos como la circuncisión, a comer con los gentiles y diversas otras disposiciones relativas a la liturgia (Act 11:1-3; 15:1, 2; 21:20, 21; Gá. 3:1; 4:10; 5:1). Parece imposible que si hubiera habido una contienda acerca de la observancia del sábado, no haya sido registrada en el NT. Pero los autores del NT guardan un completo silencio al respecto. Por el contrario, se menciona frecuentemente que el apóstol Pablo, al recorrer el mundo gentil para proclamar el evangelio, entraba «en la sinagoga en un dí­a de reposo [sábado]» (Act 3:14, 44; 16:13; 17:2; 18:4). Se puede argumentar que lo hací­a porque estaba seguro de encontrar en ese dí­a una buena audiencia. Pero, al mismo tiempo, el NT guarda silencio con respecto a cualquier reunión religiosa cristiana celebrada en el 1er, dí­a de la semana que pueda proporcionar la más mí­nima evidencia de que los creyentes de aquel tiempo le adjudicaban alguna importancia especial a ese dí­a. Entre los pasajes del NT que a veces se citan en un intento de probar la observancia del 1er, dí­a de la semana por los cristianos de los dí­as apostólicos, se encuentran Mat 28:1, Act 20:7, 1Co 16:2 y Rev 1:10, pero cuando se los examina se descubre que estos versí­culos no proporcionan evidencia alguna que indique la transferencia de la santidad del 7º dí­a de la semana al 1º, o que los cristianos de la iglesia primitiva hayan considerado alguna vez que el 1er dí­a era un dí­a santo. La verdad absoluta es que desde el principio hasta el fin la Biblia no reconoce otro dí­a fuera del 7º de la semana como dí­a santo semanal de perpetua obligación. (Para una explicación del problema presentado en el texto griego de Luk 6:1, véase CBA 5:726,147, 148.) Véanse Dí­a del Señor; Primer dí­a de la semana. 440. Ostracon encontrado en Elefantina. La inscripción aramea menciona el sábado. La 1a mención al sábado proveniente de fuentes extrabí­blicas aparece en un óstracon con inscripciones, que se encontró en la isla de Elefantina* (fig 440). Estas inscripciones del s V a.C. fueron hechas por colonos judí­os que viví­an en la isla, quienes eran mercenarios por cuenta de los persas. En los registros de las naciones antiguas no se menciona nunca el sábado. El término bab. shabatu, relacionado por algunos con el 7º dí­a, no era de descanso semanal, sino el nombre que se le daba al dí­a en que caí­a la luna llena, y que se celebraba como festividad una vez por mes. Algunos han visto vestigios de la existencia del 7º dí­a de la semana en los tabúes especiales adjudicados a los dí­as 7º,14º, 21º y 28º del mes, que aparecen en las antiguas hemerologí­as de Mesopotamia, es decir, en las listas de dí­as propicios y adversos, que contienen reglas acerca de lo que se debe hacer y no hacer en ciertos dí­as. Es posible que estas disposiciones reflejen en cierto modo y en forma vaga el recuerdo de la semana original conocida por los patriarcas. Un estudio de las prácticas religiosas de las naciones paganas de la antigüedad pone en evidencia que el politeí­smo y la idolatrí­a borraron casi totalmente el conocimiento de Dios y del verdadero culto. Los paganos se enteraron de la existencia del sábado por medio de los judí­os de la Dispersión. Sábado, Camino de un. Expresión que se aplicaba en tiempos de Cristo a la distancia que podí­a recorrer un judí­o durante el sábado sin quebrantar la ley judí­a tradicional. La frase aparece en la Biblia únicamente en Hch 1:12, donde Lucas la usa con el fin de indicar la distancia que existí­a entre Jerusalén y el monte de los Olivos, para información de Teófilo, el destinatario del libro (v 1),quien aparentemente no estaba familiarizado ni con Palestina ni con Jerusalén. La distancia que hay entre el muro oriental y el lugar tradicional de la ascensión es de unos 686 metros en lí­nea recta, pero es bastante más cuando uno recorre el camino realmente. Los rabinos fundamentaban este reglamento relativo al camino de un sábado en la prohibición que encontramos en Exo 16:29, donde dice: «Estése, pues, cada uno en su lugar» durante el dí­a de reposo, y establecieron que este «lugar» se podí­a extender a una distancia de 2.000 codos a partir de la casa de un hombre. La distancia de 2.000 codos (unos 890 m en tiempos del NT; según otros, hasta unos 1.200 m) la obtení­an en parte de Num 35:5, donde dice que el ejido de una ciudad leví­tica debí­a ser de 2.000 codos a partir del muro, en todas direcciones; y en parte de Jos 3:4, en que se da la orden que los israelitas, cuando estaban en marcha, no debí­an acercarse al arca a una distancia no menor de 2.000 codos. De ahí­ la interpretación de que el campamento se encontraba a esa distancia del tabernáculo, naturalmente al cual sí­ se podí­a ir durante el sábado. Dentro del perí­metro de la ciudad no habí­a restricciones para caminar, por más que ésta fuera bien grande. Puesto que estas prohibiciones les producí­an a los judí­os muchos problemas y dificultades, los rabinos descubrieron la manera de obviarlas: ampliar la distancia de 2.000 a 4.000 codos, lo que se logró estableciendo que la «residencia» podí­a ubicarse al final de los primeros 2.000 codos, depositando alimentos allí­ antes que comenzara el sábado.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hebreo, shavat, parar, cesar. Séptimo dí­a de la semana, santificado por Yahvéh, tras haber creado el mundo, pues en ese dí­a cesó toda labor, Gn 2, 2-3. En el Sinaí­ se estableció la obligación de guardar el s., como recuerdo de la creación del mundo, tras la cual Yahvéh descansó; este mandato cobijaba a todo el mundo, incluidos los animales, los siervos, los forasteros que habitaban en medio de los israelitas, Ex 20, 8-11. Yahvéh lo instituyó como señal de la Alianza, y su violación estaba penalizada con la muerte, Ex 31, 12-17; Nm 15, 32-36. Posteriormente, en Dt 5, 15, el s. adquiere un carácter de celebración jubilosa, pues se asocia con la liberación de la esclavitud en Egipto, y en memoria de este hecho los siervos de los israelitas también debí­an descansar; es decir, que al motivo religioso se le añade otro de carácter humanitario, Ex 23, 12.

Como debí­a cesar toda actividad fí­sica en el desierto el pueblo debí­a recoger la ví­spera del s. el maná suficiente, pues el séptimo dí­a de la semana no caí­a; igualmente se debí­a preparar la comida para el s., pues ni siquiera se podí­a encender el fuego, Ex 16, 22-30; Ex 35, 3. Incluso se prohibí­a salir de casa, Ex 16, 29; pero, posteriormente, con base en Nm 35, 4-5, se estableció el llamado †œcamino sabático†, según el cual se podí­an caminar mil codos fuera de la ciudad, y dos mil si se trataba de apacentar el rebaño, según el llamado Documento de Damasco, encontrado en Qumram; a este camino sabático se refiere Hch 1, 12.

La guarda del s. adquirió mucha importancia a partir del destierro en Babilonia, convirtiéndose en uno de los distintivos más importantes del judaí­smo, Ne 13, 15-22; 1 M 2, 32-41.

El espí­ritu legalista y formalista de las sectas judí­as como la de los escribas y fariseos, convirtió el s. en una carga agobiante para los judí­os, perdiendo la alegrí­a y el júbilo de la liberación de la esclavitud que se le dio al comienzo. Jesús se enfrentó a los escribas y fariseos por este motivo, en varias ocasiones. Cuando sus discí­pulos fueron criticados por espigar en dí­a sábado, Mt 12, 1-8; Mc 2, 23-28; Lc 6, 1-5; el Señor les recriminó a los fariseos que mientras viví­an pendientes de lo externo, del rigorismo legal, descuidaban lo más importante, la justicia, y citaba al profeta Oseas 6, 6: †œMisericordia quiero, que no sacrificio†. Igual sucedió cuando Jesús llevó a cabo muchos de sus signos en dí­a s., la curación de los enfermos, demostrando a los judí­os que esta ley no tiene un carácter absoluto, sino que se debe adaptar a las necesidades del hombre, †œEl sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado†, Mc 2, 27; y que sobre ella está el principio del amor al prójimo, la caridad, la justicia social, Mt 12, 9-14; Lc 13, 10-17; 14, 1-6; Jn 1, 5-18; 7, 19-24; 9.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., shabbath; gr., sabbaton, sábado, desistir, cesar, descansar).

Es el dí­a de la semana de descanso y de adoración de los judí­os. El sábado fue instituido en la creación. El relato de la creación (Gen 1:1—Gen 2:3) concluye con un resumen de Dios santificando el séptimo dí­a, porque en él Dios descansó de sus obras creadoras (Gen 2:3). No hay mención diferente del sábado en Génesis, mas un perí­odo de siete dí­as se menciona varias veces en relación con el diluvio (Gen 7:4, Gen 7:10; Gen 8:10, Gen 8:12) y una vez en relación con los años de Jacob en Padan-aram (Gen 29:27-28), demostrando que la división del tiempo en números de siete tiene que haber sido conocida entonces.

No hay una mención expresa del sábado antes de Exo 16:21-30. Poco después los Diez Mandamientos fueron dados por el Señor en Sinaí­ (Exo 20:1-17; Exo 34:1-5). El cuarto mandamiento ordena a Israel que observe el séptimo dí­a como un dí­a santo en el que ningún trabajo debí­a ser hecho por hombre o bestia. Todos, incluyendo a los extranjeros, debí­an desistir de toda labor, y guardar el dí­a santo. El sábado, frecuentemente mencionado en la legislación leví­tica, habí­a de ser guardado santo para la adoración del Señor (Lev 23:3) y habí­a de recordar a los israelitas que Dios los habí­a santificado (Exo 31:13; comparar Deu 5:15). Entre los hebreos, el sábado estaba asociado con la idea de descanso, adoración y favor divino, no con ciertos tabúes.

La santidad del sábado se muestra por la ofrenda de dos corderos, además del holocausto regular (Num 28:9-10). Los 12 panes de la presencia fueron presentados en ese dí­a (Lev 24:5-9; 1Ch 9:32).

Con el desarrollo de la sinagoga durante el exilio, el sábado se convirtió en un dí­a para la adoración y el estudio de la ley, así­ como también un dí­a de descanso. Durante el perí­odo entre Esdras y la era cristiana, los escribas formularon innumerables restricciones legales para la conducta de la vida bajo la ley. Dos secciones enteras en el Talmud tratan los detalles del cumplimiento del sábado.

Jesús criticó estas restricciones (Luk 11:46). Entró en conflicto con los lí­deres religiosos de los judí­os especialmente en dos puntos: su afirmación de ser el Mesí­as y sobre el asunto del cumplimiento del sábado. Los rabinos consideraban el sábado como un fin en sí­ mismo, mientras que Jesús enseñó que el sábado fue hecho para beneficio del humano, y que las necesidades del humano tienen que primar sobre la ley del sábado (Mat 12:1-14; Mar 2:23—Mar 3:6; Luk 6:1-11; Joh 5:1-18). El mismo regularmente asistí­a a la adoración en la sinagoga en sábado (Luk 4:16).

Los creyentes primitivos, cuya mayorí­a era judí­a, guardaban el séptimo dí­a como un sábado, mas en vista de que la resurrección de Jesús fue tan crucial para su fe, ellos comenzaron desde muy temprano también a reunirse para la adoración el primer dí­a de la semana (Act 2:1) y lo designaron como el dí­a del Señor. Pablo dirigió a los corintios cristianos a traer su ofrenda semanal para las obras de caridad de la iglesia el primer dí­a de la semana (1Co 16:1-2). Cuando el cisma entre los judí­os y los creyentes se ensanchó, éstos llegaron a congregarse gradualmente para adorar únicamente en el dí­a del Señor y dejaron de guardar el séptimo dí­a.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Dí­a de descanso). Ver «Domingo».

– Es el descanso de la creación, instituí­do por Dios, Gen 2:2-3, 3, Ex.20:9-I1, 31:31:15.

– Dios mandó que se guardase y santificase, Exo 20:8, Lev 19:3, Lev 19:30, Deu 5:15.

– No trabajo, ni compras, Exo 20:10, Lev 23:3, Neh 10:31, Neh 13:15-17, Deu 5:14.

– Se debe celebrar culto divino, leer las Escrituras y predicar, Eze 46:3, Hec 13:14-15, Hec 13:27, Hec 13:44, Hec 15:21, Hec 17:2, Hec 18:2.

– Las obras de misericordia son lí­citas Mat 12:1, Mat 12:12, Luc 13:15-16, Luc 14:1, Jn.9:14 – Senal del pacto y sí­mbolo del descanso celestial Exo 31:13-17, Heb 4:4-9.

– Cristo es el Senor del Sábado, Mar 2:27-28. Lo observaba y ensenaba, Lc.4.

16,31,Mar 6:6.

– Castigo a quienes lo profanan, Exo 31:14-15, , Neh 13:18, Jer 17:27. – Después de Cristo, el «dí­a de la Creación»: (sábado), fue sustituido por el «dí­a de la resurrección», de la «Nueva Creación»: (domingo), ver «Domingo».

Jornada de un sábado: 2.000 codos, Hec 1:12.

Ano Sabático: De descanso, cada 7 años, Exo 23:10, Lev.25.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(Descanso). Su origen. La idea de un s. nace con el ejemplo mismo que Dios da al descansar el séptimo dí­a de la creación (†œY bendijo Dios al dí­a séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que habí­a hecho† [Gen 2:3]). La Biblia no hace mención alguna de si los patriarcas guardaban o no el s. como un dí­a especial. La primera vez que se menciona la palabra s. es en el pasaje donde aparece el maná (†œMañana es el santo dí­a de reposo, el reposo consagrado a Jehovᆝ [Exo 16:23-25]). El contexto parece sugerir que el pueblo no estaba acostumbrado a la práctica de no trabajar ese dí­a, puesto que †œaconteció que algunos del pueblo salieron en el séptimo dí­a a recoger, y no hallaron† (Exo 16:27). Sin embargo, cuando Dios hace el pacto con Israel se incluye entre los Diez Mandamientos, en el cuarto, la orden de que †œel séptimo dí­a es reposo para Jehová tu Dios†. Se confirma esto en la renovación del pacto que aparece en Deu 5:6-21.

Además del séptimo dí­a, Dios estableció otros s. o dí­as de reposo, como el dí­a de expiación (†œA los diez dí­as del mes séptimo será el dí­a de expiación; tendréis santa convocación…. Ningún trabajo haréis en este dí­a† [Lev 23:27-29]), el año sabático (Exo 23:10-11), etcétera. Dios llamaba a estos perí­odos †œmis dí­as de reposo†, o sea †œmis s.†, y le advierte al pueblo: †œ… guardaréis mis dí­as de reposo; porque es señal entre mí­ y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico…. Guardarán, pues, el dí­a de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí­ y los hijos de Israel† (Exo 31:13-17).

En qué consistí­a. En el dí­a de reposo todos debí­an descansar, incluyendo a los miembros de la familia, los siervos, los extranjeros y los animales (Exo 20:10). No se debí­a hacer ninguna obra (Exo 20:10); ni siquiera recoger leña. Todo bajo pena de muerte (Num 15:32-36). No se debí­a encender fuego en los hogares (Exo 35:2-3). En el séptimo dí­a se hací­an sacrificios especiales y se renovaban los panes de la proposición en el santuario (Num 28:9-10; Lev 24:5-8). Los profetas denunciaron muchas veces las violaciones de esta norma, como en Jer 17:21-22 (†œGuardaos por vuestra vida de llevar carga en el dí­a de reposo, y de meterla por las puertas de Jerusalén. Ni saquéis carga de vuestras casas en el dí­a de reposo, ni hagáis trabajo alguno, sino santificad el dí­a de reposo, como mandé a vuestros padres†). En dí­as de Nehemí­as, los que retornaron del exilio hicieron promesa de †œque si los pueblos de la tierra trajesen a vender mercaderí­as y comestibles en dí­a de reposo, nada tomarí­amos de ellos en ese dí­a ni en otro dí­a santificado†, es decir, que observarí­an los s. de Dios (Neh 10:31).
ideal de Dios para su dí­a de descanso aparece descrito en las siguientes palabras de Isaí­as: †œSi retrajeres del dí­a de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi dí­a santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová…† (Isa 58:13). Pero de igual manera, si Israel desobedecí­a, Dios dijo: †œHaré cesar todo su gozo, sus fiestas, sus nuevas lunas y sus dí­as de reposo, y todas sus festividades† (Ose 2:11).

Los excesos farisaicos. En el NT encontramos que los fariseos habí­an llevado a gran extremo las precauciones y observaciones relacionadas con el dí­a de reposo. Así­, porque †œlos discí­pulos tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer†, dijeron al Señor: †œHe aquí­ tus discí­pulos hacen lo que no es lí­cito hacer en el dí­a de reposo† (Mat 12:1-2). También le preguntaron: †œ¿Es lí­cito sanar en el dí­a de reposo?† (Mat 12:10). A lo cual Cristo contestó que si una oveja cae en un hoyo en dí­a s., su dueño la sacarí­a de allí­. Y que un hombre vale más que una oveja. Dicho esto, sanó a un hombre †œque tení­a una mano seca† (Mat 12:1-14), y añadió que †œel dí­a de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del dí­a de reposo. Por lo tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del dí­a de reposo† (Mar 2:27-28).

Práctica de la iglesia. Tanto el Señor Jesús como los apóstoles y los primeros creyentes judí­os guardaban el s. Así­, Cristo visitaba la sinagoga, leí­a y enseñaba en ese dí­a (Mar 1:21; Mar 6:2; Luc 4:31). Los apóstoles, después de la resurrección, siguieron asistiendo al †¢templo de Jerusalén (Hch 3:1). Pablo, en sus viajes misioneros, procuraba ir a las sinagogas los s. para predicar el evangelio (Hch 13:14; Hch 17:2). Cuando se convirtieron gentiles, †œalgunos de la secta de los fariseos, que habí­an creí­do, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés†, lo cual fue motivo de †œmucha discusión†, tras la cual los hermanos de Jerusalén enviaron una carta con sus recomendaciones a los creyentes gentiles en la que no se hace mención del dí­a de reposo (Hch 15:5-29). †¢Concilio de Jerusalén.
evidente que el tema del dí­a de reposo era parte de la discusión, puesto que en Rom 14:5 Pablo habla de este modo: †œUno hace diferencia entre dí­a y dí­a; otro juzga iguales todos los dí­as. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente†. Habí­a, pues, hermanos que pensaban que en el nuevo pacto todos los dí­as están consagrados a Dios, mientras que otros hací­an †œdiferencia entre dí­a y dí­a†. Pablo no condena a ninguno de los dos. Pero, por otra parte, señala a los colosenses: †œ… nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a dí­as de fiesta, luna nueva o dí­as de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo† (Col 2:16-17).
ninguna parte se habla de una iglesia de gentiles reunida en el séptimo dí­a. En cambio, se nos dice que en Troas, †œel primer dí­a de la semana, reunidos los discí­pulos para partir el pan, Pablo les enseñaba† (Hch 20:7). El mismo apóstol recomendaba a los corintios que †œcada primer dí­a de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas† (1Co 16:2). Juan, cuando comenzó a recibir las visiones que se describen en el Apocalipsis, †œestaba en la isla llamada Patmos…. en el Espí­ritu en el dí­a del Señor† (Apo 1:9-10). Estos pasajes señalan, a lo menos, que los cristianos acostumbraban hacer algo especial en el primer dí­a de la semana. Los escritores más antiguos después de los apóstoles, desde el autor de la Epí­stola de Bernabé (100 d.C.), Ignacio (107 d.C.), Justino Mártir (145-150 d.C.), e Ireneo (155-202 d.C.) indican, de una manera clara y precisa, que los cristianos acostumbraban reunirse el primer dí­a de la semana para la adoración. Pero serí­a faltar a la historia decir que esa práctica era absolutamente universal, pues también hay testimonios de la existencia de otros cristianos que respetaban el s. Incluso los habí­a que guardaban ambos dí­as, el primero y el séptimo.
otra parte, los autores mencionados sólo describen lo que era la práctica de la iglesia, pero sin imponerla como dogma. Desde mediados del siglo XIX, sin embargo, algunos cristianos han sustentado la opinión de que es un error dar trato especial al domingo y que se debí­a guardar solamente el s. Los que principalmente plantean esta posición son los Adventistas del Séptimo Dí­a, aunque también algunas iglesias bautistas creen lo mismo. La mayorí­a de los creyentes protestantes, sin embargo, tratan el primer dí­a de la semana como algo especial. Algunos incluso lo consideran como paralelo o sustitutivo del s. veterotestamentario. †¢Dí­a del Señor. †¢Diez Mandamientos. †¢Semana.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, CALE LEYE

ver, QUMRíN, JUBILEO, DOMINGO

vet, = «reposo», «cesación de actividad». Dí­a de reposo instituido divinamente para todos los hombres. (A) Origen. Según el relato de la creación, Dios reposó en el dí­a séptimo de toda Su obra, y lo bendijo y santificó (Gn. 2:2-3). El término «Sabattu» se halla en cuneiforme sobre las tabletas babilónicas; parece designar un dí­a nefasto, y se aplica también a los dí­as 14, 19, 21 y 28 del mes lunar, además de al séptimo. Durante estos dí­as, el rey se debí­a abstener de ciertas actividades. Se puede ver cómo una tal concepción estaba bien alejada del sábado israelita, que no dependí­a en absoluto de las fases de la luna. (B) Institución y objeto: La primera mención de la institución para Israel de un séptimo dí­a de reposo, consagrado a Jehová, se halla en Ex. 16:23-30. Esta ordenanza fue después incluida en el cuarto mandamiento del Decálogo, estableciéndose allí­ de manera directa su relación con el cese de la actividad creadora en el séptimo dí­a (Ex. 20:8-11, 31:13-17). Dios cesó Su obra contemplándola y bendiciéndola; el hombre es llamado a participar de esta bendición, y a cesar también en sus obras, en este dí­a santificado. El reposo del sábado queda así­ ligado al cumplimiento entero de la obra del hombre: «Seis dí­as trabajarás, y harás toda tu obra.» Por otra parte, según Dt. 5:15, el sábado recuerda la liberación de la esclavitud de Egipto: el pueblo se puede gozar de la libertad que le ha otorgado la poderosa mano de Dios. Todos deben participar de este reposo: padres, hijos, siervos, extranjeros, e incluso las bestias de carga y tiro (Dt. 5:14). El sábado vino a ser un signo peculiar del pacto perpetuo celebrado por el Señor con Israel (Ex. 31:13, 16-17). (C) Observancia del sábado. (I) El Decálogo prohibí­a de manera general llevar a cabo ninguna obra durante este dí­a (Ex. 20:10). La Ley especifica que no se debe encender fuego en las casas, porque las comidas deben ser preparadas el dí­a anterior (Ex. 35:2-3). El hecho de recoger leña queda considerado como una violación del sábado, y los transgresores son castigados con la muerte (Nm. 15:32-36); de la misma manera, está prohibido llevar cargas (Jer. 17:21-22). Se consideró que viajar durante el sábado era contrario a Ex. 16:29, y que tampoco estaba permitido comerciar (Neh. 10:10-31; 13:15-21; Am. 8:5). (II) El sábado era el dí­a consagrado al Señor (Ex. 16:23; 35:2). Se debí­an inmolar, en el santuario, dos corderos, además del holocausto perpetuo de los dí­as ordinarios (Nm. 28:9-10, 13). Los dos panes de la proposición eran renovados cada sábado (Lv. 24:5-8; 1 Cr. 9:32). El sábado era asimismo contado entre los dí­as de gozo de Israel (Nm. 10:10; cfr. Os. 2:13). El pueblo tení­a que hacer de él su delicia, para tratar de manera particular en este dí­a hacer la voluntad del Señor, santificándolo y honrándolo; el hombre piadoso se cuidaba en aquel dí­a de no hacer su propia voluntad ni decir lo que le salí­a de sí­ (Is. 58:13). Era bendecido, santificado por su búsqueda de Dios, y proclamado feliz (Is. 56:2, 4-6; Ez. 20:12, 21). Es especialmente después del cautiverio que la observancia del sábado cayó en un legalismo extremado. Antí­oco Epifanes, el rey perseguidor de Siria, intentó prohibir su celebración (1 Mac. 1:45, 52; 2 Mac. 6:6), pero los israelitas que permanecieron fieles se rebelaron bajo el caudillaje de los Macabeos, manteniéndose estrictos observantes de esta ordenanza. Al principio de la guerra, los judí­os creí­an que no tení­an derecho a defenderse durante el sábado. Las hostilidades comenzaron con la matanza de 1.000 patriotas judí­os y de sus familias. Los supervivientes, resolvieron defenderse si el enemigo los atacaba en dí­a de sábado, pero no pasar a la ofensiva en este dí­a (1 Mac. 2:31-41), incluso si tal actitud favorecí­a el avance de los paganos. Más tarde, durante el asedio de Jerusalén, Pompeyo erigió, durante un sábado, arietes y torres. Los judí­os no respondieron a la amenaza. Apenas si el sábado habí­a ya acabado, los romanos abrieron una brecha en las murallas (Ant. 14:4, 2 y 3). En la época de Cristo, los fariseos habí­an dispuesto normas ridí­culas acerca del sábado, prohibiendo incluso los gestos de misericordia, y combatí­an a Jesús porque efectuaba curaciones en sábado. Sin embargo, los fariseos no consideraban contra la Ley salvar un buey, un asno o una oveja en dí­a de sábado, ni se privaban de abrevar a sus animales (Mt. 12:9-13; Lc. 13:10-17). Los fariseos no se opusieron sólo a las curaciones, sino también a la recogida fortuita de algunas espigas por parte de los discí­pulos de Jesús en sábado. El Señor declaró entonces: «El dí­a de reposo fue hecho a causa del hombre, y no el hombre por causa del dí­a de reposo» (Mr. 2:23-28). Por lo que respecta a los esenios, su postura era exacerbada. No podí­an socorrer a un animal que cayera en un hoyo; ni siquiera podí­an aliviar las necesidades fisiológicas, por cuanto sus normas les prohibí­an hacerlo en Jerusalén, y la distancia a que tení­an que ir fuera de la ciudad era superior a la de un dí­a de sábado (véase QUMRíN [ROLLOS DE], VI, Qumrán y los esenios). (D) Ciclos sabáticos. Además del séptimo dí­a, habí­a perí­odos regulares consagrados al reposo, a la adoración de Jehová, a la proclamación de la libertad. Habí­a: el primer dí­a del mes séptimo (Lv. 23:24-25); en este mismo mes, el dí­a décimo (Lv. 23:27, 32), y a partir del dí­a 15, se pasaba una semana bajo los tabernáculos (Lv. 23:39-41); cada siete años se celebraba un año sabático (Ex. 23:10-11; Lv. 25:2-7, 20-22; Dt. 15:1-4; 31:10), durante el cual la tierra misma debí­a reposar, y los acreedores liberar a sus deudores de sus deudas; todo israelita reducido a la condición de esclavo recuperaba su libertad. Finalmente, el jubileo tení­a lugar en el año cincuenta, después de siete ciclos de años sabáticos. Al final del año sabático se tocaba la trompeta para proclamar el año de gracia (Lv. 25:8-16). (Véase JUBILEO.) Hay algunos testimonios históricos acerca de la observancia del año sabático: el pacto concertado en la época de Nehemí­as (Neh. 10:31); el año 150 de la era de los Seléucidas, esto es, el año 164-163 a.C. (1 Mac. 6:49, 53; cfr. Ant. 12:9, 5); el año 178 de los Seléucidas, el año 136-135 a.C. (Ant. 13:8, 1; Guerras 1:2, 4); el decreto de César librando a los judí­os de pagar el tributo durante el año sabático (Ant. 14:10, 6; cfr. Tácito, Historias 5:4); el año 38-37 a.C. (Ant. 14:16, 2; 15:1, 2); y el año anterior a la caí­da de Jerusalén, 68-69 d.C. (Talmud). Cfr. asimismo Ant. 11:8, 5 para la época de Alejandro Magno. El cautiverio habí­a sido predicho entre las maldiciones; durante este tiempo la tierra de Israel disfrutarí­a de los sábados que no habí­an sido cumplidos (Lv. 26:34-43). Jeremí­as profetizó que Dios castigarí­a la idolatrí­a del pueblo mediante la devastación del paí­s y la servidumbre de Israel en Babilonia durante 70 años (Jer. 25:7-11). El autor de Crónicas confirma que la violación de la Ley y la profanación del Templo hicieron sobrevenir sobre los judí­os, como Jeremí­as lo habí­a predicho, el exilio de 70 años, y que durante este perí­odo la tierra de Israel disfrutó de sus sábados y reposó (2 Cr. 36:14, 16, 20, 21). (E) El sábado y el cristianismo. En los Evangelios y Hechos, el sábado es frecuentemente mencionado en relación con los judí­os. En el resto del NT es citado sólo en dos ocasiones (Col. 2:16; He. 4:4) para indicar su significado espiritual y tipológico. En estos dos pasajes no se afirma en absoluto que debamos observarlo, sino que en la institución sabática del AT podemos ver una imagen del reposo que espera al pueblo de Dios. Al haber sido comprados con la sangre preciosa de Cristo, todo nuestro tiempo y ser pertenece a Dios. Nadie debe ser juzgado por la observancia de una fiesta, de una luna nueva ni de sábados (Col. 2:16). En los primeros años de la Iglesia cristiana, habí­a creyentes que seguí­an haciendo distinción entre dí­as, en tanto que otros los estimaban todos iguales (Ro. 14:5); Pablo no desea que estas divergencias provoquen un quebrantamiento en el espí­ritu fraternal. Pero era también normal que la observancia legal del dí­a séptimo dejara paso al reposo constante en Cristo, del que el reposo hebdomadario era sólo una sombra (Col. 2:17). Los que creen, entrarán en este reposo, en el que en principio ya están por la fe (cfr. He. 4:3), pero cuyo cumplimiento definitivo está aún en el futuro (cfr. He. 4:9). Es deseable que, a fin de tener el tiempo libre deseado para poder frecuentar el culto (He. 10:25) y en vista de un buen equilibrio fí­sico, los cristianos tomen el domingo como festivo, el dí­a del Señor. Sin embargo, no se trata de un cumplimiento legal del cuarto mandamiento, que es de carácter ceremonial y no correspondiente a la dispensación de la gracia. La verdadera obediencia a Dios por parte del cristiano consiste en vivir todos los dí­as en el reposo espiritual descrito en Hebreos caps. 3 y 4, permitiendo que el Señor sea quien obre en ellos y por medio de ellos. (Véase DOMINGO.) Bibliografí­a: Chafer, L. S.: «Teologí­a Sistemática» (Publicaciones Españolas, Dalton, Ga., 1974, esp. tomo II, PP. 104-126 y 710-718); Darby, J. N.: «The Sabbath», en The Collected Writings of J. N. Darby, vol, 10, PP. 270-303 (Stow Hill Bible and Tract Depot, Kingston-on-Thames, reimpr. 1964); cfr. también op. cit., vol. 14, PP. 349-357; Pressensé, E. de: «Histoire des trois premiers siècles de l’Eglise chrétienne «(Ch. Meyrueis, Parí­s, 1870, vol. II, esp. PP. 362 ss.).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[484]
En hebreo «sabbath» significa cesar, descansar. Fue el nombre que se impuso desde el primitivo judaí­smo para el descanso semanal que adquirió un carácter sagrado y fue motivo de muchas tradiciones. El recuerdo y la sacralidad del sábado se asociaron desde el comienzo al descanso de Dios al crear el mundo. «Pues en seis dí­as hizo Yahvé el cielo y la tierra,… y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el dí­a del sábado y lo santificó». (Ex. 20. 11; 31. 17)

En el Antiguo Testamento se consideró como dí­a de descanso sagrado de Yahvé (Ex. 16. 23; 21. 15; Dt. 5. 14). Todo tipo de trabajo quedó prohibido a los judí­os y a los extranjeros y a los animales (Ex. 20. 8-10; 31. 13-17; Dt. 5, 12-14). Era un signo de dependencia total al Creador.

Se prohibí­a cocinar (Ex. 16. 23); recoger maná (Ex. 16. 26); sembrar y segar (Ex. 34. 21); recoger leña (Num. 15, 32); llevar cargas (Jer. 17, 21-22); pisar uvas, acarrear haces de trigo. (Neh. 13. 15); vender (Neh. 13. 15). El mismo Señor fue el que instituyó el sentido sagrado del sábado. «Di a los israelitas: No dejéis de guardar mis sábados, porque el sábado es una señal entre mí­ y vosotros, de generación en generación, y para que reconozcáis que yo soy Yahvé, el que os santifico» (Ex. 31. 13)

Cuando se organizó el Templo en tiempos de Salomón, el sábado fue el dí­a de los sacrificios. Los que viví­an lejos comenzaron a tener cierto culto. Las sinagogas, que surgieron solamente después de la cautividad, hicieron del sábado además el dí­a de descanso, el dí­a de la plegaria y el dí­a de la comunidad.

En el Nuevo Testamento se habla del Sábado 69 veces, 16 de ellas poniendo el término en labios de Jesús y en un contexto de discrepancia con los fariseos. Y Jesús dejó muy claro que era «Señor del sábado» (Mt. 12.8; Lc. 6.5; Mc. 2.28). Por lo tanto se declaraba por encima del sábado. «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc. 2.27).

En este punto los cristianos fueron donde primero comprendieron que su mensaje ya no era defender un dí­a de santidad sino mucho más: una vida de santidad y de todos los dí­as.

San Pablo menciona el Sábado entre las prácticas que no son ya obligatorias para los cristianos (Col. 2. 16; Gal. 4. 9-10; Rom. 14. 5). Y pronto se comenzó a celebrar los encuentros religiosos el primer dí­a de la semana, recordando la resurrección del Señor (Hch. 20. 7; 1 Cor. 16., 2) y pronto ese dí­a fue el sustituto del sábado y proclamado el Dí­a del Señor.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El sábado («shabbat», reposo) era (y sigue siendo para los hebreos) la actualización semanal de toda la historia de salvación, recordando el «descanso» santo de Dios después de la creación (Gen 2,3; cfr. Ex 20,11) y la liberación de la esclavitud de Egipto (cfr. Deut 5,15). Es un dí­a santo, dedicado al Señor para recordar su Alianza (cfr. Ex 31,15-16). De suyo consiste en dar sentido al tiempo y a la existencia humana, como peregrinación hacia el sábado eterno, la eternidad.

Es dí­a de fiesta y de gran alegrí­a familiar (cfr. Is 58,13), que comienza al atardecer del viernes, celebrado en casa y en la sinagoga. El recuerdo de la Alianza tiene sentido esponsal, como de quien recibe a la esposa deseada. En su celebración doméstica, la bendición inicial la tiene la madre, mientras que las oraciones conclusivas las recita el padre.

Existe también el año sabático o séptimo sábado (Ex 21,2-6; Lv 25,2-5) en el que se dejaba reposar la tierra, cediendo sus frutos para toda la comunidad. El jubileo (Lev 25,8-31) es otro tipo de «descanso» sabático, en cuanto que tení­a que celebrarse cada cincuenta años, para que la tierra volviera a sus primeros propietarios, como recordando que el verdadero Señor de la tierra es Dios. De este modo el pueblo se preparaba para el dí­a del Señor, que será de paz universal en los tiempos mesiánicos (cfr. Is 11).

En el cristianismo, la fiesta del sábado ha pasado al domingo o dí­a de la resurrección del Señor, dí­a también de la nueva creación. Jesús resucitado hace pasar al verdadero «sábado» o descanso definitivo (Heb 4,3-10). En la tradición cristiana, el sábado tiene dimensión mariana, también en la celebración litúrgica, recordando la reunión de los Apóstoles en el Cenáculo antes de la resurrección y «con Marí­a la madre de Jesús» antes de Pentecostés (Hech 1,14). La «memoria» de Marí­a ayuda a la Iglesia a prepararse continuamente para un nuevo Pentecostés y para anunciar a Cristo muerto y resucitado.

Referencias Antiguo Testamento, devoción mariana, domingo, fiesta, jubileo, Marí­a memoria de la Iglesia, resurrección.

Lectura de documentos CEC 345-349; 2168-2173.

Bibliografí­a L. BRANDOLINI, Domingo, en Nuevo Diccionario de Liturgia (Madrid, Paulinas, 1987) 594-613, II,3 (relación entre sábado hebreo y domingo cristiano); S. ROSSO, Sábado, en Nuevo Diccionario de Mariologí­a (Madrid, Paulinas, 1988) 1742-1756. Ver bibliografí­a en referencias.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
La fiesta del sábado aparece ya en los primitivos cuerpos o códigos legales del Pentateuco (Ex 20,8-11). El sábado cerraba el ciclo semanal; comenzaba el dí­a sexto con la puesta del sol y terminaba el dí­a siguiente a la misma hora. La ley de guardar el sábado tení­a un doble sentido: uno negativo, pero muy humano y social: prohí­be el trabajo y se regulan de alguna manera los derechos del obrero: hay que trabajar seis dí­as, pero hay que descansar uno, a imitación de Dios, que, en la creación, trabajó seis dí­as y descansó el séptimo. Otro positivo, de tipo cúltico: el sábado es un dí­a santo, que pertenece por entero a Dios, y, por tanto, no puede utilizarse para menesteres profanos; el sábado pasó a ser una fiesta consagrada al culto (Lev 23,3), en la que habí­a que ofrecer a Yahvé el «holocausto» (Núm 28,9-10) y renovar los panes de la proposición (Lev 24,8). En el sábado habí­a que guardar un descanso completo. Pero este descanso sabático se fue acentuando cada vez más hasta llegar a una casuí­stica decadente y absurda en tiempos de Jesucristo, que prohibí­a todo, hasta las cosas más nimias, elementales (Mt 12,2; Mc 3,2; Jn 5,10). Jesucristo no rechazó la ley del sábado, incluso él mismo la observó (Mt 24,20; Mc 1,21; Lc 4,1622), pero se enfrenta contra las rigurosas interpretaciones que los escribas y fariseos hací­an de ella. Declaraque el sábado está hecho para el hombre y no al revés (Mc 2,27), que él mismo es el señor del sábado (Mc 2,27); es decir, que por encima del sábado está la ley de la caridad, de hacer bien a los demás (Lc 13,10-16; 14,1-5). Su mismo Padre celestial trabaja también los sábados (Jn 5,17). Los discí­pulos de Jesucristo en un principio guardaron también el sábado (Mt 28,1; Jn 19,42); pero muy pronto el domingo o primer dí­a de la semana suplantó al sábado, que se celebraba el dí­a sexto. El domingo o «dí­a del Señor» (Ap 1,10) es la conmemoración de la resurrección de Jesucristo, que tuvo lugar el primer dí­a de la semana (Mt 28,1; Lc 24,1; Jn 20,1). ->instituciones; sabat; culto; templo.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

([año] sabático, siete, jubileo, creación, judaismo, sol). Gn 1,1-2,4b tiene dos finales, que pueden armonizarse, pero que son diferentes, (a) El primer final pone de relieve la importancia del hombre como meta de todos los seres (Gn 1,26-31); todo culmina y recibe en el hombre su sentido. Por eso, lo que sigue (Gn 2,1-4b) es un apéndice, algo añadido desde fuera, (b) El segundo final es el que viene dado por el séptimo dí­a, en el que culmina, desde Dios y en Dios, el sentido de la realidad: «Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo lo que hay en ellos. El sép timo dí­a concluyó Dios la obra que hizo, y reposó el séptimo dí­a de todo cuanto habí­a hecho. Entonces bendijo Dios el séptimo dí­a y lo consagró, porque en él reposó de toda la obra que habí­a hecho en la creación. Estos son los orí­genes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados» (Gn 2,1-4). Miradas las cosas desde la perspectiva de la creación (Gn 1,26-32), todas las obras divinas culminaban con el surgimiento de los hombres, como ha visto gran parte de la historia y ciencia de los hombres, que se han divinizado a sí­ mismos. Pero la Biblia israelita sabe que hay algo más grande que el hombre y sus cosas: el Sábado de Dios, es decir, Dios mismo como descanso y plenitud de todo lo que existe (Dios que es más que la creación). En este séptimo dí­a Dios no hace nada, no crea ninguna cosa, sino que es, se limita a ser la realidad y sentido de todo lo que existe. El sábado constituye la institución judí­a más importante desde una perspectiva de sacralidad cósmica y de unión del hombre con el mundo. De una manera sorprendente pero consecuente, el relato de la creación (Gn 1) desemboca en el dí­a séptimo de sábado (Shabbat), tiempo de descanso gozoso de Dios y de armoní­a sagrada del cosmos, que los fieles acogen y cumplen de manera agradecida. Por eso, si lo leemos desde Gn 2,2-3, el fin de la creación y del mismo hombre es el sábado, entendido como descanso y plenitud de Dios.

(1) El sábado no es un dí­a que pueda sumarse a los anteriores. No se añade a los seis que han pasado, como si viniera tras ellos y fuera uno más, sino que es un dí­a distinto, una expresión del tiempo eterno de Dios. Mirado así­, en perspectiva de sábado, el hombre no es un simple ser en el mundo, como a veces se ha dicho, un constructor de herramientas que trabaja para imponerse sobre el conjunto de la realidad y para convertirse, con su poder, en medida y meta de todas las cosas (como ha dicho a veces la filosofí­a griega). El hombre del séptimo dí­a es un ser para el descanso y gozo de la contemplación. Los animales no rompen su ritmo de trabajo-comida, los hombres sí­. Los animales no contemplan; los hombres lo hacen y se descubren insertos en un espacio de realidad que es más grande que este mundo, en un tiempo de sábado más hondo, que expresa el gozo de Dios por sí­ mismo y por las realidades que ha creado. De esa forma se expresa la gran polaridad o paradoja viviente de la creación bí­blica. Por un lado, todo es para el hombre, como sabe Gn 1,26-31: así­ es sagrado el trabajo, el dominio del hombre sobre el mundo. Pero, al mismo tiempo, el trabajo y despliegue de la vida humana se integran en el descanso sabático del mundo, en el despliegue contemplativo del conjunto de la realidad, que integra al hombre en el gozo de Dios. En contra de los que intentan fijar la identidad del hombre en una dirección, vemos que la Biblia sitúa al hombre en dos planos: en los seis dí­as de trabajo, en un mundo duro, que él debe humanizar; en el séptimo dí­a de la admiración y gratuidad, más allá del tiempo. Según eso, la vida del hombre, vinculada al buen trabajo del hombre sobre el mundo, se define igualmente por la santidad del Sábado que es tiempo de belleza y alabanza, de armoní­a interior y descanso: Dios ha hecho a los hombres para que gocen sobre el mundo. Más que alguien que hace cosas (creador del mundo en seis dí­as), Dios es aquel que vive en sí­ mismo, en una especie de gozo y alegrí­a (bendición, consagración) sin origen ni meta, como sábado eterno que él quiere compartir con los hombres.

(2) El hombre, ser de Sábado. El hombre no es un simple ser en el mundo, un constructor de herramientas, que trabaja para imponerse sobre el conjunto de la realidad y para convertirse, con su poder, en medida y meta de todas las cosas (como ha dicho la cultura moderna). Según este pasaje (Gn 2,2-3), leí­do desde el conjunto del Antiguo Testamento (Ex 20,10; Dt 5,14), el hombre se define más bien por la santidad del Sábado que es tiempo de belleza y alabanza, de armoní­a interior y descanso: Dios ha hecho a los hombres para que gocen y celebren la vida sobre el mundo. De ese Sábado de Dios en el mundo han tratado de un modo minucioso los rabinos de Israel, de manera que sus reflexiones, contenidas en la Misná y el Talmud, constituyen la expresión más intensa de la necesidad de un descanso de los hombres en Dios, de una ecologí­a entendida como reconciliación de la naturaleza, de manera que cada año sabático* (cada 7 años) y más aún cada año jubilar (cada 49 años) se repartan y compartan todos los bienes del mundo entre todos los hombres (cf. Lv 25). Esto significa que, por encima del despliegue del mundo, que tiende a cerrarse en los seis dí­as de la creación presidida por el hombre, se extiende el Sábado de Dios, que se expresa en la liturgia de gozo y alabanza del cosmos, que se une con el hombre para proclamar la fiesta de la creación y de la vida. Así­ puede decirse que el hombre es imagen* de Dios porque celebra el Sábado, porque descubre y recrea cada siete dí­as, con su propia vida, la armoní­a sagrada del tiempo (semana) y del espacio (cosmos), acompañando a Dios en el gesto radical de su trabajo (dirigiendo la vida de los animales, comiendo del fruto de las plantas) y de su descanso (de su gozo más hondo por el don de la creación). En un plano, los hombres están hechos para trabajar, como lo muestra el sexto dí­a de la creación. Pero en un plano más alto ellos están hechos para descansar y contemplar: para participar del gozo de Dios que es la misma vida, la liturgia del amor fecundo.

(3) Judaismo, sabatismo. Los israelitas reconocen y ratifican la obra de Dios descansando el Sábado (Ex 20,89). De esa forma han aparecido como imitadores de Dios por guardar este dí­a, de manera que muchos han muerto desde antiguo por hacerlo (2 Mac 6,11), de tal forma que a veces se han llamado sabatistas. También otros pueblos han tenido unos dí­as sagrados, pero sólo los israelitas han convertido el ritmo semanal, centrado en el Sábado, en signo y seña de su identidad. Esta forma de guardar el Sábado les hace imitadores de Dios, que vive en el Sábado de la plenitud. Los judí­os saben que el hombre forma parte del misterio de Dios porque conoce y celebra su Sábado. Este Sábado de Dios es la expresión de una armoní­a que los hombres buscan y desean sobre el mundo, pues aún no la han logrado; ellos no buscan esa plenitud sobre un cielo más allá, sino en la misma tierra, que no es un infierno (cueva tenebrosa o valle de dolores), sino revelación del mismo Sábado de Dios, que ha creado a los hombres con el fin de que participen de su plenitud: para que veneren y celebren, disfruten y gocen su fiesta, con los animales. Este descanso sabático aparece como meta y superación de una obra creadora de Dios, que los hombres han de asumir, abriéndose hacia el despliegue total de su humanidad, simbolizado cada semana por el Shabat. La apocalí­ptica de los siglos III a.C. al II d.C. ha sido en gran parte una reflexión sobre el sentido de ese dí­a, entendido como expresión del ritmo semanal del tiempo y como promesa de culminación (así­ lo muestra el Libro de los Jubileos, con sus semanas de siete semanas de años): cuando llegue el final de la Séptima Semana empezará el descanso de Dios, la utopí­a de la tierra ya pacificada. Todo esto significa que, por enci ma del despliegue del mundo, que tiende a cerrarse en los seis dí­as de la creación presidida por el hombre, se extiende el Sábado de Dios, que se expresa en la liturgia de gozo y alabanza del cosmos, que se une con el hombre para proclamar la fiesta de la creación y de la vida. Recordemos que en Gn 2,1-4 no existen templos especiales, ni sacrificios de animales, ni sacerdotes profesionales. No hay aún ningún pueblo escogido, ninguna religión particular. Sólo existen Dios y los hombres sobre el mundo. Pues bien, en este contexto sitúa nuestro autor la «religión cósmica», cuyo culto se identifica con la misma existencia armoniosa de la realidad, reasumida y celebrada cada semana.

(4) Sábado cristiano. Este Sábado no es un mandato, ni una obligación, sino todo lo contrario: el descubrimiento del gozo de Dios, que se expresa y encarna en el conjunto de la creación. Jesús reconocí­a el valor del Sábado, pero añadí­a que en el centro del Sábado de Dios está el hombre, de manera que no es el hombre para el Sábado, sino el Sábado para el hombre (Mc 2,27). Gran parte de la humanidad moderna ha aceptado este ritmo semanal judí­o, pero en un sentido más laboral y social que religioso. Los cristianos han identificado este Sábado de Dios con la muerte y resurrección de Cristo, interpretándolo así­ de un modo evangélico: el Sábado es la reconciliación y el perdón entre los hombres, tiempo de curación de los enfermos (cf. Mt 12,1-12; Mc 2,24-26). Es evidente que esa visión significa una aportación mesiánica, pues está vinculada a la encarnación de Dios en un hombre que ha vivido al servicio de todos (Jesús), especialmente de los más pobres, superando las posibles fronteras del judaismo histórico. Pero después de leer que «el Sábado ha sido creado para el hombre y no el hombre para el Sábado» (Mc 2,27), algunos cristianos han corrido el riesgo de olvidarse del hombre y del Sábado, convirtiendo este mundo en lugar de puro trabajo y productividad, con vacación laboral, pero sin fiesta de gozo gratuito y alabanza para todos. La modernidad ha ido suscitando un mundo sin celebración, un tiempo sin Sábado. De esa forma ha corrido el riesgo de quedarse anclada en la pura eficiencia productiva, sin más Dios que el capital (que no es creador), ni más palabra que la pro ductividad económica, ni más fiesta que el mercado donde sólo compran los que puedan, mientras la mayorí­a de los hombres muere de hambre. Por eso es importante volver al Sábado de Dios como descanso y fraternidad para los hombres. Este Sábado de Dios no expresa un tipo de alejamiento y desinterés: como si Dios hiciera las cosas para marcharse luego, como pensaron muchos deí­stas del siglo XVIII y piensan aún hoy muchos hombres y mujeres que dicen que hay Dios, pero le suponen inactivo. Este Dios del descanso y sábado es un Dios del gozo y fiesta, que se introduce y penetra clebrativamente en la existencia de los hombres. Los hombres no han caí­do de un posible cielo superior (de manera que aquí­ están desterrados), sino que el mismo Dios creador les ha despertado a la vida. Por eso, el culto religioso se identifica con el despliegue de esa vida, abierta a la alabanza y gozo del Sábado, entendido así­ como expresión de un mundo donde los hombres se reconcilian entre sí­ a través de la alabanza compartida. Este sábado no es un mandato, ni una obligación, sino todo lo contrario: el descubrimiento del gozo de Dios, que se expresa y encarna en el conjunto de la creación.

(5) Religión adámica, religión del sábado. La revelación del Sábado de Dios (Gn 2,2-3) nos sitúa en el centro de la religión adámica, que es anterior a la religión de Noé, en la que se incluyen sacrificios animales, aunque pueda abrirse por igual a todos los hombres y pueblos de la tierra (cf. Gn 9,1-17). En esta religión adámica, Dios no necesita que le aplaquen con sangre derramada porque no se encuentra airado o enojado (no existí­an al principio sacrificios). Tampoco los hombres deben proyectar o descargar su violencia sobre ví­ctimas, pues no habí­a violencias sobre el mundo. Esta religión primera se identifica con la admiración y el gozo de la vida, con una paz que los hombres pueden disfrutar cada siete dí­as, el dí­a consagrado a la alabanza y el descanso. En este momento no existen todaví­a sacrificios para aplacar a Dios, pues su sacramento y fiesta es la misma fiesta de los hombres: la armoní­a y don de la realidad que puede traducirse y expresarse en el canto de la vida. Este mundo de paz no es un sueño falso, ni un vací­o o evasión para los hom bres, sino todo lo contrario: sobre aquello que hoy somos y tenemos, Gn 1 proyecta el ideal de una existencia compartida de los hombres sobre el mundo, una existencia en la que Dios se expresa, fundando y transfigurando todo lo que existe. Así­ entendemos nuestro texto como promesa de pacificación ecológica para los hombres. Un mundo sin Sábado, es decir, sin el descanso de Dios que se abre a todos los hombres y mujeres de la tierra, corre el riesgo de convertirse en puro infierno de fábricas que polucionan y de hombres y mujeres que se compran y venden en los mercados de un trabajo que al fin se pone al servicio de la muerte. «Reservar un dí­a de la semana para la libertad, un dí­a en que no se usen los instrumentos que tan fácilmente han sido convertidos en armas de destrucción, un dí­a para estar con nosotros mismos, un dí­a para desprenderse de lo vulgar, liberarse de las obligaciones exteriores, un dí­a para interrumpir el culto de los í­dolos de la civilización técnica, un dí­a en que no se toque el dinero, un dí­a de armisticio económico en la lucha económica con nuestros congéneres y con las fuerzas de la naturaleza. ¿Es que hay alguna institución que ofrezca mayores esperanzas para el progreso del hombre que el Shabat? El Séptimo Dí­a es… una tregua de todos los conflictos personales y sociales: la paz entre hombre y hombre, entre hombre y naturaleza, la paz dentro del hombre… El Dí­a Séptimo es el éxodo de la tensión, la liberación del hombre de su propia bajeza, la proclamación del hombre como soberano del mundo del tiempo» (A. Heschel).

Cf. S. BACCHIOCHI, From Sabbath to Sunday, Gregoriana, Roma 1977; A. HESCHEL, El Shabat y el hombre moderno, Paidós, Buenos Aires 1964, 36-37; X. PIKAZA, El reto de la ecologí­a, PPC, Madrid 2003; K. A. STRAND (ed.), The Sabbath in Scripture and History, Review and Herald, Washington D.C. 1982, 132-150; A. WALKER, The Law and the Sabbath, Hartland, Rapidan VA 1985.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Dí­a que Dios apartó con el fin de que se descansase en él de los trabajos cotidianos, y que dio como señal entre El y los hijos de Israel. (Ex 31:16, 17.) La expresión hebrea yohm hasch·schab·báth procede del verbo hebreo scha·váth, que significa †œdescanso; cesación†. (Gé 2:2; 8:22.) La expresión griega que corresponde a †œdí­a de sábado† es he he·mé·ra tou sab·bá·tou.
La primera observancia sabática semanal de veinticuatro horas la llevó a cabo la nación de Israel en el desierto, en el segundo mes después de su éxodo de Egipto, en el año 1513 a. E.C. (Ex 16:1.) Jehová le habí­a dicho a Moisés que la provisión milagrosa del maná serí­a doble en el dí­a sexto. Cuando esto resultó ser así­, los principales de la asamblea lo informaron a Moisés, y entonces se anunció la institución del sábado semanal. (Ex 16:22, 23.) Como lo muestran las palabras de Jehová en Exodo 16:28, 29, desde ese momento Israel quedó obligado a observar el sábado.
Poco tiempo después, con la inauguración formal del pacto de la Ley en el monte Sinaí­, el sábado semanal pasó a formar parte de un sistema de sábados. (Ex 19:1; 20:8-10; 24:5-8.) Este sistema sabático se componí­a de varias clases de sábados: el séptimo dí­a, el séptimo año, el año quincuagésimo (año del Jubileo), el 14 de Nisán (Pascua), el 15 de Nisán, el 21 de Nisán, el 6 de Siván (Pentecostés), el 1 de Etanim, el 10 de Etanim (Dí­a de Expiación), el 15 de Etanim y el 22 de Etanim.
Según Deuteronomio 5:2, 3 y Exodo 31:16, 17, es evidente que no se impuso el sábado a ninguno de los siervos de Dios hasta después del éxodo, pues estos textos dicen, respectivamente: †œNo fue con nuestros antepasados con quienes Jehová celebró este pacto, sino con nosotros†; †œLos hijos de Israel tienen que guardar el sábado, […] durante sus generaciones. […] Entre yo y los hijos de Israel es una señal hasta tiempo indefinido†. Si Israel hubiese observado el sábado con anterioridad, no podrí­a haberles servido de recordatorio de que Jehová los habí­a liberado de Egipto, como se muestra en Deuteronomio 5:15. El hecho de que algunos israelitas fuesen a recoger maná el séptimo dí­a, a pesar de habérseles dicho claramente que no lo hicieran, indica que la observancia del sábado era algo nuevo. (Ex 16:11-30.) Otra prueba de que hací­a poco que se habí­a instituido el sábado se aprecia en la incertidumbre que hubo al tratar el primer caso de violación del sábado que se registra después de haberse dado la Ley en Sinaí­. (Nú 15:32-36.) Como los israelitas habí­an sido esclavos en Egipto, no podrí­an haber observado el sábado en aquel paí­s aunque hubiesen estado bajo esa ley. El Faraón se quejó tan solo porque Moisés pidió un perí­odo de tres dí­as para hacerle un sacrificio a Dios, cuanto más si los israelitas hubiesen tratado de descansar un dí­a de cada siete. (Ex 5:1-5.) Aunque es cierto que al parecer los patriarcas dividí­an el tiempo en una semana de siete dí­as, no hay ninguna prueba de que se hiciesen distinciones con respecto al séptimo dí­a. Sin embargo, el número siete significaba plenitud. (Gé 4:15, 23, 24; 21:28-32.) La palabra hebrea †œjurar† (scha·vá`) parece provenir de la misma raí­z que la palabra que significa †œsiete†.
El sábado se conmemoraba como un dí­a sagrado (Dt 5:12), un dí­a de descanso y de regocijo para todos —israelitas, siervos, residentes forasteros y animales—, en el que se cesaba de todo trabajo. (Isa 58:13, 14; Os 2:11; Ex 20:10; 34:21; Dt 5:12-15; Jer 17:21, 24.) Se hací­a una ofrenda quemada especial, junto con ofrendas de grano y de libación, además de la †œofrenda quemada constante† que se presentaba a diario. (Nú 28:9, 10.) Se reponí­a el pan de la proposición en el santuario, y una nueva división de sacerdotes se encargaba de sus deberes. (Le 24:5-9; 1Cr 9:32; 2Cr 23:4.) Los deberes de los sacerdotes no sufrí­an en sábado variación alguna. (Mt 12:5.) E incluso se circuncidaba a los niños en sábado si coincidí­a con el octavo dí­a desde su nacimiento. En tiempos posteriores los judí­os acuñaron el dicho: †œNo hay sábado en el santuario†, lo que quiere decir que los deberes sacerdotales no cesaban nunca. (Jn 7:22; Le 12:2, 3; El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, de A. Edersheim, 1990, pág. 199.)
Según fuentes rabí­nicas, en tiempos de Jesús tres toques de trompetas hacia la hora nona —las tres de la tarde— del viernes anunciaban la llegada del sábado. A partir de ese momento cesaba todo trabajo y actividad comercial, se encendí­a la lámpara sabática y la gente se poní­a los vestidos de fiesta. El comienzo oficial del sábado se indicaba con otros tres toques de trompeta. La división saliente de sacerdotes ofrecí­a el sacrificio matutino correspondiente al sábado, mientras que la entrante ofrecí­a los sacrificios de la tarde, si bien ambas pasaban todo el dí­a en el santuario. Las dos divisiones le entregaban al sumo sacerdote la mitad de su porción correspondiente de pan. Los sacerdotes que se habí­an purificado comí­an el pan durante el dí­a de sábado en el templo mismo. Los cabezas sacerdotales de las familias que pertenecí­an a las divisiones entrantes determinaban por suertes a qué familia le corresponderí­a servir en cada uno de los dí­as especiales de su semana de ministerio en el templo y a quién le corresponderí­a asumir las funciones sacerdotales el dí­a de sábado. (Le 24:8, 9; Mr 2:26, 27; El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, págs. 197, 198, 203-205.)
Diferí­an los requisitos para el sábado semanal regular y los sábados o †œconvocaciones santas† que estaban relacionados con las fiestas. (Le 23:2.) En términos generales, el sábado semanal era más restrictivo, no podí­a hacerse ningún trabajo, fuese fatigoso o de otra clase (excepto en el santuario). Hasta estaba prohibido recoger leña o encender fuego. (Nú 15:32-36; Ex 35:3.) También se restringí­an los viajes en dí­a de sábado basándose, al parecer, en las palabras de Exodo 16:29. El Dí­a de Expiación era igualmente un perí­odo de descanso de toda clase de trabajo. (Le 16:29-31; 23:28-31.) Sin embargo, en los dí­as de la convocación santa de las fiestas no se efectuaba trabajo fatigoso ni se participaba en actividades comerciales, pero estaba permitido cocinar, hacer preparativos para la fiesta, etc. (Ex 12:16; Le 23:7, 8, 21, 35, 36.)
Algunas veces se daba el caso de que una fiesta sabática especial coincidí­a con un sábado regular; este era un sábado †œgrande†, como cuando el 15 de Nisán (un dí­a sabático) coincidí­a con el dí­a de sábado regular. (Jn 19:31.)

Beneficios e importancia del sábado. El cese de todo trabajo y la observancia de otros requisitos sabáticos dados por Dios no solo proporcionaba descanso al cuerpo, sino que, como cosa más importante, daba a la persona la oportunidad de demostrar su fe y obediencia por medio de la observancia sabática. Los padres podí­an inculcar las leyes y los mandamientos de Dios en la mente y el corazón de sus hijos. (Dt 6:4-9.) El sábado se dedicaba habitualmente a adquirir conocimiento de Dios y a atender necesidades espirituales, como lo indica la respuesta del esposo de la mujer sunamita cuando ella le pidió permiso para ir a ver a Eliseo, el hombre de Dios: †œ¿Por qué vas a él hoy? No es luna nueva ni sábado†. (2Re 4:22, 23.) Los levitas que estaban esparcidos por todo el paí­s sin duda aprovecharon el sábado para enseñar la Ley al pueblo de Israel. (Dt 33:8, 10; Le 10:11.)
Era importante que todos los israelitas se acordaran de guardar el sábado, pues no hacerlo se veí­a como una rebelión contra Jehová que se castigaba con la muerte. (Ex 31:14, 15; Nú 15:32-36.) El mismo principio aplicaba a toda la nación. El que observasen todo el sistema sabático de dí­as y años, y lo hicieran de todo corazón, era un factor esencial para que continuasen existiendo como nación en la tierra que Dios les habí­a dado. La falta de respeto a las leyes sabáticas contribuyó grandemente a su caí­da y a la desolación de la tierra de Judá durante setenta años para compensar los sábados que no se habí­an guardado. (Le 26:31-35; 2Cr 36:20, 21.)

Restricciones rabí­nicas del sábado. El propósito del sábado en sus comienzos era el de ser una ocasión de gozo y edificación espiritual. No obstante, el afán de los guí­as religiosos judí­os por distinguirse al máximo de los gentiles los llevó —sobre todo a partir del regreso del exilio babilonio— a ir aumentando las restricciones sabáticas hasta alcanzar el número de treinta y nueve, con innumerables restricciones subsidiarias, que convirtieron el sábado en una carga. La compilación posterior de estas restricciones llenaba dos grandes volúmenes. Por ejemplo, estaba prohibido atrapar una pulga debido a que era cazar. No se podí­a atender a un enfermo a menos que estuviese en peligro de muerte. No se permití­a colocar en su lugar un hueso dislocado, ni tampoco vendar una torcedura. Los guí­as religiosos judí­os habí­an anulado el verdadero propósito del sábado, puesto que habí­an convertido al pueblo en esclavos de la tradición, en vez de dejar que el sábado les sirviese para honrar a Dios. (Mt 15:3, 6; 23:2-4; Mr 2:27.) Cuando los discí­pulos de Jesús arrancaron espigas y las frotaron con las manos para comérselas, por lo visto se les acusó de dos cosas: de cosechar y de trillar en dí­a de sábado. (Lu 6:1, 2.) Los rabinos tení­an un dicho: †œLos pecados del que observe escrupulosamente toda ley del sábado, aunque sea idólatra, son perdonados†.

No se impuso a los cristianos. Como Jesús era un judí­o obligado por la Ley, observó el sábado, pero no como los fariseos, sino como instruí­a la Palabra de Dios. Sabí­a que era lí­cito hacer obras buenas aun en sábado. (Mt 12:12.) Sin embargo, los escritos cristianos inspirados declaran que †œCristo es el fin de la Ley† (Ro 10:4), lo que resulta en que los cristianos hayan sido †œdesobligados de la Ley†. (Ro 7:6.) Ni Jesús ni sus discí­pulos hicieron la más mí­nima distinción entre una supuesta ley moral y otra ceremonial. Citaron de otros pasajes de la Ley, así­ como de los Diez Mandamientos, considerando que eran igualmente obligatorios para quienes estaban bajo la Ley. (Mt 5:21-48; 22:37-40; Ro 13:8-10; Snt 2:10, 11.) Las Escrituras dicen llanamente que el sacrificio de Cristo †œabolió […] la Ley de mandamientos que consistí­a en decretos†, y que Dios †œborró el documento manuscrito contra nosotros, que consistí­a en decretos […] y El lo ha quitado del camino clavándolo al madero de tormento†. La ley mosaica fue †˜abolida†™, †˜borrada†™, †˜quitada del camino†™ en su totalidad. (Ef 2:13-15; Col 2:13, 14.) Por consiguiente, el entero sistema sabático, tanto de dí­as como de años, fue cancelado junto con el resto de la Ley por medio del sacrificio de Cristo Jesús. Este hecho explica por qué los cristianos pueden considerar †œun dí­a como todos los demás†, tanto si es un sábado como cualquier otro dí­a, sin tener ninguna clase de temor de ser juzgados por ello. (Ro 14:4-6; Col 2:16.) Pablo hizo el siguiente comentario concerniente a los que observaban escrupulosamente †œdí­as y meses y sazones y años†: †œTemo por ustedes, que de algún modo me haya afanado en vano respecto a ustedes†. (Gál 4:10, 11.)
Después de la muerte de Jesús, sus apóstoles no ordenaron en ningún momento que se observase el sábado. Tampoco se incluyó como requisito cristiano ni en Hechos 15:28, 29 ni posteriormente. No instituyeron un nuevo sábado, un †œdí­a del Señor†. Aunque Jesús fue resucitado en el dí­a que actualmente llamamos domingo, en ningún lugar indica la Biblia que deba conmemorarse este dí­a de su resurrección como un †œnuevo† sábado o algo semejante. Se han citado 1 Corintios 16:2 y Hechos 20:7 para apoyar la observancia del domingo como un sábado o dí­a de descanso. Sin embargo, el primer texto meramente indica que Pablo dio instrucciones a los cristianos para que cada primer dí­a de la semana pusiesen aparte en sus casas una cierta cantidad para sus hermanos necesitados de Jerusalén. No tení­an que entregar el dinero en su lugar de reunión, sino guardarlo hasta la llegada de Pablo. En cuanto al segundo texto, era lógico que Pablo se reuniese con los hermanos de Troas el primer dí­a de la semana, puesto que partí­a al dí­a siguiente.
Lo antedicho deja claro que la observancia literal de dí­as y años sabáticos no formaba parte del cristianismo del primer siglo. No fue sino hasta 321 E.C. cuando Constantino decretó que el domingo (en latí­n: dies Solis, un tí­tulo antiguo relacionado con la astrologí­a y la adoración del Sol, no Sabbatum [sábado] o el dies Domini [dí­a del Señor]) fuese un dí­a de descanso para todos excepto para los agricultores.

Entrar en el descanso de Dios. Según Génesis 2:2, 3, después del sexto dí­a o perí­odo creativo, Dios †œprocedió a descansar en el dí­a séptimo† al cesar sus obras creativas —mencionadas en el capí­tulo 1 de Génesis— con relación a la Tierra.
En los capí­tulos 3 y 4 de Hebreos, el apóstol Pablo muestra que si el pueblo judí­o que viajaba por el desierto no entró en el descanso de Dios se debió a su falta de fe y obediencia. (Heb 3:18, 19; Sl 95:7-11; Nú 14:28-35.) Los que entraron en la Tierra Prometida acaudillados por Josué experimentaron un descanso, pero no el descanso completo que se disfrutará bajo el Mesí­as. Solamente fue un tipo o sombra de la realidad. (Jos 21:44; Heb 4:8; Heb 10:1.) Sin embargo, Pablo dice seguidamente: †œQueda un descanso sabático para el pueblo de Dios†. (Heb 4:9.) Por consiguiente, toda persona obediente y que ejerza fe en Cristo puede disfrutar del †œdescanso sabático† al dejar de hacer †œsus propias obras†, por medio de las cuales procuró en el pasado demostrar su propia justicia. (Compárese con Ro 10:3.) Pablo muestra así­ que el sábado o descanso de Dios aún estaba vigente en su dí­a y que los cristianos tení­an acceso a él, todo lo cual indica que el dí­a de descanso de Dios se extiende por miles de años. (Heb 4:3, 6, 10.)

†œSeñor del sábado.† Durante su ministerio terrestre, Jesús dijo de sí­ mismo que era †œSeñor del sábado†. (Mt 12:8.) El sábado semanal, que habí­a tenido el propósito de proporcionar a los israelitas alivio de sus ocupaciones cotidianas, era †œuna sombra de las cosas por venir, pero la realidad [pertenecí­a] al Cristo†. (Col 2:16, 17.) Una de esas †œcosas por venir† es el sábado del que Jesús será Señor. En calidad de Señor de señores, Jesucristo regirá sobre toda la Tierra por un perí­odo de mil años. (Rev 19:16; 20:6.) Algunos de los milagros más impresionantes que realizó durante su ministerio tuvieron lugar en sábado. (Lu 13:10-13; Jn 5:5-9; 9:1-14.) Esos ejemplos ofrecen una vislumbre de la clase de alivio que Jesús traerá a la humanidad a medida que la conduzca hacia la perfección fí­sica y espiritual durante su reinado milenario, un perí­odo que será semejante a un descanso sabático tanto para la Tierra como para la humanidad que la habita. (Rev 21:1-4.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Nota: Para sabbaton, o sabbata, véase ; para prosabbaton, véase .

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

AT. 1. La institución del sábado. El nombre del sábado designa un descanso efectuado con cierta intención religiosa. Su práctica aparece ya en los estratos más antiguos de la ley (Ex 20,8; 23,12; 34,21). Tiene probablemente origen premosaico, que queda en la oscuridad. En la Biblia está ligado al ritmo sagrado de la *semana, que cierra con un dí­a de reposo, de regocijo y de reunión cultual (Os 2,13; 2Re 4,23; Is 1,13). 2. Los motivos del sábado. El código de la alianza subrayaba el lado humanitario de este reposo, que permití­a a los esclavos cobrar aliento (Ex 23,12). Este es también el punto de vista del Deuteronomio (Dt 5, 12…). Pero la legislación sacerdotal le da otro sentido. Por su *trabajo imita el hombre la actividad del Dios creador. Con la cesación en el trabajo el séptimo dí­a imita el *reposo sagrado de Dios (Ex 31,13…; Gén 2,2s). Dios dio así­ el sábado a Israel como un signo, a fin de que sepa que Dios le santifica (Ez 20, 12).

3. La práctica del sábado. El reposo del sábado era concebido por la ley en forma muy estricta: prohibición de encender fuego (Ex 35,3), de recoger leña (Núm 15,32…), de preparar los alimentos (Ex 16,23…). Según el testimonio de los profetas, su observancia condicionaba la realización de las promesas escatológicas (Jer 17,19-27; Is 58,13s). Así­ vemos a Nehemí­as sostener firmemente su práctica integral (Neh 13,15-22). Para «santificar» este dí­a (Dt 5,12) hay «convocación santa» (Lev 23.3), ofrenda de sacrificios (Núm 28,9s), renovación de los panes de proposición (Lev 24,8; lPar 9,32). Fuera de Jerusalén estos ritos son reemplaza-dos por una asamblea de sinagoga, dedicada a la oración común y a la lectura comentada de la Sagrada Escritura. En la época de los Macabeos la fidelidad al reposo del sábado es tal que hay Asideos que se dejan matar antes que violarlo tomando las armas (lMac 2,32-38). Por los tiempos del NT es sabido que los esenios lo observan en todo su rigor, a la vez que los doctores fariseos elaboran sobre el particular una casuí­stica minuciosa.

NT. 1. Jesús no abroga explí­citamente la ley del sábado: en tal dí­a frecuenta la sinagoga y aprovecha la ocasión para anunciar el Evangelio (Lc 4,16…). Pero ataca el rigorismo formalista de los doctores fariseos: «El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado» (Mc 2,27), y el deber de caridad es anterior a la observación material del reposo (Mt 12,5; Lc 13,10-16; 14,1-5). Jesús se atribuye además poder sobre el sábado: el Hijo del hombre es señor del sábado (Mc 2, 28). Este es uno de los cargos que le hacen los doctores (cf. Jn 5,9…). Pero haciendo el bien en el dí­a de sábado ¿no imita a su Padre que, habiendo entrado en su reposo al final de la creación, continúa rigiendo el mundo y vivificando a los hombres? (Jn 5,17).

2. Los discí­pulos siguieron en un principio observando el. sábado (Mt 28,1; Mc 15,42; 16,1; Jn 19.42). Aún después de la ascensión las re-uniones sabáticas sirven para anunciar el Evangelio en ambiente judí­o (Act 13,14; 16,13; 172; 18,4). Pero luego el primer dí­a de la semana, dí­a de la resurrección de Jesús, viene a ser el dí­a de culto de la Iglesia, considerado como *dí­a del Señor (Act 20.7; Ap 1,10). A este dí­a se trasladan prácticas que los judí­os solí­an relacionar con el sábado, como la limosna (ICor 16,2) y la alabanza divina. En esta nueva perspectiva el antiguo sábado judí­o adquiere un significado *figurativo, como otras muchas instituciones del AT. Con su reposo conmemoraban los hombres el reposo de Dios el séptimo dí­a. Ahora bien, Jesús entró en este re-poso divino por su *resurrección, y nosotros hemos recibido la promesa de entrar en el mismo como él (Heb 4,1-11). Entonces será el verdadero sábado, en que los hombres reposarán de sus fatigas a imagen de Dios que reposa de sus trabajos (Heb 4,10; Ap 14,13).

-> Dí­a del Señor – Reposo – Semana – Trabajo.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

(heb. šabbāṯ, de la raíz šāḇaṯ, ‘cesar’, ‘desistir’). En la Biblia se establece el principio de que debe observarse un día de cada siete como día sagrado para Dios. Tomando como base la razón que nos dan los Diez Mandamientos para la observancia del sábado, vemos que Dios mismo había dado el ejemplo para el descanso sabático en relación con la creación. Por lo tanto, el sábado es una ordenanza que emana de la creación (Ex. 20.8–11).

En el relato de la creación no encontramos el término “sábado”, pero sí la raíz de la cual se deriva (Gn. 2.2). La obra de la creación había ocupado seis días, y Dios descansó (lit. “cesó”) de sus trabajos en el séptimo. De este modo aparece la distinción entre los seis días de labor y el séptimo de descanso. Esto es válido aun cuando entendamos los seis días de trabajo como períodos de tiempo mayores que de 24 horas. El lenguaje es antropomórfico, desde el momento en que Dios no es un obrero que se cansa y necesita descanso. Pero se estableció el modelo para que fuese adoptado y puesto en práctica por el hombre. Ex. 20.11 afirma que Dios “reposó” (heb. wayyānaḥ) el séptimo día, y Ex. 31.17 dice que cesó en su trabajo y “retomó aliento” (°lpd; “tomó respiro”, °bj) (wayyināfaš). Expresamente se usa un lenguaje fuerte para que el hombre comprenda la necesidad de considerar el sábado como un día en el que debe descansar de sus labores diarias.

Se ha dicho, por oposición a lo anteriormente expresado, que la institución del sábado deriva de Babilonia. Es cierto que la voz babilónica šabbatum tiene relación con el término heb. correspondiente, pero la fuerza de ambas es bastante diferente. Para empezar, los babilonios tenían una semana de cinco días. El examen de tablillas que contenían contratos revela que los días designados šabbatum no eran días de cesación del trabajo. Hay contratos de Mari (Tell el-Hariri) que indican que se trabajaba, a veces durante un período de varios días, sin interrupción alguna el séptimo día. La Biblia claramente atribuye el origen del sábado al ejemplo divino.

En el cuarto mandamiento encontramos la obligación de observar el día de reposo. No hay mención del sábado en Génesis aparte del relato de la creación. Se hace mención, sin embargo, de períodos de siete días (cf. Gn. 7.4, 10; 8.10, 12; 29.27ss). También podemos notar en la narración en Job que cada uno de los siete hijos hacía fiesta en su día, a lo que seguían las oraciones y los sacrificios de Job por sus hijos (Job 1.4–5). No se trataba de una ocasión aislada, sino que se practicaba regularmente. Puede ser que haya aquí una insinuación de un culto en el primer día del ciclo. Por lo menos parecería que se reconoce aquí el principio de que un día de cada siete es santo para el Señor.

En Ex. 16.21–30 se hace mención explícita del sábado en relación con la obtención del maná. El sábado aparece aquí como don de Dios (v. 29), destinado al descanso para beneficio del pueblo (v. 30). No era necesario trabajar el sábado (e. d. recoger el maná) porque el sexto día se obtenía una doble porción.

Israel, por lo tanto, conocía el sábado, y seguramente comprendía el mandato de que era necesario recordarlo. En el Decálogo se deja claramente indicado que el sábado pertenece al Señor. Por lo tanto, es en primer lugar su día, y la razón básica por la cual debemos observarlo es que se trata de un día que pertenece a él. Es el día que él ha bendecido y apartado para que sea observado. Este punto no encuentra contradicción en el Decálogo que aparece en Dt. 5.12ss. En este último pasaje se ordena al pueblo que guarde el sábado en la forma en que el Señor ya a establecido (la referencia es a Ex. 20.8–11), y nuevamente se hace resaltar el hecho de que el sábado pertenece a Dios (v. 14). Además, se nos da allí una razón adicional para guardar el sábado. Es una razón simplemente adicional, y no entra en conflicto con las anteriores. Israel debe observar el día sábado a fin de que “descanse tu siervo y tu sierva como tú”. Aquí el énfasis es humanitario, pero también recae sobre el hecho de que el sábado fue creado para el hombre. Israel ha sido esclava en Egipto y ha sido liberada; de modo que Israel debe ahora mostrar la misericordia del sábado a aquellos que son esclavos en su propio medio.

En todo el resto del Pentateuco encontramos la legislación sobre el sábado. Es interesante notar que hay una referencia al sábado en cada uno de los cuatro últimos libros del Pentateuco. Génesis presenta el descanso divino, y los cuatro libros restantes recalcan la legislación sabática. Esto muestra la importancia de la institución. Podemos decir que la legislación sabática forma parte integral y esencial de la ley básica del AT y el Pentateuco (cf. Ex. 31.13–16; 34.21; 35.2ss; Lv. 19.3, 30; 23.3, 38).

A este respecto, la significación de la legislación sabática puede verse en el severo castigo que se administra al que viola el sábado. Un hombre recogía leña el sábado, acto por el cual una revelación especial de Dios decretó que tenía que ser muerto (cf. J. Weingreen, From Bible to Mishna, 1976, pp. 83ss). Este hombre había ignorado el principio básico del sábado, o sea que ese día pertenecía al Señor, por lo que debía observarse solamente en la forma en que Dios había instituido (cf. Nm. 15.32–36).

Los profetas elaboran el tema sobre la base de la legislación del Pentateuco; sus declaraciones concuerdan con lo que estaba revelado en el Pentateuco. A menudo se relaciona el “día de reposo” con la “nueva luna” (2 R. 4.23; Am. 8.5; Os. 2.11; Is. 1.13; Ez. 46.3). Cuando profetas como Oseas (2.11) pronunciaban juicio divino sobre las lunas nuevas, los sábados, y otras fiestas indicadas, no condenaban el sábado en sí sino el mal uso del sábado y las otras instituciones mosaicas.

Por otra parte, los profetas mencionan las bendiciones que provendrían de una correcta observancia del sábado. Había quienes profesaban el sábado y obraban el mal en ese día (Is. 56.2–4), y era necesario abandonar esas malas prácticas. En un pasaje clásico (Is. 58.13) Isaías enuncia las bendiciones que trae aparejada la verdadera observancia de ese día. No se trata de un día en el que el hombre puede hacer según su voluntad, sino que debe cumplir la voluntad de Dios. Es Dios, y no el hombre, quien debe determinar cómo debe observarse el sábado. El que reconoce que el día es santo para el Señor obtendrá el verdadero disfrute de sus promesas.

Durante el período persa nuevamente se destacó la observancia del sábado. Nehemías (Neh. 10.31; 13.15–22) reforzó la prohibición preexílica de llevar cargas (Jer. 17.21s) o de llevar a cabo transacciones comerciales (Am. 8.5) en el día de reposo. Durante el período intertestamentario, sin embargo, gradualmente se fue modificando lo que se entendía como el propósito del sábado. En las sinagogas se estudiaba la ley el sábado. Gradualmente creció la tradición oral entre los judíos, y la atención se dirigió hacia las minucias de la observancia. Dos tratados de la Misná, Shabbath y ˓Erubin, se dedican a considerar en detalle cómo debía observarse el sábado. Nuestro Señor atacó esta práctica de recargar los mandamientos divinos con la tradición humana. Sus observaciones no se dirigían contra la institución del sábado en sí, ni contra las enseñanzas veterotestamentarias. Pero se opuso a los fariseos, que quitaban eficacia a la Palabra de Dios con sus tradiciones. Cristo se identificó como el Señor del día de reposo (Mr. 2.28). Con esas palabras no disminuyó la importancia y significación del sábado, ni de manera alguna contravino la legislación veterotestamentaria. Simplemente hizo resaltar la verdadera significación del sábado con respecto al hombre, e indicó que tenía derecho a hablar así dado que él mismo era Señor del día de reposo.

Como Señor del día de reposo, Jesús fue a la sinagoga en sábado, como era su costumbre (Lc. 4.16). Su observancia del sábado concordaba con la prescripción veterotestamentaria de considerar ese día santo para el Señor.

En su desacuerdo con los fariseos (Mt. 12.1–14; Mr. 2.23–28; Lc. 6.1–11) nuestro Señor hizo ver a los judíos que lo que ellos entendían acerca del cumplimiento de los mandamientos veterotestamentarios estaba completamente equivocado. Habían tratado de hacer más rigurosa la observancia del sábado que lo que Dios había mandado. No estaba prohibido comer el sábado, aun cuando fuera necesario cortar espigas para ello. Tampoco estaba prohibido hacer el bien el sábado. Curar era una obra de misericordia, y aquel que es Señor del sábado es misericordioso (cf. tamb. Jn. 5.1–18; Lc. 13.10–17; 14.1–6).

El Señor se levantó de los muertos el primer día de la semana, por lo cual desde épocas primitivas dicho día comenzó a convertirse crecientemente en el más importante de la semana—“día del *Señor” (Ap. 1.10)—y en el cual los creyentes se reunían para el culto de adoración (cf. Hch. 20.7; tamb. Didajé 14.1; Justino, Primera apología 67.3).

Bibliografía. A. J. Heschel, Sabat y el hombre moderno, 1964; R. Mayer, B. Schaller, “Fiesta”, °DTNT, t(t). II, pp. 187–196; H. Oster, “Domingo”, Sacramentum mundi, 1976, t(t). II, cols. 413–417; M. de Tuya, J. Salguero, Introducción a la Biblia, 1967, t(t). II, pp. 511–514; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985, pp. 599–610.

J. Orr, The Sabbath Scripturally and Practically Considered, 1886; N. H. Snaith, The Jewish New Year Festival, 1947; J. Murray, Principles of Conduct, 1957, pp. 30–35; W. Rordorff, Sunday, 1968; F. N. Lee, The Covenantal Sabbath, 1972; R. T. Beckwith y W. Stott, This is the Day, 1978; W. Stott, NIDNTT 3, pp. 405–415; A. Lamaire, RB 80, 1973, pp. 161–185; S. Bacchiocchi, From Sabbath to Sunday: An Historical Investigation of the Rise of Sunday Observance in Early Christianity, 1977.

E.J.Y., F.F.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico