v. Bien, Dinero, Hacienda, Heredad, Posesión
Deu 8:17 mi poder y la .. me han traído esta r
1Ki 3:11; 2Ch 1:11 ni pediste para ti r, ni
1Ki 10:23 excedía el rey .. en r y en sabiduría
1Ch 29:12 las r y la gloria proceden de ti, y tú
2Ch 32:27 tuvo Ezequías r y gloria, muchas en
Job 20:15 devoró r, pero las vomitará; de su
Job 31:25 si me alegré .. mis r se multiplicasen
Job 36:19 ¿hará él estima de tus r, del oro, o de
Psa 39:6 se afana; amontona r, y no sabe quién
Psa 49:6 de la muchedumbre de sus r se jactan
Psa 52:7 sino que confió en la multitud de sus r
Psa 62:10 si se aumentan las r, no pongáis el
Psa 73:12 he aquí, estos impíos .. alcanzaron r
Pro 8:18 r y la honra están conmigo; r duraderas
Pro 10:15; Pro 18:11 r del rico son su ciudad fuerte
Pro 11:4 no aprovecharán las r en el día de la ira
Pro 11:16 tendrá honra, y los fuertes tendrán r
Pro 11:28 el que confía en sus r caerá; mas los
Pro 13:7 pretenden ser pobres, y tienen muchas r
Pro 13:11 las r de vanidad disminuirán; pero el
Pro 13:22 la r del pecador está guardada para el
Pro 14:24 las r de los sabios son su corona; pero
Pro 19:4 las r traen muchos amigos; mas el pobre
Pro 22:1 de más estima es el .. que las muchas r
Pro 23:5 ¿has de poner tus ojos en las r, siendo
Pro 27:24 porque las r no duran para siempre
Pro 30:8 no me des pobreza ni r; manténme del
Ecc 5:13 r guardadas por sus dueños para su mal
Ecc 5:19 todo hombre a quien Dios da r y bienes
Ecc 9:11 ni de los prudentes las r, ni de los
Isa 60:5 las r de las naciones hayan venido a ti
Jer 15:13 tus r y tus tesoros entregaré a la rapiña
Jer 17:11 es el que injustamente amontona r; en
Eze 28:5 a causa de tus r se ha enaltecido tu
Mat 6:24 no podéis servir a Dios y a las r
Mat 13:22; Mar 4:19 el engaño de las r ahogan la
Mar 10:23; Luk 18:24 difícilmente entrarán en el reino .. los que tienen r
Luk 16:9 ganad amigos por medio de las r injustas
Act 19:25 que de este oficio obtenemos nuestra r
Rom 2:4 ¿o menosprecias las r de su benignidad
Rom 9:23 para hacer notorias las r de su gloria
Rom 11:12 si su transgresión es la r del mundo
Rom 11:33 ¡oh profundidad de las r de .. de Dios!
Eph 1:18 y cuáles las r de la gloria de su herencia
Eph 2:7 mostrar .. las abundantes r de su gracia
Eph 3:8 anunciar .. evangelio de .. r de Cristo
Eph 3:16 que os dé, conforme a las r de su gloria
Phi 4:19 suplirá todo lo que .. conforme a sus r
Col 1:27 Dios quiso dar a conocer las r de la gloria
Col 2:2 alcanzar todas las r de .. entendimiento
1Ti 6:17 ni pongan la esperanza en las r, las
Heb 11:26 teniendo por mayores r el vituperio de
Jam 5:2 vuestras r están podridas, y .. ropas
Rev 5:12 Cordero .. digno de tomar el poder, las r
Rev 18:17 en una hora han sido consumidas tantas r
Riqueza (heb. ôsher, najalâh; gr. plóutos). La posesión de riquezas no es pecaminosa en sí misma (Ecc 5:19), como lo comprueba el hecho de que fueran ricos algunos de los más notables personajes de la Biblia, como Abrahán, Job y Nicodemo. Pero entraña un gran peligro para la salvación (Mat 19:23), especialmente si se la ha conseguido explotando a los demás, o si se le dedica el corazón. Nuestro Señor no tuvo palabras de censura para los ricos de su tiempo, pero dio bastante instrucción con respecto al uso adecuado de las posesiones materiales. Véanse las parábolas de los talentos (cp 25:14-30), la del rico insensato (Luk 12:16-21), el mayordomo infiel (cp 16:1-9) y las minas (cp 19:11-27).
Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico
vet, En la Biblia, las riquezas son una bendición, y un bien confiado por Dios al hombre (Dt. 19:18; 1 5. 2:17; 1 Cr. 29:12; Ec. 5:19); Abraham era «riquísimo» (Gn. 13:2); sin embargo, el hombre es considerado como administrador, no dueño de ellas. De esta manera el Señor, como dueño de todo (cfr. Sal. 24:1) da instrucciones a los que tienen para que den liberalmente a los necesitados (Dt. 15:7-11; cfr. Dt. 15:1-6; 15:12-18). En las Escrituras se denuncia el peligro del perverso corazón humano de confiarse en las riquezas, en vez de fiarse de Dios (Jer. 9:23-24). El poseedor de riquezas puede ensoberbecerse por ello (Pr. 18:23; 28:11), hasta el punto que el Señor Jesús señala la dificultad de la salvación de los ricos (Mt. 19:23, 24; Mr. 10:25; Lc. 18:25; cfr. 18:18-23). Denuncia el inmenso peligro de caer en la esclavitud de las riquezas (Mt. 6:24; cfr. Ec. 4:8; 5:12). Refiriéndose a los creyentes ricos, el apóstol Pablo da la instrucción a Timoteo: «A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, que son inciertas, sino en el Dios vivo… Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos…» (1 Ti. 6:18, 19). El Señor Jesús es puesto como ejemplo: «Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico» (2 Co. 8:9). No se condena en absoluto la posesión de las riquezas, pero sí el mal uso de ellas, como de cualquier otro don que el Señor haya otorgado al creyente. También se condena su mala adquisición, por avaricia (Pr. 28:22); engaño (Jer. 5:27); rapiña (Mi. 6:12); opresión (Stg. 2:6); impago de los salarios debidos (Stg. 5:1-4), junto con un dominio violento de la sociedad (Stg. 5:5-6). En un nivel trascendental, Dios hace partícipe al creyente de Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús (Fil. 4:19). En Cristo, Dios nos ha dado a conocer las riquezas de Su gracia (Ef. 1:7), de Su benignidad (Ro. 2:4), de Su gloria (Ro. 9:23), de Su sabiduría y conocimiento (Ro. 11:33), y de pleno entendimiento (Col. 2:2). La iglesia profesante, vendida al mundo y envanecida por sus pretendidos logros, poder y riquezas, es denunciada por el Señor Jesús como absolutamente miserable, andando en total desventura, pobreza, ceguera y desnudez. Estas terribles carencias sólo pueden ser suplidas con las riquezas de Cristo, y Su provisión (Ap. 3:14-18). En este pasaje el Señor, que aconseja el reconocimiento de esta necesidad y la aceptación del don que El ofrece, hace un conmovedor llamamiento al arrepentimiento, «para que seas rico» (Ap. 3:19-22). Este Salvador que quiere enriquecer con las verdaderas riquezas al que confía en El (cfr. Mt. 6:19-21) es «digno de tomar… las riquezas…» (Ap. 5:12).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
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Bienes que se adquieren por donación o conquista personal y que hacen posible intercambio fácil con otros que la tienen, por lo que, con ella, resulta posible una vida desahogada. (Ver Bienes)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
(-> denario, dinero, economía, mamona). En el Israel antiguo, la primera autoridad era el padre. Tras ella aparece el poder de la riqueza, que en los tiempos modernos se ha vuelto un sistema autónomo, que domina sobre el conjunto de la vida humana. En el viejo Israel eso no había sucedido todavía y la riqueza se hallaba vinculada al mundo de la vida, en sus diversas dimensiones (religiosas, cósmicas, familiares…). La federación de tribus suponía la existencia de un tipo de riqueza compartida, pues los agricultores y pastores federados formaban una alianza de familias autónomas y, en algún sentido, autosuficientes, como suponen el Código de Alianza (Ex 20,22-23,19) y el Deuteronomio (Dt 15) al presentar la ley sabática del perdón y liberación de los esclavos. Frente a la estructura piramidal de Egipto y las ciudades cananeas (que concentraban la riqueza en el Estado o templo), los israelitas quisieron mantener y recrear una estructura de distribución y propiedad igualitaria de tierra y bienes, entre familias y clanes. De manera lógica, con la monarquía y centralización administrativa, el modelo igualitario entró en crisis: terratenientes y especuladores concentraron la riqueza. Contra esa situación, que sancionaba la abundancia de pocos y la pobreza de muchos, se alzaron los profetas (Amos, Miqueas, Isaías…). La Biblia no ha querido resolver técnicamente el tema de la economía, pero lo ha puesto en el centro de la ley sabática (Dt 15) y jubilar (Lv 25), que exige el perdón de las deudas (cada siete años) y el reparto de tierras (cada cuarenta y nueve).
(1) La riqueza puede tener en Israel un sentido negativo y positivo. Muchos textos antiguos conciben la riqueza de los grandes creyentes (patriarcas, jefes de familia) como expresión de un Dios que bendice a su pueblo con el pan y con el vino, con la abundancia de rebaños y familia. El judaismo en su conjunto no se ha definido por la ascética (negación de bienes), sino por la fraternidad sagrada; sus ancianos ricos (de grandes familias) forman el Sanedrín, con sacerdotes y escribas. La riqueza ha sido y sigue siendo para ellos un signo de bendición de Dios. Pero diversos profetas antiguos (Amos y Oseas, Miqueas e Isaías, Habacuc y Jeremías) condenaron la riqueza como un signo de idolatría, pues ella se encontraba vinculada a los grandes imperios destructores. Muchos textos tardíos de la Biblia y bastantes apócrifos (1 Henoc, Test XII Pat) pensaron que la riqueza era principio de perversión: convertida en sistema, en manos de ambiciosos, la institución económica podía volverse destructora. En esa línea, Jesús ha destacado el riesgo de la riqueza (Mamona opuesta a Dios: Mt 6,24) y ha pedido al hombre rico que reparta lo que tiene con los pobres, para así seguirle (cf. Mc 10,17-22). Pero, a diferencia de Juan, no ha sido asceta, pues «come y bebe» (Mt 11,18-19 par), y ha valorado la riqueza como signo de comunión. Se ha dicho que parte de la iglesia de Jesús ha organizado sus instituciones desde la riqueza, dejando que ella rija obispados, monasterios y acciones apostólicas. Pero allí donde la riqueza se vuelve institución central o dominante, el cristianismo pierde su sentido.
(2) Dinero y amor. Un hombre rico (Mc 10,17-22). Este pasaje nos permite fijar mejor las relaciones de Jesús con la riqueza. Jesús va recorriendo su camino hacia Jerusalén (hacia la muerte) «y se le acerca un hombre diciéndole: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le respondió: Lee la Escritura, ¿sabes lo que dice?…: No matarás, no adulterarás, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tus padres. Vete y cúmplelo. El replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud. Jesús mirándole le amó, y le dijo: Una cosa te falta: vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme. Pero él, entristecido por esta palabra, suspirando profundamente, se fue. Era muy rico» (Mc 10,17-22). Era un buen judío, un hombre de ley, pero quiere algo más y por eso busca a Jesús. No padece angustias personales, ni dificultades familiares. Está contento, pero desea alcanzar la vida eterna. Jesús le responde diciendo que sea buen judío y que viva según los mandamientos que llevan a la vida eterna (cf. Ex 20,12-16). El hombre le responde que los ha cumplido, de manera que podemos suponer que es irreprensible según Ley, lo mismo que dice Pablo hablando de sí mismo (cf. Flp 3,6). Pues bien, el Evangelio se eleva entonces de nivel y le sitúa más allá de la Ley, añadiendo: «Jesús, mirándole, le amó y le dijo…» (Mc 10,21). A partir de aquí, toda la escena se construye como un cruce de miradas. Lo que Jesús va a decir (véndelo todo, sígueme…) sólo se puede pedir desde el amor. Por encima de las leyes que ha cumplido en su vida anterior, Jesús ofrece al hombre la mirada amante que le hará capaz de situarse en el nivel de gratuidad del Reino. Jesús no le exige cumplir nuevas leyes, no le reprocha por nada. Simplemente le ama, en gesto que define todo el Evangelio, invitándole con su mirada a dejar todo y seguirle. Entre Jesús y el hombre se establece una comunicación preñada de promesas. Todo nos permite suponer que van a comprenderse, pues hay un presupuesto de cordialidad en ambos. Sólo en este contexto Jesús puede seguir diciendo: «Una cosa te falta: vete y vende lo que tienes…». En la misma perfección moral de los mandamientos descubre Jesús una carencia, que se expresa como falta de gratuidad. Por eso le sigue diciendo: «Vende lo que tienes». Y con esto aparece el tema central del relato: este hombre «tiene» cosas, las tiene para sí, y están corriendo el riesgo de que ellas le tengan y posean. Por eso, Jesús le pide que las venda, no simplemente por venderlas, sino para dárselas a los pobres, en gesto de amor generoso.
(3) Los bienes de los pobres. Más allá de una economía comunitaria. Se pueden vender las cosas para negociar con ellas; pero Jesús no pide eso, no quiere un comerciante al servicio del Reino. Se pueden vender las cosas para dar su producto a una comunidad religiosa o social, es decir, a la Iglesia o al grupo, como pide la Regla esenia de Qumrán (cf. 1QS 1,11-13) y como suponen muchas reglas cristianas de vida religiosa. Pero Jesús no quiere tampoco eso, no quiere que sus discípulos pasen de la posesión individual (o de pequeña familia) a la posesión grupal de bienes, ni quiere que ellos sirvan para enriquecer con donaciones a una Iglesia que puede utilizarlos para mantener sus obras religiosas, pues de esa forma sus discípulos seguirían buscando una forma de ventaja económica, de poder del grupo. En contra de eso, Jesús quiere que el hombre regale sus bienes a los pobres, es decir, a los de fuera de su grupo, sin esperar compensaciones, por puro amor gratuito. «Y tendrás un tesoro en el cielo», es decir, allí donde nada se posee, sino que todo se regala y comparte, en el nivel de Dios, que lo tiene todo no quedándose con nada. Esta es la prueba de Dios: la gratuidad completa. Ciertamente, Jesús sabe que es bueno tener y compartir dentro del grupo, como indicará el pasaje siguiente del mismo Evangelio al hablar del ciento por uno en este mundo (cf. Mc 10,28-31). Pero no quiere superar el egoísmo o riqueza individual (de familia pequeña) con una forma nueva de egoísmo y seguridad comunitaria. No quiere que se den los bienes a la Iglesia, sino a los pobres. Este hombre ha podido suponer que Jesús va a pedirle sus bienes (o parte de ellos) para servicio de su obra de reino. Pero Jesús le responde que no quiere nada, ni para él ni para su Iglesia: no necesita los bienes de este rico para edificar su comunidad; no quiere construir su Iglesia sobre los donativos de los poderosos. Por eso le dice que «los dé a los pobres». Sólo entonces puede añadir «ven y sígueme». No le pide nada de di ñero, ni le ofrece unas ideas o programas de oración, ni le invita a realizar sacrificios o gestos de tipo religioso; no le promete ningún tipo de bienes materiales sino algo infinitamente superior: un lugar en su propio camino de reino: ¡Sígueme! Quizá el rico le ha ofrecido dinero, pero Jesús no necesita dinero, sino que le quiere a él y le dice ¡sígueme! Es como si añadiera: ¡No quiero tus bienes, te quiero a ti, no me hacen falta tus riquezas, te necesito a ti como persona! «Pero él, entristecido por esta palabra, suspirando profundamente, se fue. Era muy rico…». Jesús ha fracasado, no ha logrado «convertir» al hombre rico. Lc ha mirado con amor, pero el amor no ha bastado para superar su deseo de seguridad económica. Entendida así, esta escena (Mc 10,17-22) es una parábola, una especie de novela ejemplar que nos arraiga en el tiempo de Jesús, para iluminar desde ella el camino de unas iglesias, que, muchas veces, en contra de Jesús, siguen pidiendo a los hombres un dinero que no es sin más para los pobres (¡cristianos o no!), sino para sus instituciones de tipo social o sacral.
Cf. V. CASAS, Cristo al encuentro del hombre. Hacia una espiritualidad cristiano-evangélica, Claretianas, Madrid 1988; S. LEGASSE, L’appel ait riche (Mc 10,17-31 par), Beauchesne, París 1966, 19-63; X. PIKAZA, Pan, casa y palabra. La Iglesia en Marcos, Sígueme, Salamanca 2007; J. V. PIXLEY, Biblia y liberación de los pobres. Ensayos de teología bíblica latinoamericana, Centro Antonio de Montesinos, México 1986; T. E. Schmidt, Hostilitv to Wealth in the Svnoptic Gospels, JSOT, Sheffield 1987.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra
Véanse ENRIQUECER, RICO, RIQUEZA.
Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento
La palabra que generalmente se usa en el AT para «riqueza» es ḥayil (Gn. 34:29), y en el NT es euporia (Hch. 19:25). La idea de riqueza es algunas veces la de un sentimiento de bienestar, pero generalmente significa poseer riquezas. La posesión de riquezas en las Escrituras es considerada generalmente como un signo de bendición de Dios (1 S. 2:7; Ec. 5:19). La riqueza, aunque fue dada por Dios, no fue para dominar la vida del hombre. En efecto, sus limitaciones se pueden apreciar en pasajes tales como Sal. 49:6–7, y su carácter transitorio en Job 21 y Jer. 12. Aun cuando en las Escrituras se reconoce que la pobreza puede traer dolor, también se enfatiza que la riqueza tiene sus peligros. Jesús condenó al hombre cuyo principal interés era el construir graneros más grandes (Lc. 12:16–21).
La riqueza aun puede poner en peligro la salvación de una persona (Mt. 19:23). Por consiguiente, en la Biblia hay muchas advertencias para el rico (1 Ti. 6:17; Stg. 5:1–3). Las Escrituras ponen también en claro que el rico es propenso a cometer determinados pecados. La riqueza puede llevar a uno a confiar demasiado en sí mismo, al engreimiento (Pr. 18:11; 28:11). Puede llevar a la arrogancia (1 Ti. 6:17) y al egoísmo (Lc. 12:19). Jesús dejó en claro que todos darán cuenta de la forma en que usaron sus riquezas.
Arnold Schultz
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (542). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
El concepto tanto del AT como del NT es que la riqueza es una bendición de Dios. Abraham es un ejemplo típico del hombre rico que teme a Dios (Gn. 13.2). Los salmistas celebran las bendiciones materiales. El varón piadoso florece “como árbol plantado junto a corrientes de aguas” (Sal. 1.3). “Bienes y riquezas” hay en la casa del hombre que “teme a Jehová” (Sal. 112.1, 3). Dios es benefactor, y la riqueza material es consecuencia de su munificencia: “Dios … nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Ti. 6.17).
La posesión de riquezas, empero, trae consigo el deber de la generosidad para con los necesitados (1 Ti. 6.18; 2 Col. 8 y 9) (* Limosna). Tal es el ejemplo de Cristo mismo, el que “por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8.9). La fidelidad en el uso de las riquezas trae aparejada la recompensa espiritual (Lc. 16.11); porque la verdadera riqueza y los verdaderos bienes son bendiciones espirituales que Dios da, más bien que sus bendiciones materiales (Lc. 12.33; 16.11).
La Biblia reconoce que la posesión de riquezas materiales trae consigo grandes peligros. Por ejemplo, está el peligro de no reconocer que Dios es la fuente de esa bendición (Dt. 8.17–18; Os. 2.8). Está el peligro colateral de confiar en las riquezas (Sal. 52.7). Este peligro de confiar en las riquezas es tan grande que nuestro Señor dijo que era extremadamente difícil que un hombre rico entrase en el reino de los cielos, y explicó el duro dicho mediante la paráfrasis “los que tienen riquezas”. Con razón los discípulos llegaron a la conclusión de que todos los hombres padecen este obsesionante pecado; a lo que el Señor contestó que sólo Dios puede cambiar el corazón (Mr. 10.23, 27). Otro peligro espiritual asociado a las riquezas es el materialismo, es decir, el hacer de las riquezas el centro de interés. Este fue el caso del rico necio de Lc. 12.21, que no era rico para con Dios; y también el de la iglesia de Laodicea (Ap. 3.17). Esta tentación que traen aparejadas las riquezas se describe en la parábola del sembrador (Mt. 13.22), donde el engaño de las riquezas ahoga la palabra, de modo que se vuelve infructuosa en la vida (* Mamón).
La codicia, o el deseo de ser rico, es un mal contra el cual las Escrituras advierten con frecuencia. El amor al dinero se describe como la raíz de toda suerte de maldad (1 Ti. 6.9–10). En consecuencia el espíritu de contentamiento con las cosas que Dios ha dado es una virtud inculcada en ambos testamentos (Sal. 62.10; 1 Ti. 6.8; He. 13.5).
Debido a los peligros de las riquezas, ante los que con tanta frecuencia sucumbe el poseedor, a los ricos, como clase, se los censura en varios pasajes de las Escrituras, p. ej. Lc. 6.24s y Stg. 5. En cambio, se pronuncian bendiciones sobre los pobres (Lc. 6.20ss); porque la pobreza debería aumentar la fe en Dios, cosa que las riquezas con tanta frecuencia adormecen en la práctica.
Bibliografía. J. Eichler, F. Selter, E. Beyreuther, “Riqueza”,
J. Eichler et
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico