Obelisco (heb. plural matstsebôth). Término que aparece en el hebreo de Jer 43:13 (DHH), y que se tradujo «estatuas» en un pasaje que describe la destrucción de objetos del culto en la «ciudad del sol» egipcia: Bet-semes* (Heliópolis). Eran pilares de piedra levantados para la adoración o como monumentos. Casi con seguridad Jeremías se refiere a los muchos obeliscos que en tiempos antiguos se encontraban en el templo del sol, en Bet-semes. Uno de éstos todavía está en posición vertical en su sitio original. Este monolito, de 21 m de altura con inscripciones en sus 4 costados, fue levantado por Sesostris I en el s XX a.C. (fig 387). La acumulación de suelo aluvial durante los 39 siglos desde su construcción habían sepultado su porción inferior, de modo que recientemente fue elevado y puesto sobre un pedestal nuevo. Tres de los obeliscos que estuvieron originalmente en el templo del sol de Heliópolis llegaron a diversos países: 1. El gran obelisco que ahora está emplazado en la plaza de San Pedro, en Roma, que fue llevado de Egipto por el emperador Calígula y puesto en su circo. 2. La así llamada Aguja de Cleopatra, sobre la ribera del río Támesis, en Londres. 3. Su gemelo, el obelisco que hoy está en el Parque Central de la ciudad de Nueva York. Los dos últimos, originalmente levantados por Tutmosis III en el s XV a.C., como indican sus inscripciones, fueron llevados en tiempos romanos a Alejandría, y durante el s XIX d.C. a Inglaterra y América del Norte. Otros obeliscos egipcios se pueden observar en Karnak y Luxor, en el Alto Egipto, en París, en Roma (varios) y en Estambul.
Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico
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Pilar de cuatro caras y con misión expositiva de figuras, grabados o símbolos conmemorativos o legislativos. Es un monumento heredado de la arquitectura suntuaria y cultual del Antiguo Egipto. Allí se colocaban ante los templos con misión de proclamar la presencia divina o evocar la protección de los dioses.
Los obeliscos se prestaban a ostentar en sus caras ricos y expresivos bajorrelieves o textos admirables. Algunos de los más famosos llamaron la atención de los romanos que los transportaron hasta Roma en los tiempos imperiales. Diodoro citaba uno de 120 pies de alto (55 mts). Pero fueron muchos los que luego se distribuyeron por las ciudades europeas y americanas y son admirados hoy en el mundo entero. Luego surgió en tiempos recientes el deseo de salvaguardar el patrimonio artístico de la nación egipcia y la «huida de obeliscos» quedó sometida a leyes rigurosas nacionales e internacionales.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa