Judío (heb. yehûdî, «hombre de Judá»; aram. yehûdâ [‘] y; ac. yaûdai; gr. ioudáios). Término que aparece por 1ª vez en el tiempo del rey Acaz para designar a los ciudadanos o súbditos del reino de Judá (2Ki_16, NBE; 25:25, BJ; Jer 32:12; 34:9; etc.; a veces traducido «de Judá»). Pero el término derivado Yehûdîth aparece mucho antes, en los días del rey Ezequías, para designar la lengua hebrea (2Ki 18:26 DHH; Isa 36:11, DHH; traducido en la RVR como «lengua de Juda»). La mayor parte de los exiliados que regresaban era de la tribu de Judá, ya que a esta comunidad pertenecían los cautivos del reino de Judá que fueron llevados a Babilonia unos 70 años antes. Sin embargo el decreto de Ciro se aplicaba a los miembros de todas las tribus, puesto que incluía a «quien haya entre vosotros de su pueblo» (Ezr 1:3). Por esto, el nombre «judío» llegó a aplicarse en general a todos los que regresaron (Ezr 4:12, 23; Neh 1:2; etc.), y, obviamente, incluye a otros, además de los descendientes de Judá; también es claro que Judá incluía a los habitantes de otras tribus (1Ch 9:3). En realidad, desde el tiempo de la división, muchos ciudadanos del separado reino del norte se habían establecido en Judá con el fin de adorar al verdadero Dios (2Ch 11:13-6; 15:9). Tanto «Judá» como «Israel» estaban incluidos en el Judá postexílico (Zec 8:3-5, 13), y los «judíos» que reconstruyeron el templo probablemente incluían a «todo Israel» (por lo menos sacrificaron 12 cabras por las 12 tribus; Ezr 6:14-17). Más tarde, el término «judío» incluyó a todas las personas de raza hebrea en cualquier país en que viviesen (Act 2:10; etc). Estos se distinguían de los gentiles (Mar 7:3; Joh 2:6; etc.) y de los samaritanos (Joh 4:9).
Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico
(heb., yehudi, gr., Ioudaios, lat., Judaeus). Este término no aparece en la literatura del AT antes de la época de Jeremías. Originalmente denotaba a uno que pertenecía a la tribu de Judá, o a las dos tribus del reino del sur (2Ki 16:6; 2Ki 25:25). Después se aplicó a cualquier persona de la raza hebrea que había regresado del exilio. Dado que la mayoría de los exiliados eran de la tribu de Judá, y como ellos eran los principales representativos, históricamente hablando del antiguo Israel, el término judío llegó finalmente a incluir a todos los de la raza hebrea esparcidos por todo el mundo (Est 2:5; Mat 2:2). Desde el tiempo de Ezequías la lengua de Judá se conocía como judía (hebrea en RVA).
En el AT este adjetivo se aplica únicamente a la lengua o habla de los judíos (2Ki 18:26, 2Ki 18:28; Neh 13:24; Isa 36:11, Isa 36:13). En los Evangelios, judíos (siempre en plural, excepto en Joh 4:9; Joh 18:35) es el término común para referirse a los israelitas; y el NT a veces sugiere un marcado contraste entre los judíos (israelitas) y los gentiles (Mar 7:3; Joh 2:6; Act 10:28). Pablo previene en contra de los mitos judíos (Tit 1:14) y hace mención de la religión de los judíos (Gal 1:13-14; lit. judaísmo).
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
ver, HISTORIA, ISRAEL
vet, (lat. «Iudaeus», gr. «Ioudaios», heb. «Y’hûdî»). Miembro de la tribu de Judá o del reino de Judá (2 R. 16:6; 25:25). Este nombre tomó rápidamente un sentido más extenso, designando a todos los hebreos que volvieron de la cautividad. Finalmente, vino a designar a todas las personas de esta raza dispersadas por todo el orbe (Est. 2:5; Mt. 2:2). Su lengua era el hebreo, que más tardíamente recibió el nombre de judaico (2 R. 18:26; Neh. 13:24). Para su historia en Palestina, véase HISTORIA. En el NT este término ocurre con mayor frecuencia en el Evangelio de Juan, donde se aplica a los de Jerusalén y Judea, en contraste con el «pueblo», que hubiera podido ser galileo o visitantes de lejos. Juan habla de «los judíos», de «la Pascua de los judíos», etc., como si él no fuera judío. Ellos habían rechazado al Señor y, espiritualmente, Juan estaba separado de ellos. Los judíos residentes en Judea en la época de la insurrección contra los romanos bajo el procurador Floro, en mayo del año 66, fueron, en su mayor parte, muertos. Después de la conquista de Jerusalén, tras enconada resistencia, en el año 70 d.C., los pocos supervivientes fueron o vendidos como esclavos o hechos pasto de los gladiadores y las fieras. Los judíos dispersos por todo el imperio se encontraron sin centro nacional, sin Templo, sin sacrificios. Sin embargo, mantuvieron su personalidad distintiva en medio de las más tenebrosas circunstancias. Establecidos desde China hasta España, desde ífrica hasta el norte de Rusia, fueron objeto de feroces persecuciones por parte de poblaciones «cristianas» ignorantes de las Escrituras y azuzadas por dirigentes llenos de codicia y prejuicios, cumpliéndose sobre esta desventurada nación la terrible invocación pronunciada por sus antecesores (cfr. Mt. 27:25; Jn. 19:15). El judaísmo ha persistido siempre en el rechazamiento de Jesús, a quien aceptarán nacionalmente sólo en su retorno sobre el monte de los Olivos cuando El venga para establecer su reino (cfr. Zac. 12:1-10; 14:3-4 ss.). El judaísmo se preservó a lo largo de los siglos, con muchos vaivenes, en el seno de una comunidad sumamente cerrada, desposeída sistemáticamente de privilegios, aunque con respiros temporales que paliaban la situación. En períodos de tolerancia los judíos florecieron, y llegaron a gozar de hermosas sinagogas, gran prosperidad material y prestigio en muchos campos del comercio, medicina y ciencia. Pero su situación nunca era segura. Expulsados de España en 1492 por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, después de haber sido desposeídos de sus bienes y de sistemáticas matanzas por toda la Península, hechos objeto de matanzas populares, o «progroms» en numerosos lugares de Europa Central; sometidos al capricho de cualquier autoridad en los países árabes, tanto en ífrica del Norte como en Oriente Medio, vieron cómo, en pleno siglo XX, se desataba contra ellos una fría campaña de matanzas sistemáticas bajo el régimen nazi en Alemania, Polonia y numerosos otros territorios ocupados, en bien estudiados campos de exterminio, donde hallaron la muerte seis millones de ellos, víctimas del odio satánico expresado en la teoría racista de «la superioridad de la raza aria». Esta estremecedora matanza a escala continental, metódicamente planeada y ejecutada, y no llegada a consumar totalmente gracias a la victoria aliada sobre el Reich alemán en 1945, dio nuevo impulso a las tesis sionistas, llevando a la fundación, contra viento y marea, del moderno estado de Israel el 14 de mayo de 1948. Allí, según las profecías, los judíos deberán afrontar aún una tribulación sin paralelo, «el día de la angustia de Jacob», antes de la venida del Señor y de la implantación de su reinado de paz y justicia sobre el mundo (Jer. 30:3-8). A lo largo de toda su trágica historia, a partir de 1776 pudieron los judíos contar con un país en el que eran considerados como ciudadanos con plenitud de derechos y deberes, sin diferencia: los Estados Unidos de Norteamérica. Pocos años después, la República Francesa seguiría el mismo camino, y otros estados modernos de Europa. Sin embargo, el holocausto alemán muestra hasta dónde puede llegar el odio satánico contra el Pueblo de Dios, ahora rechazado y sometido a disciplina, pero amado por causa de los patriarcas (cfr. Ro. 11:28) y objeto de promesas de bendición que han de ser cumplidas nacionalmente (cfr. Jer. 31:27-40; cfr. Ro. 9-11). (Véanse HISTORIA, ISRAEL, etcétera). Bibliografía: Josefo, F.: «Las Guerras de los Judíos» (Clíe, Terrassa, 1983); Keller, W.: «Historia del pueblo judío» (Ediciones Omega, Barcelona, 1969).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
En los umbrales del NT la apelación de judío equivale prácticamente a la de *israelita o *hebreo, aunque estos dos últimos términos se reservan más especialmente para el uso religioso. Con Pablo y Juan la palabra judío adquiere verdadero alcance teológico.
I. JUDíO Y PAGANO SEGÚN SAN PABLO. Para Pablo como para los profetas se divide la humanidad en dos grupos: el pueblo elegido y las *naciones, «el judío y el griego» (Gál 3,28); esta distinción se suprime y se mantiene a la vez en razón de la venida de Cristo.
1. Las ventajas del judío. El *nombre mismo de judío es un título de gloria (Rom 2,17), sin duda según la etimología del nombre de Judá: «daré gloria a Yahveh» (Gén 29,35) y en virtud de la bendición de Jacob: «tus hermanos te alabarán» (49,8). En realidad, en él recaen los privilegios de la *ley y de la *circuncisión (Rom 2,17-29). Título de orgullo que reivindica Pablo: «Nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores procedentes de la gentilidad» (Gál 2,15); esta exclamación ayuda a comprender la oración del judío piadoso, que cada día da gracias a Dios por no haberlo hecho goy, pagano. Así Pablo, con todo lo cristiano que es, proclama solemnemente en Jerusalén: «Yo soy judío» (Act 22,3), de la misma manera que se dice israelita (Rom 11,1; F1p 3,5). Apolo, convertido a Cristo, es designado por Lucas como «judío» (Act 18,24).
Los dones de Dios son grandes bajo todos los aspectos, pero… ¡nobleza obliga! Pablo acusa al judío de no practicar la ley que enseña a los otros y, a fin de cuentas, de hacer que se *blasfeme el nombre de Dios entre las naciones (Rom 2,17-24) en lugar de hacer que se le alabe; el privilegio de la *circuncisión sólo vale si es uno circunciso de corazón, como lo reclamaban los profetas (Jer 4,4; Dt 30,6; Lev 26,41). El judío incrédulo es sólo judío en apariencia (Rom 2,28), usurpa este nombre glorioso (Ap 2,9; 3,9). El cristiano es el verdadero circunciso (F1p 3,2), el «judío por dentro» (Rom 2,29). Al final de la requisitoria de Pablo parecen abolidos los privilegios del judío: todos son igualmente pecadores (3,10).
2. El pagano convertido y el judío incrédulo. Sin embargo, es compleja la situación respectiva de las dos fracciones de la humanidad. Por una parte, toda diferencia queda nivelada, no sólo en el plano del pecado, sino también en el de la gracia: «Ya no hay judío ni griego» (Gál 3,28), pues en Cristo todos formamos un solo ser: la *fe, no la práctica de la ley, es la fuente de la *justicia (cf. Col 3,11). En estas condiciones la *reconciliación de las naciones, anunciada por los profetas, puede efectuarse: «Dios es también Dios de los paganos» (Rom 3,29; 10,12).
Por otra parte, Pablo mantiene celosamente la prioridad del judío frente al pagano, tanto para el castigo como para la recompensa: «al judío primero, luego al griego» (Rom 2,9s; 1,16; Mt 15,24 p ; Act 13,46; 18,6),tribulación o gloria. La misma prioridad se recuerda al pagano convertido que pudiera verse tentado a pensar que ha asumido la sucesión del judío en el designio de Dios. La «superioridad» del judío (Rom 3,1) persiste, pues los dones de Dios son irrevocables (11,29). Los judíos convertidos constituyen las «ramas naturales» del olivo, al paso que los cristianos de origen pagano han sido «injertados contra la naturaleza» (11,24). *Israel, aún *endurecido, tiene su papel en la Iglesia de Cristo: es un «fallo» que debe hacer «sentir gran tristeza y un dolor incesante en el corazón» de todo creyente (9,2).
II. EL JUDíO INCREDULO SEGÚN SAN JUAN. Los evangelios, el cuarto como los otros, hablan de los judíos contemporáneos de Jesús (p. e., Jn 3,1; 12,9). Sin embargo, en el tiempo en que escribía Juan, la Iglesia y la sinagoga constituían dos comunidades netamente separadas; el problema de la Iglesia naciente en conflicto con los judíos no existe ya sino en el marco general de la *incredulidad del mundo frente a Jesucristo. Las más de las veces la palabra judío no es una designación étnica, sino un vocablo teológico con fundamento histórico. Se trata, en primer lugar, de los judíos que crucificaron a Jesús, pero más profundamente, a través de ellos, de todos los incrédulos. Diversos indicios muestran que Juan tiende a hacer del judío el «tipo» del incrédulo, una categoría del pensamiento religioso.
En su evangelio se habla de las costumbres y de las fiestas judías como de las de un pueblo extranjero (Jn 2,6.13; 5,1; 6,4; 7,2…); a diferencia de Nicodemo (7,51), Jesús habla a los judíos como a extranjeros (8,17; 10,34; cf. 7,19.22); ordinariamente designa el término a adversarios de Jesús (2,18.20; 5,16.18; 6,41…); y, viceversa, quienquiera que pertenezca a Jesús o se interese verdaderamente por él es tratado como enemigo de los judíos, aunque sea de origen judío (5,15; 7,13 comp. con 7,11; 1,19). «Los judíos» acaban por ser, en los escritos de Juan un tipo de la incredulidad, lo cual implica un peligro de utilización antisemita del cuarto evangelio.
Esto, sin embargo, no debiera suceder, pues en la medida en que se trata de los judíos que participaron en la crucifixión de Jesús, éstos han sido relevados por el *mundo, que se ha hecho a su vez perseguidor de los discípulos de Cristo. Así como Jesús fue constituido juez de los judíos (19,13) que no quisieron reconocerle por su rey (19,14.19-22), así el cristiano debe juzgar al mundo que quiere juzgarle: para esto oye sin cesar el testimonio del *Paráclito, defensor de Jesús.
–> Hebreo – Israel – Naciones.
LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001
Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas
(heb. yehûḏı̂;
En el NT, “judíos” se refiere a los miembros de la fe judía o a sus jefes representativos (especialmente en Jn.), pero en épocas modernas, y particularmente en el estado de Israel, se emplea a veces para denotar nacimiento étnico, y no necesariamente religión. Por lo tanto, actualmente su connotación precisa es, a menudo, tema de discusión.
Bibliografía.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico