JUDA

v. Israel, Judea
Nace, Gen 29:35; salva la vida a José, Gen 37:26-28; Judá y Tamar, Gen_38; intercede por Benjamín, Gen 44:14-34; bendecido por Jacob, Gen 49:8-12.
Deu 33:7 esta bendición profirió para J. Dijo así
Jdg 1:2 Jehová respondió: J subirá; he aquí que
2Sa 19:15 J vino a Gilgal para recibir al rey y para
1Ki 14:22 J hizo lo malo ante los ojos de Jehová
2Ki 25:21 fue llevado cautivo J de sobre su tierra
Jer 52:27 así J fue transportada de su tierra
Amo 2:4 por tres pecados de J, y por el cuarto, no
Heb 7:14 nuestro Señor vino de la tribu de J, de la
Rev 5:5 el León de la tribu de J .. ha vencido para


Judá (heb. Yehûdâh, «alabanza»; aram. Yehûd; cun. Yaudu, Yahudu, y Yakudu; gr. lóudas e lodá [tal vez de una variante del heb.]). Por lo general, sobre la base de Gen 29:35, el nombre se explica como «sea El (Dios) alabado», pero la etimologí­a es incierta. El nombre aparece en un contrato entre documentos no bí­blicos de los Rollos del Mar Muerto; en su forma aramea aparece en los papiros arameos de Elefantina del s V a.C.; también en antiguas monedas hebreas y asas de vasijas que se encontraron en Palestina. 1. Cuarto hijo de Jacob con su esposa Lea (Gen 29:32-35). Se casó con una señorita cananea. Súa, con quien se habí­a relacionado por medio de un amigo cananeo (38:1, 2). Ella le dio 3 hijos: Er, Onán y Sela (vs 3-5). Tomó como esposa para su hijo Er a Tamar, otra señorita cananea (v 6). Cuando Er murió sin hijos, Judá dio a Tamar a su hijo Onán, en armoní­a con la costumbre de la época (vs 7, 8). Cuando Onán murió sin dejar heredero (vs 9, 10), Tamar volvió a la casa de su padre, con la promesa de Judá de que cuando Sela llegara a la madurez le serí­a dado por esposo (v 11). Como Judá no cumplió su palabra, Tamar llegó a tener descendientes de Judá con engaño; tuvo 2 hijos: Fares y Zara (vs 12-30). Aunque Judá se revela como moralmente aberrante en ciertos aspectos, en muchas otras facetas de su carácter parece haber sido más ejemplar que sus hermanos. No tomó parte en la masacre de Siquem, que realizaron Simeón y Leví­ (cp 34), y fue él, en un intento por salvar a José, quien propuso a sus hermanos que José fuera vendido y no asesinado (37:26-28). Más tarde, en Egipto, mostró mucha nobleza de carácter cuando José, sin que fuera reconocido por sus hermanos, quiso detener a Benjamí­n por haber supuestamente robado la copa de plata. Judá suplicó elocuentemente en favor de su hermano menor y se ofreció como prisionero a José para obtener la liberación de Benjamí­n (cp 44). Cuando Jacob y su familia emigraron a Egipto, Judá fue elegido para preceder al grupo y anunciar a José la llegada de Jacob (46:28). Cuando Jacob bendijo a sus hijos en su lecho de muerte, dio a Judá las bendiciones que correspondí­an al primogénito (49:8-12), pasando por alto a Rubén por su pecado de incesto (v 4), y a Simeón y Leví­ por su matanza de los siquemitas (vs 5-7). Las profecí­as pronunciadas en ese momento se cumplieron más tarde. La tribu de Judá llegó a ser la más importante de todas las de Israel, y Fares, uno de los hijos de Judá fue el antepasado de David y de la casa real del reino del sur (Rth 4:18-22; 1Ch 2:3-15; 3:1-6), y de Jesús, el Salvador de la humanidad (Mat 1:3-6, 16). 2. Monte/s y cadena montañosa ubicada en la región de Judá (Jos 11:21; 15:1-19; 21:11; etc.). 3. Desierto (heb. midbar Yehûdâh; gr. heér’mos tes Ioudáias), aparentemente localizado 676 en el Neguev; o mejor aún, entre el Mar Muerto y los montes de Judá (Jdg 1:16; Psa_63; etc.). 4. Levita cuyo descendiente Cadmiel con sus hijos fueron destacados en los dí­as de Zorobabel (Ezr 3:9). Se lo llama Hodaví­as en 2:40 y Neh 7:43 Posiblemente sea Judá 7. 5. Levita que se casó con una mujer extranjera en los dí­as de Esdras (Ezr 10:23). 6. Benjamita que era el 2º administrador de Jerusalén en los dí­as de Nehemí­as (Neh 11:9). 7. Levita que regresó de Babilonia con Zorobabel (Neh 12:8); posiblemente sea Judá 4. 8. Judí­o destacado que tomó parte en la dedicación del muro de Jerusalén en tiempos de Nehemí­as (Neh 12:34). 9. Sacerdote y músico que participó en la dedicación del muro de Jerusalén en tiempo de Nehemí­as (Neh 12:36). 10 y 11. Dos antepasados de Jesucristo en la genealogí­a que registra Lucas (Luk 3:26, 30). Judá, Tribu/Reino/Provincia de (para la etimologí­a, véase Judá; nombre oficial de la provincia persa que estableció Ciro [Ezr 5:8, BJ]). El término «Judá» en la Biblia -aparte del nombre personal- corresponde a 3 etapas de la historia hebrea: 1. La tribu que descendí­a de uno de los 12 hijos de Jacob. 2. El reino compuesto principalmente por esta tribu. 3. El pueblo judí­o repatriado después del exilio. Históricamente, esta 3ª etapa era la continuación del reino de Judá compuesto por el remanente del pueblo hebreo -ahora llamados judí­os- que viví­a en Palestina. Sin embargo, ya no era una nación independiente, sino que estaba bajo la dominación persa. I. Tribu. Los descendientes de Judá, el 4º hijo de Jacob (Gen 29:32-35). Se dividí­a en 5 familias principales, 3 de las cuales descendí­an de los hijos de Judá, y 2 de sus nietos (Num 26:19-22; 1Ch 2:3-6). Naasón es mencionado como el prí­ncipe de la tribu de Judá bajo Moisés en el desierto (Num 1:7, 2:3; 7:12-17; 10:14). Otro lí­der notable durante la peregrinación por el desierto fue Caleb, el hijo de Jefone, quien también fue uno de los espí­as en representación de su tribu (13:6; 34:19). Judá fue la 1ª tribu en tomar posesión del territorio que le fue asignado después de la muerte de Josué. Con la ayuda de la tribu de Simeón, los hombres de Judá fueron a la región montañosa de la parte sur de Palestina occidental, expulsaron a los cananeos de muchas ciudades y las ocuparon junto con sus alrededores (Jdg 1:1-20). Véase Judá 1. El territorio asignado a la tribu estaba en la porción sur de Canaán. Jos 15:1-12 describe sus fronteras, afirmando que el lí­mite sur comenzaba en el extremo sur del Mar Muerto, pasaba por el desierto de Zin, rodeaba Cadesbarnea por el sur, y luego llegaba hasta el «rí­o de Egipto», el Wâd§ el-Arîsh, que seguí­a hasta su desembocadura en el Mar Mediterráneo. La frontera oriental estaba formada por el Mar Muerto. El borde norte comenzaba con el extremo norte del Mar Muerto: primero iba hacia el norte, pero al sur de Jericó giraba al oeste, subí­a por la cuesta de Adumim, probablemente el Wâd§ Qelt, y llegaba hasta En-rogel y el valle de Hinom al sur de Jerusalén. De allí­ giraba hacia el noroeste hacia Quiriat-jearim, luego hacia el sudeste hacia Bet-semes, y finalmente por Jabne (más tarde Jamnia) hasta el Mar Mediterráneo, que constituí­a el lí­mite occidental. Sin embargo, Judá nunca fue dueña de la llanura costera, que estuvo mayormente ocupada por los filisteos. El territorio de Judá se dividí­a geográficamente en: 1. La región montañosa (Jos 15:48), densamente poblada en la parte occidental, pero prácticamente sin habitantes en la sección oriental, privada de lluvias, que constituí­a el desierto de Judá (v 61). 2. La Sefela, una planicie baja entre la región montañosa y la llanura costera (v 33; cf R. 10:27) en la que se encontraban algunas de las ciudades más fuertes del paí­s. 3. El Neguev (Jos 10:40), un desierto árido y casi estéril entre Beerseba y Cades-barnea. Aunque la mayor parte del territorio de Judá era montañoso, estaba bien adaptado para el cultivo de la vid (cf Gen 49:10-12); tení­a dentro de su territorio el valle de Escol, al norte de Hebrón (Num 13:23, 24), que hasta el dí­a de hoy produce un excelente tipo de uvas. La Sefela, por otra parte, era el granero de Judá; como su posesión era de gran importancia, sus ciudades estaban bien fortificadas. Mapa VI E/G-1/3. Judá era la tribu de la que provino Otoniel, el primer juez, quien libró a la nación de la opresión de Cusan-risataim, rey de Mesopotamia, al comienzo del perí­odo de los jueces (Jdg 3:8-11). Judá se unió con las otras tribus contra Benjamí­n (20:1, 18) aparentemente temprano en el perí­odo (v 28). En un sentido ,Geográfico, Judá, Simeón y Dan formaban una unidad, y estas tribus fueron las que más sufrieron la opresión de los filisteos después que esa nación llegó a ser dominante en el s XII a.C. (10:7; 13:1). Pero Judá parece haber tomado muy poca ingerencia en las guerras de las otras tribus contra las diversas opresiones que afligieron a Israel durante el tiempo de los jueces. 677 Cuando Samuel estableció el 1er reino, Judá apoyó a Saúl. Sin embargo, el hecho de que sus fuerzas son mencionadas en forma separada de las de las otras tribus (1Sa 11:8; 15:4; 17:52) parecen implicar que, posiblemente como resultado de eventos históricos no suficientemente conocidos por nosotros, o por causa del aislamiento geográfico, Judá se consideraba como algo diferente de las otras, las que habrí­an formado una unidad. Después de la muerte de Saúl, David, el héroe de la tribu de Judá, fue hecho rey en Hebrón, mientras que las tribus del norte siguieron a Is-boset, hijo de Saúl. Esta división duró hasta la muerte de Is-boset, 7 años más tarde, cuando los seguidores de la casa de Saúl se volvieron a David (2Sa 2:4; 5:1-3) y lo pusieron como rey de las 12 tribus. Por más de 7 décadas el reino permaneció bajo una casa real. David fue prudente al mudar su capital de Hebrón a Jerusalén (5:5), una ciudad que no habí­a pertenecido a ninguna tribu hasta ese tiempo, y que por lo tanto era territorio neutral, ya que los celos entre las tribus siempre estaban presentes. II. Reino. La unidad de las tribus entre el sur y el norte era artificial, y se mantuvo sólo mientras los Gobernantes en el trono tuvieron personalidades fuertes, como las de David y de Salomón. Cuando ascendió un rey más débil después de la muerte de Salomón, las tribus del norte se separaron de inmediato de Judá. Excepto la tribu sacerdotal de los levitas, que se habrí­a mudado en su mayor parte al territorio de Judá (2Ch 11:5-14), sólo la de Benjamí­n permaneció en el sur (1Ki 12:1-21). Desde entonces, y por unos 345 años (c 931-586 a.C.), la historia de la tribu de Judá es, en su mayor parte, la historia del reino de Judá. En este perí­odo gobernaron el reino del sur 19 reyes (todos descendientes de David) y una reina (la malvada Atalí­a). El reino comprendí­a los territorios de Judá y Benjamí­n, y, por un tiempo, el de Edom. Repetidamente hubo guerras con el reino del norte (1Ki 14:30; 15:7, 16; 2Ki 14:11, 12; 16:5) y tuvo que afrontar ocasionales invasiones de naciones vecinas. El 1er invasor fue el rey Sisac de Egipto, en tiempos de Roboam (1Ki 14:25-28; 2Ch 12:1-12). Más tarde, en el reinado de Asa, Zera de Etiopí­a atacó Judá (2Ch 14:9-15); finalmente, Asiria y Babilonia (2Ki 18:14; 24:10; etc.). Bajo el rey Joram, Edoni se perdió definitivamente (2Ch 21:8-10), con el resultado de que Judá llegó a ser un estado más bien insignificante. Posteriormente, debió su supervivencia a la debilidad de Egipto y a la existencia del reino de Israel como un estado intermedio contra los enemigos del norte: los sirios y los asirios. Durante los últimos años del reino de Israel, Judá, bajo el rey Acaz, fue un estado vasallo de Asiria (2Ki 16:7-10); y después de la caí­da de Samaria en el 723/22 a.C., su lí­mite norte daba con una provincia asiria. Durante los siguientes 100 años Judá tuvo que pagar un fuerte tributo a Asiria o sufrir invasiones, como la del tiempo del rey Ezequí­as (18:13-16). Uno de sus reyes, Manasés, fue llevado a Mesopotamia como rehén y pasó algún perí­odo en prisión (2 Cr. 33:11-13). Durante el tiempo de la declinación de Asiria, que siguió a la muerte de Asurbanipal, y hasta su total destrucción poco antes de la captura de Ní­nive por medos y babilonios, Judá tuvo un respiro, y bajo el rey Josí­as extendió su dominio sobre algunas partes del anterior reino de Israel (34:6, 7). Sin embargo, pronto Josí­as se encontró entre Egipto (que, bajo el rey Necao, aspiraba reconquistar su dominio sobre Palestina) y Babilonia (que se consideraba heredera del Imperio Asirio). Josí­as, evidentemente, eligió ponerse del lado de Babilonia, porque perdió su vida en una batalla contra Necao (2Ki 23:29, 30; 2Ch 35:20-24). Durante las 2 décadas de su existencia después de la muerte de Josí­as, Judá vaciló entre su lealtad a Egipto y a Babilonia, vio su territorio invadido en repetidas ocasiones por ejércitos enemigos, experimentó 3 capturas de Jerusalén, su capital, Y finalmente sufrió la destrucción de su soberaní­a y de sus ciudades, y presenció la deportación del grueso de su población a Babilonia (2Ki 23:31-25:21; 2Ch 36:1-20). Algunos de los judí­os que dejaron los babilonios en el paí­s emigraron a Egipto para escapar de la ira de Nabucodonosor después que algunos fanáticos asesinaron a Gedalí­as y a la guarnición caldea (2Ki 25:22-26). Parece que sólo quedó un grupo pequeño y sin importancia. Mapas VIII-X; XI, C-4. Durante los 4 siglos de la historia de Judá, la adoración de Dios estuvo con frecuencia acompañada por la de dioses paganos, para quienes se habí­an levantado de tiempo en tiempo santuarios y lugares de culto desde Salomón hasta el fin del reino (1Ki 11:4-8; 14:22-24; 2Ki 21:1-7; etc.). Aunque el paí­s no experimentó la profundidad de la idolatrí­a que se vio en el reino del norte, Judá era prácticamente una nación semipagana durante el perí­odo de los reyes. Algunos de éstos, como Asa (1Ki 15:11-14), Josafat (22:22-46), Ezequí­as (2Ki 18:1-4) y Josí­as (22:1-20), hicieron esfuerzos serios por eliminar la idolatrí­a y los cultos paganos. Sin embargo,estas reformas 678 fueron temporarias, y la gente recaí­a en el paganismo. Esta fue la razón principal de la caí­da de la nación (2Ch 36:14-16; Jer 22:6-9; etc.). III. Provincia. Las tribus del norte perdieron su identidad nacional en el exilio y se confundieron con las naciones entre las que habí­an sido establecidas por los asirios, pero el reino sureño de Judá y Benjamí­n la retuvo durante el exilio babilónico. Esto fue el resultado del liderazgo de hombres de fuerte conciencia nacional y espiritual como Jeremí­as, Daniel y Ezequiel. Cuando Ciro, el rey persa, dio permiso a los judí­os para regresar a Palestina, unos 50.000 estuvieron listos para retornar. Bajo lí­deres religiosos y seculares enérgicos reconstruyeron el templo y reanudaron la vida polí­tica como nación bajo el Imperio Persa. En realidad, el exilio habí­a servido como un proceso refinador, porque el pueblo de Judá descartó el paganismo y la idolatrí­a a tal punto que nunca más llegaron a ser pecados nacionales. Durante este perí­odo postexí­lico Judá aparece en la historia como una provincia del Imperio Persa, y retuvo sus antiguos nombres hebreo y arameo: Yehûdâh, Yehûd, («Judá»). Mapa XII, D-5/6. La capital de la provincia y el asiento del gobernador fue Jerusalén (Neh 3:7, 8). Constituyó una de las muchas que pertenecí­an a la gran satrapí­a de ‘Abar Nahara’, «Más allá del rí­o», que llegaba desde el Eufrates en el norte hasta Egipto en el sur. Los lí­mites de Judá pueden ser establecidos con aproximación por la listas de las ciudades que se dieron a Esdras y Nehemí­as. El norte corrí­a desde el Jordán ví­a Jericó y Betel (que estaban incluidas en el territorio de Judá), hasta Ono en el oeste. El occidental parece haber bordeado la llanura costera al oeste de la Sefela, y el borde sur comenzaba al sur de Bet-pelet y después de pasar Beerseba terminaba en el Mar Muerto. Durante el perí­odo persa, la provincia fue administrada por un gobernador designado por la corona. Conocernos algunos gobernadores judí­os: Sesbasar (Ezr 1:8, 11; 5:14), que algunos eruditos identifican con Zorobabel (Ezr 3:8; Hag. 1:1; etc.), y Nehemí­as (Neh 1:1; 5:14); quienes fueron gobernadores hebreos de los primeros tiempos. Además de éstos, se mencionan en 5:15 y Mal 1:8 (BJ) otros gobernantes sin dar los nombres; un gobernador persa, Bigvai, que estaba en el cargo en el 407 a.C., aparece en los papiros de Elefantina. Los habitantes de la provincia eran judaí­tas, benjamitas, levitas y otros miembros de diversas tribus que habí­an constituido el anterior reino de Judá y que habí­an sido llevados cautivos, y tal vez algunos restos de las 10 tribus que habí­an ido a la cautividad con anterioridad (2Ch 11:1-17; cf Ezr 2:36-40; 4:1; Neh, 11:20; Jer 50:4; Eze 37:15-19; Zec 8:13). Después de llegar a su patria (536 a.C.) bajo la dirección de Zorobabel, los judí­os reocuparon sus antiguas ciudades, reconstruyeron sus casas (Hag. 1:4) y completaron el templo de Jerusalén (515 a.C.; Ezr 4:2; 6:15), a pesar de la oposición de las naciones vecinas. Sin embargo, las fortificaciones de Jerusalén no se completaron hasta casi un siglo después de Zorobabel bajo el liderazgo de Nehemí­as (Neh 6:15). En el tiempo de Artajerjes I, la Ley de Moisés volvió a ser la ley del paí­s, y Esdras, un escriba, fue puesto a cargo de la reorganización de la provincia en conformidad con el nuevo decreto (Ezr 7:11-26). Durante los 2 siglos que duró el Imperio Persa, el pueblo de Judá parece haber practicado su propia religión con poca interferencia de las autoridades persas, aunque bajo Artajerjes II hubo un intento de obligar a los judí­os a adorar a Anahita, una diosa persa. Cuando los judí­os demostraron hostilidad a la introducción de este culto extranjero, se desató la persecución y muchos judí­os fueron desterrados a Hircania. Cuando Alejandro Magno destruyó el Imperio Persa y fundó el suyo, la provincia persa de Judá llegó a ser parte del mundo helení­stico. Después de la muerte de Alejandro, Judá cayó en manos de sus sucesores helení­sticos, los Tolomeos, que fueron seguidos por los Seléucidas. Después de un breve perí­odo de independencia y expansión bajo los Macabeos,fue tomada por los romanos, convertida en un reino vasallo y más tarde dada a Herodes el Grande. Después de eso, la región experimentó una existencia muy variada, bajo los descendientes de Herodes o bajo procuradores romanos, hasta su caí­da final durante las guerras judí­o-romanas del s I y del s II d.C. Para el perí­odo de Alejandro Magno en adelante, véase Judea. Judaí­smo. Término poco usado en el NT. Sólo aparece en Gá. 1:13, 14, como traducción del gr. Ioudaïsmós, «judaí­smo», donde Pablo recuerda a los gálatas su anterior celo extremista por las tradiciones, leyes y ceremonias de la religión judí­a.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

alabanza. Cuarto hijo de Jacob y Lí­a, nacido en Paddán Aram, Gn 29, 35; 35, 23; de él desciende la tribu del mismo nombre. Cuando a José lo echaron sus hermanos en un pozo, fue J. quien insinuó venderlo a unos mercaderes ismaelitas que pasaban por el lugar, Gn 37, 26-27; posteriormente, estuvo en Egipto, siendo José funcionario del Faraón, con sus hermanos, comprando ví­veres, Gn 43, 3-10; 44, 16-34; así­ como cuando Jacob se fue a ese paí­s a vivir en Gosen con su familia, Gn 46, 28; Ex 1, 2.

J. habiéndose separado de su familia, se fue a vivir Adl-lam, donde un individuo llamado Jirá. Allí­ tomó por esposa a una mujer cananea, hija de un tal Súa, quien le dio tres hijos, Er, Onán y Selá, Gn 38, 1-5. J. escogió para su primogénito Er una mujer llamada Tamar. Er murió y J. le pidió a su otro hijo Onán que la tomara por mujer, según la ley del levirato, Dt 25, 5; Onán tuvo relaciones con Tamar, pero derramaba el semen en tierra, para no dar descendencia a su hermano, y murió, Gn 38, 6-10. J. pidió a Tamar que se quedara como viuda en casa de su padre hasta que Selá, el menor, tuviese la edad para unirse a ella; esto no lo cumplió J. Habiendo muerto la mujer de J., pasado el duelo, J. fue a Timná a trasquilar su rebaño, y su nuera, disfrazada de prostituta, se sentó en Petaj Enáyim, con el rostro cubierto. J., al verla, la invitó a acostarse con él y le ofreció por paga mandarle un cabrito; pero la mujer le exigió en prenda, mientras le enviaba el animal, su sello, el cordón y el bastón. Cuando J. mandó el cabrito, Tamar habí­a desaparecido con la prenda. Pasados tres meses, J. fue avisado del embarazo de su nuera, habí­a fornicado, y éste, como jefe de familia bajo cuya autoridad estaba Tamar, ordena quemarla por adulterio. Cuando se iba a cumplir la sentencia, Tamar le envió los objetos que J. le habí­a dejado en prenda, y reconoció su culpa por no haberle entregado a su hijo Selá como marido, Gn 38, 11-26.

Tamar parió dos mellizos Peres y Séraj, Gn 38, 27-30. De Peres procede la estirpe de David y, por tanto, Jesús, 1 Cro 2, 3-16. Cuando Jacob estaba para morir bendijo a cada uno de sus hijos, y a J. le anuncia la hegemoní­a y la fuerza de su tribu con un oráculo mesiánico, pues del linaje daví­dico nacerá el Mesí­as, Gn 49, 8-10.

La tribu de J. fue la más numerosa setenta y cuatro mil seiscientos hombres de veinte años para arriba, aptos para la guerra, se contaron en el primer censo en el desierto, Nm 1, 27; y setenta y seis mil quinientos, en el recuento hecho en las estepas de Moab, Nm 26, 22. La heredad de la tribu de J. era la más extensa, Jos 15. La tribu de J. se desarrolló independiente de las demás, por lo montañoso de su territorio y porque entre J. y las tribus del norte hubo pueblos no judí­os, que fueron una barrera en sus relaciones, como los gabaonitas, Jos 9. Cuando Débora y Baraq derrotaron a Sí­sara, la tribu de J. no participó en esta batalla, por lo que no aparece mencionada en el cántico de Débora, Jc 5. Los reyes de Judá Roboam 931-913 Abiyyam 913-911 Asá 911-870 Josafat 870-848 Joram 848-841 Ocozí­as 841 Atalí­a 841-835 Joás 835-796 Amasí­as 796-781 Ozí­as 781-740 Jotam 740-736 Ajaz 736-716 Ezequí­as 716-687 A la muerte de Saúl, primer rey panisraelita, la tribu de J. aseguró su preeminencia sobre las demás, David fue ungido rey de todos los israelitas, aunque con amagos de división, pues primero fue proclamado por Judá y después por las tribus del Norte, tras la muerte de Isbaal, único hijo superviviente de Saúl. El hijo y sucesor de David, Salomón, logró mantener la unidad del reino; pero tras su muerte, las tribus del Norte se quitaron el †œpesado yugo† de J., 1 R 12, 4. Surgieron, entonces, el reino del Norte, Israel, con diez tribus, y el pequeño reino del Sur, J. En Israel se sucedieron diferentes dinastí­as reales, hasta su desaparición, con la caí­da de Samarí­a, en el año 722 a. C. Mientras que en el reino de J. se mantuvo en el trono la estirpe de David, hasta la caí­da de Jerusalén a manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el año 587 a. C.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., yehudhah, alabado).
1. El cuarto hijo de Jacob; su madre era Lea (Gen 29:35). Le salvó la vida a José al persuadir a sus hermanos a venderlo a los madianitas en Dotán (Gen 37:26-28). Sus actos ignominiosos también han sido registrados (Génesis 38). Aparentemente, poco a poco obtuvo una posición de liderato entre sus hermanos (Gen 43:3; Gen 46:28; Gen 49:8-12) y durante el transcurso de su vida surgieron las rivalidades entre ellos que luego serí­an responsables por la división del reino. A través de su hijo Fares, Judá llegó a ser un ascendiente de David (Rth 4:18-22) y de Jesucristo (Mat 1:3-16). La bendición que Jacob le dio a Judá antes de morir (Gen 49:9-12) es interpretada generalmente como una profecí­a mesiánica.
2. La tribu hebrea es descendiente del hombre Judá que se acaba de describir.

Caleb fue uno de los miembros de esta tribu (Num 13:6; Num 34:19).

Después de la muerte de Josué, parece que esta tribu fue la primera en ocupar su territorio asignado en la región montañosa al sur de Canaán, y hasta que ocuparon por un tiempo la ciudad de Jerusalén (Jdg 1:1-20).

Durante el perí­odo de gobierno de los jueces, Judá tení­a una tendencia a quedarse separada del resto de las tribus hebreas del norte por razón de los pueblos paganos que viví­an entre ellos (habitantes de Gabaón, Josué 9; jebuseos, Jdg 19:10-13) y también por razón del terreno escabroso y salvaje con sus profundos valles orientales, de este a oeste. Los simeonitas que viví­an en ciudades en el sur de Judá solí­an ser asimilados a Judá y así­ perdieron la identidad de su tribu.

Otoniel, el juez que libró al pueblo del dominio de Mesopotamia, era de Judá (Jdg 3:8-11). La amenaza presentada por los filisteos debe de haber sido problemática para esta tribu porque la llanura filistea era en realidad el llano costero de Judá. La historia de Rut y Boaz ocurrió durante la época de los jueces y puso por primera vez a la ciudad de Belén en lugar de prominencia en la historia hebrea. Saúl, cuyo reino puso fin al perí­odo de los jueces, reinó desde Judá; y también fueron habitantes de Judá quienes ungieron a David, su compatriota de tribu, como rey en Hebrón (2Sa 2:1-4).

3. Judá es también el nombre de cuatro personas mencionadas en Esdras y Nehemí­as. Tres eran levitas (Ezr 3:9; Ezr 10:23; Neh 12:8), uno benjamita (Neh 11:9) y el quinto era probablemente un principal de Judá (Neh 12:34). La versión RVA emplea Hodaví­as en Ezr 3:9 (ver nota de la RVA). Otro Judá, diferente del hijo de Jacob, aparece nombrado en Luk 3:30 como ascendiente de Jesús.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

El término Judá puede referirse a (1) un hijo de Jacob y Lea (Gn. 29:35), (2) la tribu de Judá, una de las doce tribus israelitas, de la que David y su dinastí­a de reyes vinieron, o (3) el reino del sur que permaneció fiel a la dinastí­a daví­dica en el tiempo en que Jeroboam llegó a ser rey del reino rival de *Israel en el norte.
Después de la caí­da de *Damasco y *Samaria, Judá fue amenazada por el poder asirio. *Senaquerib, ca. 701 a. de J.C. , ocupó la mayor parte del territorio de Judá, pero no tuvo éxito en tomar a Jerusalén. Con la caí­da de *Ní­nive, el imperio asirio declinó y el imperio *caldeo o neobabilónico tomó su lugar como la gran potencia en el Asia occidental. Judá cayó ante los ejércitos de *Nabucodonosor, el rey caldeo, en 587 a. de J.C. Vé también JUDEA.

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

(alabado).

1- Hijo de Jacob, del que descenderí­a el Mesí­as: (Gen 49:9-10). iY así­ fue! Antepasado de David: (Rut 4:18-22), y de Jesucristo: (Mat 1:3, Luc 3:33).

2- Reino de Judá, el del Sur, con capital Jerusalén, a la muerte de Salomón y división del Reino, en 912, hasta la caí­da de Jerusalén, en 587. Sólo reinaron de la Tribu de Juda, 19 reyes.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(Alabanza, acción de gracias). Nombre de personas, una tribu, y el reino de ésta en el AT.

1. Cuarto de los hijos de †¢Jacob y †¢Lea (Gen 29:35). Es uno de los hijos de Jacob de cuya vida y carácter se ofrecen algunos detalles en el Pentateuco. Se dice que †œse apartó de sus hermanos† y se casó con una cananea cuyo padre se llamaba †¢Súa, con la cual tuvo tres hijos (Gen 38:1-5). Dos de esos hijos, †¢Er y †¢Onán, murieron sin dejar descendencia. Sela, en cambio, tuvo muchos hijos y nietos (1Cr 4:21-23).

J. procreó a los mellizos †¢Fares y †¢Zara, con †¢Tamar, que era viuda de Er y Onán. Tamar engañó a J. porque éste no habí­a cumplido con la promesa de darla por esposa a Sela (Gen 38:11-30). Antes de estos hechos, J. desempeñó un papel de importancia en la historia de †¢José, convenciendo a sus hermanos que en vez de matar a José lo vendieran como esclavo (Gen 37:26-27). Por la manera en que sirve de vocero de sus hermanos ante Jacob (Gen 43:3-10) y frente a José, como virrey de Egipto (Gen 44:16-34), se ve que habí­a llegado a ocupar un puesto de cierta preponderancia en la familia.

2. Tribu de los descendientes del #1. Inicialmente esta tribu ocupaba un lugar bajo en relación con las otras. Fue, además, la que más se mezcló con otros grupos no hebreos, comenzando por el mismo Judá, que casó con una cananea. Luego, los †¢cenezeos se identificaron tanto con la tribu de J. que vinieron a ser considerados como parte de ésta. El gran lí­der †¢Caleb era un cenezeo. Sin embargo, es contado como uno de los pilares de esta tribu. †¢Otoniel, sobrino de Caleb, fue uno de los jueces de Israel (Jue 3:8-11). En el libro de los †¢Jueces no se menciona esta tribu, con excepción del caso de Otoniel. La tribu de †¢Efraí­n era considerada como más importante. Sin embargo, la tribu de J. estaba destinada a desarrollar un papel de preponderancia en la historia de Israel, como se refleja en la bendición de Jacob (†œ J., te alabarán tus hermanos … los hijos de tu padre se inclinarán a ti. Cachorro de león, J…. No será quitado el cetro de J….† [Gen 49:8-12]). El Señor Jesús era de esa tribu (†œPorque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de J….† [Heb 7:14]).

Los miembros de esta tribu se asentaron en las montañas, en la Sefela y en las tierras semidesérticas al S de Canaán. Sus fronteras aparecen descritas en Jos 15:1-12. La expresión †œtierra de J.† en Deu 34:2 señala la parte S del territorio montañoso al O del Jordán, en contraste con la Galilea, los montes de Efraí­n y el Neguev. Incluye toda esa zona entre el Jordán y el mar Mediterráneo. En otras porciones, sin embargo, es una referencia al territorio que ocupaba la tribu de J. (Rut 1:7; 1Sa 22:5). Al dividirse el reino de Israel, la tribu de J., junto con la de Benjamí­n, constituyeron el reino de Judá, con Jerusalén como capital. Después del retorno del exilio, se usaba la expresión para señalar a la provincia de J. (Zac 1:21).

3. Levita de tiempos de Esdras y Nehemí­as (Esd 10:23; Neh 12:8).

. Benjamita de tiempos de Esdras. Fue †œel segundo en la ciudad† de Jerusalén (Neh 11:9).

. Personaje en la ascendencia de †¢Petaí­as hijo de Mesezabeel, de la tribu de Judá (Neh 11:24).

. Uno de los †œprí­ncipes de Judᆝ en tiempos de Esdras y Nehemí­as. Participó en la celebración por la restauración del muro (Neh 12:34).

. Sacerdote de tiempos de Esdras y Nehemí­as. Participó en la celebración por la restauración del muro (Neh 12:36).

. Personaje en la genealogí­a del Señor Jesús (Luc 3:26).

. Personaje en la genealogí­a del Señor Jesús (Luc 3:30).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG HOMB HOAT SACE

ver, ISRAEL, REY, MACABEOS, JERUSALEN, HISTORIA, JUDíO

vet, «que El (Dios) sea alabado». (A) Cuarto hijo de Jacob y Lea, y el cabeza de la tribu que lleva su nombre. Fue Judá el que aconsejó a sus hermanos la venta de José en lugar de quitarle la vida (Gn. 37:26). Pecó en el asunto de su nuera Tamar (Gn. 38). No tení­a reparo alguno en castigar con la muerte a Tamar, hasta que quedó comprobado que él era también culpable (Gn. 38:26). Así­ se señala la terrible corrupción en la historia de la familia en la que, por elección de gracia, Cristo nacerí­a (Mt. 1:2). Aunque no era el hijo mayor, pronto empezó a tener el primer lugar en la familia. Pudo persuadir a su padre que dejara ir a Benjamí­n a Egipto (Gn. 43:8), y cuando se tuvo que hablar a José, fue Judá quien tomó la palabra (Gn. 44:14-18 ss). En la bendición de Jacob a sus hijos, las predicciones muestran que la lí­nea real queda centrada en Judá. El cetro no se apartarí­a de Judá, ni el legislador de entre sus pies hasta que viniera Siloh, etc. (Gn. 49:8-12). De Judá descendieron David y una larga sucesión de reyes. Cristo, nacido de la tribu de Judá, es llamado «el León de la tribu de Judá» (Ap. 5:5). (B) Levita, antepasado de algunos de los que ayudaron a reconstruir el templo (Esd. 3:9). Posiblemente el mismo que Hodaví­as (Esd. 2:40; Neh. 7:43). (C) Levita que habí­a tomado una mujer extranjera (Esd. 10:23). (D) Hijo de Senúa, supervisor de Jerusalén (Neh. 11:9). (E) Levita que volvió del exilio (Neh. 12:8). (F y G) Un prí­ncipe de Judá y un sacerdote y músico que asistieron a la dedicación del muro de Jerusalén (Neh. 12:34, 36).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[011]

Fue el nombre del cuarto hijo de Jacob y el gentilicio de una de las 12 tribus de Israel. En la Historia de Israel adquirió cierto predominio posterior por haber sido la tribu del gran del rey que fue David. Luego quedarí­a como el ámbito racial anunciado por los Profetas en el que habrí­a de venir el Mesí­as.

La tribu de Judá, especialmente guerrera y dominante, ocupó junto con Benjamí­n la parte sur de la tierra conquistada. (Ex. 35. 38). Después de Salomón se dividió el Reino y el sur formó el reino de Judá, en el cual se mantuvo la genealogí­a daví­dica.

Las diez del norte formaron el Reino de Israel con varias dinastí­as. Cuando las tribus del norte fueron llevadas cautivas por Ní­nive el año 721, y las del sur lo fueron a Babilonia el 685, todas se diseminaron. Las del norte ya nunca volvieron como pueblo. Las del sur regresaron al llegar los persas. Formaron de nuevo el Reino de Judá y siguieron fieles al culto del Templo de Salomón.

Por el nombre de Judá, y el de sus habitantes los judí­os, se mantuvieron hasta la llegada del Mesí­as y luego se prolongó en las historia hasta nuestro dí­as.

(Ver Patriarcas 8)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(Elogiado; [Objeto de] Elogio).

1. Cuarto hijo de Jacob y de su esposa Lea. (Gé 29:35; 1Cr 2:1.) Después de haber vivido unos nueve años en Harán (Padán-aram), Judá partió junto con toda la casa de Jacob hacia Canaán. (Compárese con Gé 29:4, 5, 32-35; 30:9-12, 16-28; 31:17, 18, 41.) Posteriormente residió con su padre en Sucot y más tarde en Siquem. Después que el hijo de Hamor violó a su hermana Dina y que Simeón y Leví­ la vengaron matando a todos los varones de Siquem, Judá participó en saquear la ciudad. (Gé 33:17, 18; 34:1, 2, 25-29.)

Relaciones con José. Con el transcurso del tiempo, Judá y sus otros medio hermanos le cobraron odio a José debido a que gozaba del favor de Jacob. Este odio se intensificó cuando José les contó dos sueños que indicaban que llegarí­a a ser superior a ellos. Por consiguiente, cuando Jacob envió a José para comprobar cómo estaban sus medio hermanos mientras cuidaban de los rebaños, estos, al verle a distancia, tramaron matarle. No obstante, a instancias de Rubén, que pretendí­a salvarle la vida, lo arrojaron en una cisterna vací­a. (Gé 37:2-24.)
Posteriormente, al ver una caravana de ismaelitas, Judá al parecer en ausencia de Rubén, convenció a los demás de que serí­a mejor vender a José a los mercaderes que pasaban, en lugar de matarlo. (Gé 37:25-27.) A pesar de que José suplicaba compasión, lo vendieron por veinte piezas de plata (si eran siclos, 44 dólares [E.U.A.]). (Gé 37:28; 42:21.) Aunque parece que la principal preocupación de Judá era salvar la vida de José, y la venta en sí­ resultó más tarde en bendición para todos los implicados, él, al igual que los demás, fue culpable de un grave pecado que pesó durante mucho tiempo sobre su conciencia. (Gé 42:21, 22; 44:16; 45:4, 5; 50:15-21.) (La ley mosaica, que más tarde habrí­an de recibir los israelitas, castigaba este delito con pena de muerte; Ex 21:16.) Luego, Judá, que en aquel entonces tení­a unos veinte años, también se unió a los demás en engañar a Jacob para que pensase que una bestia salvaje habí­a matado a José. (Gé 37:31-33.)

La familia de Judá. Es posible que después de este incidente Judá dejara a sus hermanos. Asentó su tienda cerca de Hirá, el adulamita, y por lo visto hubo entre ellos una relación de amistad. Durante este tiempo se casó con la hija de Súa, un cananeo. Con ella tuvo tres hijos: Er, Onán y Selah. El más joven, Selah, nació en Aczib. (Gé 38:1-5.)
Con el tiempo Judá escogió a Tamar como esposa para Er, su primogénito, pero Jehová ejecutó a este debido a su maldad. Por tanto Judá mandó a su segundo hijo, Onán, que cumpliese con el matrimonio de cuñado y se casara con Tamar. No obstante, aunque Onán tuvo relaciones con ella, †œdesperdició su semen en la tierra para no dar prole a su hermano†. Por esta acción, Jehová también le dio muerte. Luego Judá le recomendó a Tamar que volviese a la casa de su padre y esperase hasta que Selah creciese. Sin embargo, cuando Selah creció, Judá no se lo dio a Tamar en matrimonio, al parecer porque razonó que su hijo más joven pudiera morir. (Gé 38:6-11, 14.)
Por consiguiente, después que Judá enviudó, Tamar, que se enteró de que su suegro iba a Timnah, se disfrazó de prostituta y se sentó en la entrada de Enaim, en el camino por el que Judá pasarí­a. Judá no reconoció a su nuera y supuso que era una prostituta, así­ que tuvo relaciones con ella. Cuando más tarde salió a la luz que Tamar estaba encinta, Judá insistió en que la quemaran por ramera. Sin embargo, una vez que quedó demostrado que él mismo la habí­a dejado encinta, exclamó: †œElla es más justa que yo, por razón de que yo no la di a Selah mi hijo†. De esta forma, sin ser consciente de ello, Judá habí­a ocupado el lugar de Selah a la hora de engendrar prole legal. Unos seis meses después, Tamar dio a luz dos gemelos, Pérez y Zérah. Judá no volvió a tener relaciones con ella. (Gé 38:12-30.)

A Egipto por alimento. Con el tiempo llegaron informes a Canaán, tierra afligida por el hambre, de que en Egipto habí­a suficiente alimento. Por consiguiente, Jacob ordenó a diez de sus hijos, entre ellos Judá, que fueran en busca de ví­veres. Por aquel entonces, su medio hermano José administraba en Egipto el alimento almacenado. Aunque José los reconoció inmediatamente, ellos no le reconocieron a él. José los acusó de ser espí­as y les advirtió que no regresasen a Egipto sin Benjamí­n, de quien hablaron al negar que eran espí­as. También hizo que ataran y retuvieran como rehén a Simeón, uno de sus medio hermanos. (Gé 42:1-25.)
Es comprensible que habiendo perdido tanto a José como a Simeón, Jacob se mostrase reacio a dejar que Benjamí­n acompañase a sus otros hermanos a Egipto. El comentario irreflexivo de Rubén de que Jacob podí­a dar muerte a sus dos hijos si no llevaba de vuelta a Benjamí­n no tuvo suficiente peso, quizás porque él mismo no habí­a sido muy confiable, pues habí­a violado a la concubina de su padre. (Gé 35:22.) Por último, Judá consiguió el consentimiento de su padre, después de prometerle ser fiador de Benjamí­n. (Gé 42:36-38; 43:8-14.)
Cuando regresaban a su casa después de haber comprado cereales en Egipto, el mayordomo de José los alcanzó y los acusó de robo (en realidad, era una treta de José). Una vez que se encontró en el costal de Benjamí­n el artí­culo de cuyo robo se les acusaba, regresaron y entraron en la casa de José. Judá respondió a la acusación y, con elocuencia y sinceridad, suplicó a favor de Benjamí­n y de su padre que él pasara a ser esclavo en lugar de Benjamí­n. A José le conmovió tanto la sincera solicitud de Judá, que no pudo controlar más sus emociones. Ya a solas con sus hermanos, se identificó, los perdonó por haberle vendido en esclavitud y les mandó que fuesen a por Jacob y regresasen a Egipto, pues el hambre tení­a que continuar por cinco años más. (Gé 44:1–45:13.)
Más tarde, cuando Jacob y toda su casa se acercaban a Egipto, Jacob †œenvió a Judá delante de sí­ a José para impartir información antes de él a Gosén†. (Gé 46:28.)

Superior entre sus hermanos. Debido a su preocupación por su padre, ya anciano, y a su noble esfuerzo por proteger la libertad de Benjamí­n a costa de la suya propia, Judá demostró que era superior a sus hermanos. (1Cr 5:2.) Ya no era aquel Judá que en su juventud habí­a participado en saquear a los siquemitas y habí­a sido cómplice del trato injusto a su medio hermano José, así­ como de engañar después a su propio padre. Su notable don de mando hizo que Judá, como uno de los cabezas de las doce tribus de Israel, pudiese recibir de su moribundo padre una bendición profética superior. (Gé 49:8-12.) Más adelante se considera el cumplimiento de esta profecí­a.

2. La tribu que descendió de Judá. Unos doscientos dieciséis años después que Judá fue a Egipto con la casa de Jacob, los hombres robustos de la tribu mayores de veinte años habí­an aumentado a 74.600, un número mayor que el del resto de las doce tribus. (Nú 1:26, 27.) Próximo ya el fin de los cuarenta años que Israel vagó por el desierto, la cantidad de los varones registrados de Judá habí­a aumentado en 1.900. (Nú 26:22.)
El tabernáculo, sus accesorios y sus utensilios se construyeron bajo la dirección de Bezalel, de la tribu de Judá, y su servidor, Oholiab, de la tribu de Dan. (Ex 35:30-35.) Después de esta construcción, Judá y las tribus de Isacar y Zabulón acamparon en el lado oriental del santuario. (Nú 2:3-8.)

Primeros indicios de liderazgo. La bendición profética de Jacob habí­a asignado a Judá un papel destacado (Gé 49:8; compárese con 1Cr 5:2), que comenzó a confirmarse en los albores de la historia de esta tribu. Bajo el mando de su principal, Nahsón, Judá encabezó la marcha por el desierto. (Nú 2:3-9; 10:12-14.) Además, Caleb, uno de los dos fieles espí­as que tuvieron el privilegio de volver a entrar en la Tierra Prometida, pertenecí­a a la tribu de Judá, y participó activamente en conquistar la tierra asignada a Judá, aunque se hallaba ya entrado en años. Por dirección divina, la tribu de Judá llevó la iniciativa en la lucha contra los cananeos, con la colaboración de los simeonitas. (Nú 13:6, 30; 14:6-10, 38; Jos 14:6-14; 15:13-20; Jue 1:1-20; compárese con Dt 33:7.) Nuevamente por dirección divina, Judá encabezó más tarde una acción militar de castigo contra Benjamí­n. (Jue 20:18.)

La herencia de Judá. La región asignada a la tribu de Judá limitaba al N. con el territorio benjamita (Jos 18:11); al E., con el mar Salado (mar Muerto) (Jos 15:5), y al O., con el mar Grande (Mediterráneo) (Jos 15:12). Parece que el lí­mite meridional se extendí­a desde el extremo S. del mar Muerto en dirección SO., hasta la subida de Aqrabim; después continuaba hasta Zin, luego iba hacia el N., pasando cerca de Qadés-barnea, y finalmente llegaba al Mediterráneo a través de Hezrón, Addar, Qarqá, Azmón y el valle torrencial de Egipto. (Jos 15:1-4.) La porción de este territorio que se centraba principalmente alrededor de Beer-seba estaba asignada a los simeonitas. (Jos 19:1-9.) Los quenitas, una familia no israelita que estaba emparentada con Moisés, también se asentaron en el territorio de Judá. (Jue 1:16.)
Dentro de los lí­mites asignados a Judá hay varias regiones naturales. El Négueb, que en su mayor parte es una meseta que oscila entre los 450 y los 600 m. de altura sobre el nivel del mar, se encuentra al S. A lo largo del Mediterráneo se extiende la llanura de Filistea, con sus dunas de arena que a veces penetran hasta 6 Km. tierra adentro. En un tiempo esta llanura ondulante fue una región de viñas, olivos y campos de cereales. (Jue 15:5.) Justo al E. de Filistea se eleva una zona de colinas, separadas por numerosos valles, que en la parte meridional alcanzan una altitud de unos 450 m. Es la Sefelá (que significa †œTierra Baja†), región que en la antigüedad estaba cubierta de sicómoros. (1Re 10:27.) Se puede decir que es una tierra baja al compararla con la región montañosa de Judá, situada más al E., y que tiene elevaciones que van desde unos 600 m. a más de 1.000 m. sobre el nivel del mar. Las colinas áridas que ocupan la ladera oriental de las montañas de Judá constituyen el desierto de Judá.
Durante el mandato de Josué, el poder cananeo en el territorio de Judá al parecer se habí­a debilitado. Sin embargo, como no se habí­an apostado guarniciones, los habitantes originales debieron regresar a algunas ciudades, como Hebrón y Debir, mientras los israelitas guerreaban en otra parte. Por consiguiente, hubo que recuperar de nuevo estos lugares. (Compárese con Jos 12:7, 10, 13; Jue 1:10-15.) Sin embargo, a los habitantes de la llanura baja, que tení­an carros bien equipados, no se les desposeyó de la tierra. Entre estos últimos debieron hallarse los filisteos de Gat y Asdod. (Jos 13:2, 3; Jue 1:18, 19.)

Desde los jueces hasta Saúl. Durante el perí­odo turbulento de los jueces, Judá, al igual que las otras tribus, cayó con frecuencia en la idolatrí­a. Por lo tanto, Jehová permitió que las naciones circundantes, en particular los ammonitas y los filisteos, hicieran incursiones en su territorio. (Jue 10:6-9.) En los dí­as de Sansón, los judaí­tas no solo habí­an perdido todo control sobre las ciudades filisteas de Gaza, Eqrón y Asquelón, sino que los filisteos se habí­an convertido en sus virtuales amos. (Jue 15:9-12.) Al parecer, no fue posible recuperar el territorio de Judá del control filisteo hasta el tiempo de Samuel. (1Sa 7:10-14.)
Una vez que Samuel ungió por primer rey de Israel al benjamita Saúl, los judaí­tas lucharon lealmente bajo su mando. (1Sa 11:5-11; 15:3, 4.) Las batallas más frecuentes se pelearon contra los filisteos (1Sa 14:52), y todo apunta a que estos últimos comenzaban a imponerse de nuevo sobre los israelitas. (1Sa 13:19-22.) No obstante, su poder disminuyó con el tiempo. Ayudados por Jehová, Saúl y su hijo Jonatán consiguieron vencerlos en la zona que se extendí­a desde Micmás hasta Ayalón. (1Sa 13:23–14:23, 31.) Tiempo después, cuando los filisteos invadieron Judá, fueron derrotados de nuevo después que David, el joven pastor de Judá, mató a Goliat, el paladí­n filisteo. (1Sa 17:4, 48-53.) Más adelante, el rey Saúl colocó a David, que para entonces ya habí­a sido ungido por futuro rey, sobre los guerreros israelitas. Mientras desempeñaba esta función, David apoyó lealmente a Saúl y consiguió nuevas victorias sobre los filisteos. (1Sa 18:5-7.) En aquel tiempo la tribu de Judá era como un †œcachorro de león†, pues aún no habí­a alcanzado el poder real en la persona de David. (Gé 49:9.)
Cuando Saúl vio en David una seria amenaza para su corona, lo trató como a un proscrito, pero David le guardó lealtad porque Saúl era el ungido de Jehová. Nunca se puso al lado de los enemigos de Israel, ni personalmente causó daño a Saúl o permitió que otros lo hiciesen. (1Sa 20:30, 31; 24:4-22; 26:8-11; 27:8-11; 30:26-31.) Muy al contrario, luchó contra los enemigos de Israel. En una ocasión salvó a Queilá, una ciudad de Judá, de caer en manos de los filisteos. (1Sa 23:2-5.)

La bendición profética de Jacob se cumple en David. Finalmente llegó el debido tiempo de Dios para transferir el poder real de la tribu de Benjamí­n a la de Judá. Los hombres de Judá ungieron a David por rey en Hebrón después de la muerte de Saúl. No obstante, las otras tribus se adhirieron a la casa de Saúl e hicieron rey sobre ellos a su hijo Is-bóset. A partir de ese momento, se produjeron repetidos choques entre estos dos reinos, hasta que Abner, hombre fuerte de Is-bóset, se pasó al bando de David. Al poco tiempo, Is-bóset fue asesinado. (2Sa 2:1-4, 8, 9; 3:1–4:12.)
Cuando David reinó sobre todo Israel, los †˜hijos de Jacob†™, es decir, todas las tribus de Israel, aclamaron a Judá y reconocieron la gobernación de su representante. Por lo tanto, David pudo ir también contra Jerusalén, aunque esta estaba principalmente en territorio benjamita, y después de capturar la fortaleza de Sión, convertirla en su capital. En lí­neas generales, David se comportó de manera encomiable. De hecho, su comportamiento hizo que se elogiase a la tribu de Judá por cualidades como la rectitud y la justicia, así­ como por sus servicios a la nación. Uno de estos servicios fue salvaguardar la seguridad nacional, como Jacob habí­a predicho en la bendición que pronunció en su lecho de muerte. En realidad, la mano de Judá estuvo sobre la cerviz de sus enemigos cuando David sojuzgó a los filisteos (que por dos veces habí­an intentado derrocarle en Sión), moabitas, sirios, edomitas, amalequitas y ammonitas. Por consiguiente, con David, las fronteras de Israel se extendieron al fin hasta los lí­mites que Dios habí­a señalado. (Gé 49:8-12; 2Sa 5:1-10, 17-25; 8:1-15; 12:29-31.)
En virtud del pacto eterno para un Reino hecho con David, la tribu de Judá poseyó el cetro y el bastón de mando durante cuatrocientos setenta años. (Gé 49:10; 2Sa 7:16.) Sin embargo, únicamente hubo un reino unido, con todas las tribus de Israel bajo la gobernación de Judá, durante los reinados de David y Salomón. Debido a la apostasí­a de Salomón hacia el final de su reinado, Jehová le arrancó diez tribus al siguiente rey de Judá, Rehoboam, y se las dio a Jeroboán. (1Re 11:31-35; 12:15-20.) Tan solo los levitas y las tribus de Benjamí­n y Judá permanecieron leales a la casa de David. (1Re 12:21; 2Cr 13:9, 10.)

3. El reino de Judá, integrado por Judá y Benjamí­n. (2Cr 25:5.) Después de la muerte de Salomón, las otras diez tribus formaron un reino independiente bajo el efraimita Jeroboán.
Poco tiempo después, en el quinto año de Rehoboam, el rey Sisaq de Egipto invadió el reino de Judá y llegó hasta Jerusalén, capturando a su paso las ciudades fortificadas que halló. (1Re 14:25, 26; 2Cr 12:2-9.)
Por un perí­odo de unos cuarenta años, en el transcurso de los reinados de los reyes de Judá Rehoboam, Abiyam (Abí­as) y Asá, estallaron numerosos conflictos entre los reinos de Judá e Israel. (1Re 14:30; 15:7, 16.) No obstante, Jehosafat, el sucesor de Asá, concertó una alianza matrimonial con Acab, el inicuo rey de Israel. Aunque esta acción supuso paz entre los dos reinos, el matrimonio de Jehoram, hijo de Jehosafat, con Atalí­a, hija de Acab, fue desastroso para Judá. Bajo la influencia de Atalí­a, Jehoram apostató gravemente. Durante su reinado, invadieron Judá los filisteos y los árabes, que tomaron cautivos y mataron a todos sus hijos, excepto a Jehoacaz (Ocozí­as), el más joven. Cuando Ocozí­as ascendió al trono, siguió también las directrices de la inicua Atalí­a. Después de la muerte violenta de Ocozí­as, Atalí­a mató a toda la prole real. Sin embargo, seguramente por dirección divina, se escondió al joven Jehoás, heredero legí­timo del trono de David, de modo que sobrevivió. Mientras tanto, la usurpadora Atalí­a gobernó como reina hasta que el sumo sacerdote Jehoiadá ordenó su ejecución. (2Cr 18:1; 21:1, 5, 6, 16, 17; 22:1-3, 9-12; 23:13-15.)
Aunque Jehoás empezó bien su reinado, después de la muerte del sumo sacerdote Jehoiadá, se apartó de la adoración verdadera. (2Cr 24:2, 17, 18.) Amasí­as, hijo de Jehoás, tampoco observó un proceder justo. Durante su reinado, el reino de diez tribus y el reino de Judá se enfrentaron de nuevo después de años de coexistencia pací­fica: Judá sufrió una derrota humillante. (2Cr 25:1, 2, 14-24.) El siguiente rey de Judá, Uzí­as (Azarí­as) hizo lo justo a los ojos de Jehová, si bien irrumpió en el santuario. Su sucesor, Jotán, también fue un rey fiel. Pero Acaz, hijo de Jotán, se hizo notorio por practicar la idolatrí­a a gran escala. (2Cr 26:3, 4, 16-20; 27:1, 2; 28:1-4.)
En el transcurso del reinado de Acaz, Judá sufrió invasiones edomitas y filisteas, y también incursiones del reino septentrional y de Siria. La coalición siroisraelita llegó a amenazar con derrocar a Acaz y poner como rey de Judá a un hombre que no era del linaje daví­dico. Aunque el profeta Isaí­as le aseguró que esto no sucederí­a, el infiel Acaz sobornó al rey sirio Tiglat-piléser III para que le ayudase. Esta acción imprudente trajo sobre Judá el pesado yugo de Asiria. (2Cr 28:5-21; Isa 7:1-12.)
Ezequí­as, hijo de Acaz, restableció la adoración verdadera y se rebeló contra el rey de Asiria. (2Re 18:1-7.) En consecuencia, Senaquerib invadió Judá y tomó muchas ciudades fortificadas. Sin embargo, no logró ocupar Jerusalén, pues en una noche el ángel de Jehová derribó a 185.000 soldados del campamento de los asirios. Humillado, Senaquerib volvió a Ní­nive. (2Re 18:13; 19:32-36.) Unos ocho años antes, en 740 a. E.C., habí­a llegado el fin del reino de las diez tribus con la caí­da de su capital, Samaria, ante los asirios. (2Re 17:4-6.)
El siguiente rey de Judá, Manasés, hijo de Ezequí­as, restableció la idolatrí­a. No obstante, después que el rey de Asiria lo llevó cautivo a Babilonia, se arrepintió, y a su regreso a Jerusalén emprendió reformas religiosas. (2Cr 33:10-16.) Sin embargo, su hijo Amón volvió a caer en la idolatrí­a. (2Cr 33:21-24.)
La última gran campaña contra la idolatrí­a se produjo en el reinado de Josí­as, hijo de Amón. Sin embargo, en ese tiempo ya era demasiado tarde para que el pueblo en general se arrepintiera de manera genuina. Por lo tanto, Jehová decretó la desolación completa de Judá y Jerusalén. Pero Josí­as murió intentando repeler a las fuerzas egipcias en Meguidó, cuando estas se encontraban en camino para ayudar al rey de Asiria en Carquemis. (2Re 22:1–23:30; 2Cr 35:20.)
Los últimos cuatro reyes de Judá —Jehoacaz, Jehoiaquim, Joaquí­n y Sedequí­as— fueron malos gobernantes. El faraón Nekoh destronó a Jehoacaz, impuso un pesado tributo sobre la tierra de Judá e hizo rey a Jehoiaquim, hermano de Jehoacaz. (2Re 23:31-35.) Más tarde, al parecer después de ocho años de reinado, Nabucodonosor, el rey de Babilonia, que anteriormente habí­a derrotado a los egipcios en Carquemis, hizo de Jehoiaquim un rey vasallo. Jehoiaquim sirvió por tres años al rey de Babilonia, y después se rebeló. (2Re 24:1; Jer 46:2.) Pasado algún tiempo, Nabucodonosor, que al parecer tení­a la intención de llevar como prisionero a Babilonia al rey rebelde, fue contra Jerusalén. (2Cr 36:6.) Sin embargo, Jehoiaquim nunca fue a Babilonia, pues murió de una manera que la Biblia no indica. A su muerte, llegó a ser rey Joaquí­n. Después de gobernar tan solo tres meses y diez dí­as, se rindió voluntariamente a Nabucodonosor, que le condujo al exilio en Babilonia junto con otros miembros de la familia real, así­ como con miles de sus súbditos. Luego Nabucodonosor colocó en el trono de Judá a Sedequí­as, tí­o de Joaquí­n. (2Re 24:6, 8-17; 2Cr 36:9, 10.)
En su noveno año como rey vasallo, Sedequí­as se rebeló y buscó ayuda en la fuerza militar de Egipto contra Babilonia. (2Re 24:18–25:1; 2Cr 36:11-13; Eze 17:15-21.) En consecuencia, Nabucodonosor se dirigió con sus ejércitos contra Judá. El asedio a Jerusalén duró dieciocho meses, hasta que finalmente se abrió brecha en sus muros. Aunque Sedequí­as huyó, fue capturado, se degolló a sus hijos en su presencia y a él se le cegó. Al mes siguiente, condujeron a la mayorí­a de los supervivientes al exilio. A Guedalí­as se le nombró gobernador sobre los pocos habitantes que quedaron en Judá —en su mayor parte gente humilde—, pero después de su asesinato la población huyó a Egipto. Por lo tanto, en el séptimo mes de 607 a. E.C. la tierra de Judá quedó completamente desolada. (2Re 25:1-26; véanse más detalles en los artí­culos sobre cada rey.)

La gobernación no se perdió. Sin embargo, este fin calamitoso del reino de Judá no significó que el cetro y el bastón de mando se habí­an apartado para siempre de la tribu. Según la profecí­a de Jacob en su lecho de muerte, la tribu de Judá tení­a que producir al heredero real permanente, Siló (que significa †œAquel de Quien Es; Aquel a Quien Pertenece†). (Gé 49:10.) Por consiguiente, antes de que se acabara con el reino de Judá, Jehová le dirigió las siguientes palabras a Sedequí­as por medio de Ezequiel: †œRemueve el turbante, y quita la corona. Esta no será la misma. Póngase en alto aun lo que está bajo, y póngase bajo aun al alto. Ruina, ruina, ruina la haré. En cuanto a esta también, ciertamente no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él†. (Eze 21:26, 27.) El que tiene el derecho legal, como lo indicó en su anuncio el ángel Gabriel a la virgen judí­a Marí­a unos seiscientos años después, no es otro que Jesús, el Hijo de Dios. (Lu 1:31-33.) Por lo tanto, es apropiado que Jesucristo lleve el tí­tulo: †œel León que es de la tribu de Judᆝ. (Rev 5:5.)

Comparado con el reino septentrional. El reino de Judá disfrutó de mucha más estabilidad que el reino septentrional y también duró unos ciento treinta y tres años más. A esto contribuyeron varios factores: 1) En armoní­a con el pacto que Dios hizo con David, el linaje real permaneció intacto, mientras que en el reino septentrional menos de la mitad de los reyes tuvieron a sus propios hijos como sucesores. 2) La continuidad del sacerdocio aarónico en el templo de Jerusalén tuvo la bendición de Jehová y facilitó mucho el que la nación infiel volviese a su Dios. (2Cr 13:8-20.) Por otro lado, el reino septentrional consideraba que la adoración de becerros era necesaria para mantener su independencia de Judá, y esta debió ser la razón por la que nunca se intentó erradicarla. (1Re 12:27-33.) 3) Cuatro de los diecinueve reyes de Judá —Asá, Jehosafat, Ezequí­as y Josí­as— se destacaron por su apego a la adoración verdadera y llevaron a cabo importantes reformas religiosas.
Sin embargo, la historia de los dos reinos ilustra lo insensato que es pasar por alto los mandamientos de Jehová y buscar seguridad en las alianzas militares. También se resalta la gran paciencia de Jehová con su pueblo desobediente. En repetidas ocasiones envió a sus profetas con el fin de que su pueblo se arrepintiese, pero muchas veces no se prestó atención a sus advertencias. (Jer 25:4-7.) Entre los profetas que sirvieron en Judá se cuentan Semaya, Idó, Azarí­as, Oded, Hananí­, Jehú, Eliezer, Jahaziel, Miqueas, Oseas, Isaí­as, Sofoní­as, Habacuc y Jeremí­as. (Véase ISRAEL núms. 2 y 3.)

Después del exilio. En 537 a. E.C., el decreto de Ciro permitió a los israelitas volver a la tierra de Judá y reedificar el templo, y en ese tiempo debieron volver a su tierra natal representantes de las diferentes tribus. (Esd 1:1-4; Isa 11:11, 12.) En cumplimiento de Ezequiel 21:27, ningún rey del linaje de David volvió a administrar al pueblo repatriado. También es digno de notar que no se hace ninguna mención de rivalidades tribales, lo que indica que Efraí­n y Judá efectivamente se habí­an unido. (Isa 11:13.)

4. Al parecer es la misma persona que el levita Hodaví­as, o Hodevá, que volvió a Jerusalén con Zorobabel. (Esd 2:40; 3:9; Ne 7:43.)

5. Levita mencionado entre los que regresaron con Zorobabel. (Ne 12:1, 8.)

6. Uno de los levitas que despidieron a sus esposas extranjeras e hijos. (Esd 10:23, 44.)

7. Benjamita que trabajaba en Jerusalén como supervisor después del exilio. (Ne 11:7, 9.)

8. Uno de los que se hallaban en la procesión inaugural que preparó Nehemí­as cuando se terminó la construcción del muro de Jerusalén. (Ne 12:31, 34.)

9. Músico sacerdotal de la procesión inaugural. (Ne 12:31, 35, 36.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

I. El hijo de Jacob

Cuarto hijo de Jacob por Lea (Gn. 29.35) llamado Judá (yehûḏâ); allí se explica que el significado es “alabado”, que se deriva de la raíz ydh, ‘alabar’. Gn. 49.8 ofrece un juego de palabras tomando como base este significado. La derivación se rechaza por muchos, pero no se ha sugerido ninguna otra etimología que haya recibido aceptación general (para la literatura concerniente, véase KB). Judá pronto representó un papel preponderante entre sus hermanos, como se evidencia por el relato de José (Gn. 37.26–27; 43.3–10; 44.16–34; 46.28). Gn. 38, aun cuando arroja luz sobre los comienzos de la tribu de Judá, ocupa sin duda la posición actual para contrastar el carácter de Judá con el de José. Si bien Gn. 49.8–12 no es estrictamente una promesa de realeza para Judá, sino más bien de liderazgo, victoria, y estabilidad tribal, la promesa de *Siloh comprende la realeza en última instancia. Las genealogías de los descendientes de Judá se encuentran en 1 Cr. 2–4.

II. Otros individuos del mismo nombre

Después del exilio babilónico Judá se fue convirtiendo crecientemente en uno de los nombres favoritos entre los judíos. En el AT se mencionan cinco hombres con este nombre, a saber un levita, antecesor de Cadmiel (Esd. 3.9), posiblemente padre o hijo de Hodavías (Esd. 2.40); un levita del retorno bajo Zorobabel (Neh. 12.8); un contemporáneo levítico de Esdras (Esd. 10.23); un benjamita dirigente bajo Nehemías (Neh. 11.9) ; un sacerdote bajo Nehemías (Neh. 12.36). En Neh. 12.34 probablemente se hace referencia a miembros de la tribu en general bajo la denominación de “Judá”. En el NT este nombre está representado por su forma helenizada *Judas.

III. La tribu de Judá

a. Desde el éxodo hasta Saúl

Judá no representa ningún papel especial en la historia del éxodo, ni de la peregrinación por el desierto, aun cuando corresponde destacar que era el líder de la vanguardia (Nm. 2.9). No hay ningún cambio significativo en las dos cifras del censo de esa época (Nm. 1.27; 26.22).

Acán, miembro de la tribu, provocó la derrota de Israel frente a Hai (Jos. 7). Esta puede ser la razón de la tarea especial encomendada a Judá, la de dirigir un ataque independiente contra los cananeos (Jue. 1.1–2). No se da ninguna explicación, pero resulta claro que la porción de Judá le fue asignada no por suertes en Silo (Jos. 18.1–10), sino antes de su conquista (Jue. 1.3); cf. el tratamiento similar de Efraín y la media tribu de Manasés (Jos. 16–17). Estaba limitada al N por las porciones de Dan y Benjamín, y tenía dirección aproximadamente de E a O a partir del extremo N del mar Muerto, el S de Jerusalén y la tetrápolis gabaonita al Mediterráneo. Sus fronteras occidental y oriental las constituían el Mediterráneo y el mar Muerto, y se extendía hacia el S hasta donde lo permitían los cultivos (cf. Jos. 15).

Judá primeramente invadió buena parte de la llanura costera, la que a poco sería ocupada por los filisteos (Jue. 1.18), pero evidentemente se retiró pronto de la lucha (Jue. 1.19; 3.3; Jos. 11.22; 13.2–3). Puesto que la mejor parte de lo que le fue asignado a Judá fue lo que voluntariamente cedió a Simeón (Jos. 19.1, 9), es razonable suponer que esperaba contar con Simeón como parachoques entre ella y la llanura costera no conquistada.

El relato de la conquista del S en Jue. 1.1–17 se ha interpretado ampliamente en el sentido de que Judá (y otras tribus) entraron en la tierra prometida desde el S antes de la invasión bajo Josué (cf. H. H. Rowley, From Joseph to Joshua, 1950, pp. 4s, 101s, 110ss, con literatura), pero toda la tendencia de los descubrimientos arqueológicos modernos parece ser contraria a esta teoría, la que es inaceptable también por otras razones de tipo general.

La imposibilidad de mantener el dominio de Jerusalén (Jue. 1.8, 21), combinada con la existencia de la semiindependiente tetrápolis gabaonita (Jos. 9; 2 S. 21.1–2), creó una frontera psicológica entre Judá y las tribus centrales. Aun cuando no existía ninguna barrera para las comunicaciones (cf. Jue. 19.10–13), Judá tiene que haber mirado crecientemente hacia el S, hacia Hebrón, más bien que al santuario en Silo. Mientras que Judá proporcionó el primero de los jueces, Otoniel (Jue. 3.9–11), y compartió la acción micial contra Benjamín (Jue. 20.18), no parece habérsele requerido que se uniera en la lucha contra Jabín y Sísara (Jue. 5). Como consecuencia, cuando Judá se hizo tributaria de los filisteos (Jue. 15.11), no parecería haber apelado a las otras tribus, a las que parecería no haberles importado la cuestión.

Parecería que el hecho de esta división fue aceptada generalmente, porque ya para la época de Saúl vemos que al contingente de Judá se lo menciona separadamente (1 S. 11.8; 15.4; 17.52; 18.16).

b. Bajo David y Salomón

Después de la muerte de Saúl este cisma creciente se perpetuó al ser coronado David como rey de Judá en Hebrón (2 S. 2.4). A. Alt probablemente tenga razón al sostener (“The Formation of the Israelite State in Palestine”, en Essays on Old Testament History and Religion, 1966, pp. 216ss) que la coronación de David como rey sobre “todo Israel” (2 S. 5.1–5) lo hacía rey de un reino doble en el que Judá mantuvo su identidad independiente. Por cierto que durante la rebelión de Absalón Judá parece haber mantenido su neutralidad, mientras que el N siguió al rebelde.

No hay pruebas de que Salomón haya evidenciado alguna medida de favoritismo para con Judá en comparación con las demás tribus, por cuanto “un intendente general sobre todo el país” (1 R. 4.19, °vp) tiene que referirse a Judá (°nbe).

IV. El reino de Judá

a. Sus relaciones con Israel

Si la opinión de A. Alt es correcta, Judá e Israel, al aceptar reyes diferentes, obraron de conformidad con sus derechos como entidades políticas separadas. Aparte de Jeroboam mismo, los reyes de Israel no parecen haber procurado la destrucción de Judá (cf. 2 R. 14.13–14), y los profetas jamás cuestionaron el derecho de Israel a existir, aun cuando preveían que retornaría a la lealtad a “David”.

La herencia de las riquezas de Salomón parecía haberle dado a Judá una ventaja en el momento de la separación, a pesar de que sus tierras eran menos fértiles, y de que tenía menos población en comparación con el N. A pesar de las opiniones contrarias, no hay pruebas de que más tarde Roboam haya desoído la orden de Semaías (1 R. 12.22–24) y haya atacado a Jeroboam. La sugestión de que el ataque de Sisac contra Judá (1 R. 14.25–26) tenía como fin apoyar a su aliado Jeroboam no ha podido proporcionar pruebas adecuadas en su apoyo. La pérdida consiguiente de la riqueza que Salomón había logrado acumular, aun cuando Israel pareciera haber sufrido también como consecuencia del ataque de Sisac, significó que Judá habría de ocupar en forma permanente una posición de inferioridad material en comparación con Israel. Los elementos de juicio sugieren que Judá requería una Israel próspera para lograr su propia prosperidad.

Una prueba efectiva de la prosperidad absoluta, más bien que relativa, de Judá es la capacidad que demostró de controlar a Edom, o por lo menos lo suficiente de su territorio como para proteger la ruta comercial al golfo de Acaba. Roboam no hizo ningún esfuerzo por mantener el dominio precario que tuvo su padre sobre la zona. Evidentemente Josafat subyugó completamente al país (1 R. 22.47), pero luego tuvo que instalar a un rey vasallo (2 R. 3.9). Edom reconquistó su independencia bajo su hijo Joram (2 R. 8.20–22). Amasías reconquistó Edom alrededor de medio siglo más tarde (2 R. 14.7). Esta vez la conquista fue más efectiva, y sólo en ocasión de los problemas que hubo durante el reinado de Acaz, 60 años más tarde, Edom pudo finalmente verse libre (2 R. 16.6). Después de esto Judá ni siquiera parece haber intentado otra conquista.

Cierto grado de paridad entre los reinos sólo fue posible tras una decisiva victoria por Abías (o Abiam) (2 Cr. 13). Asa, enfrentado al diestro Baasa, pudo mantenerla sólo mediante el recurso de aliarse con Ben-hadad, rey de Damasco (1 R. 15.18–20). La dinastía de Omri, perturbada tanto por el creciente poderío de Damasco, como más todavía por la amenaza de *Asiria, hizo un tratado de paz con Judá, tratado que fue luego sellado por el matrimonio de Atalía, hija de Acab, o tal vez hermana (2 R. 8.26), con Joram. Sostienen muchos que en esta época Judá era vasalla de Israel. Lejos de ser así, sin embargo, las pruebas de que se dispone indican que Josafat usó a Israel como parachoques entre él y Asiria. Esta es la explicación más probable de la razón por la cual Judá no figura en la lista de los enemigos de Salmanasar en la batalla de Carcar, como tampoco en el “Obelisco negro”. Parece haberse limitado a observar simplemente, con la sola excepción de la batalla de Ramot de Galaad (1 R. 22.1–38), mientras Israel y Damasco se despedazaban mutuamente. En consecuencia, hacia el final de su largo reinado, se sintió lo suficientemente fuerte como para rechazar el pedido de Ocozías de que se unieran para ir a Ofir después del fracaso del primero (1 R. 22.48–49 comparado con 2 Cr. 20.35–37). La relativa igualdad entre los reinos en esta época se ve en el hecho de que Jehú, aun cuando había matado a Ocozías de Judá (2 R. 9.27), no se aventuró a llevar a cabo su campaña contra Baal en Judá, ni, por otra parte, intentó Atalía vengar la muerte de su hijo.

En el siglo entre el ascenso de Jehú y la muerte de Jeroboam II y de Uzías la suerte de Judá parece haber seguido pareja con la de Israel, tanto en lo que se refiere a aflicción como a prosperidad. Probablemente lo último llegó más lentamente al S, así como la vacuidad de su prosperidad se reveló algo más tardíamente allí que en Israel.

b. Enemigos foráneos iniciales

Hasta el momento del colapso de Israel la historia de Judá se vio muy poco expuesta a amenazas externas. La invasión de Sisac representa un último intento por parte del antiguo poderío Egipcio, hasta que el avance as. lo obligó a adoptar medidas de autodefensa. Los filisteos habían sido debilitados a tal punto que los vemos en el papel de agresores únicamente cuando Judá se mostraba más débil aun, es decir bajo Joram (2 Cr. 21.16) y Acaz (2 Cr. 28.18). En la cúspide del poder de Hazael, cuando ya prácticamente había destruido a Israel, Joás fue obligado a hacerse tributario de Damasco, pero esta situación no puede haber durado mucho. En realidad las dos amenazas principales de este período provenían de los repentinos movimientos de los nómadas y seminómadas del desierto que de tiempo en tiempo se daban. Zera, “cusita” (°vm; 2 Cr. 14.9) probablemente era ár. (cf. Gn. 10.7) y no etíope (°vrv2), e. d. sudanés. El segundo tuvo su origen en un movimiento repentino de los habitantes de las tierras esteparias de la Transjordania (2 Cr. 20.1, 10).

c. Judá y Asiria

Como se ha indicado más arriba, los avances iniciales de Asiria no parecen haber afectado a Judá. Cuando Damasco e Israel atacaron a Acaz (2 R. 16.5), se trataba de un último intento desesperado de aglutinar los remanentes del O contra el avance de Tiglat-pileser III. No hay base para pensar que Judá haya sido amenazada por los asirios, porque hasta que quisieron desafiar a Egipto no tenían por qué alarmarla avanzando prematuramente hacia sus fronteras desérticas. Al aceptar la soberanía de Asiria Acaz selló el destino de Judá. Por una parte, siguió siendo vasalla hasta que se hizo evidente la cercana ruina de Asiria (612 a.C.); por otra parte, se vio envuelta en las intrigas iniciadas por Egipto, por las que tuvo que sufrir a su vez. La revuelta de Ezequías en el 705 a.C., aniquilada por Senaquerib cuatro años más tarde, redujo a Judá a una sombra de lo que había sido; por lo menos dos tercios de la población pereció o fue llevada en cautiverio, y perdió una buena proporción de su territorio. Para mayores detalles, véase J. Bright, A History of Israel², 1972, pp. 282–286, 296–308; DOTT, pp. 64–70.

d. Avivamiento y caída

Bajo el joven Josías comenzó un avivamiento del fervor religioso y nacionalista poco después de la muerte de Asurbanipal (631 a.C.), cuando la debilidad de Asiria ya se estaba haciendo evidente. Las etapas de la reforma indicadas en 2 Cr. 34.3, 8 señalan cuán íntimamente entrelazadas se habían vuelto la religión y la política, ya que cada etapa constituía en sí misma también un rechazo del control religioso as., y por consiguiente también del político. Hacia la culminación de la reforma en el 621 a.C. Josías, si bien es probable que todavía era nominalmente tributario de Asiria, en realidad era independiente. Con o sin la aprobación de su señor nominal se hizo cargo de las provincias as. de Samaria y del E de Galilea (2 Cr. 34.6), e indudablemente recuperó el territorio que Ezequías había perdido como castigo por su rebelión. No existen pruebas adecuadas de que la incursión escita, que tuvo tanto que ver con la herida mortal que sufrió Asiria, haya afectado o siquiera alcanzado a Judá.

No hay indicios que indiquen que Josías haya ofrecido oposición a la expedición del faraón Samético en auxilio de Asiria en el 616 a.C., pero cuando el faraón Necao repitió la expedición en el 609 a.C., Josías evidentemente sintió que ante la nueva posición internacional su única posibilidad de mantener la independencia de Judá consistía en luchar. En la batalla que se libró en Meguido, empero, fue muerto. No hay elementos para apoyar la sugerencia de que actuaba como aliado de la nueva estrella que se levantaba en *Babilonia, aun cuando no se debe descartar la posibilidad.

Egipto marcó su victoria deponiendo a Joacaz hijo de Josías y poniendo en su lugar a su hermano Joacim, el que, no obstante, tuvo que aceptar el señorío babilónico poco después de la victoria de Nabucodonosor en Carquemis (605 a.C.) (Dn. 1.1; 2 R. 24.1). En el 601 a.C. Nabucodonosor fue detenido por Necao en una batalla cerca de la frontera egp., y al retirarse hacia Babilonia Joacim se rebeló. Judá fue saqueada por tropas bab. y reclutas auxiliares (2 R. 24.2). Joacim murió una muerte oscura en dic. del 598 a.C., antes de poder sufrir la pena total por la rebelión, y Joaquin, su hijo de 18 años de edad, entregó a Jerusalén en manos de Nabucodonosor el 16 de marzo del 597 a.C.

Su tío Sedequías fue el último rey de Judá, pero se rebeló en el 589 a.C. Ya para enero del 588 a.C. los ejércitos bab. se encontraban a las puertas de Jerusalén. En julio del 587 a.C. abrieron una brecha en el muro, Sedequías fue capturado, y sufrió el destino del traidor (2 R. 25.6–7); un mes más tarde la ciudad fue quemada y los muros derrumbados.

e. La religión bajo la monarquía

La religión popular probablemenente estaba tan degradada por conceptos relacionados con la religión de la naturaleza como en Israel, pero su relativo aislamiento y su apertura al desierto tiene que haber hecho que sufriese menos la influencia de las formas cananeas. La falta de santuarios importantes (sólo Hebrón y Beerseba nos son conocidos, con Gabaón en Benjamín) aumentó la influencia de Jerusalén y su templo salómico. Es dudoso que alguno de los reyes de Israel hubiese podido siquiera intentar las reformas centralizadoras de Ezequías y Josías. El pacto davídico (2 S. 7.8–16), mucho más que la atmósfera general de la “media luna fértil, hizo que el rey fuese el líder indiscutido de la religión nacional, aun cuando le estaban vedadas funciones cúlticas (2 Cr. 26.16–21).

El poder del rey podía usarse para el bien, como en las reformas, pero en los casos en que la política nacional parecía requerir la aceptación del culto a Baal, como bajo Joram, Ocozías, y Atalía, o el reconocimiento de las deidades astrales as., como bajo Acaz y Manasés, no existía poder efectivo alguno que pudiese oponerse a la voluntad real. La autoridad real en materia religiosa también tiene que haber contribuido a hacer que el culto oficial no significase para muchos más que una cuestión externa y oficial.

f. El exilio (597–538 a.C.)

Aparte de un número no especificado de cautivos ordinarios destinados a la esclavitud, Nabucodonosor deportó la crema de la población en el 597 a.C. (2 R. 24.14; Jer. 52.28; la diferencia en las cifras se debe indudablemente a que se refieren a diferentes categorías de cautivos). Unos cuantos, incluida la familia real, se convirtieron en “huéspedes” de Nabucodonosor en la ciudad de Babilonia; otros, p. ej. Ezequiel, fueron ubicados en comunidades en el territorio de Babilonia, donde aparentemente gozaron de plena libertad, salvo el derecho a cambiar de domicilio; los artesanos con experiencia se convirtieron en integrantes de un equipo laboral móvil, del que se valió Nabucodonosor en sus proyectos de edificación. La destrucción de Jerusalén sirvió para agregarle al total general de cautivos (2 R. 25.11), y Jer. 52.29 muestra que hubo otro grupo más de deportados. El asesinato de Gedalías, a quien Nabucodonosor había designado gobernador de Judá, llevó a una huida en gran escala hacia Egipto (2 R. 25.25–26; Jer. 41.1–43.7). Esta, a su vez, fue seguida en el 582 a.C. por otra deportación, obviamente punitiva, a Babilonia (Jer. 52.30).

Como consecuencia de las deportaciones y huidas Judá quedó, y permaneció, virtualmente vacía (véase W. F. Albright, The Archaeology of Palestine², 1954, pp. 140–142). El territorio al S de una línea entre Bet-sur y Hebrón parece haber sido separado de Judá en el 597 a.C.; hacia dicho territorio se trasladaron gradualmente los edomitas. Como consecuencia de ello, dicha región dejó de pertenecer a Judá hasta su captura por Juan Hircano después del 129 a.C. y el judaizamiento forzado de su población. Lo demás fue puesto bajo el dominio del gobernador de Samaria, y se lo mantuvo virtualmente vacío en forma deliberada; no hay pruebas de su infiltración por otros pueblos. Puede presumirse que Nabucodonosor pensaba seguir la práctica corriente as.-bab. de trasladar pobladores de otras zonas conquistadas (cf. 2 R. 17.24), pero que por alguna razón se abstuvo de hacerlo.

V. Judá en la época posexílica

a. Restauración

Babilonia cayó ante Ciro en el 539 a.C., y al año siguiente este ordenó la reconstrucción del templo de Jerusalén (Esd. 6.3–5); a esto agregó la autorización para que los deportados y sus descendientes pudiesen regresar (Esd. 1.2–4). La lista de nombres, que comprendía un total de unas 43.000 personas, en Esd. 2 bien pudiera abarcar el período 538–522 a.C., pero no hay bases sólidas para dudar de que se produjo un movimiento inmediato y considerable ante el decreto de Ciro.

Sesbasar, miembro de la familia real davídica, parece haber sido comisionado por Ciro como encargado de vigilar la reedificación del templo; habría regresado (o muerto [?]) después de poner los cimientos (Esd. 5.14, 16). No hay indicios de que Judá fuera independiente políticamente del distrito de Samaria hasta la época de Nehemías; el título de “gobernador” que se le da a Sesbasar es demasiado específico como traducción de pēḥâ. Zorobabel, probablemente heredero forzoso de la casa real, no parece haber ostentado ninguna posición oficial, siendo el título de pēḥâ en Hag. 1.1; 2.21 probablemente honorífico: nótese que no aparece en Esd. 5.3–17. Otros líderes judíos llevaron el título de pēḥâ en las décadas siguientes, siendo designados así por los persas.

Para la época de Esdras, en la segunda mitad del ss. IV, ya resultaba evidente a la mayoría que la independencia y la restauración políticas de la monarquía davídica no eran sino una esperanza para un futuro más lejano. Esdras transformó a los judíos en una “iglesia” a partir del estado nacional, haciendo que el guardar los preceptos de la Torá constituyese su razón de existir. La insigficancia política de Judea bajo los persas, y las condiciones relativamente pacíficas del país, favorecieron la instrucción ordenada de la masa del pueblo en la Torá. La única revuelta política durante este período puede haber sido la deportación a Babilonia e Hircania, si bien muchos lo ponen en tela de juicio (cf. Jos., Contra Pelag Apionem 1.194).

b. El fin de Judá

Las campañas de Alejandro Magno no pueden haber afectado grandemente a Judea, pero al haber fundado Alejandría hizo posible una dispersión occidental, y en buena medida voluntaria, que pronto rivalizó con la de Babilonia y Persia en cuanto a cantidad, y la sobrepasó en riqueza e influencia. La división del imperio de Alejandro entre sus generales significó que Palestina se convirtiera en territorio discutible, reclamado por Siria y Egipto. Hasta el 198 a.C. estuvo generalmente en manos de los Tolomeos egp., pero luego se convirtió en parte del imperio seléucida sirio.

Las extravagancias de las acaudaladas clases altas y helenizadas de Jerusalén, en buena proporción sacerdotes, y los desequilibrados esfuerzos de Antíoco Epífanes (175–163 a.C.) por helenizar su imperio, que lo llevaron a prohibir la circuncisión y la observancia del día de reposo, y a exigir el culto a las deidades griegas, provocaron el surgimiento de una alianza movida por el celo religioso y un nacionalismo latentes. Los judíos obtuvieron primero la autonomía religiosa y luego la libertad política (140 a.C.) por primera vez desde Josías. Para el 76 a.C. sus fronteras se extendían virtualmente desde la Dan tradicional hasta Beerseba. Para la historia de este surgimiento meteórico, y el repentino colapso, véase * Ismael.

Cuando los romanos destruyeron los últimos vestigios de independencia política en el 70 d.C., y especialmente luego de aplastar el intento revolucionario de Barcoquebá en el 135 d.C., Judea dejó de ser tierra judía, pero el nombre de Judá en su forma de judío se convirtió en el título de todos los dispersos por el mundo entero que se aferraban a la ley mosaica, cualquiera fuese su origen tribal o nacional.

Bibliografía. °J. Bright, La historia de Israel, 1966; °W. F. Albright, Arqueología de Palestina, 1962; °K. F. Bruce, Israel y las naciones, 1979; R. de Vaux, Historia antigua de Israel, 1975, t(t). I, pp. 61–85; H. Cazelles, Historia política de Israel, 1984; S. Herrmann, Historia de Israel, 1979.

Los descubrimientos arqueológicos han hecho que todos los comentarios de otras épocas sobre el tema queden en mayor o menor medida desactualizados. John Bright, A History of Israel², 1972, ofrece una presentación actualizada y equilibrada con mención de la literatura más importante. Véase A. R. Millard, “The Meaning of the Name Judah”, ZAW 86, 1974, pp. 246s. Para el texto de Reyes véase J. A. Montgomery y H. S. Gehman, The Books of Kings, ICC 1951. Para textos extrabíblicos que mencionan a Judá, véase J. B. Pritchard, ANET³, 1969; y DOTT. Para el período posexílico véase W. O. E. Oesterley, A History of Israel, 2, 1932; F. F. Bruce, Israel and the Nations, 1963.

H.L.E.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Judá es el nombre de uno de los patriarcas, el nombre de la tribu considerada su descendencia, el nombre del territorio ocupado por la misma, y también el nombre de varias personas mencionadas en el Antiguo Testamento

El patriarca

Cuarto hijo de Jacob y Lía, cuya exclamación al momento de su nacimiento: “Ahora alabaré al Señor”, se da como la razón etimológica para el nombre “Judá”, que se deriva del verbo hebreo “alabar” (Gén. 29,35). Fue Judá quien intercedió ante sus hermanos para salvar la vida de José, al proponer que fuese vendido a los ismaelitas (Gén. 37,26-27). Aunque no era el hijo mayor de Jacob, se le representa asumiendo un rol importante y predominante en los asuntos familiares. En ocasión del segundo viaje a Egipto fue él quien convenció al afligido Jacob de que dejara partir a Benjamín (Gn. 43,3-10), por quien ruega conmovedoramente ante José después del incidente de la copa, ofreciéndose a ser retenido como esclavo en su lugar (Gén. 44,18ss.). Este ruego sincero hace que José les descubra su identidad a sus hermanos (Gén. 45,1ss.). Judá es el escogido por Jacob para precederlo a Egipto y anunciar su llegada (Gn. 46,28), y más tarde se enfatiza su prestigio en la famosa profecía enunciada por Jacob (Gén. 49,8-12). A Judá le nacieron cinco hijos, a saber, con la hija de Súa tuvo a Er, Onán y Selá; y de Tamar tuvo a Fares y Zéraj (Gn. 38). Según el Primer Evangelio, es a través de Fares que se traza el linaje mesiánico.

La tribu de Israel

Nombrada igual que el cuarto hijo de Jacob. El indiscutible predominio y misión providencial de esta tribu, predichos en Gén. 49,8-10, aparecen desde el tiempo del Éxodo y a través de la historia ulterior de los israelitas. Judá predominó en términos numéricos desde el principio. Cuando se hizo el primer censo después de la salida de Egipto, contaba con 74,600 hombres aptos para la guerra, mientras que Dan, la tribu más grande, contaba sólo con 62,700, y la más pequeña, Manasés con sólo 32,200. Naasón, hijo de Aminadab, fue el jefe de la tribu durante el período de la marcha por el desierto. Caleb, hijo de Yefunné, (Núm. 13,6) representó a la tribu en el grupo de espías enviados a explorar la tierra de Canaán. Al tomar el segundo censo de los israelitas en la planicie de Moab, Judá tenía 76,500 guerreros. Los nombres de las principales familias de la tribu aparecen en Núm. 26,19-21, y más completamente en 1 Crón. 2. Caleb fue uno de los jefes seleccionados para establecer la división de la tierra entre las tribus, y cuando cruzaron el Jordán, la tribu de Judá, junto con la de Simeón, Leví, Isacar, Efraín y Manasés, fue designada para “bendecir al pueblo” desde la cima del Monte Garizim (Dt. 27,12).

Después de la muerte de Josué, la tribu de Judá fue escogida para ser la vanguardia en la guerra contra los cananeos. Este honor no fue tanto un reconocimiento de la fuerza numérica de la tribu, sino más bien de las promesas que había recibido (Gén. 49,8-10) y las esperanzas de su glorioso destinofundado en estas promesas (Jc. 1,1-2). De nuevo Judá fue escogida por el oráculo divino para liderar el ataque contra Guibeá y los benjaminitas (Jc. 20,18).

Las murallas naturales que rodeaban su país salvaron a sus habitantes de muchas de las invasiones que perturbaban a sus hermanos norteños; pero los hijos de Amón cruzaron el Jordán, asolaron a Judá, y las montañas probaron ser inefectivas para repeler a los filisteos (Jc. 10,9; 1 Sam. 17,1). Cuando Saúl perseguía a David, la tribu de Judá mostró gran lealtad a éste, y poco después de la muerte de Saúl, David fue cálidamente coronado en Hebrón (2 Sam. 2,4.7.10) donde reinó por siete años (2 Sam. 5,5). Cuando ocurrió el desafortunado cisma bajo Roboam, sólo las tribus de Judá y Benjamín permanecieron fieles a la Casa de David (1 Ry. 12,20), y desde ese momento el reino del sur fue conocido como el Reino de Judá. Después del Cautiverio los miembros de Judá estuvieron entre los primeros en regresar a Jerusalén y comenzar la reconstrucción del Templo (Es. 1,5; 3,9); en fin, el nombre “judíos” (Judæi), con el cual se designa a los israelitas post-exílicos y sus descendientes, es, por supuesto, derivado de Judá. Así que la historia del Pueblo Escogido es en gran medida la historia de las varias vicisitudes de la tribu predominante de Judá. Su gloria y ascendencia militar llegó a su cúspide en la persona de David, el “león de Judá”. Pero el verdadero león de la tribu de Judá es Cristo, el hijo de David (Apoc. 5,5).

El territorio

La tribu de Judá ocupó un territorio bastante extenso en el sur de Palestina. Colindaba en el norte con Dan y Benjamín, en el este con el Mar Muerto, en el sur con Simeón, y en el oeste con la Sephela o planicie de los filisteos. En Josué (15,21-62) se mencionan las principales ciudades de Judá. El escritor sagrado divide las ciudades en dos grupos, a saber: las del sur colindantes con Idumea, las de la planicie occidental, las de la montaña, y finalmente las del desierto. Entre todas cuentan con 134 ciudades, de las cuales la mitad ha sido identificada con cierto grado de certeza. El ferrocarril construido desde Jaffa a Jerusalén pasa a través de la esquina del territorio de Judá, cuyo aspecto es una serie de colinas cubiertas con hierba verde y flores en primavera, pero áridas y resecas durante el resto del año. Un moderno camino para carruajes va de Jerusalén a Hebrón, el cual yace en un fértil valle entre dos filas de verdes colinas. Campos cultivados aquí y allá saludan al viajero. Las colinas están cubiertas de hileras de jardínes y viñedos, entre los que se hallan grutas y laberintos que antes servían de escondites. El reino de Judá, que data del principio del reinado de Roboam, fue llamado así en oposición al Reino del Norte, o Israel. La capital, Jerusalén, estaba situada en la línea fronteriza entre Judá y Benjamín.

Bibliogrfía: LEGENDRE in VIG., Dict. de la Bible, s.v.

Fuente: Driscoll, James F. «Juda.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/08536a.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina.

Fuente: Enciclopedia Católica