v. Vida, Vida Eterna
Rom 2:7 a los que .. buscan gloria y honra e i
1Co 15:53 necesario que .. mortal se vista de i
1Ti 6:16 el único que tiene i, que habita en luz
Inmortalidad (gr. athanasía, «inmortalidad»; qftharsía, «incorruptibilidad»). Este término ocurre sólo 5 veces en la Biblia; «inmortal» (gr. áfthartos) aparece 2 veces. Se califica a Dios como inmortal (1 Tit 1:17; Rom 1:23) y como el único que posee inmortalidad (1 Tit 6:16). Se afirma que el cristiano que busca inmortalidad (Rom 2:7), la cual Cristo trajo a la luz a través del evangelio (2 Tit 1: 10 ), la recibirá «a la final trompeta» (1Co 15:52-54). Es obvio que ninguno de estos pasajes otorga el más mínimo apoyo a la idea ampliamente difundida de que la inmortalidad es inherente al hombre. De acuerdo con Gen 2:7, en la creación, el hombre llegó a ser «un alma viviente» como resultado de la recepción del aliento de vida que Dios le impartió. De esta manera queda establecido el principio de que la vida se derivó del Creador; el corolario de este principio es que la continuidad de la vida humana está en las manos de Dios. Esta es la base filosófica de la doctrina bíblica de la resurrección (Dan 12:2; 1Co 15:51-54; 1Th 4:16, 17). El destino del no redimido no es la inmortalidad en el infierno, sino la no recepción de la vida eterna. Las Escrituras declaran con respecto al impío: «De Dios descendió fuego del cielo, y los consumió» (Rev 20:9). Por contraste, quien cree en Cristo no perecerá sino que tendrá «vida eterna» (Joh 3:16; cf v 36); a la «final trompeta» se vestirá de «inmortalidad» (1Co 15:51-53; cf 2Co 5:4). Contrariando la doctrina bíblica, a través de los siglos muchos teólogos han enseñado: el hombre es inherentemente inmortal. Pero otros han defendido la inmortalidad condicional. Entre estos está William Temple, último arzobispo de Canterbury, que escribió: «El hombre no es inmortal por naturaleza o por derecho; pero es susceptible de inmortalidad y se le ofrece la resurrección de la muerte y la vida eterna si desea recibirlas de Dios y en los términos divinos». Y Emil Brunner, de la Universidad de Zurich, declaró: «La opinión de que los hombres son inmortales porque sus almas son de esencia indestructible, acaso divina, es definitivamente irreconciliable con la visión bíblica de Dios y del hombre». Además, el NT dice que el hombre, por su aceptación de Cristo, puede disfrutar de un goce anticipado de inmortalidad en su experiencia espiritual de la vida presente. «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Joh 17:3; cf Rom 6:8; 8:11), La vida eterna, o inmortalidad, es un don de la gracia de Dios a quienes tienen fe. La idea de que un «alma» pueda tener existencia consciente separada del cuerpo, o que posea una esencia inmortal, es totalmente ajena a la Biblia. Este concepto se originó en las antiguas religiones paganas y los sistemas filosóficos de Grecia y de Egipto, y no tiene apoyo en los escritos inspirados. No hay nada en las palabras traducidas como «alma», o en su uso en la Biblia, que implique ni remotamente una entidad consciente que sobreviva al cuerpo después de la muerte, o a la que se le atribuya inmortalidad. En realidad, el NT enseña específicamente que el alma (psuje) se destruye junto con el cuerpo en el «infierno» (Mat 10:28). Véase Alma. Bib.: William Temple, Nature, Man, and God [Naturaleza, hombre y Dios] (Nueva York, Macmillan & Co., Ltd., St. Martin’s Press, 1949), p 472; Emil Brunner, Eternal Hope [Esperanza eterna] (Traducido por Harold Knight y publicado en 1954 por la Westminster Press de Philadelphia), pp 105, 106. Inmortalidad del alma. Véase Inmortalidad. Inmundo. Véase Impureza.
Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico
griego athanasía. En el A. T., no se encuentra un término que corresponda a i. Existen ideas vagas sobre la supervivencia después de la muerte, no existe el concepto de alma inmortal, que nosotros tenemos. El ser humano no moría del todo, continuaba su existencia de manera pasiva en una región oscura llamada el Seol, donde permanece en la soledad, en el mundo de las sombras, sin relación con Dios ni con los hombres, Jb 10, 21; 17, 11-16; 26, 5; Sal 88 (87), 11; 94 (93), 17; 115 (113 B), 17. Sólo Dios es eterno, Dt 32, 40; lo cual se afirma frente a los otros dioses, Sal 96 (95), 5; 106 (105), 8-48; 115 (113 B), 3-8; Jr 10, 11. E poder sobre la muerte lo tiene Dios el arrebató a Henoc y a Elías, sin que experimentaran la muerte, Gn 5, 24; 2 R 2, 10-11; Hb 11, 5.
La palabra i. se emplea en el N. T. referida a Dios y se dice que sólamente él es inmortal, 1 Tm 6, 16. La vida después de la muerte no se atribuye a la i. del hombre sino a la ® resurrección, 1 Co 15, 52-55.
Diccionario Bíblico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003
Fuente: Diccionario Bíblico Digital
ver ESCATOLOGíA .
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
(que no muere).
La Biblia dice que el hombre y la mujer son «inmortales», y que no sólo no morirá su alma, sino que vivirán eternamente, en cuerpo resucitado, con la misma personalidad que tuvieron en la tierra: (1Co 15:53).
Y vivirán, en cuerpo y alma, eternamente en el Infierno, así dice en Mat 10:28 : (el cuerpo y el alma); o eternamente en el Cielo, Luc 16:19-31, Job 19:23-27, I Cor.15:53, Luc 23:43, Jua 11:25, Rom 2:7, 2Co 5:1, 2Co 10:1, 1Ti 6:16.
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
La vida que no cesa, aquella que no es mortal. En la cultura mesopotámica se pensaba que el hombre había sido creado como ser mortal. Otras religiones hablan de la i. del alma. Pero según la Biblia el hombre entero, cuerpo y alma, no fue creado para la mortalidad. La muerte es una intrusión en la historia. Sin embargo, los santos del AT no tenían la revelación de todas las implicaciones de esta verdad. No obstante, en Isa 25:8 se promete: †œDestruirá [Dios] a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros†. Y en Isa 26:19 se lee: †œTus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán†. La profecía de Isa 53:10 (†œCon todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días…†) no era algo que se entendía con claridad, pues hablaba de la muerte y de una vida posterior.
Fue el Señor Jesús quien †œquitó la muerte y sacó a luz la vida y la i. por el evangelio† (2Ti 1:10). Es en el NT donde se trata de la i. Los términos griegos que se utilizan son athanasia y aphtharsia. Dios es el †œúnico que tiene i.† (1Ti 6:16). Dios da †œvida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e i.† (Rom 2:7). El adjetivo aphthartos se emplea para señalar la idea de †œcosa que no se corrompe† (†œ… y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible…† [Rom 1:23]; †œ… para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible† [1Co 9:25]). En 1Co 15:53-54 se lee: †œPorque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción…. y esto mortal se haya vestido de i….† La referencia aquí es a un cuerpo que no morirá, el cual Dios dará a los suyos en la †¢resurrección. Por eso Pedro dice que la herencia del cristiano es incorruptible (1Pe 1:4).
el pensamiento extrabíblico se cree generalmente que el alma o el espíritu del hombre son inmortales. La idea de i. que así se propaga hace énfasis en que el alma sigue existiendo aun después de la muerte. Pero la Biblia habla de una muerte primera y otra segunda. La i. de la cual habla la Biblia es aquella que sobrevive a la primera y no conoce la segunda. Por otra parte, la i. de las Escrituras está relacionada con el don que recibe el hombre de un nuevo †œcuerpo espiritual† en la resurrección, que no conocerá deterioro ni corrupción. Como se ha dicho, sólo Dios es inmortal. Pero él tiene el poder de trasmitir su inmortalidad a los seres mortales. Eso lo hace en una forma que abarca a todo el hombre, espíritu, alma y cuerpo.
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
tip, DOCT
ver, CASTIGO ETERNO, ALMA, CIELO, RESURRECCIí“N, MUERTE
vet, Vida sin fin, exenta de muerte y de aniquilación. Por definición, Dios es el único que tiene inmortalidad (1 Ti. 1:17; 6:16). Solamente El es esencialmente eterno (Sal. 90:2), como lo son el Hijo (He. 13:8) y el Espíritu Santo (He. 9:14). A. La inmortalidad del hombre o del alma humana. En la actualidad es cosa corriente su negación, con la justificación de que sólo Dios posee este atributo (1 Ti. 6:16). También los hay que presentan el texto de Ez. 18:4, «el alma que pecare, ésta morirá». (Cfr. Ro. 6:23: «Porque la paga del pecado es muerte.»). Según se argumenta, así como la muerte provoca la descomposición del cuerpo, así también aniquila el alma pecadora; en base a esta postura, la doctrina de la inmortalidad del alma, lejos de ser bíblica, se basaría en las doctrinas paganas, especialmente las griegas. Para los condicionalistas, nuestra inmortalidad está totalmente sometida a la condición de la fe: el hombre, mortal por naturaleza, es solamente un candidato a la inmortalidad, y su «inmortalización» sería la meta de la redención. La existencia de los pecadores, prolongada más allá de la tumba, sería sólo transitoria, y llegaría finalmente a su extinción. (Véase CASTIGO ETERNO.) Es cierto que los griegos, con Platón de manera particular, creían en la supervivencia del alma, pero de manera bien diferente a la indicada en las Escrituras. Para ellos el alma ya existía antes de la concepción, siendo de esencia divina e inmortal. Al incorporarse a un cuerpo, quedaba encarcelada, y la «salvación» viene a ser para ella su liberación de la corporalidad. Si el alma ha quedado totalmente purificada, vivirá sin cuerpo por toda la eternidad. Es evidente que tales teorías constituyen una negación de la noción bíblica de la resurrección del cuerpo, ligada a la regeneración del alma, que no es ni divina ni preexistente antes del inicio de la vida humana. B. La enseñanza de las Escrituras. Dios sólo posee la inmortalidad, de la misma manera que sólo en El está «la vida», la fuente única de toda existencia (Jn. 1:4; 14:6; Hch. 17:28). Pablo no dice que solamente El es inmortal. Posee esta inmortalidad, y la otorga como un don a las criaturas hechas a su imagen (Gn. 1:27). Los textos bíblicos afirman de una manera evidente lo siguiente: (A) Hay otra vida en el otro mundo para los justos e injustos. Según Jesús, los patriarcas desaparecidos ya durante tanto tiempo seguían vivos (Lc. 20:37-38). Los injustos continúan existiendo en la morada de los muertos (Is. 14:9-10; Ez. 32:21-32). El término usado en Ez. 18:4 se clarifica si se lee toda la frase: «He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare [es decir, la persona que peque, aquella que sea culpable], ésa morirá.» Este texto, así, no indica en absoluto una aniquilación del pecador en el otro mundo. Cristo enseña que los no arrepentidos, a su partida de la esfera terrenal, se hallan plenamente conscientes en un lugar de tormentos (Lc. 16:19-31). (B) La existencia más allá de la muerte física no tendrá fin, ni para salvos ni para perdidos. Naturalmente, la vida eterna de los elegidos no tendrá fin, pero el castigo de los réprobos tendrá la misma duración (Dn. 12:2; Mt. 25:46; Ap. 14:10-11; 20:10). (C) El término inmortalidad, cuando se refiere al hombre, es aplicado al cuerpo resucitado, no al alma (1 Co. 15:53 b). Es el cuerpo corruptible lo que se corrompe y disuelve, y es el cuerpo lo que necesita llegar a la incorruptibilidad e inmortalidad. En cuanto al alma, si bien conoce «la muerte espiritual», no deja de existir, ni en este mundo ni en ultratumba. Se puede decir, así, que el hombre recibe: (I) a partir del comienzo de su vida, con su alma, la existencia sin fin; (II) con el nuevo nacimiento, en su espíritu, la vida eterna; (III) en la resurrección, en su cuerpo, la inmortalidad. (D) Es también indudable que los ángeles son espíritus llamados a una vida sin fin. La Escritura no habla de la inmortalidad limitada al alma, sino del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. El creyente ya tiene ahora la vida eterna (Jn. 5:24; 17:3); a su muerte, su alma pasa a la presencia del Señor (1 Co. 5:3; cfr. 2 Co. 12:2), gozando conscientemente de su compañía (cfr. Lc. 16:22-25); en la resurrección, su cuerpo recibirá la inmortalidad prometida (1 Co. 15:53 b). (Véanse ALMA, CIELO, CASTIGO ETERNO, RESURRECCIí“N, MUERTE.) Bibliografía: Anderson, Sir R.: «Human Destiny» (Pickering and Inglis, Londres s/f); Boettner, L.: «La inmortalidad» (Ed. Clíe, Terrassa, 1976); Lacueva, F.: «Escatología II» (Ed. Clíe, Terrassa, 1983); Pentecost, D.: «Eventos del Porvenir» (Ed. Libertador, Maracaibo, 1977).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
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Cualidad de un ser vivo de no poder morir, ya bien con un concepto biológico de lo que es la muerte, ya bien en un sentido metafórico o místico de diversas significación.
El alma humana y los espíritus angélicos son inmortales, según las creencias cristianas: no tendrán fin.
Y por eso el hombre, que es alma además de cuerpo, resulta inmortal, tanto en el alma que sobrevive al separarse del cuerpo, como en el cuerpo que será reclamado por el alma al final de los tiempos y será de nuevo revitalizado y resucitado, aunque de forma diferente a la fisiológica actual.
(Ver Alma 6.2)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
(v. cielo, hombre, resurrección de los muertos, vida eterna)
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
En el A. T. no se emplea nunca la palabra inmortalidad; únicamente en el libro de la Sabiduría (Sab 3, 4; 4, 1; 8, 13; 15, 3), para significar el estado de la otra vida, en el que el hombre está libre ya de la muerte. En sentido estricto, es decir, para significar la imposibilidad de morir, sólo Dios es inmortal (Rom 1, 23; 1 Tim 1, 17; 6, 16). La experiencia dice que el hombre es mortal, que muere (Sab 7, 1); y, sin embargo, Dios hizo al hombre inmortal, pero por el pecado perdió la inmortalidad (Gén 2; Sab 1, 13; 2, 23; Rom 5, 12; 1 Cor 15, 21). El N. T. habla de inmortalidad en el estado que sigue a la resurrección, cuando nuestro ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15, 53-54). > muerte.
E. M. N.
FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001
Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret
(-> resurrección, almas). Gn 1 y gran parte de la Biblia hebrea suponen que la humanidad puede durar para siempre, pero que los hombres en cuanto individuos son mortales. Sin embargo, de un modo provocador y misterioso, Gn 2-3 afirma que la muerte de los hombres se encuentra vinculada a su propia opción, de manera que ellos mueren porque han comido del árbol del conocimiento del bien y del mal, saliendo así fuera del ámbito de vida de Dios. En esa línea, diversos salmos y, de un modo especial, algunos libros de la tradición apocalíptica y sapiencial (en nuestro caso, 1 Henoc* y Sabiduría*) han supuesto que los hombres pueden ser y son inmortales por gracia*, es decir, si se vinculan a la vida del Dios que no muere. Desde ahí se entiende el Nuevo Testamento, pues Jesús supone siempre que los hombres han sido creados por Dios para la vida, no para la muerte. Pero la muerte existe de hecho y sólo puede ser vencida a través de una intervención especial de Dios, en línea de resurrección*.
(1) Dos esquemas. Inmortalidad y resurrección. De un modo muy general, se suelen distinguir dos visiones de la supervivencia humana, que están presentes en la misma Biblia. (1) La filosofía y religión griegas, en su vertiente platónica, tienden a concebir al hombre como partícipe de la naturaleza divina, que es inmortal; en esa línea se sitúan algunos textos sapienciales de la tradición israelita, aunque ellos no son en su conjunto dominantes dentro de la Biblia. (2) Por el contrario, la religión israelita tiende a presentar al hombre como ser mortal, aunque capaz de ser resucitado por Dios (como supone Dn 12,1-3). En esta segunda perspectiva se sitúa de manera preferente el conjunto del Nuevo Testamento. Esta distinción tiene una parte de verdad y sirve para poner de relieve las tendencias básicas de las dos culturas, como Pablo las vio de alguna forma en 1 Cor 1,22-25: una en la que el hombre forma parte del ser divino (Grecia) y otra en la que el hombre está en manos de su propia acción (que desemboca en la muerte); pero ellas no se oponen, sino que pueden y deben complementarse.
(2) Inmortalidad como esquema dominante. Libro de la Sabiduría. Los dos esquemas (de inmortalidad y de resurrección) no se excluyen, aunque puede dominar uno u el otro. En el conjunto de la Biblia y en el Nuevo Testamento es dominante el modelo de la resurrección. Por el contrario, en el libro de la Sabiduría parece dominante el esquema de la inmortalidad. «Dios creó todas las cosas para que subsistieran» (Sab 1,14); creó al hombre para una inmortalidad que proviene de la Sabiduría (Sab 2,23). En esa línea se pueden citar otros textos: «También yo soy un hombre mortal, como todos… Por eso supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de Sabiduría» (Sab 7,1.7). «Gracias a ella alcanzaré la inmortalidad y legaré a la posteridad un recuerdo imperecedero… Esto es lo que yo pensaba y sopesaba en mis adentros: la inmortalidad consiste en emparentar con la Sabiduría; su amistad es noble deleite, el trabajo de sus manos, riqueza inagotable…» (8,13.17-18). El hombre es mortal porque tiene un cuerpo mundano, pero es inmortal porque puede dirigirse a Dios, escucharle y responderle, pues se encuentra emparentado con la Sabiduría, de manera que forma parte de Dios y penetra en el espacio de su vida, dejándose vivificar por ella. Gn 1 suponía que el hombre está inmerso en los ritmos del mundo, haciendo juego con el resto de la naturaleza donde todo el conjunto permanece en medio de la muerte de sus individuos (incluidos los hombres), de manera que sólo el conjunto es inmortal. Sab puede aceptar esa visión, pero sabe que, en el nivel de la naturaleza o por pura ley (desde el árbol del bien/mal), el hom bre no tiene verdadera individualidad, de manera que se encuentra condenado a la muerte. Pero, superando ese nivel, en cuanto se abre al árbol de la vida, que es la sabiduría de Dios, el hombre llega a ser persona ante Dios, siendo así inmortal. En esa línea, de una forma condensada, podríamos decir que la inmortalidad helenista pertenece sobre todo al nivel de la naturaleza; por el contrario, la inmortalidad del libro de la Sabiduría se sitúa más bien en un nivel de relación personal con Dios.
Cf. O. CULLMANN, La inmortalidad del alma o la resurrección de los muertos. El testimonio bíblico, Studium, Madrid 1970; A. DíEZMACHO, La resurrección de Jesús y la del hombre en la Biblia, Fe Católica, Madrid 1977; G. W. E. NICKELSBURG, Resurrection, Immortality and Etemal Life in Intertestamental Judaism, FIThStudies 26, Cambridge MA 1972; E. PUECH, La croyance des Esse’niens en la vie future: immortalite’, re’surrection, vie e’temelle? Histoire díme croyance dans le judaísme anden I-II, Gabalda, París 1993.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra
La inmortalidad es la posesión de la vida en su más alto poder exclusión de la finitud del ser el no poder sufrir la muerte. En las antiguas culturas es ésa la prerrogativa de la divinidad; para los seres creados sólo existe la muerte. Pero inmortalidad es también la búsqueda afanosa del hombre del modo de pasar indemne por encima de la muerte. Entendida de esta manera, la inmortalidad se atribuye al alma humana, que sigue existiendo, una vez privada de la corporeidad. La filosofía, desde el orfismo y luego plenamente con Platón, recoge el tema de la inmortalidad del alma humana, considerando la mortalidad del cuerpo debida precisamente a su separación del alma inmortal. El hombre es identificado formalmente por su alma, en desprecio del cuerpo, en cuanto que preexiste a su forma terrena y está destinada a existir incluso después de la experiencia terrena. Pero no se dice nada del estado del alma después de la muerte. Estas ideas. cambiarán substancialmente en el hilemorfismo aristotélico, que establece unos vínculos profundos entre la espiritualidad y la corporalidad del hombre, aun afirmando una primacía del alma, que es la única que posee la inmortalidad. En la Biblia no existe el problema de la inmortalidad del alma humana. Mucho menos se puede atribuir a la antropología bíblica, substancialmente unitaria, el térmlino «alma» con una segura referencia dualista. Al contrario, en la Escritura es central la unidad del hombre y, por tanto, en el plano escatológico, la idea de la resurrección del hombre corporal, para entrar en la inmortalidad. Pero parece ser que la forma umbrátil de la supervivencia del hombre en el reino de los muertos, el Sheol bíblico, estado desolador de las sombras (rephaim) puede tematizarse de alguna manera. Esta supervivencia, muy próxima a la nada o al regreso al polvo, que nunca se desarrolló en la Biblia por su temor intrínseco al culto de los muertos y a un cierto falseamiento de la fe en el Dios vivo Yahveh, puede ser, no tanto una remota preparación del tema de la inmortalidad del alma, sino más bien el primer escalón del desarrollo intrabíblico que llevará a la afirmación de la resurrección como acto escatológico, con el cual restablecerá Dios la unidad antropológica comprometida por la muerte. Antes de la tematización ya tardía de Sab 2-3, que habla expresamente de la inmortalidad del alma como de una gracia concedida por Dios a los hombres piadosos. y antes de las afirmaciones neotestamentarias, habría por tanto en el Antiguo Testamento una referencia mínima a la idea de supervivencia del hombre después de la muerte.
La época patrística sufrirá la influencia de la doctrina platónica sobre la inmortalidad; los Padres lograrán conciliarla con el tema bíblico de la resurrección para ofrecer un horizonte integral de la existencia sobrenatural del hombre a la que Dios le destina. No se trata de una pura y simple asunción del platonismo, sino de su utilización categorial a fin de insertar en él las fuertes razones antropo-teológicas de la inmortalidad del hombre tras el cumplimiento del misterio de Cristo.
En la teología medieval, con Tomás de Aquino y otros autores, será por el contrario el aristotelismo el que considerará más idóneo para traducir, hechas las debidas modificaciones estructurales, las ideas fundamentales de la antropología cristiana. La inmortalidad es entonces una realidad absoluta que corresponde sólo a Dios, pero que es participada al hombre, como garantía de la futura resurrección, aunque pueda estar el alma sin el cuerpo. El Magisterio de la Iglesia asume la fe en la inmortalidad del alma en cuanto que abre al hombre la perspectiva de la consecución del fin último inmediatamente después de la muerte (DS 838, 1000, 1304ss; etc.) y rechaza, por el contrario, los dualismos heréticos. El Vaticano II acepta el dato tradicional de la inmortalidad, mientras que los documentos Sobre algunas cuestiones de escatologia (1979) y Problemas actuales de escatología (1992) reafirman la validez de la doctrina sobre el alma inmortal, ofreciendo de ella una interpretación personalista, como «yo» del sujeto, provista de conciencia y de voluntad libre, y que sobrevive a la muerte corporal del individuo.
T Stancati
Bibl.: DF 1, 963-966; J. Splett, Inmortalidad, en SM, III, 917-921; M, F Sciacca, Muerte e inmortalidad, Madrid 1962; J Ferrater Mora, El ser y la muerte, Madrid 1962; J. Pieper, Muerte e inmortalidad, Herder, Barcelona 1970; K. Rahner, La vida de los muertos, en Escritos de teologia, 1V Taurus, Madrid 1961, 441-452; R. Troisfontaines, yo no muero…, Estela, Barcelona 1966; H, Marchadour, Muerte y vida en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1994.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
El término griego (a·tha·na·sí·a) se forma con el prefijo negativo a seguido de una forma de la palabra †œmuerte† (thá·na·tos). En consecuencia, el significado básico es †œno mortalidad†, y con él se alude a la cualidad de la vida de que se disfruta: inacabable e indestructible. (1Co 15:53, 54, nota; 1Ti 6:16, nota.) La voz griega a·fthar·sí·a, que significa †œincorrupción†, se refiere a aquello que no se puede corromper o pudrir, que es imperecedero. (Ro 2:7; 1Co 15:42, 50, 53; Ef 6:24; 2Ti 1:10.)
Las expresiones †œinmortal† e †œinmortalidad† no aparecen en las Escrituras Hebreas, que, sin embargo, muestran que Jehová Dios, la Fuente de toda vida, no está sujeto a la muerte, de modo que es inmortal. (Sl 36:7, 9; 90:1, 2; Hab 1:12.) Este hecho también lo subraya el apóstol cristiano Pablo al referirse a Dios como el †œRey de la eternidad, incorruptible†. (1Ti 1:17.)
Como se explica en el artículo ALMA, las Escrituras Hebreas también ponen de manifiesto que el hombre no tiene inmortalidad inherente. Son numerosas las referencias a que el alma humana (heb. né·fesch) muere, se encamina a la tumba y es destruida. (Gé 17:14; Jos 10:32; Job 33:22; Sl 22:29; 78:50; Eze 18:4, 20.) En armonía con las Escrituras Hebreas, las Escrituras Griegas Cristianas también contienen referencias a la muerte del alma (gr. psy·kje). (Mt 26:38; Mr 3:4; Hch 3:23; Snt 5:20; Rev 8:9; 16:3.) Por consiguiente, las Escrituras Griegas Cristianas no contradicen o alteran la enseñanza inspirada que se halla en las Escrituras Hebreas, a saber, que el hombre, el alma humana, es mortal. Sin embargo, las Escrituras Griegas Cristianas contienen la revelación del propósito de Dios de conceder inmortalidad a algunos de sus siervos.
¿Por qué puede decirse que Jesús es †œel único que tiene inmortalidad†?
El primero que la Biblia dice que fue recompensado con el don de la inmortalidad es Jesucristo. El no poseía la inmortalidad antes de que Dios le resucitase, como indican las palabras inspiradas del apóstol en Romanos 6:9: †œCristo, ahora que ha sido levantado de entre los muertos, ya no muere; la muerte ya no es amo sobre él†. (Compárese con Rev 1:17, 18.) Por esta razón, cuando 1 Timoteo 6:15, 16 dice que él es †œel Rey de los que reinan y Señor de los que gobiernan como señores†, muestra que difiere de todos los otros reyes y señores en el sentido de que es †œel único que tiene inmortalidad†. Por ser mortales, los otros reyes y señores mueren, tal como le ocurría también al sumo sacerdote de Israel. Sin embargo, el glorificado Jesús, el sumo sacerdote nombrado por Dios a la manera de Melquisedec, tiene †œvida indestructible†. (Heb 7:15-17, 23-25.)
En este pasaje, la palabra †œindestructible† se traduce de la palabra griega a·ka·tá·ly·tos, que significa básicamente †œindisoluble†. (Heb 7:16, nota.) La palabra se compone del prefijo negativo a, al que le siguen otras palabras relacionadas con †œdisolver†, como en la declaración de Jesús concerniente a la †œdisolución† o derribo de las piedras del templo de Jerusalén (Mt 24:1, 2) y en la referencia de Pablo a la disolución de la †œtienda† terrestre de los cristianos, es decir, de su vida en cuerpos humanos. (2Co 5:1.) Por lo tanto, la vida inmortal otorgada a Jesús cuando se le resucitó no es meramente una vida sin fin; más bien, se trata de una vida que no puede sufrir ningún tipo de deterioro y que está más allá de toda destrucción.
A los herederos del Reino se les otorga inmortalidad. A los cristianos ungidos llamados a reinar con Cristo en los cielos (1Pe 1:3, 4) se les promete que participarán con él en la semejanza de su resurrección. (Ro 6:5.) Así pues, como en el caso de su Señor y cabeza, los miembros ungidos de la congregación cristiana que mueren en fidelidad reciben una resurrección a vida inmortal espiritual, de manera que †œesto que es mortal se [viste] de inmortalidad†. (1Co 15:50-54.) Su inmortalidad, al igual que la de Jesús, no significa simplemente vida eterna o el hecho de no morir. El que también se les otorga el †œpoder de una vida indestructible† como coherederos con Cristo lo indica la relación que el apóstol Pablo establece entre la incorruptibilidad y la inmortalidad que alcanzan. (1Co 15:42-49.) Sobre ellos †œla muerte segunda no tiene autoridad†. (Rev 20:6; véase INCORRUPCIí“N.)
El que se otorgue inmortalidad a los herederos del Reino es aún más notable cuando se tiene en cuenta que incluso los ángeles de Dios son mortales, a pesar de que no poseen cuerpos carnales, sino espirituales. Está claro que los ángeles pueden morir pues se emitió un juicio de muerte contra el hijo espiritual que se convirtió en adversario de Dios, o Satanás, y contra todos los demás ángeles que siguieron ese derrotero satánico y †œno guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación†. (Jud 6; Mt 25:41; Rev 20:10, 14.) Por consiguiente, el que se otorgue †œvida indestructible† (Heb 7:16) o †œvida indisoluble† a los cristianos que obtienen el privilegio de reinar con el Hijo de Dios en el Reino celestial demuestra de manera maravillosa la confianza que Dios tiene en ellos. (Véanse CIELO [El camino a la vida celestial]; VIDA.)
Fuente: Diccionario de la Biblia
Por i. se entiende en general la vida imperecedera y absoluta de un ser que no puede morir (dioses, Dios), o también la de un ser que, transformado, sobrevive a su muerte: bien de manera personal, bien de forma impersonal (o suprapersonal); ya sea sin cuerpo, ya bajo alguna forma corporal; y en un modo de existencia ya inferior, ya superior al de antes.
1. Historia de la religión
La fe en una vida después de la muerte la documentan, ya antes de los ritos funerarios y del culto a los muertos en las religiones primitivas, los hallazgos de tumbas en las culturas más antiguas. Esa vida (a juzgar por las ofrendas funerarias, los textos cultuales y las descripciones de los mitos) se concibe las más de las veces como una prolongación apenas modificada de la existencia terrena. También se prolongan en el reino de los muertos las diferencias jerárquicas, que pueden estar determinadas por la conducta moral de los interesados o de sus parientes, por los ritos de enterramiento (así como por el tipo de sacrificios, etc.), por la clase de muerte o, simplemente, por el puesto que los difuntos ocupaban en la antigua ordenación terrestre. Premio y castigo, unidos al pensamiento de una lenta purificación, son los elementos determinantes en la idea de la -> metempsícosis, bien sea el último fin del alma su entrada en el Nirvana o en el Brahm, o bien su liberación de toda corporalidad, como en el orfismo.
2. Historia de la filosofía
Al aceptar la tradición órfica, Platón pone el fundamento del pensamiento occidental sobre la i., definiendo el alma como aquello que «en la separación del cuerpo y del alma» sobrevive a la corrupción corporal. Aquí el alma no se entiende meramente como una parte del hombre: «el alma es el hombre» (PLATí“N, Alcibíades A 129 E, 130 C). Platón fundamenta la i. del alma por el común movimiento circular de la naturaleza, unido a su doctrina de la enamnesis (a la preexistencia del alma corresponde su existencia posterior); pero con más fuerza aún por la simplicidad del alma (que impide su disolución), y por su capacidad de comprender las ideas, esto es, los contenidos eternos de lo verdadero, lo bueno y lo bello (puesto que una cosa sólo puede ser conocida por su igual, el alma debe ser igual a las ideas); y, finalmente, por su esencia como principio de vida (Fedón: el último argumento es también el del Pedro [245 C – 246A] ). La concepción aristotélica de la materia y la forma (-> hilemorfismo) defiende una unidad más estrecha entre el alma y el cuerpo, pero, por otro lado, dificulta la afirmación de la i., que Aristóteles atribuye solamente al voú` suprapersonal.
Ambas concepciones mantienen numerosos vínculos con las filosofías siguientes. En el pensamiento cristiano Platón es determinante (-> platonismo; cf. la demostración agustiniana de la i. partiendo de la capacidad del alma para la verdad [-> agustinismo] ). Al mismo tiempo pasa al primer plano la fundamentación teológica (y ética). La admisión de Aristóteles aviva sin duda la discusión propiamente filosófica, pero con la condenación del averroísmo por parte de Alberto Magno, de Tomás de Aquino y del concilio Lateranense v (Dz 738), el hilemorfismo aristotélico se interpreta de forma platonizante (->. aristotelismo). Si en el renacimiento la i. fue un punto de disputa entre platónicos y escépticos, así como en el campo aristotélico lo fue entre averroístas y alejandristas, en la ilustración por el contrario (al menos en la alemana) pasó a ser el dogma central, sobre todo después de Leibniz. En la ilustración francesa (Voltaire, la Enciclopedia) y en la inglesa (D. Hume) más bien se dejan sentir el escepticismo y la postura negativa (en contraste con la repercusión de Swedenborg en Alemania, contra cuyos «sueños» polemiza Kant). Kant rechaza en teoría las pruebas tradicionales como «paralogismos», pero postula ética y prácticamente la i., porque la santidad como fin esencial del hombre sólo puede alcanzarse en un progreso indefinido, y porque la ordenación moral del mundo exige una correspondencia entre virtud y destino. Para Fichte la i. se da ya aquí en la aceptación de la verdad, como «vida bienaventurada», cuya prolongación sólo puede entenderse como tránsito hacia un amor todavía más perfecto. Frente a las ideas de humanismo y de personalidad, con mayor carga sentimental, defendidas por un Herder o por un Goethe, así como frente a las especulaciones (con influencias teosóficas) del último Schelling, en adelante se impondrá Hegel y, más exactamente, aquella interpretación de su posición ambigua que ve en el pensamiento hegeliano una negación de la i. individual en aras de la historia del espíritu universal. A este hegelianismo de izquierdas, así como a los defensores de un -> materialismo craso (de cuño ante todo biológico), se oponen los hegelianos de derechas y el teísmo especulativo. En la filosofía actual la -> muerte es ciertamente un tema dominante, pero las pruebas de la i. preocupan tan poco como las pruebas de la existencia de Dios (ya se afirme, ya se niegue, ya se deje abierta la inmortalidad).
3. Teología
En la teología bíblica el tema clave de la presente cuestión antropológica no es la i. sino la -> resurrección de la carne. Así en el AT la mera pervivencia en el scheol (pervivencia no del alma como una parte y menos aún del hombre, sino sólo de su «sombra»), que se podría considerar como una i., carece totalmente de importancia tanto en comparación con la perdida vida presente como en comparación con la esperanza que se va formando en una resurrección por obra de Dios. Si ya en el «judaísmo tardío» repercuten las ideas griegas, también la patrística recoge expresamente como queda dicho, la concepción platónica y la une con las más recientes afirmaciones del AT y del NT sobre la resurrección. Sin embargo, así como las definiciones hilemorfistas de la relación entre cuerpo y alma emanadas del magisterio no significan una dogmatización del filosofema aristotélico, tampoco las afirmaciones de aquél sobre la -> escatología (Dz 530) y contra el averroísmo (Dz 738) son la proclamación como doctrina de fe de una determinada interpretación filosófica de la i., sino que, al rechazar cualquier falsa exposición de una doctrina de fe, representan más bien la manera natural como esta fe se articula a sí misma en una terminología filosófica ya preparada.
La teología protestante actual ha rechazado ampliamente tal concepción. El EKL (m 1579ss, H. ENGELLArm) aduce tres motivos para esta recusación: «Por razón de la divinidad de Dios, el único que tiene i. (1 Tim 6, 16; cf. 1 Cor 15, 53)»; «por el pecado, que no brota del cuerpo, sino del alma»; «por launidad del hombre». Sin embargo hallamos también una posición más moderada (cf. RGG3 vi 1177s). De hecho la creencia en la i. no implica necesariamente un -> dualismo de alma y cuerpo. Habría que mostrar cómo las pruebas clásicas, basadas en la indivisibilidad de un ser simple y espiritual y en la necesidad de sanciones eternas, no hacen más que articular en una determinada forma la experiencia fundamental inmanente (y como tal transcendente) de la -> libertad misma. La libertad tiene esa experiencia de sí misma al percibir la exigencia absoluta de la -> verdad y del -> bien (-> sentido).
La libertad conoce aquí que jamás, ni siquiera en la muerte, escapa a sí misma, que ha de tomar posición, que debe decidirse y que, mediante un «sí» definitivo a su «hombre», debe convertirse totalmente en ella misma. A la vez experimenta el carácter dialogístico de esta situación suya y percibe que por consiguiente, la i. en sentido pleno no es solamente su capacidad o su cometido, sino a la vez un don que debemos esperar (recuérdese en este sentido la analogía de las demostraciones de la existencia de Dios). Por tanto, esas dos cosas no constituyen una oposición o una «paradoja», sino que, en virtud de la esencial estructura interpersonal de la libertad (tal como se evidencia sobre todo en el cuerpo y en el lenguaje), forman ineludiblemente una unidad (en medio de la identidad y diferencia). De ahí que, más allá de un disponer racional que halla en sí mismo su propia quietud, y más allá de una esperanza irracional, de la que no se podría dar razón (1 Pe 3, 15), debamos hacer nuestras las palabras de Kierkegaard: «el problema de la i. no es, esencialmente, una pregunta erudita; es una cuestión de la interioridad que el sujeto, en cuanto se hace subjetivo, debe plantearse a sí mismo» Abschliessende Unwissenschaftliche Nachschrift 1 [DKb 1957] 164).
BIBLIOGRAFíA: -> resurrección de la carne, -> cuerpo, relación entre cuerpo y alma, -> alma, -> muerte.
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Jórg Splett
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
athanasia (ajqanasiva, 110), lit.: inmortalidad (a, privativo; thanatos, muerte). Se traduce así en 1Co 15:53,54, del cuerpo glorificado del creyente; en 1Ti 6:16, de la naturaleza de Dios. Moulton y Milligan (Vocabulary) muestran que en tiempos antiguos este término tenía la amplia connotación de estar libre de muerte; citan asimismo a Ramsay (Luke the Physician, p. 273), con referencia a la utilización de este término en epitafios sepulcrales. En un escrito en un papiro del siglo sexto, «un peticionario dice que enviará «incesantes (athanatous)» himnos al Señor Cristo por la vida del hombre con el cuál está rogando». Sin embargo, en el NT athanasia expresa más que inmortalidad, sugiriendo la calidad de la vida disfrutada, como es evidente en 2Co 5:4; para el creyente lo que es mortal ha de ser «absorbido por la vida».¶ Nota: Para aftharsia, traducido «inmortalidad» en Rom 2:7 y 2Ti 2:10, véase bajo INMORTAL.
Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento
Sólo en el NT se habla directamente del concepto de la inmortalidad. Las palabras son: azanasia, afzarsia y su adjetivo cognado afzartos. Azanasia es el equivalente exacto del español «inmortalidad» y aparece en 1 Co. 15:53, 54, donde describe el cuerpo resucitado como aquel que no está sujeto a la muerte; también aparece en 1 Ti. 6:16, donde se dice que Dios solo tiene inmortalidad. Sólo él en su esencia es inmortal. Afzarsia tiene el significado básico de indestructibilidad y, por derivación, de incorrupción, como lo traduce en 1 Co. 15:42ss. la RV60, donde se habla de este himno familiar de la resurrección. Sin embargo, en Ro. 2:7, donde se habla de la vida de gloria y honor a la que aspira el creyente, se traduce por inmortalidad; en 2 Ti. 1:10, donde se dice que Cristo «quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad. El adjetivo afzartos se usa para describir a Dios como no sujeto al decaimiento y la disminución (Ro. 1:23; 1 Ti. 1:17); o para cosas que no perecen, tales como la corona que espera al cristiano fiel (1 Co. 9:25), la herencia que está reservada para los cristianos (1 P. 1:4), la simiente de la que nace el cristiano (1 P. 1:24).
Por tanto, se puede decir que, en el sentido bíblico, la inmortalidad es una condición en la que el individuo no está sujeto a la muerte o a ninguna condición que pudiera llevar a ella. Dios es inmortal en forma única en el sentido de que él no tiene principio ni fin de vida, y en ninguna forma está sujeto al cambio o la disminución. Por otro lado, el hombre es inmortal sólo por derivación, y cuando su cuerpo mortal sea cambiado por uno inmortal. El presente articulo tiene que ver con la inmortalidad humana.
El concepto bíblico de la inmortalidad se diferencia de todos los demás en ciertos importantes respectos. Uno de ellos es que en la enseñanza no bíblica se tiene al hombre como inmortal en forma inherente. Otro es que se toma sólo el aspecto espiritual de la naturaleza humana como inmortal. El espíritu o el alma humana sobrevive a la muerte. Un efecto de estos dos puntos de vista es que usualmente se piensa del cuerpo humano como de una especie de prisión para el espíritu, o, en el mejor de los casos, como una parte muy transitoria de la personalidad humana. Pero en el concepto bíblico, el hombre no es inherentemente inmortal; además, es el hombre en su totalidad, en cuerpo y alma, que es inmortal aun cuando el cuerpo debe pasar por una transformación a fin de alcanzar la inmortalidad.
Tanto en el AT como en el NT, el hombre es un ser completo sólo cuando su cuerpo y alma están unidos. Entonces es él un alma viviente, o persona (Gn. 2:7). Mientras que algunos han entendido la narración del Génesis como si enseñara que el hombre fue creado inmortal, pero que fue el pecado lo que trajo la muerte, es mejor interpretar el relato como si el hombre podría haber alcanzado la inmortalidad a través de un periodo de prueba en el cual debería haber sido obediente a los mandamientos de Dios. Si el pecado es castigado con la muerte, la vida debió haber sido la recompensa por la obediencia.
A través de todo el AT, los muertos se describen como yendo al Seol, lugar de oscuridad, olvido y relativa inactividad (Job 10:20–22; 14:13ss.; Sal. 88:10–12, et al.). Con todo, el Seol no estaba fuera del alcance del Señor (Sal 139:8; Am. 9:2) y algunos escritores del AT declaran que serían libertados de él (Sal. 16:10; 49:14ss. Job 19:25–27). Esta liberación tomaría la forma de una resurrección (véase), aunque este clímax de la esperanza del AT sólo se expresa en Daniel 12:2.
Se implica en el NT que los santos del AT no tenían un conocimiento cabal del significado de la inmortalidad, ya que fue nuestro Señor Jesucristo el que sacó a luz la vida y la inmortalidad (afzarsia) por el evangelio (2 Ti. 1:10). Los cristianos han sido nacidos en Cristo para una herencia inmortal (afzarton, 1 P. 1:3, 4). La herencia se describe como una de gloria, honor, incorrupción (afzarsia) y vida eterna. Estar fuera de la vida en Cristo significa estar sin inmortalidad, en el sentido bíblico de la palabra.
Para los cristianos, la inmortalidad implica la resurrección y sólo se puede alcanzar después de ella. Mientras se dice que los creyentes que han muerto están presentes con el Señor cuando están ausentes del cuerpo (2 Co. 5:8); de todas formas, tendrán que ser transformados cuando Cristo aparezca. Tanto los que han muerto como los que estén vivos sobre la tierra recibirán un cuerpo como el cuerpo resucitado de Jesucristo (Fil. 3:21). Los que son hijos de Dios serán como Cristo (1 Jn. 3:2), perfectos en justicia (Fil. 1:6), libres de todo pecado, pena, dolor o muerte (Ap. 22:3ss.) y servirán a Dios continuamente.
BIBLIOGRAFÍA
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Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (318). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología