HOSPITALIDAD

Rom 12:13 compartiendo para .. practicando la h
1Ti 5:10 si ha practicado la h; si ha lavado los
Heb 13:2 no os olvidéis de la h, porque por ella


Hospitalidad (heb. ‘ârêaj; gr. filoxení­a). En los hogares orientales se requerí­a la hospitalidad, aun para forasteros desconocidos. El huésped podí­a gozar de esta hospitalidad sin la más mí­nima obligación de pago. En su defensa, Job alegó que siempre habí­a estado atento a las necesidades de los viajeros (Job 31:31, 32). Abrahán fue hospitalario con ciertos extranjeros, los cuales, supo más tarde, habí­an sido seres celestiales (Gen_18). Lot acogió a 2 de ellos, sin saber, al principio, que eran ángeles (19:1-3). Tan seriamente consideraba su obligación hacia sus huéspedes, que para protegerlos estuvo dispuesto a sacrificar la pureza de sus hijas (Gen 19:4-8). Pablo habrí­a tenido estos incidentes en mente cuando aconsejó a los cristianos a ser hospitalarios, porque al serlo, sin saber algunos habí­an hospedado a ángeles (Heb 13:2). Los israelitas recibieron la orden de proteger a los extranjeros y ser hospitalarios con ellos (Lev 19:33, 34). Simón dejó de honrar a Cristo con las cortesí­as que un huésped podí­a generalmente esperar (Luk 7:44-46). En la Biblia se mencionan cuartos de huéspedes (RVR «aposentos»;* Mar 14:14; Luk 22:11). Eliseo y su criado eran huéspedes frecuentes de una mujer sunamita, que finalmente hizo construir una habitación para él (2Ki 4:8-10, 13).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

latí­n hospes, huésped. Liberalidad que consiste en recibir y albergar a alguien gratuitamente. Buena acogida que se le da al forastero, al desconocido. En Israel, como en los pueblos del Oriente Próximo, esta virtud de acoger cortésmente y con bondad al advenedizo era de suma importancia y de su práctica se encuentran numerosos ejemplos en el texto sagrado, tal como se dice en Jb 31, 32: †œNunca dormí­a en la calle el forastero pues abrí­a mis puertas al viajero†. Al que llegaba se le trataba como huésped de honor, se acostumbraba salirle al encuentro para saludarlo, se le suministraba agua para que lavara sus pies, se le preparaba el alimento y se le daba sitio para dormir; igualmente, se le daba de beber a las cabalgaduras y se les acomodaba en el sitio adecuado; cuando el huésped reiniciaba su camino, se le acompañaba un trecho para despedirlo, Gn 18, 1-16; 19, 1-3; 24, 29-33. Una mujer principal de Sunén atendí­a al profeta Eliseo cada vez que él pasaba por allí­ y le construyó habitación para su descanso, 2 R 4, 8-10. Abraham se declaró un forastero en tierra de Canaán, pero fue tratado con h. por los hijos de Het, quienes le cedieron un terreno para enterrar a Sara, su mujer difunta, Gn 23, 1-5. Son muchas las alusiones bí­blicas al forastero y a las maneras hospitalarias como deben ser tratados, y siempre los textos les recuerdan a los israelitas que ellos también fueron forasteros en Egipto, Lv 19, 33-34; Dt 10, 19. Hay un relato en el libro de los Jueces, conocido como el crimen de Guibea, donde se cuenta sobre la violación de la h. por parte de los benjaminitas y la reacción violenta de los israelitas, hecho sucedido antes de la monarquí­a. Un levita de Efraí­m y su concubina de Belén llegaron a la ciudad de Guibea, donde sólo un anciano los acogió en su casa con h., según era costumbre. Los del lugar cercaron la casa, tomaron a la mujer del levita, abusaron de ella y la asesinaron. Esto ocasionó que el pueblo israelita se levantara y vengara el crimen y la violación de la h., lo que casi les cuesta el exterminio a los benjaminitas, Jc 19-11-30; 20. En la época de Jesús las costumbres eran las mismas. En el pasaje que narra la comida del Señor en casa del fariseo Simón, le reclama al fariseo el no haber observado las normas de la h., lo que sí­ hizo la mujer pública que hasta allí­ llegó, enterada de la presencia de Jesús, Lc 7, 36-50.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gr., philoxenia, amor por los extraños).

Aun cuando la palabra sólo ocurre pocas veces en la Biblia (p. ej., Rom 12:13; Rom 16:23; 1Ti 3:2; 1Ti 5:10; Tit 1:8; 1Pe 4:9; 1Pe 4:3 Juan 8), la idea aparece tan temprano como en el tiempo de Abraham (Gen 14:17-19). Uno pudiera hospedar ángeles sin saberlo (Heb 13:2) como lo hizo Abraham (Génesis 18). Lot hospedó a los mismos ángeles (Heb 19:4-9), ilustrando el extremo al cual pudiera conducir la protección de un extraño.

Rebeca mostró amabilidad para con el siervo de Abraham, dándole agua a él y a sus camellos, y recibiendo varios adornos de oro como recompensa (Heb 24:15-28). Labán secundó la hospitalidad de Rebeca (Heb 24:29-31). Jacob habitó en la misma casa (Heb 29:1-14). La hospitalidad de José para con sus hermanos tení­a un propósito (Heb 43:15-34). Como refugiado Moisés fue bien recibido por Reuel, después de que habí­a ayudado a sus hijas para darles de beber a sus rebaños (Exo 2:15-22). Manoa recibió bien a un angel (Jdg 13:2-23), combinando la hospitalidad con una ofrenda quemada. En Jdg 19:11-28 se relata el aprieto de un extraño en una ciudad donde sólo un anciano mostró la antigua virtud de la hospitalidad. Salomón se mostró exuberante en su hospitalidad para con sus invitados (1Ki 4:22), al igual que Jerjes (Est 1:2-8) y Vasti (Est 1:9). Las cenas de Ester fueron privadas y con propósito (Est 5:4-8; Est 7:1-10). Jezabel alimentó a 850 profetas falsos (1Ki 18:19). La gente común continuó siendo hospitalaria (1Sa 28:21-25; 2Ki 4:8-10). Nehemí­as daba hospitalidad regularmente a 150 personas (Neh 5:17). La ley prescribí­a mostrar amor y amabilidad a los extranjeros (Lev 19:33-34). Jesús practicó la hospitalidad cuando alimentó a los 5.000 (Mat 14:15-21; Mar 6:35-44; Luk 9:12-17; Joh 6:4-13), y a los 4.000 (Mat 15:32-38; Mar 8:1-9), y a sus discí­pulos después de su resurrección (Joh 21:4-13). El mismo fue hospedado por los quejosos fariseos (Luk 7:36-50; Luk 14:1-14) y en el hogar de una cariñosa familia en Betania (Mat 21:17; Mat 26:6-13; Mar 14:3-9; Luk 10:38-42; Joh 12:1-8). Jesús se invitó a sí­ mismo a la casa de Zaqueo y ahí­ recibió hospitalidad (Luk 19:5-10). Los discí­pulos en Emaús fueron hospitalarios con Jesús, aun cuando no le reconocieron (Luk 24:29-32). Jesús enseñó sobre la hospitalidad (Luk 10:30-37) y advirtió a sus discí­pulos sobre dónde la encontrarí­an y dónde no la encontrarí­an (Mat 10:11-15; Luk 10:5-12). El NT habla en favor de la hospitalidad y exhorta a practicarla (Hechos, Flm., 2 Juan, 3 Juan).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(amor a los extranjeros).

La idea se remonta a los principios de la Biblia, y constituyó un mandato de la Ley de Moisés: (Lev 19:34).

– Será una de las razones por las que seremos jugados en el Juicio Final, Mat 25:31-46 : (36 y 43).

– El buen Samaritano, Luc 10:30-37.

– Jesús se hospeda en casa de Marta y Marí­a, Luc 10:38-42.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

El recibir en casa al extranjero, o al viajero, proveyéndole de sustento y alojamiento era una costumbre con caracterí­sticas de institución moral entre los hebreos, herencia de su historia como pueblo nómada. Era una práctica vista como el ejercicio de una gran virtud. Job, por ejemplo, se cuidaba de cumplir con este deber (†œEl forastero no pasaba fuera la noche; mis puertas abrí­a al caminante† [Job 31:32]). Los israelitas debí­an ejercer la h. tomando en consideración la historia misma de Israel (†œ… porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto† [Lev 19:34]). Desde los tiempos patriarcales, el ofrecer h. era algo en lo cual una persona justa poní­a empeño. Cuando Abraham vio a tres varones venir hacia él, †œsalió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos† y los atendió, poniéndolos cómodos y ofreciéndoles abundante comida (Gen 18:1-8). De igual manera †¢Labán recibió al siervo de Abraham, al cual †¢Rebeca dijo: †œ… hay en nuestra casa paja y mucho forraje, y lugar para posar† (Gen 24:23-31). †¢Jetro se apresuró a ofrecer h. a Moisés (Exo 2:20). Cuando un †¢ángel anunciaba el nacimiento de †¢Sansón a sus padres, éstos le ofrecieron su h. y quisieron darle comida (Jue 13:15-20). La mujer sunamita construyó un aposento para alojar al profeta Eliseo (2Re 4:8-11).

En el acto de ofrecer h. se envolví­a el honor del dueño de la casa. Cuando Lot vio a los ángeles que vinieron a Sodoma †œse levantó a recibirlos† y les invitó (†œ… os ruego que vengáis a casa de vuestro siervo y os hospedéis, y lavaréis vuestros pies; y por la mañana os levantaréis, y seguiréis vuestro camino†). Luego se empeñó en defenderlos de los habitantes de Sodoma que le decí­an: †œSácalos, para que los conozcamos†. Les rogó que no hicieran †œtal maldad† y les ofreció sus propias hijas. Decí­a de los varones: †œ… vinieron a la sombra de mi tejado†, cosa que pedí­a que se respetara (Gen 19:1-10). La gran maldad de los sodomitas no consistí­a solamente en sus deseos aberrantes, sino en haber roto con el sagrado deber de la h. Algo parecido acontecerí­a en el caso del levita cuya mujer fue violada y muerta en Gabaa. †œUn hombre viejo† les dio alojamiento, aunque luego unos †œhombres perversos† actuaron deshonrosamente (Jue 19:1-30).
relatan en la Biblia casos de h. que tuvieron una recompensa, como el ejemplo de †¢Rahab. Según algunos eruditos y tradiciones judí­as, esta mujer no era una ramera sino una persona de baja reputación porque lo que hací­a era manejar un hostal o mesón. Por haber recibido a los espí­as que envió Josué fue librada de la destrucción de Jericó (Jos 2:1-21). Cuando David huí­a de la rebelión de †¢Absalón, †¢Barzilai galaadita le recibió con bastimentos y le ayudó, y fue recompensado a través de su hijo o siervo †¢Quimam (2Sa 17:27-29; 2Sa 19:37-38). También se registran casos en los cuales se castigó a alguien por haber faltado al deber de h. Eso hizo Gedeón con las ciudades de †¢Sucot y †¢Peniel, que le negaron socorro cuando luchaba contra los madianitas (Jue 8:5-9). David estuvo a punto de tomar represalias contra †¢Nabal porque éste no cumplió con el deber de h. para con él (1Sa 25:2-38).
profeta Isaí­as, cuando denunciaba el mal uso del ayuno que hací­an los israelitas, decí­a: †œ¿No es más bien el ayuno que yo escogí­ … [que] a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras?† (Isa 58:7). En los Evangelios aparecen otros ejemplos de h. El Señor Jesús envió a sus discí­pulos diciéndoles que al llegar a una ciudad preguntaran †œquién en ella sea digno† y posaran en su casa (Mat 10:11-15). Tení­a que ser así­, porque no abundaban las facilidades públicas de hospedaje. Y las que habí­a, por lo regular, no eran de muy buena reputación. El Señor mismo disfrutó de la h. de distintas personas, como †¢Simón el fariseo (Luc 7:36, Luc 7:40), o †¢Zaqueo (Luc 19:1-10), o †¢Marta y sus hermanos (Luc 10:38-42).
cortesí­a hacia el huésped incluí­a el facilitarle el lavado de los pies, a veces se ungí­a si era un invitado de honor, se le proveí­a de comida y cama. En los tiempos de la iglesia primitiva se hací­a mucho énfasis en la h. Se animaba a los hermanos a practicarla (†œ… compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la h.† [Rom 12:13]). Se recuerda a los creyentes que †œpor ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles† (Heb 13:2). Por lo tanto, debí­an hospedarse unos a otros †œsin murmuraciones† (1Pe 4:9). Eso debí­a ser algo sobresaliente en los obispos o pastores (1Ti 3:2; Tit 1:8). También las viudas que aspiraban a recibir ayuda de la iglesia debí­an ser personas conocidas por su h. (1Ti 5:10).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, LEYE COST

ver, MESí“N

vet, En el oriente se ha considerado desde siempre como un sagrado deber acoger, alimentar, alojar y proteger a todo viajero que se detenga delante de la tienda o del hogar. El extraño es tratado como huésped, y los que de esta manera han comido juntos quedan atados por los más fuertes lazos de amistad, confirmados por mutuos presentes y pasados de padre a hijo. La ley de Moisés recomendaba la hospitalidad (Lv. 19:34), que era también para los griegos un deber religioso. La manera actual de actuar entre los árabes es algo que recuerda las más antiguas formas de hospitalidad hebrea. Un viajero puede sentarse ante la puerta de alguien que le es perfectamente desconocido, hasta que el dueño de la casa le invite a cenar. Si prolonga su estancia por algo de tiempo, no se le hará pregunta alguna acerca de sus intenciones; podrá partir en cuanto quiera sin más pago que un «Â¡Dios sea contigo!». Con el crecimiento de la población hebrea se vio la apertura de numerosos mesones (véase MESí“N), pero la hospitalidad familiar persistió igual. Hay de ellos numerosos ejemplos en el AT (Gn. 18:1-8; 19:1-3; 24:25, 31-33; Ex. 2:20; Jue. 19:15-21; 2 R. 4:8, etc.; cp. Jb. 31:32). El rico malvado de Lc. 16:19-25 violó gravemente la ley de la hospitalidad. El NT enseña cómo debe ser la hospitalidad cristiana (Lc. 14:12-13). En gr., el término «hospitalario» es «philoxenos», amigo de los extraños (Tit. 1:8; 1 P. 4:9) y la hospitalidad es «philoxenia», amor a los extraños (Ro. 12:13; He. 13:2). Este deber es tanto más llevadero cuanto que le acompaña una maravillosa promesa (Mt. 10:40-42).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Es la virtud de acoger por solidaridad el peregrino o transeúnte que no tiene casa propia y debe acudir a la benevolencia del prójimo. La hospitalidad era sinónimo de bondad, generosidad, altruismo, compasión y delicadeza.

Los orientales en general fueron siempre más hospitalarios por la í­ndole de su cultura, aunque también conocieron con frecuencia pensiones y fondas en los caminos cuyos servicios eran retribuidos en moneda, en especies y en servicios ocasionales.

El Antiguo Testamento está lleno de gestos de hospedaje, de manera especial en la Historia de Abraham y de los patriarcas (Gen. 18. 2; 19.2; 29.13) Y las alabanzas a la hospitalidad son continuas en los demás libros: Job 31.32; Jue. 19.2; Tob. 7.2; 2. Reyes 4.8; Is. 58-7; Ecclo. 11. 31-36)

Y en el Nuevo Testamento se sigue ensalzando con más intensidades el hospedaje solidario. Se ponen las alabanzas al que hospeda en Lc. 10.34; Mt. 25.35; Lc. 7.36. Y se alaba la acogida por solidaridad y fraternidad: 1. Petr. 4. 9; 1 Tim. 3. 2; Rom. 12. 13; Tit. 1.8. etc. Por eso el sentido de acogida pasó al cristianismo como signo de pertenencia cristiana: «El que a vosotros acoge, a mí­ me acoge. Y el que me acoge a mí­, acoge al Padre que me ha enviado».

(Mt. 10.40)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. caridad, comunidad eclesial, familia, migraciones, obras de misericordia, solidaridad, vida comunitaria)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

En la antigüedad era una ley sagrada, que mandaba acoger y prestar asistencia al extranjero, al peregrino; habí­a que ofrecerla siempre, y en ningún caso debí­a ser rechazada (Gn 18,2-8; 19,2-7; 24,17-41; Ex 2,20; Dt 10,19; Jer 2,1). Jesucristo ejerció la hospitalidad (Mc 6,41-42; 8,6-8; Lc 12,34; 22,27; Jn 13,1-5), la aceptó (Lc 7,36; 19,1-10; Jn 2,2; 12,1-11), la recomendó vivamente (Lc 14,13), la alabó en sus parábolas (Lc 10,34; 11,5; 14,12) y fustigó a quienes no la ofrecen (Mt 10,14; 22,7; Mt 7,44; 9,53). Al ejercerla con el peregrino, se ejerce con el mismo Jesucristo (Mt 10,40; 25,35.43; Lc 7,36; 9,53; 10,34; 11,5; 14,12).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Este sí­mbolo primario de la acogida es antiquí­simo en la historia de la salvación: Abrahán, que acoge a los tres ángeles diciendo «quedaos junto a mí­, os lo ruego, si he hallado gracia a vuestros ojos», es el sí­mbolo del hombre que supera el instintivo temor del otro, la desconfianza que puede tener hacia el caminante, que podrí­a ser un espí­a. Y este temor se va derritiendo lentamente hasta convertirse en fraternidad: ven a mi casa, sé mi invitado. Cuando Pablo predica en Filipos, tenemos el episodio de Lidia, que dice: «Si he hallado gracia junto al Señor, venid, os lo ruego, quedaos en mi casa, sed mis invitados». Y la hospitalidad permití­a a los discí­pulos llevar a cabo su ministerio itinerante: es el modo con el que el hombre, convertido en hermano para el hermano, acoge el misterio de Dios. Es, por tanto, uno de los mayores sí­mbolos de la amistad. Sabemos que en Oriente la hospitalidad es uno de los pilares fundamentales de las costumbres, la forma de mostrarse caballerosos, hombres verdaderos: saber acoger a cualquiera, a cualquier hora, en cualquier tiempo, sin irritarse nunca, preparándolo todo enseguida y con alegrí­a (¡aunque luego a lo mejor la esposa se queje un poco!), es una obligación concreta del oriental.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

Cualidad de acoger y agasajar con amabilidad y generosidad a los invitados o a los extraños. †œHospitalidad† se traduce del griego fi·lo·xe·ní­Â·a, que significa literalmente †œamor (afecto o bondad) a los extraños†.

En tiempos antiguos. Aunque en la época patriarcal los egipcios y otros pueblos también practicaban la hospitalidad, esta era una caracterí­stica sobresaliente de los semitas. Cuidar de los que estaban de viaje se consideraba una parte integrante de la vida, y se trataba al visitante con mucha gentileza, sin importar que fuera un extraño, un amigo, un pariente o un invitado.
De los relatos de la Biblia aprendemos que era costumbre extender hospitalidad al viajero. Se le saludaba con un beso, en especial si se trataba de un pariente. (Gé 29:13, 14.) Un miembro de la casa, por lo general un sirviente, le lavaba los pies (Gé 18:4), y se alimentaba y atendí­a a sus animales. (Gé 24:15-25, 29-33.) Solí­a pedirse al visitante que se quedase a pasar la noche o a veces incluso varios dí­as (Gé 24:54; 19:2, 3), y durante su estancia se consideraba que estaba bajo la protección del amo de la casa. (Gé 19:6-8; Jue 19:22-24.) Cuando marchaba, a veces se le acompañaba parte del camino. (Gé 18:16.)
La importancia que tení­a la hospitalidad se ve en las palabras de Reuel cuando sus hijas le hablaron del viajero †œegipcio† (en realidad, Moisés) que las habí­a ayudado a abrevar el rebaño. Reuel exclamó: †œ¿Pero dónde está? ¿Por qué han dejado allá al hombre? Llámenlo, para que coma pan†. (Ex 2:16-20.)

En las ciudades. En los relatos de la Biblia se observa que los que no eran israelitas no siempre eran hospitalarios con los israelitas, sobre todo en las ciudades (Jue 19:11, 12), en donde es probable que la gente no estuviese tan dispuesta a ofrecer hospitalidad como en las zonas más aisladas. Sin embargo, un hombre levita, su servidor y su concubina se sentaron después de la puesta del Sol en una plaza pública de Guibeah, a la espera de que se les ofreciese un lugar donde pasar la noche. Este hecho indica que era bastante común esperar hospitalidad aun en las ciudades. (Jue 19:15.) En esta ocasión, el levita comentó que tení­a provisiones para los que le acompañaban, así­ como para sus animales (Jue 19:19); solo necesitaba un lugar donde cobijarse. Pero la mala actitud de los benjamitas que habitaban en esta ciudad la hicieron inhóspita, como lo confirma lo que ocurrió después. (Jue 19:26-28.)

A los siervos de Dios. Aunque por lo general la gente era hospitalaria, el que la hospitalidad bí­blica fuese tan sobresaliente sin duda se debe a que en la mayorí­a de las ocasiones la mostraban siervos de Jehová. Se destaca en particular la hospitalidad y el respeto a los profetas o siervos especiales de Dios. Abrahán se quedó de pie junto a los tres ángeles a los que habí­a servido una comida mientras ellos la tomaban. Esta acción parece ser una señal de respeto a los hombres a quienes Abrahán reconocí­a como representantes angélicos de Jehová. (Gé 18:3, 7, 8.) Y tal como Abrahán corrió a fin de hacer preparativos para sus invitados, Manóah se mostró deseoso de preparar alimento para el hombre que él pensaba que era un hombre de Dios, pero que en realidad era un ángel. (Jue 13:15-18, 21.) Una mujer importante de Sunem mostró hospitalidad a Eliseo porque, como ella dijo: †œVe esto: bien sé yo que es un santo hombre de Dios el que va pasando junto a nosotros constantemente†. (2Re 4:8-11.)

Se condena la falta de hospitalidad. Jehová decretó que ningún ammonita ni moabita serí­a admitido en la congregación de Israel debido a que los ammonitas y los moabitas rehusaron extender hospitalidad a la nación de Israel cuando se dirigí­a hacia la Tierra Prometida, y a que los moabitas alquilaron a Balaam para invocar el mal sobre ellos. (Dt 23:3, 4.) Lo que provocó este comportamiento hostil de los ammonitas y los moabitas no fue tan solo la falta de hospitalidad humanitaria, sino el odio que sentí­an por Dios y su pueblo.
Por medio del profeta Isaí­as, Jehová condenó a los israelitas por su falta de hospitalidad, diciéndoles que el que ayunaran y se inclinaran ante El no era de ningún valor si al mismo tiempo dejaban que a sus hermanos les faltase alimento, vestido y cobijo. (Isa 58:3-7.)

En el siglo I E.C. En el siglo I E.C. se seguí­a practicando la hospitalidad de manera similar a como se habí­a mostrado en tiempos primitivos, aunque las condiciones habí­an alterado algo el grado en que se practicaba. Los samaritanos y los judí­os no tení­an buenas relaciones, por lo que a menudo no se mostraban hospitalidad. (Jn 4:7-9; 8:48.) Además, la dominación extranjera habí­a fomentado las enemistades, y los caminos rurales estaban llenos de salteadores. Incluso habí­a posadas en manos de hombres fraudulentos e inhospitalarios.
Sin embargo, los judí­os solí­an seguir las mismas formalidades con los invitados que en el pasado. Les daban la bienvenida con un beso, les ungí­an o untaban la cabeza con aceite y les lavaban los pies. En los banquetes, los invitados por lo general se sentaban según el rango que tení­an y la honra que se les querí­a mostrar. (Lu 7:44-46; 14:7-11.)

A los discí­pulos de Jesús. Cuando el Señor Jesucristo envió a los doce, y después a los setenta, les dijo que se les recibirí­a con hospitalidad en los hogares de los que apreciaran las buenas nuevas que predicaban. (Mt 10:5, 6, 11-13; Lu 10:1, 5-9.) Aunque Jesús mismo †œno [tení­a] dónde recostar la cabeza†, se hospedó en los hogares de las personas que le reconocieron como enviado de Dios. (Mt 8:20; Lu 10:38.)
Pablo dio por sentado que su hermano cristiano Filemón le mostrarí­a hospitalidad cuando fuera a visitarle una vez liberado de prisión. Esto no era abusar de Filemón, pues Pablo sabí­a, por su relación con él en el pasado, que lo recibirí­a de muy buena gana. (Flm 21, 22.) El apóstol Juan indicó en la carta que escribió alrededor de 98 E.C. que los miembros de la congregación cristiana están bajo la obligación de apoyar a los representantes viajeros enviados, †œpara que lleguemos a ser colaboradores en la verdad†. Juan también encomió a Gayo por su hospitalidad, diciéndole que habí­a mostrado este espí­ritu a aquellos cristianos †œhasta siendo extraños†. Es decir, a pesar de que Gayo no los conocí­a personalmente, los trató con cariño debido al servicio que estaban rindiendo a la congregación. (3Jn 5-8.)

Una marca identificadora del verdadero cristianismo. La hospitalidad genuina, procedente del corazón, es una marca identificadora del verdadero cristianismo. Después del derramamiento del espí­ritu santo en el dí­a del Pentecostés de 33 E.C., muchos nuevos conversos cristianos permanecieron en Jerusalén para aprender más acerca de las buenas nuevas del Reino antes de partir hacia sus hogares en diversas partes de la Tierra. Los cristianos que viví­an en Jerusalén les mostraron hospitalidad, recibiéndolos en sus hogares, e incluso vendieron sus bienes y consideraron todas las cosas como posesión común. (Hch 2:42-46.) Más tarde, los apóstoles pusieron en marcha un sistema organizado para distribuir alimento a las viudas necesitadas que hubiese entre ellos. (Hch 6:1-6.)
La hospitalidad es un requisito cristiano. Aunque muchos habí­an sufrido severa persecución y a algunos les habí­an arrebatado sus pertenencias, Pablo mandó: †œNo olviden la hospitalidad†. (Heb 13:2; 10:34.) Pedro mostró que se deberí­a ofrecer de buena gana, diciendo: †œSean hospitalarios unos para con otros sin rezongar†. (1Pe 4:9; compárese con 2Co 9:7.) Pablo puso de relieve que los cristianos tienen una obligación prioritaria para con sus compañeros creyentes, pues les escribió: †œObremos lo que es bueno para con todos, pero especialmente para con los que están relacionados con nosotros en la fe†. (Gál 6:10.)
La hospitalidad era una de las cualidades importantes que se requerí­an para ser nombrado superintendente de las congregaciones cristianas. (1Ti 3:2; Tit 1:7, 8.) Pablo también dijo a Timoteo, un superintendente de Efeso, que las viudas cristianas a las que se pusiera en la lista para recibir ayuda material de la congregación deberí­an †˜haber hospedado a extraños†™. (1Ti 5:9, 10.) Esas mujeres habí­an abierto sus hogares y los habí­an hecho disponibles a los ministros cristianos o misioneros que habí­an visitado o servido a la congregación, muchos de los cuales antes habí­an sido †œextraños† para estas mujeres hospitalarias. Lidia fue una de esas mujeres, que se destacó por su hospitalidad, pues Lucas dice de ella: †œSencillamente nos obligó a aceptar†. (Hch 16:14, 15.)

Una prueba de fe. El discí­pulo Santiago dice que la hospitalidad es una obra fundamental que demuestra nuestra fe. Estas son sus palabras: †œSi un hermano o una hermana están en estado de desnudez y carecen del alimento suficiente para el dí­a, y sin embargo alguno de entre ustedes les dice: †˜Vayan en paz, manténganse calientes y bien alimentados†™, pero ustedes no les dan las cosas necesarias para su cuerpo, ¿de qué provecho es? Así­, también, la fe, si no tiene obras, está muerta en sí­ misma†. (Snt 2:14-17.)

Bendiciones. Al recomendar la hospitalidad, las Escrituras indican que son muchas las bendiciones espirituales que recibe la persona hospitalaria. Pablo dice: †œNo olviden la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles†. (Heb 13:2; Gé 19:1-3, 6, 7; Jue 6:11-14, 22; 13:2, 3, 8, 11, 15-18, 20-22.) Jesús mismo declaró el principio: †œHay más felicidad en dar que en recibir†. (Hch 20:35.)
Mateo Leví­ preparó un banquete para Jesús debido al aprecio que sentí­a por su obra, y tuvo la bendición de oí­rle responder a las preguntas crí­ticas de los fariseos y de escuchar una de sus excelentes ilustraciones. El que Mateo utilizara su casa de este modo hospitalario hizo posible que los recaudadores de impuestos y otros conocidos suyos pudieran recibir un testimonio. (Lu 5:27-39.)
Cuando Zaqueo recibió hospitalariamente a Jesús debido a su fe, fue bendecido con creces, pues este le dijo: †œEste dí­a ha venido la salvación a esta casa†. (Lu 19:5-10.)
En una profecí­a concerniente al tiempo de su regreso en gloria real, Jesús dijo que se separarí­a a la gente tal como el pastor separa las ovejas de las cabras. Esta separación se efectuarí­a sobre la base de cómo trataran a los †œhermanos† de Jesús, aunque no lo vieran a El con sus ojos fí­sicos. Los que mostraran hospitalidad y bondad a los †œhermanos† de Cristo lo harí­an porque reconocerí­an que eran hermanos de Cristo e hijos de Dios. (Mt 25:31-46.) En otra ocasión mostró que Dios recompensarí­a, no la simple hospitalidad humanitaria, sino la hospitalidad mostrada a sus profetas por ser representantes de Dios, discí­pulos pertenecientes a Cristo. (Mt 10:40-42; Mr 9:41, 42.)

Cuándo no se debe ofrecer. La Biblia dice a los cristianos que hay algunas personas a las que no deberí­an mostrar hospitalidad. †œTodo el que se adelanta y no permanece en la enseñanza del Cristo no tiene a Dios. […] Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza, nunca lo reciban en casa ni le digan un saludo. Porque el que le dice un saludo es partí­cipe de sus obras inicuas.† (2Jn 9-11.) El tener a tal persona en casa o confraternizar con ella serí­a peligroso para la espiritualidad, y en la práctica supondrí­a tolerar su proceder, lo que extraviarí­a a otros y serí­a un oprobio para la congregación. Este principio también se expresa en Romanos 16:17, 18; Mateo 7:15 y 1 Corintios 5:11-13.

Posadas y hospedajes. Parece ser que la antigua posada no era más que un lugar de cobijo para el viajero, donde también podí­a dejar sus animales, similar a los llamados caravasares. Así­ debió ser el lugar de alojamiento donde estuvieron los medio hermanos de José cuando regresaron de Egipto a Canaán (Gé 42:27; 43:21) y donde el ángel se le apareció a Ziporá, la esposa de Moisés. (Ex 4:24.)
Parece que las prostitutas a veces regentaban hospedajes. Rahab, la prostituta de Jericó, alojó a los dos espí­as que envió Josué, y les mostró bondad y hospitalidad escondiéndolos de sus perseguidores. (Jos 2:1-13.) Sansón se alojó en casa de una prostituta en Gaza hasta medianoche, a la espera de humillar a los filisteos llevándose las puertas de la ciudad. (Jue 16:1-3.)
Algunas de las posadas palestinas del siglo I E.C. eran más completas. Es posible que, además de cobijo, se ofreciese alimento y otros servicios por un precio estipulado. El samaritano hospitalario de la parábola de Jesús pagó con su dinero para que cuidaran al herido en un mesón. (Lu 10:30-35.)

El invitado. En tiempos antiguos se esperaba que el invitado, aunque era tratado con la máxima cortesí­a y honra, observase ciertas formalidades y requisitos. Por ejemplo, se consideraba que uno de los actos más viles era participar de una comida con otro hombre en calidad de invitado y luego traicionarle o causarle daño. (Sl 41:9; Jn 13:18.) El invitado no deberí­a tomarse libertades con su anfitrión o con los demás invitados, ocupando el asiento de honor o un lugar prominente, sino dejar la decisión al anfitrión. (Lu 14:7-11.) Tampoco abusarí­a de la hospitalidad permaneciendo demasiado tiempo en casa del anfitrión o visitándole con demasiada frecuencia. (Pr 25:17.) Es de destacar que Jesús siempre impartí­a bendiciones espirituales cuando disfrutaba de la hospitalidad de alguien. (Lu 5:27-39; 19:1-8.) Por una razón similar, les dijo a los discí­pulos que envió que cuando llegasen a una ciudad, deberí­an quedarse en la casa donde se les mostrase hospitalidad, y no †œ[transferirse] de casa en casa†. Eso significaba que no deberí­an buscar un lugar donde hubiese más comodidad, o donde se les atendiese con más agasajos o bienes materiales. (Lu 10:1-7; Mr 6:7-11.)
Aunque el apóstol Pablo viajó mucho y recibió hospitalidad de muchos de sus hermanos cristianos, no se convirtió en una carga financiera para ninguno de ellos. Pasó mucho tiempo trabajando en una ocupación seglar, y sentó la norma: †œSi alguien no quiere trabajar, que tampoco coma†. (2Te 3:7-12; 1Te 2:6.) Debido a eso, pudo responder a las acusaciones de los llamados †œapóstoles superfinos† de Corinto, quienes le acusaron de aprovecharse de los cristianos de aquella congregación. (2Co 11:5, 7-10.) El podí­a jactarse del hecho de que les habí­a impartido las buenas nuevas sin costo alguno, sin tomar siquiera las cosas a las que tení­a derecho como apóstol y ministro de Dios. (1Co 9:11-18.)

Evitar la hospitalidad hipócrita. En Proverbios 23:6-8 se advierte en cuanto a no aceptar hospitalidad hipócrita: †œNo te alimentes con el alimento de ninguno de ojo no generoso [literalmente, †œmalo en cuanto a ojo†], ni muestres apetecer sus platos sabrosos. Porque como quien ha calculado dentro de su alma, así­ es él. †˜Come y bebe†™, te dice, pero su corazón mismo no está contigo. Tu bocado que has comido, lo vomitarás, y habrás malgastado tus palabras agradables†. La persona que no da las cosas de todo corazón, sino que siempre espera algo a cambio, en realidad trama contra la persona que invita, pues aunque lo hace de manera cordial, en el fondo tiene otro objetivo. Quien come su comida, sobre todo si ansí­a sus platos sabrosos y desea disfrutar de ellos de nuevo, se colocará hasta cierto grado en sus manos. Puede que le resulte difí­cil negarse a una petición que le haga, y quizás se vea en dificultades. Entonces se sentirá angustiado por haber comido con él, y las palabras agradables que expresó con la intención de promover la espiritualidad y una amistad edificante habrán sido en vano. (Compárese con Sl 141:4.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

A. NOMBRE filoxenia (filoxeniva, 5381), amor a los extranjeros (filos, amante; xenos, extraño, extranjero). Se usa en Rom 12:13; Heb 13:2, lit., «hospitalidad».¶ B. Verbo xenodoqueo (xenodocevw, 3580), recibir extraños (xenos, véase EXTRANJERO, EXTRAí‘O, FORASTERO, y decomai, recibir). Se usa en 1Ti 5:10 «si ha practicado la hospitalidad».¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

1. La hospitalidad, obra de misericordia. El huésped que pasa y pide el techo que le falta (Prov 27,8; Eclo 29,21s) recuerda en primer lugar a Israel su condición pasada de *extranjero esclavizado (Lev 19,33s; cf. Act 7,6), luego su condición presente de pasajero en la tierra (Sal 39, 13; cf. Heb 11,13). Este huésped tiene, pues, necesidad de ser acogido y tratado con *amor, en nombre de Dios que lo ama (Dt 10,18s). Esta acogida solí­cita y religiosa, cuyo tipo es Abraham (Gén 18,2-8) y cuyas delicadezas aprueba Cristo (Le 7,44ss), es un aspecto de la caridad fraterna que hace que el cristiano se crea siempre en deuda para con todos (Rom 12,13; 13,8).

2. La hospitalidad, testimonio de fe. El misterio de esta hospitalidad, forma de la caridad, lo revelará Jesús a todos el dí­a del juicio. A través del huésped y en él se acoge o se rechaza a Cristo (Mt 25,35-43), se le reconoce o se le desconoce, como en el tiempo de su venida entre los suyos; no sólo en su nacimiento no hubo sitio para él en la hospederí­a (Le 2,7), sino que hasta el fin de su vida lo desconoció el mundo y los suyos no le recibieron (Jn 1,9ss). Los que creen en él reciben «en su *nombre» a sus enviados (Jn 13,20) y también a todos los hombres, aun a los más humildes (Le 9,48); en todo huésped ven no sólo a un enviado del Señor, a un «*ángel» (Gén .19,1ss), sino al Señor mismo (Mt 10, 40; Mc 9,37).

Por eso, lejos de tratar al huésped como deudor (Eclo 29,24-28) o como persona molesta de la que se desconfí­a (Eclo 11-34) y contra la que se murmura (IPe 4,9), todo cristiano (1Tim 5,10), y en particular el epí­scopos (ITim 3.2; Tit 1,8), debe ver en el que llama a su puerta (cf. Ap 3,20) al Hijo de Dios que viene de su Padre para colmarle y establecer en él su *morada (Jn 14,23). Y estos huéspedes divinos lo introducirán a su vez en su casa, no como huésped, sino como hijo de casa (Jn 14, 2s; Ef 2,19). Dichosos los servidores vigilantes que abran la *puerta al maestro cuando llame el dí­a de la parusí­a. Invirtiendo los papeles y manifestando el misterio de la hospitalidad, él mismo servirá a la mesa (Le 12.37), él mismo compartirá con ellos su *comida (Ap 3,20).

–> Extranjero – Hermano – Prójimo.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

En parte, la práctica bíblica sencillamente refleja la proverbial generosidad oriental hacia los extranjeros. Abraham (Gn. 18) y Lot (Gn. 19) son ejemplos de los primeros tiempos. La ley hacía provisión especial en favor de los extranjeros (no solamente para el viajero ocasional sino para el residente local que no pertenecía a Israel). Debía ser tratado con igualdad con el hebreo, tanto por el amor de Dios hacia él como por la experiencia de Israel como extranjeros en Egipto (Dt. 10:18, 19). Debía ser amado con toda sinceridad (Lv. 19:33, 34). Se podía exigir la hospitalidad como un derecho (1 S. 25:8). Brindarla libremente y en forma plena añadía a la reputación de bondad de una persona (Job. 31:31, 32). La interferencia ocasional de gente ajena contra la protección ofrecida a extranjeros producía resentimiento y acción punitiva (Jue. 19–20).

En consonancia con este trasfondo histórico, Jesús mandó a sus discípulos que fueran sin provisión especial, contando con la hospitalidad a lo largo del camino (Mr. 6:7–13). Como portadores de buenas nuevas y de sanidad para el cuerpo, los discípulos tenían razones abundantes para esperar una recepción cordial. Este precedente sin duda estableció el patrón para la iglesia primitiva, la cual dependía de la hospitalidad tanto para la expansión misionera como para sus maestros ambulantes (Hch. 9:43–11:18; 16:15; Ro. 16:23; Tit. 3:13). La conversión de familias enteras a la fe está íntimamente relacionada con la recepción de los siervos de Dios en los hogares. Sin la extensión de la hospitalidad, la iglesia local no podía funcionar, porque la iglesia en la casa fue la norma de los primeros dos siglos.

La orden del AT de amar al extranjero se pasa a la vida de la iglesia, donde el énfasis no está tanto en el deber como en el amor de la hospitalidad (Heb. 13:1, 2; Ro. 12:13). La palabra aquí es filoxenia. Para ser sobreveedor de la iglesia uno debe cumplir requisitos en este respecto (1 Ti. 3:2; Tit. 1:8).

Las variaciones de la norma indican condiciones poco usuales. La hostilidad a Pablo, en ocasión de su último viaje a Jerusalén, parece reflejarse en el cuidado con que se hizo provisión anticipada para él y sus acompañantes, liberando a los líderes de la iglesia local de esta responsabilidad (Hch. 21:16). La despótica conducta de Diótrefes al negarse a recibir adecuadamente a los hermanos que venían debidamente recomendados, lo señaló a él como un «mandón» de la iglesia (3 Jn. 10).

Un indicio de que la hospitalidad podría hacerse gravosa se encuentra en la orden de 1 P. 4:9 practicarla sin murmuraciones. En el segundo siglo, la iglesia encontró necesario poner pruebas para distinguir a los verdaderos siervos del Señor de aquellos que veían en la generosidad cristiana una oportunidad de vivir sin trabajar (Didache xi). No obstante, la iglesia sobrepasó estas molestias y siguió siendo notable por su benevolencia hacia los extranjeros de todos los tipos (Justino Mártir, Apologia lxvii, 4).

Los obispos cristianos tomaron la iniciativa en el establecimiento de hospitales (a partir del siglo cuarto), mientras en un período posterior los monjes desarrollaron la hospedería, en conexión con el monasterio, como refugio para los viajeros.

BIBLIOGRAFÍA

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Fuente: Diccionario de Teología

En toda la Escritura se da por sentada la responsabilidad de cuidar al viajero y a los necesitados. Aunque encontramos ejemplos en toda la Biblia, los únicos mandamientos específicos relacionados con la hospitalidad se refieren a la responsabilidad del cristiano hacia sus hermanos en la fe.

I. En el Antiguo Testamento

Una comparación con las tribus beduinas modernas, entre las que el concepto de hospitalidad ocupa un lugar importante, sugiere que la prominencia de la hospitalidad en el AT se deriva en parte de los orígenes nómades de Israel. La generosidad de Abraham hacia los tres extraños (Gn. 18.1–8) ofrece una excelente ilustración de las prácticas nómadas, y a menudo se la recordó en escritos judaicos posteriores por su carácter ejemplar, aunque las comunidades sedentarias no fueron menos hospitalarias con el forastero (Jue. 13.15; 2 R. 4.8ss).

En el AT la hospitalidad era algo más que una costumbre, sin embargo. Era, también, una demostración de fidelidad a Dios (Job 31.32; Is. 58.7). Incluso era posible que se pudiera recibir a Yahvéh (Gn. 18.1–8) o a sus ángeles (Jue. 6.17–23; 13.15–21; cf. He. 13.2), mientras que a su vez Dios llevó a cabo una fiesta en el día del Señor (Yahvéh) a la que concurrieron convidados (Sof. 1.7). La provisión divina de *ciudades de refugio (Nm. 35.9–34; Jos. 20.1–9) y la preocupación por el extranjero (Ex. 22.21; Lv. 19.10; Dt. 10.19) indican el grado en que llegó a practicarse la hospitalidad en la época del AT.

El dejar de satisfacer las necesidades del viajero era una ofensa seria, posible de castigo por parte de Dios (Dt. 23.3–4) y el hombre (1 S. 25.2–38; Jue. 8.5–17). El uso de peša˓ (1 S. 25.28), término empleado para la transgresión de lo pactado, indica la importancia que se adjudicaba a tales obligaciones. La singular violación de las leyes de la hospitalidad por parte de Jael (Jue. 4.11–21; 5.24–27) sólo pudo haber sido alabada por su inconmovible lealtad a antiguos lazos familiares y a Yahvéh. Era conveniente rechazar ciertas invitaciones, sin embargo, ya que podían acarrear la ruina espiritual (Pr. 9.18).

Aunque la hospitalidad se extendía a todos, existía una especial responsabilidad hacia los de la propia familia (Gn. 29.1–14; Jue. 19.10–12; Is. 58.7) y hacia los que servían a Dios (2 S. 17.27–29; 1 R. 17.10ss; 2 R. 4.8ss). Podía recibirse como huésped a un futuro yerno, aunque sólo se conoce esto como costumbre madianita (Ex. 2.20). El acuerdo de paz entre Heber el ceneo y Jabin de Hazor parece haber incluido una obligación mutua de darse hospitalidad (Jue. 4.11–21).

La historia de Lot y el anciano de Gabaa (Gn. 19.8; Jue. 19.24–25) ilustra gráficamente la obligación que tenía el anfitrión de preocuparse por la seguridad y el bienestar de sus huéspedes. La inmoralidad de las comunidades en que vivían sugiere que su poca consideración hacia sus hijas se debió más al clima moral reinante que a los requerimientos del juramento de hospitalidad.

Los forasteros se quedaban a las puertas de la ciudad a la espera de una oferta de hospitalidad (Gn. 19.1; Jue. 19.15), aunque también se acostumbraba hacerlo al lado del pozo (Gn. 24.14ss; Ex. 2.20). A veces se daba hospitalidad por haber recibido anteriormente una muestra de amabilidad (Ex. 2.20; 2 S. 19.32–40). Pan y agua constituían la provisión mínima (Dt. 23.4; 1 R. 17.10–11), aunque a menudo se iba más allá de esta ración tan exigua. Se lavaba los pies del viajero para quitarles el polvo del camino (Gn. 18.4; 19.2; 24.32; Jue. 19.21), y a veces se ungía con aceite su cabeza (Sal. 23.5; Am. 6.6; cf. Lc. 7.46). Era frecuente que se ofrecieran los mejores *alimentos (Gn. 18.5; 1 S. 25.18); y como cosa especial se procuraba proporcionar carne, algo que raramente se comía en oriente (Gn. 18.7; Jue. 6.19; 13.15; cf. Lc. 15.23). También la mantequilla y la leche reanimaban en forma especial al viajero (Gn. 18.8; Jue. 5.25). Se proveía pienso para los animales cuando así se lo requería (Gn. 24.14, 32; Jue. 19.21); más todavía, Eliseo, por ejemplo, recibió alojamiento completo (2 R. 4.10).

II. En el Nuevo Testamento

Los términos gr. utilizados son filoxenia (lit. ‘amor a los forasteros’); cf. xenizō, ‘recibir como huésped’, también synagō (Mt. 25.35ss) y lambanō (3 Jn. 8).

Muchos aspectos de la hospitalidad del AT reaparecen en el NT. Continúa practicándose la cortesía de ofrecer agua para los pies del viajero, y aceite para su cabeza, aunque el NT menciona, además, un beso de bienvenida, como así también a los huéspedes reclinados durante la comida (Lc. 7.44ss). En realidad, parecería que la casa de Simón el fariseo estaba abierta a todos, a juzgar por la forma en que se aceptó con toda naturalidad la presencia de la mujer que ungió a Jesús (Lc. 7.37ss).

También se evidencia una responsabilidad especial para con los siervos de Dios, y el ministerio terrenal de Jesús (Mr. 1.29ss; 2.15ss; Lc. 7.36ss; 10.38–41), como también las actividades misioneras de los apóstoles (Hch. 10.6ss; 16.15; 17.7), quienes dependían en gran medida de la hospitalidad que recibían. El NT se ocupa de este concepto al considerar la hospitalidad que se daba, o rehusaba, a Jesús y sus seguidores como indicación de la aceptación o rechazo del evangelio (Mt. 10.9; Lc. 10.4), incluso en el juicio final (Mt. 25.34–46). Estas responsabilidades cristianas, sin embargo, no son más que un pálido reflejo de la generosidad divina. Jesús habló de la parábola de la fiesta de bodas (Mt. 22.2ss; Lc. 14.16ss), y a la vez dio a los discípulos un ejemplo a seguir (Jn. 13.1ss). Por sobre todas las cosas, Jesús llevó al extremo las obligaciones de la hospitalidad al entregar su vida para redimir a sus invitados (Mr. 10.45; 14.22ss).

Las epístolas del NT ordenan concretamente dar hospitalidad a los hermanos en la fe (p. ej. Gá. 6.10). La existencia de ciertos factores especiales en el ss. I d.C. realzaron la importancia de estas instrucciones. Las persecuciones hicieron que los cristianos tuvieran que esparcirse y abandonar sus hogares, y en muchos casos la necesidad material era muy real (Hch. 8.1; 11.19). Los predicadores itinerantes constituían también una carga para la iglesia. No recibían nada del mundo pagano (3 Jn. 7), y por lo tanto se convertían en responsabilidad de los cristianos locales (Hch. 9.43; 16.15; 18.3, 7), aun cuando esto acarreaba ciertos riesgos (Hch. 17.5–9). A veces los anfitriones eran los propios conversos de los evangelistas (3 Jn. 5–7). Era necesario, sin embargo, rechazar a los falsos maestros (2 Jn. 10), y las cartas de recomendación servían para reconocer los casos genuinos (Ro. 16.1; 2 Co. 3.1). Muchas de las posadas de aquellos tiempos eran de bajo nivel en cuanto a calidad, tanto materialmente como moralmente, y a menudo tenían poco atractivo para el viajero cristiano.

La “práctica” de la hospitalidad (Ro. 12.13) era obligatoria para los cristianos, que debían asegurarse de satisfacer las necesidades de sus hermanos en la fe, aunque la hospitalidad debía extenderse a todos (Ro. 12.13–14; Gá. 6.10). Es así que Pablo enseña a la iglesia de Colosas que debe recibir a Marcos (Col. 4.10), y da por sentado que Filemón prepararía alojamiento para él cuando fuese liberado de la prisión (Flm. 22). El deber de dar hospitalidad era, asimismo, uno de los requisitos especiales de los *obispos (1 Ti. 3.2; Tit. 1.8), y de la *Viuda que esperaba ser mantenida por la iglesia (1 Ti. 5.10).

Aunque para los griegos la hospitalidad era señal de civilización, y el NT contiene un excelente ejemplo de generosidad no cristiana (Hch. 28.7), la hospitalidad neotestamentaria tenía carácter específicamente cristiano. Debía ofrecerse gratuitamente y sin murmuración (1 P. 4.9), y en un espíritu de amor fraternal (He. 13.1). Ese amor (agap̄ē: 1 P. 4.8; cf. Ro. 12.9) se proyecta esencialmente hacia afuera, y trae como resultado una disposición para proveer a las necesidades de otros, y sólo podía demostrarse por el hecho de que quien lo daba había recibido un don (jarisma) de Dios (1 P. 4.10–11). Por lo tanto, atender a los demás era cumplir una deuda de gratitud.

III. La posada bíblica

Las referencias veterotestamentarias a posadas o mesones (mālôn) son raras (Gn. 42.27; 43.21; Ex. 4.24; Jer. 9.2), y las ubicaciones específicas se limitan a las rutas que unían Egipto y Palestina o Madián. Nada se sabe sobre estos lugares, aunque uno de ellos era lo suficientemente amplio como para alojar a un grupo inesperado de nueve viajeros (Gn. 42.27). El equivalente de katalyma, en la LXX, y el verbo relacionado katalyō sugieren la idea de quitar los arneses a los animales, aunque generalmente tenía el sentido general de alojamiento. El mesón de Belén (katalyma) puede haber sido un lugar bastante sencillo. Probablemente no se trataba de un cuarto de huéspedes en una casa particular, ya que no se da nombre alguno, y puede haberse tratado de una responsabilidad colectiva de la aldea. En otros lugares se usa el vocablo katalyma para describir una habitación en una residencia privada, que fue facilitada para llevar a cabo la cena pascual (Mr. 14.14; Lc. 22.11; cf. Lc. 19.7). El pandojeion de Lc. 10.34 es más evolucionado, y estaba abierto a cualquiera para pasar la noche; se podía comer y ser atendido por una tarifa establecida; xenia, en cambio, se utiliza tanto para el cuarto de huéspedes de Filemón como para el lugar del arresto domiciliario de Pablo en Roma (Flm. 22; Hch. 28.23).

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M.J.S.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico