TIERRA PROMETIDA

Actualmente se está generando mayor interés en los aspectos teológicos de Israel y su tierra, lo que puede explicarse debido a diferentes factores. Primero, el énfasis en la fe de Israel como algo histórico ha sido reforzado por el pensamiento existencialista, que destaca más bien la elección personal antes que el carácter corporativo de los contextos culturales y geográficos. Se ha iniciado ahora una suerte de reacción contra dicho énfasis, con el reconocimiento del espacio además del tiempo, la realidad corporativa a la vez que la individual, que requieren interpretación dentro de la teología bíblica. Nuevamente se está descubriendo el énfasis del AT sobre la “tierra de Israel”.

Segundo, el creciente conocimiento acerca del simbolismo y el uso de las metáforas está dando profundidad a lo árido del análisis y a la monotonía de la cuantificación en el pensamiento moderno. Las relaciones espaciales son algo más que la distancia u otros valores abstractos; personalmente poseen sentido, y se perciben culturalmente. Actualmente se reconoce que motivos bíblicos como “la tierra prometida”, “Jerusalén”, “el desierto”, “los lugares inhóspitos”, etc., tienen significado teológico en más de un nivel de pensamiento. El espíritu contemporáneo de la destitución del hombre, de su alienación y el hecho de encontrarse perdido, está generando interés en el tema del estar “en su lugar”, “en casa”, en el mundo de Dios. Actualmente se reconoce la necesidad de la “topofilia”.

Tercero, está la crisis ecológica, que nos hace ver la necesidad de una mayordomía humana de la tierra. ¿Tiene alguna relación con nuestra actual situación ecológica el mandato bíblico de que el hombre se enseñoree sobre la tierra (Gn. 1.26–27)? El Salmista comprendió que “el hombre que es de la tierra hace violencia en ella” (Sal. 10.18). El hombre recibió el mandato, en la creación, de “labrarla y guardarla” (Gn. 2.15). “Cuida que la tierra pueda mantenerte, para que se multipliquen tus días, y los de tus hijos” (Dt. 11.16–21). Los profetas, especialmente Jeremías, denunciaron a Israel por no cumplir su parte en el cuidado de la tierra.

Cuarto, está el tema de que Israel es la realidad histórica y geográfica de las promesas de Dios, en pacto con Abraham y el pueblo de Yahvéh. La tierra expresa la realidad de que Dios es Rey del universo, el Creador, que hizo todas las cosas, de modo que la tierra y su pueblo son de él (Lv. 25.23; cf. Sal. 95.4–7). Por lo tanto, Yahvéh es “santo”, y no debemos confundirlo con otros dioses ni suponer que puedan rivalizar con él (Ex. 20.3; Os. 2.4s). No es una deidad de la naturaleza, sino el Creador del cielo y la tierra. La tierra es también la heredad de Israel, como regalo de Dios (Dt. 26.5–9), pero es tierra que los israelitas no pueden mantener o poseer completamente sin ayuda divina (Jue. 1.19; cf. Jos. 17). Promesa y prohibición van juntas bajo el pacto de Dios (Ex. 23.30–33).

Finalmente, está el interés apocalíptico en el futuro de la tierra. ¿Hasta qué punto es el sionismo una interpretación bíblica de la profecía? W. Marxsen, en su bosquejo geográfico del Evangelio de Marcos, habla del autor como si hubiera escrito un “evangelio galileo”, en el que Galilea es el sitio y el tema de lo recóndito, donde actuó Jesús, y donde Cristo actúa en la realidad escatológica y actuará en su próxima parusía. H. Conzelmann, en su comentario sobre Lucas, ve en la importancia que este evangelista asigna a Jerusalén el punto de intersección entre el judaísmo y el cristianismo, en el que el Camino llevaba a Jerusalén, y desde donde ha salido el evangelio hacia toda la tierra. En consecuencia ambos escritores bíblicos podrían reflejar una polémica ante la pretensión de prioridad por parte de los judíos para la tierra de Israel. Por cierto que esto ya lo había anticipado Jeremías, que vio que el verdadero Isarel no necesitaba esa tierra para su identidad ni para su adoración de Yahvéh. La encarnación ha cumplido ambas cosas, y ha hecho más concretas las realidades prácticas de vivir como pueblo de Dios.

Bibliografía. °R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985; H. Conzelmann, El centro del tiempo, 1974; G. von Rad, Estudios sobre el Antiguo Testamento, 1976, pp. 81–95; J. Pikaza, La Biblia y la teología de la historia, 1974; A González Lamadrid, La fuerza de la tierra, 1981; G. A. Smith, °GHTS, pp. 67–72.

W. Brueggemann, The Land, 1977; H. Conzelmann, The Theology of St. Luke, 1960; W. D. Davies, The Gospel and the Land, 1974; A. J. Heschel, Israel, 1967; R. H. Lightfoot, Locality and Doctrine in the Gospel, 1938; E. Lohmeyer, Galiläa und Jerusalem, 1936; W. Marxsen, Mark the Evangelist, 1969, pp. 54–116; id., “The Holy Land in Judaic Theology”, en J. Neusner (eds.), Understanding Jewish Theology, 1973, pp. 73–90; R. de Vaux, Ancient Israel, 1961, pp. 74ss; G. von Rad, The Problem of the Hexateuch, 1966, pp. 79–93; M. Weinfeld, Deuteronomy and the Deuteronomic School, 1972, pp. 313–316; G. H. Williams, Wilderness and Paradise in Christian Thought, 1962; L. Lambert, The Uniqueness of Israel, 1979.

J.M.H.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico