SEUDONIMIA

Seudonimia es la práctica que consiste en atribuir obras literarias a nombres supuestos, recurso muy difundido en el mundo antiguo. Numerosos ejemplos se conocen en el mundo grecorromano, pero al estudiar la actitud cristiana hacia este recurso los seudoepígrafos judaicos son mucho más significativos (* Seudoepígrafos, I) Los primeros no eran, como lo eran estos últimos, expresiones de un enfoque religioso, y debido a las grandes diferencias en contenido entre los escritos seculares y los religiosos los escritos judaicos constituyen naturalmente un paralelo más cercano de los numerosos seudoepígrafos cristianos que circularon durante los primeros tres siglos d.C.

No cabe duda de que estos escritos disfrutaron de considerable popularidad, y por esta razón requieren cierta explicación en cuanto a su carácter y método. A la mentalidad moderna, acostumbrada a la condenación literaria del plagio (el uso del material de otro), le resulta difícil apreciar esta antigua práctica de usar el nombre de otra persona. Pero con frecuencia se supone que el antiguo modo de proceder era esencialmente diferente del moderno y que no suponía nada condenable. Indudablemente muchos de los autores que echaron mano a esta práctica eran hombres sinceros, y en esto radica el problema. ¿Será posible descubrir principios que arrojen alguna luz sobre esta aparente contradicción?

I. El enfoque griego

Hay muchas causas que podrían explicar, según algunos, la abundancia de escritos seudonímicos entre los griegos. Había una tendencia a atribuir obras anónimas a algún autor muy conocido de obras de la misma clase, por ejemplo, obras épicas a Homero o Virgilio. Muchos escritos de eruditos fueron atribuidos a sus maestros, de quienes habían aprendido su sabiduría, como, por ejemplo, entre los seguidores de Platón. Más aun, frecuentemente se atribuían ejercicios retóricos a personalidades famosas (cf. la falsificación conocida como la Epístola de Falaris). Un tipo más deliberado de falsificación, muy común en el mundo griego, era la práctica de publicar ms(s). con el nombre de autores populares como método para venderlos. Un motivo posterior fue el deseo de producir documentos en apoyo de ciertas doctrinas atribuyéndolas a algún antiguo y reconocido maestro (p. ej. entre los neopitagóricos, y en el contexto cristiano la literatura clementina y las obras atribuidas a Dionisio el areopagita).

II. El enfoque judaico

Este parece haber heredado poco directamente de las prácticas griegas, ya que la mayoría de los escritos seudonímicos son producto del judaísmo palestino. El difundido uso secular griego puede haber tenido algún impacto, aunque la Carta de Aristeas, y el Enoc esclavo son casi los únicos casos de esta práctica aun entre los judíos helenísticos (* Seudoepígrafos, II). Las causas principales de la seudonimia deben buscarse en otra parte evidentemente. Es indudable que el factor más significativo fue la rigidez de la ley y la cesación de la profecía. Un mensaje autorizado para los judíos pertenecientes a los dos siglos anteriores a Cristo podía establecerse, se pensaba, sólo atribuyendo dicho mensaje a algún héroe del pasado cuya autoridad fuese incuestionable. Esto explica el lugar destacado que ocupan los nombres patriarcales entre los seudoepígrafos. Más todavía, todos los supuestos autores excepto Aristeas se mencionan ya sea en la Ley o en los Profetas. Esto ilustra claramente la diferencia fudamental entre la práctica seudonímica griega y la judía. Esta última poseía lo que le faltaba a la primera, un cuerpo autorizado de escritos que formaba la base de sus creencias religiosas, y sus producciones seudonímicas eran por lo tanto elaboraciones basadas en el material canónico (el paralelo griego más cercano lo constituyen los Oráculos sibilinos). Este fenómeno plantea problemas en torno a la seudonimia judaica, problema casi enteramente ausente del mundo griego. Los autores judíos eran hombres religiosos, y no es fácil comprender cómo podían recurrir a un método literario que a nosotros nos parece moralmente cuestionable. Hay una cantidad de posibles explicaciones.

La atribución falsa puede haberse debido al uso de materiales tradicionalmente heredados en conjunción con algún nombre famoso. Algunos eruditos, por ejemplo, han sostenido justamente este punto de vista al sugerir que Judas no cita al Libro de Enoc sino una pieza oral anterior que se consideraba como un dicho genuino de Enoc, que fue luego incorporado en el libro seudonímico (cf. Jud. 14). Pero es de lamentar que los elementos necesarios para verificar este procedimiento prácticamente no existen. Otra sugestión surge la naturaleza de la literatura apocalíptica. Este enfoque frecuentemente hacía uso de figuras de lenguaje, que los lectores no debían tomar literalmente, y este mismo supuesto tácito puede haber regido para el caso de los seudónimos. Algunas veces el método puede haber sido usado en defensa propia, cuando el autor no deseaba poner en evidencia su identidad por temor a despertar las sospechas del poder tiránico de turno. En este caso los lectores fácilmente comprenderían la razón del seudónimo y absolverían al escritor de cualquier censura moral. Mas en pocos casos resulta claramente aplicable esta explicación. Es posible que los judíos prestaran poca atención a la propiedad literaria y que se interesaran mucho más en el contenido que en la paternidad, y si esto fuera así en general podría explicarse la facilidad con que circulaban los escritos.

III. El enfoque cristiano

No cabe duda de que la preponderancia de los escritos cristianos primitivos de carácter seudónimo se debe más a las influencias judías que a las griegas. Ya para el ss. II d.C. existía un canon de escritos cristianos, el que, aunque adolecía de falta de codificación (excepto en el caso de Marción), tenía no obstante carácter auténtico y autorizado. Había escritos seudónimos de los cuatro tipos de literatura neotestamentaria: evangelios, hechos, epístolas y apocalipsis. La mayoría de ellos provenía de fuentes heréticas, y en estos casos el uso del método seudonímico resulta evidente. Las doctrinas esotéricas que se encontraban fuera de la órbita de la teología de la ortodoxia buscaban apoyo en la teoría de que ciertas enseñanzas secretas habían sido ocultadas a los demás. La producción de escritos apostólicos seudonímicos resultó de este modo un método fácil. Ya que el intervalo que separaba al supuesto autor del autor real no era tan grande como en la mayoría de los escritos judaicos de este carácter, no era exigir demasiado a los lectores el que se les dijera que algún escrito nuevo era en realidad producción apostólica, suponiendo que ignoraran su verdadera fuente.

A pesar del hecho de que la seudonimia era práctica muy difundida, no debe suponerse que se habría de considerar como un recurso literario inofensivo entre los cristianos ortodoxos. Las pruebas externas que existen sugieren más bien que la iglesia adoptó una posición firme en contra de esta práctica (p. ej. el canon de Muratori, Serapión, Tertuliano). Tertuliano incluso registra la degradación de un presbítero asiático que confesó haber escrito los Hechos de Pablo debido al amor que sentía hacia dicho apóstol, lo cual no sugiere que fuese una práctica reconocida el producir literatura de esta naturaleza. Por esta razón la suposición de algunos estudiosos de que ciertos libros neotestamentarios son en realidad seudonímicos plantea un agudo problema psicológico y moral, que pocos de los que apoyan estas hipótesis se atreven a admitir. Existe una corriente contraria a los seudoepígrafos canónicos neotestamentarios que puede neutralizarse únicamente mediante pruebas concluyentes y manifiestas en contra, y aun así cada caso tiene que ser juzgado enteramente por sus propios méritos.

Sobre la cuestión de la seudonimia en la literatura veterotestamentaria, véase * Daniel, Libro de; * Deuteronomio; * Eclesiastés; * Pentateuco.

Bibliografía. A. Díez Macho, Apócrifos del Antiguo Testamento, 1984, 3 t(t).; A. de los Santos, Los evangelios apócrifos, 1956.

R. H. Charles, Religious Development between the Old and New Testaments, 1914; D. Guthrie, “Epistolary Pseudepigraphy”, New Testament Introduction, 1970, pp. 671–684; J. Moffatt, An Introduction to the Literature of the New Testament2, 1912, pp. 40ss; H. J. Rose, “Pseudepigraphic Literature”, Oxford Classical Dictionary, 1949; R. D. Shaw, The Pauline Epistles4, 1913, pp. 477ss; A. Sint, Pseudonymität im Altertum: ihre Formen und Gründe, 1960; y especialmente F. Torm, Die Psychologie der Pseudonymität im Hinblich auf die Leteratur des Urchristentums, 1932.

D.G.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico