SEPULTURA Y DUELO

I. En el Antiguo Testamento

a. Los tiempos de los patriarcas

En aquellos tiempos se acostumbraba que las sucesivas generaciones enterraran sus muertos en la tumba familiar (cueva o hendidura practicada en roca); así, Sara (Gn. 23.19), Abraham (Gn. 25.9), Isaac y Rebeca, Lea (Gn. 49.31) y Jacob (Gn. 50.13), fueron todos sepultados en la cueva de Macpela, al E de Hebrón. A veces resultaron necesarias las sepulturas individuales debido a haberse producido el deceso en algún lugar distante de la tumba familiar; así el caso de Débora cerca de Bet-el (Gn. 35.8), y Raquel en el camino a Efrata (Gn. 35.19–20), y sus sepulturas fueron señaladas con una encina y un pilar, respectivamente. Además del lloro, el duelo ya incluía el rasgado de los vestidos y el ponerse cilicio sobre los lomos (Gn. 37.34–35), y podía durar hasta siete días (Gn. 50.10). El embalsamamiento de Jacob y José, y la utilización de un ataúd al estilo egipcio para José, fueron casos excepcionales (Gn. 50.2–3, 26). La momificación exigía la remoción de las vísceras para ser preservadas en forma separada, y la desecación del cuerpo rellenándolo con sal (no salmuera); después el cuerpo era rellenado con lienzo impregnado y totalmente envuelto en tela de la misma clase. El embalsamamiento y el duelo generalmente llevaban setenta días, pero el período destinado al embalsamamiento podía ser mas corto, como en el caso de Jacob.

b. La legislación pentateuca

La sepultura sin demora, incluso la de los cuerpos de criminales ahorcados, era la norma (Dt. 21.22–23). El contacto con los muertos y el duelo formal producían contaminación ceremonial. El duelo por medio del lamento, el rasgado de los vestidos, y el desatado de los cabellos estaba permitido a los sacerdotes aarónicos (Lv. 21.1–4), pero no al sumo sacerdote (Lv. 21.10–11), ni al nazareo sujeto a voto (Nm. 6.7). Expresamente prohibidos a los sacerdotes (Lv. 21.5) y al pueblo (Lv. 19.27–28; Dt. 14.1) estaban la laceración (“rasguños en la carne”), los cortes de la punta de la barba, la calvicie entre los ojos, y las “tonsuras” (mutilación [?]) en la cabeza. También estaba prohibido comer de lo diezmado durante el duelo o su ofrecimiento a los muertos (Dt. 26.14). Estas constituían prácticas paganas de los cananeos. Las mujeres tomadas prisioneras en las guerras podían practicar duelo por sus padres durante un mes antes de contraer matrimonio con sus captores (Dt. 21.11–13). A los caudillos nacionales Aarón (Nm. 20.28–29; Dt. 10.6) y Moisés (Dt. 34.5–8) se les acordó treinta días de duelo posteriores a su sepultura.

c. Israel en Palestina

(i)     Entierro. Siempre que fuera posible, las personas recibían sepultura en las heredades de sus antepasados, en una tumba familiar: así los casos de Gedeón y Sansón (Jue. 8.32; 16.31), Asael y Ahitofel (2 S. 2.32; 17.23), y finalmente Saúl (2 S. 21.12–14). La sepultura en la “casa” de la persona, como en el caso de Samuel (1 S. 25.1, cf. 28.3) y Joab (1 R. 2.34), quizás signifique lo mismo, salvo que fuera mas literalmente bajo el piso de la casa o patio. El cuerpo era llevado a su descanso en un féretro (2 S. 3.31). La falta de un correcto sepelio se consideraba una desgracia (1 R. 13.22; Jer. 16.6). Las tumbas se encontraban generalmente fuera de la ciudad; existen pruebas arqueológicas limitadas de tumbas familiares compuestas de una (o varias) cámaras de forma irregular en hendiduras de peñas, con bancos, a las que se llegaba por un corto túnel en pendiente, que se cerraba mediante una piedra cortada a medida. El tesorero advenedizo *Sebna mereció la condenación de Isaías por haberse esculpido una ambiciosa sepultura en una peña (Is. 22.15–16). La colocación de cerámica y otros objetos en las tumbas junto a los muertos llegó a ser en el período israelita una mera formalidad, en contraste con la compleja provisión funeraria de los cananeos. A veces se levantaron en Israel, como también en otras partes en la antigüedad, pilares conmemorativos; 2 S. 18.18 constituye un ejemplo anticipado. En las afueras de la ciudad de Jerusalén se reservó una parcela de tierra “para los sepulcros de los hijos del pueblo” (2 R. 23.6; Jer. 26.23). Sin duda estaba destinada a los entierros sencillos; había cementerios similares próximos a otras ciudades.

A veces la tumba de un criminal que había sido ejecutado, o de un enemigo, era señalada por un montón de piedras, ejemplos de los cuales son el pecador Acán (Jos. 7.26), el rebelde Absalón (2 S. 18.17), el rey de Hai, y los cinco reyes cananeos (Jos. 8.29; 10.27). La cremación no era práctica hebrea, aunque en circunstancias difíciles podía incinerarse un cadáver y enterrarse los restos hasta tanto se pudieran sepultar en forma debida en la tumba de los antepasados, como sucedió con Saúl (1 S. 31.12–13), y como probablemente se entrevé en Am. 6.10. Para la descripción de entierros reales, * Sepulcro de los Reyes.

(ii)     Duelo. En Palestina, en el 2º y 1º milenios, el duelo incluía: (1) rapadura del cabello y corte de la barba; (2) laceración del cuerpo; (3) rasgado de los vestidos y uso de cilicio; (4)esparcimiento de tierra sobre la cabeza y revolcamiento en cenizas; y (5) lloro y lamentación. No todas estas formas de expresar el duelo tuvieron la aprobación de la ley. (Véase la sección b, sup.) Para el duelo hebreo, vease cómo se comportaron David (2 S. 1.11–12; 13.31), la mujer de Tecoa (2 S. 14.2), y nótense las alusiones en los profetas (Is. 3.24; 22.12; Jer. 7.29; Ez. 7.18; Jl. 1.8; Am. 8.10; Mi. 1.16). Para los navezantes tirrenos, Filistea y Moab, véase Ez. 27.30, 32; Jer. 47.5; Is. 15.2–3 y Jer. 48.37.

Algunas muertes notables fueron a veces motivo de lamentaciones poéticas. Así David hizo lamentación por Saúl y Jonatán (2 S. 1.17–27) y Jeremías y otros por Josías (2 Cr. 35.25). Para plañideras profesionales, cf. Jer. 9.17–18; Am. 5.16. Después de un sepelio, posiblemente se preparaba para los que habían participado en el duelo una comida a modo de desayuno (Jer. 16.7; cf. Os. 9.4). A veces el sepelio de los reyes de Judá se señalaba con la preparación de “un gran fuego en su honor” (2 Cr. 16.14; 21.19–20; Jer. 34.5).

d. Duelo no funerario

Se asociaba el duelo con el arrepentimiento o la contrición (p. ej. Ex. 33.4; Jl. 1.13; 2.12–13; Esd. 9.3, 5); también se llevaba a cabo con motivo de alguna desgracia (p. ej. 2 S. 13.19; 15.32; Job 2.12–13). También se hacen referencias a la laceración, el lloro, etc., en las prácticas religiosas paganas o paganizantes. Cf. las acciones de los profetas de Baal en el mte. Carmelo (1 R. 18.28), y las de los hombres de Israel que se acercaron a Dios con ofrendas (Jer. 41.5). Ezequiel vio en visión a las mujeres de Jerusalén llorando por el dios Tamuz (Ez. 8.14); e Isaías describe ciertas ceremonias paganas frente a las tumbas, que eran efectuadas por israelitas rebeldes (Is. 65.4).

Bibliografía. Para tumbas cananeas análogas a las que usaron los patriarcas, véase K. M. Kenyon, Digging up Jericho, 1957, pp. 233–255. Para la laceración en épicas ugaríticas (cananeas septentrionales), véase DOTT, 1958, pp. 130; véase además J. A. Callaway, “Burial in Ancient Palestine from the Stone Age to Abraham”, BA 26, 1963, pp. 74–91; E. M. Myers, “Secondary Burials in Palestine”, BA 33, 1970, pp. 2–29.

K.A.K.

II. En el Nuevo Testamento

El cuerpo. Tabita fue lavada y colocada en una habitación en el piso alto (Hch. 9.39). Los brazos y piernas de Lázaro, y de Jesús fueron envueltos con vendas de lienzo (keiriai, othonia) impregnadas con perfumes aromáticos, y alrededor de la cabeza les envolvieron otro trozo de lienzo (Jn. 11.44; 20.6–7). El que los judíos palestinos adoptaron el lat. sudarium (pañuelo, servilleta) para describir al “turbante” resulta evidente por este uso joanino y por el ṣûdārı̂n misnaico, que Jastrow (Lexicon, pp. 962) define como “una bufanda envuelta alrededor de la cabeza, que cuelga sobre el cuello”. Debemos suponer también que se vestía el cuerpo; tal vez el singular sindōn (Mr. 15.46 y par.) indique una camisa de lienzo (constrastar Apoc. de Moisés 40.1–7 en el ss. I d.C.: plural sindones = bandas de envolver). Si M.Sbabbath 23.5 refleja la práctica normal del ss. I el cuerpo se ungía inmediatamente, y se ataba el mentón no para elevarlo, sino para que no se hunda más”; de la misma manera Semahoth 1.2 describe una inmediata ligadura de las mandíbulas, lo cual indica la función del sudarium. Jesús reconoció una anticipación de las costumbres mortuorias normales entre los judíos cuando fueron ungidos sus pies o su cabeza en Betania (Mr. 14.3–9; Jn. 11.2; 12.7); pero los preparativos de las mujeres para ungirlo se vieron frustrados (Mr. 16.1; Lc. 23.56). El plural misnaico taṯrı̂ḵı̂n confirma el sentido “ataduras”, “envolturas” para los términos joaninos keiriai, othonia (S. Safrai, The Jewish People in the First Century, 1974, 1.2, pp. 777, p. ej. M. Kilaim 9.4, Maaser Sheni 5.12); y el verbo correspondiente es más explícito todavía en Semahoth 12.10: “Un hombre puede envolver (meḵārēḵ) y ligar (el cuerpo de) un hombre, pero no (el cuerpo de) una mujer …” No obstante, en M. Sanhedrin 6.5 H. Danby (Mishnah, 1933) tradujo “vestimentas”; y D. Zlotnik (Tractate Mourning, 1966, pp. 22) supone un “vestido de lienzo” en la muerte de Gamaliel II ca. 130 d.C. Tal vez, también, debiéramos tomar en cuenta lo que dice R. Nathan (fines del ss. II d.C.): “En las mismas ropas (keṣût) que van con él al Seol aparecerá el hombre en la era venidera.” Todo esto parece sugerir tanto envolturas como vestidos.

Sepultura y duelo. Los que hacían duelo en la casa de Jairo “lloraban y lamentaban mucho” (Mr. 5.38), formando una gran multitud (Mt. 9.23) y provando un gran disturbio; presumiblemente se golpeaban el pecho en senal de dolor (como Lc. 18.13; 23.48). En forma similar, cuando Esteban fue sepultado hubo “gran llanto” (Hch. 8.2). Viene a la mente un pasaje de la Sabiduría de Jesús ben Sirac (Ecl.) 38.16–18, del ss. II. a.C.:

“Hijo, por un muerto lágrimas derrama,

como quien sufre cruelmente, entona la lamentación;

según el ceremonial entierra su cadáver y no seas negligente con su sepultura.

Llora amargamente, date fuertes golpes de pecho, haz el duelo según su dignidad” (°bj).

Jairo contrató músicos para el duelo (Mt. 9.23), supuestamente para acompañar una endecha formal tanto en la casa como durante la procesión; porque Josefo dice que en 67 d.C. en Jerusalén (cuando hubo fracasado la revuelta judía en Galilea), “… muchos contrataban flautistas que acompañaban sus endechas” (GJ 3.435–437). Posteriormente una ley rabínica impuso obligaciones especiales al esposo para con su esposa; R. Judah (fines del ss. II d.C.) dijo: “Hasta los más pobres en Israel deberían contratar no menos de dos flautas y una mujer plañidera” (M.Ketsboth 4.4). El que ningún cadáver debía permanecer dentro de los muros de Jerusalén durante la noche era un dicho rabínico más que la práctica normal (A. Guttmann, HUCA 60, 1969–70, pp. 251–275); sin embargo, muchos textos indican entierros el mismo día. Jn. 11.39 espera el hedor de la descomposición dentro de los cuatro días (probablemente antes). En Naín Jesús se encontró con una procesión camino a la tumba, que incluía a la madre y muchas personas de la ciudad. El cuerpo estaba en el féretro (soros) que era llevado por portadores. Semahoth 4.6 se refiere al uso del féretro en Jerusalén, y a una persona que precedía la procesión pronunciando alabanzas al muerto. De la misma manera M.Berakoth 3.1 menciona a los que llevaban la miṯṯah (féretro), los que los remplazaban, los que iban delante y los que iban detrás. Podemos contrastar con esto el sepelio del rey Herodes (4 a.C.), cuyo cuerpo fue exhibido sobre un sofá (klinē) de oro tachonado con piedras preciosas, y que vestía la púrpura real y una corona de oro (Ant. 17.196–199; GJ 1.670–673). Su hijo Arquelao ofreció un suntuoso banquete funerario al pueblo, como era la costumbre de los más pudientes, cuya piadosa generosidad los “empobrecia” (GJ 2.1). El mismo rey Herodes había gastado pródigamente en el sepelio de Antígono (a quien asesinó), en el acondicionamiento del sepulcro, en costosas especias quemadas como incienso, en la preparación (kosmos) personal del cadáver (Ant. 15.57–61). Pero Josefo comprendía que el costo no era lo que importaba:

Los ritos piadosos que estipulaba la ley para los muertos no consisten en costosas exequias o la erección de monumentos notables. La ceremonia funeraria es responsabilidad del pariente más cercano, y todos los que pasan mientras se está llevando a cabo el entierro deben unirse a la procesión y lamentarse con la familia. Después del sepelio la casa y sus habitantes deben ser purificados (Contra Pelag Apionem 2.205).

El duelo seguía después del entierro. En el ss. II a.C. sus reglas y sanciones se mantenían por 7 días (Ecl. 22.12); al final del ss. I a.C. Arquelao hizo duelo 7 días por Herodes (GJ 2.1), y en el ss. I d.C. esta seguía siendo la norma (Ant. 17.200). En el ss. II d.C. los rabinos todavía hacen referencia a šiḇ˓āh o “los siete días de duelo” (Semahoth 7). Un período superior a 30 días era excepcional (GJ 3.435–437).

Tumbas. Antiguas tumbas perforadas en roca pertenecientes al período ca. 40 a.C.-135 d.C. rodean los muros de Jerusalén en tres lados (pero no el lado occidental, de donde soplaban los vientos predominantes), incluidas las de las familias más pudientes en Sanhedriyya (PEQ 84, 1952, pp. 23–38; ibíd. 86, 1954, pp. 16–22; Atiqot 3, 1961, pp. 93–120), y las tumbas más pobres, ricas en hallazgos, en “Dominus flevit” en el mte. de los Olivos. La más espléndida de todas es la tumba de la reina Helena de Adiabena. Hay algunos sarcófagos de piedra, pero en su mayor parte los muertos eran colocados en hoḵin, a veces sobre bancos arcosolia; los sarcófagos perforados en roca debajo de un arcōsolium (nicho en forma de arco en un muro sepulcral) son extremadamente raros, siendo el único ejemplo muy conocido el que se encuentra en la tumba 7 en Sanhedriyya, Jerusalén. El koḵ es el único tipo de enterratorio a que se hace referencia en la Misná (M.Baba Bathra 6.8); la disposición rabínica ideal—dos kôḵı̂m opuestos a la entrada de la tumba y tres en cada pared lateral—pocas veces se encuentra. Un kôḵ era un túnel funerario cortado verticalmente en el muro de la cámara como un horno profundo, retrocedido con respecto a retallos de roca que se proyectan alrededor de los muros de la cámara (interrumpidos únicamente por el escalón de entrada), que dejaba un pozo oblongo en el centro de la cámara con altura suficiente para un hombre en pie. El sarcófago (raro), el retallo saliente continuo, y el kôḵ son los únicos lugares posibles para ubicar un cuerpo en las tumbas de roca más pequeñas y menos pretenciosas. Estas estaban formadas por una o más cámaras con una entrada baja y cuadrada, de tal modo que había que entrar sobre manos y pies. La piedra para cerrar la tumba era como un enorme corcho, que encajaba en una rebaja alrededor de la pequeña entrada, como en el cuello de una botella; también podía ser un canto rodado tosco. Para este tipo de tumba véase AJA 51, 1947, pp. 351–365, Atiqot (en inglés) 3, 1961, pp. 108–116 (muchas en revistas heb.). Es evidente que tales tumbas—en las que había que agacharse para entrar, que se cerraban con una piedra que había que sacar rodando a un lado, y en las que el cuerpo puede haberse colocado inicialmente en el retallo que sobresalía—encuadrarían con las descripciones en los evangelios sobre el lugar donde José puso el cuerpo de Jesús. Las tumbas más complejas son mucho más raras, pero combinaban la disposición “fosa-retallo-kôḵ” con uno o más bancos arcosolia (Bankbogengräber), donde el cuerpo estaba visible sobre un retallo plano cortado a lo largo en el muro de la cámara funeraria—e. d. a lo largo del muro, no en el sentido de su profundidad—formando un espacio de unos 2 m de largo debajo de un arco a todo lo largo del muro. Estas tumbas generalmente consisten en varias cámaras, no una, y a menudo tenían un vestíbulo, con entrada ancha y alta, que daba acceso a la entrada usual, pequeña y cuadrada, hacia la(s) cámara(s) sepulcral(es). Con frecuencia había también una fachada ornamentada, incluso un frontón, friso, corniza, columnata de tipo inantis distyle o monumento separado. Además de esto la tumba de Helena tenía un complejo sistema de cámaras con hôḵı̂m y banco arcosolia. Esta tumba y la tumba real herodiana son las únicas de este período (hasta 135 d.C.) que tenían una piedra de cierre como un gran queso redondo o piedra de molino.

Todas las tumbas de este período que no han sido tocadas también contienen osarios, pequeños cofres de piedra caliza en los que se juntaban los huesos y se los volvía a enterrar. M. Sanhedrin 6.5b se refiere a esta costumbre en el caso de los criminales, que primeramente eran enterrados en dos cementerios especiales por el sanedrín de Jerusalén (después de la pena de muerte), y luego formalmente en la tumba de la familia. Los huesos de una persona crucificada han sido encontrados en la tumba de su familia (IEJ 21, 1970, pp. 18–59). Consideraciones detalladas y más generales sobre la costumbre de “juntar los huesos” (ossilegium) en documentos rabínicos primitivos aparecen en Semahoth 12–13, que comprende a los rabinos de ca. 120 d.C. y posteriores. Posiblemente fuese el anciano Eleazar bar Sadoc cuyo padre (antes del 70 d.C.) pidió que sus huesos fuesen reunidos y enterrados nuevamente en una delôṣqōmā˒ (osario), como habían sido enterrados los huesos de su propio padre. Los indicios arqueológicos de Jerusalén fechan el uso de osarios de ca. 30 a.C. a 135 d.C., remplazando a las grandes cámaras asmoneas (IEJ 8, 1958, pp. 101–105; 17, 1967, pp. 61–113). En la tumba de Helena también se colocaron huesos en pequeños compartimientos en forma de cofres cerca de los koḵim. E.M. Meyers ha intentado probar la existencia continua de entierros secundarios desde un período muy antiguo (Jewish Ossuaries: Reburial and Rebirth, 1971); véase la importante nota bibliográfica de L. Y. Rahmani, IEJ 23, 1973, pp. 121–126, en que rechaza la identificación del entierro de huesos jerosolimitano con prácticas anteriores.

El Santo sepulcro, la Tumba en el jardín, la mortaja de Turín. De estos tres el Santo sepulcro tiene por lejos la mayor probabilidad de ser auténtico; véanse especialmente artículos por C. W. Wilson en PEQ, 1902–4. Es sumamente improbable que el sitio del “lugar de la calavera” (Gólgota) se perdiera antes del 135 d.C. Más todavía, en la primera parte del ss. IV d.C. Eusebio estaba seguro de que la tumba de Jesús había sido enterrada debajo de un templo romano dedicado a Afrodita (Vida de Constantino 3.26), quizá un templo a Venus edificado por Adriano (PEQ 1903, pp. 51–56, 63–65). El peregrino cristiano Arcufo (670 d.C.) visitó el Santo sepulcro, y describe el lugar de la sepultura en detalle; lamentablemente con posterioridad ha sido recubierto con paneles de mármol. La descripción de Arculfo indica ya sea un arcosolium en forma de artesa (imposible de fechar antes del ss. II d.C.) o quizá el tipo que se muestra aquí. Este último es extremadamente raro antes del 135 d.C. y por consiguiente improbable ca. 30 d.C. (pero no imposible; tal vez las últimas tumbas monumentales judías en Jerusalén daten de antes de las revueltas de 66–70 y 132–5 d.C., y aun antes de los disturbios de la década del 50 y los primeros años de la del 60). Otras tumbas muy cercanas a la tradicional (y siempre dentro del Santo sepulcro) son del tipo corriente del ss. I (véase R. H. Smith, BA 30, 1967, pp. 74–90, esp. pp. 83–85, y los artículos por C. Clermont-Ganneau, C. W. Wilson y C. R. Conder, PEQ 1877, pp. 76–84, 128–132, 132–134).

La Tumba del jardín se mencionó por primera vez como la tumba de Jesús en el ss. XIX, y ha sido un sitio atractivo para la devoción evangélica desde entonces. Tiene el mérito de contener una tumba sencilla perforada en la roca dentro de un jardín, disposición obviamente semejante a la que se describe en los evangelios. Pero no se puede defender su autenticidad; fue “identificada” sobre la base de generalidades. Las formas funerarias—artesas simples cortadas alrededor de tres lados de una cámara hacia la que se proyectan (e.d. no se encuentran debajo de un arcōsolium)—son desconocidas en Jerusalén en el período neotestamentario. Las investigariones israelitas actuales sugieren una fecha en la edad del hierro.

La mortaja de Turín, pieza de lienzo de unos 3 m x 1 m, tiene la pintura o impresión de un cadáver humano que, según se dice, sería el cuerpo de Jesús. El hecho de que los rasgos faciales predominantes aparecen invertidos en películas se ha interpretado de dos modos enteramente diferentes: ya sea que se utilizó pintura que se ha deteriorado (detalles: H. Thurston, Catholic Encyclopaedia, 13, 1912, pp. 763), o que hubo emanaciones químicas producidas por la agonía de un ser humano (argumento de Vignon en 1902; véase A. J. Otterbein, New Catholic Encyclopaedia, 13, 1967, pp. 187). Esta mortaja es indudablemente la que se exhibió en Lirey, Francia, en el ss. XIV, quizá también en Constantinopla a partir del ss. XII. Pero el NT y otros textos antiguos no indican el uso de mortajas en el ss. I; más bien se usaban vendas para la cabeza y los miembros y una camisa de lino u otra pieza para el cuerpo. La sugestión de Thurston de que a la mortaja de Tunn se le pintó el cadáver de Jesús a fin de que fuese exhibido en un drama litúrgico de pascua parece ser la más razonable (no cabe duda de que otras “mortajas” fueron usadas con dicho fin).

J.P.K.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico